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ArribaAbajoViaje de Italia 6.º

Ferrara, Verona, Vicenza, Padua, y Venecia


Septiembre 13.

Salgo de Bolonia en un carricoche, con un jesuita mejicano, buen hombre. Por espacio de ocho o diez millas, hermosos campos, como todos los que rodean a Bolonia; buen camino. Después el camino y el campo empeora, menos árboles y menos cultura, se atraviesa el Rheno en barca; sigue el camino por la antigua madre de este río, y antes de llegar a Ferrara, un pequeño brazo del Po.

Esta Ciudad situada en país llano y abierto, está murada a la moderna, pero su grande extensión hace imposible la defensa en caso de ataque; tiene, no obstante, una buena ciudadela, que es lo único que se podría guarnecer. La parte nueva de la Ciudad, esto es, la construida en tiempo de sus últimos Duques, tiene calles llanas, rectas, espaciosas, larguísimas con ánditos a los lados para la gente de a pie, que no se hallan tales en ninguna otra ciudad de Italia de las que he visto, bien que los edificios no corresponden a la hermosura del plan. Ni hay gente bastante que ocupe tanto espacio, y así es que la parte más bella de la ciudad es donde hay menos tráfago, y está más desierta. Su vecindario llega a treinta mil almas; en el tiempo de su mayor grandeza no excedió de sesenta mil; hay un barrio de judíos, ropavejeros y usureros, como en todas partes.

En la Plaza del Duomo hay dos estatuas de bronce, que representan dos duques de Ferrara; Borso, que murió en 1471, figura sentada con traje corto y un bonete en la cabeza, cónico, parecido bastante al de Pulcinella. La otra es del duque Nicolao, representado a caballo, con un sombrero o bonete de extraña hechura; el caballo es bastante bueno, el jinete, como también la estatua de Borso, son de corto mérito. El castillo, o antiguo palacio de los duques, es una casa fuerte, con torres, puentes levadizos y foso de agua corriente que la circunda, aquí habita el Legado Pontificio con guardia de suizos y caballos ligeros, como el de Bolonia. En las salas de este castillo se conservan algunos frescos de Dosso Dossi, muy estimables, en la que llaman del Consiglio, representó juegos gimnásticos, con grande inteligencia del desnudo, buenos grupos y actitudes; en otra, juegos de geniecillos, cosa graciosa y bien entendida; en otra, la Aurora, Diana y Endimión, y en una estancia pequeña, dos triunfos de Baco, entre los cuales hay otra pintura de igual tamaño que representa la vendimia, atribuida al Tiziano. En un pequeño gabinete, perteneciente a las habitaciones que ocupa el Ayuntamiento, contiguas al Palacio, hay también pinturas sobre fondo de oro, de gusto arabesco, con figuras alegóricas y geniecillos, del mismo Dossi, cosa de gran mérito, en mi opinión, por la simplicidad y gracia del diseño y la suavidad agradable del colorido.

El Palacio se comunica por medio de un largo corredor, en que hay puentes levadizos de trecho en trecho, con otros edificios que son una ampliación del mismo Palacio, hecha en tiempo de los duques, donde están varias oficinas públicas, y entre ellas la que llaman delle acque. En ésta se despacha todo lo perteneciente a los trabajos del Po, cuyas crecidas ponen en consternación todo el país, y la inundarían y arruinarían si no se cuidase con incesante vigilancia de fortificar y levantar las márgenes artificiales que le contienen. Si la geografía debió su origen a las crecientes periódicas del Nilo y esta ciencia tuvo su origen en Egipto, puede asegurarse, considerándola parcialmente, que en Ferrara ha llegado a su perfección. En esta oficina hay una multitud de mapas y planos impresos y manuscritos, no sólo del curso del Po, sino de todas aquellas provincias cuya destrucción amenaza continuamente el curso que han tomado sus aguas en varias épocas; su anchura, su profundidad, la elevación de su fondo sobre los terrenos adyacentes, los canales que en gran parte debilitan el caudal de sus aguas, y, sobre todo, la exacta dimensión de la extensión y alturas de todo el país, juntamente con la de todos los términos de los pueblos, subdividida en las haciendas de los particulares, para conocer cuáles son los puestos más expuestos y arreglar las contribuciones de los propietarios y comunidades; todo está expresado con la mayor individualidad. Los gastos anuales de las márgenes del Po ascienden a cincuenta mil pesos duros; el fondo del río se va levantando sucesivamente, y al fin, aun suponiendo de parte de los hombres toda la actividad posible, llegará el día en que rompiendo los límites que le contienen, inunde aquel país, que hasta hoy le ha disputado y le usurpa la industria humana.

No vi en Ferrara, en materia de edificios, cosa que merezca particular elogio; hay, no obstante, algunas casas grandes, con fachadas de ladrillo adornadas con buen gusto de arquitectura, y el Palacio del Marqués Villa de Piedra, por el estilo toscano, labrado de alto abajo, en puntas, como la Casa de los Picos de Segovia, fábrica noble y robusta, como las de este género que se ven en Florencia. El Jardín del Marqués Camilo Bebilacqua, que aquel caballero a franqueado generosamente a uso del público, está adornado en confusa multitud de grupos, estatuas, torsos, términos, bustos y otras obras de escultura, la mayor parte ejecutadas en piedra arenisca, pintada de blanco, que con facilidad se destruye, no deja de haber entre tantas piezas algunas bastante bien hechas; pero la mayor parte de ellas son cosa detestable; la profusión con que están hacinadas en tan corto espacio, daña mucho a la belleza del jardín, en el cual no se ha omitido, por otra parte, cosa alguna para hacerle deleitoso; calles de ramaje, plantío de árboles, galerías, circo, cuadros, flores, fuentes, café, belvedere, teatro rústico, juegos de sortija, mecedor, blanco... Todo ello anuncia poca delicadeza de gusto en su poseedor, falta de plan, mala elección de artífices, y un celo generoso y laudable de hermosear este recinto en obsequio de sus conciudadanos. En España no hay un solo ejemplo de esto, y el que le diese sería acreedor al agradecimiento público. Hay una serie de bustos que adornan una parte de este jardín, y todos ellos representan los varones más célebres de Ferrara y entre ellos, como es de creer, tiene lugar el divino Ariosto, a éste aluden los tercetos del soneto siguiente, en que celebró mi amigo el conde Conti el jardín de Bebilacqua, y dice así:


    «Ove son le poc'anzi informi zolle
di questo loco, e gli aridi virgulti?
Verdi io trovo non pur bei rami adulti,
e dai fior l'aria profumata e molle.
    Ma tempio, circo, labirinto, e colle,
loggia, theatro, e calli al sole occulti,
e fonti, e marmi in mille forme sculti;
poi superba piramide s'estolle.
    O vate, onor del Po, ch'opra d'industre
man qui vegg'io? tai meraviglie in carte
finger solevi, e questi or m'offre il vero,
    ond'e, ch'emula ognor Ferrara illustre
del greco genio, del saper, de l'arte,
vanta il Pericle in lui, se in te l'Omero»



La Cartuja de Ferrara es una de las más grandes de Italia, y se dice que la Ciudad de la Mirandola cabe dentro de ella. Hay varios modos de servicio a Dios quien le sirve en celdas consagradas y claustros magníficos hartándose de tortas y quien limoseando tortillas en un camisón sucio, más sucio que estrecho, unos vestidos de blanco, otros de negro, unos afeitados, otros con barbas, todos les sirven y eso basta para nuestra consolación.

La iglesia de este Monasterio es como cualquiera otra; esto es, no tiene la forma ni divisiones que se lo ven en las demás de esta religión para mí esto también me parece hasta indiferente; hay en ella buenas pinturas, y en el refectorio un gran cuadro de las bodas de Caná, obra de Bononi, muy estimada. Borso, Duque de Ferrara, fundador de este convento, está enterrado en el patio o cementerio, con un sepulcro sencillo, renovado pocos años ha.

En la Iglesia de Santa María in Vado y en el Giesú hay también pinturas de mérito. Fui a la de San Benedetto a venerar las cenizas del grande Ariosto, que se conservan en digno sepulcro de mármoles, y en lo interior del convento vi su retrato pintado, según se dice, por Dossi, contemporáneo suyo; moreno, delgado, nariz aquilina, frente espaciosa, ojos vivaces, barba negra. No muy lejos de esta iglesia está la casa en que vivió, bien conservada todavía, medianamente grande, con inscripciones en su fachada que hizo él mismo. Allí escribió las obras que admira justamente la posteridad, y no es posible acercarse a ella sin una cierta veneración, debida a la memoria de tan grande ingenio.

En una plaza que está en la parte nueva de la ciudad hay una gran columna de piedra, de muy mala proporción, con una estatua de bronce encima, que representa a Clemente VIII, primer pontífice soberano de Ferrara. Si estos monumentos anunciaran siempre el gobierno de un príncipe justo o las épocas felices de las naciones, ¡qué apreciables serían a los ojos de la posteridad!; pero las artes, envilecidas y venales tal vez, se ocupan en perpetuar la memoria de quien no debió existir. Pintores, escultores, poetas, eternizad la virtud, no aduléis la ignorancia ni el vicio y entonces las artes se llamarán, con razón, divinas.

El territorio de Ferrara no es comparable al de Bolonia, pero ni es un desierto, como algunos le pintan, ni existen ya las causas que en otro tiempo hicieron mal sano este país. La cultura de los campos se ha aumentado considerablemente, se han disecado muchos pantanos, se han dirigido las aguas por canales, haciéndolas útiles, y no es ya el aire de aquella ciudad contagioso y tercianario, como algunos viajeros ponderan, copiándose unos a otros sin examen ni reflexión; la gente come bien, bebe mejor y está colorada y robusta.

Olvidábaseme decir que hay un nuevo teatro aún no concluido del todo; la parte exterior no corresponde al objeto de este edificio, ni anuncia un templo de las Musas, lo interior está bien dispuesto, la sala es una elipse, cortada por el proscenio; todos los palcos tienen enfrente de la puerta un cuarto pequeño, como sucede en el nuevo teatro de Milán; hay un gran salón de baile, y otros para juego y conversación, debajo del piso del patio hay varias piezas para uso del público en el carnaval; la escena es espaciosa; inmediata a ella hay cuartos cómodos y separados para los actores, en suma, por su forma, distribución y comodidades, puede citarse como uno de los buenos teatros de Italia.

16. Salgo de Ferrara, lloviendo a cántaros, en un calesín sin techo, por un bello camino, con dos hileras de árboles a cada parte; se ven varios canales o sangrías del Po, navegables; campo ameno, frondoso y de abundantes pastos. A cuatro millas de Ferrara, llegando al pueblo llamado Lago Oscuro, se pasa en barca el Po, ancho, majestuoso, de apacibles orillas. Seguí adelante por el camino de travesía que conduce a Lendinara, incómodo en extremo, como todos los de este país, donde no hay una piedra. A pocas millas, se entra en el Polesino de Rovigo, provincia del estado Véneto, la tierra es un poco más quebrada, regada por mil partes con pequeños ríos, algunos de ellos sacados del Adige, cuyas inundaciones son igualmente funestas a este país que las del Po, y no exigen menor cuidado para contenerlas. Vi abundancia de moreras, sauces, lino, trigo y maíz, casas pobres, y el camino siempre incómodo.

Llegué a Lendinara, lugarcillo de unas dos mil almas, café, casino público para juntarse a conversación algunos días de la semana; capas de grana, peluqueros, iglesia con altar de mármoles y bronces. El campo ameno y bien cultivado, se ve a lo lejos la Villa de Este, solar de la ilustre Familia Estense, que reinó en Ferrara. La prosperidad de los habitantes de este país no corresponde a la fecundidad del suelo, porque casi todo está repartido en grandes propietarios, que viven en Venecia o en otras ciudades del estado, no siendo otra cosa los que labran las tierras que unos meros arrendatarios, o criados de los primeros. Si el dinero que produce la venta de frutos de este país se refundiera en él, le haría opulento; pero como los dueños viven fuera, sale fuera, y ésta es la razón de ver en medio de tantas campiñas bien cultivadas y fértiles, casas y habitantes infelices.

22. Salgo de Lendinara en compañía de Conti y un joven poeta muy enamorado, muy intrépido, con algunos vislumbres de loco, honrado y amable. Vi en la Badía el Adige, hermoso río, del cual, por medio de una compuerta, sale el humilde Adigeto; sigue el camino sobre las orillas artificiales del Adige, que estando muy alto de madre, amenaza estragos a todo aquel hermoso país, y es necesario contenerle con palizadas y malecones, y debilitarle sacando de él pequeños ríos. Más adelante se halla el Puente de Castagnaro, cuyos arcos sirven de compuertas para formar el que llaman Canal Bianco, que es otra sangría del Adige. Tiene diez arcos, y las compuertas se componen de vigas sueltas, alzando las que quieren hasta la altura que conviene, según la ocasión; en uno de los arcos hay puente levadizo para que puedan pasar las naves de vela. Se entra después en el Veronés, donde está Legnago, villa fortificada, aunque dudo mucho de su fortaleza, la divide el Adige en dos porciones, sobre él hay un buen puente de madera. Se está haciendo una iglesia nueva, de buen gusto, orden corintio, y en concluyéndose será el edificio más notable del pueblo. Vi en el suelo un pedestal medio enterrado, con inscripción romana, pero habiéndoseme perdido el anteojo no la pude interpretar.

Nos obsequió mucho el Conde Rambaldo, Oficial de artillería, joven, vivaracho, afectadísimo, de buen ingenio y agasajador. Vimos su museo, colocado en tres piezas, de las cuales la primera tenía cinco pies en cuadro, la segunda tres de largo y uno de ancho, la tercera era menor. Ocho estampas, seis bajorrelieves de yeso, un medio codo y dos narices de mármol, cuatro países de mal pincel y cinco miniaturas lavadas, éstas eran las artes y antigüedades. Dos docenas de conchitas de varias figuras, tres habas secas, un grano de cacao, dos pedacitos de hierro, uno de coral, otro de vidrio, un cangrejo seco, un escarabajo, seis moscones y una calavera, ésta era la historia natural, todo curiosamente colocado, según sistema, con sus letreros y sus números respectivos con relación al catálogo manuscrito. La librería ocupaba la mitad de la tercera pieza, y en ella vi hasta docena y media de tomos de dozavo, porque no cabían más ni mayores. A pesar de esta pequeñez microscópica, nos entretuvo gran parte de la noche, reímos y nos fuimos a la cama.

23. Dejo mis compañeros, y salgo solo en un carricoche para Verona, siguiendo en gran parte la orilla del Adige (que en latín se llama Atesi por si no lo sabe mi lector) con gran número de molinos flotantes. Tuerce después el camino, que es tan malo como el que dejo atrás, por falta de piedras, campos abundantes en mieses, multitud de moreras, canales de riego, gran llanura. Comí en Valese, me engaña el posadero en la cuenta (hizo bien). Sigo adelante, mirando al Norte y Oriente las montañas que por aquella parte terminan los fecundísimos llanos de Lombardía; empeora el camino, pero no por falta de piedras sino por falta de cuidado.

Llegué a Verona entrando por Porta Nova, de robusta y elegante decoración; me hospedé en la Locanda de Due Torri, magnífica, llena de escudos e inscripciones alusivas a los soberanos, príncipes y sátrapas que se habían alojado en ella, por cuya poderosa razón me sirvieron caro y mal. En el cuarto inmediato al mío se alojaba una moza bonita y petulante, vestida de hombre, que parecía un caponcillo y estaba en compañía de uno que no tenía nada de capón; nos dividía una puerta desvencijada. Las cosas que oí no son ciertamente para oídos castos; yo entre tanto leía las Noches de Young y me encomendaba a las ánimas benditas.

Se dice que Verona sea ciudad de sesenta mil almas, la mayor del estado Véneto, después de la capital; se extiende a la falda de una gran colina sobre la cual hay un castillo antiguo, con adiciones de fortificación moderna, corre el Adige por enmedio de ella; hay sobre él cuatro puentes de piedra y ladrillo, y desde el que llaman Ponte Novo se goza una vista muy agradable. El Jardín, que llaman de Justi, es singular en su línea, compuesto, como todos, de paredes de ramas, cuadros de boj, estatuas y fuentes muy malas, pero adornados con unos doscientos cipreses, poco más o menos, cuyas ramas empiezan desde el suelo, formando un cono muy agudo y altísimo, el piso está en declive, y esto favorece mucho a la perspectiva; a la extremidad del jardín está la colina, que ha sido necesario romper con pólvora para darle más extensión, formando un accidente pintoresco la aspereza de aquel peñasco, vestido de arbustos y yedras, que contrasta perfectamente con la cultura simétrica que tiene a sus pies; desde la parte más alta del jardín se ve toda la ciudad y sus amenos campos.

La Iglesia de San Zeno es antiquísima, a uno y otro lado de la puerta bajorrelieves de mármol, que representan pasajes del Viejo y Nuevo Testamento, cosa informe, aunque no tanto como los que adornan las puertas interiores, abultados en láminas de bronce, monumento antiquísimo; figuras monstruosas y extravagantes, hay también varias pinturas al fresco, de igual mérito, en lo interior de la iglesia, cuya construcción merece observarse por la mezcla de gótico y griego de que se compone. Entre las varias antigüedades que hay esparcidas por la ciudad una es el que llaman Arco de Gravii, según La Lande, fue sepulcro de una familia, a mí sólo me pareció un arco de triunfo, bastante parecido al de Tito; está muy destruido, y aún se ve la inscripción repetida, en que se dice que el arquitecto fue un tal Vitruvio, harto inferior en mérito al amigo de Augusto. Aún me pareció peor la Porta de Borsari, construida en tiempo de Galieno, consta de dos arcos, y sobre ellos, dos cuerpos, con doce ventanas, todo ello adornado por uno de sus lados con columnas corintias istriadas y frontispicios, esta obra manifiesta demasiadamente la decadencia en que estaban las artes cuando se hizo. Lo principal se me olvidaba, en la Iglesia de San Zeno hay una taza de pórfido, de una pieza, de tres varas y cuarta de diámetro, es opinión común que el diablo la llevó allí, pobre diablo, y en prueba de ello enseñan los agujeros que hizo en ella con las uñas. En la Iglesia de San Bernardino está la capilla de la Familia Pellegrini, obra del célebre arquitecto veronés San Micheli, que consiste en una rotonda de dos cuerpos, de orden corintio; una balaustrada sobre el primero (que se hubiera podido omitir), tres frontispicios, que forman los altares, con otro que sirve de puerta; nichos para estatuas entre ellos, y cúpula correspondiente al segundo cuerpo. Es obra majestuosa, de elegante proporción, y los adornos de arabescos en las pequeñas pilastras que hay en el primer cuerpo es de lo más delicado que puede verse.

Los palacios de Verona no son tan grandes como los de Florencia, pero su decoración es más elegante; en esta ciudad se ha cultivado, y se cultiva con acierto, la arquitectura, pero al cotejar las fábricas antiguas con las modernas hallé en éstas un no sé qué de afeminado y pueril que falta en las otras; los palacios de Canosa, Bevilacqua, Verzi, el de la Gran Guardia (que está sin acabar), y otros de que se hace mención en las descripciones de Verona, son obras de gran mérito, ni les falta a los que se han hecho modernamente, aunque en ellos se eche de menos aquella robusta majestad que caracteriza a los otros.

El Teatro Filarmónico es espacioso, formando la sala un semicírculo, prolongado por dos paralelas, contiguo a él hay un salón de baile; la compañía de cómicos que representaba cuando yo estuve no se componía de actores de grande habilidad. Fui a ver una comedia nueva intitulada Le vertigini del secolo. En ella no había más personajes de carne y hueso que un marido a la moderna, su mujer y una criada; los demás eran a alegoría, la miseria, el delito, la esperanza, el amor platónico, el amor glorioso, el amor humilde, las deudas, la soberbia, el capricho, la moda, la sátira, el cumplimiento... No hay para qué cansarse en ponderar las extravagancias y absurdos de tal comedión; el pobre público la sufría, sin atreverse a reír ni a llorar, yo hube de salirme antes de la suspirada catástrofe y esto se representa en la patria del Mafei, Comella, en todo su frenesí, no escribiría jamás embrollo más necio.

El Museo Lapidario está contiguo al teatro, colocado en una galería baja, de orden dórico, con un gran patio en medio. La entrada es un soberbio pórtico con seis columnas jónicas. Este museo es una numerosa colección de inscripciones griegas, o hebreas, árabes, etruscas, latinas..., bajorrelieves, aras, sepulcros, columnas miliarias, y otros monumentos no menos curiosos, pertenecientes a varios tiempos, colocado en las paredes con buen orden y numerado, para ver con facilidad, en el libro que corre impreso, la explicación de cada una de estas piezas. Sobre la puerta está el busto del Marqués Mafei, a quien se debe este importante establecimiento.

Verona está rodeada de muros, en parte antiguos y en parte modernos, incapaces de defenderla, tiene cinco puertas, las más de ellas construidas por el mencionado San Micheli; la mejor es la Porta Stupa, de orden dórico, como la Nova, de que ya se ha hecho mención. La parte exterior es más elegante, la que mira a la ciudad es toda almohadillada, de carácter robusto y sencillo, y en mi opinión debería ser al contrario, la elegancia adentro y la robustez afuera; de todos modos, es obra de mucho mérito.

Al entrar por la Porta Nova, se halla el Estradone, calle la más ancha que he visto en Italia, con ánditos a los lados para la gente de a pie, y más adelante la Plaza de Armas, ancha e irregular. La parte de la ciudad que se extiende a la orilla derecha del río es muy llana, la otra, edificada en las faldas de la montaña, tiene cuestas incómodas, calles torcidas y malas casas, no hay alumbrado de noche, defecto que no puede perdonarse a los italianos; en general está mal empedrada. Además de los palacios de que se ha hecho mención, deben verse los de Portalupi, Ottolini, Pellegrini, Pompei, el Seminario, la Aduana y el Nuevo Hospital que se está construyendo en la Plaza de Armas, fábricas todas hechas con buen gusto e inteligencia del arte. La portada del Duomo es obra gótica, muy antigua como todo el templo, consta de dos arcos, uno sobre otro; las columnas del cuerpo inferior estriban en dos grandes grifos, y esta idea la he visto muy repetida en las antiguas iglesias de Italia; la puerta tiene muchos adornos y varias figuras, entre ellas hay dos que representan a Roldán y Oliveros. Roldán está con yelmo en la cabeza, cabello largo, un gran pavés en la mano derecha, la espada Durindana, cuyo nombre está escrito en la hoja; está armado de cota de malla, la pierna y pie izquierdo armado de malla igualmente, la cara es feroz, con grandes bigotes. Oliveros, pelo corto, pavés sobre el brazo izquierdo, sin yelmo ni armadura. La iglesia es muy espaciosa con algunos buenos cuadros; al entrar a mano izquierda, se halla uno del Tiziano, en que representó la Asunción; en uno de los altares colaterales hay labores delicadísimas de arabescos, esculpidas en mármol, cosa de gran mérito por el diseño y la ejecución. La Iglesia de San Jorge, atribuida a San Micheli y Sansovino, tiene una portada de dos cuerpos, jónico y corintio, ambos compuestos, el primero con seis pilastras, el segundo con cuatro; me pareció cosa pesada y de corto mérito; lo interior es una nave sin crucero, cúpula espaciosa sin linterna; en los postes que dividen las capillas, columnas mezquinas, resaltadas, sin otro uso que el de sostener cuatro figuras alegóricas colosales; en esta iglesia hay dos buenos cuadros de Pablo Veronés.

La Arena es un anfiteatro romano, por el gusto del Coliseo, aunque no tan grande; falta mucho de la parte exterior, en el pedazo que existe se ven tres órdenes de arcos con pilastras, cubiertas de un almohadillado que reina en todo el edificio. Este pedazo, que llaman «Fala dell'Arena», parece que amenaza a caer sobre las casas contiguas, cuyos inquilinos pagan poquísimo dinero de alquiler por esta circunstancia, y viven contentos de este ahorro, a costa de morir aplastados. ¡O dinero!, lo restante de este gran monumento está bien conservado, y ha tenido varias reparaciones, necesarias para mantenerle en el estado en que se halla; exceptuando el ala mencionada, todo lo restante forma dos órdenes de arcos, el primer cuerpo es todo de piedra; en el segundo hay piedra y ladrillo. Estos arcos, altos y bajos, son otras tantas tiendas y habitaciones, cuyos alquileres compensan en parte los gastos que exige la conservación del edificio. Lo interior está entero, exceptuando la galería cubierta correspondiente al tercer cuerpo, que se ve por la parte de afuera; la arena forma un óvalo, y alrededor hay una gradería de 45 escalones, donde caben más de 22 mil personas; en la misma gradería hay sesenta aberturas (vomitoria) para la comunicación de las gradas con las galerías; hay dos grandes puertas, en el mayor diámetro del óvalo, para entrar a la arena y subir a las galerías, con dos puertas pequeñas a los lados, que parece haber sido destinadas para salir por ellas las fieras o los gladiadores. Este anfiteatro es el único en que se vea entera y desembarazada toda la parte interior, y en esto lleva mucha ventaja al Coliseo, en que sólo se ven ruinas y destrozos; por lo demás, el de Roma, además de su mayor grandeza, tiene sus galerías en disposición de poderse pasear por ellas, conserva mayor porción de la parte exterior, y a pesar de sus defectos, es de arquitectura más adornada; si dentro de él se viese la hermosa gradería del de Verona, quedaría perfecto. Pío Sexto, al pasar por esta ciudad, le vio lleno de gente; se han hecho en él varias fiestas en muchas ocasiones, y cuando yo estuve, oí al vulgo los despropósitos de Arlequín donde otro vulgo oyó bramar las fieras y el gemido de los gladiadores moribundos.

La Iglesia de San Firmio y Rústico es obra moderna; fachada de orden compuesto, y en lo interior graciosa decoración corintia, la bóveda es enteramente lisa, y no acompaña a la parte inferior que está enriquecida con todo el lujo del arte. Los veroneses son gente alegre, entre los hombres hay bella juventud, me dijeron que no se observa lo mismo entre las mujeres; aman con extremo la música, y en las provincias confinantes tienen fama de locos. Baste de Verona, que hay mil cosas que hacer y es tarde.

26. Salgo en un carricoche, en compañía de un veneciano, reviejuelo y arrugadito, que había servido 27 años al Emperador, muy tufillas, con una voz de cencerro que daba lástima oírle, y que no obstante [...]68 ser conde, según decía, lloraba a lágrima viva por no saber bastante música para hacerse virtuoso de teatro; consolábale un hombrón gordo, que llevaba en el bolsillo unas arietas que había de cantar al día siguiente en Vicenza, porque el tal gordo era operista, y por todo el camino nos fue gorjeando, «sotto voce», aquello del Destin non vi lagnate... que era una de las arias conque lo había de lucir. El otro era un personaje rústico, con un gorro lleno de flores azules y coloradas; su gran chupa verde, sus ligas fuera del calzón, y una gran capa, que llenaba el coche, hombre sencillo, que daba eccellenza al cantarín, y a nosotros ilustrísima y los signori. El camino malísimo, en muchas partes lodazales, atolladeros; pie a tierra; socorro de bueyes; juramentos y latigazos. El campo con hermosos prados, tierras de siembra, plantío inmenso de moreras, parras y arboledas de chopos y sauces, a la izquierda los montes del Tirol; comimos en Montebello, caro y mal, a las ocho de la noche llegamos a Vicenza.

27. Es ciudad de treinta mil almas, o poco menos, de forma irregular, sus calles en general estrechas y torcidas; grandes arrabales, cosa pobre y fea. Patria de Paladio, enriquecida con obras de aquel grande artífice, de las cuales la más celebrada es el Teatro Olímpico. Éste, edificado entre callejuelas infelices, unido a otras casas, y sin decoración exterior, no se anuncia como debería. La forma de la sala es una media elipse, cortada por su mayor diámetro, y es la más bella que hasta ahora he visto, aunque yo preferiría siempre el semicírculo exacto, porque con él se puede dar al teatro una abertura más proporcionada a la extensión de la sala. Entre el tablado y la gradería queda un espacio, que podemos llamar patio, al cual se entra por dos puertas laterales; siguen después las gradas, que son catorce; en todas, y en la parte superior, un cuerpo de arquitectura de orden corintio, que siendo cerrado al frente y a las dos extremidades, con nichos y estatuas en los intercolumnios, deja dos porciones de peristilo o galería abierta, donde se pueden colocar los espectadores. Sería mejor que todo aquel cuerpo estuviera así; pero el artífice trabajó limitado a las paredes, que halló hechas, y éste fue el mejor partido que pudo elegir. La fachada del teatro se compone de dos cuerpos corintios y un ático, con muchas estatuas y bajorrelieves, un arco en medio, dos puertas a los lados y otras dos en los trozos laterales, con que se cierra el proscenio. Por la abertura del arco se ven tres calles, y otra por cada lo una de las cuatro puertas, con edificios suntuosos, hechos de madera como toda la obra, y en perspectiva, para suplir la falta de espacio; las aberturas de ventanas y pórticos, y la separación de unos con otros es muy cómoda para colocar la iluminación. Esta obra da una idea más clara de los teatros antiguos que la lectura de muchas disertaciones, la idea es feliz y hay mucho que admirar en la ejecución; pero si es lícito que cualquiera exponga su opinión, sin meterse a censor de un grande artífice, de cuyo mérito nadie duda, yo diré francamente que la fachada me parece que destruye toda la ilusión. Yo quisiera que aquel teatro tuviese una abertura sencilla, como todos los modernos, quitaría todo aquel edificio que cierra la escena, y que sólo parece un patio de un palacio, y no una plaza abierta, que es lo que, a mi parecer, debería representar; entonces los edificios que forman las 7 calles, que yo reduciría a 3, llegarían más adelante; podrían ser mucho más grandes, podrían los personajes salir y entrar en ellos, se alargaría la distancia del proscenio al foro; en suma, la ficción sería tal, que podría equivocarse con la verdad misma, y éste es el último esfuerzo de las artes. Por no estar así, por tener que limitar las calles a la pequeñez del arco y las puertas, todo es estrecho, mezquino, confuso y diminuto, apenas caben dos actores de frente en unas calles donde todo es palacios, templos y edificios magníficos. ¿Qué verosimilitud hay en esto, ni cómo podrá ejecutarse sin mucha violencia una tragedia, que necesariamente pide aparato y pompa de comparsas? Parece que el artífice tuvo complacencia en reducir su obra a una miniatura microscópica, dando a la fachada dos cuerpos y un ático encima, dejando sólo las pequeñas aberturas del primer cuerpo para ver, como por un vidrio de óptica, lo interior del teatro, renunciando voluntariamente a toda la grandiosidad y verosimilitud que pudiera haber dado a su obra. Las dimensiones de ella pueden verse en el Viaje de Italia de M. La Lande y para comprender cuanto acabo de decir, o es necesario haberlo visto o tener presente la planta y el diseño, si no, mi piadoso lector no entenderá una palabra.

Hay en Vicenza hasta unos veinte palacios, o llámense casas si quieren, de tan bello gusto, que ellos solos bastarían a excitar la curiosidad de cualquier viajero que ame las artes, y hacerle sufrir con paciencia los atolladeros de ayer; muchas de estas obras son de Paladio, otras de Scamozzi y otras de autores de menor fama, discípulos de la buena escuela. El Palazzo de la Ragione, situado en la Plaza de Signori, es el más grande de todos, rodeado de dos galerías, una sobre otra, la primera dórica, la segunda jónica, con arcos que cargan sobre columnas, más pequeñas que las que sostienen los dos cuerpos referidos, todo es elegante, ligero y grandioso, en el centro hay un gran salón, que no me atrevo a ponderar, porque sé que en Padua ha de haber otro mayor; en este edificio están los tribunales y es lástima que las casas que hay unidas a él y la estrechez de alguna de las calles contiguas no permita que se goce en espacios más anchos aquella gran mole. Enfrente está el Palacio del Capitán, de orden compuesto demasiado enriquecido de adornos, a mi entender; las ventanas rompen la línea del arquitrabe y aun el friso también; si esta licencia es perdonable, o lo es sólo en Paladio, no lo sé. En el edificio de que hablé anteriormente, vi las metopas partidas por la mitad en los ángulos; tampoco sé si esto es lícito, ni quiero meterme en embrollos; entre las demás fábricas me parecieron cosa excelente el Palacio Trissino, en el Corso, con un pórtico jónico grandioso; el de Chiericati, de Paladio, en la Piazza del'Isola, con pórtico inferior de columnas dóricas, y el segundo cuerpo corintio, con estatuas sobre la cornisa; el del Conde Aníbal tiene dos cuerpos, corintio y compuesto, y en la fachada que mira al jardín dos peristilos, uno sobre otro, me pareció, no obstante, que en la fachada principal afeaba en el segundo cuerpo el resaltado del entablamento sobre las columnas. El Palacio Luschi, inmediato a éste, es de los mejores que vi; ni hay que reñirme porque no haga una larga lista de los demás; baste decir que hay muchos, que en todos ellos reina el buen gusto, nacido del conocimiento del arte, que no consiste en copiar por líneas y escrúpulos los cinco órdenes del Vignola, sino en formar un todo con aquellas partes y darlas tal simetría y proporción, que juzgue el que lo ve que no pudiera hacerse de otra manera. Proporción, éste es el gran secreto de la arquitectura; de aquí nace aquella armonía de partes, aquella ligereza, aquel orden, aquella sobriedad unida a la elegancia, y aquella belleza unida a la utilidad, que hacen tan difícil el arte.

Campo Marzio es una gran pradería, excelente para coger el sol, con una hermosa colina a la parte del Sur, llena de árboles y verdura, a la entrada hay una especie de arco de triunfo, que sólo está abultado por una parte; consiste en un arco y dos puertas, sobre las puertas dos ventanas cuadradas, hechas, sin duda, para aligerarle; pero como nadie puede asomarse a ellas, me pareció cosa inútil y lo inútil siempre es malo; sobre el cornisamento hay un ático con frontispicio triangular y a los lados dos obeliscos; el ático me pareció ridículo y no menos inútil que las ventanas; la parte abultada es de orden dórico almohadillado. Hay otro arco, en la Puerta della Madona di Monte, que da entrada a una larga escalera, por donde se sube al camino que conduce a un santuario de Nuestra Señora; éste me pareció de bellísima proporción con un solo arco, orden corintio y un ático con el león de San Marcos en medio y dos estatuas a los lados. Desde el santuario mencionado se goza la vista de la ciudad, con una campiña deliciosa; el techo del salón del Palacio de Justicia sobresale entre los demás edificios, como la espalda de una gran ballena entre los atunes y delfines. A un lado se ve un pórtico de una milla de largo, que conduce también a dicha iglesia de la Virgen. En las iglesias no vi cosa particular; en la de Santo Domingo hay un buen cuadro de Pablo Veronés; en la de San Miguel otro del Tintoreto; en la de San Francisco vi una memoria sepulcral en honor del célebre arquitecto Vicente Scamozzi y un altar, rico de mármoles, dedicado a San Antonio de Padua, de lo más extravagante que pudo soñar Churriguera; y enfrente de esta iglesia hay un cierto palacio, que se las apuesta con el altar, [pedirá mi lector (que será muy vivaracho naturalmente) [Ullbinas], intra muros pecatus. Calla cabrón que en este [...], lugar hay mucho comparable al altar de San Antonio pero muy poco o nada que merezca nombrarse y Vicenza es la patria de la arquitectura moderna ¿qué sabes tú de eso?, no hay más que estarse en [Abrocigra] [...] lugar en [...], altarcillo y entrar.]

No todas las fábricas célebres de esta ciudad son de piedra, muchas de ellas no tienen más piedra que la necesaria para los cimientos, las bases, los capiteles y las molduras de arquitraves, cornisas y ventanas; todo lo demás, inclusas las columnas, es de ladrillo, revestido después con mezclas que le dan la apariencia de piedra. En Madrid, donde, a pesar de la vecindad de los montes, es la piedra tan cara (gracias a Lerena, que no quiso dejar hacer el canal de Guadarrama, porque no se hiciera nada bueno mientras él viviese), podría adoptarse este modo de edificar, y dar a nuestras obras con poco gasto, la belleza y grandiosidad que las falta. Vi algunas iglesias modernas de buena decoración, entre ellas la de San Cayetano, y una fachada antigua del Monte de Piedad, en la Plaza de Signori, porque otra que tiene en una calle inmediata no me pareció tan buena.

El teatro es grande, elipse truncada por una de sus puntas; buena orquesta, decoraciones borrachas de color; cantó Marchesi, no es posible ponderar la habilidad de este hombre, que une al conocimiento de la música una voz divina y una expresión de afectos, que difícilmente se encuentra en los de su clase; la acción vale muy poco, pero si fuese excelente en la acción como en lo demás, sería un ángel capón, no un hombre. Echaron la Olimpiade, y mi compañero de viaje, a pesar de ser tan gordo y de protegerle yo, lo hizo bastante bien. La Bocucci; con su vocecita graciosa y sus ojos malagueños, me arrebató el corazón. Visité en su palco a la Señora Elisabeta Caminer, literata insigne, que entre otras obras de mérito ha publicado las obras de Gesnero, traducidas en bellísimos versos italianos.

28. Salgo a las 11 en un calesín; camino excelente, llanuras cubiertas de árboles y parras, tierras de siembra y abundantes pastos; montes a derecha y izquierda, pero a gran distancia; llegué a Padua, tiritando de frío, a las 3.

Visita al Sr. Estéfano Gallini, profesor de física en la Universidad; me condujo a ver al abate lo Cesaroti, traductor de Homero, viejo vivaracho, buen literato, y al abate Fortis, físico estimable, humanista, crítico terrible, que destroza con la pluma y con la lengua, gracioso en la conversación, alto, moreno, ojos negros, cejas pobladas, rostro expresivo, voz de hierro; reímos un par de horas a costa de los autores vivientes más acreditados.

Padua está situada en terreno llano, cerca de un pequeño río, llamado la Brenta, que se cree ser el antiguo Timavo; es ciudad de cuarenta mil almas, muy grande, calles largas, angostas, rectas, mal empedradas; poca elegancia en los edificios, muchos pórticos pero no comparables a los de Bolonia, sin alumbrado como todas las que he visto, exceptuando Milán. La Iglesia de San Antonio es antigua, sin particular belleza de arquitectura, exterior ni interiormente, con siete cúpulas, que hacen malísimo efecto, en la plaza que tiene delante hay una buena estatua ecuestre, de bronce, que representa a Erasmo Narmi, general veneciano, obra del famoso florentino Donatello, está colocada sobre un pedestal demasiado alto. Lo interior de la iglesia y los claustros inmediatos están llenos de sepulcros; los de la iglesia, que son los más suntuosos, no me parecieron del mejor gusto, por ejemplo, el de Pedro y Domingo Marcheti, el de la familia Caimo, el de Pedro Sala, y uno de la Casa Ferrari, son cosa malísima, salvo mejor dictamen; y el último particularmente, así en el diseño como en la ejecución, digno de cualquier aprendiz de pastelero, da lástima ver empleados exquisitos mármoles en obras tan ridículas. Los altares no me parecieron mucho mejor, exceptuando uno u otro. En uno de los pilares, a mano derecha, hay un monumento funeral del Cardenal Bembo, compuesto de un cuerpo corintio, con cuatro columnas y un frontispicio, con el busto del citado Cardenal, de buena idea y ejecución, como también lo es el sepulcro de Jerónimo Micheli, de orden dórico, con una urna y obelisco encima, siendo estos dos los únicos que me parece se pueden citar con elogio. En una de las paredes del coro hay un retrato de San Antonio, que pasa por auténtico, el cual Santo es blanco, rubio, ojos garzos, de buena cara, ni feo ni virolento, como yo, según quieren algunos, ni tan bonito y graciosito como creen mis tías. La Capilla de este Santo, hecha en 1532, es de mármoles de Carrara, adornada con nueve bajorrelieves de la misma materia, obra de varios artífices acreditados de aquel tiempo, en que representaron varios milagros del Santo. Los que me parecieron mejor son uno de Antonio Lombardi, donde un niño recién nacido defiende el honor de su madre, el otro, cuyo autor se ignora, de un hereje que tira un vaso desde una ventana, diciendo que si no se rompe creerá la santidad de San Antonio; otro de Sansovino, en que San Antonio resucita a una muchacha; otro de Danese Cataneo, en que el Santo resucita a un muchacho ahogado; cosa muy bien hecha, a mi parecer; y el que me pareció superior a todos por la corrección es el de Jerónimo Campagna, en que el Santo resucita a un hijo, que declara ser falsa la acusación hecha a su padre. En esta capilla se venera el cuerpo del Santo, que se dice estar en una urna de mármol que sirve de ara. En una capilla, que hay detrás del coro, vi cuatro estatuas de virtudes y dos de santos de la orden, cosa bien hecha; el altar, bien malo, con una confusa multitud de angelitos sobre la cornisa, que hace malísimo efecto.

El Prato de la Valle es una gran plaza irregular, en medio de ella hay un prado elíptico, rodeado de un canal, con cuatro puentes, de los cuales salen 4 calles que se dirigen al centro del óvalo, donde ha de hacerse una fuente; las calles están adornadas con jarrones y obeliscos, y las dos márgenes del canal con estatuas de piedra blanda, pintada de blanco. Hay ya unas 70, poco más o menos, y deberán ser 88; representan grandes varones de Italia, o príncipes, guerreros y sabios que hayan tenido alguna relación directa o indirecta con Padua, ya en lo político, ya en lo militar o literario. Vi entre ellos a Miguel Savonarola, célebre médico; Pietro Danieletti, escultor; Juan Sobiescki, rey de Polonia; Jacobo Menochio, Guicciardino, Clemente 13, Alejandro 8, Gustavo Adolfo, Jacobo de Dondi, matemático, Sperone Speroni, Andrés Navagero, Galileo, Petrarca, Ariosto, Tasso, Tito Livio, L. Aruntio Stella, Trasea Poeto, Antenor..., las estatuas son, en general, bastante buenas, a lo menos para aquel paraje, en que ni se pueden ni se deben colocar obras primorosas. Hace gran falta la fuente en medio, y será conveniente acompañar aquellas figuras con arbustos que, sin ocultarlas, las adornen, y arboledas circulares, que hagan sombrío, fresco y delicioso aquel recinto, uniendo al arte la naturaleza.

En esta plaza está la Iglesia de Santa Justina, muy parecida a la de San Antonio en las cúpulas que la dan luz, cosa que por afuera parece muy mal; no está hecha la fachada todavía; y esto de ver iglesias muy bellas por dentro y la fachada sin hacer es común en Italia. Lo interior de ésta es de orden jónico, muy mazacote y rudo; es grande, clara y desembarazada, con un hermoso pavimento de mármoles; en el coro hay un cuadro de Pablo Veronés, que ha padecido mucho en el colorido. Antiguamente había en las capillas muchos cuadros estimables y los han ido quitando, substituyendo en su lugar esculturas en mármol; no sé si ha sido acertada esta resolución, porque además de parecerse mucho unos altares a otros, no creo que haya gran mérito en lo que se ha hecho hasta ahora, exceptuando un grupo de la Virgen al pie de la Cruz y su hijo difunto, con San Juan y la Magdalena a los lados, que me pareció superior a todo lo restante. En una capilla del crucero se venera el cuerpo de San Lucas Evangelista, médico y pintor, según consta por unos malos versos latinos que hay allí, donde se dice cómo y de qué manera aquellas preciosas reliquias vinieron a parar a Padua, y esto ha dado motivo a grandes disputas con los venecianos, que creían poseer el cuerpo de dicho Santo en la iglesia de San Giobbe [...]69. En la otra capilla, compañera a ésta, hay un pozo lleno de huesos de santos mártires, que se descubrió por revelaciones que de ello tuvo una cierta Signora Giacoma, mujer de santa vida, que vivía en Verona mucho tiempo ha, según y como se refiere en un cartelón que hay en dicha capilla, y según está representado en un buen cuadro, donde se ve la Señora Giacoma y la Virgen Santísima en el aire, con su hijo bendito y los querubines, y los frailes y el pueblo atónito, y el pozo...

El Domo, cuya fachada también está sin hacer, es en lo interior de un orden compuesto muy rudo, donde me pareció reconocer la misma mano o la misma escuela del que ideó el jónico de Santa Justina; la iglesia es espaciosa, muy bien enlosada; en la sacristía hay un precioso cuadro de Tiziano, en que representó a la Virgen con el Niño: simplicidad, expresión, colorido, todo es bello; el niño, en particular, parece dibujado por mano de las Gracias. Entre varios retratos de canónigos que hay en esta sacristía vi el del Petrarca. Junto a una de las puertas laterales hay dos sepulcros regulares, de orden jónico, con bustos, muy bien hechos, de Sperone Speroni y de su hija Julia. El salone, o sala de audiencia, es único en su línea; tiene 300 pies franceses de largo y 100 de ancho, con otros 100 de alto; en lo interior, la techumbre es de madera, muy bien hecha, asegurada con barras de hierro horizontales y verticales; las paredes están pintadas por Giotto y renovadas modernamente, representan los signos del zodíaco, los planetas, las estaciones, los apóstoles y otros santos, con varios asuntos sagrados y profanos; hay en el pavimento una pequeña meridiana, que le atraviesa por lo ancho; en la misma sala, a un lado, se ve la piedra de oprobio donde iban a sentarse los que se declaraban fallidos, evitando por este medio la persecución de sus acreedores; pregunté si duraba esta costumbre y me dijeron que no; en el salón de Vicenza vi otra piedra semejante a ésta y destinada al mismo fin. En esta sala hay un monumento en honor de Tito Livio, con el busto de aquel célebre historiador, como también una lápida que sirvió a la urna donde se cree que estuvieron sus huesos. Si es verdad que los tales huesos eran suyos, y si es verdad que un gran sepulcro viejo que se ve junto a la Iglesia de San Lorenzo contiene los del famoso Antenor, como la inscripción asegura, díganlo los que entiendan estas materias; que yo me pierdo en tan oscura antigüedad, y en materia de calaveras no acertaré a distinguir la de Carlos 2.º de la de Marco Aurelio. Hay también otro monumento de Lucrecia Dondi, mujer del marqués Pío Eneas, que en 1654 murió a manos de un amante feroz, que no la pudo seducir. Hoy día, gracias a nuestra cultura y a nuestra moral dulcísima, no se ven tales horrores, y el no haber Lucrecias nos ahorra de Tarquinos. En la parte exterior de este salón hay una galería con columnas medio góticas; sobre una de las puertas que dan entrada a la sala hay otro Tito Livio, que, a pesar de la inscripción que tiene debajo, me pareció una Santa Teresa; esta galería es el cagatorio general de los pillos que se andan hartando de uvas por la plaza, en ninguna parte se sufriría tal indecencia.

Fui a ver el Gabinete de Máquinas de la Universidad, que, aunque no de lo más abundante, contiene lo más esencial para el estudio elemental de física. El profesor de esta ciencia, el Conde Stratico, me mostró entre otras cosas curiosas, dos máquinas, de invención suya; una para alzar pesos, por medio de la dilatación de los metales aplicados al fuego, y otra, cuyo efecto y utilidad me pareció más visible, por medio de la cual levantaba el agua hasta quince pies, valiéndose de un tuvo espiral, colocado horizontalmente, que recibía el agua del depósito alternativamente con el aire, y estas porciones de aire, oprimidas por el agua siguiente, servían de hacer levantar la primera, por un tuvo recto, hasta la altura mencionada. Vi también un disco de máquina eléctrica, hecho de varios pedazos colocados alrededor de una rueda, invención dirigida a evitar el coste de un disco de aquel tamaño; la frotación del cristal con las almohadillas es la misma que si fuera de una sola pieza. En el edificio de la Universidad hay un buen patio, con doble galería dórica, la inferior y la superior, de un compuesto jónico. No vi el Gabinete de Historia Natural, que me aseguraron ser muy escaso. Vi el Observatorio Astronómico, construido sobre una torre del Castillo Viejo, cuyo coste ascendió, según La Lande, a doce mil cequíes. No está muy provisto de instrumentos pero son buenos los que hay, particularmente un gran cuadrante, mural, traído de Londres. Vi al profesor de astronomía, el Abate Toaldo, célebre por sus conocimientos en esta ciencia, viejo alegre y amable, de quien recibí mil atenciones, como también del segundo profesor, el Abate Chiminello. Desde el Observatorio se ve toda la ciudad y sus hermosos campos, abundantísimos de árboles, frutos y mieses, bien regada por el río Brenta, parte del cual, dividida en varios brazos, cruza la ciudad y fertiliza sus contornos; por medio de un buen anteojo vi, a lejos, Bassano y más adelante la Torre de San Marcos de Venecia. En la Iglesia de Padres Servitas pueden ir a ver un grande altarón de mármoles los que gusten de galimatías y febus arquitectónico [...]70.

En la Iglesia de la Anunciata, situada en un gran patio redondo, donde aún se ven vestigios confusos de un antiguo circo, pueden observarse en lo interior de la iglesia las pinturas a fresco de Giotto, hechas en 1306, son asuntos del Nuevo Testamento: frialdad, timidez, ningún artificio en grupos, actitudes ni luces; algunos ropajes no carecen de mérito; allí se ve la infancia del arte, qué distancia inmensa desde aquella ruda imitación de la naturaleza a la Aurora de Guido; Giotto fue admirado en su tiempo como un prodigio, y no sin razón, ¿quién sabe cómo empiezan las artes, ni quién sabe tampoco hasta qué punto puede llevarlas el talento humano? En la Iglesia de Padres Agustinos Heremitas, que está inmediata, hay un buen cuadro, en el altar mayor, de Ludovico Fiumicelli, otro en la sacristía, excelente, de un San Juan, pintura de Guido Reni; en una capilla del crucero, varios frescos de Andrés Mantegna, que vi grabados en Venecia después, el estilo es seco, en general; pero hay algunas figuras bellísimas, y en el fondo perspectivas muy bien hechas. En la iglesia se ve el sepulcro del célebre jurista Mantova, de orden compuesto.

Hay un jardín Botánico, inmediato a Santa Justina, abundante en aguas, con muchas plantas exóticas, bien cuidado, los invernaderos son malos, o por mejor decir, no los hay; a un lado del jardín hay un bosquecillo de árboles exóticos de África, Asia y América, y esto es lo más singular que allí vi. Cerca de este jardín hay un terreno de grande extensión, destinado al profesor de agricultura, para que haga en él sus experimentos.

Por las pocas noticias que acabo de dar podrá inferirse que en Padua se cultivan las ciencias, y que lo aún merece el nombre de docta; su Universidad es la única del estado véneto; las cátedras no se dan por oposición, pero se han tomado bastantes precauciones para evitar la parcialidad o la corrupción en el nombramiento de maestros, no sé si bastará; sólo sé que entre los que tiene hoy día se cuentan sujetos de mucho mérito. Hay también una Academia de Ciencias y Bellas Letras, que ha publicado ya algunos tomos de sus actas. Hallé en Padua mucha cortesía, afabilidad y cultura; la gente es muy despierta y agasajadora. Todavía me está inquietando la dulce imagen que imprimieron en las masas de mi cerebro los ojillos de la Bocucci. ¡Oh Amor, por qué así maltratas a este cautivo caballero! Voyme a acostar.

Octubre, 1.

Cargo con mi bagaje apostólico, y éntrome en la barca, que sale dos veces todos los días para Venecia, por el Canal de la Brenta; y ya deberá haber inferido el prudente lector que habrá más de una barca para esta operación. En la que a mí me tocó había su sala y su gabinete, ventanas con vidrios y asientos bastante cómodos; juntámonos hasta unas sesenta personas, viejas, chiquillos, gente del campo, soldados, frailes, putas, confusa mezcla, que anuncia desde luego lo barato del flete. En efecto, desde Padua a Venecia, que hay 25 millas, se va en dicha barca por una peseta. Si no fuese por la incomodidad que resulta de aquel hacinamiento de gente, el viaje es muy divertido, pues además de los hermosos campos que se ven a una y otra parte, se atraviesan pueblecillos alegres, y a cada instante se hallan casas de placer, muchas de ellas magníficas, de los poderosos de Venecia, que van a pasar en ellas el verano y parte del otoño. En toda la longitud del canal se pasan tres compuertas y al llegar a las últimas, distantes seis millas de Venecia, hubimos de tornar una góndola entre tres, para llegar más presto. Al salir del canal y entrar en la laguna, dejando a Fusina, pequeña población, a la izquierda, vi el nuevo espectáculo, para mí, de una ciudad situada en medio del mar, donde no se ve otra cosa que agua y edificios soberbios. Entré por el hermoso Canal de la Giudeca, y me hospedé donde pudieran hospedarse muy bien Enoc y Elías, si el diablo les tentara de venir a esta profana ciudad.

Los edificios de Venecia, o son magníficos, adornados con todo el lujo de la arquitectura, o son viejos y feos; las casas, en general, parecen de un lugarón antiguo, y no añaden poca fealdad la multitud de ventanas abiertas hacia afuera, sin pintura ninguna, ennegrecidas por las aguas, las calles [...]71 en el centro de la ciudad son estrechísimas, con mil ángulos y revueltas, y es menester arte particular para caminar por tales estrechuras, donde el concurso es continuo y numeroso. Unas calles sin salida, otras que terminan en los canales; puentes que conducen a casas particulares, sin que en su forma se distingan de los puentes públicos; plazas que parecen patios; atajos y pasadizos conocidos sólo de quien tenga gran práctica de la ciudad; casas y calles sin números ni nombres; de todo esto resulta una confusión, que es difícil a cualquier forastero no perderse en tan enmarañado laberinto. O es menester embarcarse a cada momento, o fatigarse subiendo y bajando puentes y haciendo largos rodeos, para llegar a un paraje poco distante de donde se partió. Toda la ciudad es llana, empedrada con lava, como Nápoles, muy escurridiza y lisa cuando llueve, y no poco peligrosa, particularmente en los escalones de los puentes, que es menester subir y bajar con gran cuidado. De noche hay alumbrado público, que aunque en cualquiera población es conveniente, aquí es indispensable más que en otra alguna. Hay mucha gente a todas horas por las calles, muchas tiendas, talleres, tráfago y movimiento, sin embargo, no es ciudad ruidosa, en atención a que en toda ella no hay un carro, ni un coche, ni una caballería, y no es ésta la circunstancia menos favorable para las gentes acomodadas del país; pues siendo en Italia el artículo del coche el principal entre los objetos indispensables del lujo, en Venecia no existe, y debe producir un ahorro considerable. Las calles son oscuras, por su estrechez y la grande altura que tienen las casas, pero es divertido el pasear por ellas; de noche están muy iluminadas con las muchas luces de las tiendas, cuyas mercancías, expuestas a la vista pública, ofrecen a los ojos una agradable confusión. Vistas de noche estas calles, que son las más inmediatas a la plaza de San Marcos, se parecen mucho a las que hay en Londres, que sirven de pasadizos a la gente de a pie, y están, como éstas, llenas de luces, de objetos de comercio y frecuentadas siempre de gran concurso, bien empedradas y sin coches. La ciudad está dividida en ciento cincuenta islas, que exceptuando la parte que llaman La Zuecca o Giudeca todas se comunican por medio de puentes; el mayor de todos es el de Rialto de un arco sólo, que forma un cuarto de círculo poco más o menos; es obra de gran ligereza, pero las casas que tiene encima la desfiguran. Los demás puentes son pequeños, en general, porque los canales que atraviesan son estrechos. Estos canales tienen por límite a un lado y otro las paredes de los edificios, bien que en algunas partes hay espolones anchos, por donde pasa la gente.

El Canal Grande, donde está el puente de Rialto y el de la Giudeca, están llenos de embarcaciones de comercio y transporte; las góndolas, que son el equivalente de los coches, llegan a dos mil, según me dijeron, pues además de las que hay para el servicio público, no hay particular acomodado que no tenga la suya, y algunos cuatro o cinco. Todas, exceptuando las de los embajadores, son de un mismo tamaño, figura y color; largas, angostas, con un adorno de dientes de hierro a la proa, una, caja en medio con techo circular, como el toldo de un carro, un asiento a la testera, capaz de dos personas, y dos banquillos laterales, donde se pueden acomodar otras dos, cubierta la caja por dentro y por fuera de bayeta negra, y las maderas pintadas de negro también. Los gondoleros las gobiernan con destreza increíble, y a poco tiempo se disipa el miedo que al principio infunden unas embarcaciones tan ligeras y tan fáciles a volcar. Estos canales y estas góndolas hacen desaparecer la pompa de Venecia; y no se logra ver reunido un concurso brillante sino en los pocos días solemnes, en que la plaza de San Marcos es estrecha para contenerle. Sólo en tales días puede formarse una idea justa de la grandeza de esta ciudad, de su lujo y sus hermosuras, el no haber un sitio público donde la gente acuda cómodamente a horas determinadas, la estrechez de las calles más concurridas, el poco uso que se hace de las ventanas que caen a los canales, la necesidad o la costumbre, de abandonar la ciudad en verano y otoño las gentes de algunos posibles, y vivir sólo en ella cuando la intemperie y las lluvias no permiten más desahogo que el de los teatros, cuyos espectáculos no comienzan hasta dos horas después de anochecer, todo esto contribuye a dar una idea de Venecia menos favorable. La gente, que acude los días de fiesta por la mañana a la Plaza de San Marcos, no forma un conjunto correspondiente a la grandeza de tal ciudad, ni menos la que se ve reunida en un teatro, cuando en los seis o siete que restan hay otra tanta.

En Venecia se levantan tarde, comen tarde, cenan tarde, y se acuestan tarde. Por las mañanas las señoras salen en su góndola con basquiña y cendal; las viejas se van a misa y a visitar monjas, y las mozas con sus maridos o sus amantes a dar un paseo por la Plaza de San Marcos, y a pasar un par de horas en los casinos en buena compañía y tomar café, siendo de advertir que en Venecia suelen tomar café siete u ocho o más veces al día, bien que el café es excelente y las tazas pequeñas. Después del teatro, se juntan, o en los casinos o en las casas particulares, y dura la conversación o el juego toda la noche, sale el sol y se van a la cama, todo esto debe entenderse de la gente culta y de buen tono, porque la canalla tiene otras horas y otros estilos. Los venecianos son en general muy corteses, alegres, habladores, elegantes en el vestir, pero sin afectación; hay bella juventud en uno y otro sexo; el lenguaje es un toscano corrompido por la pronunciación, con algunas palabras provinciales, y un tonillo gracioso, que es particular al país.

Al día después de la primera dominica de octubre empieza la máscara, que mientras yo estuve en Venecia se redujo a que algunos se ponían la bahuta para ir al teatro, disfraz que se reduce a una capa de seda negra, una especie de roquete de blonda, y una capucha estrecha que ciñe el rostro; la máscara la llevaban regularmente en el sombrero; y ciertamente no pude averiguar a qué fin se desfiguraban de aquella manera. He oído decir que es propio de un país de libertad la máscara, yo diría al contrario, que sólo puede ser conveniente en país de esclavitud, porque donde es lícito hacer cuanto se quiere, ¿para qué es el disfraz? Los que yo quisiera que se enmascarasen son ciertos pobres que se ven por las calles de Venecia, sin ojos, sin narices, rasgada la boca, acancerado, sangriento, espantoso el rostro, que no se les puede ver sin asco y horror; estas visiones, que son en gran número, se atraviesan en las calles y puentes, presentando al público su deformidad. Me dijeron que el gálico hacía aquellos milagros, sea enhorabuena; pero ¿por qué el Gobierno tolera este abuso? ¿Por qué no recoge aquellos infelices, que realmente no son capaces de procurarse el sustento por otros medios y los mantiene lejos de la vista de los hombres, a costa del público, que en ninguna parte pudiera emplear mejor su beneficencia? Si en esto hay descuido, no le hay ciertamente en la enfermedad de las viruelas, peste no menos terrible que la anterior; vi carteles fijados en las esquinas, donde se anunciaba que desde el día l.º de noviembre hasta el 15 podría cualquier padre de familia llevar a sus hijos (cuya edad señalaba) a una casa destinada a la inoculación, que allí los profesores destinados a este fin por el Gobierno harían esta operación de balde, y que todos los niños que adquiriesen viruelas serían visitados en sus casas por los mismos facultativos durante el mal, y los que fuesen de familias pobres recibirían un socorro diario [...]72.

La República de Venecia no es ciertamente la mejor de las repúblicas posibles. Poco más de doscientas familias, que compondrán apenas 1.500 individuos, son las que tienen en su poder el gobierno político y civil de toda la nación. Entre ellos se reparten todos los empleos de utilidad y honor, la soberanía, la magistratura, el mando de las provincias, y el de las armadas. Un paduano, que ve desde su ciudad la torre de San Marcos, si no tiene alguno de aquellos apellidos gratos a Júpiter, por más noble que sea, por más virtudes que tenga, por más talentos que cultive, no sólo no será Dux de Venecia, pero ni podrá ser miembro de sus Consejos, ni jefe de sus naves. Los patricios desdeñan el servicio militar de tierra, y los primeros jefes del ejército, o son extranjeros, o son nobles de tierra firme, que deben al favor de algunas casas poderosas, y no a su aplicación y su mérito, los ascensos que obtienen. Los nobles venecianos aspiran a los primeros empleos de la República, ésta es su ambición, los de tierra firme tienen muy poco a que poder aspirar, y los que no son nobles, nada. No obstante, se llama República. Y las que hicieron tanto ruido en la antigüedad, eran, por ventura, mucho mejores. Desengañémonos, los hombres han estado siempre mal gobernados, y lo estarán hasta que dejen de existir. Los grandes políticos y estadistas han escrito excelentes sistemas, admirables planes, donde se hallan principios tan sólidos, verdades tan irrefragables, que es necesario carecer de entendimiento para desaprobarlas; pero llega el caso de la ejecución, y todo se trastorna; porque no pudiendo las leyes obrar por sí solas, es necesario que los hombres las administren; y como los hombres tienen pasiones, obran según sus pasiones, no según el espíritu de las leyes; y como la multitud siempre es ignorante, fácilmente se engaña, y ella misma, buscando la libertad y el bien, se forja las cadenas. Qué resulta de aquí, que somos muy imperfectos, muy malos, muy feroces cuando se nos presenta la ocasión de serlo y que los mejores sistemas de gobierno deben considerarse como novelas muy bien escritas.

Sabido es ya que Venecia sea la ciudad de Italia en que más diversiones hay, y en mi opinión, la de los charlatanes no es la menor, a lo menos yo la prefiero a muchas. La Piazzeta, donde está el Palacio Ducal, y la hermosa Riva de Schiavoni, es el teatro de estos rudos espectáculos, por todas partes se ven montones de gente, que oye absorta la verbosidad de aquellos oradores. Uno, subido en una mesa con un gran lienzo detrás, donde está mal pintado con almagre y yeso su retrato, y a un lado un aparador portátil lleno de bragueros, frasquillos de esencias, papeles de polvos y ungüentos para la ciática, para los ojos, para los zapatos, para las lombrices, para las muelas, para las manchas, para los callos, para los sustos, para el mal de orina, en suma, para todo cuanto puede ocurrir en esta vida mortal, predica al público sus elogios, y le entretiene hablando tres horas seguidas, con una afluencia, una gesticulación y un manoteo, que no hay más que pedir. Otro pone en el suelo una tendalera de papeles retijereteados, y en un santiamén hace una pájara, una fuente, un arco triunfal, un San Pedro y una sota de bastos y entre tanto no cesa de hablar, ponderando su habilidad y contando disparates para hacer reír a el auditorio. Otro, metido entre cuatro palos, cubiertos con una cortina, da al público un drama en miniatura de los desgraciados amores de Arlequín, sus disputas con Pantalone, sus combates con Pulcinella, sin omitir aquella situación verdaderamente trágica, en que Pulcinella le sorprende, y con una barbarie inaudita le da en la cabeza treinta o cuarenta martillazos, que el menor de ellos bastaría a acabar, no digo yo con Arlequín, pero con el mismo Alcides. Otro toca una trompeta y a grandes voces llama a la gente para que venga a ver, por tres o cuatro agujeros de un cajón, las maravillas más portentosas que jamás se vieron; por un cuarto enseña las siete maravillas del mundo: la Iglesia de San Pedro, el Alhambra de Granada, San Pablo de Londres, el Monte Vesubio, la ciudad de Pekín y el Serrallo de Constantinopla. Otro, con el gatillo en la mano, exhorta a cuantos pasan a que se saquen las muelas una detrás de otra, y verán su destreza particular en sacarlas. Otro, con unos cubiletes y una baraja y un perro de aguas lleno de lodo, hace cosas que aturden al numeroso concurso de barcarolos y marineros; bien que protestan continuamente que allí no hay magia, y que todo es en fuerza de la física más sutil. Otro, sentado en un banquillo, con una capa de grana llena de chorreaduras de aceite, un peluquín rubio, con su casaca negra, sus calzones amarillos y en calcetas, sin licencia del ordinario, y a pesar de todos los concilios habidos y por haber, se pone a predicar pláticas morales sobre la avaricia, sobre la gula, sobre la lujuria, y esto lo adorna y enriquece con multitud de cuentos, sacados de Belarmino, de crónicas de frailes y aun de su propio peluquín, concluyendo siempre con una peroración patética, a fin de conmover el ánimo de su auditorio, a cuya generosidad se recomienda, exponiéndole las necesidades que padece, los achaques habituales que le molestan y la numerosa familia con que el cielo se dignó bendecir su matrimonio. Otro, y éste era el más picarón de todos y el que menos a menudo se afeitaba, divertía al público refiriéndole historias prodigiosas de caballeros y emperadores y magos, batallas, desafíos, torneos, amores, gigantes, enanos, vestigios, serpientes, torres, cuevas, encantamentos, en suma, cuantos disparates se hallan ya sepultados en los antiguos libros de caballerías. Tenía en la mano un papelillo sucio, con algunas pocas apuntaciones y sobre ellas forjaba la historia admirable, amplificando y adornando los hechos, introduciendo a cada paso diálogos épicos de lo que dijo el emperador al arzobispo, lo que respondió el caballero, las quejas de la princesa encantada, la disputa del mago Brandabalino con el mago Quizsobantes y los horrendos conjuros con que la sabia Paranomasia invocaba a los demonios. Dos muchachos ciegos, cantaban alternativamente La Jerusalén, octava por octava, según el pasaje que se les pedía; ya la embajada de Argante, ya el conciliábulo de Plutón, ya la muerte de Clorinda, el palacio de Armida o el bosque encantado. ¡Oh, Tasso inmortal, que a pesar de la envidia literaria, que llenó tu vida de amarguras, tu nombre, al cabo de dos siglos, vive famoso y superior a Ercilla, Camoens, Milton y Voltaire! Tus obras, aplaudidas de toda la Europa, son estudio digno de los sabios, y se cantan en las plazas públicas, donde el rudo vulgo las escucha con admiración y deleite.




ArribaAbajoViaje de Italia 7.º

Venecia, Ferrara, Bolonia, Niza, Mahón


San Giovanni Crisóstomo: Le smanie per la villeggiatura, de Goldoni. Parece que el que fabricó este teatro estuvo estudiando la forma más extravagante y más opuesta al objeto que debía proponerse, y la encontró. La sala tiene la figura de un sombrero de tres picos, cortado el uno de ellos con la boca de la escena. Creo que conté hasta unos 184 palcos; los adornos corresponden a lo demás, garambainas doradas, confusas, ridículas, en el patio hay unas cuantas filas de asientos, quedando un grande espacio para estar de pie. Las decoraciones eran por el mismo gusto; los actores, malos en general y alguno tolerable. Antes de la pieza salió la Dama a decir un prólogo en verso suelto, y entre el segundo y tercer acto el Galán echó un discurso en prosa (hecho por él, sin duda), de estilo figurado, retumbante y hueco, dando las gracias al generoso público. Este público se componía, en la mayor parte, de lacayos, y gondoleros, que aquel día, por ser el primero de la temporada, entraban de balde. En medio del patio había un puestecillo de castañas y peras cocidas, y en los intermedios vi cruzar algunos vasos de vino. Grande estrépito, inocente alegría, palmoteo y aullidos al acabar.

La dama demonio e la serva diabolo. Véase Nápoles.

San Moisés: Il matrimonio secreto, Opera bufa. Véase Nápoles. Este teatro es bastante pequeño, la forma de la sala viene a ser un cuadrilongo, que se estrecha en la boca de la escena. Palcos y asientos en el patio. No entran lacayos. El concurso era brillante, más por la hermosura de las damas que por la riqueza de sus adornos. Las leyes suntuarias del país no consienten que Venus se desfigure con los atavíos de Juno soberbia. Los cantores eran bastante buenos. La Villeneuve, voz delicada y grata, aspiraciones oportunas, acción expresiva, decoro y buena presencia. Cuando el público aplaudía a algún actor que acababa de cantar, seguía palmoteando hasta hacerle salir otra vez al teatro; él hacía sus reverencias de gratitud, se iba y cesaba el estrépito. Los bailarines no carecían de mérito en la ejecución difícil de sus cabriolas y retortillés, pero no vi nada tolerable en el gesto y acción de su pantomima. Lo que vi fue un sacerdote de Cupido, con su barba larga y su gorro bicorne, como pudiera el mismo Aarón, bien que es inútil perder tiempo en hablar de los desaciertos en la composición de los bailes. Éstos y la música teatral necesitan un gran reformador que los aproxime a la naturaleza despojándolos de tanta ridiculez absurda como abunda en ellos. Las decoraciones eran por el gusto de las que se han hecho en los Caños del Peral.

San Lucca: Le vertigini del secolo. Comedia. Véase Verona. Es muy parecido este teatro al de San Crisóstomo, no es la sala tan desatinada pero sigue la misma escuela, más ancha en el fondo que en la boca del teatro, tiene doscientos y cuatro palcos, la disposición de asientos en el patio, el concurso que va a él, las garambainas y adornos churriguerescos, la poca habilidad de los actores, la pobre orquestra, las decoraciones, y el puesto de peras cocidas, todo es lo mismo que en el de San Juan Crisóstomo.

San Crisóstomo: La pastorella fedele. Comedia, verso alejandrino. Esta pieza viene a ser una colección de disertaciones sobre el lujo, la vida campestre, los perjuicios de la riqueza, el abuso del poder, la teoría del sonido, causas del eco, y otros puntos políticos, morales, físicos y económicos, que no hay más que pedir; todo lo cual, unido a unos ciertos pastorcitos y pastorcitas (que no se parecen nada a los del Tasso) y un corderito que se extravía, y la pastorcita que llora porque no le encuentra, y varios pasajes imitados, a buen tuntún, de tragedias, de églogas, epopeyas y villancicos, hilvanados unos a otros con hilo gordo, forman un conjunto de cosas buenas, que provoca al sueño más profundo. Tiene sus tres reglas de unidad, como manda la crítica más escrupulosa. ¡Oh!, se conoce que el autor era hombre erudito. El público hizo repetir una escena, que por cierto era una traducción libre de la Égloga de Virgilio: «Dic mihi Dameeta cuyum pecus?»

Sant'Angelo: Presto o tardi tutto si scopre. Comedia. Es enteramente distinta de otra que vi en Nápoles con el mismo título. Vale muy poco, fábula inverosímil, llena de accidentes romancescos, desafíos, casamientos clandestinos, príncipes fugitivos, raptos, un duque de Pontieu, disfrazado de coronel, que va a examinar la conducta de un Gobernador. Salón de audiencia y despacho de memoriales, exclamaciones al cielo, y cuanto en este género han dicho los Valladares y Monzines. Creo que había unos 24 personajes sin contar los mudos. Los actores, exceptuando uno u dos, muy malos. El Teatro parecido en todo al de San Lucca.

San Crisóstomo: La vana seduzione. Comedia. Cosa bastante regular; dos o tres caracteres bien expresados, buena moral, escenas interesantes.

L'impazzito per amore con Traccagnino perseguitato da i pazzi. Comedia. Véase Nápoles. Farsa grosera y necia. Mal Pantalone, mal Arlequín, mal Brighela; no obstante muy aplaudida de lacayos y barcarolos, que entraban de balde, por ser domingo. Mucha gente, ocupados todos los palcos. Mucha gritería y estruendo. Arlequín y Traccagnino es la misma cosa.

San Lucca: Una le paga tutte. Creo haber visto esta comedia en Nápoles bajo otro título. Es cosa muy mala, llena de impropiedades y desaciertos, y el desenlace peor que todo lo restante. En el segundo acto hay una escena graciosa entre un amo de casa, indolente y bonazo, su mujer, su hijastra y su hija, las dos primeras acusan a la última por cierto papel que quiso ocultar, ella se defiende, las otras acusan de nuevo, y el padre poltrón, en medio de ellas, medio dormido, con su bata, su gorro y la luz en la mano, se convence sucesivamente de cuanto le van diciendo, reconoce que las tres tienen razón, se confunde y no sabe qué resolver.

Sant'Angelo: L'empio, punitor di se stesso, con Trufaldino cuoco oltramontano. Comedia. Ésta es una de aquellas piezas que se representan sin apuntador, sabida ya la trama y el orden de las escenas, los actores la sostienen con diálogo repentino, según les ocurre. Es cosa que al principio sorprende, y después fastidia; no hay duda que en la acción, la voz, las interrupciones y progreso del diálogo se ve tal desembarazo y naturalidad, que se confunde con la verdad misma, las equivocaciones, las repeticiones, el atajarse la palabra unos a otros, el hablar dos o tres a un tiempo, son accidentes que contribuyen a aumentar la ilusión de un modo admirable, y esto, o no se lograría jamás en una pieza estudiada, o necesita todo el esfuerzo del arte y una reunión de talentos en los actores, que rara vez se verifica. Ésta es la única ventaja que hallé en tal método de representación; por lo demás, ¿quién no advertirá que este mismo método ha de producir defectos capitales, insufribles, capaces de fastidiar al espectador?, lejos de complacerle, el estilo es desigual, a veces frío, difuso y redundante; las escenas se dilatan o se apresuran; padece la economía de la fábula y en suma, a fuerza de trabajo de parte de los actores, no logran producir más que un entremés dividido en tres actos; porque sería ignorar demasiado la dificultad del arte dramática presumir que con tales medios pudiera resultar otra cosa que un mal entremés. Añádase a esto que no cuanto allí se dice es repentino; no sólo saben puntualmente la trama de la acción, sino que poseen también de memoria todos aquellos pasajes que tienen inmediata conexión con ella, y es necesario que lo hagan así para no perderse. Dicen, por ejemplo, en una escena aquella parte que tienen aprendida, dirigida a informar a los oyentes del estado de la fábula o a aumentar su progreso, y hecho esto, alargan el diálogo cuanto quieren, según el humor de que están aquel día, según su talento y la práctica que tienen en el teatro. De aquí resulta que buena o mala, cual ella sea, no son los cómicos los que hacen la comedia en el teatro, la comedia está hecha ya, la adornan sólo, y la adornan con bufonadas, equívocos, alusiones puercas, graciosas, obscenas, según les ocurre, y multitud de acciones y visajes ridículos, recargados y extravagantes. En la pieza que se acaba de citar, Trufaldino se finge cocinero francés, y le dicen si sabrá hacer un pastelón; él se encarga de hacerlo, pide perdices, pavos, capones, pichones..., dice que los cocerá muy bien, que lo mezclará todo con queso rallado, que lo pondrá en una gran fuente, que lo cubrirá con rebanaditas de pan tostado muy sutiles, en suma, que después se lo comerá todo; que le tengan prevenida la cama, se acostará, y al otro día al amanecer les promete un pastelón magnífico. Trufaldino quiere casarse con Corallina, que tiene cuatrocientos escudos de dote, pero ésta le dice que es menester que aprenda algún oficio, porque si no, los cuatrocientos escudos se acabarán pronto, y habrán de morirse de hambre si les faltan otros recursos; y para hacerle la cuenta le coge la mano, le hace doblar el dedo pulgar y le dice: ve aquí estos son los cuatrocientos escudos, ciento se necesitan para poner la casa, y le hace doblar el dedo del corazón, otros ciento para gastos de boda, y le hace doblar el infamis, con que (añade) lo que te quedará es esto, y presenta la mano de Trufaldino con el índice y el meñique tiesos, formando los cuernos; a esto la dice Trufaldino que es cierto, pero que a ella la toca multiplicar el capital. Uno de los personajes de esta farsa es el Señor Agonía Moribondo, vestido como Tartaglia, pero con la diferencia de que el traje no es negro, sino de color oscuro, con aforros encarnados o amarillos, y ojales de plata, la gracia de este personaje consiste en hacer el asmático, y soltar de cuando en cuando unos falsetes desapacibles si en el calor de la disputa se ve precisado a esforzar la voz. Pantalone es un mercader veneciano, gorro negro, máscara, nariz corva, barba larga y cana, que tiene exactamente la figura de una morcilla, chupa, calzón ancho y medias de color rojo, una especie de balandrán negro con mangas anchas, y un cuchillo pendiente de la pretina. Habla siempre en veneciano, la acción es descompasada y extravagante, alzando los brazos, sacudiendo las mangas y haciendo mil rebujos diferentes con el balandrán. Brighella. Es un criado bergamasco, máscara espantosa, de color de cobre, con barba negra y corta, gorro, chupa larga, calzones largos y capa, todo blanco, con guarniciones azules. No tiene más gracias que la de hablar el dialecto de Bérgamo, recargar la acción de un modo ridículo y manejar la capa y el gorro. Arlequino es también bergamasco, su máscara, su figura, la agilidad de sus movimientos, y el carácter que se le da, son harto conocidos. En algunas piezas le llaman Traccagnino o Trufaldino, pero es siempre el mismo personaje.

San Crisóstomo: La somiglianza inganna. Comedia. Sin apuntador, como la antecedente. El enredo consiste en dos Arlequines gemelos, exactamente parecidos, invención repetida en todos los teatros, antiguos y modernos. Plauto, Moreto, Regnard y Goldoni han tratado este asunto con la gracia que les era propia, pero no es invención que pertenece a la buena comedia. En ésta hay una serie de equivocaciones y embrollos que fatiga, y no permite seguir el hilo de la acción, bien que nada se pierde. Arlequín hace dos papeles, y ve aquí desempeñada perfectamente la semejanza; no da el caso de que se vean juntos en el teatro los dos gemelos, y así se salva la dificultad esencial, que destruiría la ilusión. Se repite el juguete de los cuernos de Arlequín, con otra explicación distinta; se habla de culo, mezzano, becco, cornuto... No me canso de admirar la naturalidad que se advierte en la representación de tales farsas; si fuese posible dar al Misántropo o a Ifigenia este carácter de verdad, se vería entonces la mayor perfección a que puede llegar el arte; pero es inútil desearlo.

San Lucca: Eugenia. Traducción de Beaumarchais. Representada con frialdad, pero sin disparates; el teatro bien servido y decente; el concurso silencioso. Noté que los vendedores de peras, bollos, tortas y barquillos no daban gritos descompasados para anunciar su mercancía, como lo hacen cuando preside en la escena Arlequín; tanto influye un buen drama en la compostura y moderación del público.

San Crisóstomo: La pazza per amore. Comedia. Traducción de la célebre ópera francesa, Nina, suprimida toda la música. Muy mal representada. L'ospedale de vagabondi. Farsa en un acto, necia y extravagante. Hicieron repetir una escena que agradó; bien que no sé por qué agradó.

Sant'Angelo. Todero brontolon. Graciosa comedia de Goldoni, bien representada.

Truffaldino inghiotitto da una ballena. Farsa, véase Nápoles.

San Benedetto: La Principessa filosofa. Ópera bufa. Este teatro es más grande que el de San Moisés y el primero que he visto en Venecia de figura regular, formando la sala casi una elipse, cortada con la boca de la escena. Buena orquesta, mucha pompa, y no mal gusto en trajes y decoraciones. En los entreactos cierran el teatro con dos cortinas, que se corren lateralmente, no sé qué ventaja tenga sobre el telón. En este y en los demás teatros, se sientan en el patio hombres y mujeres, y nadie las desflora ni hay muertes ni escándalos. La ópera era una mala imitación del Desdén con el desdén, reducidas a dúos y quintetos las principales escenas de la pieza española. Los partidarios de la música moderna podrán decidir si hay asomo de verosimilitud, si hay algo que se acerque a la naturaleza en los papeles de la Princesa y su amante, puestos en solfa, y si son comparables todos los gorjeos y garambainas armónicas (con que se estropea la verdad a fuerza de arte) con una buena representación, que, expresando los afectos del alma como son en sí, imite la naturaleza sin desfigurarla, y produzca el placer de la risa o la dulce melancolía del llanto. Hacía el primer papel la Andreozzi, conocida ya por su voz de flauta y su frialdad boreal, los demás cantores valían muy poco. La compañía de bailarines era regular; buenos trajes, y no mal pintadas las decoraciones. Pero ¿qué precisión hay de que salga aquel sacerdote cornudo en todos los bailes?, no he visto todavía un baile heroico en que los personajes sean ateístas. No, señor; si falta el Padre Capellán, los héroes no se atreven a dar un paso, y debe notarse que el tal personaje siempre es ave de mal agüero; todo baile en que sale el cura se acaba a puñaladas.

Sant'Angelo: I sepolti vivi. Drama lúgubre, en cinco actos: El interés de la acción empieza a decaer al principio del tercero, y se dilata inútilmente el desenlace, a fuerza de accidentes imposibles y de inconsecuencias. El estilo ni es trágico, ni es cómico, es el que tenía el autor, no el que correspondía a los personajes, exclamaciones, sentencias, furor continuo, retazos pedantescos, situaciones de extremo dolor, que, cuando se repiten, se inutilizan. El principal actor lo hizo bastante bien; lloraron las tiernas damas, y el drama es pésimo. Desde que faltó, con Goldoni, la gracia cómica, se han llenado los teatros de Italia de comedias lloronas, que anuncian sólo la decadencia del arte y la escasez de grandes talentos, y en vez de pintar las costumbres, los vicios, las ridiculeces nacionales, en alegres fábulas, que instruyan y deleiten, se han apoderado del teatro los milores y miladys ingleses, los emperadores, viajeros incógnitos y los acampamentos prusianos; venganzas atroces, desafíos, venenos, cadáveres, consejos de guerra, arcabuceados, subterráneos espantosos, hambres, desolación, furores inauditos, pistoletazos, suicidios, terror, violencias, y la pobre Talía llora, que no tiene consuelo.

San Crisóstomo: L'alfiere. Comedia. El carácter principal (que no es el del alférez) es indeciso y fantástico; la fábula se apoya en sucesos extraordinarios y romancescos; la acción mal conducida, entre accidentes inútiles o inverosímiles; el fin moral que se propuso el autor no sé cual sea. Es traducción del alemán.

Florindo e Traccagnino, Cavaliere d'industria. Farsa a soggeto, como las otras de que ya se ha hecho mención. Arlequín, al mirarse al espejo, cree que hay otro Arlequín dentro de él, alarga las manos para cogerle, mira por detrás, y pide la llave de aquella máquina, para hacer salir de allí al que está escondido. Se aplica al oído un reloj y dice que quién está dentro, que mete aquel ruido. Le manda su amo buscar una mosca (esto es un lunar), y él se pone a cazar moscas por el teatro. Hay una escena graciosa, en que Pantalón va con ánimo expreso de reprender a una cuñada suya, y entre ella, que le conoce la intención, y su criada, no le dejan entrar en materia, y le obligan a irse. Molière introdujo esta situación, verdaderamente cómica, en el Festín de Pierre.

Sant'Angelo: I due Truffaldini gemelli, comedia a soggeto; es la misma que la intitulada La somiglianza inganna, representada por otra compañía con diálogo distinto.

San Crisóstomo: La forza della gratitudine. Drama. Otro marido celoso y precipitado; otra mujer inocentísima y santa; otro subterráneo donde vive a oscuras; en suma, parecidísima a I sepolti vivi, con la añadidura de un chiquillo de cuatro o cinco años, que habla como un Sócrates, y disimula el llanto y el hambre por no dar pesadumbre a señora madre, y dice también sentidas razones, acompañadas con su poquito de acción trágica, que no hay más que pedir. Los descuidos e inconsecuencias en la conducta de la fábula, y los desaciertos en punto de caracteres y estilo, corresponden a todo lo demás.

I due sordi, farsa en un acto de Albergati, aun con ser tan corta esta pieza, llegan a fastidiar los tales sordos. El ridículo de la comedia no procede de los defectos físicos, sino de los vicios morales del hombre. Un jorobado, un tuerto, un sordo, un gangoso, un tartamudo, no son personajes aptos a ocupar el primer lugar en una fábula dramática, estos defectos son irremediables, y todo vicio que se exponga en el teatro a la risa del público ha de ser una culpa en quien le tiene, y culpa que los demás puedan evitar. Ni por esto deben absolutamente desterrarse de la escena tales personajes, pero colóquense en el último término del cuadro, o sean accidentes subalternos de la fábula, y nunca objeto principal o de ella. En esta pequeña pieza hallé inútil el personaje que viene a suplir por el maestro de baile, e inútil también el baile que se introduce, el objeto de los dos amantes se reduce a engañar a sus padres, que, por cierto, es un poco duro, y el modo con que lo consiguen, inverosímil.

Sant'Angelo: Truffaldino guerriero per amore..., farsa a soggetto, disparatada a más no poder. Arlequín apalea muy a su sabor a los alguaciles y el populacho gritaba con descomunales alaridos, forte, forte. Gran despacho de peras y barquillos, algazara, estruendo.

San Crisóstomo: I Portenti della goma arabica dell'albero incantato, con Truffaldino mago. Farsa a soggetto. Unos ladrones asaltan a Arlequín en medio de un bosque y le dejan en camisa, en la cual camisa aparece una inscripción que dice: Ristaurata anno 1794. Después oye voces dentro de un árbol, desgaja un ramo y el árbol se convierte en un pabellón, de donde sale el Mago Caraculiandro, que estaba condenado a habitar por ochocientos años aquel tronco, si no venía a desencantarte el mayor idiota del mundo. Agradecido, pues, a la merced que Arlequín le ha hecho, le da un pedazo de goma arábiga de tan poderosa virtud, que, teniéndola en la mano derecha, podrá transformarse en la figura que quiera, y pasándola a la izquierda se hará invisible, le introduce diez mil demonios en la espada de palo, para que pueda hacer con ella cuantas diabluras necesite, y además le señala tres demonios pajes, para cualquiera cosa que pueda ocurrirle, de los cuales el uno se llama Catenaccio y el otro Gambastorta. Ya se infiere que todo esto ha de venir a parar sobre el triste Pantalone, al cual se le hacen mil burlas, como también al juez y alguaciles, entreveradas de palos, torniscones, vejigazos, cohetes... En el mismo día se representaba en otro teatro: Truffaldino, re di Thebe.

Sant'Angelo: La scuola delle madri. Comedia. La idea es tomada de la novela de Marmontel, La mauvaise mère, pero la fábula es diferente. Personajes inútiles, mal expresados los caracteres, desenlace tardo, y acompañado de circunstancias inverosímiles. Esta pieza, como casi todas las que se hacen hoy día por autores que no nacieron para hacer comedias, tiene buena moral, carece de disparates absurdos, y en general puede decirse que la acción está bastante bien conducida, pero el gran pecado de ésta y de las otras consiste en que no se expresan los afectos según el carácter, según las circunstancias; consiste en que no hay caracteres, ni se imita la naturaleza, consiste en que no hay asomo de gracia cómica, ni lenguaje ni estilo. Ni son tragedias, ni son comedias, dirán que son dramas, como si toda fábula teatral no lo fuese; yo diré que no son sino unas disertaciones hechas retazos y éstos, puestos en boca de muchos actores; buena moral, pero manejada infelizmente; personajes virtuosos, que no se parecen a nadie, y que, faltándoles el colorido natural que a cada uno de ellos pertenece, hacen ilusoria y fantástica la misma virtud que predican. Hoy día el que sabe hacer un buen discurso sobre el lujo, según la poética moderna, ya puede hacer una comedia en que este vicio se censure; divida en trozos el discurso que leyó en la Academia, repartiéndole entre los personajes que introduce; amontone sentencias y exclamaciones; las razones favorables al lujo, las dirán unos, las contrarias, las dirán otros y en cuanto a la fábula, basta sacar a la escena un joven disipado, que deberá ser un milord o un conde palatino, y con eso se salva la gran dificultad de pintar las costumbres nacionales, salga luego un escribano con una orden del Parlamento o del Emperador Leopoldo; confiscación, lloros, desmayos, de la tierna esposa, y cuando el héroe esté ya a punto de tirarse un pistoletazo, salga otro personaje, que habrá sido el primer misionero del drama, y viendo arrepentido al disipador, dígale que es su padre o su tío, que, por raros accidentes, ha estado veinte años lejos de su familia; abrazos recíprocos, nuevas exclamaciones, nuevas sentencias político-morales, y ya está hecha la comedia. Pero ¿se parecerá a las de Plauto, Terencio, Molière, Regnard o Goldoni?, no, se parecerá a las que hoy se hacen en Italia y España.


    «Un vers heureux..., d'un tour agrèable
ne suffit pas: il faut un'action,
de l'intèrèt du comique, une fable,
des moeurs du temps un portrait veritable,
pour consommer cett'oeuvre du démon.»



San Lucca: La forza degli occhiali. Comedia. Embrollo extravagante, sin pies ni cabeza; la acción confundida en episodios, o por mejor decir, muchas acciones juntas, sin conexión ni verosimilitud. Hay un Contino que pasa la vida haciendo anteojos; pero deben de ser anteojos mágicos, según las propiedades que les atribuye; con motivo de los anteojos todo es en esta pieza metafórico, todo ambiguo y los anteojos hacen moralizar al dicho Conde, pero de un modo tan fastidioso y tan necio, que es único en su género. Al fin de la comedia regala un par de anteojos a los catorce o quince personajes que en ella se introducen, y aparecen colocados en fila con sus anteojos puestos, a fin de ver con ellos sus defectos, sus vicios y extravagancias. Si tales anteojos hubiera, no estarían mal empleados en las narices del autor, para darle a conocer que su obra es un hacinamiento de despropósitos y que no le parió su madre para hacer comedias.

San Lucca: Rotrude. Tragedia de Alexandro Pepoli. Obra escrita con juicio e inteligencia del arte, no exenta de errores, pero capaz de asegurar a su autor un lugar distinguido entre los pocos que han cultivado con acierto en nuestra edad el género trágico. Hay buenas situaciones, interés, afectos, sentencias, buena dicción; la fábula conducida con facilidad y verosimilitud. Creo que sin gran violencia se hubiera podido reducir a escena fija. El público la admitió, como siempre admite lo bueno con aplauso.

Sant'Angelo: Guiglielmo e Carolina. Comedia. Tiene situaciones tiernas que interesan; agrada el carácter de un hombre sencillo y benéfico, y el de un joven, hijo de un poderoso, que se interesa con su padre, con el más vivo afecto, para que restituya a su gracia a un hermano suyo, perseguido e infeliz.

San Cassan: Chi la dura la vince, o sia il contrasto della magia fra maestro e discepola, con Arlechino custode delle donne, spaventato dal'leone e trionfator del Satyro. Comedia colle maschere, tutta da ridere. Este teatro es el más antiguo de Venecia, la sala forma una raqueta, muy angosta hacia el proscenio, tiene seis órdenes de palcos, para lo cual ya se deja considerar que es menester una altura enorme. En el patio hay silletas de tabla como en los demás, y una especie de barrera, inmediata a la puerta, quedando un espacio ahogado y estrecho para la gente que quiere estar de pie, obligándolos de esta manera a que vayan a sentarse, artificio sutil. Algunas decoraciones nuevas que vi eran bastante buenas; la compañía malísima; la comedia, basta haber leído el título para inferir lo que será. La mayor parte de ella era a soggeto, y de cuando en cuando salía el apuntador por el agujero a apuntar algunas escenas en que había piropos y coluros y rosicleres. El Arlequín era más vivaracho, más atrevido y más puerco que los otros Arlequines de que ya se ha hecho mención. Decía que la mujer para ser hermosa, debía ser blanca en tres partes, negra en tres, estrecha en tres...; cuando llegaba a hablar de las partes estrechas, así la acción como las interrupciones de voz y el afectado disimulo con que las acompañaba, daban a esta idea indecente mayor expresión que las palabras que omitía. Una dama que se halla a pie y sola en medio de un bosque quisiera trovar un comodo para volverse a la ciudad, esto es, una proporción de carruaje que pueda conducirla; pero comodo también significa bacín. Arlequín, al oír esto, empieza a dar vueltas, y persuadido de que es imposible hallar tal mueble en un monte, la aconseja que vaya y se ponga detrás de un árbol que la indica, y saca de la faltriquera un papel y se le da para que se limpie, acabada que sea la operación. En el mismo día se representaba en el teatro de San Lucca Il mostro turchino; favola chinese, adorna di machine, apparenze e transformazioni, y en el de Sant'Angelo Il contrasto delfi tre maghi per l'imnoccenza di Truffaldino, quarto Mago per accidente.

Sant'Angelo: Il ciabatino consolatore dei disgraziati. Esta comedia se parece mucho a la de Guglielmo e Carolina, o por mejor decir se parece a todos los dramas filosóficos y sentimentales que se componen continuamente. Un hijo de un poderoso, casado, a disgusto de su padre, con una mujer virtuosísima, con dos chiquillos, que viven en un guardillón, que él y su mujer y los chiquillos hace dos días que no comen, pero ya que no comen, hablan, hablan que no tiene fin, y qué cosas tan bellas dicen sobre la providencia, sobre la resignación en los trabajos, sobre el orgullo de los grandes, sobre la dureza con que los caseros exigen el dinero del mes. Un zapatero de viejo, vecino suyo, les consuela, y reparte con ellos lo poco que tiene, personaje que siempre gusta, por más repetido que esté. Un casero, ni más ni menos como los que han pintado en sus comediones Zabala y Comella. Y el desenlace ya se sabe, que buscan al padre, le dicen que los mate, le agarran las piernas, lloran, él resiste, le sacan los chiquillos y los perdona. El tercer acto es enteramente inútil, las situaciones patéticas del quinto no hacen efecto, porque ya en el anterior se anunció el desenlace, al fin de la pieza hay una buena situación teatral, producida por una letra de cambio. La escena ya se supone que ha de ser en Londres, ¿para qué ha de haber pintura de costumbres, vicios, ridiculeces nacionales?, no señor.

San Lucca: Il cortigiano honesto. Comedia. Esta comedia, fría y lánguida, fue silvada solemnemente, pero no puedo ponderar cuánto me divertí, ya que no con la pieza, con el auditorio. En ninguna parte he visto más caracterizado el genio alegre y bufón de los venecianos, que en el concurso de aquel día. La rechifla empezó por un rumor sordo y amenazador, al cual siguieron brevemente toses, gargajeo y estornudos, como si hubiese un resfriado general, y después una música la más discordante, la más nueva para mí que imaginarse puede, silbidos, bostezos, suspiros, ladridos de perro, croar de ranas, canto de codorniz, mayar de gatos, cacareo de gallos, gruñir de puercos, bramidos, relinchos; todo lo cual, acompañado de risotadas y palmoteo continuo, formaba una alegre y extravagante confusión de sonidos, que hacía temblar el coliseo; sólo los tristes cómicos, mal satisfechos de tanto regocijo, y renegando de su suerte mientras los demás se complacían tan a su costa, sufrieron largo rato la cruel descarga, hasta que por buena providencia corrieron el telón.

Sant'Angelo: Truffaldino muto per la paura. Comedia a sogetto tan sin pies ni cabeza como todas las de este género. El actor que hacía de Arlequín desempeñó muy bien su papel, que casi todo es acción muda. Pregunta Arlequín a una criada cómo se llama y ella responde Smeraldina Menarella, al oír esto, Arlequín hace tales gestos y contorsiones de placer que excita el aplauso general del auditorio, siendo de advertir que menare il c... en italiano, significa en español hacer la p...

San Crisóstomo: Il Campiello. Comedia veneciana. No he visto cosa más semejante a nuestros sainetes, en ella se pintan las costumbres del pueblo, su lenguaje, sus quimeras, sus diversiones, sus amores, sus bodas, los personajes son zapateros, pescadores, pillos de cocina, viejas, gente de plaza. Agradó por la verdad de la imitación, no por el interés ni artificio de la fábula, no hay acción, todo es episodios, uno después de otro, sin conexión ni oportunidad.

Le convenienze teatrafi. Comedia del Abogado Sografi. Graciosa pintura de lo que sucede continuamente con los operistas, introduce un empresario embrollado y aburrido con los caprichos, los dengues, la insolencia, las pretensiones ridículas de la prima donna, del soprano y de cuantos componen la compañía, queriendo cada uno de ellos que todo se haga a su modo, todos quieren mandar, todos reclaman le sue convenienze, esto es, sus derechos, y vuelven loco al empresario, al músico, al poeta y al pintor. El poeta es un zapatero de viejo, que se ocupa a ratos perdidos en componer y remendar las óperas de Metastasio. Los golpes más principales de esta sátira iban dirigidos contra el famoso Marchesi.

La Fenice: Achille in Sciro. Ópera. Éste es el teatro más moderno de Venecia, grande, cómodo y elegante, con una fachada regular, que da a la Plaza de San Fantino, la sala es muy espaciosa, de forma casi elíptica, cortada por la escena, decencia y buen gusto en los adornos; hay contiguo un gran salón de baile, y otras piezas para desahogo del público en días de extraordinario concurso, pero aún no está concluida esta parte del edificio. La escena es grande y los vestuarios cómodos y decentes.

Empezó la temporada de este Teatro el 21 de noviembre, para concluir el 17 de febrero, y a esta época se refieren los precios siguientes: a Marchessi 3 D cequines (cada cequín vale 44 reales vellón), casa y góndola; a la dama, que era una tal Cassentini, 400, a Fabiani, primer bailarín, 260 y poco más o menos a la primera bailarina Luisa Zerbi. Los bailes se componían de dos primeros, dos segundos, ocho que llaman de mezzo carattere y veinticuatro figurantes, en todos treinta y seis personas que, unidos a sesenta comparsas, forman la Compañía de baile. Las decoraciones, pintadas por me parecieron ricas y caprichosas; hubiera deseado solamente más regularidad, más exactitud en los órdenes que introducía en sus edificios, de cuya falta de sujeción resultaba confusión en muchas partes, pesadez y goticismo en otros y en general no advertí que se hubiese valido de la alternativa de luces y sombras en grandes masas para dar vulto y distancia a sus perspectivas, bañadas sus escenas de un tono igual de luz, no producían todo el efecto que debieran. Acaso la estrechez del tiempo le obligaría a dejar sus obras en tal estado. En cuanto al manejo de máquinas y decoraciones, sólo puedo decir que aquí, como en lo restante de Italia, es éste uno de los artículos más descuidados. Marchesi aunque cantó menos de lo que sabe, fue muy aplaudido. Cari, primer tenor, podrá haber sido bueno, pero los años y la gordura le permiten hacer muy poco; no obstante, sostuvo muy bien algunos recitados; el segundo caponcillo, la dama y todos los restantes, cosa mala. El primer baile de Andrómeda y Perseo se sostuvo en fuerza de la mucha pompa con que se adornó, y sobre todo, porque los dos primeros papeles bailaron primorosamente, el final era ridículo en extremo. Perseo se veía rodeado de enemigos, y para deshacerse de ellos prontamente, les mostraba la cabeza de Medusa y los convertía en estatuas, pero esta transformación no se hacía a vista del público, sino que salían corriendo a todo correr de entre los bastidores treinta o cuarenta enharinados, y luego se agrupaban en la escena, haciendo juego con unos cuantos cartones de figuras pintadas, todo mal dispuesto, mal ejecutado y extravagante. El segundo baile fue silvado solemnemente y lo mereció. El primer día valía un palco cien reales; el segundo, veinte.

Sant'Angelo: Carlo Duodecimo. Comedia, 1.ª, 2.ª, 3.ª parte. Traducción de las comedias de Zabala del mismo título; se llenó el teatro y hubo mucho aplauso y gran despacho de forti storti y spinacarpi.

San Lucca: Berenice. Comedia heroica. Buen estilo, una buena situación en el acto tercero, que aunque no pueda llamarse nueva, está presentada con novedad, a este pasaje y a la excelente ejecución de las dos actrices que representaron en esta pieza, debió el aplauso con que fue recibida del público.

San Benedetto: Oro non compra amore. Ópera bufa. Menos mala que las comunes; cantó en ella la Gasparini, con buena voz, gracia e inteligencia del teatro, ésta y el bufo eran personajes nuevos, y ambos fueron justamente aplaudidos. Un buen baile Morlacco, de mucha pantomima, bellas decoraciones del famoso Mauro, función completa en su línea, la mejor que he visto en Venecia. Pero el público de esta ciudad es demasiado caprichoso, inconstante e inconsecuente en estas materias; y cuando llega a hacerse moda asistir a un teatro quedan desiertos los demás, aunque en ellos se hiciesen maravillas.

Así como Nápoles se ha hecho famosa, ya por los excelentes profesores de música que ha producido y produce, ya porque las más célebres obras de esta clase aparecen regularmente en sus teatros antes que en otro alguno, así Venecia se cita como la capital de Italia en que más se ha cultivado la poesía dramática representativa, o a lo menos donde los teatros de representación son más en número, más concurridos y donde se ven más piezas nuevas. Hablando, pues, de los teatros cómicos de esta Ciudad, no hay para qué hacer excepción de otra ninguna de Italia, puesto que las mismas composiciones que se ven en ella se repiten en las demás. El gusto es generalmente el mismo, el lenguaje en que tales obras están escritas, exceptuando muy pocas de ellas, es común a toda la nación, y los actores que las representan vagan indistintamente por toda la península, por más que muchas de las compañías puedan reputarse como propias de tal o tal país. No hablaré ni de la historia del teatro italiano, ni de los que han cultivado con acierto la poesía dramática, porque, además de no ser análogo a mi intento, es cosa harto conocida ya de quien tenga alguna instrucción en tales materias. Diré sólo cómo hallé el teatro en esta nación, sin hablar de las obras antiguas o modernas que no se representan. Las noticias que daré serán exactas, pero escasas y diminutas, aunque bastarán acaso a formar una idea de los espectáculos nacionales de Italia; y en el juicio que forme llevaré por guía mis principios y mi razón, tal cual ella sea, y nunca la autoridad ajena, que aunque muchas veces sea segura, no es fácil seguirla siempre sin riesgo de parcialidad.

Pueden reducirse a tres clases las piezas que comúnmente se representan: tragedias, comedias y farsas, incluyendo en el número de estas últimas, no sólo aquellas pequeñas composiciones a quienes se da este título, sino también las comedias escritas o representadas a soggeto, que por la fábula, los personajes, las costumbres y el estilo no pertenecen a la buena comedia.

Después del teatro francés, superior a todos los de Europa, ninguna otra nación ha cultivado la carrera trágica con más acierto que la italiana; y entre los autores vivientes que han escrito en este género, Monti, Betinelli, Pepoli, Alfieri y algún otro merecen particular estimación por haber publicado obras regulares, que si no pueden llamarse excelentes, contienen, a lo menos, aquel número de bellezas capaz de acreditar el nombre de sus autores y asegurarles un lugar distinguido entre los más célebres. Ya debe suponerse que no será grande el número de estas obras. Francia apenas puede contar un par de docenas de piezas excelentes, entre comedias y tragedias; pues ¿cuántas serán las que se cuenten en una nación que en esta parte se halla tan inferior a aquélla? Se ha escrito mucho en Italia en este genero y si debieran considerarse como tragedias las que tienen este título, fácil sería formar una lista interminable de ellas; pero son muy pocas las que le merecen, y poquísimas las que se representan con aplauso en los teatros. En éstas, hablando en general, hay mucha acción, situaciones interesantes, sentencia, dicción poética, pompa y aparato. Participan mucho de la libertad de la ópera, se observa muchas veces falta de economía en la fábula, pocas veces un carácter principal es el móvil de toda la acción, no siempre el orden de las escenas es feliz, no siempre los personajes se presentan en la escena oportunamente; en suma, no vi aquella sobriedad, aquella progresión de interés, aquella unidad de impulso dirigida a un solo objeto, aquella maestría en descubrir los afectos del corazón humano, según el carácter y las situaciones.

Debo advertir que las tragedias de Alfieri no deben sujetarse a estas observaciones, hechas, en general, sobre las otras; este autor ha seguido un rumbo tan diferente de los demás, que no es posible confundirle con ellos. Sus obras merecen particular examen, pero por no dejarlas en silencio, diré solamente que este escritor se ha propuesto despojar a la tragedia de todo lo que no es absolutamente necesario, ha querido simplificarla, imitando más el gusto griego que el moderno de Europa, poco enredo en la fábula, poco aparato, pocos adornos; ha desechado los personajes inútiles, y disgustado de los confidentes que en la mayor parte de las tragedias sirven sólo de oír lo que el héroe les dice, sin que, por otra parte, sean necesarios al progreso o desenlace, los ha desterrado de la escena. Reducidas sus piezas a tan corto número de personas, carecen de variedad y movimiento; el diálogo, por consiguiente, es cansado y enojoso y se oye hablar de conjuraciones, tiranías, trastornos de imperios en un palacio desierto y estos grandes acaecimientos se verifican entre cinco o seis personas. Su estilo ha sido muy censurado, duro y gótico; por lo demás, a pesar de todos estos defectos, merece este autor el primer lugar entre los modernos; pinta las pasiones con admirable inteligencia, los caracteres con toda la verdad y robustez imaginables, y en sus obras se ven esparcidas tan grandes ideas, máximas tan sublimes, ya de moral, ya de política, que en gran parte disculpan sus descuidos y le hacen acreedor al mayor elogio por la singularidad de su talento.

Deben añadirse, a las tragedias originales las que se han traducido de otros idiomas, ocupación en que se han empleado literatos de gran celebridad, las mejores piezas del teatro francés se hallan traducidas en italiano y se representan, como también varias del alemán y algunas imitaciones del inglés. La famosa Caminer y el Marqués Albergati han publicado varias piezas francesas, traducidas con inteligencia, el Abate Cesaroti, la Semiramis de Voltaire, Paradisi, el Tancredo, Frugoni, el Radamisto, Betinelli, el Julio César; en suma, lo mejor del teatro francés se halla bien traducido en italiano.

Después de Goldoni ha hecho pocos progresos la poesía cómica, aquel célebre autor, después de haber purgado el Teatro de la mayor parte de las monstruosidades que halló en él, produjo, entre muchas obras de inferior mérito, algunas tan bien escritas, que hasta ahora nadie ha logrado superarlas. Ninguno de cuantos le han querido imitar o competir ha sabido igualarle, pudiendo decirse de este autor lo que se dijo del famoso Molière:


    «L'aimable comédie avec lui te rassée
en vain d'un coup si rude espère revenir,
et sur ses brodequins ne paut pas se tenir».



El Marqués Albergati, Willi, Tomassini y Rossi han cultivado en estos últimos tiempos la poesía cómica, dando a sus piezas regularidad y decoro, y Albergati merece alabanza por haber sido de los que más abiertamente se declararon contra los absurdos personajes de Arlequín, Pantalón y otros tales, que se creían absolutamente necesarios para dar gracia a la comedia, y que el mismo Goldoni no se atrevió a desterrar enteramente de las suyas. Hoy día nadie introduce ya en sus dramas tales figurones y ciertamente no hacen falta. Las comedias de Albergati, escritas con buen lenguaje, buen estilo, regularidad y decencia, carecen sólo de fuerza cómica, de viveza y gracia natural en las situaciones y en el diálogo, prendas sin las cuales se aspira en vano a la perfección. No obstante, las obras de este escritor pueden citarse con elogio, y merecen, sin duda, el primer lugar entre las que han dado al teatro los autores vivientes.

El Conde Tomás Tomassini Soardi, veronés, ha publicado cuatro tomos de piezas dramáticas, que contiene: La Moda, comedia, en prosa, la fábula no mal conducida, buena pintura de costumbres. Harum Califo, tragedia, en verso, poco interés, defectuoso el personaje principal, estilo débil. I Comici in sconcerto, no hay acción ni interés, ha gustado por la pintura que hace de la vida de los cómicos, sus miserias, y la discordia que reina entre ellos, los bailarines y cantores. Un felice inganno, comedia, es gracioso en esta comedia el enredo que prepara la solución; carecen de acción los dos primeros actos. Clementina, Tragedia, mala. Il temporale. Comedia, muy floja y fría, como lo es también la intitulada Il ritorno della Corte. La de I Matrimonii formati dall'accidente, o sia la forza della simpatia, comedia, en verso, es fría; los caracteres fantásticos, y el de un personaje que introduce en ella, parecido a Don Quijote, cosa muy mala.

La irresoluta vinta dall'eroismo, Comedia fría, falta de acción, mal sostenida por un episodio inconexo; no hay fin moral. Habiendo anunciado ya que el defecto dominante en las obras de este autor es la frialdad y falta de interés, no hay para qué advertir que no hay en ellas disparates absurdos, ¿qué mayor defecto puede tener una obra dramática que el de hacer dormir? Algo más animadas me parecieron las de Juan Gerardo Rossi; algunas de ellas se han representado con aplauso, por la pintura de las costumbres del día, que es, a mi entender, su principal mérito, tanto más digno de alabanza, cuanto es más raro entre los que escriben para el teatro.

Sin embargo de que los mencionados autores, y algunos otros de menor nombre, sean los que han manifestado más gusto e inteligencia del arte, no son sus obras las que con más frecuencia se representan. Italia tiene sus Zabalas, Comellas y Monzines que abastecen los Teatros de comediones hechos en cuatro días invita Minerva, donde no hay asomo de ingenio, ni regularidad, ni cultura. Es inútil hacer aquí una enumeración de sus principales defectos, baste repasar la lista de las piezas que he visto representar en Italia, y por lo poco que en ellas he notado, hablando de cada obra en particular, podrá formarse juicio del mérito de sus autores.

Camilo Federici es, sin disputa, el más fecundo, el más célebre, y no sé si el más loco de todos ellos; ya se ha hecho mención varias veces, en estas apuntaciones, de algunas de sus comedias, añádanse estas pocas, que casualmente me han venido a las manos, impresas en el primer tomo de su colección dramática:

La privazione genera i desideri, comedia, en prosa. Dos hermanos casados, el uno tiene muy encerrada y sujeta a su mujer; el otro se acomoda a las costumbres corrientes y deja que la suya haga lo que quiera. Ésta se descubre después pundonorosa y honrada, la otra, amiga de cortejos, de diversiones y desahogos, que la ponen muy cerca de faltar a su honor. Accidentes romancescos e inverosímiles; la escena fija, violenta; personajes inútiles; ninguna fuerza en la expresión de los caracteres.

I viagi dell'Imperator Sigismondo. Comedia, en prosa. Una de las mil quinientas que se han hecho ya sobre el mismo asunto. Poca acción, y el acostumbrado desenlace; reconocimiento del Soberano, arrodillamiento general y exclamaciones; todo flojo y frío.

Il tempo fa giustizia a tutti. Comedia, en prosa. En esta pieza hay siete u ocho reconocimientos entre hijos y padres y hermanos y hermanas y tíos y sobrinos; ya se ve que esta falta de economía anuncia poca inteligencia del arte. Así en ésta, como en las demás obras del mismo autor, no se halla una fábula bien urdida, ni un fin moral bien desempeñado, ni un carácter bien sostenido, siempre habla el poeta, y nunca los personajes; mal lenguaje, mal estilo; unas veces grosero, arrastrado y débil; otras campanudo y retumbante; ni pintura de costumbres, ni decoro, ni chistes. Y ¿qué diremos de otra célebre comedia suya?, representada con gran concurso en las principales ciudades de Italia, intitulada: Ilusione e verità. Un cierto Rugero, de oficio mago, instado de tres hermanas, que solicitan su protección, las concede al fin cuanto le piden, esto es: a la una hermosura, a la otra riqueza, y a la otra virtud. Las dos primeras se casan con dos genios, Oronte, genio de la riqueza, y Lucidoro, genio de la hermosura, y estos genios tienen otros geniecillos a su mandar, que les sirven de pajes. La hermana virtuosa se casa con un pobretón lleno de arambeles, pero luego sucede que el pobretón se descubre ser el Príncipe de Salermo, y las otras dos hermanas se quedan viudas, porque sus maridos genios las abandonan, y además de viudas, pobre la una, y la otra fea como un lechón. Hay truenos y relámpagos, y palacios encantados que se vuelven chozas, y chozas que se vuelven palacios. Baste de Federici.

Cayetano Fiorio, poeta y comediante, ha surtido los teatros de Venecia con sus obras, que ha impreso después, y se representan en lo restante de Italia por las compañías cómicas, con más o menos aplauso, según es mayor o menor la habilidad de los actores que las desempeñan. Éste es un Monzín italiano, a quien nadie echará en cara los defectos de sus obras, si atiende a lo que él mismo dice en su prólogo:

«La ristretezza di mie fortune, i bisogni di numerosa ed amata famiglia, un po di genio, e di pratica teatrale m'hanno posta in mano la penna, ed indotto ad ingombrare della carta.... ed ecco come mi sono aperta una onesta strada a qualche, benche piccolo profitto.» Ya se ve que un hombre que habla así merece compasión. Las piezas que he visto de este pobre diablo son:

La nobil vendetta. Comedia.

Imelda e Bonifacio, rappresentazione trágica;

Meleagro, representación heroica fabulosa;

Il sogno avverato, Fábula pastoral.

L'oppreso d'animo felicitato, Comedia.

Chiodo scaccia chiodo, drama heroicómico

Un momento c'é per tutti, Comedia.

Alberto e Martino 2.º, Signori di Verona, representación;

Agnese di Bernaver, azione trágica spettacolosa.

La vedova medico e filosofo. Comedia.

I pazzi corretti, Comedia. No es éste sólo a quien el diablo tentador haya indotto ad ingombrare della carta.

Andolfati, otro cómico hambriento, lleno de hijos y necesidades, ha hecho comedias a porrillo, que se han representado e impreso, y a éste se deben las traducciones de los Federicos, los Carlos XII, la Jacoba, los falsos hombres de bien y otras piezas de nuestros autores modernos, que son hoy día las que con más aplauso se representan en Italia.

Avelloni es otro poeta ramplón, tan malo como los antecedentes, y de éstos hay tantos y tan famélicos y de tan fecunda vena, y tan obstinados en escribir disparates, que es imposible, no sólo hacer mención de sus obras, sino también formar la lista de sus nombres. Así es que para una comedia decente, arreglada y festiva de Albergati, Rossi o algún otro escritor de mérito, que tal vez se ve representar, hay que sufrir un sin número de piezas escritas sin arte ni gusto, pastos informes de tanto lo poeta hambriento y mezquino, en cuyas manos están hoy los teatros de Italia. Comediones lúgubres llenos de disertaciones fastidiosas, furores, venganzas, pasiones exageradas, caracteres fantásticos, enredo inverosímil, puñales, pistolas, venenos, subterráneos. Otras en que, perdiendo de vista el fin moral que en tales obras debe desempeñarse, se pintan los vicios como virtudes, y se desnuda a Venus con el pretexto de azotarla. Otras en que hay asaltos de ciudades, reseña de ejércitos, consejos de guerra, tempestades, ruido y tabaola, y en todas ellas mal lenguaje, perverso estilo, ninguna elegancia, ni fuerza trágica, ni chiste cómico. Tales son, en general, las comedias de estos infelices autorcillos; las restantes, que sólo merecen el nombre de farsas, son en extremo groseras e indecentes. En ellas hacen papel Arlequín, Pantalón, Tartalla, Briguela, el Doctor Boloñés, Pulchinela, Smeraldina, y a éstos les es lícito decir cuantas groserías y desvergüenzas se les viene a la boca; y como ellos consigan hacer reír al populacho, ni aspiran a más, ni escrupulizan en los medios de que se valen para este fin.

Estas farsas, ya sean de las que están escritas o de las que se representen a soggeto, son, sin duda, de lo más necio y escandaloso que puede imaginarse, y en ningún otro teatro de Europa se ve cosa igual. Todos los domingos y días de fiesta salen Pulchinela o Arlequín a hacer locuras; los teatros se llenan desde el patio a los palcos; el vulgo, y el que no se llama vulgo, sufre y aplaude aquellos indecentes dramas, y el Gobierno descuida este punto y tolera tales desaciertos, tan perjudiciales a la ilustración y a las costumbres, en la patria del Ariosto, del Taso, de Frugoni y Mafei.

Si hubiera de hacerse un paralelo entre el teatro italiano y el español, para decidir cuál está mejor, yo diría que el italiano es mucho mejor y mucho peor que el nuestro. Mejor porque además de las buenas traducciones de obras extranjeras en el género trágico, hay en él obras originales que exceden, con mucho, a las que en España se han escrito de treinta años a esta parte, y sería temeridad querer comparar las piezas de Mafei, Varanno, Pepoli, Alfieri y Monti a las de Cadalso, Ayala y Moratín. En la comedia no podemos presentar tampoco una docena de piezas comparables a las que se pueden entresacar de sólo Goldoni, y en esta parte les somos también muy inferiores, y si nos ceñimos a juzgar sólo entre los autores vivientes, ¿qué poeta cómico opondremos al Marqués Albergati y a Gerardo Rossi? Si este cotejo no nos es favorable, descendiendo un poco hallaremos quizá motivos de consuelo. Federici, Avelloni, Fiorio, Andolfati, y todos los que hoy surten los teatros de Italia, son, en mi opinión, tan semejantes, tan idénticos con nuestros Comella, Zabala, Monzín, Laviano, Fermín del Rey, Flores Gallo..., que sólo el idioma en que escriben los diferencia.

Hay muchas plazas en Venecia, y algunas de ellas bastante espaciosas, pero ninguna es comparable, ni por su grandeza ni por su forma, ni por sus edificios, ni por el concurso, a la de San Marcos, único paseo de la ciudad, centro del comercio, de los placeres y la concurrencia. No he visto cosa más parecida al Palais Royal de París. Forma un gran cuadrilongo aunque las dos fachadas laterales no son paralelas, a un extremo está la Iglesia de San Marcos, al otro la de San Geminiano, y a los lados le Procuratie vechie e nuove, dos grandes edificios que ocupan todo el largo de la plaza, y el último de ellos da vuelta, formando otra fachada en la plaza inmediata, que comunica con la de San Marcos, llamada Piazzeta, quedando enfrente el palacio Ducal, y a la extremidad de esta pequeña plaza el hermoso canal de la Giudeca; cerca de la orilla hay dos columnas enormes, de granito oriental, que hacen muy buen efecto, aunque su forma no es de las más bellas. En la plaza de San Marcos, cerca de la esquina que forman las dos plazas mencionadas, está una torre altísima, separada enteramente de los demás edificios, donde está el campanario de dicha Iglesia; desde su altura se goza una vista hermosa de la gran ciudad que queda a sus pies; el mar, lleno de embarcaciones, las islas y la tierra firme, coronada de montes a la parte del norte. En la plaza de San Marcos conté hasta treinta cafés, sin incluir en este número ni los casinos contiguos a ellos al piso de la plaza, ni las tiendas de licores y bebidas; hay además multitud de tiendas de comercio, bulle la gente, corre el dinero, los objetos varían a cada instante, se habla de noticias, de negocios, de teatros, y menos de gobierno, de todo es lícito discurrir.

Los casinos son unas habitaciones de entresuelo sobre los cafés, alquiladas por uno o más particulares, adonde se van cuando quieren y con quien quieren a hacer lo que quieren. Allí escriben, allí se hartan de café, allí ríen, juegan y enamoran; para buscar a un veneciano no hay que preguntar dónde vive, sino indagar dónde está su casino, y esto muchas veces suele ser un misterio inaveriguable. Las horas de mayor concurrencia en esta plaza son al mediodía y después de anochecer, hasta que es tiempo de ir al teatro; entonces se llenan los cafés, los casinos, las tiendas y los pórticos; se oye música, por todas partes, de cantores ambulantes de ambos sexos, que se paran a cantar canciones a las puertas de los cafés; todo es alegría y movimiento y el centro de la plaza, como paraje más desembarazado y más oscuro, sirve para verificar citas, pedir celos, prometer constancia. Por allí cruzan a media luz busconcillas vergonzantes, en zagalejo y mantilla blanca; alcahuetes que ofrecen sus servicios a cualquier caballero de buen gusto que quiera emplearlos; comerciantes, rebujados en sus capas, haciendo cálculos y pensando en su navío; abates melancólicos, jóvenes aturdidos, que van a correrla; emigrantes franceses, cotejando gacetas, citando cartas y soñando imposibles; turcos, esclavones, raguseos, berberiscos, todos fumando.

La Iglesia de San Marcos es de un gótico antiguo, poco elegante, muy oscura en lo interior, negra y lúgubre, las paredes altas, y las bóvedas llenas de mosaicos; entre ellos los hay antiquísimos, obra de los griegos, que en la decadencia del imperio de oriente pasaron a Italia; cosa ruda e informe; otros hay modernos, hechos por buenos diseños; pero no son comparables a los de San Pedro de Roma. El pavimento es de piedras de colores, que forman labores menudas, obra de gran trabajo y coste; en la parte exterior que da a la plaza, hay también mosaicos, uno de ellos antiguo, los demás modernos, pero todos ellos sobre fondo de oro, que hace mal efecto. Encima de la puerta principal hay cuatro caballos de bronce, atribuidos a Lisipo. Lo cierto es que los venecianos los trajeron de Constantinopla, donde estaban colocados en el Hipódromo, y es creíble que hubieran sido llevados allí por Constantino, como otras muchas obras preciosas con que adornó su nueva Ciudad, despojando a Roma de lo mejor que en ella había. Por toda la parte exterior del templo hay muchos ornatos góticos de escultura, estatuas y gran número de columnas, no pocas, entre ellas, de pórfido verde antiguo, mármol rojo y otras piedras de gran valor, traídas de Grecia en los tiempos en que la república extendió por aquella parte sus conquistas y su comercio. El Palacio Ducal, edificio gótico, de grande extensión, está contiguo a dicha iglesia, en él habita el Dux y en él se juntan los Consejos Supremos.

Si esta ciudad es digna de la atención de cualquier viajero, por la forma de su gobierno, sus costumbres, sus espectáculos y su situación, no lo es menos por las obras de las artes con que se adornó en tiempos de mayor prosperidad. Los célebres arquitectos Palladio, Scamozzi, San Micheli, Sansovino, Tullio Lombardi y otros la llenaron de hermosos templos y edificios; las Iglesias de San Francisco de la Vigna, de San Giorgio Maggiore y la del Redentore son de Palladio y en ellas se admira bella proporción, buen gusto, sobriedad de adornos y un carácter grandioso que las es peculiar; de estas tres, la del Redentore me pareció la mejor. Sansovino, escultor y arquitecto toscano, hizo las cárceles inmediatas al Palacio Ducal, la Casa de la moneda, el Palacio Cornaro, le Procuratie nuove, varias Iglesias, y otros edificios que sería largo referir. En todos ellos se reconoce un buen carácter de decoración, rica y ligera, elegantes proporciones, se le censura que las cárceles más parecen un palacio que una prisión de delincuentes; y al contrario, la Casa de la moneda, que admitía mayor elegancia, carece de ella; le Procuratie nuove, edificio inmenso, que ocupa todo el largo de la plaza de San Marcos, el de la Piazzeta, y vuelve, a la orilla del mar, a unirse con la Casa de la moneda, es obra de gran mérito, compuesta de dos cuerpos, dórico y jónico, formando el primero una hermosa galería al piso de la Plaza; toda la obra está ricamente adornada, sin confusión; en el segundo cuerpo ensanchó el friso para colocar dentro de él ventanas, y esto, además de hacer muy pesado el entablamento, me parece que le quita el carácter. En la parte de este edificio que cae a la Plaza de San Marcos añadió Scamozzi un tercer cuerpo corintio, que añade grandeza y hermosura a la masa total.

Hay otros muchos edificios, repartidos por la ciudad, dignos de la observación de los inteligentes, San Salvador, San Teodoro, San Fantino, Scuola de San Fantino, San Geminiano, San Vitale, San Barnaba y otras iglesias merecen citarse con elogio. Dentro de ellas hay algunos sepulcros, que forman grandes cuerpos de arquitectura, con adornos de estatuas; el que hay en la Iglesia de Gesuiti, sobre la puerta de los pies, perteneciente a la familia Legio; dos en el Santuario de la de San Francisco de la Vigna, y los de la Iglesia de San Salvador de los Dogues Venerio y Priulli, me parecieron ser los mejores de cuantos vi.

Se reconoce, no obstante, que en Venecia, como en toda Europa, cundió también el mal gusto en las artes, y que al mismo tiempo que en otras naciones, disparataban los artífices venecianos, como los demás a pesar de los grandes modelos de perfección que tenían presentes. La Iglesia degli Scalzi, templo enriquecido con la mayor profusión, donde todo es preciosos mármoles, estatuas, pinturas y oro, prueba demasiado el estado decadente en que se hallaban las artes cuando se hizo; en las de Gesuiti, Santa María, Zobenigo, San Moisés y el Hospitaleto hay portadas tan extravagantes, tan recargadas de adornos inoportunos, pesados, ridículos, que manifiestan el olvido de los buenos principios y el desenfreno de la imaginación, que, apartándose de los preceptos, concibe sólo despropósitos. Hay altares muy malos en la de Gesuati, las dos citadas degli Scalzi y de Gesuiti, en la de San Esteban, y otras; ni entre los buenos sepulcros que he citado deja de haber otros de pésimo gusto. Éste era el dominante a fines del siglo pasado y gran parte del presente, después se ha corregido este desenfreno, se han estudiado otra vez los buenos modelos, y en los templos renovados modernamente, aunque no sean comparables con los antiguos, se ve otro método más regular y más cercano a la perfección. La Iglesia de San Simión Piccolo que forma una bella rotonda, a imitación del Panteón de Roma con un pórtico exterior de buena proporción, el de la Iglesia de Tolentini, el Teatro de la Fenice, y algunas otras obras modernas, aunque muy pocas, prometen el próximo restablecimiento del arte.

En materia de escultura, hay muy pocas obras modernas que merezcan citarse, y no es, ciertamente, porque no se haya ejercitado bastante, pues apenas habrá ciudad en que sus templos abunden más de estatuas y adornos. Vi en las obras de este siglo un gusto berninesco enteramente opuesto a la hermosa sencillez de la naturaleza, con todos los defectos propios de aquel estilo, y ninguno de los primores que se admiran en el célebre Bernini. Este artífice, como todos los grandes corruptores de las artes, tenía un talento extraordinario, y en fuerza de él produjo obras llenas de belleza y de extravíos, lo mismo hicieron Marini, Góngora, y Calderón en la poesía; pero como los que se dieron a imitarlos carecían del raro talento de sus maestros, sólo pudieron copiar sus desaciertos, no sus perfecciones; en muchas de las estatuas que adornan los templos de Venecia se hallará confirmada esta verdad. Por lo que hace a las antiguas, pueden verse muchas obras de mérito del citado Sansovino, Alejandro Victoria, Tiziano Aspetti, Jerónimo Campagna y algún otro de menos nombre. Las puertas de la sacristía de San Marcos, con bajorrelieves de bronce, y la cubierta de la pila bautismal, con una estatua de San Juan en medio, son obras de Sansovino, como también cuatro estatuas de bronce que se ven en el pequeño edificio contiguo a la torre de San Marcos donde se hace la extracción de la lotería; dos grandes estatuas de mármol, de Marte y Neptuno, colocadas en la escalera que llaman de Giganti en el Palacio Ducal, las que hay en el sepulcro de Venerio, en San Salvador, son del mismo artífice. En la citada Iglesia de San Salvador, en la Scuola de San Fantino y en la capilla del rosario de Santi Giovanni e Paolo, hay esculturas de Alejandro Vittoria, y en algunas de las mencionadas las hay también de Jerónimo Campagna, como puede verse más individualmente en las descripciones de Venecia. En todas estas obras se hecha de ver el estudio del natural; buenas actitudes, verdad y sencillez en los ropajes, que es precisamente la parte en que más han disparatado los modernos. En materia de pinturas, puede Venecia competir con las más célebres ciudades de Italia, no porque en ella se encuentre aquella multitud de cuadros de varias escuelas que se halla tal vez en las otras, sino porque la suya particular ha dejado en sus templos y palacios abundancia de obras excelentes, que inmortalizan el nombre de sus artífices. Tiziano, el Tintoreto, Pablo Veronés, Palma, Bassán y otros son ya tan conocidos por el juicio que ha formado de su mérito la justa crítica, que sería inútil repetir lo que ya está dicho, o añadir opiniones arriesgadas en quien no es un profesor.

Diré sólo que no he visto cosa más suntuosa y magnífica en su línea, que los salones del Broglio, dónde se juntan los varios consejos de la república, cubiertas las paredes y los techos de las obras más primorosas de tan grandes hombres. Hablaré solamente de aquellos que me parecieron mejor. En la sala de las cuatro puertas, un gran cuadro de Tiziano, que representa la Fe, San Marcos y el Dux Antonio Grimani, la composición me pareció un poco fría. Se alaba con razón un grupo de soldados que hay detrás del Dux; lo demás es digno del gran Tiziano, aunque no de sus mejores obras. La entrada de Enrique 3.º en Venecia, obra del Vicentino. La toma de Verona, buen cuadro de Giovanni Contarini, y otro de Pablo Veronés, en que un Dux da audiencia a los embajadores de Persia. En el techo de esta sala, lleno de labores de estuco, hay varias pinturas del Tintoreto; en la de en medio Júpiter y Venecia, la figura del Júpiter parece un Apóstol.

Sala llamada Anticollegio, una bella pintura al fresco en el techo, de Pablo Veronés, y un cuadro del mismo, en que representó el robo de Europa. La crítica que se hace de que este cuadro peca contra la unidad de acción es justa. Si todos los esfuerzos de la pintura van dirigidos a hacer parecer verdad lo que es mera ficción, ¿cómo puede ser verdad que un mismo personaje se vea repetido tres veces a un tiempo? Cuatro cuadros de Tintoreto, de asuntos sacados de la fábula; hay buenas cabezas, tonos más suaves de color que los que él acostumbraba, y más exactitud en el diseño; entre ellos, el de Baco y Ariadna me pareció el mejor.

En la sala del Collegio hay excelentes pinturas de Pablo Veronés, un gran cuadro sobre la sillería, en que representó a Cristo, la Fe, la Justicia y el general de la República, Sebastián Venerio, y en el techo varios asuntos alegóricos o fabulosos, cosa admirable por la delicadeza de tonos, los ropajes, la frescura del colorido, la gracia del diseño. Entre los cuadros del Tintoreto que hay en esta sala, creo que tienen mucho mérito el que está sobre la puerta principal, y otro a la derecha, en que representó los desposorios de Santa Catalina; no vi en ellos aquel desorden de imaginación que es tan común en este artífice, aquellas manchas con que solía oscurecer sus cuadros, aquellas medias tintas verdinegras, aquella falta de corrección en el dibujo, producida acaso de la presteza increíble con que pintaba.

En la Sala de Pregadi hay varios cuadros de Tiziano, que, sin carecer de ciertas bellezas parciales, no son de lo más estimable de este autor; los hay también de Giacomo Palma, pintor de mérito, y entre ellos me pareció el mejor el que está sobre la puerta principal, que representa a Jesucristo, la Virgen y dos Dogues en oración acompañados de San Lorenzo y San Jerónimo. Cuando los artífices sujetan la composición de sus obras al gusto de quien las paga, el ingenio, oprimido, produce cosas triviales, y tal vez ridículas. Esta idea, de un Cristo, una Virgen, o un Santo en la gloria, y un Dux a los pies rezando letanías, está tan repetida en los cuadros que adornan las salas de este Palacio, que fastidia al que lo ve, y no puede menos de lamentar la suerte de los artífices, que se vieron precisados a copiarse unos a otros, sin poder dar a su fantasía la libertad que necesitaba.

En la Sala del Consejo de los Diez hay dos buenos cuadros, el uno representa al Dux Sebastián Ziani, que vuelve triunfante de Federico Barbarroja, obra de mérito, de Leandro Bassán. El otro es del hijo de Tiziano, y representa la paz de Italia; pintó en él a Carlos V y Clemente VII, hay buenas cabezas. En el techo hay bellísimos cuadros de Pablo Veronés; en el de enmedio se ve Júpiter, que fulmina a los gigantes; cosa llena de fuego e invención, pero me parece que se le olvidó indicar la decoración, digámoslo así, que correspondía a aquella escena terrible; no vi en aquella pintura oscuro el cielo, trastornados los montes, cruzar centellas por el aire, ni el humo sulfúreo, ni el horror ni el trastorno de la naturaleza que debió acompañar a tan gran victoria.

El Salón llamado del Gran Consiglio está adornado de cuadros en que se representan varios sucesos gloriosos a la república, sus victorias, sus alianzas, su influjo en la suerte de las otras naciones, asuntos dignos, ciertamente, de los grandes artífices que los desempeñaron, más que los ex-votos de sus Dogues, que aunque manifiesten su devoción cristiana, no son materia a propósito para los pinceles. El cuadro de Francisco Bassán en que pintó a un Dux recibiendo la espada que el Papa le envía; otro de Palma, en que el Papa da licencia al joven Othón para que vaya a verse con su padre y procure la paz; otro de Federico Zuccheri (que pintó algo en el Escorial), donde se ve el Emperador Federico postrado a los pies del Pontífice, delante de la Iglesia de San Marcos; la toma de Constantinopla por los venecianos, obra de mérito, de Dominico Tintoreto, hijo del famoso Tintoreto; otro de Pablo Veronés, que representa al Dux Andrea Contarini victorioso de los genoveses; otro cuadro enorme, que ocupa todo el testero del salón, en que Tintoreto representó la gloria con inmensa multitud de figuras, cosa llena de bellezas parciales, pero confuso, verdinegro, mal distribuidos los toques de luz, lo cual produce un efecto desagradable. El techo de este salón todo es oro y pinturas, los asuntos, históricos o alegóricos, y los artífices que los desempeñaron, de los más célebres de la escuela veneciana; Francisco hijo de Giacomo Bassán, el Tintoreto, Palma y Pablo Veronés, hay cosas admirables por cierto en estas obras, pero las que más se admiran son la toma de Padua, pintura de Palma, de una frescura de colorido singular; la victoria de Esteban Contarini en el lago de Garda, por el Tintoreto; la de Francisco Carmagnola y Victor Barbaro sobre el Duque de Milán, buena composición y excelentemente colorido, por Francisco Bassán; la entrada de Francisco Bembo en el Po, obra de Palma; otro cuadro oval del mismo artífice, en que figuró a Venecia en un solio magnífico, coronada por la Victoria, rodeada de símbolos, cautivos y despojos; otro del Tintoreto, también alegórico, alusivo al dominio de Venecia en la tierra y el mar; las nubes me parecieron mal hechas, en grupos menudos, pesadas, sin degradación de tonos, sin diafanidad ni ligereza, a modo de máquina de teatro. La perspectiva de San Marcos, que ocupa el fondo, colorida con tintas muy fuertes, de que resulta que aparece muy inmediata, y confunde las figuras que están delante. Hay en este cuadro excelentes cabezas y en general buena composición. Otro grande óvalo de Pablo Veronés, que parece que acaba de pintarse, qué bella figura la de Venecia, qué majestuosa, sentada sobre las nubes, coronada por la gloria, acompañada de la paz, la abundancia, las gracias y otras deidades; admirada con reverencia de todas las naciones, ¡qué fantasía anima toda la composición!, ¡qué armonía de luces!, ¡qué ligereza de pincel!

En la Sala dello Scrutinio, entre muchas pinturas que la adornan techo y paredes, es muy estimado un gran cuadro de Palma, que representa el juicio final, con bellos desnudos y bien colorido; otro del Caballero Liberi, en que pintó un combate naval; hay en particular cosas buenas, pero mucha incorrección y muy mal observadas las distancias, defecto que se advertirá, desde luego, si se cotejan las figuras gigantescas del primer término con las naves que están inmediatas. En el techo, la toma de Padua, pintada por Francisco Bassán, y la derrota de los pisanos en Rhodas, cuadro de Andrea Vicentino. Hay también en esta y en otras salas una larga serie de retratos de los Dogues de Venecia, la mayor parte de ellos pintados por el Tintoreto.

En la Scuola de San Roque, célebre cofradía de esta Ciudad, hay una colección de cuadros de Tintoreto, en que se ve todo su ingenio, con los primores y defectos que caracterizan a este gran pintor; todos son asuntos de la vida de Cristo, representados en más de treinta cuadros, colocados en las paredes y el techo. En la huida de Egipto, la Virgen es figura muy bella, no pude entender la composición de la degollación de los Inocentes, tal es el embrollo y confusión que hay allí; son buenos los cuadros de la Circuncisión y la Asunción; la actitud de la Virgen, que sube a los cielos, está llena de fuego y expresión; el nacimiento de Cristo es la idea más extravagante que puede verse; la Virgen y el Niño están en una especie de andamio, que divide el cuadro en dos escenas, cosa muy rara en verdad; en la resurrección hay gran movimiento, el cuerpo de Cristo es bueno, y algunos Ángeles que acompañan, bellísimos; en la oración del huerto hay un grupo de discípulos iluminado con algunos toques de luz que producen grande efecto; el Cristo parece también que está subido en un andamio; la Cena parece merienda de taberna; la multiplicación de los panes es buen cuadro; en el de la Ascensión, las nubes parecen globos espesos de humo de pez. En el de la Piscina hay una mujer con las piernas abiertas, y otra que la alza las faldas para que Cristo vea una llaga que tiene en el muslo; cosa indecente, por cierto. En el del Diablo tentador, Cristo está encaramado en un árbol.

En la Sala que llaman del Albergo, entre varios cuadros de mérito, del mismo autor, me pareció muy bella la figura de Cristo delante de Pilatos y, sobre todo, el de la Crucifixión, que ocupa el testero de la sala, buena composición, bien distribuida, gracia y naturalidad en las actitudes, buenos ropajes, multitud de figuras, sin confusión ni pesadez.

Así en los palacios como en las iglesias de esta ciudad hay multitud de cuadros de los citados artífices, que por ser los mejores de la escuela veneciana, son los primeros que se recomiendan y se buscan. En la Scuola de San Marcos, ocho o diez grandes pinturas del Tintoreto; la de la Translación de San Marcos es cosa estimable por los accidentes de luz y otra en que representó al Santo que baja por los aires a librar a un esclavo martirizado por los turcos, es cosa llena de fuego e invención de expresión y buen colorido; en el altar mayor hay un buen cuadro de Palma y en la Sala del Albergo otro de París Bordone, otro de Gentil Bellino, del cual se conservan bastantes obras en Venecia; fue maestro del Tiziano y esta circunstancia le hace muy recomendable además de su mérito, que le tuvo ciertamente. Si se considera el tiempo en que floreció en la obra que acabo de citar se ve mucha exactitud, y regularidad en la composición, pero es fría, débil, tímida, ¡qué diferencia del maestro al discípulo! En la fachada exterior de esta iglesia merecen notarse cuatro perspectivas hechas en piedra, con muy poco relieve, que a corta distancia producen admirable ilusión. En la Iglesia inmediata de San Giovanni e Paolo está el famoso cuadro de San Pedro Mártir, pintado por el Tiziano, y uno de los más aplaudidos de este autor, gran movimiento en la composición, expresión, colorido excelente, y un grupo de ángeles en lo alto, que es difícil figurarse cosa más bella. Este gran pintor tiene un monumento en esta iglesia, aunque no está enterrado en ella, cosa mezquina y pobre, indigna de tan famoso o artífice. En la capilla del Rosario hay buenos cuadros del Tintoreto y de Giacomo Palma, en el convento hay claustros magníficos, limpios, con lujo de adornos, como es ordinario en los conventos ricos de Italia.

En la Scuola grande de la Carità hay otro cuadro del Tiziano, cosa de gran mérito; representa la Purificación, entre los personajes retrató a algunos de su tiempo, con el mismo traje que usaban; defecto que he visto muy repetido en los pintores más acreditados. Merecen citarse también un gran cuadro de la degollación de los Inocentes, de Sebastián Rizzi, una Presentación y una Anunciación de Lazarini; el Descendimiento y la Adoración de los pastores, por Ballestra, y en las salas de juntas, obras de autores modernos, entre ellas, muy buena la muerte de Raquel, por Zingarelli; en esta iglesia o capilla y las salas adjuntas se ven pavimentos de mármoles con bellas labores, sillerías de maderas finas, enriquecidas de estatuas de lo mismo y adornos de gusto, lo cual, unido a las pinturas, hace un efecto grandioso; y esto en una capilla de cofradía, que al fin no es otra cosa; en España no hay idea siquiera de esto.

Además de las pinturas de Pablo Veronés, de que se ha hecho mención hablando del Palacio Ducal, omitiendo otras muchas de este autor, citaré solamente algunas que merecen verse. En la Iglesia lo de San Bastián, donde está enterrado aquel ilustre artífice, llena de obras suyas, es buen cuadro uno de los dos inmediatos al altar mayor, que representa a San Marco y Marcelino, bajando la escalera del Pretor; el de San Sebastián, colocado en el altar mayor, me pareció excelente por la composición, la armonía del color, las medias tintas, en las cuales fue admirable este gran maestro. El cuadro del refectorio, en que representó la comida de Cristo en casa de Simón, es una de sus mejores obras. Y el que hay en el refectorio del convento de San Giorgio, también del mismo, en que pintó las Bodas de Caná y el primero que hizo en Venecia, muchas figuras, entre las cuales se retrató él con otros pintores de su tiempo, gran composición y maestría de dibujo; armonía de color; buenas cabezas; ropajes con toda la riqueza, brillantez y verdad que él sabía hacerlos.

Si es lícito, cuando se ignoran los principios de un arte, exponer su propia opinión y juzgar por las sensaciones que uno recibe, diré que en los pintores de la escuela veneciana hallé gran fuerza de invención, gran movimiento en la composición de sus cuadros, y mucho estudio de colorido y luces; que el Tintoreto me pareció el más atrevido e incorrecto de todos ellos, unas veces confuso, otras negligente, otras ridículo, otras gracioso, y otras sublime; Tiziano, de menos imaginación, pero de más gusto y delicadeza y el Veronés, de fecunda fantasía, más correcto que el Tintoreto, inteligente en graduar las luces, noble en las cabezas y actitudes, único en las ropas, tal vez menos delicado que el Tiziano en el colorido de las partes, pero más feliz en el efecto general de sus cuadros. Yo admiro los primores de tan grandes artífices; conozco la dificultad de saber decidir entre el mérito particular que los caracteriza; pero juzgando siempre por la sensación que hicieron en mí sus obras, en caso de dar a alguno la preferencia, se la daría a Pablo Veronés.

Habiendo hecho mención del Palacio Ducal, no puede omitirse hablar de los agujeros que se ven en sus galerías destinados a echar en ellos las declaraciones secretas contra cualquiera de los empleados en los tribunales y oficinas según se anuncia en la inscripción que acompaña a cada una de estas bocas; ni es allí sólo donde esto se ve; no hay establecimiento alguno donde no haya lo mismo, y hasta en las iglesias hay boca de denuncia contra los blasfemos o irreverentes al templo. Nadie está libre de verse acusado, y el acusador puede contar con una impunidad y un sigilo absolutos. Tres males me parece que se infieren de esta costumbre inicua: 1.º Que los varios ramos de administración pública no están arreglados en términos que alejen la sospecha de seducción, venalidad, rapiña en los que están empleados en ellos, puesto que una buena organización bastaría a evitar cualquier desorden en esta parte. 2.º Que los jefes de tales establecimientos no suplen con su vigilancia el defecto de las leyes, que no todo pueden prevenirlo, y que en aquellos casos extraordinarios en que debería obrar su actividad y su celo, esperan que el particular les avise para atender al cumplimiento de su obligación y dar castigo a los excesos, que ellos deberían advertir antes que otro ninguno. 3.º Que por este medio se abre la puerta a la envidia, al interés, al odio, a la venganza, para sacrificar al más inocente; porque, en fin, ¿quién duda que el ánimo de un juez puede prevenirse siniestramente, a fuerza de acusaciones, aunque las pruebas no sean de las más palpables, quién duda que repitiendo delaciones con variedad de letra y estilo, un hombre solo puede hacer creer que son muchos los que escriben y se quejan, tanto más, que muchas veces la calumnia tiene toda la probabilidad de su parte, y no siempre la inocencia halla demostraciones que la defiendan? ¿Quién duda que es un error absurdo, contrario a toda justicia, conceder impunidad al delator, porque aun suponiendo que el acusado pueda confundir con pruebas la delación injusta, resulta siempre que el ofendido no recibe una satisfacción proporcionada a la ofensa, y el ofensor queda sin castigo? Todo acusador, en principios de sana justicia, debe nombrarse y debe exponerse él mismo a el rigor de las leyes, porque si es falsa su delación es un malvado, y un malvado no debe quedar impune. No he visto, en fin, práctica más absurda, más inicua ni más apta a corromper las costumbres públicas.

Debo advertir, antes de acabar mis observaciones de Venecia, que en ninguna parte he visto al pueblo más contento de su gobierno y que a pesar de cuanto puede decirse contra la constitución de aquella república, que lo es sólo de nombre, es fuerza confesar que los que la administran saben el gran secreto, no menos difícil que importante, de captarse el amor de la multitud. El pueblo veneciano vive divertido, trabaja y no murmura de su Príncipe.

Salgo el 29 de Noviembre a las once de la noche, metido en una barca negra, incómoda, atestada de gente y fardos, tirada a remolco por otra más pequeña, de remos, que durante la noche nos condujo por la laguna hasta llegar a Brondolo. Se entra después en un canal, que va a parar a uno de los brazos del Po; de aquí se pasa a otro canal, llamado Cavanella del Adige; después se entra en dicho río, después en el canal de Lorco, llamado así por un lugar de este nombre que hay a su orilla; luego se entra por el que llaman Cavanelle del Po. Comimos en una posada muy grande, muy jalbegada, muy fría y prosiguiendo nuestra navegación, llegamos a desembocar en el ancho Eridano poco antes de anochecer. Todo el terreno que se deja atrás, dividido por tantos ríos y canales, lleno de pantanos, húmedo y nebuloso, me pareció poco agradable. Luego que se entra en el Po hay la incomodidad de tener que mudar de barca, pasando a una de igual tamaño y fealdad que la anterior, pero sin quilla, a fin de no tropezar en el fondo del río. Baúles, fardos, pasajeros, todo se muda con bastante prontitud, y hecho esto, se prosigue navegando río arriba, y así se pasó la noche del 30. Al día siguiente desembarcamos por la mañana en Lago Oscuro y llegué a Ferrara.

1 de Diciembre. Vuélvenme a rodear los Jesuitas, mucho chocolate, mucho hablar de Ganganelli, sin haber forma de llamarle Clemente XIV [...]73. Exceptuando esto, bellísima gente, me obsequiaron, me festejaron, me trajeron en palmitas [...]74.

La Biblioteca pública, establecida de pocos años a esta parte, es pequeña, pero bastante selecta, y muy bien arreglada por el bibliotecario español, Don Luciano Galisá hombre de extensa erudición y conocimiento en estas materias, modesto y amable. En una de las salas hay una numerosa colección de las obras de autores ferrareses, cosa estimable y allí mismo vi el tintero de Messer Ludovico, y la silla en que se sentaba; me exhortaron a que la ocupase, y un temor reverente me lo impidió; citáronme, para animarme, varios duques y condes y miledys y embajadores y ministros, que se habían sentado en ella; y esto me confirmó de nuevo en la resolución de no sentarme. Me enseñaron algunos manuscritos antiguos pero más que todo me agradó el ver los de las sátiras y algunos Cantos del Furioso, escritos de mano de aquel gran poeta. Vi también el Pastor Fido, del Guarino, bastante diferente, en muchos pasajes, del que corre impreso, un madrigal, de mano del Tasso, y algunas correcciones a su Poema, como también una carta que escribió estando en el Hospital de Santa Ana, encerrado por loco. También son estimables las primeras ediciones del Orlando y la Gierusaleme que se conservan allí.

3. Salgo de Ferrara; y pasado un buen trozo de camino nuevo, se va por la antigua madre del Reno, entre baches y lodazales, cosa muy incómoda, llanuras dilatadas, país húmedo; se sale del Ferrarés poco antes de atravesar el Reno, en barca, mientras pasábamos el río vendió nuestro calesero uno de sus caballos en seis reales, y el comprador se quejaba después de que le habían engañado, y así era la verdad. Pasamos la noche en el Tedo, y al día siguiente, por buen camino, llegamos a la docta Bolonia.

La lengua boloñesa es, como todas las demás de Italia, una corrupción del toscano, mezclada con voces y frases provinciales, y alterada considerablemente en la pronunciación. La multitud de abreviaturas que hay en ella, y el acento particular que es necesario darla, la hace muy difícil a los forasteros.

Hay escritos en este dialecto algunos libros muy graciosos, pero no he visto nada de noble, de grande, de sublime, por más que los del país creen y juran que es capaz de todo. Los dos sonetos siguientes darán una idea de lo que ella es. En el primero, un poeta que va a leer un soneto de su composición ante una asamblea respetable, mete la mano en el bolsillo, se asusta de no hallarle, se aflige, vuelve a buscarle, y, por último, el soneto no parece. En el segundo se llora la muerte de un gato.


    Adress, ch'ai hó za fatt la riveranza.
Lá a quel degn Senatour, mi cmenz a dir...
Me catt! dov é I Sunnet, ch'a fi fin iir?
Cert, s'an al trov,an sò gnianc cmod als'cmenza,
    C'è d'impussibil ch'a vj vgnú qui senza,
perch'a sò d'cert, ch'al hò lett in fal ugnir;
almanc avissia al sugh in t'al pinsir,
tant ch'an eni fiss smattar qui a so Eccellenza.
    Quand av al digh, ch'mi n'val una pattacca,
an capiss gnint, es son qusi smemorià,
ch' s'an tocc la testa a pens d'aveirla dstacca.
    Si pur maldett i matt; e chi i hà cuyà;
gnianc qui an al trov,es è l'ubtma bissacca,
ch' vol dir schiavo, Sunnet, bondi, l'e andá.


    Pianzj pur, pianzj pur, e piamzj d'bon
ch'mi, pianzròz sempr' in vostra cumpagnj,
es' cred ch' tutta Bulogna ancora lj
fará l'istess, pur ch' l'ava l'us d'rason
    trissot (am sent murrir dalla pession)
trissot, terrour di pundgh, cmod a savj,
quel Gatt si bell, cho ogn'un i era matt drj,
quel Gatt, ch'an iera a st'mond al miour paston.
    Sta nott, giust alla botta del dis our,
souvra a quel bus, ch ai fe la sintinella,
dov al chiappò mill pundgh, cuntant sounour,
    la mort cum qula maldetta falcinella
s'ha arzunt qusi li. Pauvrin! ah! ch'al dulour
m' ha tolt el forz, la vista e la favella!



Lo que son en Nápoles los lazarones, son en Bolonia los birriquines, pillos descamisados, infelices, sin ocupación ni oficio alguno, a quienes tolera el Gobierno, quizá porque ellos le toleran a él. No es fácil fijar su número pero me aseguraron que llegaban a 15 mil. Esta gente tiene varios festines al cabo del año, en las elecciones de Párrocos, de Confalonier, la célebre fiesta della Porchetta y otros.

El Confalonier o Jefe del Senado se elige, de dos en dos meses, entre los nobles llamados Quaranta, aunque aquel cuerpo pasa de este número. Al tomar posesión, adorna su casa y la abre al público, recibe la enhorabuena del Colegio de España, que va en carroza dorada, llena de pelucones, golillas, becas y guantes; sale procesionalmente; una gran merienda, escoltada por los Suizos del Legado, destinada a que se la devoren o la vendan, y consiste en cuarenta o cincuenta mozos cargados de pirámides, urnas, jaulas, y otros armatostes, cubiertos de botellas, salchichones, tocino, pan, aves, frutas y algunas terneras y vacas, dorados los cuernos y adornadas de flores. Hay gran comilona para la nobleza; muchos tortellini, especie de macarrones, codegnini de Módena, embuchado, que se lleva tras sí los dedos, mucho vino de Cypro, Málaga y sorbetes. El populacho de birriquines aúlla entre tanto por la parte de afuera, hasta que se abren las ventanas, y empieza a caer sobre él una gran lluvia de panecillos, a que sigue después otra de dinero en monedas menudas, concluyendo la función con fuente de vino, del cual llenan a porfía cubetos y cacharros, con grandes voces, empujones, puñadas y garrotazos, que dan los alguaciles en los pucheros luego que están llenos, sin duda para mantener el orden público.

La fiesta de la Porchetta, que se celebra el día de San Bartolomé, es la más famosa de todas. Se hace una gran valla en la plaza, delante del Palacio del Legado, con algunas graderías, donde se acomoda la gente que gusta de ver más de cerca la función; fórmanse en escuadrón o en ovillo, o en laberinto, las milicias de a caballo, acaudilladas por el capitán Giraldi, hombre de aquellos a quienes, si se les mira a la cara, no se les puede prestar, ni aun sobre prenda, seis maravedís. Su tropa es de lo más gracioso que en mi vida he visto, pero sería mucho episodio pintar la figura de los soldados, sus desastrados uniformes, sus armas y arreos, y, sobre todo, la flaqueza, la caducidad y derrengamiento de sus caballos, baste decir que, aunque no lo parecen, lo son en efecto, según me aseguró el citado Giraldi, hombre que no dirá una cosa por otra si le frieran vivo. Esta tropa y los alguaciles contienen los ímpetus del agitado vulgo. Ciérranse las puertas de la ciudad, llénase de populacho birriquín la gran Plaza de San Petronio, corónanse los balcones de hermosuras boloñesas, blancas por naturaleza, coloradas por arte, habladorcillas, bufonas, ojinegras, muy abultadas de pañuelo, pero (¡qué lástima!):

«No corrisponde a quel che fuori appar quel che s' asconde.»

Sale al balcón el Eminentísimo Legado, e inmediatamente empiezan a tirar sobre los birriquines pollos, pichones, gallinas, capones, patos, ánades, pavos, carneros..., y, por último, una puerca cocida y hecha trozos, que es el objeto principal de la función, acabado esto, el Eminentísimo arroja un bolsillo de terciopelo, en que hay diez o doce escudos, le agarra el que puede, su Eminencia se retira, suenan las trompetas, y desfilan las tropas del capitán Giraldi. La diversión de este espectáculo consiste en ver una multitud de pillos que se amontonan de aquí y de allí, se acachetean, se desgarran, se desgreñan, se ensangrientan y desfiguran por coger lo que cae de arriba; en ver cubrirse de plumas el suelo y el aire, y destrozar a aquellos animales con ligereza increíble, dejando en manos de la plebe feroz sus miembros, que ahúman palpitantes aún y sangrientos, en ver cuándo van a coger los pedazos de la porchetta, cómo les vuelcan encima una marmita del caldo en que se ha cocido; en ver la gracia con que su Eminencia, al tiempo de tirar la bolsa, hace ademán de inclinarse a una parte y luego a otra, y a otra, después, cuyo movimiento sigue la apiñada multitud que la está esperando; y en ver, cuando la ha tirado, la prontitud con que se apoderan los alguaciles de ella y del dichoso birriquín que logró agarrarla, y cómo le llevan en volandas a la cárcel, que es el único medio que se ha discurrido para que sus compañeros no le maten y despedacen por quitársela. Todas estas escenas son, sin duda, graciosísimas, y dan lugar a mil reflexiones, pero si he de hablar en puridad, lo único que me gustó de toda la fiesta fue la tropa del capitán Giraldi.

Estos birriquines son diestrísimos en raterías y dotados de una agilidad de piernas maravillosa; no hay pañuelo, ni abanico, ni caja que resista a su poderosa atracción y aun los sombreros no van seguros en la cabeza; agarran la presa y echan a correr, que no hay galgo que los alcance y a esto se añade que la gente no se interesa demasiado a favor del particular a quien acaba de despojar el pillo. El egoísmo, Dios de Italia, no les permite acción ni movimiento que no se encamine directamente al interés personal, y aún he observado que en todo lance de robo o asesinato, más se compadecen del agresor que del paciente, siempre es el pícaro el que merece el título de «pauvrin».

El año de 95 cayó en Bolonia hasta una vara y media de nieve; fue necesario abrir las calles para el paso de la gente y los coches ¿juzga mi lector que los birriquines se ocuparon en esta operación? Nada menos que eso, vinieron del campo una multitud de labradores con picos, palas y carros, trabajaron quince días en desembarazar la ciudad, y entre tanto los birriquines, desde los pórticos, estuvieron presidiendo a la maniobra, cruzados de brazos, con sus gorros tiznados y su talego al hombro, rascándose el pescuezo y dando alaridos, porque esto de trabajar es contra la constitución de todo buen birriquín.

En 1795 se abrió el Teatro de Bolonia, y representaron en él:

Il Sogno di Aristo. Comedia. Parecidísima a Le vertigini del secolo, con un desenlace a manera del de Don Juan de Espina en Milán. Cosa muy mala. Hablan en ella el Desengaño, la Fortuna, el Remordimiento, el Orgullo...

Vita e morte di Sansone. Comedia. Sansón, enamorado de la hija de Pantalone; Tartaglia, escudero de Sansón; Arlequín, comisionado por el Rey de los Filisteos para carcelero de Sansón, a quien después saca los ojos. Lucha con el león, milagro del panal, y la fuente que sale de la quijada. Batallas con los Filisteos, de cuyos cadáveres se llena el teatro. Arlequín los hace resucitar a palos, y el populacho ríe.

Arlechino finto principe. Comedia. Un mago, unas parejas de caballitos de pasta. Arlequín mata los piojos en la mesa del Gobernador. Alusiones al culo, mierda... Es una de las farsas más necias que he visto; algunos pedazos están escritos, otros los dicen a braccio, esto es, de repente.

Le vertigini del secolo. Ya se ha hecho mención de esta comedia, hablando de Verona.

Il tempo e la raggione. Comedia. Obra por el mismo gusto que la antecedente, Palacio de la Fortuna. Gruta del error, Botica del tiempo, Gabinete de la Verdad, Alcázar de Astrea. Los personajes son Astrea, la Fortuna, el Tiempo, el Error, el Escrutinio, la Razón, las Pasiones humanas. Cosa peor no es posible imaginarse. Obra de Federici, como lo es también la de Ilusione y verità.

Arlechino nato dell'uovo. Comedia. Para que Florindo se case con Rosaura, se junta un conciliábulo de magos, y disponen que venga un diablo del infierno a servir a Florindo y dirigir la difícil empresa de su consorcio. Para formar el cuerpo humano en que se ha de ocultar este diablo, echan varios ingredientes en un barreño, los revuelven muy bien y hacen sus conjuros, cavan un hoyo en el suelo, echan allí el guisote y lo cubren con tierra. Sale el sol, y su calor hace nacer un gran huevo, que va saliendo poco a poco de la tierra y en este huevo se contiene el feto de Arlequín, baja una gran pava por el aire, y cubre el huevo, poco después se rompe, y asoma Arlequín un brazo, después otro, después la cabeza, en suma, sale vestido y calzado, rueda por el teatro y empieza a llorar. Acude al llanto una mujerona horrible, con dos vejigas por tetas, le limpia, le amolda la cabeza, le faja, saca una de las vejigas, y le da de mamar; todo esto a vista del auditorio, que no cesa de aplaudir tales delicadezas. En suma, Arlequín cobra fuerzas, habla, va a servir a Florindo, y ya se ve cómo es un diablo humanado, nada resiste a su voluntad. Diablos van y vienen; vejigazos, palos, cohetes sobre Tartaglia y Pantalone, hasta que, a pesar lo de todo el mundo, Florindo se casa y Arlequín se vuelve al infierno.

Il convitato di pietra. Comedia. Véase Nápoles. Acudió tanta gente, que por no haber ya asientos, una gran parte de ella vio la comedia en el mismo teatro, y apenas quedaba lugar para la representación.

Ginevra di Scozia. Tragedia del Marqués Pindemonte, de Verona. Drama caballeresco, lleno de aparato. Los tres primeros actos, en que el autor siguió a la letra al Ariosto, poniendo en acción lo que es narración en el Furioso, valen muy poco. El cuarto acto es muy bueno, las dos escenas que hay en él, de Ginebra con su padre, y de la misma con Ariodante, que juzgándola culpada, va, no obstante, a combatir en su defensa, y la habla, cubierto con la visera, sin darse a conocer, están llenas de afectos y turbación trágica, si bien es inverosímil que Ariodante, aunque con el rostro cubierto, no sea conocido por la voz, la estatura y los ademanes, del Rey, de su querida Ginebra y de su hermano. El estilo, aunque algunas veces degenera en prosaico, tiene buenos pedazos de versificación. No hay unidad de lugar. El quinto acto se reduce al duelo.

Apelle e Campaspe. Ópera. Espectáculo de grande aparato y riqueza de vestidos, en la orquesta sesenta instrumentos, algunas escenas, pintadas en Bolonia, de bastante mérito; el manejo de ellas siempre malo, como es general en Italia. Cantó Crescentini, reputado por el mejor cantor capón, después de Marchesi. Los bailes muy buenos, inventados por Clerico, el único que yo haya visto en Italia que sepa disponerlos con inteligencia. El primero era Hamlet, en que se lucía mucho la hermana de Clerico por su excelente pantomima, si bien la pequeña estatura que tiene y la cara, nada bonita, la ayudaban poco. El segundo baile, intitulado el Convaleciente, era una pequeña comedia, llena de gracia, ligereza y naturalidad. Olvidábaseme decir que la ópera de Apelle y Campaspe está tan mal escrita como todas las que hoy día se ven en los teatros de Italia; la música era buena. Así esta ópera, como las comedias de que se ha hecho mención, se representaron en el Teatro Nuevo, que es el más grande y el mejor de Bolonia.

En el Teatro Casali (o Zagnoni) se echaron óperas bufas, todas muy malas, sostenidas por la bondad de la música.

Il Fanatico in berlina.

I due Baroni di Roca Azurra.

Il Marchese Tulipano.

La Moglie corretta, y otras tales no merecen que se hable de ellas. Las decoraciones malas, los bailes y bailarines, de corto mérito, si bien entre ellos debe distinguirse a Marchesi, grotesco, que en su género hace cosas admirables, aunque no vale nada en la pantomima. Cantó en la Cuaresma de 1796 la Bertinotti, una de las buenas cantatrices de Italia; voz delicada, mucha sensibilidad, y bastante conocimiento del teatro. La Bilington, reputada por la mejor que hoy se conoce, cantó poco después en el Teatro Nuevo. A un gran conocimiento de la música junta la voz más grata, las inflexiones más suaves que pueden oírse, y ejecuta los pasajes más difíciles con una franqueza y facilidad que sorprenden, a esto se añade una buena presencia, mucho decoro y compostura, y solo se echa menos algún mayor conocimiento y práctica de la escena, viveza y expresión en sus movimientos, que en general son fríos o equivocados o insignificantes. Cantó con ella Mombelli, tenor de conocido mérito. La ópera era la Merope; ya se supone que no debería parecerse a la del Mafei, ¿para qué?, la música y el sentido común están reñidos mucho tiempo ha. Los bailes, compuestos por Viganò, eran muy malos; la primera bailarina llamada Del Caro, aunque de corto mérito en la pantomima, lo tiene muy grande en las actitudes y movimientos, baila con admirable soltura y gracia, y en este género es la mejor. Los demás no hay para qué nombrarlos.

En el verano de 1796, además del Teatro Nuovo y el de Casali, se abrió en Bolonia el de Marsigli, muy pequeño pero de buena forma y cómodo; en este y en los otros dos representaron, entre otras piezas, las siguientes:

Il giudice dell'propio delitto. Comedia lacrimosa. Tres hijos de un milord proscripto, que se mueren de hambre; una hermana que los mantiene con su labor, mientras ellos se entretienen en hacer reflexiones morales. No saben cómo tener dinero, hasta que a uno de ellos se le ocurre la idea de hacer que sus hermanos le acusen como asesino de un cierto milord, a fin de que, ahorcándole a él, reciban ellos el premio ofrecido a que descubra el delincuente; sobre esto gira la acción. Hay hambre cruel, persecución de doncella, maldiciones contra los que tienen dinero, disertaciones filosóficas... El tercer acto se acaba con cinco desmayos.

Li portenti della fata Urganda, prottetrice d'Arlechino. Comedia. Basta el título para formar idea de lo que será la obra.

Argenide. Tragedia fría, llena de impropiedades.

Costanzo e Micheletto. Comedia. Traducción libre de la ópera francesa Les deux petits savoyards.

Truffaldino, re di Tebbe, ubbriaco fra le selve, pazzo in corte, e digiuno a lauta mensa. Comedia. Hecho Rey Arlequín le presentan la princesa con quien ha de casarse, le instruyen de lo que ha de decirla, y le aconsejan que empiece su cumplimiento amoroso con un suspiro; él empieza a apretarse y frotarse fuertemente la barriga, hace mil gestos y contorsiones, y, por último, dice a los circunstantes que ya salió el suspiro, esto es, un pedo, «ex ungue leonem».

Non contare gli anni alle donne. Comedia. De las menos malas de Federici.

La madre de famiglia. Comedia de Sograffi. Un viejo de 104 años tiene un hijo de setenta, padre de otro hijo casado, que tiene cuatro hijas, de las cuales hijas, cada cual tiene su amante y todas rabian por matrimonio. El padre está plagado de trampas, y toda la numerosa familia se mantiene a expensas de cierto comerciante viejo, que está enamorado como un Macias de la madre de las cuatro doncellas, la cual es el héroe del drama. Hay dieciséis personas, y entre ellas la mitad, lo menos, es del todo inútil, el padre de las hijas es un zanguango, la madre una habladora, el comerciante que mantiene aquel hospicio, un viejo verde, que a veces parece un alma de Dios, y a veces un pícaro.

Li falsi galanthuomini. Comedia. Traducción de Los falsos hombres de bien de Comella.

La Zingarella. Comedia. Tomada de la Gitanilla de Madrid. El autor italiano, alteró la fábula española con poca maestría, haciendo desaparecer toda la gracia y chiste cómico de aquella pieza, y desfigurando el personaje de Preciosa, tan bien delineado por Solís.

Il contrasto di magia in favore d'Arlechino, prottetore delle donne. Comedia a soggetto. Plutón, aficionado del mérito de Arlequín, le da el empleo de su Bufón, y la gracia de hacer diabluras. Brighela, Pantalone y el Señor Agonía son víctimas de esta habilidad; en una escena aparecen todos tres con cuernos repentinamente. Arlequín mete en un mortero aplaca al escribano que le formaba el proceso, da fuego a la pólvora, y hace volar al escribano por los aires. Palos y bejigazos, y porquerías en abundancia, según costumbre.

La vigilanza. Comedia de Federici. Un Rey que va a visitar una de sus ciudades y se finge medico; un Gobernador que, para gozar de una mujer casada que le detesta, trata de ahorcar al marido; escenas de hambre numantina, chiquillos, exclamaciones contra los ricos, casero inexorable, cárcel y cadenas. Dieciséis o diecisiete personajes. Esta pieza es muy parecida a la del Médico Notturno.

Le donne avvocati. Comedia de Sograffi. Fábula mal conducida, con personajes y episodios inútiles, viveza en el diálogo, gracia y chiste cómico.

Il matrimonio in maschera. Malísima comedia de Federici, llena de accidentes inverosímiles.

Le nozze mal augurate. Comedia, de lo peor que ha escrito Federici. El enredo es absurdo, los caracteres mal sostenidos, moral ninguna, indecencias bastantes, gracia cómica, Dios la dé.

I Baccanalli. Tragedia del caballero Pindemonte. Buenos versos, poca acción, exposición embrollada y lenta, largos discursos, que hacen dormir.

Werter y Carlota. Comedia. Mal argumento, caracteres mal sostenidos, estilo de disertación.

Arlechino inghiotitto da una ballena. Comedia. Véase Nápoles. Arlequín mata los piojos a patadas en la mesa del Gobernador, como lo hace Pulcinella en la misma pieza; le escupe en la cara, le pone parches de papel en los ojos, le saca las muelas, y hace otras habilidades por este género.

Falta que hablemos de otro Arlequín, no menos ridículo que el de los teatros, y no menos grato al populacho de Italia. En Bolonia y otras ciudades del Estado Pontificio se explica la doctrina en los días de cuaresma y los domingos, y esto se hace dentro o fuera de las iglesias, poniendo un tablado alto, con dos sillas, que ocupan dos curas, encargados de la explicación doctrinal. El uno hace papel de hombre grave y serio, habla en toscano, propone los misterios o máximas cristianas de que quiere instruir al pueblo, y las explica y exorna según conviene; el otro hace la parte de Bufón, malicioso, ignorante, incrédulo, respondón y hablador, en todo halla dificultades, a todo replica, de todo se burla y a esto se añaden las contorsiones, los gestos, las risotadas que da, y el lenguaje provincial en que habla, con lo cual todo el concurso se divierte y ríe los kiries. Ya se supone que el desenlace de esta farsa ha de ser que el Cura serio convenza siempre al Arlequín, como es cosa sabida que, en las comedias de moros y cristianos, los moros han de ser apaleados en la tercera jornada, para que el auditorio quede contento. Hay que advertir, no obstante, que entre las solemnes herejías y disparates que dice el Clérigo gracioso, propone muchas veces tales dificultades, que el otro difícilmente puede desatarlas; el pueblo se hace de la parte del antagonista, y sale de la Iglesia con menos fe de la que trajo a ella. En mi tiempo había en Bolonia un Clérigo alto, virolento, tuerto, muy hablador, que hablaba con mucha gracia el lenguaje boloñés, y era el más célebre de todos los Pulchinelas eclesiásticos de la Ciudad; la gente corría en tropel a oírle, y toda explicación de doctrina en que él hacía papel era preferible a la función de títeres más completa. O yo me equivoco mucho, o esta costumbre bastaría por sí sola a dar una idea del genio de aquella nación.

Salgo de Bolonia el día 11 de Septiembre y llego a Génova el 13.

No sé si en mis apuntaciones sobre esta ciudad hice mención de la Iglesia de San Felipe Neri enriquecida de mármoles, oro, bajorrelieves y pinturas al fresco, muy cargada de ornamentos de mal gusto. En el pequeño teatro del Falcón había comedia francesa.

Salgo en una faluca para Niza; arribamos al Final, lugar al pie de los montes, a orillas del mar, con playa abierta. Vi una casa con una inscripción latina, en que dice que Felipe V hizo augustas aquellas aedes angustas. La posada era tan mala como la inscripción. El criado parecía un oso; si el hombre es animal risueño, aquél no era hombre, pálido, calzado de frente, barbinegro, vista torva, voz ronca y profunda, sórdido, avariento, por las noches nos pedía a todos anticipado el dinero de la cama; íbamos a comer, nos pedía el de la comida, al irnos se le olvidó a uno de mis compañeros el pañuelo; llamole desde el pie de la escalera para que se le trajese; vino con él, y no quería soltarle de la mano hasta que le pagasen el porte. En mis largos viajes no he conocido jamás tan aborrecible bestia. Salí al cabo de tres días de aquella maldita prisión; llegamos a San Remo, e hicimos noche, a mí me tocó dormir en un camastro inmundo, con un judío, el hombre más honrado y menos fastidioso de todos mis compañeros.

Llegamos a Niza el 23. Está rodeada por Oriente y Norte de montecillos agradables, con muchas casas de campo, huertas, olivos y amenidad, detrás de éstos se levantan las cimas desnudas de los Alpes. La Revolución ha hecho mudar a esta ciudad de aspecto. Soldados insolentes por todas partes, falta de sociedad, de tranquilidad, de diversión; todo porquería, miseria, desorden, exceptuando algunas calles anchas, rectas, con buenos edificios, hacia la parte del mar, y una espaciosa plaza, uniforme, con pórticos en su circunferencia, lo restante de la ciudad se compone de calles largas, estrechas, puercas, oscuras, sin edificio alguno de consideración. Parece que las bautizó a todas algún filósofo reformador, según los nombres sentimentales y metafísicos que tienen: Calle de la Razón, de la Libertad, de los Derechos del hombre, de la Felicidad, de la Moral, de la Igualdad, de la Unión, del Juicio, de la Indivisibilidad: risum teneatis?

Resuelvo (por mi mal) irme a España, en la fragata española La Venganza, que se hallaba fondeada en el pequeño puerto de Villafranca, inmediato a Niza. Salimos el 18 de octubre, vientos furiosos, corrientes encontradas, balances, golpes de mar, confusión, terror. El corazón se me oprime al acordarme de aquellos infaustos días, rompiéndose la caña del timón, se quebrantó el bauprés, corrimos de una parte a otra, adonde los aires y el mar quisieron llevarnos. Avistamos por dos veces una escuadra que creímos inglesa, y entre el temor de perder la vida o la libertad, vacilamos inciertos, hasta que logramos fondear en la Isla de San Pedro, situada en la punta meridional de Cerdeña `. Hay en ella una pequeña población, llamada Carloforte, habitada de pescadores y gente pobre; el terreno produce algún vino, hay salinas abundantes, y se pescan atunes en aquellos mares; en cuanto a la sal, si no vienen por ella los extranjeros, allí se queda, y las aguas la consumen. Enfrente de esta Isla está la de San Antioco, abundante en caza, donde me dijeron que había algunas ruinas y antigüedades romanas.

Salí el seis de Noviembre y a pocas horas arreció el viento, se alteró el mar, y entre borrascas, lluvia y huracanes, llegamos a Mahón. El puerto es demasiado estrecho de boca, pero excelente, de mucha extensión, de mucho fondo hasta las orillas, con calas cómodas, bien defendido de los aires. La ciudad mirada desde el Puerto, tiene muy mala vista; pero en lo interior, aunque pequeña, es bastante buena. Casas de piedra, muy bien construidas por el gusto inglés, mucha limpieza, aun en las de la gente más pobre. Las iglesias feas, llenas de mamarrachos, chafarrinadas, y monigotes espantosos. A una media legua de la Ciudad está una población que llaman el Arrabal, con una gran plaza y dos grandes edificios para cuarteles, poco más adelante se ven las grandes ruinas del famoso Castillo de San Felipe; enmedio de ellas hay una pirámide, obra pesada y mezquina, en cuyo pedestal se leen cuatro inscripciones: en español, inglés, francés y latín. La española dice: «A Carlos III, Rey de España y de las Indias, habiendo reconquistado de los ingleses la Isla de Menorca, rendido felizmente el día 4 de febrero de 1782, y demolido después el fortísimo Castillo de San Felipe, excluido del puerto de Mahón a los corsarios berberiscos, y asegurado la religión, erigieron los habitantes, restituidos a su antiguo y natural dominio, esta memoria de la conquista y de su gratitud hacia tan buen soberano, en el centro del mismo sitio que antes ocupaba el castillo, año de 1785.» En las tres inscripciones restantes dice lo mismo.

La Ciudad de Mahón ha recibido considerable aumento desde que conquistamos la Isla a los ingleses; los naturales se han enriquecido con el comercio de granos, y hoy día llegan a ciento y cincuenta los bergantines mercantes que hacen la navegación del Mediterráneo, todos ellos de los vecinos de Mahón. Acaso las ganancias que sacan del transporte de granos seguras y prontas, les aparta de otros ramos de industria, que se echan menos en la isla. El campo es poco agradable, áspero y pedregoso, sin árboles, lleno de tapias de piedra que dividen las heredades, poca amenidad, y gran porción de molinos de viento. El traje de las mahonesas puede verse en la Colección de trajes de España, el verlas [...]75 huecas y cortas de falda [...]76, bien calzadas, [...]77 limpias de bajos [...]78.

En el puerto se está construyendo un nuevo lazareto, obra considerable, que ascenderá a muchos millones; hay un pequeño Arsenal, con gradas de construcción; las fragatas hechas en Mahón, en estos últimos años, son de los mejores buques de nuestra marina, trabajaban en este Arsenal hasta unos seiscientos hombres.

Salimos de Mahón el día 7 de Diciembre para Cartagena. Calmas en los dos primeros días, que apenas andábamos 2 millas por hora, el día 9 se levantó un leste fresco, que después arreció con lluvia y nieblas; por no estrellarnos en las costas, que la oscuridad no nos dejó descubrir, fue necesario apartarse de ellas; avistamos al cabo de Gata, pero la violencia del viento, que nos había estorbado la entrada en Cartagena, nos impidió también que tomáramos el Puerto de Málaga, seguimos pues, la noche del día 10, caminando 9 millas por hora a palo seco, y entramos en la bahía de Algeciras al día siguiente, arrastrados de las ondas y de los vientos, y a medio tiro de la escuadra inglesa, fondeada en Gibraltar. El conflicto de este viaje, lo peligroso de este arribo, los horrores de que me vi cercado exceden a toda ponderación.