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ArribaPasión intacta

George Steiner


Madrid: Ediciones Siruela, 1997

En este amplio volumen de quinientas páginas recoge su autor intervenciones orales y escritos, de algunas de cuyas posturas crítico-literarias vamos a dar idea y a hacer una glosa; además el texto incluye capítulos de carácter más filosófico-político que no poseen menos interés ni importancia.

Para un estudioso de la lengua y la literatura la tesis decisiva del presente libro es acaso la que aborda el problema del leer y de cómo hacerlo: leer se nos presenta en tanto una inquietud sin término, un afán espiritual interior que se posee o no se posee. No importa tener la profesión filológica; el deseo de leer está en nosotros o no está, independientemente de que seamos filólogos, o médicos, o empleados del metro, y desde luego la observación de la realidad muestra que en todos los colectivos profesionales hay a quienes no les importa leer y de hecho leen muy poco: «El que no haya experimentado -mantiene Steiner- la fascinación llena de reproches de las grandes estanterías llenas de libros no leídos [...] no es un verdadero lector. [...] No es un lector quien no ha escuchado en su oído interior la llamada de los cientos   —374→   de miles, de los millones de volúmenes contenidos en los fondos de la Biblioteca Británica [...] que piden ser leídos».

La vida biológica de cada lector es muy fugaz, pero tiene la vocación de leer (según la bella proclama de Steiner) quien lleva en su interior la llamada de todos los textos que reclaman ser leídos: como queda dicho, se trata de una inquietud que nunca puede apagarse y que llena y domina a quien la tiene, a quien es poseído por tal desasosiego feliz.

Se trata por tanto de leer, pero ¿cómo leer?, ¿cuáles son las cautelas y garantías con que debe hacerse? A esto va respondiendo de manera muy sensata y con perfiles nítidos George Steiner.

En primer término, señala nuestro autor que «el intelectual es sencillamente un ser humano que cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano», es decir, que la lectura del intelectual problematiza lo que lee, reflexiona y argumenta sobre ello, y así en el límite de lo que podemos considerar un acto de lectura completo «late el deseo de escribir un libro en respuesta». No se trata sólo de la satisfacción de haber leído, del entretenimiento o el estímulo a actuar de una determinada manera que supone, etc., sino que estamos ante un hecho añadido: el intelectual tiende a dar respuesta a lo que lee, es decir, lo problematiza; nadie se da cuenta de todo ni lo sabe todo, y de esta forma la respuesta problematizadora de lo leído -si no es sectaria, malintencionada o necia- enriquece el planteamiento del primer autor. Tiene razón Steiner: el intelectual de verdad responde siempre a lo que lee, bien implícita o a veces explícitamente.

Se trata, pues, de leer con criterio, no pasiva ni ciegamente (por supuesto, llegar a tener criterio es tarea de años y en realidad casi de toda la vida, ya que siempre cabe madurar en profundidad y en extensión de conocimientos), y se trata de leer además sin trampas ni chapuzas, es decir, estamos ante el leer los textos completos y a ser posible a los autores en la totalidad de sus escritos.

Hay que hacer frente en primer lugar -viene a decirnos Steiner- a «lo que la moda del momento considera productos inferiores», es decir, que no puede atenderse sólo a los textos que se encuentran en el mercado. Esto nos parece de importancia capital: los textos relevantes no son por necesidad los que se hallan en el mercado, y por tanto falsea las proporciones verdaderas y relativas de lo real quien atiende nada más que a tales textos.

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El lector maduro sabe de la importancia de un autor aunque sus textos sean difíciles de encontrar, mientras que lo que se nos ofrece en los escaparates es a veces puramente redundante cuando no trivial o innecesario: el intelectual maduro se distingue radicalmente del inmaduro en que no confunde la actualidad de los textos con su valor. Hoy en día estamos asistiendo incluso a que datos accesibles por procedimientos informáticos y a la disposición de todos, se publiquen como investigación firmada y sin que vayan acompañados quizá de lectura real alguna.

Junto a esta idea que se desprende de lo dicho por Steiner, él mismo insiste en que, en efecto, «sólo cuando conocemos a un autor en su totalidad, cuando nos inclinamos con especial cuando no quisquillosa solicitud hacia sus 'fracasos' y de esta forma construimos nuestra propia visión de su vigencia, el acto de la lectura es auténtico». Leer se constituye así en una actividad interpretativa de lo que se propuso el autor y de lo que logró hacer en relación a eso que se propuso, e interpretativa de los logros que alcanzó. Saber ver el propósito del escritor, lo que alcanzó y lo que no alcanzó, y valorarlo todo, constituye el contenido de la empresa crítico- literaria.

Saber leer y luego leer bien es un trabajo esforzado y absorbente, que ha de llevarse a cabo en la serenidad tensa del esfuerzo individual en soledad, en condiciones materiales de silencio: «La lectura seria -llega a indicar Steiner- excluye incluso a los íntimos», es decir, reclama unas condiciones materiales de toda tranquilidad y silencio.

La lectura o interpretación y avaloración de textos supone desde luego el empleo de recursos técnicos, y así nuestro autor subraya la necesidad de tener frescos los conocimientos gramaticales, métricos, eruditos, etc., que reclama la buena interpretación de las obras analizadas: «Debemos aprender a analizar frases y la gramática de nuestro texto. [...] Tendremos que volver a aprender la métrica. [...] Buscaremos [los] rudimentos de reconocimiento mitológico y escritural, de recuerdo histórico»; se trata, pues, de saber penetrar bien en la textura formal y de contenido de los discursos, para poder entenderlos en sus intenciones y en sus logros y poder valorarlos luego.

Según está apuntado, la verdadera lectura es la que interpreta y además juzga, y George Steiner lo deja establecido con claridad y lo repite: «El acto y el arte de la lectura seria comportan principalmente dos movimientos del espíritu: el de la interpretación (hermenéutica) y el de la valoración (crítica, juicio estético). Los dos son estrictamente inseparables.   —376→   Interpretar es juzgar. [...] La falta de un juicio crítico o de un comentario estético no es interpretativa», es decir, es una falta que da lugar a que no haya verdadera interpretación.

Ciertamente, ocurre que, si se sabe interpretar la consistencia o mismidad de una obra, nos será posible juzgarla y debemos juzgarla: en las ciencias del espíritu cada obra se avalora por sí misma, y la avaloración que corresponde a cada una de ellas debemos hacerla siempre. Por supuesto, el crítico literario puede equivocarse: siempre ha de tenerse presente la verdad del dicho coloquial de que no critica quien quiere sino quien puede, es decir, que un texto no resulta logrado o no porque nosotros lo digamos, pues podemos no saber entenderlo.

Por ejemplo, que hoy día se lea poco -tenemos la sensación- a estudiosos como Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, José Fernández Montesinos, Emilio Orozco, José Antonio Maravall, etc., no significa en absoluto que no lo merezcan y que un planteamiento adecuado de las cuestiones filológicas no lo reclame: indica más bien que no sabemos tener criterio a veces, y que preferimos escritos más triviales que los de los autores que (a manera de ilustración) acabamos de mencionar. En ocasiones también parece subrayarse más la acumulación y ordenación de ejemplos por parte de don Salvador Fernández Ramírez que su enfoque teórico, que nosotros creemos que, asimismo, existe: se trata de otra equivocación en el análisis. Etc.

En definitiva, lo que viene a postular George Steiner es el trabajo filológico; lo que él hace es una apuesta en favor de la filología y de la mejor filología: «Al final del camino filológico, hoy y mañana, hay una lectura mejor, hay un significado o una constelación de significados dispuestos a ser percibidos, analizados y elegidos por encima de otros. En su auténtico sentido la filología es el camino adecuado». La filología excluye la interpretación arbitraria de los textos, pues reclama que sepamos establecer todo lo que el texto dice y no establecer lo que el texto no dice; creer que todo texto dice casi a cada lector lo que él llega a ver es en verdad ahorrarse el penoso trabajo de interpretarlo filológicamente. Los análisis sólo formalistas -hemos dicho alguna vez- pueden esconder quizás en ocasiones una falta de esfuerzo en el estudio histórico-cultural, que resulta bastante complejo y específico en cada caso y que obliga al profesional a diferentes lecturas y afanes fuera de lo estrictamente literario o lingüístico.

A no ser que no sepamos entender a Steiner, nos extraña que a la par que proclama con verdadero entusiasmo la capacidad hermenéutica y   —377→   avaloradora de la filología, concluya, asimismo, en que «cuando leemos de verdad [...] hacemos como si el texto (la pieza musical, la obra de arte) encarnara (la noción se basa en lo sacramental) la presencia real de un ser significativo», y en que «el arte, la música y la literatura occidentales han hablado desde los tiempos de Homero [...] de la presencia o de la ausencia de Dios». Leer de verdad es lo mismo que comulgar, y nos remite en definitiva a Dios, parece decirnos George Steiner; por nuestra parte, nos quedamos con su proclama magnífica en favor del análisis estrictamente filológico.

Una prueba más de la apuesta por el análisis filológico específico que postula nuestro autor se encuentra en otro pasaje suyo en el que rechaza en tanto «verdad trivial» la afirmación de que todas las lenguas «están cortadas por el mismo patrón»: Steiner rechaza la sola descripción de las lenguas mediante universales que postula el Chomsky de Aspectos de la teoría de la sintaxis, y del espíritu de todo lo dicho por él sobre la interpretación y avaloración de las obras de arte se deduce que rechaza también el análisis genérico de las mismas. Ya hemos dicho varias veces por nuestra cuenta que la filología establece la consistencia concreta de cada obra particular, y que poco explican los análisis genéricos que se limitan a establecer en un texto la presencia en el mismo de universales del imaginario humano, por ejemplo: tanto en lingüística como en literatura, las explicaciones particulares son superiores aclaratoriamente a las explicaciones genéricas.

Justo por estar a favor de la mejor filología, Steiner no coincide tampoco con las tendencias críticas deconstruccionistas, y desestima de esta forma las «estrategias de la diseminación» y el que «los deconstruccionistas recha[ce]n la noción de auctoritas personal».

Nuestro crítico describe, efectivamente, cómo es el acto de lectura de un deconstruccionista, y mantiene: «La adscripción de sentido, la preferencia de una posible lectura sobre otra, la elección de esta explicación y paráfrasis y no de otra, no son más que la opción o ficción lúdica, inestable e indemostrable de un escáner subjetivo que construye y deconstruye registros puramente semióticos según le indican que lo haga sus momentáneos placeres, su política, sus necesidades o sus decepciones psíquicas. No existen procedimientos de decisión racionales o refutables que permitan la elección entre una multitud de interpretaciones.»

El mejor análisis filológico sí que constituye una decisión interpretativa racional, y a esta racionalidad en la interpretación de los textos   —378→   es a la que debe aspirarse; la glosa deconstructiva -se llame así o no, se tenga conciencia de ella o no-, cae, como bien dice nuestro autor, en el lado de acá del humor psíquico cambiante, y a veces ha caído en el de la falta de capacidad profesional o el de la pereza o el apresuramiento: es lo que tradicionalmente se ha llamado tomar a la literatura como pretexto para hacer (mala a veces) literatura.

En fin, queríamos llamar la atención sobre un hecho advertido por George Steiner: «La iconografía, tal como la practicaba [...] Panofsky, [...] así como la historia y la filosofía de la música a la manera de Adorno, son parte esencial de la literatura comparada»: estamos ante el que se ha tenido por «comparatismo» entre las artes, que indaga en las correspondencias y analogías entre poesía y pintura, etc. Entre nosotros postuló el procedimiento don Enrique Moreno Báez, y lo postuló así mismo y lo practicó con decisión y talento Emilio Orozco Díaz, uno de los mejores estudiosos literarios de su generación; este comparatismo no es un mero hacer ensayo poco riguroso, según a veces se ha pensado, sino que bien llevado a cabo establece e ilustra resultados críticos certeros.

En dos palabras: George Steiner hace, entre otras cosas, en su Pasión intacta una apuesta en favor de la filología más escrupulosa y rigurosa en el análisis y avaloración de los textos y las obras artísticas; su tesis irreprochable es la de que la interpretación de lo artístico debe ser siempre filológica.

Las obras artísticas tienen una fecha, se diría que viene a proclamar nuestro crítico; toda creación estética debe entenderse así a la luz de lo filológico-concreto más estricto, que va desde las estructuras formales elocutivas a las alusiones culturales y al marco histórico todo en que esa creación ha surgido y en la que tiene significación inteligible: esa significación es la que con criterios y métodos racionalmente contrastables ha de intentar establecer el estudioso.

La pasión intacta por la que aboga George Steiner es, entre otras cosas, la pasión por la lectura, el impulso que nunca se extingue por conocer nuevos textos, nuevas músicas,..., y la pasión por el análisis y la avaloración de las creaciones artísticas que conozcamos.

Francisco Abad