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1

Frenk Durand, «Valera, narrador irónico», Ínsula, 360, 1976, p. 33; Germán Gullón, El narrador en la novela del siglo XIX, Madrid, Taurus, 1976, pp. 149-152; Pilar Palomo, introducción a Pepita Jiménez, Barcelona, Planeta, 1987; Juan Carlos Ara Torralba y Daniel Hübner Teichgräber, «Estrategias de la enunciación en las novelas de Valera», Revista de Literatura, 108, 1992, pp. 599-618; Robert G. Trimble, Chaos burning on my Brow. Don Juan Valera and his Novels, San Bernardino, California, The Borgo, Press, 1995, especialmente pp. 19-24; Leonardo Romero, introducción a Pepita Jiménez, Madrid, Cátedra, 1994 (5), pp. 72-79.



 

2

Los casos citados lo son ad exemplum pues podría extender casi ilimitadamente el repertorio de entradas del escritor Juan Valera en el curso de sus ficciones. Como es sabido, fue uno de los reproches que la crítica contemporánea le hizo más frecuentemente y a él solía replicar Valera con donosura; sobre lea intervención del yo de Jenofonte en Anábasis y la función de la primera persona en los relatos véanse las notas 272, 273, 274 de mi edición de Pepita Jiménez.



 

3

«Yo los quiero a todos (los naturales de Villabermeja) muy bien, y además hay entre ellos una persona cuyo carácter, entendimiento y afable trato me encantan, y a quien me honro en considerar como uno de mis mejores amigos. Esta persona es conocida con el apodo de don Juan Fresco, y así la llamaremos, seguros de que no lo tomará a mal». (Obras Completas, Aguilar, t. I, 1947, p. 198a).



 

4

O. C., p. 364a.



 

5

O. C., p. 1173x.



 

6

O. C., p. 1111b.



 

7

O. C., p. 1124a.



 

8

O. C., p. 1144b.



 

9

O. C., pp. 198-199.



 
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