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Pérez Galdós y el realismo en la literatura alicantina: 1885-1895

Juan Antonio Ríos Carratalá





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Cuando Pérez Galdós publica Fortunata y Jacinta es ya un novelista consagrado cuya fama ha superado los límites de los círculos literarios madrileños. Esta circunstancia permite que sea leído y conocido en pequeñas capitales de provincia como es el caso de Alicante. Un repaso de la prensa local nos permite comprobar que era el novelista mejor considerado, siempre dentro de un grupo formado también por Valera, Alarcón y Pereda1. No nos atrevemos a afirmar hasta qué punto esta consideración crítica se extendía a una popularidad entre los lectores. La persistencia en los folletines de la prensa local de unos gustos novelísticos completamente ajenos a la influencia galdosiana provoca nuestro escepticismo al respecto2. No obstante, alrededor de 1887 es imposible dudar de la presencia de Pérez Galdós en los círculos literarios alicantinos, tan relativamente activos por entonces como desde la época romántica3. Esto nos permite plantearnos hasta qué punto el novelista canario influyó en la narrativa publicada en Alicante por aquellos años. Tal vez sea un objetivo demasiado limitado y poco importante, pero puede resultar indicativo para calibrar la influencia galdosiana en las narrativas provincianas y no olvidemos que, en buena medida y desde una perspectiva historicista, la literatura decimonónica es una literatura escrita en provincias.

En mi libro Románticos y provincianos ya señalé las razones por las que la periodización y cronología de una historia local de la literatura decimonónica difieren mucho de las dadas para el ámbito nacional, el cual a menudo tan sólo es la extrapolación de lo ocurrido en Madrid4. No debe extrañar, pues, que la aparición de la llamada Generación de 1868, no tenga un correlato dentro de un ámbito local como el alicantino. No nos referimos, claro está, a la ausencia de autores equiparables, sino de un eco, de una influencia capaz de propiciar una creación que intentará seguir las huellas del Realismo de la época. En anteriores trabajos ya he analizado la producción bibliográfica alicantina durante la Restauración5 y el resultado ha sido, en líneas generales y dentro de la narrativa, la constatación de la persistencia de unas fórmulas literarias heredadas de la época romántica. Novelas históricas ajenas a la evolución que dentro del género representan los Episodios galdosianos6, folletines lacrimógenos y sentimentales destinados al lectorado femenino y, a lo sumo, unos cuantos relatos costumbristas7. Hay alguna muy tímida   —260→   intención de escribir una novela de tesis, como en el caso de El sochantre de mi pueblo (1890) de Ginés Alberola y Los vencidos (1892) de Ernesto Bark, el futuro Basilio Soulinake de Luces de Bohemia. Pero su falta de voluntad creadora les lleva al más elemental folletín con intenciones panfletarias. El realismo galdosiano y su concepción de la novela no tienen, pues, eco en la narrativa escrita y publicada en Alicante durante la Restauración. Tal vez la única excepción es la novela de Martín Luque titulada Equivocaciones (1893)8, donde encontramos tibias influencias de Doña Perfecta. El joven novelista y abogado, que en realidad, se llama Francisco García de Cáceres, se muestra como un galdosiano de provincias incapaz, como tantos jóvenes de la época, de resistir la tentación de publicar su propia novela. Los diecisiete años transcurridos desde la aparición de Doña Perfecta no son un obstáculo para justificar su influencia, pues las reediciones de la misma la convertirían en una obra de actualidad9, máxime en un círculo literario como el que nos ocupa. Sin embargo, el resultado no pasa de ser un intento de juventud que jamás tuvo continuidad.

Por lo tanto, si Pérez Galdós era conocido y valorado en los círculos literarios alicantinos sin que ello tuviera apenas incidencias en las creaciones de los mismos, nos podemos plantear cuáles eran los obstáculos para que surgiera una novelística realista en un ámbito provinciano. No olvidamos, claro está, las razones estrictamente literarias, la carencia de talento y voluntad creadora y estilística. Pero, aun siendo esenciales, deben ir acompañadas por otras relacionadas con la peculiaridad del ambiente provinciano de la Restauración. A ellas nos referimos basándonos en nuestra experiencia del caso alicantino y apuntando unas conclusiones que requerirían un mayor desarrollo y confrontación con otros casos.

La primera razón a tener en cuenta es la misión y los objetivos de aquellos autores. No nos encontramos ante profesionales de las letras, sino ante individuos normalmente relacionados con la docencia y las profesiones liberales y casi todos colaboradores en la prolífica prensa local. A esta carencia de profesionalidad se suma la ausencia de objetivos estrictamente literarios. Ninguno se plantea su creación como un reto estético e incluso se hace gala de una despreocupación al respecto. El componente formal queda olvidado ante las intenciones de adoctrinar, moralizar o provocar las lágrimas que solían presidir sus obras. Es decir, ante aquellos objetivos que, entendidos de una forma peculiar10, eran considerados como propios de un autor provinciano de la época. Su misión consistía en endulzar la realidad o mostrarnos los difíciles caminos de la virtud siempre triunfante, ser elegantes social y literariamente y protagonizar una serie de ritos culturales -certámenes, juegos florales, fiestas, sociedades literarias- con una clara significación social. Estas circunstancias son poco propicias para cualquier debate estético, el cual es innecesario para cumplir un repetitivo ritual que podía satisfacerse con fórmulas literarias heredadas del Romanticismo. Lógicamente, esta carencia de preocupación o debate contribuye a cerrar el camino a cualquier movimiento innovador como todavía era para aquellos autores el Realismo.

Estos objetivos, a menudo más dignos de un estudio sociológico, configuran unas implícitas normas de decoro cuyo cumplimiento resultaba casi imprescindible   —261→   para permanecer en un círculo literario como el alicantino. Sería prolijo detallarlas, pero entre ellas destacaría el rechazo de una actitud crítica relacionada con una realidad concreta e inmediata. Se podía ser liberal o conservador y realizar una crítica consecuente, pero con una actitud «elegante» que evitara incorporar a la literatura circunstancias demasiado próximas. La realidad objeto de un tratamiento literario debía elevarse, tras una depuración, a un nivel casi abstracto desde el cual defender grandes principios o criticar enormes maldades. La consecuencia -lejos, por supuesto, de cualquier relación con el clasicismo teórico de esta postura- es que el entorno de aquellos autores jamás aparece en sus obras. A veces se dice que la acción transcurre en la propia Alicante o en un determinado pueblo de la provincia, pero en realidad son los lugares comunes propios de un folletín. Lo mismo podemos afirmar del entorno histórico, difuminado en unas obras insensibles al mismo por definición. Por lo tanto, esta negativa a incorporar la realidad próxima, concreta y peculiar como materia novelística en cumplimiento del decoro asumido es, sin duda, un obstáculo insalvable para la penetración del Realismo.

Podría darse el caso de un autor que no aceptara estos límites, pero encontraría enormes dificultades para la publicación de sus obras. La inmensa mayoría de las novelas aparecidas en Alicante durante la Restauración tuvieron sus primeras ediciones en los folletines de los periódicos locales. Y si hacemos un repaso de los mismos, observaremos que no confiaban en el éxito de obras que se pudieran inscribir dentro del Realismo. Seguían recurriendo a textos españoles y franceses con varias décadas de antigüedad y sin ninguna relación con los elementos innovadores de la novelística realista. Los editores buscan un lectorado mayoritario y si a veces cuentan con los autores locales es para escribir el típico folletín de aceptación asegurada. Pérez Galdós conocía perfectamente esta situación, pero en un ambiente como el de Alicante o se actuaba como Ido del Sagrario o se iba a Madrid en busca de la improbable fortuna literaria. Se me podrá objetar que Pereda o Leopoldo Alas permanecen en sus provincias; pero como sujetos «extraordinarios» -en el sentido literal de la palabra- dentro de las mismas. Imaginemos la reacción de la prensa ovetense si Clarín hubiera pretendido publicar en sus folletines La Regenta y comprenderemos el porqué de la constante marcha a Madrid de tantos autores protagonistas del Realismo. Una marcha que no es característica peculiar del posterior Modernismo11, sino también de otros movimientos igualmente ahogados por el anacrónico ambiente literario de las provincias.

Pero detrás de los periódicos estaban unos lectores que imponían a veces una rígida censura moral e ideológica, especialmente si se trataba de autores locales. El caso de la novela titulada ¡Una mártir!, de Manuel Casal, es sintomático12. A pesar de ser, al menos por intención, una apología del cristianismo más ortodoxo, los lectores de La Monarquía, consiguieron que se suspendiera su publicación tras la aparición de la hija del protagonista, un cura. Este tribunal literario, tan pintoresco como el del cuento galdosiano13, desestimó el final edificante y truculento, pero demostró hasta qué punto obras en la estela, por ejemplo, de Tormento serían impensables en aquellos periódicos.   —262→   Se podían comprar como venidas de la capital, pero su adaptación por parte de un autor local pertenece a lo imposible, cuestiones literarias aparte.

Sin embargo, la defensa más moral que literaria de un vago idealismo por los escritores alicantinos no se traduce en ataques al Realismo de la época, ni mucho menos al normalmente admirado Pérez Galdós. Hacia finales de la década de los ochenta las diatribas se dirigen contra el Naturalismo y sus seguidores14, los cuales nunca son directamente equiparados con nuestro autor, a pesar del carácter de sus novelas publicadas en los años anteriores. Ahora bien, esas diatribas -tal y como demostré en mi citado trabajo- se basan en razones ideológicas y morales y no atienden a las circunstancias específicamente literarias. Su condena se centra en la captación de determinadas partes de la realidad, no en su peculiar tratamiento literario. La consecuencia es que esas condenas, a menudo apocalípticas, acaban incluyendo implícitamente al realismo galdosiano. No se le rechaza por razones entre las que cabría destacar el prestigio alcanzado mediante obras como la primera serie de los Episodios Nacionales -la prensa alicantina a menudo le cita como el «insigne autor de los Episodios»-, pero se mantienen unos prejuicios incompatibles con los individuos y situaciones problemáticas que presenta el Galdós de sus mejores novelas.

Por lo tanto, la lectura de la obra galdosiana, circunscrita a unos ámbitos hasta cierto punto minoritarios, no tuvo apenas influencias creativas, aunque las limitemos a unas simples imitaciones. De esta situación se podrán derivar varias consecuencias. Pero aquí yo subrayaría algo que como lectores a menudo olvidamos. Influidos por los que criticaron a Pérez Galdós a partir de la crisis finisecular y como resultado lógico de nuestra propia conciencia de lectores, mantenemos a veces una imagen del novelista alejada de cualquier concepto de innovación o vanguardia. Esta opinión ha sido ampliamente rebatida por la crítica de los últimos años, pero a las razones que la misma ha dado cabría añadir una de tipo comparativo: en relación con la vida literaria de provincias, el autor de las Novelas Contemporáneas más que innovador es vanguardista.

Esta última condición explica que fuera un autor difícil de asimilar, por lo que tampoco, desde la perspectiva de aquellos escritores provincianos, fue un «autor nacional». No sólo por las razones que aduce el profesor J. F. Botrel15, sino también por la concepción que de la literatura y de la novela en concreto se tenía en Alicante y supongo que en los ambientes provincianos de la Restauración. Un dato significativo que evita prolijas explicaciones lo tenemos en el folletín del periódico El Liberal de Alicante, donde el 30 de julio de 1897 comienza a publicarse Un voluntario realista, Episodio Nacional que queda interrumpido ocho días después (n.º 3.378) sin ninguna explicación. En el número siguiente del mismo folletín comienza a editarse La candela de San Jaime, de Manuel Fernández y González. En esta decisión pudieron intervenir factores de muy diversa índole, pero no deja de ser significativa una sustitución basada en el probable menor éxito de Pérez Galdós, incluso de un Episodio Nacional, en comparación con Fernández y González, el cual no sólo tendría muchos lectores, sino -como así fue- bastantes autores alicantinos dispuestos a imitarle como paradigma novelístico.

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En definitiva, ese Alicante de la Restauración -y en buena medida esa España provinciana de la Restauración- por la misma razón que está crítica e indirectamente reflejado en la novelística galdosiana es refractario a ella. No veamos aquí sólo razones de tipo ideológico o político, pues tanto liberales y conservadores como otros grupos comparten un mismo ambiente provinciano que genera una literatura, e incluso un periodismo, basados en la total ausencia de una conciencia autocrítica, lo cual conduce al escamoteo de la realidad concreta y particular. En oposición a la misma, los autores alicantinos propugnan una defensa abstracta de una moral que, por no estar contrastada con la experiencia real, es concebida como una entidad cerrada, invariable y maniquea. La moral que jamás admitiría el caso de Fortunata y Jacinta, donde nunca se fijan los límites de la Virtud, la Verdad, la Moral e, incluso, la Belleza. Por ello, y por otras razones ya indicadas por la crítica galdosiana, Pérez Galdós no pudo ser un «autor nacional», como tampoco lo fueron en su propio tiempo quienes mantuvieron una conciencia crítica como la suya. Es cierto que en 1914, con motivo del homenaje que se le rindiera a través de una suscripción nacional, 180 particulares residentes en Alicante se suscribieron por una cantidad de 581 ptas. en total, lo que representa el mayor número absoluto de adhesiones de tipo individual en este fracasado homenaje16. Pero para entonces el ambiente literario y cultural había experimentado una notable evolución en Alicante, comprensible en buena medida por la progresiva superación del agobiante provincianismo de la Restauración. Pero también por entonces, en 1914, Pérez Galdós ya empezaba a pertenecer al pasado, es decir, ya podía entrever la posibilidad de convertirse en un «autor nacional», aunque nunca en su sentido literal.





 
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