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1.       Este mismo era el lenguaje de los ateos de la Antigüedad Aristipo, Theodoro, Epicuro, etc. Véase aquí una muestra en la doctrina de los Cirenaicos. Nihil natura justum esse, vel honestum, vel turpe; sed lege et consuetudine. Virtute tamen qui praeditus fuerit, is propter constitutas poenas et opiniones, absurdi nihil aget. De cuyos principios colegia Theodoro legítimamente estas consecuencias: Rationi quoque esse consentaneum, qui virtute praeditus esset, ut is sibi pro patria vim non afferret: neque enim utilitatis imprudentium causa, prudentiam suam projecturum: patriam autem esse mundum. Eundem moechaturum, furaturum, sacrilegium factutum in tempore: nihil enim horum esse natura turpe, opinione de his sublata quae insipientium conspiratione constaret. Sapientem palam, sine ullo pudone, suis amoribus serviturum. Laert. in Aristip.

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2.       Por consiguiente, lo sumo de la ferocidad está en la total falta de religión. Estas verdades pudieran comprobarse con lo que ha sucedido y sucede en todas las naciones del mundo. Pero este asunto queda reservado para la otra disertación, donde procuraremos también demostrar con hechos irrefragables, que la mayor o menor cultura de las naciones ha procedido en gran parte de la naturaleza de sus religiones, y del influjo que estas han tenido en las costumbres y constitución de sus gobiernos. Aquí me contentaré con trasladar unas notables palabras del profundo Wollaston. «La sociedad civil puede considerarse como un Cuerpo en quien concurren intereses públicos y necesidades comunes; y, como tal, debe este Cuerpo tributar a Dios una adoración pública, y dirigirle en común sus ruegos... Fuera de esto, para que los hombres se sujeten a una vida ordenada, es menester que profesen alguna religión; esta profesión presupone la práctica de ella, y esta práctica no puede verificarse sin culto público. El mundo perdería muy presto toda idea de virtud, caería en la ferocidad, sus habitantes se devorarían unos a otros y harían lo que los salvajes más bárbaros, si llegase a faltar en ellos el sentimiento de la virtud, cuya conservación se debe, tal cual él sea, a las formas y hábitos de la religión, que se hallan establecidas en los pueblos» Ebauch. de la Relig. Natur. Sect. V. Prop. XIX. n. 3º aci. el fin. -Algo de esto quiso dar a entender Montesquieu cuando observó que solamente los pueblos bárbaros son los que carecen de sacerdotes.

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3.       Silvestres homines sacer, interpresque Deorum,

     Caedibus et victu foedo deterruit Orpheus,

     Dictus ob hoc lenire tigreis, rabidosque leones. Horat. ad Pison.

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4.       Si quieres viajar por toda la tierra, encontrarás pueblos sin muros, sin letras, sin gobierno, sin casas, sin riqueza, sin moneda; ignorantes de los ejercicios del gimnasio y de los recreos del teatro. Pero pueblo que carezca de dioses y de templos; que no use de oraciones, del juramento ni del oráculo; que no haga sacrificios para implorar los bienes y apartar los males, nadie lo ha visto hasta ahora. Y por lo que a mí toca creo ser más fácil edificar una ciudad sin suelo, que formar una sociedad civil sin que entre en cuenta la opinión de los dioses. Plutarc. Advers. Colot.

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5.       In specie antem fictae simulationis sicut reliquae virtutes, ita pietas inesse non potest; cum qua simul et sanctitatem, et religionem tolli necesse est: quibus sublatis, perturbatio vitae sequitur, et religionem tolli necesse est: quibus sublatis, perturbatio vitae sequitur, et magna confusio. Atque haud scio an pietate adversus Deos sublata, fides etiam, et societas humani generis, et una excellentissima virtus, justitia, tollatur. De Natur. Deor, l. I. cap. 2.

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6.       En el lib. 5. de Republ. Se propuso Platón demostrar aquella máxima suya tan sabida de que para que los pueblos sean felices, deben ser filósofos los que gobiernen: y en los lib. 6 y 7 explicó dilatadamente, cuál especie de filosofía era la que él requería en los rectores o gobernadores de los pueblos. Su modo de pensar en esta parte se puede inferir de esta simple proposición que se halla en el lib. 6. El gobernador filósofo pondrá a un mismo tiempo la consideración en el Ser esencialmente justo, honesto, templado, etc. y en las criaturas humanas; y atemperando la naturaleza humana a los oficios que deben desempeñar los hombres, dispondrá aquella al ejemplar de aquel Ser supremo; esto es, a aquella forma o tenor de acciones, que aún Homero, cuando se nota en los hombres, la llamó imagen y semejanza de Dios. Los filósofos, pues, imitando a los pintores, parte borrarán, y parte pintarán en la naturaleza humana, hasta tanto que logren aproximar todo cuanto se pueda las costumbres humanas al amor de Dios. Platón cristianiza aquí abiertamente; y aún por eso dice una verdad que confirmará la experiencia mientras haya gobiernos en la tierra. ¿Cuál legislador mejor que aquél que imite en sus providencias la Providencia del legislador del universo?

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7.       «Necia cosa es (dice Juliano en la Oración 2) y muy porfiada, resistirse de tal modo a obedecer a Dios, que esta obstinación nos aparte del cuidado de la virtud. Debemos creer que este cuidado es lo que más ama Dios en nosotros. Ni debemos tampoco abandonar su legítimo culto; ni despreciar la honra que se debe a Dios; sino al contrario se ha de unir el culto estrechamente con el estudio de la virtud. Porque la religión es un cierto fruto de la justicia; y que aquella dé una cierta forma de divinidad al ánimo del hombre, no lo ignoran los que se ocupan en tratar estas cosas.» Juliano, que miraba con horror a los cristianos, trabajó poderosamente para que los sacerdotes gentílicos se acercasen lo más que pudiesen a emular la santidad de los sacerdotes galileos (como él los llamaba): y hay en sus cartas pedazos muy notables a este intento, que forman solo por sí la apología del cristianismo de aquella edad. Léase señaladamente la epist. 49 a Arsacio Pontífice de Galacia, y el fragmento que imprimió Petavio al fin del tom. I de su edición.

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8.       De Republic. lib. 7. c. 8.

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9.       Veas. Fabricio tom. I. cap. 8 § 3. Bibliograph. Antiquar.

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10.       La negaban o directamente, como Theodoro, Euemero, Diágoras, y otros que profesaban abiertamente el Ateísmo: o indirectamente, como Demócrito, Epicuro, y acaso también Aristóteles, cuya opinión sobre la inmortalidad del alma es muy perpleja. Sobre esto pueden verse los lugares que recogió Coccei en sus Comentarios a Grocio: in Prolegomen. ad §. 3.

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11.       Grot. De Jur. Bell. Prolegom. nu. II y 12.

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12.       A este propósito son incontrastables las reconvenciones que el Ab. Batteux opuso a Epicuro. «Negando la existencia de Dios y de la ley (le dice); confiesas no obstante, que para tu propia conservación estás obligado a ser virtuoso; esto es, a ser justo, prudente, moderado, dotado de fuerza y de constancia, y aun a tener impreso en el corazón el principio esencial de estas virtudes; y esto, según afirmas, para evitar que la Naturaleza no te castigue con la inquietud interior y con el tumulto de las pasiones. Si esto es así, ¿qué otras cosas tendrías que hacer obedeciendo las leyes de la Providencia? ¿Qué te podía costar el practicar esas virtudes a que te crees obligado, porque lo ordena así para tu propia felicidad una Inteligencia que cuida de tu conducta y de tu conservación? Porque, vuelvo a decirlo, tú practicas la virtud realmente. Me lo has asegurado; y no pienso que un filósofo pueda mentir. ¿Qué inconveniente hay pues, para que a los motivos que te inducen a vivir obediente a la Naturaleza por tu salud y seguridad, no añadas el de obedecer a la Divinidad para asegurarte de tu suerte futura; mayormente cuando contra la existencia de esta vida venidera no puedes alegar ninguna prueba demostrativa? De cualquier modo, lo único que se te pide es que ejerzas la virtud, y pues confiesas que se debe practicar con puntualidad, un motivo más para practicarla, antes debe acelerarte que detenerte en la carrera. ¿Te resistirás a hacer con lo más, lo que haces con lo menos? Tal modo de pensar no sería digno de un filósofo.» Moral. d'Epicur. Articl. VI. pág. 125.

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13.       Wolfio siguió en esto, como en todo, a Leibnitz: el cual en el Juicio que hizo del libro de los Oficios del hombre y del ciudadano de Pufendorf, dio mucha luz a esta opinión, a pesar de las objeciones vulgares con que le impugnó superficialmente Juan Barbeirac. Los escolásticos deben estar muy ufanos de que cuatro hombres tan profundos, cuales lo fueron indubitablemente Grocio, Leibnitz, Wolfio y Clarke, se declarasen meros sectarios suyos en punto tan capital y arduo como es el determinar el principio de la moralidad en las acciones humanas. Cuando los ateístas presenten otros cuatro hombres iguales a estos, sectarios suyos, podrán burlarse cuanto quieran de las doctrinas escolásticas. Entretanto permítannos que nos compadezcamos de su insensatez y que nos lastimemos aún mucho más de las abominaciones que ha ocasionado la sola tentativa de entronizar la monstruosidad de su sistema. Los kakósofos de nuestros tiempos han declamado contra las guerras de religión. Lo que ha hecho la irreligión en solos tres años, prueba ciertamente la mucha sangre que se ahorrará extinguiendo el culto y dejando los principios de la moral arbitrio de las pasiones brutales.

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14.       Uno de los argumentos que empleó Cumberland para probar que las cosas son buenas y malas antecedentemente a toda ley positiva es, que sin presuponerlo así no se puede dar la razón fundamental de ninguna ley positiva: y vendremos a parar en que la justicia será un efecto del capricho o antojo de los que mandan. Esto es manifiesto. «Si las leyes positivas (dice Clarke) se establecieron para impedir que los hombres se ofendiesen unos a otros, y evitar por este medio la destrucción del género humano, ¿quién no ve que las ofensas y las acciones destructivas eran repugnantes a la naturaleza del hombre antes del establecimiento de las leyes positivas; y consiguientemente, que dichas ofensas y acciones destructivas eran malas en sí, puesto que las leyes positivas se establecieron para impedir el mal que resultaba de aquellas.» Es dignísimo leerse el largo Discurso que tejió Clarke para probar la diferencia esencial entre las acciones buenas y malas. En ningún otro se hallarán demostraciones metafísicas más profundas, ni más claras y concluyentes al mismo tiempo. Causaría admiración que después de escrito aquello pudiese oírse aún en la tierra la voz ateísmo, si el hombre no estuviese tanto tiempo ha en posesión de creer más a sus pasiones que a su entendimiento. Veas. Clark. De la Relig. Natur. Cap. 3.

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15.       Los Teólogos sostienen comúnmente que las reglas morales, aun prescindiendo de la voluntad de Dios, son en sí obligatorias por virtud de su misma esencia. Quien desee ver probado esto filosóficamente al estilo moderno, esto es, sin el aparato de las fórmulas escolásticas, lea a Clarke. De la Relig. Nutur. cap. 3. n. 3. -Burlamaq. Princip. du Droit Natur. part. 2. chap. 7. § 6: y sobre todos Wolf, en su Philosoph. Pract. Univers.

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16.       Veas. Punfendorf. De Jur. Natur. et Gent. lib. 2. c. 3. § 4. y la Not. 2 de Barbeirae. Veas. El mism. Barbeir. sobr. Grocio lib. I. c. I § 10. Not. 4, y en la Respuest. al Juic. de un Anonim. al fin de los Ofic. Del homb. y del Ciudad. de Pufend. § 15. De los teólogos puede verse el jesuita Francisco de Salas De Legeb. Quaest. 90. Sect. 6. n. 26.

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17.       «Et haec jam alia juris origo est, praeter illam naturalem, veniens scilicet ex libera Dei voluntate... Sed et illud ipsum, de quo agimus, naturale just... quamquam ex principiis homini internis profluit, Deo tamen adscribi merito potest, quia ut talia principia in nobis existerent, ipse voluit.» Grot. De jur. Bell. Proleg. n. 12. Wolf. Philos. Pract. univer. Part. I. § 276. -Heinecc. Praefact. in jus Nat. et Gent. -Titius in Pufend. Observat. 81. -Barbeir en las Not. a la Obr. grand. De Pufend. lib. I. cap. 2. § 6. Not. 1. Clark. De la Relig. Nat. chap. 3. y 5.

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18.       Tales como los grandes escolásticos por confesión de los modernos sensatos e imparciales, y tales como Leibnitz, Wolfio, Cumberland y Clarke, cuyas demostraciones acerca de la moralidad intrínseca, objetiva o natural de las acciones humanas, son evidentísimas y de todo punto concluyentes. Pufendorf, Barbeirac y Heineccio, que quisieron establecer el origen de la obligación moral en la voluntad positiva de Dios, procedieron más como políticos que como metafísicos, en cuya ciencia no son comparables con los primeros, y acaso por lo mismo no alcanzaron a comprender la fuerza de las razones en que estriba la primera doctrina.

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19.       De legib. lib. 4.

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20.       Diodor. Sicul. Praep. Evang. lib. 10. lib. I. -Euseb. Caesar.

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21.       Herodoto atribuye a los egipcios la opinión de la metenpsycosis o trasmigración: «Ceres y Dionisio (dice) son para los egipcios los que tienen el principado en el infierno. Fueron los primeros que afirmaron ser inmortal el alma del hombre, y que cuando sale de un cuerpo se va introduciendo en otro y otro sucesivamente conforme se van engendrando. Así, después de haber recorrido toda especie de animales, terrestres, acuátiles y volátiles, vuelve otra vez a introducirse en un cuerpo humano, y que este circuito le hace el alma en el espacio de tres mil años» lib. 2. pág. 154. edit. Steph. 1552. La aserción de Heródoto es totalmente contraria a la narración de Diodoro Sículo, y no es poco lo que se ha trabajado para conciliarlos. Yo creo que en esto no hay gran dificultad. Lo que refiere Diodoro era la creencia universal del pueblo; lo que Heródoto, la opinión de alguna secta o de los filósofos egipcios. El ceremonial de los funerales, donde se imploraba a los dioses para que llevasen el alma del muerto a la mansión de los justos, era efecto de la creencia común. Si el pueblo creyera en la metenpsycosis, ni hubiera usado de tales plegarias, ni hubiera adoptado el dogma del infierno, dogma que les atribuye el mismo Heródoto. Y en esto se ve manifiestamente que este historiador mezcló la creencia común con la opinión particular de alguna secta porque reconocer el infierno y admitir la transmigración son cosas entre sí opuestas.

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22.       In Messen. cap. 32.

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23.       Nec deorsum pronus sis in nigricantem

                               mundum

Cui profunditas semper infida substrata est &

                               Hades

Circumquaque nubilus squallidus, idolis guadens,

                               amens,

Praeceps, tortuosus, caecum profundum, semper,

                               convolvens,

Semper tegens obscurum corpus, iners & spiritu

                               carens,

Et osor lucis mundusm & tortuosa fluenta,

Sub quae multi trahuntur.

                          Oracul. Zoroastr, Sect. X. v. 240.

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24.       Diodor. Sicul. lib. I. sub fin. -Euseb. Caesar. Praeparat. Evang. lib. 10. cap. 2.

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25.       Nam mihi cum multa eximia divinaque videntur Atheneae tuae peperisse, atque in vita hominum, attulisse, tum nihil melius illis mysteriis, quibus ex agresti immanique vita, exculti ad humanitatem, mitigatique sumus, initiaque ut appellantur, ita revera principia vitae cognoscimus: neque solum cum laetitia vivendi rationem accepimus; sed etiam cum spe meliore moriendi. Cicer. De Leg. lib. 2. -Apuleyo da a entender lo mismo de un modo indirecto; porque, llegando a referir su entrada en el penetral de Isis, dice que no puede declarar lo que allí vio (los iniciados juraban guardar secreto inviolable sobre lo oculto de los misterios), pero que para satisfacer de algún modo la curiosidad del lector, dirá lo que aunque lo diga no será entendido; y añade: «Solo puedo decir que llegué al confín de la muerte, y pisando el umbral de Proserpina, llevado por todos los elementos, retrocedí. A media noche vi el sol luciendo con esplendor vivísimo. Llegué a presencia de los dioses celestes e infernales, y los adoré de cerca» Methamorph. lib. II. p. 273. Eidit. Bipont. Todo esto alude a las representaciones de la vida futura, que los sacerdotes ejecutaban en los misterios a estilo teatral. El Hierofanta, o Príncipe de los Misterios, representaba al Demiurgo o dios supremo, y cantaba el himno en que, según algunos, anunciaba la unidad de Dios y se expresaban sus verdaderos atributos. Antes de dejar esta nota, no puedo menos de advertir una de las innumerables patrañas de Voltaire. En su Filosofia de la Historia, haciendo la apología del gentilismo según su costumbre, exalta extraordinariamente la utilidad de los misterios, afirmando que en ellos se enseñaba la unidad de Dios, y para probarlo dice: «Se conserva aun en Apuleyo la oración que hacían a Isis sus sacerdotisas. Las potestades celestes te sirven; los infiernos están sujetos a tu imperio; tú diriges el giro del mundo; pisas el Tártaro; los astros responden a tu voz; las estaciones van y vuelven por ti; los elementos te obedecen.» Estas palabras que Voltaire atribuye a las sacerdotisas de Isis, son parte de una larga acción de gracias, que el mismo Apuleyo finge haber hecho a la diosa por el beneficio de haberle restituido de asno a hombre. Cualquiera puede certificarse por sí leyendo el lib. II de sus Metamorph. o Asno de oro; y se reirá, o se indignará de que un tan solemne impostor haya podido ser el dictador de la literatura por cerca de un siglo. Allí mismo afirma, como si lo hubiera presenciado, que el Hierofanta abría los misterios cantando el himno de Orfeo, en que se anunciaba la unidad de Dios. Si como copió Warburton en todo lo concerniente a esto, hubiera podido probar la autenticidad del himno de Orfeo, ya sería algo más disimulable el testimonio que levantó a Apuleyo. Pero lo malo es que el himno de Orfeo que se cita, copiado de Clemente Alejandrino y Eusebio Cesariense, no es de aquel antiguo poeta; y aunque lo fuera, se le ha probado a Warburton que nunca se cantó, ni pudo cantarse en los misterios. Véas. el Doct. Leland en su Nuev. Demonstrac. Evangel. tom. 2 p. 60. de la traducc. frances. Tales eran las pruebas con que afianzaba de ordinario sus aserciones aquel gran padre de la moderna insensatez.

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26.       Ubi initiantur gentes orarum ultimae. De Natur. Deor, lib. I.

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27.       Horat. Epod. Od. Magic. lib. 2. Quaest. ult. v. 27. 2 Sect. 1.

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28.       Delrio Disquisit.

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29.       Iliad. lib. 23. I.

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30.       Koint. Derelict. lib. 14. v. 178. - Eurip. Ecub. in Prolog.

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31.       Plutarc. in Alcibiad.

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32.       Lib. 7. Epist. 22.

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33.       Circulatores insuper & vates ad januas divitum accedentes, persuadent, se vim habere per sacrificia & carmina in feriis & ludis publicis expiandi, si quod scelus ab his aut eorum majoribus patratum sit. -Libros enim circumferunt Musaei & Orphei, Lunae, ut ajunt, & Musarum filiorum, secundum quos sacra celebrant, persuadentes, non privatis solum, verum etiam civitatibus, solutiones & purgationes scelerum per sacrificia cum ludorum oblectamentis fieri, & viventibus, & defunctis: quas quidem teletas, id est, expiationes vocant, quae nos ab illis, quae illic mala sunt liberent. Plat. de Republic. lib. 2. pág. 220-221.

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34.       Multum dare solemus praesumptioni omnium hominum. Apud nos veritatis argumentum est, aliquid omnibus videri... Cum de animarum aeternitate disseritur, non leve monimentum apud nos habet consensus hominum, aut timentium inferos, aut colentium. Epist.117. edit. Lipsii. -Veas. tamb. Sext. Empiric. advers. Phisic. pág. 566. edit. Fabric.

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35.       De aquí las invocaciones: Ab Jove principium: auspicios, oráculos, votos, soterias, eucarísticos, himnos etc.

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36.       Los escritos de Platón son el mejor ejemplo que se puede dar de esto. En el Diálogo intitulado Fedón (que contiene la historia de la muerte de Sócrates) expone su sentir como filósofo, y se inclina a la metenpsycosis, que sin duda tomó de los sabios de Egipto, o acaso de Pitágoras que la tomó de ellos: y en los libros de la República y de las Leyes habló de los dioses, de la inmortalidad del alma, y de sus premios y penas futuras en sentido popular y acomodado a las patrañas vulgares. Veas. Macrob. in Somn. Scipion. lib. I. cap. 1. Es dignísima de leerse a este propósito la historia de Eris Armenio, con que cierra aquel gran filósofo sus libros de Republica; cuya doctrina, después de hacer una descripción muy individual del infierno, resume en esta sentencia: «El alma del hombre es inmortal: cultivando la justicia y la prudencia, nos haremos amigos de los dioses y de los hombres; y por este camino seremos felices aquí y en el estado de inmortalidad que nos espera.» Son también notables estas palabras en el lib. X. de Legib. «Oh mancebo, tú que juzgas que los dioses no cuidan de ti, ten por muy cierto que el juicio de los dioses que habitan en el cielo es que el malo vaya a unirse a las almas malas y el bueno a las buenas, tanto en esta vida como en todo género de muerte; y que haga y padezca lo que es conveniente entre semejantes. Por lo tanto, ni tú, ni otro alguno desee ni confíe ser tan feliz, que escape y se substraiga a este juicio de los dioses; porque los que lo ordenaron así, lo establecieron con mayor firmeza que otra cosa alguna. No evitarás pues este juicio, ora seas tan pequeño que te escondas en lo profundo de la tierra, ora tan sublime que levantado en alas vueles al cielo; porque irrevocablemente serás tratado según tus merecimientos, y pagarás la pena de tu delito.» Pitágoras siguió el mismo estilo. De él se cree que llevó la metenpsycosis a la Grecia; y con todo eso, según el testimonio de un Alejandro que cita Diógenes Laercio, decía que Mercurio era el Recaudador de las almas, y que por esto le llamaban conductor, portero, y terreno, «por cuanto tiene a su cargo sacar todas las almas de los cuerpos, y a las que son puras las conduce a un lugar altísimo; y las impuras, muy lejos y apartadas de aquellas, las lleva a donde sean aprisionadas con fuertes ligaduras, y atormentadas por las Furias.» Laert. in Pytagor. S. Agustín reprehende a Séneca, porque habiendo escrito con mucha libertad contra las supersticiones vulgares, se acomodaba a ellas en la práctica. De Civit. Dei lib. 6. cap.3. No había sabio en la antigüedad que no conociese la falsedad de los dioses. Pero víendose incapaces para reformar las supersticiones ya introducidas y arraigadas profundamente en la persuasión de los pueblos; quisieron más conservar en ellos cualquier idea de religión, que enflaquecer el influjo de esta con el empeño de introducir nuevas doctrinas. Veas. en S. Agust. la teología tripartita de Varrón lib. 6. cap. 3.

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37.       Es solidísima la siguiente reflexión de Montesquieu. «Aún cuando la religión fuese inútil para los súbditos, no lo sería para los soberanos; en los cuales es de grande importancia que emblanquezcan con la espuma del único freno que pueden morder los que no temen las leyes humanas. Un príncipe que ama y teme la religión, viene a ser como un león, que cede a la mano que le halaga, o a la voz que le sosiega. El que la teme y la aborrece, se semeja a las bestias aún no amansadas, las cuales muerden la cadena que las impide el arrojarse sobre los que pasan. El que desecha toda idea de religión, es un animal terrible, que solo conoce su libertad cuando despedaza y devora.» Espr. des. Loix lib. 24. cap. 2. Esta observación el igual para todas las especies de soberanía y debe entenderse que en ella consiste la permanencia y estabilidad de los Estados, ora sean monárquicos, ora republicanos. La religión es la salvaguardia de las leyes fundamentales de la sociedad humana y, destruida esta salvaguardia, la sociedad carecerá de apoyo, y estará siempre vacilante.

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38.       Quien quisiere instruirse más por menor de esta verdad, lea a Pedro daniel Huet De Concord. Ration. & Fid. lib. 2. cap. 24.

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39.       Omnis enim per se Duvum natura necesse est

Immortalis aevo summa cum pace fruatur

Semota ab nostris rebus, sejunctaque longe.

Lucret. De Rer. Natur. lib. I. v. 57.

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40.       Cicer. De Natur. Deor. lib. I. cap. 38.

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41.       Quid est enim cur deos ab hominibus colendos dicas, cum dii non modo homines non colant, sed omnino nihil curent, nihil agant?... Quae porrò pietas ei debetur, a quo nihil acceperis? Aut quid omnino, cujus nullum meritum sit, ei deberi potest? Est enim pietas, justitia adversum deos: cum quibus quid potest nobis esse juris, cum homini nulla cum Deo sit communicatio? Cicer. De Natur. Deor. lib. I. cap. 41.

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42.       De Placit. Philosoph. lib. I. cap. 7.

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43.       Sext. Empiric. Advers. Physic. pág. 562. edit. Fabricii.

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44.       Quid? ii qui dixerunt totam de diis immortalibus opinionem fictam esse ab hominibus sapientibus reipublicae causa, ut quos ratio non posset, eos ad oficium religio duceret, nonne omnem religionem funditus susturlerunt? De Natur. Deor. lib. I. cap. 24.

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45.       Sex. Empir. Advers. Phisic. pág. 556. Es muy digno de leerse en esta parte a este célebre pirrónico; porque demuestra evidentemente que la idea de Dios no pudo ser invención humana.

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46.       Todos los legisladores (dice Dionisio de Halicarnaso) así bárbaros como griegos, pienso yo que se conformaron en el conocimiento del bien que debe servir de basa a la República; porque todos ellos comprehendieron que, constando la República de muchas familias, entonces gozará ésta de tranquilidad, cuando cada uno de los ciudadanos observe una conducta arreglada; y al contrario padecerá turbulencias y agitaciones, cuando reine el desorden en la conducta de los individuos; y por lo mismo debe todo legislador establecer tales leyes, que conspiren a hacer templada y justa la vida de los ciudadanos. Antiquit. Rom. lib

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47.       Acostumbró a sus ciudadanos (dice Plutarco de Solón ) a que todos en común sintiesen los males de cada individuo y se afligiesen por igual. Con este fin estableció aquella famosa ley en que se daba facultad a cualquier ciudadano para tomar sobre si las agravios hechos a otros, delatar al reo y perseguirle en juicio. Es memorable a este propósito un dicho suyo; porque habiéndole preguntado cuál sería la ciudad mejor constituida: «Aquella (respondió) en que los que no padecen ofensas se indignan contra los ofensores no menos que los mismos ofendidos y toman a su cargo la defensa de estos.» Plutarc. in Solón.

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48.       Strab. Geograph. lib. 10.

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49.       Jenof. De Lacedem. -Republ. Athen. Deipnosoph. lib. 5. init.

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50.       Dionis. Halicarnas. Antiquit. Roman. lib. 2.

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51.       Primum quidem, & maximum, & de maximis rebus mendacium quod non probe mentibus est Hesiodus, quando gesta illa a Coelo fingit, additque quemadmodum Saturnus eum punivit, quaeve egit Saturnus recenset, & quae a filio perpessus est. Quae quidem, etsi vera essent, non tamen putarem aperte ad homines mentis inopes adolescentesque proferenda, sed tacenda potius... Neque dicendum juveni audienti, quod si iniquissima facinora perpetrat, nihil mirum committat: aut qui peccantem patrem supplicio afficit, non multum prevaricetur: immo faciat, quod primi maximique deorum fecerunt. De Republ. lib. 2. -Merece leerse todo el primer trozo del lib. 4. de Repúbl. donde Platón, enumerando las virtudes políticas o sociales, demuestra con ejemplos, tomados de Homero y otros poetas famosos, que sus fábulas teológicas no podían servir sino para inspirar los vicios contrarios a aquellas virtudes.

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52.       Terent. Eunuch. Act. 3. Esc. 5.

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53.       Deos suos, quos venerantur, imitantur. Fiunt miseris religiosa delicta. S. Ciprian. Epist. 3, ad Donat. -Véas. S Agust. De Civit. Dei. lib. 2. c. 14. Jul. Firmic. De Error. prof. Relig. c. 13.

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54.       De poena possum equidem dicere id, quod res habet: in luctu atque miseriis, mortem aerumnarum requiem, non cruciatum esse: eam cuncta mortalium mala dissolvere: ultra neque curae, neque gaudio locum esse. Salust in Catilin.

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55.       Nam nunc quidem, qui tandem illi mali mors attulit? Nisi forte ineptiis ac fabulis ducimur, tu existimemus illum apud inferos impiorum supplicia perferre:... quae si falsa sunt, id quod omnes intelligunt, quid ei tandem aliud mors eripuit, praeter sensum doloris? -Cicerón, como buen platónico, estaba bien persuadido de la inmortalidad del alma, y la defendió eficazmente en sus obras filosóficas. Pero en calidad de orador, creyó que el error contrario podría dar gran peso a la causa que sostenía ante unos jueces puros materialistas; y eso quiere decir aquel id quod omnes intelligunt.

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56.       Histor. lib. 6. c. 54.

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57.       Illiad. v. 19.

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58.       No se puede leer sin espanto lo que vio por sí mismo el célebre P. Gumilla en las naciones del Orinoco. Véase señaladamente el cap. 7 de la seg. parte; y que se nos vengan después los admiradores de Juan Jacobo a celebrar con él la felicidad envidiable de los salvajes.

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59.       Ve aquí la causa que ha hecho tan durables los gobiernos cristiano y mahometano; y ve aquí por qué eran tan frecuentes las revoluciones en el gobierno gentílico.

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60.       Tenemos aquí en nuestro favor al celebérrimo Juan Jacobo Rousseau, y precisamente en una de las obras donde más se esforzó para sostener la causa de la independencia; a saber, el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Examinando en su segunda parte el derecho recíproco de los miembros de la sociedad civil, condena abiertamente la arbitrariedad en el pueblo, para alterar la constitución recibida; y hace esta solidísima reflexión: «Las horreadas disensiones y desórdenes infinitos que acarrearía necesariamente esta peligrosa arbitrariedad, prueba, más que otra cosa, la necesidad que tienen los gobiernos humanos de apoyarse en un cimiento más sólido que la sola y simple razón; y cuanto convenía a la quietud pública, que la autoridad divina concurriese para dar a la autoridad humana un carácter sagrado e inviolable, que arrancase de las manos de los súbditos la potestad de disponer de ella a su arbitrio. Aun cuando la religión no hubiese hecho a los hombres otro beneficio que este, era bastante por sí para que todos debiesen amarla y adoptarla, aun con sus abusos; porque ciertamente por esta parte ha ahorrado más sangre que la que ha derramado el fanatismo.

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