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ArribaAbajoNuevas perspectivas en la comunicación literaria: la teoría de los sistemas

Eva Parra Membrives


Universidad de Sevilla

Aunque relativamente desconocida en los círculos teóricos españoles, la teoría de los sistemas se haya ya firmemente establecida en otros países como, por ejemplo, la República Federal Alemana, donde sus seguidores la contemplan como casi la única posibilidad teórico-literaria para garantizar la cientificidad de los estudios literarios actuales. Precisamente surge esta teoría como reacción a lo que los teóricos consideran un anquilosamiento de la ciencia en los últimos años (Schmidt, 1994: 8; Rsuch, 1994: 8) y como un intento de revisión de explicaciones tradicionales hasta fechas recientes aún muy arraigadas para proponer como alternativa una visión totalmente diferente del universo y del conocimiento humano. Como principal innovación hay que destacar la creencia de que el ser humano se halla imposibilitado para acceder al conocimiento del mundo circundante tal como es en realidad, y que todo aquello que cree percibir no son más que construcciones realizadas por él mismo para poder sobrevivir en su entorno, ideas aceptadas   —278→   también por otras teorías más modernas como el constructivismo radical o la ciencia empírica de la literatura.

Los objetivos de la teoría de los sistemas son ambiciosos, ya que su modelo explicativo pretende no centrarse sólo en el modo de acceder a la realidad, sino describir este mismo mundo circundante tal como ha sido construido por el hombre. Sin embargo, esta teoría presenta un serio impedimento, pues no sólo existen múltiples propuestas de su adaptación (Berg, 1993: 8), sino que hasta resulta problemático acceder a la teoría en sí, puesto que no es nada desdeñable el número de corrientes ideológicas que se autodescriben como teorías sistémicas. Esta pluralidad de tendencias, quizá deseable en otro contexto (Bogdal, 1990: 10), aquí y ahora no resulta demasiado afortunada. Ya el origen de la teoría de los sistemas es en realidad mucho más confuso de lo que por lo común se estima. Curiosamente, aunque la crítica considera casi de forma unánime a Niklas Luhmann (Haferkamp, 1987; Kiss, 1990), sociólogo alemán de amplísima producción sobre el tema (Luhmann, 1986a, 1986b, 1981, 1982, 1991a, 1991b), como el responsable máximo del desarrollo y la modernización de esta corriente teórica, los primeros intentos de crear un orden en el caos tanto ideológico como terminológico inicial no deben, sin embargo, atribuírsele a este autor, sino a su contemporáneo y compatriota Ludwig von Bertalanffy. Escasamente citado (Luhmann, 1991a: 22) por aquel sector de la crítica que sin reservas y con entusiasmo ha aceptado ya la teoría de los sistemas como un avance científico de interés, ha de admirarse, no obstante, la labor de este investigador alemán, menos por los logros que él mismo cosechara, que por los que inspiró y posibilitó en otros. Así, aunque Bertalanffy apenas profundiza en los modos de aplicación posibles de esta teoría, y, además, tampoco contribuye en demasía a la clarificación de ésta mediante, por ejemplo, la creación de nuevos conceptos o la redefinición de aquellos ya existentes que pudieran prestarse a confusión, sí que llega a sentar las bases para una importante modernización.

La primera aportación importante de este autor consiste en delimitar cualitativamente las diferentes teorías sistémicas conocidas hasta entonces. De la teoría de los sistemas tradicional, que venía aplicándose casi con exclusividad a ámbitos lógico-matemáticos, tímidamente ampliados hacia algunas ciencias de la naturaleza, Bertalanffy separa una nueva vertiente que será mucho más actual, y que tendrá pretensiones universalistas. Teniendo como último propósito un replanteamiento de los problemas que se deben resolver y contemplando   —279→   la formulación de nuevos objetivos, como primer paso, Bertalanffy traza dentro del entramado teórico sistémico una línea divisoria sobre todo de contenido, y distingue dos secciones fundamentales: la que llamará teoría de los sistemas clásica o tradicional y la denominada General Systems Theory. La teoría de los sistemas clásica o tradicional, incluirá todas aquellas corrientes ideológicas que se presentan como de aplicación preferentemente, de tipo técnico, por lo que su interés para los estudios literarios es prácticamente nulo. Mucho más amplios serán, sin embargo, los campos de aplicación de la General Systems Theory. Pretendiendo consagrarse como una teoría de carácter universal, esta vertiente de la teoría se transforma en lo que Niklas Luhmann calificará de Supertheorie, en una teoría de pretensiones universalistas (Luhmann, 1991a: 19).

Será conveniente clarificar ahora que por universal ha de entenderse aquí simplemente una teoría que desea abarcar la totalidad del universo, pero de ningún modo ello significará que la teoría tiene intención de autoerigirse en un modelo explicativo único. Como especificará Luhmann (1991a: 9):

«Sie 'die Systemtheorie' reklamiert für sich selbst nie: Widerspiegelung der kompletten Realität des Gegenstandes. Auch nicht: Ausschöpfung aller Möglichkeiten der Erkenntnis des Gegenstandes. Daher auch nicht: Ausschließlichkeit des Wahrheitsanspruchs im Verhältnis zu anderen, konkurrierenden Theorieunternehmungen.»


Como toda teoría que desee dar solución a problemas que puedan surgir en cualquier parcela del universo, no será de extrañar que también la teoría de los sistemas sea capaz de retroceder hasta la antigüedad clásica y emparentarse allí con algunas concepciones filosóficas relevantes. Durante la antigüedad clásica la totalidad del universo intentaba explicarse mediante su división en distintas secciones compuestas por diversos elementos entrelazados o al menos relacionables. Por lo usual, al describir el mundo circundante, el filósofo de la antigüedad separaba de la totalidad ciertas partes -los sistemas-, dentro de las cuales analizaba detalladamente todo elemento. Una vez que cada minúscula parcela había sido diseccionada, observada y clasificada, la totalidad, o así al menos se creía, se había logrado dominar plenamente (Luhmann, 1991a: 20).

Lo erróneo de este planteamiento le queda muy rápidamente claro a Bertalanffy. Si el universo es como es, ello se debe no sólo a la composición   —280→   de cada partícula que forma parte de él, sino también al modo en que este elemento entra en contacto con otros de semejante configuración. Llevando esto a un ámbito sociológico, el funcionamiento de una sociedad determinada es explicable no sólo a partir de las características inherentes a los individuos que la componen por separado, individualmente, sino que se halla también altamente determinada por las relaciones que se producirán entre estos individuos. El intentar explicar el universo mediante la oposición entre el todo y sus diferentes partes, resulta por ello claramente insuficiente.

Bertalanffy no tarda, sin embargo, demasiado en encontrar la solución al problema que él mismo había planteado. Para incluir en la descripción del universo también las relaciones entre los elementos, la oposición entre la totalidad y sus segmentos que habían venido defendiendo los filósofos desde la antigüedad habrá de ser eliminada y sustituida por la diferencia asimétrica entre sistema y entorno. Como entorno se entenderá todo aquello que, por causas diversas, es excluido del sistema. El entorno será simplemente aquello de lo que, de forma voluntaria, el sistema decide separarse. Por decirlo en otras palabras: el entorno no es más que todo aquello que el sistema no es. El sistema, por otra parte, se presenta como un constructo complejo, autoproductor, en cuanto es él mismo el que decide y crea los elementos de los que se compone; autorregulador, dado que establece sus propias leyes por las que estos elementos han de regirse; y autorreferencial, pues cualquier comunicación que establezca el sistema se refiere siempre a sí mismo. Con ello, un sistema se perfilará como una construcción que regula de forma interna no sólo la composición y funciones de sus elementos, sino también las relaciones que deben producirse entre cada uno de ellos, resultando el análisis de la realidad mucho más completo de lo que había sido hasta entonces.

A partir de estos conceptos, Luhmann crea su teoría de los sistemas sociales. Impresionado por el cambio de metodología propuesto por Bertalanffy, decide concederle a la oposición entre sistema y entorno una importancia especial. Tanto es así, que llegará a afirmar que se trata del paradigma central de la nueva teoría (Luhmann, 1991a: 242), observación reiterada con frecuencia por otros teóricos posteriores (Schwanitz, 1990: 107). El sistema provoca de forma voluntaria una separación entre él mismo y su entorno. Es el sistema -y no el entorno- el que crea las fronteras, el que decide qué puede aceptar aún y qué ya no pertenecerá a él. Aunque esta capacidad de decisión le confiere una cierta autonomía, el sistema necesita, sin embargo, necesariamente   —281→   de su entorno para subsistir, pues un observador no podrá percibir el sistema mismo como ente aislado, sino únicamente los límites de éste. Sin fronteras, el sistema no existe. Así, para constituirse, al sistema le será imprescindible recurrir a un criterio de selección determinado que le permita reducir la complejidad estructural del entorno donde todo es aceptable, y diferenciar aquello que él mismo desea reclamar para sí. El sistema se conforma así alrededor de lo que Luhmann (1991a: 57) llama Leitdifferenz, directriz de diferenciación, y que no es más que un intento de diferenciación del sistema con su entorno sobre la base de una oposición binaria. El sistema selecciona, ateniéndose estrictamente a este código binario, aquello que no desea incluir dentro de sus fronteras, rechazando todo lo que no es parte de sí mismo. En su interior, el sistema podrá observar todo aquello que le rodea únicamente sobre la base de esa misma directriz de diferenciación, atribuyéndole a aquello que ve un significado muy concreto y acorde con su propia constitución, aunque ello no significa que todo lo que perciba no sea también explicable de otra manera desde otro sistema diferente.

Para clarificar estos ahora ya no tan novedosos conceptos, se recurrirá a la literatura. El texto elegido es la novela de E. A. Abbott, Flächenland (Schwanitz, 1990: 27). En ella el autor recrea un mundo exclusivamente en dos dimensiones, jerarquizado de forma muy compleja según el número de ángulos con el que cuenten sus habitantes. El protagonista de la obra es un cuadrado que tiene ocasión de enfrentarse a una esfera, la cual ha tenido acceso a este mundo de superficies. Naturalmente, debido a las condiciones de su hábitat, el cuadrado la cree un círculo, y pese a la insistencia de la esfera, el cuadrado se revela como incapaz para reconocerla como lo que realmente es. Para mostrarle su equivocación y realizando un tremendo esfuerzo, la esfera logra arrancar el cuadrado del interior de su sistema e insertarlo en el exterior de éste en un mundo tridimensional. Desde el entorno del sistema al que perteneció, el cuadrado se percata de que en la realidad hay múltiples posibilidades que para él hasta entonces habían permanecido ocultas y que su visión del mundo anterior había sido muy limitada. El mundo del cuadrado protagonista de esta obra se estructura alrededor de la bidimensionalidad. Para subsistir y protegerse de un entorno mucho más complejo por necesidad, el sistema habrá de interpretar cualquier objeto que encuentre en su interior como clasificable según esta directriz. De hecho, cuando el cuadrado, al final de la historia, penetra de nuevo en el mundo al que perteneció una vez e intenta romper la estructura del sistema tratando de obligar a los demás a   —282→   aceptar la tridimensionalidad, el sistema opta por sacrificar el cuadrado como hereje y seguir protegiéndose a sí mismo. La admisión de la bidimensionalidad como único modo de vida posible garantizará la subsistencia de este sistema en concreto.

Naturalmente, mientras que el sistema ofrece una única posibilidad de describir la realidad, el entorno ha de conformarse necesariamente de forma mucho más compleja. En el entorno tiene cabida todo aquello que un sistema en concreto rechaza, pero que puede llegar a formar parte de otro sistema diferente. En una misma realidad coexistirán así múltiples sistemas no idénticos. Cada uno de ellos, estructuralmente organizado en torno a un código binario diferente, describirá aquella parte de la realidad de la que haya elegido ocuparse y marginará todas las demás, que dejará libre para otros sistemas. La totalidad puede calificarse de este modo como un conjunto de sistemas, formando parte cada uno de estos últimos del entorno de otras agrupaciones de estructura similar.

Habrá que insistir sobre esta última idea. Cada uno de los numerosos sistemas que conforman la realidad no se opone a ningún otro sistema concreto, sino a un entorno, dentro del cual se engloban todas aquellas concentraciones de elementos que se han denominado aquí sistemas. Esto no sólo le confiere a cada sistema cierta independencia, pues no ha de adaptarse ni regirse por ningún otro para, por negación, intentar definirse y realizarse, sino que también impide una jerarquización de sistemas dentro del entorno. Cada agrupación se constituye de forma autónoma alrededor del código escogido para ello y pretende dar solución a un problema muy concreto que cree haber encontrado latente en el universo. Dado que cada sistema es diferente y utiliza en su constitución una directriz que ningún otro podrá reconocer, será él el único que consiga dar respuesta a esa cuestión no resuelta que cree observar en la realidad. Con ello se convierte, como es evidente, en insustituible. Cada sistema se dedica a estudiar una sección muy limitada de la totalidad, pero se trata de un aspecto que sólo él puede clarificar y ningún otro más. Como todo sistema siempre llega a aportar algo; ninguno de ellos puede calificarse de menos interesante que otro.

Las selecciones de elementos pertenecientes a un sistema son, como ya se ha visto en el ejemplo proporcionado por Flächenland, elaboradas alrededor de un código que indica cuál será la oposición elegida por ese sistema para diferenciarse de su entorno, y que podrá facilitar en su interior la comunicación. Así, por ejemplo, la ciencia utiliza el   —283→   código verdadero/falso (Hoogeveen, 1993: 70), el sistema económico tener/no tener, el jurídico justo/injusto (Prangel, 1993: 17). Esto significa que el sistema jurídico sólo aceptará dentro de sus fronteras aquello que es justo y rechazará con la designación de injusto todo lo demás. Cualquier otro aspecto debe ser ignorado, cualquier otro código es irrelevante. De este modo, en un juicio, toda comunicación ha de elaborarse sobre la base del código justo/injusto, sin tener en cuenta ningún otro. Por ejemplo, valorar si el individuo que se está juzgando cuenta con importantes bienes materiales supondría una grave interferencia del sistema económico dentro del sistema judicial. Este último entraría en conflicto consigo mismo y ya no podría actuar correctamente. El sistema quedaría destruido en este punto por no haber sabido protegerse de perturbaciones externas.

Importante será ahora aquí señalar que para Luhmann, no serán los individuos los que integren determinados sistemas sociales, sino las comunicaciones. El código bipolarizado especifica el tipo de comunicación que va a producirse en el interior de cada sistema. Todos los individuos que deseen establecer comunicación dentro de un sistema determinado han de ponerse de acuerdo para comunicar sobre la base de ese código y no utilizar ningún otro mientras se hallen en el interior de ese sistema específico. Si un individuo se expresa utilizando valores del sistema económico, y su interlocutor desea comunicar acerca de amor, difícilmente se podrá producir una acción comunicativa, ya que ambos están actuando desde dos sistemas diferenciados. Esto no significa, sin embargo, que cada individuo haya de ceñirse en todo momento a un mismo sistema cuando desee participar en un proceso comunicativo. Es perfectamente posible que el juez que acaba de juzgar a un individuo sobre la base del código justo/injusto, y ha logrado comunicar de ese modo, en su vida privada pueda comunicarse dentro del sistema económico, cuando decide junto a su esposa si el presupuesto del que disponen es suficiente como para reamueblar su casa (Barsch, 1993: 41). En ambos casos se trata de sistemas diferentes, y, cuando se va a entablar comunicación, es necesario saber seleccionar el código adecuado para ella. Esto último significa que, mientras que una comunicación determinada sólo puede formar parte de un sistema específico, el individuo puede integrarse dentro de diversos sistemas si sabe emplear códigos adecuados para comunicar en cada uno de ellos.

Interesante será ahora que Luhmann no cree definible la comunicación como un proceso en el que se transmite información. Una transmisión, según Luhmann, implicaría por parte del emisor una entrega   —284→   de algo al receptor que él mismo ya no podrá poseer. Pero al emisor nada le falta una vez realizado el acto comunicativo, por lo que no es posible que se haya producido ninguna transmisión en el sentido estricto de la palabra. Según Luhmann (1991a: 194), la comunicación ha de redefinirse como actos muy concretos de selección que en sí constituyen la información. Así, de su entorno la comunicación marcará específicamente aquello de lo que desee diferenciarse y creará de ese modo su información, que se podrá describir entonces como una selección concreta efectuada en un momento dado de entre todo un repertorio de posibilidades que ofrece la realidad. Pero el proceso comunicativo se compone en total, según Luhmann, de tres selecciones. La segunda selección necesaria para que se desarrolle con éxito la comunicación será la elección por parte de ésta de un medio comunicativo determinado de los muchos que vuelve a ofrecer el mundo circundante. Se habrá seleccionado de esta manera qué y cómo se comunica. Pero para que exista verdadera comunicación, lo comunicado tiene que ser comprendido por un receptor. Y aquí es donde se produce la tercera selección. Luhmann menciona como tal la distinción por parte del receptor entre las dos primeras, esto es, el saber diferenciar la información de su medio y llegar así al mensaje. Como Luhmann mismo indicará, todo este complejo proceso de selecciones convierte la comunicación en extremadamente dificultosa. Dado que toda selección no es más que un constructo humano, el proceso comunicativo podría también desarrollarse de otro modo. La información es de determinada manera, pero también podría ser de otra si la selección escogida hubiese sido de carácter diferente. El medio seleccionado es uno en concreto, pero lo mismo podría haber sido otro. Y la comprensión del mensaje sobre la base de la distinción entre información y medio se produce en un momento dado, pero podría también no producirse. Una comunicación que desee ser exitosa ha de saber sortear todos estos obstáculos y efectuar de manera adecuada todas las selecciones (Schmidt, 1992: 26).

Es sobre todo para facilitar este proceso comunicativo, que tan impracticable parece en principio debido a las múltiples dificultades a las que ha de enfrentarse, por lo que Luhmann agrupa las comunicaciones en sistemas que se configuran alrededor de un determinado código. Los sistemas estarán así compuestos no por individuos, que podrían actuar en varios de ellos, sino por comunicaciones específicas, distinguiendo el autor dentro de lo social sistemas tan diversos como el económico, jurídico, político, educativo, religioso, científico y artístico, entre otros (Disselbeck, 1993: 158). Cada uno de ellos será insustituible,   —285→   pues cumple con una función muy determinada dentro de la sociedad, que únicamente él y ningún otro sistema más es capaz de realizar. Una jerarquía social se convierte en absurda, pues ningún sistema proporciona a la descripción de la realidad más que otro; todos ellos ayudan a conformarla. Esto significa que en este modo de descripción de los sistemas sociales, un sistema como el artístico puede llegar a considerarse como equiparable en trascendencia a, por ejemplo, el sistema económico. Y en esta comparación puede sustituirse a voluntad cualquiera de los dos sistemas mencionados por otro elegido al azar.

Para estudiar el sistema artístico, o, mejor dicho, para elevar al arte a la categoría de sistema, será necesario dilucidar si éste logra proporcionar a la sociedad algo que nadie más consigue aportar, y descubrir también en torno a qué código se constituye este sistema, qué elementos en virtud de qué diferencias se incluyen dentro de él y cuáles no. La dificultad que rodea esta cuestión la muestran las soluciones sugeridas por diversos teóricos, que no sólo son muy variadas, sino también por lo usual duramente criticadas como poco consistentes por aquellos que desean adhesionarse a otra sugerencia.

La primera propuesta que debe ser mencionada aquí será sin duda la del mismo Luhmann. Para el arte, Luhmann propone como función esencial, no desarrollada por ningún otro sistema, la confrontación de la realidad con otra realidad posible (Plumpe, 1993: 27). El arte serviría para recordar al individuo que todo lo existente tiene también otras posibilidades. Como se trata de una función que únicamente el sistema artístico puede aportar, éste se convierte con ello automáticamente en imprescindible. El código que este sistema utilizaría, sería, según Luhmann, la disyunción entre bello y feo (Plumpe, 1993: 22). A fin de que esta clasificación resista el paso del tiempo, Luhmann decide no especificar qué ha de entenderse por bello y qué será lo feo. Cada época determinará por sí misma qué desea incluir dentro de estos conceptos, por lo que no pueden ser ahora definidos para siempre. Al igual que el sistema judicial podrá revisar continuamente qué ha de considerarse justo o injusto, también el arte irá cambiando posiblemente su concepción de lo feo y de lo bello. Importante será sólo que se rige por un código que no afecta ni es aceptado por ningún otro sistema de los que componen el sistema social, para que no se produzcan interferencias de ninguna clase.

Sin embargo, pese a que Luhmann creía haber descubierto un código lo suficientemente amplio como para poder ser aceptado por todos,   —286→   muy pronto surgen las críticas. Plumpe y Werber rechazan esta propuesta de Luhmann, pues consideran que el hecho de indicar que existen otras formas de realidad no es suficiente como para constituirse en sistema independiente. Se deciden así por presentar una propuesta alternativa que creen mucho más efectiva: interesante/aburrido. Lo bello en ocasiones puede llegar a coincidir con lo interesante, pero es el hecho de resultar aburrida y no fea lo que excluye cualquier obra del sistema artístico. La función del arte será entonces una que no cumple ningún otro de los sistemas sociales que se dan en la realidad: el entretenimiento (Plumpe, 1993: 33). La aparición de nuevas estructuras sociales y modos de vida que tiene lugar a partir del siglo XVIII conlleva también el surgimiento de un tiempo no específicamente dedicado a ninguna actividad y no regulado de forma estricta que el hombre podrá destinar a lo que desee. No acostumbrado a permanecer ocioso, éste precisa alguna actividad que le mantenga ocupado y a la vez resulte satisfactoria. Es en ese momento cuando, como exigencia social, aparece el arte como respuesta, como nuevo sistema que proporciona al individuo algo interesante con lo que ocupar su tiempo libre (Plumpe, 1993: 33).

Si se acepta, sin embargo, tanto el código propuesto por Plumpe y Werber como la función que estos le atribuyen al sistema artístico y por lo tanto también a la literatura como subsistema del arte, ello implicaría que no podrá hablarse de arte con anterioridad al siglo XVIII, pues las estructuras sociales de etapas predieciochescas no permitían el ocio tal como se comenzó a conocerse por entonces. Siendo consecuentes con sus propios postulados, Plumpe y Werber sitúan la aparición del sistema artístico, y con ello de la literatura como subsistema del arte, alrededor de, aproximadamente, 1770, y rechazan como no literario todo aquello que pudiera haber surgido previamente. La historia de la Literatura habría de comenzar, según estos autores, a partir de la Ilustración, apareciendo consecuentemente como etapas carentes de sistemas literarios el Renacimiento, el Barroco, la Edad Media y la Antigüedad Clásica, entre otros. Sí que reconocen los autores que se producen en aquellas fechas comunicaciones con ciertos valores estéticos, pero éstas jamás podrán calificarse de literarias, puesto que son polifuncionales, es decir, su misión fundamental no es el entretenimiento, sino alguna otra perteneciente a otros sistemas sociales diversos.

Sin embargo, algunos autores, aunque reconocen la aparición de un sistema literario moderno sólo a partir del siglo XVIII, no por ello   —287→   rechazan la posibilidad de existencia de un sistema artístico anterior. Muy acertadas parecen en este contexto las conclusiones de Siegfried J. Schmidt, quien distinguirá entre «vormoderner» y «moderner Literatur», pero subrayando que:

«Mit Blick auf den Literaturbereich besagt diese These, daß sich im Laufe des 18. Jahrhunderts in Deutschland ein soziales System Literatur herausbildet, dessen Entstehung an die Transformation der Gesamtgesellschaft, also an das Wandlungsyndrom 18. Jahrhundert gebunden und nur von dort her erklärt werden kann. Diese These wiederum impliziert keineswegs, daß es literarische Autoren und Leser sowie literarische Diskurse erst seit dem 18. Jahrhundert gegeben habe. Vielmehr soll damit ausschließlich behauptet werden, daß sich erst in diesem Jahrhundert Literaturfokussierende Aktivitäten funktional ausdifferenzieren, im Rahmen eines eigenständigen selbstorganisierenden Sozialsystems institutionell organisieren und über systemspezifische Funktionen für andere Sozialsysteme sowie die Gesellschaft legitimieren».


(Schmidt, 1989: 15)                


Es decir, que el sistema literario no se constituye como sistema independiente y autónomo con anterioridad al siglo XVIII, sino como sistema heterónomo y dependiente. Sin embargo, aunque el sistema religioso influyese en otras etapas históricas sobremanera sobre el sistema artístico, al igual que, en realidad, determinaba todos los demás sistemas sociales, ello no implica necesariamente que todas las obras anteriores a la Ilustración deban considerarse como meras comunicaciones aisladas con cierto valor estético. Para Schmidt, la función de la literatura será la posibilidad que le proporciona al individuo para llegar a realizarse a sí mismo. Lo distintivo de la literatura será literario/no literario, lo que de nuevo algunos teóricos rechazan argumentando que en ese caso el código de la ciencia, por ejemplo, podría ser científico/no científico y así sucesivamente (Werber, 1992: 26) y considerando que tal código no llega a determinar nada específico. Schmidt, sin embargo, explica su decisión aclarando que todo lo que se encuentra en el interior del sistema se verá como literario; todo lo exterior en cambio no lo será. Si cualquier comunicación, en principio no literaria, se integrase de algún modo dentro de este sistema, el sistema, para protegerse, trataría de adaptarla a sus propias estructuras internas y explicarla como literaria. Esto significa que las comunicaciones no son literarias de por sí, sino únicamente comprendidas como tales, y esto ocurrirá en cuanto se integran, siguiendo unas normas preestablecidas, dentro del sistema literario y se les aplica el código literario/no literario (Winko, 1991: 116). Repitiendo lo ya formulado en otro apartado, los mismos textos pueden pasar de ser percibidos como   —288→   literarios a no serlo y viceversa. Schmidt así cita un ejemplo de un texto originariamente no creado dentro del sistema literario, que, sin embargo, fue comprendido de este modo. El siguiente texto informativo fue presentado a varios críticos literarios de renombre para que adivinaran su procedencia:

«Zwei Feuerstöße aus Polizeimaschinenpistolen machten am Sonntagmorgen der 'Kuh von Lüdenscheid' den Garaus. Das Tier hatte am Wochenende die Wälder im Gebiet von Meinerzhagen und Lüdenscheid (Sauerland) unsicher gemacht und Menschen angegriffen. Schließlich konnte ein Polizeihubschrauber die bösartige Kuh ausfindig machen und die Besatzungen von fünf Streifenwagen versuchten, sie einzufangen. Als die Kuh wütend auf die Beamten losstürmte, feuerten die Polizisten»


(Schmidt, 1980: 302),137                


Sorprendentemente, los críticos no interpretan el texto como informativo, sino como propio de un sistema literario en el que ellos mismos se hallan inmersos y dentro del cual se les ha insinuado que puede integrarse el texto. Así, Walter Matthias Diggelmann sospecha que se trata de una tardía producción del escritor Böll a causa de ciertos rasgos satíricos; Peter Wapnewski observa una fantasía grotesca y le atribuye el texto a Franz Kafka; otros críticos realizaron declaraciones similares. Todo lo cual llevó al periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, que publicó toda la historia cuando se produjo, a constatar que el crítico literario parece condenado a descubrir significados literarios en todo tipo de textos (Schmidt, 1980: 303).

Todo ello es fácilmente explicable. Los críticos, deseando establecer comunicación dentro del sistema de la literatura, simplemente se ponen de acuerdo previamente para comunicar en torno al código literario/no literario. Aun cuando el texto originariamente no se concibió como literario, sí que se integró, de manera casi forzosa, dentro del sistema. Y tal como el cuadrado en el ya lejano ejemplo no podía interpretar la esfera que se introdujo en su mundo más que como un círculo (por ser ésta la forma aceptada en su sistema), los críticos no pueden   —289→   realizar una interpretación no literaria de un texto que se supone perteneciente al sistema. La oposición literario/no literario se constituye de este modo como perfectamente válida.

Naturalmente, no existe un sistema literario único que se haya mantenido estable a través de todos los tiempos. El concepto de lo literariamente válido es diferente para cada época, y en cada caso se considera relevante destacar valores específicos que no parecen significativos en otra. Cada época crea unos factores de socialización muy determinados, que condicionan altamente el tipo de comunicación literaria construida paralelamente por los individuos en sus respectivos cerebros. Como el código literario establecido es, simplemente, literario/no literario, cada individuo ha de tener muy claro cómo se produce esta diferenciación en la práctica y cuáles son las características adicionales de lo literario dentro del sistema que existe en este espacio temporal concreto.

Esto significa entonces que el historiador literario debe analizar cada sistema literario ateniéndose a la concepción artística imperante en cada época. Labor del historiador será olvidarse de lo que hoy se entiende por literatura y reconstruir el sistema literario imperante en cada época, para lo que debe recurrir a las declaraciones de integrantes del sistema literario que desee analizar que pudieran llevarle a clarificar el concepto de lo literario aceptado por entonces. Una vez analizados los factores determinantes que condicionan la comunicación literaria, y los factores que convierten a una comunicación en literaria, la reconstrucción de las acciones que conforman el sistema literario de otra época será tarea, si no sencilla, sí realizable con expectación de resultados viables, abriéndose aquí una nueva perspectiva para los estudios comunicativos literarios.


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