Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoViaje de Italia 8.º

Génova, Turín, Milán, Mantua, Florencia, Roma


26 de Marzo de 95. Salgo de Bolonia a la una del día, con el correo de Parma, y llego a esta ciudad a las 2 de la noche. Ajustes de veturinos, elijo el más hombre de bien de todos ellos, y el más recomendado. Salgo el 27 al medio día; paso el Taro cercano a Parma. Llego al paraje en que me robaron el cofre, entre San Donino y Firenzuola, y doy gracias a San Antonio que hizo parecer en toda su integridad mi desastrada guardarropa. Malísima posada en Firenzuola, algo mejor que la de Alcorcón; dolor de muelas, no ceno.

Llego el 28 a Plasencia. Algunas calles largas y anchas, piso llano, caserones grandes pero ningún edificio de consideración. En la plaza hay dos estatuas ecuestres de bronce, de Ranuzio Farnese y Alejandro Farnese, célebre general, ambas están llenas de fuego y expresión, pero a mí me pareció mejor la de Ranuzio. La otra es demasiado berninesca, hay muchos ropajes, muchos flecos, muchas crines, mucho aire, ambas hacen muy bello efecto en el paraje en que están; los pedestales son de mármol, con bajorrelieves y ornatos de bronce. Vi mucha clerecía por la ciudad, y muchos mendigos. Dígase de paso, en honor de la verdad, que los soldados que hallé así en Plasencia como en Parma, tenían muy buena traza: altos, bien dispuestos, bien vestidos, en nada semejantes a la tropa del capitán Giraldi. Mi vetturino se finge malo; me engaña a mí y de camino engaña a otro vetturino más viejo que él, con el cual prosigo mi viaje, atravesando, no sin mucho riesgo, la Trebbia, río que crece de un instante a otro, y suceden en él muchas desgracias, ni éste ni el Taro, ni otros cinco o seis que hallé en el camino, tienen puente y es necesario vadearlos. Si el dinero que se ha gastado en Colorno se hubiese destinado a estos objetos ¿quién sabe si no sería más amado de sus pueblos el discípulo de Condillac?

A tres leguas de Plasencia empieza un terreno quebrado, y el camino es harto incómodo, con baches y lodazales a poco que se humedezca, el que dejo atrás desde Bolonia todo es bueno; se pasa por Castel San Giovanni, y se entra en los estados del Rey de Cerdeña. Duermo en Broni. El 29 paso por Voghera, lugarote grande y viejo, y por Tortona, ciudad fortificada. Vi en la plaza una inscripción española, que no tuve tiempo de leer; se atraviesa después el río Scrivia, vadeándole, cuando crece más en barca y cuando crece más, de ninguna manera. Llego a Novi, primera población del Genovesado, ciudad bonita, aunque pequeña, buenas casas, buenas calles, limpieza, mucha gente, todo anuncia prosperidad. Está situada al pie de los montes, dominando a una hermosa llanura, que se dilata a gran distancia por Poniente y Norte, cerrando el horizonte por estos lados el Apenino y los Alpes; en todo lo que alcanza la vista se ve mucha población.

Día 30. Luego que se sale de Novi, se empieza a caminar por montaña, al fin de una subida se descubre repentinamente el castillo de Gavi a la extremidad de una alta roca, el pueblo al pie de ella, y el pequeño río Lemo, que va serpeando por un gran valle, coronado de montes ásperos. Sigue el camino dando grandes vueltas, por cerros incultos, piedras, mármoles desprendidos de la altura, arroyos que bajan golpeando con estruendo, hasta juntarse en cañadas profundas, rompiéndose entre las pizarras y peñascos, esterilidad, soledad triste. Llégase, por último, a la Bochetta, que es una garganta del Apenino, en su mayor altura por aquella parte, donde zumban los vientos y arrebatan tal vez con ímpetu espantoso pasajeros y carruajes. Este paso se considera como el más importante en circunstancias de guerra, y el que le ocupa tiene en su mano las llaves de Italia. De allí adelante se empieza a bajar y se goza de una escena harto diferente de la que se dejó atrás, se ve por todas partes mucha población, derramada por aquellos montes: casas limpias, lugarcillos alegres, mieses y frutos, que hacen prosperar el calor del sol y el aire templado del mar. Desde Campo Marone, distante ocho millas de Génova, se va por un hermoso camino, costeado por la Familia Cambiaso, a la derecha corre el río Polcevera, y a una y otra parte se ven cubiertas las colinas de hermosas casas de campo, con viñas y jardines, olivos y frutales; se llega, por último, al famoso arrabal de San Pier d'Arena, que todo se compone de palacios, pues tal nombre puede darse a las casas magníficas de los señores de Génova que componen esta población, por todas partes se ve riqueza, abundancia, todo anuncia la cercanía de una ciudad opulenta. ¡Oh Canillejas infeliz! ¡Oh Maudes!

Génova, población de cien mil almas a lo menos desde que por la Revolución de Francia se han establecido en ella muchas familias de aquella nación, está situada al pie del Apenino, en extensión muy corta, rodeada de montes altísimos exceptuando sólo la parte del mar; tiene un buen puerto, con dos muelles que le cierran aunque no tanto que basten a defenderle del Lebeche. Tiene hermosa vista, mirada desde el mar, pero no tan bella como Nápoles, no obstante que el caserío suntuoso que ésta presenta es sin comparación superior al de aquella ciudad; todos los edificios parecen nuevos, la variedad de sus colores, sus techos de pizarras, el no verse entre ellos tejados puercos, fachadas ennegrecidas ni fábricas pobres, sino todo grande, todo limpio, es cosa, por cierto, muy agradable. Como está situada la vertiente de los montes, es de piso muy desigual e incómodo; está muy bien empedrada con losas y fajas de ladrillos puestos de canto; las casas numeradas y escrito en las paredes los nombres de las calles, de las plazas e iglesias, no hay alumbrado público; las calles, exceptuando algunas pocas, son muy estrechas, las casas altísimas de 6 ó 7 de alto, por lo común recodos y callejones oscuros, que sirven de comunicación a unas calles con otras, muy parecida en esto a Venecia como también en el gran gentío que bulle por todas partes, y en la multitud de tiendas. No vi en esta ciudad la pobretería desnuda y asquerosa que se ve en Nápoles, ni grupos de pillos desarrapados cogiendo el sol sin hacer nada. Todos tienen ocupación, todos trabajan, todos estudian los medios de adquirir dinero, y el interés les da industria y actividad. No vi gran lujo, los señores van vestidos de negro, los senadores llevan una capa de seda larga como la de nuestros consejeros. La gente del foro una capeta corta, como la de los abates. Las señoras visten con elegancia pero aunque tienen joyas con que adornarse no las usan sino en ocasiones de grande etiqueta. El traje de libertad es muy parecido al de las nuestras, una mantilla de muselina blanca con flores o de china con ramos y matices y un guardapiés con cola y guarnición de seda de color o de tela blanca. Así van por la mañana a la iglesia o a pasear las calles o a hacer visitas de confianza y sólo se visten a la francesa para ir al teatro o a la conversación de ceremonia. A esta mantilla la llaman mezzaro y la manejan con gracia y coquetería. Las mujeres de clase inferior usan el mismo traje, diferenciándose sólo [...]79 en ser más o menos precioso no en la forma. Entre unas y otras hay muchas bonitas, blancas, ojos negros y expresivos, carirredondas, formas menudas, buen cuerpo, abren mucho las puntas de los pies y el andar es algo hombruno y marcial.

No hay más que una calle por donde puedan andar coches, y esto hace que el número de ellos es muy reducido, por consiguiente, hay mucha abundancia de sillas de manos pero ni los señores ni las señoras las ocupan sino cuando llueve o hace gran frío, cuando vuelven del teatro van dentro de ellas pero al ir se van paseando precedidas de sus lacayos con faroles y la silla sigue detrás. En esta ciudad no hay paseos, pues no deben llamarse tales ni el del Acqua Verde, que es una plaza con veinte o treinta árboles, desparramados y éticos, ni el de Acquasola, con otros tantos, situado en una altura incómoda y fuera de los muros. Así es que las gentes pasean mucho lo interior de la ciudad, a lo menos aquella parte más llana y cómoda, y por las tardes la Strada Balbi es la que más se frecuenta. La muralla que da al mar es paseo molesto por las muchas cuestas que hay, y cuando entra el buen tiempo es insufrible el sol por aquel paraje, que bate en las casas y produce un calor excesivo, por la muralla del puerto apenas pueden caminar dos personas de frente.

Por más que se diga, el vicio del juego es muy moderado en Génova y esto hace muy desagradable la permanencia en esta ciudad a los que gustan del garito, en el verano cuando toda la gente acomodada se va al campo tienen casino de juego o se juntan en las casas particulares, pero en lo restante del año pocas o ningunas veces se verifica que en alguna casa haya concurrencia numerosa y que se juegue en ella. Los nobles genoveses tienen tanto engreimiento y presunción como los más engreídos y presumidos nobles venecianos, y no hay que admirarse, un Cambiaso, un Doria, un Durazzo, que cuentan entre sus abuelos muchos soberanos del país, y que ellos lo serán mañana, parece que tienen alguna disculpa en imaginarse de superior naturaleza que los demás, incapaces de aspirar a tan altos honores. Entre ellos se reparten todos los empleos de la República que es absolutamente aristocrática, la dignidad de dux dura dos años, al fin de los cuales se presenta un secretario de la República y le dice: «Vuestra Serenidad ha cumplido su tiempo. V. E. puede retirarse.»

Génova existe por el comercio; si los nobles no lo comerciasen, todo el sistema del gobierno se trastornaría necesariamente, porque, dejando de ser ricos, dejarían de ser poderosos y en un país que nada produce, si no hay comercio no hay riqueza. El único lujo de estas gentes consiste en un gran palacio, bien adornado, y una vajilla inmensa de plata, el dinero que se gasta en estos objetos queda en pie siempre y no se desvanece como las demás frivolidades de moda, que destruyen lentamente las mayores fortunas, y empobrecen cualquier estado para alimentar la industria extranjera. Si uno de estos hombres acaudalados gastase al cabo del año toda su renta se miraría como un prodigio de disipación; el que gasta la mitad de ella se le cuenta por un manirroto; así es que aumentándose continuamente el capital por los ahorros anuales, le destinan o a promover las fábricas e industria nacional o a las especulaciones de comercio, ciencia en la cual desde el soberano al mozo de esquina todos son maestros. Esto se llama poner el dinero a multiplico, y en efecto le multiplican en términos que no hay más que pedir. A esto debe su opulencia este pequeño estado, situado entre montes ásperos e inhabitables, sin más protección que los celos recíprocos de las demás naciones, sin más enlaces que la franquicia de su pabellón, sin más defensa que el Apenino y el mar, sin más ejército que unos dos o tres mil hombres, a quienes les estorban las armas para correr y sin más escuadra que cuatro galeras viejas y casi inútiles. Los genoveses me parecieron en general un poco ásperos y montaraces, la juventud no es aturdida y alegre, como la de Venecia, el populacho es grosero y rudo, no canta ni ríe, como el de Nápoles, calcula.

Esta ciudad en que hay tal inteligencia en el comercio, no hace gran papel en materia de literatura y se dice comúnmente que en Génova no se conocen más letras que las de cambio. Hay una universidad y tres bibliotecas públicas. La de San Ambrosio, abierta todos los días, sin distinción y gran parte de la noche, se compone casi toda de obras teológicas, hallé en ella muy mala colocación; Jansenio y Catulo, San Pablo y el arte de cocina, todo revuelto. La que llaman de los Misionarios, cerca de San Mateo, es bastante grande y hay muy buenas obras clásicas, particularmente de física, historia y antigüedades. Es buena también la que fue del Abate Berio y hoy está junto a la Iglesia de San Pablo, además de las obras eclesiásticas, que siempre son las más abundantes, hay otras muy buenas de historia, física, historia natural, medicina, humanidades, crítica, viajes..., algunas ediciones particulares y una colección muy apreciable de autores genoveses y muchos manuscritos muy interesantes relativos a la historia nacional. Hay también una Academia de Artes, entre cuyos alumnos no parece que haya salido, hasta ahora, ningún talento superior. Las fábricas de lo seda, las pastas, el papel y el mármol de Carrara son objetos de grande utilidad en este país, las flores artificiales que hacen en el Conservatorio o Colegio de niñas, construido por la Familia Fieschi fuera de la ciudad, son perfectísimas y se venden con grande estimación, los ebanistas y tallistas hacen obras de mucho gusto, y en particular los últimos trabajan la madera con tal delicadeza y elegancia de diseño, que no he visto en ninguna otra parte cosa semejante.

El pueblo genovés es uno de los más devotos de Italia. La Virgen Santísima, San Juan Bautista, San Lorenzo, San Jorge y Santa Catalina de Génova son patronos de esta ciudad, y en las puertas de la muralla debajo del escudo de sus armas se ve en mármol ésta inscripción: «Genova, cittá di Maria Santissima».

La Catedral es un gran templo gótico de mármol blanco y negro en fajas horizontales; y exceptuando algunas estatuas que no carecen de mérito no hay cosa particular en punto de artes, pero en cuanto a reliquias posee dos dignas por cierto de religiosa veneración, allí se conservan las cenizas de San Juan Bautista en una capilla llena de lámparas y en la sacristía una gran copa de esmeralda de catorce: pulgadas y media de diámetro en la cual nuestro Salvador comió el cordero pascual con sus discípulos; se dice además que ésta fue una de las muchas alhajas que la reina Saba presentó a Salomón [...]80 Se enseña esta preciosa alhaja con tanta dificultad que es menester un decreto especial del Senado para poder verla.

Hay algunas iglesias enriquecidas con profusión de mármoles y pinturas, bien que ni en éstas ni en los ornatos hay demasiado mérito. La Anunziata, Le Vigne, San Syro, la Magdalena, Santa María en Carignano y alguna otra, son las más suntuosas por la materia y el arte, pero sólo hallé simplicidad, elegancia y buen gusto en la última de Cariñán, donde parece que el arquitecto quiso imitar aunque muy en pequeño la de San Pedro de Roma, hay en ella dos grandes estatuas de Puget, cosa de mucho mérito, la una de un San Sebastián, la otra de un Santo de la familia Sauli. En la Iglesia de Le Vigne, en el altar mayor, hay un grupo de bronce del mismo autor, y en el Albergo, u hospicio de pobres, también en el altar mayor hay una bella Asunción de mármol, obra del mencionado artífice, y éstas son las que se citan con más aprecio entre lo poco bueno que hay en este género en Génova. No deben omitirse tampoco las estatuas y bajorrelieves en bronce que adornan la Capilla Grimaldi en la Iglesia de San Francisco, obra del célebre Juan de Bologna, en esta Iglesia, en un cuadro de Andrea del Sarto en que representó la Adoración de los Pastores, pintó al Niño Dios metiéndose el dedo en la boca y tentándose la pollita. No puede darse cosa más natural ni más graciosa en un chiquillo, ni más impropia de la alta majestad del Divino Verbo.

Todos los años sacan procesionalmente las cenizas del Bautista el día de Cuasimodo y es una de las festividades de la ciudad. La procesión consistía en un sin número de cofradías de penitencia yendo todos los hermanos cubiertos con sus sacos y capirotes blancos, negros, azules, con esclavinas, sin ellas, de mil modos distintos. Observé que los que debían ser mayordomos o priostes de aquellas congregaciones llevaban a diferencia de los demás la capucha, la esclavina y el saco de seda, terciopelo o glasé de plata, con galones y exquisitas bordaduras de oro, con todo el lujo imaginable, nada conveniente, por cierto, a la austeridad de su institución. Cada hermandad llevaba un gran Cristo de enorme peso, ya por su tamaño, y ya por la mucha plata de que van cubiertas y adornadas las cruces; y esto de llevar el Cristo es una de las más difíciles operaciones y por consiguiente la que más divierte y admira al concurso, le llevan a mano como entre nosotros los pendones y es increíble lo que sudan y jadean y se abren de piernas y bufan y se tartalean y fatigan para conservar el equilibro [...]81; hay hombres de conocida práctica que se han hecho célebres entre el vulgo por esta habilidad y aún me aseguraron que corría impresa una obra, publicada pocos años ha, intitulada Arte de llevar los Cristos. Entre estas hermandades iban varios coros de muchachas, feas como diablos, cantando en voz chillona y desapacible varios motetes. Vi también un Santiaguito a caballo con un bordón y su esclavina, seguían después las comunidades, después el clero, después el Cabildo de la Catedral con sus canónigos ricamente vestidos de muer encarnado, porque hay que advertir que los citados canónigos son cardenales [...]82 seguía después la oficialidad, la cual es tan numerosa como diminuto el ejército, seguían los pajes del Dux, vestidos a la antigua de terciopelo verde y carmesí, con galones de oro, después las cenizas del Bautista, y cerraba la procesión el Dux, vestido de damasco encarnado con una gran toga, delante llevaban una grande espada y dos mazas o cetros, detrás seguía el Senado con togas negras y a los lados la Guardia Suiza.

Esta ciudad es célebre por la multitud y grandeza de sus palacios. No hay extranjero que no se sorprenda al verlos, la Strada Novisima, la Strada Nuova y la Strada Baibi, que están a continuación una de otra, presentan un conjunto de edificios soberbios que en ninguna otra parte los he visto tales. Hay otros muchos por la ciudad, pero exceptuando algunos pocos situados ventajosamente no se goza la vista de los demás por la estrechez de las calles. Unos son de mármol, otros de piedra, otros adornados de estuco, otros pintados; hay en ellos escaleras magníficas, salones enormes, proporciones gigantescas y grandiosas, falta sólo buen gusto en la arquitectura y en esta parte los de Venecia y el Estado Véneto son infinitamente superiores, nada e hay en Génova comparable a las grandes obras de Paladio, Scamozzi, Sansovino y otros grandes artífices que enriquecieron el Estado Veneziano con admirables obras. En los de Génova todo es caprichos y licencias poéticas, todo mascarones, conchas, florones, cartelas, formas extravagantes sin oportunidad ni belleza; hay uno u otro que debe exceptuarse de esta censura general, pero siempre serán muy pocos por grande que sea la indulgencia con que se examinen. En lo interior hay muchos muy bien adornados, con frescos en las bóvedas, colecciones de buenos cuadros, mármoles y muebles preciosos. En el que llaman Palazo Rosso, entre otras muchas pinturas de mérito, vi cuatro Sibilas de Guido Rheni, una Virgen, un Cristo y un San Sebastián, del mismo artífice; un San Francisco adorando la Cruz, del Capuchino; un cuadro de Judit y Holofernes, de Pablo Veronés; uno pequeño de la Asunción, que dicen ser del Correggio, lleno de gracias; un Cristo con la Cruz, de Vandick, una bella pintura de Olinto y Sofronia, del Caravaggio, y tres o cuatro grandes cuadros, del Guercino, dignos de su pincel. El cuarto segundo donde estuvo alojado el Rey de Nápoles está adornado por el gusto moderno, espejos dorados, estucos, sillerías, mesas, todo exquisito y digno del augusto huésped; las pinturas modernas que hay en él aunque no puedan llamarse mamarrachos, anuncian demasiado que el siglo de las academias, de los preceptos y de la crítica no es el siglo de las artes, y esto se entienda no de Génova solamente, sino de toda Italia, particularmente en la pintura, el sublime de esta arte ha desparecido y las obras antiguas que se conservan cada vez son más preciosas y según parece inimitables. En el Palacio Durazzo de Strada Balbi hay también muy buenas pinturas, tres grandes cuadros de Jordán como él sabía hacerlos, cuando no pintaba a destajo, que representan la muerte de Séneca, Olinto y Sofronia y Phineo caído en el suelo al ver la cabeza de Medusa, pero el más precioso de esta colección es el de Pablo Veronés, en que representó a la Magdalena a los pies de Jesucristo, cosa admirable, grupos, cabezas, colorido, luz, ropajes, todo digno de aquel gran maestro, hay en la misma casa una buena copia de esta obra, pero no tan buena que pueda equivocarse con el original; como dice La Lande, al cotejar entrambas pinturas se reconoce inmediatamente la mano de Pablo Veronés. En las estancias de este palacio hay gran riqueza de adornos, en espejos, vasos de china, suelos a la veneciana, mármoles, estucos dorados, frescos en las bóvedas y cuanto puede contribuir a hacer una habitación suntuosa y magnífica. En la galería hay un techo pintado por Parodi, en que quiso figurar la destrucción de los imperios de Assyria, Grecia, Persia y Roma, en las descripciones de Génova se explica muy a la larga la idea del pintor, pero el tal argumento está desempeñado de tal modo que puede significar aquello o cualquiera otra cosa, o por mejor decir, no significa nada, en una parte Venus que se peina, en otra Apolo que desafía a Marsias, en otra Baco triunfante; y esto significa la destrucción de los asirios, sea enhorabuena.

El Palacio del Dux tiene una fachada moderna, de buen gusto, pero está metida dentro de un patio y en la parte que da a la calle sólo se ve un gran lienzo de casas viejas y sin elegancia; esta fachada consta de dos grandes cuerpos de arquitectura, el primero dórico, y el segundo jónico, con columnas o medias cañas pareadas, y una gran balaustrada, que corona ambos cuerpos y corre toda la tirantez del edificio; después de éstos, hay otro cuerpo de mal gusto, con resaltos que hacen pésimo efecto, estatuas en nichos, y sobre ellas trofeos militares; al pie de la escalera, que está delante de la puerta, hay dos estatuas de Andrea Doria y Juan Andrea Doria, con inscripciones en el pedestal. En lo interior merecen verse dos salones que se acaban de construir, el menor concluido ya enteramente, obra de muy buen gusto, con adornos de oro, bajorrelieves de estuco bien ejecutados y pinturas que hacen buen efecto considerando el todo, pero examinadas en sí, no me parecieron de gran mérito; el salón grande, de orden corintio, con columnas de mármol, y estatuas en nichos de los varones célebres de la República, entre los cuales está el duque de Richelieu, como ciudadano y bienhechor de ella; es una pieza suntuosa, en que se junta el Gran Consejo, digna del objeto a que se destina; aún faltan algunas estatuas y pinturas, la que está ya colocada en medio de la bóveda, obra de Doménico Mépolo, me pareció muy mal.

El Palacio de Andrea Doria, fuera de la puerta de Santo Tomás, de grande extensión, con un buen jardín que da sobre el mar, en la más bella situación posible, es uno de aquellos monumentos que venera la posteridad agradecida; en medio del jardín hay una gran fuente de mármol, con un Neptuno tirado de tres caballos marinos, obra de mal artífice, estimable solamente porque en la figura de Neptuno retrató el escultor a Andrea Doria, con barba larga, desnudo y en la mano el tridente. En la fachada exterior del Palacio hay esta inscripción: «Divino munere, Andreas Doria, Cevae F.S.R. Ecclesiae, Caroli Imperatoris catholici maximi, et invictissimi Francisci primi Francorum Regis, et patriae classis triremium IIII prefectus: ut maximo labore, jam fesso corpore, honesto otio qui esceret, aedes sibi et successoribus instaurabit. 1529.» Enfrente de este Palacio hay una posesión perteneciente a la misma familia y en la parte más elevada se ve en un nicho una estatua enorme de Júpiter, mal hecha y muy destruida, a sus pies está enterrado un perro de Juan Andrea Doria con esta inscripción en una lápida de mármol, la copia es exacta: «Qui giace il gran Roldano, cane del principe Gio. Andrea Doria, il quale per la sua molta fede e benevolentia, fu meritevole di questa memoria, e perche servó in vita si grandemente d'ambidua le leggi fu anco giudicato in morte doversi collocare il suo cenere, appresso dell'sommo Giove, comme veramente degno della Real custodia. Visse XI anni e X mesi, morse in Settembre de 1605, giorno 8, hora 8 della notte».

En el Albergo, que es un grande edificio, destinado a Hospicio de Pobres y Casa de Corrección para las mujeres, hay estatuas de los que han contribuido con sus limosnas a sostener este establecimiento; lo mismo se ve en el Hospital General y en el de los Incurables, cuyas salas están llenas de estos monumentos, tan dignamente merecidos. Admira, por cierto, las sumas enormes con que los poderosos han sostenido estas casas de caridad; pero por qué manía ridícula las inscripciones han de estar en latín, un infeliz que encuentra allí socorro a sus miserias, que encuentra allí la salud perdida, que ve delante de sí las imágenes de sus bienhechores, no ha de poder adivinar sus nombres, para venerarlos, no ha de poder saber hasta qué punto la humanidad y la religión conmovieron su ánimo generoso y cuando ve huir de su lado la enfermedad y la muerte, no ha de poder descifrar las líneas de aquellos mármoles, repasarlas mil veces, y agradecer con lágrimas tantos beneficios.

Estos hospitales están muy bien asistidos por los padres capuchinos y unas monjas de no sé qué orden, ¡qué bien parece un religioso cuyo traje, cuyo aspecto anuncian austeridad, penitencia, desprecio del mundo, ocupado en aliviar y consolar la humanidad doliente y desvalida! No hay duda la caridad es la mayor de las virtudes y entre cuantas aquellos varones piadosos ejercitan, ninguna será más grata a la divinidad que la que sea más útil a los hombres.

Se ha hablado ya del hermoso arrabal de San Pier d'Arena y las orillas de Polcevera, al poniente de la ciudad; lo mismo debe decirse de la parte opuesta, por donde corre el pequeño río Bisagno, todo cuanto alcanza la vista, exceptuando lo más áspero de los montes, está cubierto de caseríos, con edificios magníficos y una multitud de jardines sostenidos con murallas, a fuerza de trabajo y gasto, cuanto pueden hacer los hombres en un terreno ingrato y desigual, otro tanto se ha hecho allí para allanar el piso, edificar sobre él habitaciones deliciosas, rodearlas de frutos y flores, y defenderlas de los estragos de las inundaciones y torrentes que las amenazan. Tanto puede la industria humana, a cuyos esfuerzos parece que la naturaleza misma opone inútil resistencia; los que fueron barrancos y precipicios ya son pensiles, y el hombre convierte en morada de los placeres la que antes fue habitación de fieras.

20 de Abril. Salgo para Turín, en compañía de D. Diego La Cuadra, Secretario del Ministro de España en Génova, en un coche derrengado, lleno de agujeros, goteras, parches y apósitos; llegamos a paso de buey a Alejandría, situada entre el Bormida y el Tanaro, pasando el primero de estos ríos por un puente de barcas. No hubo tiempo de ver la Ciudad, plaza de guerra, con una buena ciudadela, llana, calles rectas, casas viejas, muchas tiendas, muchos cafés, y escofietas de tamaño enorme.

Salimos el 22 (día infausto), atravesamos el Tanaro por un bello puente cubierto, al modo de algunos que he visto en Suiza, y dejamos a la derecha la ciudadela, que el río separa de la ciudad. Mal camino, sin una piedra; después peor, después impracticable, por último se atasca el coche, se sepultan los caballos en el lodo, el veturino reniega, y al cabo de media hora de un continuo latigueo, logra desengastar las dos alimañas, pero no consigue que el coche desvencijado se enderece ni se mueva de donde está. Pues aquí de la prudencia del veturino; desata sus caballos, márchase con ellos por el camino adelante sin decir palabra, y nos deja dentro del coche en manos de la Providencia. Cuando advertimos su fuga, ya estaba donde no podía oír nuestros alaridos; consulta, confusión de pareceres, pie a tierra, llegamos a una casuca con el lodo hasta las rodillas y lloviendo sin cesar, júntanse algunos payos hablando en piamontés y pidiendo dinero a cada palabra; tráense cuatro robustos bueyes y a fuerza de cuerdas, de voces y hurgonazos sacan el coche. Llegamos a paso de tortuga a un lugarcillo poco distante, llamado, según pudimos entender, Quatordici o cosa semejante, que si catorce veces me desollaran, no volvería a pasar por él ni una vez sola. El veturino nos recibe con un semblante tan halagüeño, que desarmó nuestra cólera y, como sea ya cosa averiguada y cierta que ningún veturino es criatura racional, nos pareció más conveniente almorzar que reñir. Seguimos nuestro viaje y al pasar un torrente que venía furioso, para mí tuve que aquél era el cabo y remate de mis peregrinaciones. Para qué es mentir, mi virtud dominante es el miedo y al verme allí tuve tantas razones de tenerle, que en mi vida me he visto más cerca de perecer. Salimos, en fin; mejora el camino y llegamos a Asti, donde se pasó lo restante del día y la siguiente noche en mudarnos, secarnos, y estregar el lodo de que llegamos cubiertos. Prosíguese al otro día el viaje por un hermoso país, cortado en vegas y montecillos, abundante en mieses, árboles y agua, con varios pueblos muy bien situados a las faldas de las colinas, cosa pintoresca y agradable. A cuatro millas de Turín, pasamos por el Moncaglieri, Sitio Real, con un palacio muy grande de ladrillo, sin decoración ni elegancia, situado en una altura, desde la cual se goza la vista de una ancha llanura poblada de árboles, por donde corre joven y sosegado el Po; los Alpes, erizados, cubiertos de nieve, la punta altísima de Monviso, padre del Eridano, que descuella sobre los demás montes; una colina que corre de Norte a Sur, llena de casas de campo, bien cultivada y fértil y en medio de aquellos espacios llanos, la ciudad de Turín.

23. Está situada en el confluente de la Dora y el Po y exceptuando los dos arrabales que llaman Borgo del Po y Borgo del Pallone, todo lo restante está guarnecido de muros, bastiones, fosos y cuanto es necesario para una buena defensa; a la parte de Poniente está la ciudadela, a la de Oriente el montecillo de los Capuchinos, que es el punto que domina la ciudad, desde el cual pudieran ofenderla, está fortificado y minado, para sostener aquel puesto o volarle en caso de necesidad.

La planta de la ciudad es de las más bellas de Europa, o acaso la primera de todas, por la rectitud, longitud y anchura de sus calles, la regularidad y elegancia de sus edificios. La calle más larga es la que llaman de Dora Grosa, con casas muy altas a un lado y otro, casi iguales en los adornos, con ánditos para la gente de a pie, infinitas tiendas de mercaderes, gran concurso y movimiento. La que llaman Contrada del Po es mucho más ancha, aunque más corta, compuesta de grandes edificios, espaciosos pórticos. La Calle Nueva, y las que la atraviesan [...]83 desde el río a la ciudadela, son espaciosas y de buen caserío. La mejor de sus plazas es la de San Carlos, con edificios iguales y pórticos de arcos sostenidos en columnas pareadas. La Plazza Castello sería grandísima, si no la dividiese en dos el Palacio que llaman de Madama Real, en toda su circunferencia hay grandes pórticos, centro del comercio y el concurso; son muy buenas también la Plaza de Carignan, la delle Erbe, hecha toda de planta, y la Paesana. Es lástima que muchas de las grandes fábricas que se ven en estas plazas y calles sean de ladrillo sin blanquear ni pintar, agujereadas por todas partes con los mechinales de los andamios, lo cual las da un aspecto de vejez y rusticidad que sería fácil y poco dispendioso de corregir. La ciudad se alumbra de noche con grandes faroles de reverbero, de a dos luces cada uno, está bien empedrada de guijarros menudos; en la Puerta de Susa hay un depósito de agua, que corre por todas las calles, cosa no menos útil para refrescarlas en verano que para limpiarlas de la mucha nieve que las llena en invierno.

En cuanto al mérito particular de los edificios, diré solamente que los menos adornados me parecieron los mejores: porque en aquellos en que los artífices han querido lucirlo, he hallado muchas extravagancias y malísimo gusto. No hay fábricas de gran decoración y en las más grandes se reduce a los ornatos de puertas y ventanas, y exceptuando la fachada del Castello, que consta de un orden compuesto, con columnas y pilastras, y una balaustrada que corona el edificio, ningún otro hallé que pueda compararse con los de Verona, Vicenza y Venecia. Pueden citarse también los cuarteles, que están al fin de la calle de Dora Grossa, con decoración de pilastras y cornisamento dórico, la fachada del Teatro de Carignan, y algún otro palacio de que no me acuerdo. El del Rey, aunque muy grande, es tan sencillo, que no merece este nombre, el que hoy sirve para el Colegio de Nobles, edificio inmenso, aun no concluido, de ladrillo sin revestir, ennegrecido y rústico, está cargado de molduras, recuadros y adornos pesados e inoportunos, que sería bien destruirlos si se tratase de concluirle, el Palacio de Carignan, también de ladrillo sin blanquear, obra del célebre Padre Guarini, como el anterior, es digno de Churriguera, por las muchas garambainas y triquitraques de que está lleno.

Las iglesias de Turín son pequeñas por lo común, su merito consiste en la multitud de mármoles y los ornatos de que están llenas. En la Catedral hay, detrás del altar mayor, una capilla redonda, de mármol negro, con grandes columnas de lo mismo, basas y capiteles de bronce; la cúpula es de una construcción singular y atrevida, compuesta de semicírculos, que forman otras tantas ventanas, cargando el arranque de los más altos, sobre la clave de los inferiores, al modo de una alcachofa o las escamas de un pez; toda esta obra peca mucho contra el buen gusto, pero no puede negarse que produce un grande efecto y sorprende a primera vista lo extraordinario de sus formas y la riqueza de sus ornatos, en medio de ella hay un grande altar con una urna, en que se conserva el Santo Sudario, reliquia preciosísima, que habrá dado, sin duda, motivo a aquella devota oración que empieza: «Señor Dios que nos dejaste la señal de tu pasión la sábana santa, en la cual fue envuelto...» La Iglesia de San Lorenzo, inmediata a la Catedral, obra del Padre Guarini, como lo es también la capilla de que se ha hecho mención, es por el mismo estilo, aunque todavía más extravagante que la primera; alaben, si quieren, el ingenio del artífice, como tal vez se alaba el de Villamediana y Góngora, pero el juicio no hay para qué nombrarle; la planta es un estrellón, compuesto de semicírculos hacia el centro; las capillas, semicírculos hacia la circunferencia; la cúpula, semicírculos que se cruzan, formando una celosía. Todo es caprichoso y nuevo, todo compuesto de preciosos mármoles y recargado de adornos, que no caben más; hay alguna pintura de mérito; las estatuas no valen nada. En las demás Iglesias hay menos disparates, pero ninguna de ellas, inclusas las del famoso Juvara, que hizo muchas obras en esta ciudad, me pareció poderse citar como un modelo de buen gusto. La Lande, hablando del mencionado Juvara y Guarini, cita una opinión de Mister Cochin y a renglón seguido la impugna, y en su respuesta se ve demasiado que es muy posible llegar a ser un grande astrónomo sin entender palabra de arquitectura. Santa Cristina, San Felipe Neri, Santa Teresa, San Solutore, Corpus Domini y alguna otra, son las más ricas en mármoles y más elegantes por su forma y adornos; en la de Santa Cristina hay dos bellas estatuas de Le Gros, escultor francés, y en la de San Felipe un buen cuadro de Solimena. Merece verse la Capilla del Hospital, que forma una rotonda, sostenida por doce columnas jónicas aisladas, tribunas sobre la cornisa, y una hermosa cúpula. Si mi opinión valiese, yo citaría esta iglesia como la mejor de Turín; buen plan, buenos ornatos, sencilla y elegante, sin pesadez, sin confusión, sin travesuras ridículas. El Hospital no me pareció tan bien asistido como el de Génova; en las salas hay muchos bustos, muy mal hechos, de los que han contribuido con sus limosnas a sostener y ampliar aquel establecimiento; en el Hospicio, edificio muy grande, donde se recoge multitud de pobres de ambos sexos, se ve lo mismo. Hay otras muchas casas de caridad, de educación y retiro para niños expósitos, para viudas de militares, para huérfanos; colegios de niñas, casa de corrección para mujeres perdidas, y en fin, todos aquellos establecimientos propios de una gran corte; paliativos insuficientes con que el Gobierno procura dilatar cuanto sea posible la total depravación de costumbres, que crece por instantes, y salvar algunas reliquias de tan desecha tempestad.

Hay varias bibliotecas abiertas al público, la más considerable es la de la Universidad, que con las adquisiciones que ha hecho en estos últimos años pasa ya de 60 mil volúmenes. No está cargada, como otras muchas, de obras góticas, que ya nadie lee, y abunda en aquellas más clásicas, auxilios necesarios para el estudio fundamental de las ciencias útiles. Entre los manuscritos, de que hay impreso un gran catálogo, hay algunos muy apreciables, tales son un poema sacro, en hexámetros, del sexto siglo; la Historia Natural, de Plinio, llena de ornatos delicadísimos y miniaturas ejecutadas con admirable prolijidad, colores bellísimos, bastante mérito en las cabezas y en los ropajes; otro código del mismo autor, pero de corto mérito en las pinturas que le adornan; la Comedia, de Dante, con miniaturas muy bellas, como lo son también las que hay en un libro de oraciones que, a lo que parece, fue escrito en Francia para uso de algún gran príncipe; un pequeño libro, en vitela como los anteriores, que se cree haber sido un prontuario de Julio Romano, en que dibujó de tinta de China algunos pensamientos sacados de la historia sagrada y profana, estos diseños están en unos óvalos de doce a catorce líneas en su mayor diámetro; las figuras son pequeñísimas, pero muy bien tocadas, y no deja de parecerse bastante el estilo a la copia de los bajorrelieves de la Columna Trajana, que existe en Módena, hecha por el citado pintor; una grande obra de historia natural, en muchos volúmenes, coloridas las plantas con los mismos jugos que se han sacado de ellas mismas, lo cual será verdad en algunas, pero en otras sufre grandes dificultades. Entre los impresos hay muchas ediciones apreciables por su antigüedad; una Políglota de Arias Montano, impresa en vitela; un libro chino de las obras de Confucio, impreso en papel amarillo, muy sutil, parecido al de seda, contiene varios tratados de historia, de moral y política, himnos y canciones, edición de este siglo. En la habitación que está debajo de la Biblioteca le ve el Museo, que además de una buena colección de medallas, contiene varios objetos curiosos de antigüedad, muchos de ellos egipcios. Lo que hay de más raro en este Museo es una águila legionaria de bronce, un mosaico con una gran figura de Orfeo, y otros dos pequeños, el uno de un perro y el otro de un asno, estos tres con otros varios pedazos, que no se han podido conservar, formaban una sola pieza; la figura de Orfeo es la más grande que he visto en mosaicos antiguos, más apreciable por esto que por el mérito de su ejecución; los dos animales, particularmente el asno, me parecieron mejor hechos. Vi allí también la famosa tabla de Isis, sobre la cual han trabajado a porfía los anticuarios, monumento preciosísimo sin duda, tanto porque ha muchos años que se hizo, cuanto porque no hay demonios que le descifren. En la galería del patio contiguo al museo hay varias lápidas, inscripciones y bajorrelieves, colocados en la pared con buen orden, como en Verona, aunque esta colección es menos numerosa que la de Mafei; hay, además, algunas aras y columnas, también con inscripciones, que se hallan ya explicadas e impresas.

En el mismo edificio que ocupa la Biblioteca está la Universidad; asistí a unos grados [...]84 me daba compasión oír a los graduados y al graduando, pero me aseguraron después que casi todos ellos, y los que tienen parte en el mando, se ríen de aquella farándula, y si esto es cierto, quién podrá llevar en paz la indiferencia con que mira el Gobierno un objeto de tal entidad, y que así consienta que la juventud estudiosa y llena de talento pierda su tiempo y su razón en aprender desatinos, y que en vez de promover las ciencias útiles, se enseñe y se aprenda una algarabía ridícula de la cual ni el maestro ni el discípulo, ni el que arguye ni el que sustenta, entienden palabra, y al cabo de media hora de disparatar sin freno: hágote doctor ¿por qué? Porque has dicho mil necedades, para que se las enseñes después a otros infelices y así se perpetúa el goticismo, la presunción y la ignorancia con nombre de sabiduría. Así hay tantos doctores y tan pocos que sepan algo.

El Arsenal «es uno de los mejores que he visto, ocupa una grande extensión, había en él hasta unos cien mil fusiles, al principio de la guerra, colocados en tres salones, de los cuales, el que llaman de San Carlos y el de San Vitorio son magníficos, de a tres naves cada uno, puestas las armas alrededor de los postes, y cubiertas con unos pabellones, a modo de tiendas de campaña; vi, entre otras cosas, unas grandes espingardas, sostenidas en caballetes, que vienen a ser fusiles largos de mucho alcance, y otras que se cargan por detrás, y al dar una media vuelta a un manubrio cae una chapa, que corta parte del cartucho, vierte una porción de pólvora en el fogón, y la mecha, colocada en un cañuto unido a esta chapa, la inflama, todo esto se hace en sólo dos tiempos. Hay muchos talleres de arcabucería, fundición de cañones de bronce, con una grúa que levanta el cañón y le coloca donde se ha de barrenar, movida por un hombre; otra para barrenarle, movida por agua, de estas dos máquinas existen modelos en el Retiro. Vi cañones de dos tiros, el tercio más grueso es un obús, y los otros dos forman el cañón. Hay, además, todos los talleres necesarios para las cureñas, carros, pertrechos, relativos a la artillería. Se trabajaba con grande actividad; en el año de 94 se construyeron de 230 a 240 piezas de bronce, entre grandes y chicas. La fábrica de fusiles no es suficiente para abastecer al ejército, y mucho menos en una guerra tan desastrada como la actual; vi grandes remesas de ellos, traídas de Brescia, de Sajonia y de varias fábricas de Alemania. Todo esto y algo más se necesita para que los hombres sean felices y se quieran mucho.

El Teatro Real de Turín ha servido de modelo a otros muchos que se han construido después en varias partes. En éste nada se ha omitido para hacerle digno de una gran corte y de la presencia del Soberano, que asiste muchas veces a los espectáculos magníficos que se dan en él. La Lande hace la descripción y en ella pueden verse sus dimensiones. La sala es un óvalo truncado, más pequeña que la de San Carlos de Nápoles, menos rica, y menos cargada de adornos; la escena es grandísima, y se alarga, cuando es menester, abriendo en el fondo una gran puerta, o ventana, por mejor decir, que cae a un patio, cerrada con un puente levadizo. Muchas veces se ven salir al teatro 260 soldados de a pie y treinta caballos. Hay un gran depósito de agua, que baja al foso por un conducto, para formar con ella fuentes naturales de surtidor. Las máquinas, las decoraciones, los trajes, la orquestra, todo es correspondiente. Además de los cuartos en que se visten los actores, con chimenea, espejo, papelera y sillas, del café y piezas de juego para desahogo del público, hay una sala donde van a tomar lección de baile varias discípulas, costeándolo todo la dirección del teatro. Ésta se compone de algunos señores, que adelantan las sumas necesarias y se interesan en la prosperidad del establecimiento; el Rey contribuye también con una cierta cantidad, y todo es necesario para sostenerle. Para manifestar que se atiende a todo, sin omitir las menores cosas, basta decir que en el cuarto de la Dirección hay un gran botiquín, que durante las óperas está provisto de todo lo necesario para caídas, desmayos, jaquecas, convulsiones, sofocos y otras desgracias inopinadas a que están sujetas las Berenices, Armidas, Porcias y Pantasileas que gorgoritean y brincan. Este teatro se comunica con el Palacio del Rey por medio de una larga galería. Cuando yo estuve no había óperas; el son de Marte había hecho enmudecer a las tímidas Musas. ¡Oh, vuelva, que ya es tiempo, la dulce paz, y ponga término a este furor! ¡Vuelvan con ella las artes, las gracias y los placeres, y enjuguen las lágrimas de tantas naciones infelices!

En la escalera principal de Palacio hay una estatua ecuestre de Víctor Amadeo 1.º. El jinete es de bronce, y el caballo de mármol, y esto hace muy mal efecto. Toda la obra es menos que mediana; el caballo pesadísimo, y como está colocado en un nicho, sobre pedestal bajo y en lugar estrecho, todo contribuye a hacerla parecer más mazacota de lo que es en sí. Las habitaciones del Palacio no contienen cosa particular en cuanto a los muebles y ornatos; pero hay en ellas, así en las bóvedas como en los muchos cuadros que cubren sus paredes, pinturas de mucho mérito. Las hay muy buenas de Ricci, que representan asuntos de la historia sagrada; cuatro cuadros de los elementos, excelente obra de Albano, un poco dispersa la composición, pero de una ejecución, de un colorido, de unas formas las más bellas que pueden verse; dos grandes retratos, de Vandick, de lo mejor de aquel artífice; una Santa Francisca Romana, del Guercino; una Anunciación, del Gentileschi, figuras del tamaño natural; otro gran cuadro, de Pablo Veronés, que representa a la Infanta de Egipto haciendo sacar del río al niño Moisés, entre las damas egipcias se ve un personaje vestido con su ropilla y su capa negra, su gorguera y pelón, pero ¿qué importa si el cuadro es excelente?, las ropas de la Infanta me parecieron hechas con admirable maestría. Hay un pequeño gabinete, adornado con pinturas de Vanloo, en que representó varios pasajes de la Jerusalén del Taso. Otro cuyas paredes están cubiertas de espejos, adornos dorados y una gran cantidad de miniaturas, muy bien hechas, que son retratos de varios príncipes y personajes ilustres; entre algunos retratos de pintores célebres vi el de Juan de Pareja, español; el famoso cuadro de la hidrópica, de Gerardo Douw, de una vara de largo y una tercia de ancho, poco más o menos, es excelente en su línea, bien diseñado, bien dirigida la luz, y concluido con una delicadeza extraordinaria, como es propio de los buenos autores flamencos que trabajaron en este género de composición pequeña. Hay también algunos cuadros de fruteros, flores y países, de mucho mérito. Los techos de las salas están pintados por Juan Miel, Daniel de Seneterre y Beaumont; los de este último, como dice La Lande, parecen pinturas de abanicos, vi también dos piezas con los techos pintados por un turinés, de cuyo nombre no me acuerdo, cosa horrenda en verdad. La colección de cuadros de este Palacio tiene la particularidad estimable de reunir obras de varias escuelas extranjeras y nacionales, lo cual no es común en las galerías de Italia. Los cuadros que he citado me parecieron los mejores, pero ya debe suponerse que hay otros muchos más.

El Palacio del Rey tiene muy buenos jardines, pero cuando yo estuve no se abrían al público, porque como ocupan gran parte de las fortificaciones, y éstas se guardaban entonces con todo escrúpulo, era necesario desembarazarlas de gente; por la misma razón no se permitía tampoco pasear la muralla que va desde Puerta del Po a Puerta Nova. Es muy bueno el paseo que hay dentro de la ciudad, entre ésta y la ciudadela, con varias arboledas, que llegan desde Puerta Susina hasta el Arsenal. Fuera de los muros hay hermosos caminos, con árboles muy altos, que sirven de paseo a los coches y a la gente de a pie, praderías, tierras cultivadas, y alegres vistas por todas partes. Tales son el camino de Rívoli, el de Orbassano, el de Stupiniggi, el de Piamonte, y las arboledas que conducen al Palacio Valentino y a la otra parte del río, las que van a la Vigna della Regina y al sitio Real de Moncaglieri.

Vi algunos de los sitios o Palacios Reales cercanos a Turín; el Palacio Valentino, distante apenas un cuarto de legua de la ciudad, está situado a la misma orilla del Po; la fachada principal mira al río, tiene en los ángulos cuatro torres, en medio un gran patio para los coches, y a los lados dos jardines, el uno de paseo, y el otro, más pequeño, es el Botánico, perteneciente a la Universidad, bien cuidado, según me dijeron, por el profesor que le tiene a su cargo. En la fachada de este Palacio que mira a la parte de la ciudad hay esta inscripción: «Hic ubi fluviorum rex, ferocitate deposita, placidé quiescit, Cristiana a Francia, Sabaudiae Ducissa, Cypri Regina, tranquillum hoc suum delicium regalibus filiorum offis dedicavit. Anno pacato 1660.»

Stupiniggi dista tres millas y media de la ciudad, conduce a él un hermoso camino, ancho y recto, con grandes árboles que le adornan; antes de llegar al palacio hay dos alas de edificios iguales, que forman una calle muy ancha; la planta del Palacio es muy extraordinaria, un gran salón en medio, y cuatro brazos, a modo de una cruz de San Andrés, dos de ellos, prolongados y torcidos hacia la ciudad, forman una gran plaza para los coches. Las pinturas y adornos de este palacio anuncian su destino, todo es trofeos de caza, pinturas y alusiones a este placer. El salón es extravagante, magnífico, alegre y teatral, cargado de pinturas de mediano mérito, con bellos puntos de vista por todas partes. Las habitaciones están muy bien adornadas, los techos pintados a fresco, y entre ellos me pareció lo mejor uno de Vanloo, en que representó a Diana que sale del baño; otro del sacrificio de Ifigenia, pintado por Croisati, y en una especie de antecámara varios adornos, compuestos de despojos de caza, cosa hecha con la mayor delicadeza y gusto; me dijeron que era obra de un pintor turinés, llamado Vacca. En la habitación de la princesa Felicita hay dos techos pintados al fresco, que es lástima no darles una buena mano de cal para que no se echen a perder. Los jardines contiguos al Palacio son tristes, sin agua ni adornos. Hay un buen bosque, donde se hace la famosa caza de los venados; asiste toda la corte, y es una de las diversiones del país.

La Veneria Reale es otro sitio, poco más lejos de Turín que el anterior, donde el Rey y la familia real van a pasar parte del verano; la población se compone en parte de edificios regulares y bien construidos, donde se aloja cómodamente la servidumbre y dependientes de la corte y allí está el cuartel de Guardias de a caballo. El Palacio es grande, formando una figura irregular por los varios pedazos que le han ido añadiendo. Las habitaciones están adornadas en lo interior con estucos de corto mérito y varias pinturas. En los cuartos del Duque y Duquesa de Saboya hay algunos gabinetes de charol, cosa estimable en su género; la mesa de lapislázuli que cita La Lande no es de una sola pieza sino de muchas, y basta observar con algún cuidado sus vetas y colores para conocerlo. El cuarto del Duque de Aosta, en el piso principal, está adornado a la moderna, con elegancia y gusto; lo mejor que vi allí, en punto de pinturas, fue unos pequeños países, de Cignarolli y otros, hechos a aguada o con pluma, de un tal Palmesi, cosa muy buena, que se equivoca con el grabado. Hay una hermosa galería, con mucho ornato de arquitectura, donde se proponen colocar varias estatuas que representarán las provincias del Reino, hasta ahora no hay más que la de Alejandría.

La capilla es muy buena, hecha por Juvarra; en ella hay un bello cuadro de Ricci, en que parece quiso imitar a Pablo Veronés, y cuatro estatuas, de Doctores de la Iglesia, muy bien ejecutadas. Los jardines son muy grandes, simétricos, con hermosas arboledas de castaños, olmos y altísimos chopos de Lombardía; algunas calles con el piso cubierto de hierba, que hace un efecto muy agradable; galerías de olmo, cipreses y murtas en formas artificiales; un laberinto, donde nos perdimos todos, como era de creer. Estos jardines me parecieron melancólicos en extremo, sin fuentes, sin estanques, sin objetos que varíen e interrumpan la fatigosa simetría con que están dispuestos, sin más ornatos de escultura que unas doce o catorce estatuas monstruosas y ridículas; todo es monótono y triste. Hay un pequeño jardín de flores y un invernadero para las plantas delicadas, que forma una suntuosa galería. A cosa de un cuarto de legua del Palacio hay un grande edificio para las caballerizas y cría de caballos; los bosques abundan en caza y desde las pequeñas alturas que hay en ellos se gozan deliciosas vistas.

El célebre templo de la Superga, situado en la cima de la montaña que está al Oriente de la ciudad, pasado el Po, es obra de [...]85 Juvarra. En lo exterior bellas proporciones, un buen pórtico, sostenido en columnas, dos torres a los lados y una hermosa cúpula, que descuella con gentileza sobre la fábrica. Los contornos de las torres me parecieron muy mortificados con resaltos, e inútiles las columnas de los ángulos, que sólo sirven de sostener unos candelabros, puede decirse que estas columnas aligeran la masa total, pero también la debilitan y sobre todo, columnas que no sostienen un edificio ¿de qué sirven? Lo interior de la iglesia, es muy bello y grandioso, la cúpula, sobre todo, hace un grande efecto, peca sólo en los ornatos, donde no deja de haber algunas extravagancias. Hay tres altares con grandes bajorrelieves de mármol, el que representa la batalla dada a los franceses cuando Turín fue socorrida, y otro, lateral, de la Anunciación de Nuestra Señora, me parecieron obra de bastante mérito, el otro vale muy poco. Debajo de la iglesia está el entierro de los reyes, formando una capilla subterránea en cruz latina; la arquitectura nada tiene de particular; toda está revestida de bellos mármoles, y llena de ornatos de escultura en mármol y bronce; en medio del crucero está el depósito del último rey, que consiste en un gran zócalo, encima una urna, medio cubierta con un tapete, sobre él la corona y el cetro, cuatro pebeteros en los ángulos, genios y trofeos; en las paredes del crucero, cuatro estatuas, en nichos, en las dos piezas laterales, dos sepulcros, en el uno está enterrado Víctor Amadeo y el otro está destinado a Carlos Emanuel, cuyos huesos se sacarán del depósito cuando muera el actual soberano; etiquetas ridículas, que autoriza y consagra el poder. Estos dos sepulcros, el depósito y un bajorrelieve que hay en el altar mayor, son obras hechas con gusto e inteligencia del arte; trabajaron en ellas los dos hermanos Collini, escultores de mérito, el uno ha muerto ya, el otro que existe, a quien fui a visitar, une al conocimiento de su arte la afabilidad del trato y la moderación propia de un hombre de talento. La última reina, infanta de España, tiene también un sepulcro particular, bien hecho, aunque no tan suntuoso como los otros de que se ha hecho mención. Esta capilla me pareció demasiado baja de techo y demasiado alegre; los mármoles que la adornan deberían anunciar en lo oscuro de sus colores un lugar de horror, no un gabinete, la morada de la muerte, iluminada con escasa luz, debe presentar por todas partes matices funestos. [...]86.

Hay mucho lujo en Turín, las modas y las costumbres son muy francesas, hay muchos vestidos bordados, mucho espadín, mucho peinado cargado de polvos, y sombrero debajo del brazo desde que amanece hasta que se cena. El traje de las mujeres también es francés, van siempre en cuerpo y sólo por la mañana, para ir a misa o a alguna visita de confianza, se ponen un velo en la cabeza; hay muchos y buenos coches y la concurrencia en el paseo es numerosa y brillante.

En Turín se ponen mayos a la puerta del Palacio del Rey, de los príncipes de la sangre, del gobernador de la ciudad, de los cardenales y embajadores, palitroques altísimos, con un ramo a la punta, una guirnalda un poco más baja, y en el tronco, a distancia de dos varas del suelo, el escudo de armas del príncipe o señor a cuyas puertas se pone. Éstos se renuevan todos los años, el primer día de mayo los soldados de la guarnición van a ponerlos con mucho repique de tambores y refresco y «evviva sua eccellenza!»

Ahora deberá sufrir mi lector una transición no menos violenta que la antecedente, bien que no será la última. Los judíos de Turín ocupan dos grandes manzanas en un buen paraje de la ciudad, ni están encerrados con muros y puertas, como en otras partes; viven con más holgura que los de Génova, porque en Turín hallan a quien engañar, compran y venden y revenden y prestan, y embrollan, y les va muy bien. Los de Génova, por el contrario, se mueren de necesidad, y para mí tengo que en Babilonia comían mejor; hasta ahora no ha habido ejemplar ni de que un genovés haya podido engañar a un judío, ni de que un judío haya engañado a ningún genovés.

Una de las cosas que notará cualquier forastero que llegue a Turín, será la multitud de jorobados y patituertos que se halla por todas partes; yo pregunté la causa de esto, y me alegaron tantas, que me quedé sin saber la verdad.

Todos los que mueren en la ciudad, exceptuando uno u otro que tenga sepultura propia en la iglesia, se entierran en dos cementerios públicos, fuera de las murallas [...]87.

La lengua piamontesa es un compuesto de toscano y francés, los dos sonetos siguientes, sacados de una colección de poesías nacionales, impresa pocos años ha, darán una idea del idioma de este país:




Testamento d'un cane


    Dagïá ch' j' eü da muri, per nen lassé
döp me decès anbreüj ai me parent,
fin ch' j'eü la testa cïajra, e i peüs parlè,
j'eü pensà d' fè doj righe d'testament.
    E prima d'ögni cösa i lasso i dent
a chi ha di cativ ös dur da russiè;
I lasso i me doi eüi a d' serta gent
ch'a sïaira niente e pensa de scïairè.
    I las l'ongïe ai sartor; i las le orie
ai marcant; ai curios i lasso'l nas;
e i las me pöch servèl tut ale fe.
    Ma finalment, pr'alegeri'l maleür
d'mia situassion e per muri con pas,
a mia cara Padrona i lassol cheür.




Contro amore


    Sent, Amòr scontradòn, l'è tenp d'finila;
rendme'l me cheür; tornme la mia rasòn;
ronp sta cadena; scurtme d'an person,
a l'è trop streita; i pes pi nen sufrila.
    A tant' aitri, e t'ij ps conteje a mila,
I' t'as mescià l'amër con i bonbon;
e per mi solament, pest al mincïon,
el pi neïr d' tö velen veüs ch'a s' destila!
    I t'protege un gascòn, ch' l'ha, che d'babia.
Un chr faus, e linger l'è bin tratà;
con l'inconstant i t'use d'cortesia.
    E un pover diau, ch'a t' sërv con fedeltà,
a n'prva ch' tö rigor, toa, tirania?
Ah s' ved bin ch'i t' ses börgno e t' ses masnà?



Las rayas y puntos que hay sobre las vocales indican los diptongos, y la pronunciación cerrada o abierta.

8 de mayo. Salí de Turín en vettura, seguido de otros dos o tres carruajes, especie de caravana, muy necesaria en aquella ocasión, por cuanto los caminos estaban poco limpios de ladrones; algunos días antes había visto fijarse un bando en que se daban providencias para prenderlos, y entre otras, se permitía a cualquiera hacerles fuego, en caso necesario. Esta buena gente formaba una compañía de más de cien hombres, desertores piamonteses, franceses y alemanes, diestros en las armas y desesperados; no había mucho que habían sostenido un combate formal con los dragones hiriendo algunos y matando tres de ellos, con pérdida del capitán, y seis o siete hombres de su parte y unos trece o catorce: que estaban ya en las cárceles de Turín. Esta gente robaba a los ricos y daba limosna a los pobres, máxima sutil, con la cual hacían de su partido al pueblo, que en vez de perseguirlos los ocultaba y favorecía.

El camino de Turín a Milán es bellísimo, el país agradable y bien cultivado, muchos plantíos de moreras, tierras de siembra, árboles que divierten y varían aquella gran llanura; en Vercelli y Novara muchos campos de arroz, o por mejor decir, estanques; se atraviesan muchos ríos, que bajan de los Alpes a engrosar el Po; en todos ellos hay puente de barcas o barca; el que llaman la Sessia es terrible por sus crecidas; al llegar al Tesín, que sirve de términos al Estado de Piamonte y al milanés, se pasa un bosque, famoso por los robos y asesinatos que en él se cometen frecuentemente; ya se deja entender el miedo con que yo pasé. Se atraviesa en barca el Tesín, de aguas clarísimas, ancho, profundo, precipitado, no me acuerdo de haber visto otro de igual rapidez. Nos juntábamos a comer en las posadas (en las cuales posadas comimos muy mal) todos los que íbamos en los tres o cuatro coches mencionados. ¡Qué galería de personajes! Un genovés sórdido, con su mujer y su hija (horrendas las dos), que en vez de hablar, ladraba, quejándose siempre de la carestía de los comestibles, y de que en las posadas las puertas de los cuartos no tienen cerrojo por de dentro, y por consiguiente, todo genovés que duerma en ellos está expuesto a ser asesinado. Un fraile, vestido de abate, muy gordo, sudando siempre, hablando de malos partos y destetes y preñados con las mujeres, de quien no se despegó jamás, era padre jubilado en Parma, y se hacía venir el café de Venecia, el vino de Florencia y los salchichones de Bolonia. Una mujerzuela que había hecho la campaña del Piamonte el año anterior con una chiquilla colgando de una teta, la cual chiquilla fue engendrada en Casteldelfino y parida en Asti. Una vieja ridícula, tan poco enseñada a coche, que en todo el camino dejó de vomitar y el fraile la apretaba la cabeza y la aflojaba la cotilla, y se esforzaba en persuadirla que todo aquello era mal de madre y así que llegaba a las posadas empezaba a despanzurrar colchones y quemar lana para dar humazos a la vieja, de donde resultaba un pebete infernal. Un boticario de aldea, vivarachuelo, feo, hablador eterno, que mientras yo me comí diez espárragos nos contó de dónde era, cómo se llamaba, en dónde vivía, lo que le había sucedido en Turín con otro boticario que le quiso casar con una sobrina jorobada que tenía, y en suma, su vida y milagros, las de sus parientes y amigos y vecinos, cuanto había hecho y cuanto pensaba hacer, otro tanto nos dijo, bien que nadie se lo preguntó. Llegué a Milán el día 10.

Ya he hablado de esta ciudad otra vez, ahora diré algo de nuevo, o quizá repetiré las mismas cosas. La Academia Patriótica, establecida en Brera, tiene por objeto promover las artes útiles, comprar máquinas y modelos relativos a la agricultura y los oficios; da premios a los que resuelven problemas interesantes sobre estas materias; informa al gobierno acerca de los puntos que remite a su examen, celebra una junta al mes, y en ella dan parte de sus trabajos las varias comisiones que se forman para desempeñar estos objetos. Tiene ya publicados algunos tomos de sus actas. Vi la colección de instrumentos y máquinas que posee; entre ellas está el modelo de molino de aceite, según el que se halló en Pompeya, que me aseguraron ser más ventajoso que los que comúnmente se usan. El segundo secretario de esta Academia da lecciones de agricultura a los discípulos de física.

Se está concluyendo un plan geográfico del Estado de Milán, sujeto a las observaciones astronómicas, obra hecha con la mayor exactitud y perfección, que hará honor a los profesores de matemática y astronomía de este Colegio, que la han dirigido. Se compondrá de nueve hojas grandes unidas; además de la puntualidad de las distancias de los pueblos, de la dirección de los caminos, ríos y canales, se indica también la calidad de los terrenos, el cultivo que hoy tienen, los que hay baldíos, y cuanto es necesario para el conocimiento físico y geográfico del país.

El Señor Bianconi, Secretario de la Academia de Bellas Artes, establecida también en la misma casa, posee una numerosa colección de libros relativos a ellas; vi, entre otras obras, la traducción de Vitruvio, por Ortiz, y le oí hacer una crítica muy dura de algunos pasajes mal entendidos por nuestro traductor; vi también algunas obras de mérito en el estudio del escultor Franchi, uno de lo los directores de la Academia, artífice estimable, que, entre otras cosas, ha hecho las dos graciosas ninfas de mármol que adornan la fuente de Piazza Fontana.

En la Biblioteca me enseñaron algunas ediciones particulares, anteriores al 1500, entre ellas son muy buenas, una de Tito Livio, otra del Dante, y una Biblia, toda hecha en Milán.

En la Biblioteca Ambrosiana, famosa por la multitud de sus preciosos manuscritos, vi algunos muy interesantes, uno de ellos la traducción de las Antigüedades de Josefo, por Rufino, aunque muy incompleta, escrita en papiro, que se parece bastante a las hojas de palma aunque más delgado y suave; cada hoja de este códice se compone de muchas de aquel vegetal, entretejidas y pegadas con alguna goma sutil, o según otros quieren, con el agua del Nilo. Es, por cierto, obra muy apreciable por su materia y ancianidad, se cree comúnmente que sea del sexto o séptimo siglo; un Virgilio, en pergamino con varias notas marginales del Petrarca, escritas de muy buen carácter, y al principio del libro aquella que ningún hombre sensible puede leer sin lágrimas, que empieza: «Laura propiis virtutibus illustris, et meis longum celebrata carminibus...»

Vi también un curioso manuscrito de la Vida de los papas por Martín Polono, que ha servido a muchos de autoridad para dar por cierta la existencia de la papisa Juana; yo he visto, efectivamente, en el citado códice, el artículo que habla de ella, pero es de advertir que todo este artículo es marginal, y en mi opinión es cosa añadida al texto original. Esta adición está precisamente al fin de una página y en ella concluye; en la tinta hay alguna diferencia, el tamaño de la porción escrita en aquella llana es mucho más grande que en todas las demás del libro, y si se omite la adición, queda exactamente igual con las otras. Creo que bastan estas reflexiones para inferir que el citado artículo no debe hacer fe, como cosa apócrifa y contrahecha. En la misma Biblioteca hay también dos o tres códices de las vidas de los pontífices que escribió Anastasio, y en ellos no se hace mención de tal papisa. Volví a ver el Museo que está contiguo a esta Biblioteca, y volví a medir el enorme dedo pulgar de la mano, y no del pie, como dice La Lande, del San Carlos que está en Arona; desde la extremidad de la hiema hasta el primer artejo tiene unas once pulgadas de largo. El abate Amoretti, Secretario de la Academia Patriótica, me aseguró que había subido por dentro de la estatua, y había estado sentado cómodamente en el escalón que forman sus narices, yo al oír esto, volví a medir el dedo y lo creí. Entre las pinturas de esta colección no hay ningún retrato de doctor hecho por el Correggio, como dice La Lande; la perspectiva de la Catedral de Amberes no es de Pierre Nef, como dice él mismo, sino de Stceniwyck; ni hay allí busto alguno de Galeazo Arconatti, sino un retrato suyo, de perfil, en bajo relieve.

Los manuscritos y dibujos de Leonardo Vinci son una de las cosas más preciosas que allí se ven; no tuve tiempo más que para ojear un gran tomo de ellos, que, además de muchos diseños del natural, se compone de pensamientos de máquinas hidráulicas, económicas, militares de mil géneros, muchas de ellas adoptadas ya en Europa, como, por ejemplo, el uso de los morteros para bombas, y las compuertas de los canales; otras que no se han examinado como debieran, otras que no se alcanza el objeto a que pensó aplicarlas. Allí se ve lo que trabajó para hacer que un hombre pudiese volar, para hacerle atravesar un río o sumergirse sin peligro en el agua; en suma, este libro sólo manifiesta el talento de aquel grande hombre, sus extensos conocimientos, y la justa razón con que Francisco 1.º lloró su pérdida. En las notas y explicaciones de estos dibujos se ve que escribía con ambas manos, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Se han grabado ya algunas de las cosas contenidas en este libro, pero aún falta la mayor parte, y sería conveniente examinarle por quien sea capaz de entenderle; que no es posible sino que en él se contengan ideas utilísimas, que, con los progresos que han hecho las matemáticas en Europa, pudieran perfeccionarse en beneficio público. Merece verse el Gabinete de Historia Natural que está en San Alessandro, Colegio de Padres Teatinos; hay en él piezas muy curiosas, particularmente en minerales; está al cuidado del Padre Pini, profesor de física, que ha viajado por Alemania de orden del Gobierno, para lo relativo a metalurgia, y es sujeto bien conocido por su talento e inteligencia. Una de las cosas que más me agradaron fue una piedra opal, con una porción de agua dentro. Este gabinete se ha formado en gran parte con las rentas de una cofradía extinguida [...]88.

Ya he hablado en otra parte del Teatro de la Scala, y nada tengo que añadir a lo que dije entonces, sólo sí observé por propia experiencia que las cortinillas de los palcos, que se corren o descorren ad líbitum durante el espectáculo, son excelente socorro para estar divertido, aunque el drama sea detestable. La compañía que representaba en mayo de 95 era bien mala. La Goldoni, primera actriz, no carecía de sensibilidad, pero la faltaban gracias para la comedia, y una voz más robusta, capaz de inflexiones más delicadas, para sostener la declamación trágica. Mientras yo estuve representaron:

Didone abandonata. Es la ópera de Metastasio, sin música.

Aristide. Comedia, nueva, muy mala.

Il servo de due padroni, comedia de Goldoni.

Tancredo. Tragedia de Voltaire, traducida por Paradisi. Mal ejecutada.

Il medico per forza. Comedia, traducción del Médecin malgré lui.

Gli amori di Zelinda e Lindoro. Comedia, muy mala.

Gli amori di Adelaide e Cominge. Comedia. Un amor furioso de 24 horas, personajes y episodios inútiles, sin atadero ni verosimilitud.

Adelaide maritata. Comedia. Segunda parte de la anterior, con los mismos defectos; pero tiene escenas interesantes.

Theresa vedova. Comedia. Embrollo inconexo, sin pies ni cabeza. Le gloriose gesta di... copiaré a la letra el cartel: «Le gloriose gesta di Ercole, figlio di Giove e di Alcmene, vincitore del Nemeo Leone, delle furie, del Cerbero, debellatore dell Inferno e collocato fra le celesti Deità con Truffaldino, suo scudiere. Nell'Inferno poetico si vedranno le Harpie, Gorgone, le Furie a scorrere ovunque, Pluto a Prosepina sul loro seggio di fuoco, Tizio da un canto col cuore straziato dal avvoltojo, Issio ne da un altro incatenato sovra la ruota che gira alternamente; dall'altra parte, Sisifo che strascina sulla rupe il gran sasso; Tantalo sotto il ruscello e la pianta pomifera, che muore di fame e di sete. Ercole quindi comparirà per liberare l'amico Teseo, il che negato essendogli da Pluto, combatterà con i mostri infernali disperdendogli. Gli spaventi di Corvecchione signore di Thebe, formeranno una delle parti più ridicole alla azzione, ed'Ercole infine si vedrá posto fra le celesti Deità.»

20. Salgo a las dos de la noche con el correo de Roma. Lodi, a lo que parece, es bonita ciudad: vi muchas calles anchas, rectas, bien empedradas, con buenos edificios. Al llegar a Pizzighetone se atraviesa por un buen puente de madera el hermoso y ancho río Adda, contenido en aquella parte con grandes espolones. Cremona me pareció buena ciudad, Bozolo, que está más adelante, y en general todos los lugarcillos que hallé de Milán a Mantua, limpios, alegres, de buen caserío. El camino excelente; los campos con muchos árboles, tierras de siembra, arroz, moreras y emparrados. Llegué a Mantua el día siguiente, a las 10 de la noche.

En la Casa de Estudios, que fue Colegio de Jesuitas, hay una Biblioteca pública, no grande, pero bastante rica de obras clásicas; vi en ella algunos manuscritos curiosos, anteriores a la invención de la imprenta. Hay una sala destinada sólo para libros legales, de que hay gran número. El Museo está contiguo a la Biblioteca, no tan abundante de inscripciones como el de Verona, pero muy estimable por la colección de estatuas, bustos y bajorrelieves de que se compone. Entre las estatuas es muy buena la de un pequeño Cupido durmiendo, la de un fauno que toca la flauta, un Apolo, un gladiador, de que sólo se conserva la cabeza y medio cuerpo, y un bellísimo torso de mujer, cosa excelente. Hay muchos bustos de emperadores y Augustas, aunque no forman serie completa; un Eurípides y una cabeza de Virgilio muy buena. Entre los muchos bajorrelieves de este Museo, el que representa los trabajos de Hércules me pareció de bella ejecución, siendo de observar que en el último de los grupos Gerión tiene armadas las dos cabezas, que se conservan con dos celadas de visera, en todo semejantes a las que se usaban pocos siglos ha. Puede verse una descripción de este Museo publicada por el Señor Mateo Borsa, literato mantuano. Hay también en esta Casa de Estudios escuela y gabinete de física; el observatorio astronómico, de que habla La Lande, no le vi, porque no ha existido jamás.

La Academia de Ciencias y Bellas Letras ocupa un edificio poco distante de los Estudios con una fachada bastante buena, decorada de un orden jónico compuesto. Lo que vi de más particular fue un pequeño teatro, obra del Bibiena, destinado a las funciones públicas de juntas generales, diversiones de música, o academias poéticas y literarias; no me agradó la forma de la sala, ni lo cargado de la arquitectura, ni la multitud de ángulos que la interrumpen, y por consiguiente rompe la voz, pero todo puede suplirse en atención a lo pequeño que es.

Hay una sala destinada a la enseñanza de la anatomía, otra para la Comisión de Artes y Oficios, otras para pruebas de música y otra para bellas artes. Entre las pinturas antiguas que adornan estas últimas, hay un gran cuadro de Santa Úrsula y las 11 mil vírgenes, de Luis Caracci, y otro más pequeño, de Francisco Francia, pintor antiguo, cuyas obras se aprecian con razón, representó en él a la Virgen en pie, mirando al niño, que está en el suelo, la figura del niño es graciosisima y de gran frescura de colorido, la firma del autor dice: Francia aurifex. Hay, además, algunos retratos y otros cuadros de mérito. En la colección de modelos de yeso hay muchos bustos sacados de buenos originales, y algunas pocas estatuas. Hay también otras salas destinadas a la arquitectura y ornato. Esta Academia ha publicado ya varios tomos de sus trabajos literarios, y hay en ella individuos de mucha celebridad.

El antiguo Palacio Ducal, que llaman la Corte, es un vasco edificio, sin belleza ni simetría en lo exterior. En la Sala de Guardias hay unos grandes cuadros, en que están representadas la fábula de Faetón, la de Deucalión y la ruina de los Gigantes; estos dos últimos, obra de Antonio Peranda, me parecieron los mejores; buenos desnudos, y gran composición; en una especie de galería inmediata está otro gran cuadro del mismo, representando la edad de oro, donde hay porción de mujeres desnudas, muy apetitosas, ¡oh edad feliz en que no se conocieron las cotillas, ni se sabía lo que eran pesos duros! Otro hay de Palma, que representa la edad de hierro, de más invención que el anterior, y otro del origen de las artes, pintado por Santo Peranda. Hay un hermoso salón muy largo, que llaman de la Conversación, con bellos adornos, y en los techos y paredes pinturas ejecutadas por los diseños de Julio Romano; el techo, que se divide en tres partes, representa en medio la asamblea de los dioses, y a los lados el Sol en su carro, y la Noche en el suyo; estos dos pedazos me parecieron bellísimos, llenos de fuego, y coloridos con gran maestría, el otro no me agradó. Hay también un parnaso y varias figuras alegóricas, obra de mérito. Un gran friso de claro y oscuro, que representa genios y amores, aunque le he visto muy alabado en las descripciones que hablan de esto, me pareció harto mal. La gran sala de comer es también muy buena, y tienen mérito las figuras de los ríos que están pintadas en la pared. Es cosa muy buena el techo de una sala, en que pintó Julio Romano los signos del zodiaco, y otra de mayor composición, en que representó varios pasajes de la Guerra de Troya, mucha imitación del antiguo, buenos grupos y actitudes, gran fantasía y poco estudio en las masas generales de luces y sombras, esto me pareció de las pinturas de aquella sala. En las habitaciones de este Palacio hay algunas tapicerías muy bien hechas, obra de la antigua fábrica de tapices que hubo en Mantua, y es también apreciable la colección de retratos de la Casa Gonzaga. Merecen verse los dos magníficos picaderos de este palacio; el uno es un gran salón cubierto, y el otro un patio cuadrado, éste y aquél adornados con decoración dórica, columnas salomónicas y balconaje, no es cosa de gusto arreglado, pero hace un efecto grandioso.

Cerca del Palacio está el Teatro Nuevo, que es uno de los buenos de Italia. El Teatro Viejo, destinado a las comedias, sería sin duda el peor que he visto, si no existiese el de San Carlino en Nápoles. Las piezas que vi fueron:

Il corvo re. Comedia de Gozzi. Es la misma que Se parlo son pietra, véase Nápoles. No es del todo exacta la relación que de ella hice, pero sin error esencial, creo también que se me olvidó advertir que en esta pieza hay dos palomas que hablan.

Il compleanos, o sia La virtù alla prova. Comedia, malísima.

Nicoletto mezza camisa. Comedia de Goldoni, en veneciano, graciosa en extremo. Bien representada.

Il Diavolo a cuatro. Comedia. Una marquesa, llamada Superbia, mujer altanera e insufrible, una zapaterilla graciosa y amable. Un mago trueca sus formas, haciendo que la marquesa vaya a ser zapatera, y ésta a ser marquesa. De aquí resulta un embrollo extravagante, sin atadero ni gracia, que dura hasta que el nigromante se cansa y deshace el trueque.

El Duomo es una buena iglesia, hecha por los diseños de Julio Romano; la fachada es moderna y de poco gusto. En lo interior hay cinco naves, sostenidas por columnas corintias, istriadas, sin pedestales, treinta y dos en todas, que hacen bellísimo efecto; el cornisamento de la nave principal me pareció pesado, como todo el segundo orden que está sobre él. En la primera capilla, a la derecha de la puerta principal, hay un cuadro del Guercino, y en la Capilla del Sacramento, uno que se atribuye a Julio Romano, aunque me aseguraron no ser suyo, sino de su escuela.

La Iglesia de San Andrés, construida en 1470 por el famoso León Bautista Alberti, es uno de los más hermosos templos que he visto; sencillo, espacioso, de la más bella proporción que puede imaginarse, forma una cruz latina, con una gran cúpula, obra moderna, que hace buen efecto, todo, en suma, es grandioso y magnífico; ni es posible verlo sin admirarse del gran talento del artífice, que en una época en que la arquitectura apenas comenzaba a deponer la rudeza y extravagancias góticas, supiese hallar formas tan perfectas. En un subterráneo de esta Iglesia se venera la sangre de Jesucristo, que trajo Longinos en una esponja cuando vino a establecerse en Mantua. En una capilla inmediata al crucero se venera también el sepulcro del citado Longinos. En el Presbiterio hay una estatua de mármol, de un duque de Mantua que, según se dice, mató a un canónigo, y fue condenado por el cabildo a poner allí su estatua de rodillas, en acto de pedir perdón de su delito. En una capilla, a la izquierda de la puerta principal, se ve el sepulcro de Andrés Mantegna. En la Iglesia de la Trinidad hay en el presbiterio tres grandes cuadros de Rubens, cosa de mérito, como debe suponerse; el que representa la familia de un duque de Mantua que invoca a la Trinidad, y el de la Transfiguración, son los mejores. En la Iglesia de San Mauricio vi en una capilla un cuadro antiguo del martirio de no sé qué santa, donde está representada la guillotina con poquísima variación. Otro hay, muy bueno, del martirio de Santa Margarita, por Aníbal Caracci, y una Anunciación, no tan buena, de su hermano Luis. Merece verse, en un oratorio contiguo a la Iglesia de San Felipe Neri, un cuadro de Mantegna, que es sin duda una de las pinturas mejores anteriores a Rafael; representó en él a la Virgen con el Niño, sentada en un trono bajo un cenador, un Duque de Mantua de rodillas, y varias figuras que acompañan; la cabeza de la Virgen es buena, hay gracia y verdad en la figura del Niño, una u otra cabeza de mérito y gran prolijidad en la ejecución; sin embargo, en general es frío y seco.

El famoso Palacio del Té, distante de la ciudad unos doscientos pasos, poco más o menos, y no media legua como dice La Lande, no se llama así porque su planta tenga la forma de una T, como él mismo dice, pues basta verle para desengañarse. La fábrica forma un cuadrado, con un gran patio en medio, prolongándose después por los muros del jardín, que se cierra con un cuerpo circular de arquitectura. La decoración de este edificio es grandiosa y robusta, consistiendo en un almohadillado interrumpido con pilastras dóricas, y un bello entablamento que le corona; en el patio, en vez de pilastras, hay medias cañas del mismo orden. Alrededor hay hermosas calles de chopos de Lombardía, y éste es el único paseo agradable de la ciudad, puesto que los demás no merecen tal nombre. Toda esta obra fue dirigida por Julio Romano, que, habiéndose acreditado en ella de buen arquitecto, la adornó con bellas pinturas de su mano, hechas al fresco, dignas por cierto de mucha alabanza. En ellas se ve mucho estudio del antiguo, mucha invención, buen diseño en general, pero yo quisiera que el discípulo de Rafael hubiese imitado más la bella simplicidad de su maestro en actitudes y ropajes, que hubiese distribuido las luces con más inteligencia, que hubiese evitado el color de ladrillo que domina en la mayor parte de sus figuras. En las bodas de Cupido y Psiches, que ocupan toda una sala, hay gran calor de fantasía, bellos grupos, buenas cabezas; la figura de Polifemo, sobre una chimenea, me pareció excelente cosa. La caída de los gigantes es, en mi opinión, lo que dice La Lande: «Compositión impétueuse et terrible, les groupes bien formés, mais il est de couleur rouge; il y a peu d'intelligence de clair-obscur; le dessin est un peu incorrect, manièré et de caractère trop chargé. Le Jupiter n'a point l'air noble. Ce morceau est pourtant le triomfe de Jules Romain; s'il n'a pas les agrémens qui touchent, il a la force qui enlève.» No sé por qué dio a los gigantes caras y expresiones ridículas, ni me agrada tampoco la distribución general; todo es pequeño menos los gigantes, ni hay proporción entre éstos y el Osa y Pelión, que se quebrantan y trastornan, heridos del rayo de Júpiter; no niego las muchas bellezas que allí se admiran; pero no es ésta una de aquellas composiciones que satisfacen sin dejar otra cosa que desear a quien las ve, y es muy fácil que ocurra a muchos la idea de que aún podría hacerse cosa mejor, y que aquel asunto debería tratarse otra vez. Son muy bellas las pequeñas pinturas de batallas con que el mismo artífice adornó una de las salas de este palacio, y en particular la de las Amazonas me pareció la mejor. Merece también particular estimación un friso de estuco, obra de Primaticio y de Juan Bautista Mantuano, en que, imitando el gusto de las columnas Trajana y Antonina, representaron marchas de ejércitos y triunfos. El jardín de este palacio está enteramente destruido; el cuerpo de arquitectura que le sirve de entrada, obra moderna, es cosa de muy mal gusto, indigna de estar en aquel paraje.

Mantua es ciudad de veinte a veinticinco mil almas, llana, con algunas calles anchas; el caserío es malo en general, y no hay palacios de consideración; el que llaman de Gonzaga, construido por los diseños de Julio Romano, es cosa gigantesca, pero de mal gusto en sus ornatos, consistiendo los de la fachada en un cuerpo rústico, y sobre él, en vez de pilastras o columnas, unas figurotas a manera de cariátides, que sostienen el cornisamento, lleno de resaltos inútiles. Cerca dél, está la casa que habitó el mencionado artífice, con una estatua de Mercurio sobre la puerta, que el vulgo se ha empeñado en santificar, creyéndole un San Juan Bautista, así como el Hércules que está en el Acueducto de Segovia es un bendito San Sebastián, en la opinión de las mozas del Azovejo,

Nadie sale de Mantua sin haber visto al abate Andrés, y al famoso Betinelli; el primero, célebre ya por su obra de la Literatura universal, añade a su mucha erudición y buen gusto, un carácter amabilísimo; el segundo, viejo, fuerte y vigoroso aún, de gran viveza, de gran facilidad y elocuencia en el decir, es harto conocido por sus obras poéticas y de crítica, entre las cuales el pequeño Poema de Le Raccolte es muy estimado, por más que en gran parte se parezca al Lutrin y a la Dunciada. Sus tragedias, hechas para representarse por jóvenes de colegio, deben juzgarse bajo esta consideración, y no de otro modo. [...]89. Yo creí que el lago de Mantua se pareciese a los hermosos lagos de Suiza, pero no es así; exceptuando un pedazo a la parte del Norte, cerca de la Porta Molina, lo restante, más es pantano sucio y fétido que lago navegable y hermoso. Cañelgas, juncos, matorrales y verdín, ranas y sapos, no hay otra cosa a la parte del mediodía, donde el tal lago se huele, pero no se ve. Se forma de las aguas revertidas del Mincio, que atraviesa por él, y va a desembocar en el Po, algo más abajo.

Salí de Mantua el 27 de mayo, después de comer. Buen camino, que va dando graciosas vueltas, y variando los objetos, a pesar de la igualdad del terreno, con muchos árboles, prados y tierras de siembra. Se llega al Po, ancho, profundo, contenido por la parte del Norte con margen artificial; se pasa en barca. Poco más adelante vi salir por un camino estrecho, cubierto de árboles, un cura a caballo, con su casaca morada, roquete, y gran sombrero de canal; un espolista que le precedía, un monaguillo detrás, que llevaba una pequeña cruz, y detrás unas doce o catorce mujeres y muchachas bien vestidas, que conducían en un ataúd un niño muerto, coronado de flores, y adornado el féretro con pañuelos de seda, lazos y festones: ¡gracioso y triste espectáculo! Pasé después por San Benedeto, buen lugar, en que hay un famoso monasterio de benedictinos [...]90. Hermosos campos, chopos, parras enlazadas entre los olmos, con formas tan bellas, que no pudiera el arte fingirlas mejores; maíz, trigo, frutales, praderías, vacas; delicioso país, que anuncia por todas partes paz y abundancia. Se halla después un canal de navegación, que va desde Guastala a unirse con el Po; este canal sirve de límites por aquella parte a los estados de Mantua y Módena. Llego a Novi, pueblecillo del Modenés; mala posada, malísima cama. Salgo el día siguiente. Buen camino, buen cultivo, muy semejante ya al de Bolonia; se pasa por Carpi, ciudad pequeña y bonita; calles anchas, rectas, bien empedradas, buenas casas, con espaciosos pórticos. Llegué a Módena y estuve de hospedaje en la Posada de San Giorgio, harto mala por cierto; comí mano a mano con mi vetturino, mientras el criado zafio que nos servía, tendido a la larga en un canapé, nos daba conversación. Llegué a Bolonia el mismo día.

Salgo de Bolonia en la noche del 10 de octubre y llegué a Florencia el día siguiente.

El Palacio Piti está adornado interiormente con magnificencia; grandes frescos en las bóvedas, la mayor parte de Pedro de Cortona; pinturas de grande invención, buen colorido, y algunas incorrecciones en el diseño, como nota La Lande; hay también techos de Ciro Ferri, discípulo del anterior, y algo de Jordán. A estos frescos acompaña un ornato grandioso, de estucos dorados, con figuras de buena composición. Hay muchos y buenos cuadros, que cubren las paredes, y entre ellos los de Andrea del Sarto merecen particular atención. Entre los retratos vi el de Felipe II, joven, pintado por el Tiziano, y a pesar de la diferencia de la edad y del traje, se reconoce en él aquel malvado viejo que asusta en la Librería del Escorial. El célebre cuadro de la Madona de la Sedia, de Rafael de Urbino, es tal, que no hallo expresiones ara ponderar su mérito; bastaba él solo para inmortalizar la gloria de aquel excelente artífice. Diseño, colorido, expresión, gracia, todo se reúne en aquella obra admirable, está reducido a un círculo de unas tres cuartas de diámetro. Las mejores láminas que de él se han hecho dan una idea muy imperfecta; es menester verle para admirar en él una de las maravillas del arte. En este Palacio pueden verse varias mesas compuestas de piezas de mármoles, que representan flores, conchas, pájaros, adornos, animales, figuras, todo hecho con el mayor primor, unidas perfectamente las piezas unas con otras, y combinados los colores naturales del mármol en términos, que produce a una corta distancia los efectos de la pintura. Este género de trabajo, que también se hace en la Fábrica de la China del Retiro, ha llegado en Florencia a la posible perfección.

En el Palazzo Vecchio hay un gran salón, lleno de hermosas pinturas de Vasari, las del techo al olio, y las de las paredes al fresco, que forman seis grandes cuadros; esto, y los grupos y estatuas que hay repartidas por aquel gran salón, le dan un aspecto magnífico y grandioso. Lo mejor que hay en cuanto a escultura es el grupo de la Victoria, obra de Miguel Ángel. Una estatua de León X, que ocupa el testero, hecha por el célebre Baccio Bandineli, me pareció pesadísima y mazacota; otras dos de Adán y Eva, por el mismo artífice, correctas y frías; en los grupos que hay repartidos por la sala, de los cuales algunos hay sin concluir, en que Vicente Rossi representó los trabajos de Hércules, hallé actitudes forzadas y violentas, queriendo imitar con ellas la manera de Miguel Ángel, y en general mucha pesadez de formas; en el de Hércules que mata al Centauro, Hércules, tiene cara de sátiro; en otro en que Hércules tiene asido a Diomedes en actitud de despedazarle, éste le tiene agarrados con una mano los testículos, y si aprieta un poco, se los arranca; dirán que es natural, no hay duda, pero también es indecente, bajo y ridículo. Esto no es decir que tales obras sean absolutamente malas, hay mérito en ellas, pero muchos defectos también y falta de gusto.

En el Teatro de la Pergola se cantó, mientras yo estuve, Elena e Paride. ópera muy mala, compuesta de piezas de música de varios autores, y ejecutada muy mal.

En el del Cocomero vi algunas comedias de Goldoni que se han hecho ya bastante raras en los teatros de Italia, para dar lugar a los dramas funerales y a las disertaciones político-morales, de que tanto abunda la escena moderna. Los cómicos eran muy malos, y peores que ellos los que cantaban, al concluir la representación, un acto de ópera, por fin de fiesta. En cuanto a decoraciones, nada vi en ninguno de los dos teatros que me pareciese tolerable.

Fui a ver a la famosa Corila Olímpica, coronada, muchos años ha, en el Capitolio por su mérito poético, y hallé una viejecilla ridícula, arrugada, pálida, canosa, tabacosa, sin dientes, guiñando el ojo derecho, con tos y dolores en las piernas, muy habladorcilla y de mucho espíritu, que es lo único que la queda; lo demás lo arrebató inexorable el tiempo. Nada respeta este tirano, la hermosura, la juventud, las gracias, el talento, todo lo atropella, nada hay que le detenga, y camina feroz, rodeado de ruinas espantosas.

El pueblo de Florencia, y en general todo el de Toscana, es manso y apacible; no se oye hablar de asesinatos y horrores, como en el Estado Romano y en Nápoles, y una ciudad, centro un tiempo de la discordia, de las violencias y conmociones civiles, lo es, hoy, del buen orden, de la paz y de la cultura. Esto y la hermosura del país atrae a los extranjeros, y les hace amar un gobierno suave, pero vigilante y justo, a quien se deben efectos tan plausibles.

27 de Octubre. Salí de Florencia a las 2 de la tarde, con el correo, y llegué a Roma el 29 al mediodía. Costó el viaje 16 duros.

Vuelvo a ver las romanazas, con sus jubones de estameña, verdes y colorados, y sus grandes cofias, muy gordas y muy habladoras; los hombres con su redecilla y sombrero gacho, chaleco, chupa suelta, calzones anchos, su gran puñal y su capa larga. Las mujeres de los cocineros, de los volantes, de los curiales, las que comen algo y las que no comen jamás, vestidas muy a la francesa, bien tocada la cabeza en ademán grave y señoril, asomadas a las ventanas o ruando en coche; pasear por las tardes a pie es una humillación, que sólo la tolera en paz el ínfimo pueblo.

Los príncipes romanos, ocupados en cortar las colas a sus caballos para hacerlos ingleses, corriendo en birlochos, alborotando la ciudad a chasquidos, y atropellando viejas, emigrantes y jesuitas, con un cierto aire de aturdimiento e insulto, que no hay más que pedir, y una cara de tramposos y petardistas, que a legua se distingue. Las damas y matronas ilustres, prendidas con mucha elegancia, buscando apoyos que suplan la escasa dotación de sus alfileres; calculando el amor como un senador genovés calcula las especulaciones de su comercio lo de granos, favoreciendo a escondidas y con gran sobresalto a un Medoro de miniatura para que el cochero intolerante y feroz no llegue a saberlo y turbe a latigazos o puñaladas sus breves delicias o para que [...]91 no la retire los alimentos y vaya a buscar otra menos infiel y más barata que le sufra su quebradura y su tos.

Los abates, innumerable turba, que ennegrece las calles de la ciudad, divididos en clases, que hacen ver cuán desigual es la fortuna en sus dones. Abates llenos de lacería, barbinegros, agujereados, piltrafosos por todas partes, haciendo provisión de berzas en Plaza Navona o en la Fontana de Trevi, para cocerlas y dar de comer a su desastrada e infeliz familia. Abates procuradores, abates notarios, diestrísimos en presentar testamentos que no se otorgaron jamás, en escribir y autorizar lo que nunca sucedió, en hacer que todos tengan razón, para que todos pierdan la causa. Abates, abogados, embrollones, picarones, a quienes sólo se pueden comparar los paglietas napolitanos. Abates jovencitos, peinaditos, relamidos, duendes de los estrados, solicitando con sus cuatro años de colegio y su árbol genealógico canonjías, prioratos y gobiernos [...]92.

El palacio Farnese, que es uno de los más considerables de Roma por su grandeza y su arquitectura, lo es también por las bellas pinturas que se conservan en algunas de sus paredes y bóvedas, no habiendo quedado ya otra cosa de sus antiguos adornos, por haberle despojado de las ricas estatuas que en él había el Rey de Nápoles, haciéndolas conducir a aquella ciudad, en lo cual ha hecho muy bien. Lo mismo ha hecho el Gran Duque de Toscana en su Palacio de Villa Médici. Hay, pues, en el Farnese una gran sala, pintada de asuntos históricos, por Tadeo y Federico Zucheri y Jorge Vasari; un gabinete, pintado por Aníbal Caracci, y la famosa sala, que llaman la Galería, obra del mismo artífice. En medio del techo se ve el Triunfo de Baco, y a sus lados varios asuntos de la fábula, cosa excelente, inteligencia admirable de luces, riqueza de invención, corrección de diseño. Estas pinturas están adornadas con grupos y figuras de claro y oscuro, que parecen estatuas de estuco, tal es la maestría con que están tocadas las sombras, no he visto cosa, en este género, que me haya agradado más.

La Galería del Palacio Giustiniani contiene una numerosa colección de pinturas, en que hay grandes cuadros de buenos autores, siendo la mayor parte del famoso Miguel Ángel de Caravaggio; los hay también de los hermanos Caraccis, y algunos de Gherardo delle Notti, entre los de este autor me pareció excelente el que representa a San Pedro en la cárcel a quien viene a librar un ángel, por la inteligencia con que dispuso la luz, haciéndola venir de la puerta, por donde entra el ángel; tos toques luminosos que produce este accidente, las medias tintas, y la oscuridad con que baña, según conviene, las diferentes partes de la escena, producen un efecto admirable. Compite en mérito con este cuadro, otro del citado artífice, en que representó a Cristo presentado delante del juez, sin otra luz que la de una vela, que arde sobre un bufete, bañando con ella más o menos, según la situación en que se hallan, los personajes del cuadro, que produce en todas sus partes perfecta ilusión. Hay un San Juan Evangelista sentado sobre el águila, bellísima pintura del Dominiquino; otra del mismo asunto, de Rafael, algunas de Guido Rheni, de un estilo brioso y fuerte; varias del Perugino y de otros pintores de mérito, que sería largo referir. También es apreciable una colección de bustos, estatuas y otros monumentos antiguos, del mismo palacio.

En el de Borghese se conserva una de las mejores galerías de Roma, compuesta de un gran número de cuadros de los más célebres pintores de Italia. Bello es, sin duda, el que representa la Caza de Diana, voluptuoso, lleno de gracias, obra del Dominiquino, como también una figura que representa la Música y comúnmente llaman la Sibila, pintura del mismo autor. Vi algunas del Guercino cosa de gran mérito. Un retrato del Tiziano, acariciando a su dama, hecho por él mismo, representado en edad avanzada, con su barba blanca y venerable; a un lado se ve una calavera, con lo que parece que el pintor quiso burlarse a sí mismo y manifestar cuán cerca estaban sus placeres del sepulcro. Un cuadro grande de Rafael, del Entierro de Cristo; otro, del mismo, de una Virgen con el Niño, cosa excelente, del mismo tamaño y forma circular que la Madonna della Sedia, pero ésta no es graciosa y vivaz como la de Florencia; es majestuosa, sublime, llena de dignidad y de grandeza. Varias Venus, y entre ellas una repetición del Tiziano. Los ornatos de las salas son cosa suntuosa, digna de un gran príncipe; las pinturas de los techos, obra moderna, de corto mérito, a mi entender. Hay la comodidad de hallar sobre las mesas de cada estancia unos abanicos en que está impresa la lista de los cuadros que hay en cada una de ellas, con explicación de lo que representan y el nombre del autor.

En la Galería Colonna, se ven muchos y buenos cuadros del Guercino, uno entre ellos de gran mérito, que representa la vuelta a casa del Hijo pródigo, y el acogimiento amoroso de su padre. Venus que detiene a Adonis, buena pintura, del Tiziano; otra Venus con el Amor, de Pablo Veronés; una bellísima Virgen, con San Josef y el Niño dormido, de Pompeyo Battoni, y el cuadro que en esta colección tiene más celebridad, la Magdalena, mirando al cielo, las manos sobre el pecho, obra excelente de Guido Reni, conocida por las infinitas copias que de ella se han hecho. Hay algunas pinturas, muy estimadas de Rivera, las hay también de Lanfranco, il Cavalier d'Arpino, Salvator Rosa, Marata..., y una gran porción de vistas y países, cosa de gran mérito, particularmente los de Lucatelli. Hay un salón suntuoso y magnífico, donde se han hecho grandes funciones y academias, con ornatos de trofeos dorados, pilastras y columnas de mármoles, pinturas en la bóveda, cuadros y estatuas. En la extremidad de un pequeño corredor se ve el famoso bajo relieve antiguo, que representa la Apoteosis de Homero con las Musas, y otras varias figuras que le acompañan, monumento estimable, que ha dado mucho que discurrir a los anticuarios y eruditos. En otra pieza se ve una pequeña columna de rojo antiguo, que se dice haber estado en el templo de Belona, y así lo indican los bajorrelieves que tiene todo alrededor en línea espiral, y representan soldados, capitanes y sacrificios.

He querido hablar algo de las principales galerías de Roma, por no dejar en silencio cosa tan esencial; hablar de todas sería imposible, ni ¿qué puede decir un aficionado, si de las descripciones que de ellas se han hecho por sujetos más inteligentes sólo resulta una noticia confusa, diminuta y superficial? El que no vea y examine por sí estas maravillas del arte, sólo podrá adquirir la idea de que en Roma hay un tesoro inmenso de ellas, y esto se dice pronto; los ojos deben informar de lo demás. Lo cierto es que, a mi entender, daña mucho el hacinamiento de ellas; yo quisiera menos número y una colocación clasificada, por épocas, por escuelas y por estilos. He oído decir a personas inteligentes que cuando van a estudiar, necesitan hacer todos los esfuerzos imaginables para fijar su atención en el objeto que se proponen, y cerrar los ojos a todos los demás, pues la menor distracción basta a confundirlos e inutilizar su propósito; pero los dueños de tales colecciones parece que, olvidados de proporcionar un estudio científico a los aficionados y profesores, han pensado solamente en sorprender los ojos y la imaginación del público, presentándole una confusa multitud de hermosuras, cuyo mérito respectivo se opone a la contemplación particular de ellas, prefiriendo los efectos de la admiración a los adelantamientos del arte. Este defecto, y la escasez que se nota de cuadros extranjeros en que se pudieran estudiar las escuelas de otras naciones, conocimiento muy esencial a cualquier profesor, es lo único que puede censurarse en las bellísimas colecciones de pinturas con que Roma tan justamente se ensoberbece.

Creo haber hablado ya en otra ocasión de la Librería Vaticana; diré ahora solamente que en ella se conservan infinitas riquezas literarias, que nadie goza ni ve. Biblias hebraicas, siríacas, árabes, armenias, una griega según los Setenta, escrita en caracteres cuadrados, en el sexto siglo; un códice griego, que contiene las Actas de los Apóstoles, escrito sobre fondo de oro; un misal, que se cree de tiempo de San Gelasio; varios libros devotos y de historia, preciosos por sus miniaturas, entre las cuales hallé algunas superiores a cuanto se conserva de este género, por ver unida la hermosura y viveza de los colores, que es el único mérito de las antiguas, al buen gusto y corrección del diseño que es privativo de las artes modernas; un Virgilio y un Terencio, anteriores al siglo quinto; la obra de los Siete Sacramentos, compuesta por Enrique Octavo de Inglaterra; manuscritos del cardenal Baronio, de Santo Tomás, de San Carlos Borromeo, de Martín Lutero, donde se halla una oración compuesta por él, en que pide a Dios le conceda riquezas, ganado, vestidos, muchas mujeres y pocos hijos. Pero ¿quién podrá dar razón de la infinidad de manuscritos que allí se guardan, que aunque no son Biblias, ni Actas de Apóstoles, ni garrapatos de hombres célebres en la historia, son, no obstante, el depósito intacto de los hechos privados o públicos, de la cultura, de las opiniones de tantos siglos? Esto no se ve, y esto es, en mi dictamen, lo que debería verse y estudiarse, pero todo lo que allí sé manifiesta se reduce a cuatro, seis u ocho códices, que nada interesan; lo demás todo está sepultado en unos cajones, que no se abren jamás. Todo lo que dice el abate Andrés acerca de las circunstancias que contribuyen a hacer inútil esta preciosísima biblioteca, todo es cierto; y no hay persona estudiosa que vaya a ella, que no se desespere al ver cuán grande uso pudiera hacer de ella el público literario, y cuán lejos están de pensar en esto sus dueños avaros. Casi lo mismo puede decirse por lo tocante a los monumentos antiguos y las preciosidades artísticas que hay allí también; se abren uno o dos cajones, se ven alhajas de exquisito valor, piedras duras, labradas con singular artificio, camafeos de gran tamaño y hermosura, monedas antiguas, y otros objetos de curiosidad y estudio; todo lo demás queda oculto, como si no existiera. Se ve una colección inmensa de estampas, cosa apreciable para la historia y los conocimientos del arte del grabado, y al extremo de un largo pasadizo está la sala que llaman de los papiros, llena de preciosos mármoles, bronces y pinturas excelentes de Mengs, que forman un recinto el más bello en todas sus partes que hasta ahora he visto. Estos papiros están entre cristales, y allí puede leerse lo que contienen, que todo es concerniente a donaciones hechas a la Iglesia de Ravena; siendo muy justa, a mi entender, la reflexión que hace en sus cartas el abate Andrés, hablando de que los papiros que se conocen, todos, o casi todos, son relativos a la citada Iglesia, y que esto le hace creer que sean de fábrica italiana. Por lo que hace al mal método con que se gobierna este establecimiento, nada hay que añadir a lo que dice el mencionado autor en el 1.er el tomo de sus Cartas.

Llegó a mis manos esta obra hallándome en Roma, y tuve motivo de rectificar ocularmente algunas de las especies equivocadas que encontré en ella, y aun también algunas relativas a Nápoles, por el cotejo que de ellas hice con mis propias observaciones y los libros que mejor han tratado las materias en cuestión. No será fuera de propósito, ni acaso inútil, advertir aquí los errores que hallé y la corrección que necesitan.

Tomo 1.º de las Cartas Familiares del abate Andrés, dirigidas a su hermano D. Carlos Andrés, impreso en Madrid, año de 176.

Página 224. Dice que es de mármol la escalera por donde se sube desde la Plaza de España a Villa Médici; no es cierto, toda esta escalera se compone de la piedra ordinaria que llaman en Roma trabertino, muy parecida a la piedra blanca de Colmenar que se usó en las obras de Madrid, aunque algo más parda

270. Dice que en el pórtico de la Iglesia de Santa María Maggiore se ve una estatua de bronce, de Felipe III. Debe leerse Felipe IV.

280. Dice que al entrar en la Iglesia de la Cartuja, se halla un templo antiguo de Rómulo. No es cierto, allí no hay restos de templo ninguno, ni jamás le hubo. La iglesia y el convento se edificaron aprovechando los muros y bóvedas de las Termas de Diocleciano, y la pieza circular que está en la entrada de dicha iglesia no es otra cosa que una sala de ingreso de las antiguas termas.

Tomo 2.º, pág. 5. Parece que se inclina a creer que el cornisamento antiguo de la Aduana sea de una pieza, opinión del vulgo, que se desmiente al observar con algún cuidado aquel edificio.

15. La descripción que hace del Coliseo es muy equivocada y confusa. Dice que se conserva la parte exterior, no poco deteriorada en algunos lugares. Tan deteriorada está que sólo existe la mitad. Dice que el ornato exterior se compone de columnas de medio relieve, de orden dórico, en la parte inferior, y que en los demás cuerpos siguen pilastras. No es cierto. Los tres primeros cuerpos tienen columnas de medio relieve, y sólo hay pilastras en el cuarto. Dice que la plaza interior es de figura oval. Todo lo externo lo es también, puesto que sigue con igual distancia en toda su circunferencia la forma de la arena.

22. El Arco de Jano, cuadrifronte, no tiene nada, de «perfectísima arquitectura», al contrario, es cosa de muy mal gusto, respetable sólo por su antigüedad, no por su primor.

34. Dice, hablando de la Mole Adriana: «El primer orden de este edificio es cuadrado, y el segundo redondo todo, ancho y alto, y todo de hermoso mármol». Debe entenderse que en su principio estuvo todo revestido de hermoso mármol pero ahora no queda ya ni el menor vestigio.

103. Hablando de Nápoles dice que la Villa Reale es semejante a las Tullerías; yo, que he visto uno y otro, aseguro y en caso necesario juraré que no se parecen en nada.

111. En la descripción del Palacio de Capo di Monte dice que es un bellísimo palacio, de excelente arquitectura o tal vez la mejor fábrica de Nápoles. De ésta diré lo mismo que del Arco de Jano, con la diferencia de que no tiene el mérito de la antigüedad porque se hizo ayer.

133. Las estufas inmediatas al Lago di Agnano no se llaman estufas o sudarios de San Genaro, sino de San Germán. Como esta equivocación la repite otra vez, es de creer que no habrá yerro de imprenta.

En otra parte dice que el Arco de Trajano, de Ancona, es de una sola pieza, lo cual, además de ser falso, a cualquiera debería parecer imposible. Estas y otras muchas equivocaciones en que cae, particularmente en todo lo relativo a las artes, hace desear que el autor corrija con algún cuidado su obra, la cual, por otra parte, no carece de mérito.

Los palacios de Roma son muchos en número, y los mayores de Italia, pero en materia de buen gusto arquitectónico, la soberbia Roma debe ceder la primacía a la pequeña Vicenza. No es decir que no haya algunos construidos con elegante proporción en la distribución y ornatos, pero son muy pocos. Los más de ellos presentan una inmensa tirantez, que sólo interrumpen los adornos de las ventanas, comúnmente pesados y extravagantes, y en lo interior enormes salones, uno después de otro, donde se pueden correr caballos; habitaciones del todo inútiles, sin la menor comodidad. Otros hay cuyas fachadas, ridículas, llenas de garabatos, y monstruosidades absurdas, hacen poco honor a las artes modernas, en una ciudad en que se conservan los modelos más excelentes de perfección.

El Palacio Doria, que ocupa uno de los mejores sitios del Corso, no es indigno de nuestro abominado Churriguera; lo mismo diré de la extravagante fachada del Palacio Colonna, en la Plaza de Santi Apostoli, y si hubiese de hacer una lista de todos los edificios de pésimo gusto que se ven en Roma, no sería corta por cierto. Entre la multitud de iglesias que sirven de adorno a esta gran ciudad, las hay de tal extensión, tan enriquecidas de mármoles, bronces, pinturas y estatuas, que no es fácil formarse una idea justa del conjunto magnífico y admirable que presentan. En Italia se ven comúnmente soberbios templos, que exceden a cuantos se hallan en el resto de Europa, pero los de Roma son por excelencia los más suntuosos de Italia; en cuanto a su arquitectura, si después de la primera sorpresa que causan, se pasa a examinarlos menudamente, ¡cuánto hallará que censurar el crítico menos escrupuloso en aquellas fábricas inmensas, llenas tal vez de ideas ingeniosas y ricas de ornatos, pero faltas de aquella sobriedad, de aquella encantadora sencillez, de aquella proporción de partes, de aquella armonía en el todo que es el mérito verdadero de los grandes artífices! Hablo solamente de los templos más célebres de Roma, de los que menos pecan contra el arte, no hablo de la fachada de Santa María Mayor ni de la de San Marcelo, en el Corso, ni de la de San Antonio de los Portugueses, Santa María Magdalena de los Agonizantes, ni de la cúpula de la Sapienzia, ni de la portada de Santa Croce in Gerusaleme, ni de la gigantesca de San Carlos del Corso, ni la del mismo título en le Cuatro Fontane, ni de otras obras semejantes, donde todo es capricho, todo superfluidad, inconexión, ingenio mal empleado, sin razón ni gusto.

En la misma época en que se corrompió la arquitectura en Roma, padeció la escultura notable decadencia; después que se apartaron los artífices de la imitación del antiguo, no hicieron otra cosa que extrañezas caprichosas, harto distantes de la belleza y la verdad. Los buenos escultores del siglo XVI no manifestaron ciertamente en sus obras un gran fuego de invención; pecan las mejores de ellas en desmayadas y frías, pero en recompensa no hicieron disparates atrevidos; su timidez los hizo arreglados y exactos en la imitación y si se exceptúa a Miguel Ángel, que, dotado de un gran talento, dio a sus figuras movimiento y expresión, que muchas veces peca en caricatura y violencia, los demás casi todos incurrieron en el defecto de una regularidad lánguida e insignificante. Pero después que el Bernini, lleno de fantasía y falto de gusto, para animar sus estatuas las hizo bailar, después que dio a los cabellos forma de llamas, a los ropajes, pliegues y contornos de conchas todo fue contorsiones, llamas, conchas, nubes y aire en las obras de escultura de cuantos le quisieron imitar. Así es que en medio de tantas admirables reliquias de las artes griegas y romanas, y de los buenos ejemplos que dejaron los más célebres profesores, discípulos del antiguo, se halla en Roma una multitud de esculturas de tan pésimo gusto, que prueban no haber sido la corrupción particular a una u otra nación de Europa, sino tan general y tan irresistible, que aun donde parece que no debiera haber llegado, allí estableció más particularmente su residencia. Basta cotejar el excelente bajo relieve del Algardi y el sepulcro de Paulo 3.º, que están en San Pedro, con los de Urbano 8.º y Alejandro 7.º, obras de Bernini, con las estatuas del Puente de Sant'Ángelo, y otras muchas, que sin los primores de aquéllas tienen mayores defectos, para conocer prácticamente que también Roma ha tenido su época de humillación que en ella existen, y en gran número, obras ridículas y extravagantes y que si las demás naciones han llorado la decadencia del buen gusto en las artes, no es ella, por cierto, la que ha sabido sostenerle.

¿Quién ignora que la pintura ha sufrido las mismas vicisitudes, no solo en Roma sino en toda Italia?, y sin negar que en esta ciudad se encuentran buenos profesores, ¿cuál de ellos hay comparable a ninguno de los antiguos? Si en Francia no hay un Le Brun ni un Le Sueur; si en España carecemos de un Velázquez y de un Coello, de un Murillo, tampoco Roma tiene hoy día nada que oponer al lado de un Guercino, de un Dominiquino, de un Aníbal Caracci, de un Pablo Veronés, y no cito a su célebre Rafael, porque sería exigir portentos de la naturaleza, y éstos no se repiten sino de tarde en tarde. Si es lícito a quien no profesa tan difíciles artes dar su opinión sobre el estado actual de ellas, diré que en Roma no se ve todavía en arquitectura una obra moderna que anuncie inteligencia y gusto, y que, por el contrario, cualquiera que observe la fábrica de más consideración que se ha construido en estos últimos años, cual es la sacristía de San Pedro, imaginará muy remoto el restablecimiento de esta profesión, pero no es así. Ya se estudia en Roma con otros principios; ya se examinan, se copian, se ilustran los antiguos monumentos, y la juventud que se aplica a este ramo, luego que tenga proporción, introducirá un nuevo gusto que todavía no se ve puesto en práctica, porque los que hoy están en posesión de hacer obras, las hacen según el estilo que reinaba cuarenta años ha; muchos de ellos conocen que sus hijos y discípulos siguen camino mejor, pero esto de abrazar nuevo sistema, nuevos principios, y olvidar lo que se aprendió en la niñez, pide una fuerza de ánimo que a muy pocos es concedida. Así que, cuando lleguen a faltar éstos, y les suceda la juventud actual, entonces habrá buena arquitectura en Roma, pero mientras del todo no desaparezcan, no hay que esperarla.

No sé si por falta de ingenio o por reflexión se han apartado ya los escultores modernos de la extravagante escuela que por tantos años ha reinado en Roma. El veneciano Antonio Canova, cuyas obras, superiores a las del celebrado Miguel Ángel y comparables, tal vez, a las que hoy se admiran de la antigua Grecia, bastan a inmortalizar su nombre y su siglo, es el único, a mi entender, que haya sabido reunir la expresión, la gracia, la fuerza, la belleza, la simplicidad. Su mérito es tan singular, tan indubitable, que todos le reconocen y le admiran; él sólo es capaz de producir una provechosa revolución en la escultura; del número de los discípulos que forme y del talento que encuentre en ellos, dependerán los adelantamientos y perfección del arte. En la observación de la naturaleza, en los Museos Vaticano y Capitolino, y en los ejemplos de Canova, podrán adquirir los escultores romanos lo mucho que les falta para poderse llamar buenos artífices.

Pero los pintores ¿qué autor viviente buscarán para que los instruya y cuyas obras puedan proponerse por modelo? Buenos diseños, buenas perspectivas, excelentes pinturas de países, adornos graciosísimos de gabinete, miniaturas, retratos, esto se hace en Roma; los dibujos de Cades pasan, cuando él quiere, por estudios del Guercino, de Julio Romano, de Andrea del Sarto y de los más famosos profesores antiguos; los países de Fidanza han adquirido una justa celebridad entre los inteligentes, pero los dibujos, los retratos, ni las perspectivas, no son el sublime de la pintura, y en los profesores de más mérito de esta ciudad se echa menos aquella reunión de talentos que se necesita para hacer un cuadro comparable a la Santa Inés del Dominiquino, a la Aurora de Guido, o al terrible Holofernes de Caravaggio. Así es que no se ven hoy día nuevas obras que llenen el gusto de los que entienden la materia, ni puede citarse un cuadro moderno de gran composición, capaz de sostener el antiguo honor a que llegó la pintura en Italia, ni consolar, por lo menos, a los que advierten su general decadencia en Europa.

El grabado es una de las artes que más florecen en esta ciudad: ¿quién ignora el mérito de Morghen?; lo que no se haga en Roma con el buril, no hay que buscarlo en otra parte. Pero lo que más admira en este género es la abundancia de profesores, ¿qué importa que nosotros citemos a Carmona, Moles y Selma, si en Roma se hallarán veinte grabadores de igual mérito, y muchos superiores a éstos, y otros sin número, que pasarían por buenos en cualquiera otra parte, y que en esta ciudad se cuentan como los últimos? Lo mismo puede decirse de los grabadores en hueco, de los que labran piedras, de los que hacen pequeñas figuras para adornos de salas y ramilletes. El estudio del mosaico puede decirse que ha llegado a su perfección, y este arte es tan peculiar de Roma, que en ninguna otra corte de Europa se conoce ni se practica. Este conjunto de producciones artísticas ha esparcido un gusto general en Roma, que no se encuentra fuera de ella; en ninguna parte se juzga con más acierto del mérito de un cuadro, de una estatua o de una estampa, no sólo por los que son profesores, sino por los que tienen alguna cultura y conocimiento teórico, que son muchos; y es necesario que los haya, donde por todas partes ven lo más escogido, lo más precioso que nos dejó la antigüedad, y lo que añadieron a ella los modernos; donde la multitud de profesores difunde el amor a las artes, estimula a conocerlas y obliga a discernir en ellas el verdadero mérito, analizando las ideas de la imitación, de la invención y de la belleza.

Esta reunión feliz de circunstancias hace a Roma la maestra de Europa en materia de bellas artes; a ella debe acudir el que aspire a estudiarlas con fundamento. No hay corte extranjera que no envíe discípulos a esta escuela insigne, y en ella se han formado los más excelentes artífices de todas las naciones. La nuestra tiene hasta unos doce o catorce pensionados, entre los cuales hay algunos que vinieron con Mengs, y, por consiguiente, han tenido todo el tiempo necesario para instruirse y adelantar. Tienen su Academia en el Palacio de España, y el ministro Azara la dirige por sí. En ella se dibujan figuras por el yeso y el natural; pero acaso este ejercicio no debe de ser suficiente para formar un gran pintor; nace mi duda de ver que los españoles que acuden allí de catorce años a esta parte, no hay uno siquiera que muestre una mediana habilidad, ni haga concebir lisonjeras esperanzas para en adelante; cotejadas sus obras de invención con muchas de las que presentan en Madrid los discípulos de la Academia de San Fernando, las que he visto hechas en Roma se quedan muy atrás. No diré lo mismo de los escultores y arquitectos, entre los cuales hay sujetos de mérito; y en particular los últimos serán capaces de llevar a España el buen gusto, de la arquitectura apoyado en el estudio constante que han hecho de la antigüedad, único medio de introducir en las fábricas la elegancia de las formas, la grandiosidad, la distribución conveniente, la ligereza y robustez, la oportunidad y belleza de los ornatos, y, sobre todo, el mecanismo económico de la construcción, circunstancias esencialísimas para la formación de cualquier edificio, y que entre nosotros apenas se conocen todavía.

Además del estudio de las bellas artes, que en Roma se cultiva con tanto ardor, el de las antigüedades florece allí más que en otra parte; y ¿en dónde sino en Italia, y particularmente en esta ciudad, se hallarán tantos preciosos monetarios, tantas inscripciones, tantas obras de pintura, escultura y arquitectura, restos admirables de la antigua opulencia de las naciones más célebres, donde el que se dedique a esta carrera adquirirá conocimientos de la cultura, las opiniones políticas y religiosas, los hechos históricos, el gobierno, las leyes, las costumbres, las épocas de esplendor y decadencia de tantos pueblos? Aquí han venido a estudiar estas materias los literatos extranjeros, conocidos por las lo obras de anticuaria, con que han enriquecido la Europa, pero ninguna otra nación ha cultivado con tanto ardor y tanta inteligencia este áspero estudio como la Italia; ninguna es capaz, como ella, de llevarle a tanto grado de perfección y entre todas sus cortes, Roma, que reúne en sí más proporciones para los adelantamientos en esta carrera, cuenta un número asombroso de literatos, autores de obras estimables sobre la indagación y explicación de antiguos monumentos y hoy día florece esta erudición en alto grado por medio de nuevos descubrimientos, que mantienen vivo el ardor de los sabios vivientes, que a cada paso aumentan, con obras instructivas, los progresos de una ciencia, a cuya luz se disipa [...]93 la oscura noche de los siglos.

A la anticuaria acompañan necesariamente el conocimiento de la historia general, las lenguas sabias y las bellas letras, donde aquélla se cultiva, florecen éstas; el estudio de la latinidad, de la lengua griega, de la hebrea y otras orientales, las repetidas traducciones de los autores clásicos, griegos y latinos, hacen mucho honor a la cultura romana; y aquella ciudad abunda en sujetos muy doctos en tales materias, que han publicado obras estimables, y se han adquirido en el concepto público una justa celebridad. No obstante, a pesar de estos principios y de esta general erudición, no sobresalen ni oradores, ni poetas de gran celebridad. Entre la multitud de sermones, disertaciones y oraciones académicas que cada día se publican, y de las juntas poéticas de la Arcadia, nada se encuentra que pase de una regular y juiciosa medianía, que en obras de tal especie, es poco mérito por cierto; el único poeta que se distingue de la innumerable turba de versificaciones es el abate Monti, ferrarés, conocido por uno de los mejores que hoy existen.

La teología, los cánones, la historia eclesiástica tienen más alumnos en Roma que en ninguna otra corte de Europa, y esto es bien natural, pero en cualquiera otra parte podrán adelantarse estos estudios, y adquirir la perfección de que son capaces, mejor que en Roma, donde la constitución del país se opone a que la crítica disipe las tinieblas en que están envueltos. [...]94 / [...]95.

Tales son las observaciones que he podido hacer sobre la cultura de Roma. Las bellas artes y la erudición florecen allí en alto grado; de las demás ciencias y facultades no he visto cosa que merezca elogio particular; y no hay que admirarse de que no haya dicho nada de su celebrada política, porque, según mi opinión, no existe tal ciencia en Roma. [...]96.




ArribaAbajoViaje de Italia 8

Roma


En el año de 1795 había en las 82 parroquias en que Roma está dividida 164.586 almas, entre éstas 2.774 clérigos, 2.926 frailes y 1.413 monjas. Los conventos de uno y otro sexo pasan de 186, sin que entren en este número ni los conservatorios, ni los colegios, ni las casas de clérigos seculares que viven en comunidad.

La circunferencia de sus actuales muros es la misma que en tiempo de Aureliano, que hizo fabricar los que hoy se ven, reparados en gran parte por los pontífices; y es muy recibida la opinión de que, aun en tiempo de su mayor grandeza, Roma no tuvo dentro de sus murallas mayor población que la que actualmente tienen París o Londres; ni obsta que Vopisco la dé cincuenta millas de circuito, ni que en tiempo de Augusto se contasen cuatro millones ciento setenta y tres mil habitantes, y en tiempo de Claudio seis millones novecientos sesenta y ocho mil; pues en este número entraban los arrabales, situados fuera de sus murallas, y los que habitaban en ellos. Toda esta población suburbana desapareció. Ni al salir de las puertas de Roma se ve más que campos y casas humildes de labradores, esparcidas por ellos. Lo que hay habitado, dentro de los muros, apenas llega a una cuarta parte de su extensión; el monte Aventino, el Celio, el Esquilino, el Viminal y el Janículo están desiertos, cubiertos de viñas y huertas, cuyas tapias forman unos caminos melancólicos interminables, que salen a las puertas de la ciudad. En el Circo Máximo y las deliciosas Termas de Caracalla se cultivan berzas; en las de Tito mugen bueyes; las soberbias galerías del Anfiteatro Flavio sirven de guardar estiércol, y los restos magníficos de la casa Aurea de Nerón, o sea, el Templo de la Paz, que se adornó con los despojos de Jerusalén destruida, son hoy [...]97 matadero de gorrinos.

Pero yo perdonaría a Roma su decadencia, si entre los destrozos de su antigua soberanía se hallara más justicia, más orden, más policía, más buena fe, más honor, mejores costumbres, menos imposturas, menos hipocresía.

Las damas romanas no dan, ciertamente, grandes ejemplos de fidelidad conyugal y no es la fuerza del temperamento la que induce esta relajación. Si un señor, por muy rico que sea, da una comida al día a su mujer, coche, habitación y 20 duros al mes para alfileres, ya ha desempeñado generosamente todas sus obligaciones con ella, no la da más. Las cenas nocturnas de diez, quince y veinte cubiertos en el cuarto de la señora, los días y temporadas de campo, el juego cotidiano, los espectáculos, los trajes, las modas, ¿saldrá todo de los veinte duros? El marido no da más. Cada una de ellas tiene cuatro o seis amigos, que contribuyen, cada uno por su parte, a aumentar la escasa dotación que debe suplir a tantos gastos; según la cuota con que la sirven, así adquieren más o menos intimidad; y basta observar una noche el orden que guardan al retirarse, para conocer cuáles son los más allegados, y, por consiguiente, los que acuden con mayor cantidad. Se acaba el juego o la cena, se va la mayor parte de los concurrentes, y se quedan con la señora cuatro o cinco, y éstos van retirándose, hasta que se queda con un par de ellos de la mayor confianza. Unos sólo tienen acceso a la conversación y al juego, y se les permite que pierdan cuanto dinero lleven consigo; otros pueden quedarse un ratito más; otros son admitidos al tocador, donde la señora se despoja de plumas y brillantes, van recogiendo los alfileres y clavándolos por clases en la almohadilla; la ayudan a quitarse la bata, la atan las cintas del desabillé, y se van. Sigue después la pequeña conversación de aquellos dos o tres felices mortales destinados a conducirla a la alcoba cuando ha de recogerse, y despojarla y desearla un dulce sueño; y queda por último un solo sumiller de Venus que abra el pabellón del lecho, la arropa, la pone el libro de novelas, la luz, el pañuelo y la fresquera sobre el velador, la da un besito y se va. El que observe tales sociedades no podrá menos de maravillarse de la paz y buena armonía que reina en ellos, sin envidia, sin celos ni enemistad, todos se aman fraternalmente, todos están contentos, ninguno estorba a los demás, todos son amigos de la señora y el marido amigo de todos ellos. Si los italianos han sido alguna vez celosos, ya ha mucho tiempo que ignoran los efectos de esta pasión terrible, ni pienso que haya nación en Europa más cruenta de ella. Así como el marido no estorba a la señora de la casa, así también ni la suegra ni la madre ni las hijas la son molestas. La madre o la suegra habitan un cuarto retirado e impenetrable del gran palacio de sus hijos; la asiste una criada, única persona viviente que la ve y la habla; si es verano se asoma a una ventana del patio y ve lavar los coches; si es invierno entre la cama y la chimenea reparte el día, aun el dulce nombre de madre se la quita y la llaman la vecchia. Muchas veces sucede tratar a uno de tales señores, frecuentar su casa años enteros y no saber que tiene madre; qué mucho, si ellos mismos lo ignoran, o no recordárselo la partida mensual de doce o quince escudos que le dan para que coma y se vista. Así vive la madre del duque o el príncipe y cuando se muere la entierran.

Los hijos no son gravosos en tales familias, tienen su cuarto separado, el ama que los cría lidia con ellos, y alguna vez se los lleva a su madre para que los vea como quien lleva un papagayo o un mico; en cuanto a vestirlos y traerlos limpios, el marido cuida de ello, la señora tiene otros negocios de más importancia a que atender. Las hijas luego que cumplen los tres años van al convento y los hijos al colegio así que han roto los primeros cabrones. Allí se están si la madre tiene previsión bastante para pensar en lo futuro, mima al mayor que es el único de quien pueda esperar algún alivio en su vejez, los demás como si no existieran. El padre cuidará de darles carrera, de casarlos o hacerlos curas, o enviarlos a Filipinas. La señora tiene que presidir la conversación y hacer los honores a los forasteros que se la presentan, ni puede ni debe atender a más. Si se casa la hija o el hijo, asistirá a la ceremonia, dará una comida a los parientes y amigos de la casa e introducirá a la novia en las tertulias de la nobleza. ¿Qué más hay que hacer? Éstas son las costumbres domésticas de las primeras casas, y éstas dan el tono a las demás. Las trampas, las estafas, los embelecos de las ilustres matronas romanas, el juego, las fullerías, las rifas, que no se sortean jamás, los socorros a pobres vergonzantes que nadie sabe quiénes sean, los trajes que se pagan cuatro o seis veces no habiéndose pagado al mercader, el mentir, el embrollar, el continuo pedir prestado y otras gracias que todas se ponen en uso cuando llega algún rico inglés muy presumido y muy lerdo que compra el honor de acompañar a la señora y ser presentado por ella al ceto nobile a costa de sus guineas, hasta que tal vez tiene que volverse a toda prisa en su rocín rabón blasfemando de Italia; estos son los accidentes que acompañan la vida y costumbres de aquellas ilustres matronas. Esto se imita por las demás clases inferiores, en la manera que a cada cual se le proporciona, y esta corrupción, que en Roma y Nápoles llega al exceso, se observa con más o menos variación en las demás ciudades de Italia.

Hallándome en esta Santa Ciudad con quien tenemos tan inmediatas relaciones, quise salir de algunas dudas, y averiguar poco más o menos a qué precio nos regala la Santa Sede Apostólica su maternal protección. Supe que el que guste de comprar el cuerpo de un santo lo consigue inmediatamente dirigiéndose al departamento que tiene a su cargo el despacho y distribución de reliquias. Se saca del almacén de huesos un esqueleto o se forma de varias piezas, le ponen su cabeza exterior de cera, le visten con su cota, sus borceguíes y su tonelete, le colocan en una urna y se le entregan al devoto con facultad de darle culto donde quiera que se lo lleve. Si es un santo anónimo, sacado de los subterráneos, el devoto puede proponer el nombre que quiera darle, sirve de padrino, se le bautiza a su gusto y le llaman San Hermeneguncio, en este caso no cuesta más que ciento veinte duros, pero si el devoto le quiere de los que están en el almacén con nombre conocido, si se le antoja que sea santo mártir, soldado de la legión octava, dessollado en Bitinia Sub Trajano principe por el Pretor Furio Mamertino, entonces paga veinte escudos más.

Las bulas para nuestros obispos cuestan un diez por ciento del valor anual de la mitra, pero hay orden en la Tesorería de España en Roma para que, con firma del Ministro, se pueda librar mayor cantidad. Las bulas para el Señor Despuig, Arzobispo de Valencia, costaron de doce a trece mil duros.

No se puede regular lo que cuesta una causa de canonización, la de Palafox hubiere bastado para hacer a una provincia feliz con las sumas enormes que ha consumido. Lo que hay de cierto es que después que el Santo Padre declara que el tal varón de Dios o la tal religiosa está gozando de la bienaventuranza y que hizo milagros en vida y en muerte, es menester aprontar al contingente para la función que se hace en San Pedro, la cual, si el Santo ha pleiteado por pobre, cuesta nueve mil duros, a lo menos, y otro tanto importó a la Beata Catalina de Mallorca, y si el santo no está declarado ser pobre y tiene con qué pagar, en tal caso le cuesta cien mil duros sin admitir rebaja de un maravedí. La única economía que cabe en esto consiste en que lleguen a juntarse tres o cuatro santos; una sola fiesta sirve para todos, y entonces contribuyen con la consabida: cien mil duros, pagando cada cual de ellos la porción que le toca.

Pregunté de qué servían en Roma los dos Auditores de Rota españoles, de qué servían los dos hospitalarios de Monserrate y Santiago, por qué tenía pensión de España la Princesa de Santa Cruz, por qué la tenían varios caballeros, monseñores, prelados y otras gentes mientras los jesuitas se mueren de hambre, y cuanto me respondieron sobre este asunto sirvió sólo para irritarme y quitarme el deseo de saber más.

La mala policía de Roma se ve desde luego en la suciedad de sus plazas y calles, que sirven de basurero a la vecindad, exceptuando algunas, que parece que tienen privilegio exclusivo para estar limpias, a cada paso se hallan, en los parajes más públicos de la ciudad, montones de basura hediondos, que impiden el paso y apestan el aire. Cualquiera que haya paseado las cercanías de la Plaza de España, que es una de las barriadas más frecuentadas de Roma, habrá visto hasta qué punto llega la desidia del Gobierno en esta parte. En Roma no hay más alumbrado público que el de la luna; cuando ésta falta, todo es tinieblas. La salida de los teatros, a media noche, por callejuelas puercas, oscurísimas entre la confusión de los coches, que corren disparados por todas partes, sin haber quién los contenga ni los ordene, es una de las más difíciles y peligrosas operaciones que tiene que hacer la gente de a pie; todo cochero tiene derecho de atropellar y aplastar impunemente a cuantos animales, llamados hombres, encuentre al paso. Los mendigos son otros tantos basureros ambulantes, que se atraviesan por las calles, entran en las tiendas y los cafés casi desnudos, llenos de girones y arambeles, hinchados, llenos de costras y úlceras, monstruosos, hediondos, acompañando sus gestos y convulsiones con plegarias lamentables. Otros, que tienen puesto fijo en los parajes más concurridos de la ciudad, se tienden por el suelo, se agrupan con dos o tres chiquillos sarnosos y acancerados, o se ponen de rodillas, cubiertos de una sotana negra, con una cruz en la mano, los brazos abiertos, cerrados los ojos, la barba larga, macilento el color, la voz profunda, con un farol de papel puesto en el suelo, que ilumina de noche la figura y el rostro, produciendo un efecto de luces y sombras digno de los pinceles del Caravaggio; éstos, y las mujeres que se cubren con un trapajo negro la cabeza y el pecho, y prenden un cartel, donde se dice que es una señora, viuda de un capitán, mujer de obligaciones, con cuatro criaturas..., son ciertamente los que menos remueven el estómago; pero también son los más impostores, ninguno de ellos vi que no gozase de salud perfecta, los demás ganan el pan a costa de sus miembros, y por muchos cuartos que recojan, no se les pagan las crueles operaciones que sufren para ejercitar la caridad pública.

No hay extravagancia inglesa que ya no se imite en Italia, ya es moda emborracharse con ponche, hartarse de cerveza, estragarse el estómago con té, dejarse crecer las patillas, cortar las colas a los caballos, correr en ellos, y caer y matarse, gracias a la ridícula construcción de sus sillas, componer comedias que hacen llorar, tragedias que hacen reír, admirar a Milton y criticar al Taso. Y entre tantas cosas como se imitan de aquella nación, no se ha imitado hasta ahora la caridad bien entendida, el arreglo admirable de que cada ciudad y cada parroquia mantenga sus pobres, que no se confundan los infelices con los pícaros, que no se vean espectáculos tan repugnantes e indecentes, que la vejez, la enfermedad, las desgracias humanas hallen un alivio seguro en la protección celosa del Gobierno y en la caridad cristiana, que favorece sus ideas; y la impostura, la holgazanería y los vicios que la acompañan, un castigo inevitable en los calabozos y las galeras.

Habiendo hablado ya de la poca limpieza en las calles de Roma, debe inferirse, por consecuencia, que el barrio de los judíos será un mulador asqueroso y pestífero, porque al descuido general del Gobierno se añade la suciedad y sordidez que particularmente caracteriza al pueblo de Dios. Estos infelices, que pasan de cuatro mil entre chicos y grandes (número que no se incluye en la población total de Roma), viven en un barrio que se cierra de noche en malas habitaciones, amontonados unos sobre otros, por la estrechez del sitio. Aquél es el recogedero de los trapajos más sucios, y aquélla la fábrica donde las reliquias fétidas de lo basureros se convierten en lienzos, paños, sedas y vestidos, que al quererlos usar se deshacen en átomos invisibles. Esta es su principal industria, y éste su comercio; su aplicación, su actividad, son admirables; pagan crecidos tributos, viven oprimidos y despreciados; se sustentan en fuerza de lo que mienten y lo que engañan, pero el Gobierno no les permite otros medios de prosperar. Han solicitado que se les venda un terreno dentro de Roma, para edificar en él un barrio más sano y de una extensión proporcionada a su número, y no lo han podido conseguir, el populacho los detesta, los escarnece, y les compra sus pérfidas mercancías; no hay conmoción popular que no amenace su destrucción. Cuando se alborotó la plebe de Roma, cuatro años ha, y cometió con superior impulso el execrable asesinato de Basville, la turba feroz de los trastiberinos iba ya de mano armada a quemar y saquear el barrio de los judíos, como si hubiese alguna conexión entre la superstición judaica y la constitución francesa entre el Tálmud y los Derechos del Hombre, pero esto prueba a qué estado de opresión y envilecimiento están reducidos. Enfrente de una de sus puertas hay una iglesia, en cuya fachada está pintado un Cristo, con dos inscripciones al pie, una en latín y otra en hebreo, para que lo entiendan mejor, sacadas del capítulo 65 de Isaías; la latina dice así: «Expandi manus meas tota die ad populum incredulum qui graditur in via non bona post cogitationes suas. Populus qui ad iracundiam provocat me ante faciem meam semper».

Lo mismo hace el Gobierno de Roma con los teatros que con los judíos; los tolera, no los protege; y no obstante la decidida inclinación del público a divertirse con tales espectáculos, no han merecido todavía la menor atención a la superioridad para hacerlos útiles y dignos de una corte, donde en otras materias hay tanta cultura y buen gusto.

Viendo que los franceses habían degollado a su rey y apoderádose de Flandes, Holanda, Saboya y Aviñón, determinó el Sumo Pontífice que se cerrasen todos los teatros de Roma, prudente resolución por cierto, y la más eficaz para el remedio de tantos males, pero viendo después por la experiencia de muchos meses que aunque en Roma no se cantaba un aria, ni se tocaba una sinfonía, los franceses no trataban de restituir a Flandes ni Holanda, ni Saboya, ni Aviñón, ni desguillotinaban a su Rey, ni hacían cosas que a derechas fueran y viendo que el único medio de callar el disgusto del pueblo y distraerlo de sus miserias era el de divertirle, se determinó que en el Carnaval de 1796 hubiese espectáculos y máscaras, bien que a esta licencia acompañó la prohibición absoluta de representar tragedias poemas donde no se habla sino de castigos, de tiranos, derechos del pueblo, libertad civil, patria, leyes, virtud. Abriéronse, pues, hasta doce teatros. El mejor de ellos es el de Tordinona, construido recientemente, con muchas de las comodidades que exigen en tales edificios; la sala, de buena forma, muy grande y poco sonora con buenos ornatos de pintura. Ni éste ni otro alguno de los demás teatros tienen fachada exterior, la maquinaria es un ramo descuidado de todos ellos, los trajes y las decoraciones, de poco mérito, exceptuando algunas, muy buenas, que se hicieron en el de Argentina; y en todos se admite a las mujeres al patio, donde asisten mezcladas con los hombres. En el de Tordinona se cantaban óperas bufas, con intermedios de baile. La Ópera era La sposa polacca, con todos los defectos y nulidades de estilo, si no era composición del célebre poeta melodramático Palomba, merecía serlo; en la música había muy buenos pedazos, ejecutados muy mal, la orquesta numerosa y bien arreglada. Los bailes, malos en la invención y ejecución. Las mujeres de la ópera eran dos caponcillos, desgarbados y sin voz, los demás actores valían poco. Los que hacían de mujeres entre los bailarines formaban una colección de tarascas la más ridícula; ¡qué caras!, ¡qué talles!, ¡qué pies! Una de las singularidades de los teatros de Roma es la de ver salir a la escena estos espantajos a bailar, a cantar o representar haciendo de damas delicadas, de pastorcitas, de ninfas y diosas; la modestia eclesiástica no permite que el bello sexo triunfe en la escena con sus gracias seductoras, y como en lo restante de Italia se ven Césares y Pirros y Alcides eunucos; en Roma se ven actrices cuya voz haría estremecer un coro de benedictinos, y cuya barba y movimientos sólo anuncian virilidad. Con motivo de estrenarse este teatro, hubo iluminación varias noches, y en ellas vi un concurso numeroso y brillante, en que lucía la elegancia de las damas romanas, y más que todo, su hermosura. En una de estas noches, en que asistía la Nipote Santísima en un palco adornado con una especie de solio, vi una escena, digna de otro teatro y otro concurso. En el primer palco de la primera fila, inmediato a la orquesta, vi un romanote, con su chupa negra y su cofia verde, que para comer con más comodidad un plato de macarrones que le tocó de una gran fuente de ellos que servía de merienda a los demás que estaban con él, con la servilleta al hombro y el plato sobre la barandilla empezó a comer y a empinar de cuando en cuando una gran botella, a vista y paciencia de la «nobilità» y «citadinanza», atrayendo a sí la curiosidad y los anteojos de tan respetable asamblea.

El Teatro de Argentina tiene una sala espaciosa, en forma de herradura; este y todos los demás teatros son de madera con malas entradas, escalerillas estrechas, incómodas, sucias, callejones de tablas, todo feo, asqueroso y amenazando ruina, y en éste, como en los otros, hay un tufo de sebo que no se puede tolerar. Se cantaban en él óperas serias, con bailes. La ópera se intitulaba Il trionfo d'Arbace; quién sea este Arbace, ni de quién triunfó, ni por qué le encadenan, ni por qué sale al teatro, no lo pude averiguar. El primer capón era Andrea Martini, llamado comúnmente el Senesino, inferior, en mi opinión, no sólo a Marchesi sino también a Crescentini, tiene buena presencia, poca voz, aunque grata al oído; canta con arreglo y gusto, pero le falta acción, gesto y sensibilidad; en una sala particular hará su canto mejor efecto. Los demás caponcillos que hacían de mujeres, eran cosa muy mala. En los bailes, como ya se ha dicho, había una u otra decoración bien hecha. Bailaba Fabier, con sus narices de garabato de candil y sus piernas de sarmientos, el baile era la Muerte de Pizarro, embrollo absurdo, sin pies ni cabeza, dos jóvenes que hacían de primeras bailarinas no carecían de mérito en la imitación de los ademanes y expresión femenil.

La sala del Teatro Valle forma una elipse, truncada por uno de sus extremos, con la boca de la escena demasiado estrecha. Se representaban comedias con intermedios de óperas bufas. Los actores, sacados la mayor parte del Teatro de Nápoles que llaman de Fiorentini, formaban una decente compañía, los mejores eran Pinnotti y Andolfati; otros dos, que hacían de mujeres, no carecían de mérito, si se atiende a la dificultad de la ejecución. En cuanto a las comedias no salieron de la acostumbrada lista de Federici, Avelloni, Zabala y Comella, porque no hay mejores obras de que se provean las escenas de Italia, puesto que las piezas antiguas se han desterrado ya, por consiguiente, vi los Federicos, los Carlos XII, la Jacoba, El calderero..., y en la concurrencia y los aplausos con que el público las favoreció, conocí demasiado que no reina el gusto ático en la moderna Roma. Entre otras comedias, vi una intitulada I due mercanti di Lisbona, llena de defectos, y de acción, movimiento y bellísimas situaciones cómicas, se cantaba en los entreactos una ópera bufa, intitulada I nemici generosi, con bella música, alegre, expresiva, fecunda, rápida, llena de gracias, como Cimarosa lo sabe hacer. Entre los actores, el bufo Benucci tenía el mérito de una bella voz, buen estilo, gracia y moderación en los ademanes. Los demás no valían cosa, si se exceptúa un caponcillo, con una voz clara y agradable, vestido de mujer, muy bonito, capaz de producir el picarillo una dulce ilusión a los ojos [...]98.

El Teatro de Capranica, viejo, incómodo, oscuro, puerco, lleno de agujeros y astillas, tiene una sala grande, que forma un cuadrilongo; se representaban en él comedias, con óperas bufas en los entreactos. Los cómicos, muy malos; los que hacían papel de mujeres, tarascones insufribles; los gestos, las voces, los movimientos descompasados y feroces; entre los cantores había algunos bastante buenos. La ópera se intitulaba La cantatrice bizzarra, cosa malísima, con algunos buenos pedazos de música, los dos bufos se vestían de estatuas y subían en dos caballos de piedra, el uno hacía la estatua de Aecio, y el otro la de Valentiniano, con otros donaires de este jaez. Decoraciones infelices, tan malas y tan viejas como el teatro.

El Teatro Pace, mucho más pequeño que el anterior, con la sala de igual figura, e igualmente incómodo por consecuencia. Las decoraciones, empezando por el telón, eran una colección de trapajos; los actores pésimos; el drama, Amurate o l'heroe dell'Eggitto, tan bueno como los actores. En los intermedios bailaban en la maroma, hacían pantomimas y volteretas; los palcos, atestados de gentualla de cofia y rejón.

El Teatro de Palacorda es uno de los más pequeños de Roma, la sala, cuadrilonga, del tamaño de un cofre, tendrá unas seis varas de ancho y veinte de largo. Se representaban comedias, y óperas bufas por intermedio. No había capones, por ser manjar muy delicado para tan ruin teatro, pero había gatos y becerros, y chirrido de carretas, que desollaban los oídos, estropeando la excelente música que tal vez caía en sus manos. Las comedias y los cómicos, ya se infiere lo que serían.

Hay tres o cuatro teatros pequenos, en que se representan unas farsas que en ninguna otra parte de Italia se ven, intituladas Il carro o Contrasto di Giudiata, añadiéndose después el título particular que a cada una de ellas pertenece. El nombre de carro las viene, según me dijeron, de que antiguamente iban estas compañías de farsantes en un carro, y sin bajarse de él representaban en los parajes más públicos de la ciudad sus pequeños dramas, recogían algún dinero, y concluida la función seguían adelante, a repetirla en otra parte. Llámanse también contrasto de Giudiata, porque es de estilo que han de hacer papel en ellas un par de judíos, con caracteres odiosos o ridículos. Asistí a uno de estos teatros, situado en unas callejuelas, junto al puente de Sant'Angelo, la sala tenía exactamente la forma de un clave, suponiendo la boca de la escena en la línea de las teclas. Nada vi que no fuese correspondiente al edificio, actores, farsa, bailes, trajes, decoración, música, iluminación, auditorio. Luego que acabó su discordante sinfonía la que yo quiero llamar orquesta, salió un personaje ridículo, con su chupilla negra, su cofia y sus barbas, más negras que la chupa, cargado de un gran bandolín, sentose en una silleta, a un extremo del teatro, santiguose devotamente, empezó a tocar su instrumento, se alzó el desastrado telón, y se dio principio al drama, cantado todo al son del bandolín exceptuando la parte del gracioso, que representaba en prosa y servía de dar reposo al músico o corifeo. Los versos eran de diez, once, doce, o más sílabas, según le había podido salir al autor; el canto, de lo más desapacible e infernal que puede oírse, muy semejante, por el tono, al que usan las amas de cría cuando cantan a los chiquillos: «Duérmete, niño de cuna, que a los pies tienes la luna, y a la cabecera el sol», y toda la gracia de este maldito cántico estribaba en soltar la voz con toda la fuerza de pulmón posible y alargar las sílabas finales de los versos; y era de ver cómo aquellos bárbaros sudaban y se molían para lograr, a fuerza de bramidos y relinchos, los aplausos del rudo auditorio. La acción y el gesto competían con la música en delicadeza y perfección. Ya se supone que los actores eran hombres todos, y exceptuando el gracioso y los que hacían de mujeres, los demás todos salían con máscara y las de los judíos se distinguían de las otras por una interminable nariz; el uno de ellos, que hacía de viejo, sacaba un sombrerillo redondo, capa corta, chupa, calzón ancho y abierto por abajo, como los de los murcianos, y todo el traje negro. La fábula, ya puede suponerse que era un despropósito; y en ésta como en las demás de que se abastecen aquellos teatros, el principal personaje es el del Siccario, esto es, el asesino; todo es cóleras, blasfemias, venganzas, traiciones, raptos, puñaladas, sangre y horror, que bastaría a inspirar ferocidad al pueblo más dulce de la tierra; qué efectos no hará en el de Roma, harto inclinado a tales fechorías por la posesión en que está de cometerlas impunemente. La comedia se intitulaba Il tirano punito dal Cielo. El estruendo y gritería de la asamblea, el tufo del sebo, del sudor del vino, de los hálitos pestilentes, el tirar al theatro manzanas, tronchos, huesos a medio roer, que el bufón recogía y acababa de mondar mientras iba representando, son circunstancias que no es fácil describir, es necesario verlo para formarse una justa idea de las diversiones del vulgo de Roma, y de lo que es el tal vulgo. Yo, no obstante, me alegré de haber gastado allí tres horas, puesto que habiendo visto representar la Ifigenia en París, y en Roma El Contrasto della Giudiata, creo haber visto el mejor y el peor espectáculo dramático de Europa.

El pueblo romano parece que se vuelve loco en el Carnaval, si antiguamente se contentaba con pan y juegos del circo, ahora es más moderado en sus pretensiones; y como le dejen correr las calles vestido de máscara, se olvida de que es infeliz y no tiene qué comer. En los días señalados por el Gobierno para la máscara pública, suena después del mediodía la campana del Capitolio, y ésta es la señal para que puedan salir todos los que quieran con sus disfraces e invenciones; al toque del Ave María deben quitarse la careta del rostro, y recogerse. Todo el gentío acude al Corso, calle muy larga, que atraviesa casi toda la ciudad, pero demasiado estrecha para tanto concurso. Suponiendo que en ella se reúne toda la multitud de gente de a pie y todos los coches, y que entre los coches y la gente se hace la corrida de caballos bárbaros, ya puede inferirse cuál será la tropelía y confusión y cuántas las desgracias que ocurrirán frecuentemente. Es cosa admirable la gritería y tabaola que por allí anda, las invenciones ridículas de los trajes, arlequines, pulchinelas, bahutas, doctores, que se ponen a disputar unos con otros, diciendo mil disparates y desvergüenzas, marineros, cuáqueros, mochuelos; en los Sueños del Bosco no hay tantas ni tan extravagantes visiones. Corren, cantan, bailan, aúllan, silban, arguyen, y suena un horrible y discorde estruendo de almireces, campanillas, chiflatos, trompetas, cuernos, carracas, pitos, cencerros y caracolas. Los coches pasean en dos filas por entre el concurso, los que van dentro, y en muchos dellos los cocheros y los lacayos, van también de máscara; los caballos, con pretales de cascabeles, los cocheros, vestidos de mujeres, o con libreas extraordinarias y ridículas; las damas y caballeros, con trajes ingeniosos y elegantes, tal vez tomados de asuntos de la historia o de la fábula, penachos y adornos; que todo presenta a los ojos hermosa confusión. Una de las mayores diversiones de este espectáculo consiste en tirarse recíprocamente los de los coches y la gente de a pie, «puzzolana» menuda, con un continuo granizar de una y otra parte; y en cada coche se lleva un gran saco o cajón de esta gragea, y muchos van prevenidos con escudos de hoja de lata o cartón, para reparar los tiros y defenderse. Esta batería, que disparan sin cesar los unos a los otros, no se suspende sino cuando, por desgracia, descubren entre la multitud a algún abate, a algún fraile; entonces, unidos ambos partidos descargan sobre el miserable todo su furor. Ni la capeta, ni el sombrero, ni la capucha, ni el manto bastan a defenderle de la espesa pedrea, quiere huir, y no puede, quiere cubrirse por una parte y se descubre por otra, piensa hallar asilo en un rincón y allí cargan de repente sobre él y le atacan de nuevo, hasta que molido y sudando, y blanco todo como un molinero, logra refugiarse en algún portal o escapar por una callejuela. Cuando la corrida de caballos va a hacerse, dan la señal, con unos morteros que disparan, para que los coches se detengan, y éstos y la gente forman en toda la largura de la calle un estrecho callejón, que tendrá apenas cuatro varas y media de ancho. En la Plaza del Popolo, que es uno de los extremos del Corso, están los caballos, hasta el número de dieciséis o veinte, cada uno de ellos tiene tres o cuatro hombres que le sujeten los adornan con plumas y cintas y trizas de oropel, y por las ancas e ijares les cuelgan unas bolas llenas de pinchos, que con el movimiento de la carrera les molestan y sirven de espuelas. Delante de la fila que forman, ponen una maroma tirante; en un tablado inmediato hay un juez, el cual hace la señal, cae la maroma, y parten todos aquellos animales con un ímpetu terrible, que es lo más digno de verse en esta función; corren precipitados por aquel angosto espacio que se les presenta, y se ve en muchos de ellos el empeño de adelantarse, y las astucias que ponen en práctica para lograrlo, y evitar que los que vienen detrás los ganen; algunos caen, y los demás pasan por encima. Otros se han hecho pedazos alguna vez tropezando con los ejes de los coches, al fin de la carrera hay un gran lienzo extendido, que cubre toda la boca calle, el primer caballo que llega allí es el vencedor, y el juez que asiste en aquel paraje le adjudica el premio. Concluida la carrera, disparan tiros para que los coches puedan volver a andar ya, entonces no hay orden; todo es tropelía, los coches van por donde quieren; la gritería y el rumor de la música arriba mencionada se aumenta; renuévase la metralla, el alboroto y la confusión, suena el toque del Ave María, y todo desaparece.

Por la noche hay baile público, en máscara, en el Teatro de Alibert, cuya sala forma un cuadrilongo como el de Capranica, pero mucho mayor; el concurso se distribuye por esta sala, la escena y piezas contiguas, corredores y palcos, que todos están abiertos; pero aun con ser grande este espacio, no es suficiente para la mucha gente que acude en las últimas noches; en la del lunes de carnaval se despacharon cinco mil billetes, que, a tres pablos cada uno, hacen una entrada de treinta mil reales; la iluminación consiste en multitud de cirios, distribuidos con abundancia y sin gusto; entre las máscaras se ven algunas de carácter, muy bien ideadas; vi a Neptuno y Tetis, una vestal, un Hércules, un poeta griego, las cuatro estaciones, emperadores y augustas; uniéndose a la propiedad de los trajes la perfección de las caretas, hechas de cera sobre excelentes formas, sacadas de las estatuas antiguas; el color, la barba, el pelo, todo ejecutado con inteligencia, faltándolas sólo el movimiento, que no las puede dar el arte; esto y los trajes, joyas y adornos de algunas señoras que se presentan de gala y sin máscara, es lo más notable que allí se ve. Lo que no se ve es más digno de consideración debajo de aquellas figuras extravagantes se ocultan las columnas de la Iglesia Católica, los graves monseñores, los prelados, el Eminentísimo Colegio Apostólico; cuanto hay de más sagrado y reverendo en esta capital del Orbe Cristiano; otro tanto se desfigura y se esconde en aquella profana confusión. Si a un silbido desapareciesen todos los disfraces, se verían los hombres convertidos en mujeres, los Pulchinelas en candatarios y auditores, los Pantalones en prelados domésticos, los ermitaños en putas, y en cardenales, priores y obispos, los molineros y Arlequines. Estas circunstancias hacen singular aquella concurrencia. Por lo demás, no es comparable al Renelagh ni al Panteón de Londres, donde el buen gusto de la iluminación, los fuegos artificiales, las cenas, y sobre todo el desahogo y proporciones cómodas del sitio, llevan gran ventaja a los festines de Roma, en que todo es apretura y estrechez sin que se pueda bailar holgadamente, ni pasearse, ni variar de objetos, ni gozar los que precisamente ofrece un concurso tan numeroso.

Habiendo hablado de los espectáculos de Roma, no es posible pasar en silencio el de la bendición del Papa, que se repite tres o cuatro veces al año. La inmensa Plaza de San Pedro, única en el mundo, se llena de pueblo, la tropa de infantería y caballería forma un cuadro a la entrada del gran Templo Vaticano, se aparece en una ventana, sobre la puerta principal de la Iglesia, el Papa, cubierto de preciosas vestiduras, con mitra episcopal en la cabeza, levantado en unas andas, rodeado de prelados de las religiones, obispos, arzobispos, cardenales, cortesanos, criados y guardias. Su presencia suspende el rumor popular. Todo es silencio reverente; se levanta en pie, y alzando el rostro y los brazos al cielo, bendice desde aquel trono de majestad a todo el orbe católico, redimido con la sangre de Jesucristo, de quien es Vicario y Pontífice en la tierra; al echar la bendición se postra humilde aquella inmensa multitud, y al acabarla suenan instrumentos militares, campanas, voces de alegría, y retumban a lo lejos los cañones de la Mole Adriana. En Asia podrá haber algo que se parezca a esto; pero en lo restante del mundo no hay soberano que se presente a su pueblo con tal grandeza, ni que reuniendo el imperio y el sacerdocio, aparezca a sus ojos como padre, como príncipe, como intérprete de las voluntades de Dios, y dispensador en la tierra de su perdón y sus beneficios. Así es que, por más que reflexione la filosofía, no es posible asistir a esta función sin sentir una conmoción irresistible de maravilla y entusiasmo.

Libros españoles que, entre otros de la misma lengua, se hallan en la Biblioteca de la Sapienza en Roma:

Acuña (Hernando de): El Cavallero determinado.

Agreda (Diego): Los más felices amantes.

it.: Novelas morales.

Aldana (Cosme de): Sonetti.

it.: Contra il volgo.

Barahona (Luis): La Angélica.

Boscán: El Cortesano.

Cancionero general.

Cancionero de romances.

Carvacho (Francisco): Entretenimiento de damas y galanes.

Castillejo (Cristóbal): Las Obras.

Cervera de la Torre: Cosas notables en muerte de Felipe 2.º

Céspedes (Gonzalo de): Historias peregrinas.

it.: Historia trágica.

Contreras (Gerónimo de): Dechado de varios sugetos.

it.: Selva de aventuras.

Cueva (Juan): Coro febeo de romances historiales.

Duardos Cavallero, Comedia.

San Ermenegildo, mártir, tragedia.

Eslava (Antonio): Noches de invierno.

Flegetonte: La Compañía de rompe columnas.

Cryselia.

Fuentes (Alonso): De los 40 cantos de historias.

Gálvez (Luis): El pastor de Filida.

Gómez (Gonzalo): Celidón de Iberia.

Gudiel (Gerónimo): Compendio de Historias de España.

Huerta (Gerónimo): Libro 18 de C. Plinio, de los pescados de mar.

Hurtado (Pedro): Doleria, comedia.

Laso (Gabriel): Romancero y tragedias.

Ledesma (Alonso): Juegos de la Nochebuena.

Luciani: Historia en lengua castellana.

Martínez (Eugenio): Genealogía de la toledana.

Medrano (Julián): La selva curiosa.

Moncayo (Pedro): Flor de varios romances.

Ochoa (Juan): De la Carolea y vida de Carlos V.

Padilla (Pedro): Tesoro de varias poesías.

it.: Jardín espiritual.

it.: Romancero

Rufo (Juan): La Austriada.

Sánchez (Miguel): Arte poética.

Suárez (Cristóbal): España defendida.

it.: Hechos de Don García Hurtado de Mendoza.

it.: Historia de las cosas del Oriente.

it.: La constante Amarilis.

it.: El pasagero.

Timoneda (Juan de): Las patrañas.

Vázquez (Juan): Romancero general.

Vidal (Francisco): Tratado de las comedias.

Zapata (Luis): Carlos famoso.






ArribaApéndice al Cuaderno n.º 71

Algeciras es un gran lugarote, con dos plazas y dos o tres calles buenas. Lo demás todo es casillas pobres, cuestas, todo, muladares y gorrinos; y majos con sus capotes y sus monteritas de terciopelo muy chiquitas y muy adornadas de borlas y alamares y madroños de seda. En las iglesias no vi nada de particular. En la plaza Alta, que es la mejor de las dos, hay un buen café con dos mesas de billar y allí es la reunión de la gente decente. Cuando yo estuve había teatro. Nunca he visto tal multitud de palitroques; parecía una jaula medio desecha, pero los cómicos eran peores aún. Allí vi las Armas de la hermosura y El Negro más prodigioso y El Tejedor Palomeque y no sé qué más. El espectáculo concluía siempre con el bolero o el fandango. Hacia la parte del mar se ven todavía algunos pedazos de los antiguos muros de Algeciras; la defensa que hoy tiene consiste en dos baterías, la una situada en la misma costa y la otra en la isla de las Palomas. Los fuegos se cruzan y protegen bastante el fondeadero, pero si importase algo apoderarse de la población no sería difícil empresa. Estuve alojado en la única posada del pueblo. La patrona era la mujer más desabrida que he visto y aún por eso la llaman Mariquita sin gusto. El cuarto no tenía vidrieras, por cada rendija de las ventanas cabía un brazo; sobre mi cama chorreaban dos o tres goteras. La comida que me daban consistía en un plato de sopas, otro plato de berzas mal cocidas, sepultado en ellas un pedazo de tocino, y nada de carne porque, según me dijo la señora Mariquita, no había en el lugar ni vaca ni carnero, un pescuezo o un alón de pavo que podía volar según las plumas que tenía y un platillo con dos docenas de pasas y otro con seis o siete aceitunas. Este cuarto, esta comida y una jícara de chocolate purgante que tomaba por desayuno me costaba 25 reales cada día.

Salí de allí el 20 de diciembre a caballo en un rocín en compañía de Don Luis Pierrevert, Capitán de fragata, y de su gracioso chiquillo el petit Amedèe, dirigiéndonos a Cádiz. A cosa de una legua de Algeciras se empieza a subir una sierra áspera, pedregosa y llena de precipicios que llaman la Trocha; se halla después una espaciosa vega inculta y desierta; se llega al término de Veger atravesando un monte de alcornoques, encinas y olivos silvestres y allí, ya que no vimos hombres, hallamos muchos ganados de todas especies que alegraban un poco aquella melancólica soledad. Veger está sobre un alto cerro y al pie de él pasa el río Barbate, con un buen puente de piedra antiguo. Allí vimos campos cultivados, huertas, plantíos, molinos y casas de labradores, pero esto dura muy poco; a una media legua de Veger todo está inculto, montes de leña y pasto, retamas y malezas. Atravesamos el Salado, más célebre por la sangre mora que le mancha que por el caudal de sus aguas.

Antes de llegar a Chiclana se pasa por un pinar. Desde Algeciras a esta ciudad hay trece leguas y en todo este espacio no se halla otra población que la de Veger. El terreno anuncia en las plantas robustas que produce, su natural fecundidad, el camino está como Adán lo dejó, incapaz de carruajes e intransitable en tiempo de invierno por el lodo tenaz y profundo en que las caballerías se sepultan y los torrentes y arroyadas que impiden el paso Chiclana es el lugar de delicias de la gente rica de Cádiz y aquí vienen a divertirse en la buena estación las damas gaditanas acompañadas de sus amantes y seguidas de todo el lujo y aparato de la ciudad. Lo que se gasta y destroza con este motivo es incalculable. Aquí son los rompimientos, los celos, la tibieza, los nuevos amores, los enredos y aventuras graciosas que alimentan en lo restante del año la curiosidad pública. Chiclana es el teatro de tales fábulas. Los maridos se quedan en Cádiz entre sus cálculos y especulaciones mercantiles, envían dinero a Chiclana cuando es menester y así conservan el inviolable amor de sus fieles esposas.

Luego que se sale de este pueblo se atraviesa un hermoso pinar por espacio de más de una legua y después por el magnífico camino que va de Cádiz al Puerto de Santa María se llega a la isla de León, pasando primero el puente de Sauazo, que por su forma, su robustez y la antigüedad que anuncia no dudaré que sea construcción romana. Los terrenos que se descubren a uno y otro lado del camino son áridos, sin árboles, llenos por todas partes de aguas encharcadas y creo firmemente que con algún trabajo y la constancia necesaria en tales obras, podría reducirse a mejor estado aquella llanura desierta y pantanosa. La isla de León se reduce a una hermosísima calle muy ancha, bien empedrada, que podrá tener casi un cuarto de legua de longitud, con otras pequeñas calles que desembocan en ella, buenas casas, muchas tiendas, mucha gente; todo anuncia al pasajero la cercanía de la opulenta Cádiz. Para ir a ella se prosigue por el buen camino de que ya se ha hecho mención hasta que se entra en el largo arrecife, construido sobre la estrecha lengua de tierra que une a Cádiz con el continente. En el año de 1755 se cruzaron las ondas del mar por encima de él, alteradas con el terremoto. Mucha gente que había abandonado la ciudad por el temor de morir entre las ruinas de sus edificios pereció ahogada en este paraje, contándose en el número de los muertos un nieto de Juan Racine, último heredero de aquel nombre inmortal.

Cádiz es hermosa ciudad, casas grandes de piedra, calles rectas aunque no muy anchas, bien empedradas y limpias, alumbradas de noche; la mejor y más concurrida es la calle Ancha, que va a rematar en la plaza de San Antonio, cuadrada, espaciosa, llena de concurso. La calle Nueva es muy frecuentada también, llena de tiendas de mercaderes en toda su extensión. La plaza de San Juan de Dios parece destinada al bajo pueblo, que bulle a todas horas alrededor de los puestos de comestibles de que está llena. La muralla, que rodea la ciudad, sirve de paseo al público según las estaciones y desde ella se goza la vista del mar, la de su gran bahía llena de naves y las costas del norte, donde se descubren la Carraca, Puerto Real, Puerto de Santa María y Rota. La Alameda es un plantío de árboles de corta extensión en la citada muralla, junto al Carmen, más famoso por el concurso brillante que le frecuenta en el verano, que por su amenidad; los árboles medran poco en aquel paraje. La muralla construida.

10 çum Biera Calles; çum il, chez Martínez manger; café; çum il y Martínez cenar; comedia; chez Martínez.

11 Sortir in posta çum Viera a 8; a 12 in Xerez posada, manger pluvia, Ca lles; chez Alcalde Mayor dormir. Buen camino hasta Jerez, la Isla, Puerto Real y Puerto de Santa María; buenos pueblos que no se hallan tales en las cercanías de ninguna otra ciudad de España. Jerez, pueblo con tres o cuatro calles espaciosas y alegres y en algunas pocas casas modernas se ve ya algún principio de elegancia y buen gusto, pero en la Iglesia Mayor, obra de piedra, costosa y magnífica, no hay regularidad ni juicio. Es una mezcla confusa de gótico y griego con muchas garambainas y ringorrangos extravagantes. Lo mismo puede decirse de la Capilla del Sagrario en la Parroquia de San Miguel.

Hasta Jerez fuimos en posta pero al llegar aquí ya no hallamos carruaje en que pasar adelante. El Rey les obliga a tener uno y de aquí resulta que al que por desgracia le toca ir detrás de otro tiene que quedarse a pie. Tampoco tienen obligación de tener más de ocho caballos; pasan los correos, se los llevan y el pasajero tiene que esperarse un día o dos hasta que todo se arregle. Ya empiezo a conocer que estoy en España.

12 Sortir in posta; a la siguiente no hay silla. Pónense los caballos a un carro y corremos con él. A la siguiente hay silla, pero, por ser muy pesada y estar malo el camino, nos sirve el maestro de postas con otro carro de dos ruedas, como el anterior sin toldo, con suelo y balaustres de esteras viejas. No hay para qué ponderar el molimiento de huesos que nos resultó de tales carruajes. En fin, a las postas siguientes ya hubo sillas, hasta que llegamos a Alcalá de Guadaira, famosa por su sabroso y blanquísimo pan. El camino muy descuidado; en algunos parajes con baches y atolladeros intransitables de las sillas y carros; ya está dicho cuanto hay que decir. Los caballos buenos; los postillones jaquetones, balandrones, vivos y muy diligentes y diestros en su ministerio; los puentes en buen estado y cuantos son necesarios. En el camino hallamos algunos grandes olivares, particularmente en el término de Utrera; desde Jerez a esta ciudad ninguna población, campos desiertos, tierra feracísima e inculta.

13 Salimos a las siete, llegamos a las 9 a Sevilla; posada; chez Ceán çum il calles, il ici; çum il y Viera chez Rebollo; çum ils Iglesia, Archivo, Calles; chez Ceán.

14 çum Ceán Iglesia grande gótica, cuadros de Murillo, San Antonio grande en una capilla; el nacimiento de la Virgen, San Isidoro y San Leandro en la sacristía grande; el Sacrificio de Isaac, de Céspedes; en la Iglesia, un buen cuadro de Luis de Vargas, escuela florentina; en otras capillas, cuadros de Zurbarán. La sala de Capítulo, bellísima elipse espaciosa, colgadura sobre ella, cuerpo jónico y cúpula con ¡interna, pinturas de Murillo y Céspedes, ornatos que pudieran simplificarse.

La Giralda se sube sin escalón, comodísimamente. El reloj obra de Fr. Josef Cordero, lego franciscano, es obra muy bien hecha por la simplicidad de la máquina y la excelente ejecución en hierro y bronce. En el Hospital de la Caridad se admiran excelentes cuadros de Murillo; representó las obras de misericordia en asuntos históricos. Todo es digno de su pincel, pero me pareció superior el gran cuadro de Moisés sacando el agua del peñasco, otro menor de la vuelta del hijo pródigo y otro de Santa Isabel curando a un tiñoso, cosa por cierto de admirable perfección. Hay buenos cuadros del mismo en los Capuchinos y en San Agustín..., que sería largo referir y no hay una estampa de esto. Los extranjeros ignoran que existe y el que no viene a Sevilla no tiene idea de que hay en ella obras tan dignas. çum Ceán Iglesias; paseo; chez Núñez; post chez Ceán.

15 ici Ceán; çum il chez Asistente chez Ceán; çum Viera manger; çum ils, paseo ad Triana; Comedia.

16 çum Ceán. Iglesias chez Regente. En la Catedral, librería Colombina que fundó Don Hernando Colón, hijo del Almirante, hay códices curiosos y manuscritos; entre éstos, uno de poesías, que debería examinarse porque hay en él algo de nuestros mejores poetas que aún no se ha impreso, y otro también de entremeses antiguos; algunos en prosa, que sería interesante para la historia de nuestro teatro. çum Ceán paseo; chez il.

17 çum Ceán Iglesias, en la de Santiago, el sepulcro de Arias Montano con su fi ura de mármol encima. çum Ceán chez Bruna, vidi Gavinete; chez Ceán.

18 çum Ceán, chez Araujo, Lectoral de la Santa Iglesia, hombre franco, agasajador, atronado y medio loco, que ha recogido una porción de libros considerables sin discernimiento ni elección, entre los cuales los hay excelentes y raros, tiene muchos y buenos manuscritos, pero entre la confusión que reina en su librería ni él ni nadie sabe lo que hay allí çum Ceán, chez Bruna. Dudo que haya en España otro particular que posea una librería y un gabinete de curiosidades más numeroso. Ediciones raras, entre ellas una de los Oficios de Cicerón, 1466 en Maguncia, imitando la letra manuscrita, en pergamino y dice al fin que aquel libro no se escribió con pluma sino por medio de otra arte mucho más bella per pulcra, de donde se infiere que todavía la impresión era un secreto que sabían pocos. Cuatro comedias de Lope de Rueda y varios coloquios; manuscritos raros; ocho mil monedas entre ellas muchas góticas de oro; muy raras curiosidades naturales de España y América; una moneda del Príncipe Don Carlos hijo de Felipe Segundo; una sala toda llena de muebles y pinturas chinescas.

Los viajeros se equivocan en decir que Colón está enterrado en la Iglesia Mayor, pues el que allí está es su hijo Don Hernando. Hay un largo epitafio en la lápida y, por empresa, un mundo que rodea el sabio mote: «A Castilla y a León...» La vara de Juan Pascual no la vi ni nadie me dio noticia de ella; tampoco vi el pedazo de la nao Victoria en que dio la vuelta al mundo Sebastián del Cano ni mucho menos el sepulcro del Comendador Ulloa en San Francisco.

Hay una calle llamada del Hombre de Piedra por un fragmento de estatua que allí se ve empotrado en la pared y el vulgo, que entiende poco de crítica, dice que aquél es el famoso Convidado de piedra; la estatua es seguramente obra del tiempo de los romanos y pudiera haber sido una Venus desnuda hasta de medio cuerpo, como algunas que se ven en las galerías de Italia.

Vi la famosa calle del Candilejo y, cerca de ella, la del Rey Don Pedro, donde está un busto que quiere representar a aquel Rey, pero es obra muy posterior a su tiempo. En un salón del Alcázar está la colección de antiguos del Señor Bruna, de la cual hace mención Ponz en su Viage y tiene razón en comparar las estatuas desnudas halladas en Itálica con la mejor del Vaticano; la que está partida por medio del rostro me pareció que podría ser un Trajano, la boca y la barba son muy parecidas a las cabezas de aquel emperador. ¡Qué lástima que no se sigan las excavaciones! En aquel paraje donde se hallaron obras tan preciosas ¿Qué no podría encontrarse?

Los jardines son muy graciosos, con muchas fuentes, cuadros de bien labrados de murtas, muchos naranjos y cubiertos de flores en el verano. Están abiertos al público y son el recreo más delicioso en aquel tiempo.

Sevilla me pareció algo más grande que Madrid; llana, de calles angostas, torcidas, mal empedradas, puercas, mal caserío; alumbrado público. El edificio de mayor consideración es la Lonja, obra de Juan de Herrera; el patio es muy bello. El grande Archivo de Indias, con hermosos estantes, contiene muchos carros de cosas inútiles que yo quemaría de bonísima gana. La Academia de las Artes es cosa infeliz. Tiene 20 mil reales de dotación; los maestros son de cortísima habilidad; no hay buenos originales que copiar; todo es pobre, mezquino y ruin. Si no se reforma aquello, pocos frutos pueden esperarse.

En Sevilla hay un buen paseo a la orilla del río con arboledas muy largas; el puente de Triana sobre barcas es el paraje más frecuentado por las tardes de la gente de a pie; hay otros paseos de grandes arboledas que están muy al extremo de la ciudad y, por consiguiente, se frecuentan poco, tal es el que está junto a la Inquisición.

22 calles; chez Asistente; çum Ceán chez D. Rodrijo Sierra manger çum Ceán, chez Espinosa, paseo, chez Ceán y Núñez.

23 archivo de Indias; chez Núñez y Ceán. il ici; çum ils, paseo ad Triana, Calles, iluminazión in platea et música; chez Ceán; chez Núñez.

24 çum cousin de Núñez sortir a 5 in calesín; in Carmona mangez. a Luisiana dormir. Se pasa por Mayrena y el Viso en cuyas cercanías hay algún cultivo; lo restante, inculto y desierto. Carmona es pequeña ciudad, pero agradable, con casas blancas, o pintadas, calles anchas, una torre que quiere imitar en pequeño a la gran Giralda; Cerca de Carmona, viviendo de Sevilla, hay muchos olivares y tierras de siembra.

Saliendo para Córdoba se baja una gran cuesta y se atraviesa una dilatada llanura cubierta de palmitos y abrojos; cerca de la Moncloa, dilatados olivares. Llegamos a la Luisiana, una de las nuevas poblaciones; la posada, llena de burros y machos y cencerros, voces, humo, arrieros y un fraile dieguino y un marqués de Écija, vestido de calesero, que me convidó a aguardiente y él y el ventero se trataban de tú con singular cariño.

25 Salimos a las 4 ½ para Écija, pasando un gran trecho por tierras incultas. Écija está situada en una hermosa vega que baña el Genil, entre olivares y huertas. La ciudad, bastante buena a lo que parece; una gran plaza, casas de ladrillo muy curiosas, un buen paseo a orillas del río. Vi al pasar algunos grandes trozos de columnas que denotan lo que fue Astigi en tiempos más felices. Saliendo de Écija se ven a la izquierda olivares dilatadísimos, con muchas casas entre ellos que hacen agradable vista, y más adelante otras, a un lado y otro del camino, en medio de las cuales está La Carlota, población pequeña, pero bien conservada y alegre. Vi, no obstante, entre las casas sueltas que hay por allí, algunas arruinadas y a otras muy próximas a arruinarse; las tierras que las rodean, muy deterioradas; las gentes que las habitan, harto infelices. No es del caso poner aquí la conversación que tuve con una vieja porque nadie me ha de leer, pero, si los que mandan el mundo hablasen de cuando en cuando con viejas semejantes, a costa de algunos ahorcados prosperarían aquellas poblaciones y se enjugarían las lágrimas de muchos infelices. El camino de La Carlota hasta Córdoba es bastante montuoso y, llegando a una altura que llaman Los Visos, muy parecida a la Bochetta de Génova, se descubre una vega hermosísima por donde corre el famoso Guadalquivir, menos soberbio que en la gran Sevilla; enfrente, las faldas de Sierra Morena cubiertas de frondosidad, con muchas casas repartidas por ellas y, al pie, la antigua Córdoba. Entramos al anochecer. Ego hospedado chez Don Rafael Cabezas, ici Don Pedro Barcia.

26 çum Barcia vidi Episcopus; jardines de Alcázar; Calles. El Alcázar de los Abdallas y Abderramenes le ocupa ahora el Santo Oficio. Vi la huerta poblada de árboles, llena de naranjos y verdura, abundante en aguas. Allí se ve todavía una puerta que, a lo que parece, sería del Serrallo que separaba el jardín Real de las habitaciones y jardines de las sultanas. Yo no sé decir lo que hay allí de extraordinario ni qué efecto debe producir una huerta mal cuidada en el ánimo de quien lave, sólo diré de quien, al entrar en ésta y recorriendo la historia de otros siglos no sienta una deliciosa melancolía que suspenda y le enajene, carece de imaginación sin duda. La amenidad del sitio, los objetos que en él se presentan, los árboles robustos, la verdura de aquel terreno fertilísimo, el ruido de las aguas, las ruinas confusas de aquel edificio, los muros destruidos, la soledad, la memoria de lo que fue, quien no sienta e imagine ¿para qué ha de ir allí si allí no hay más que una huerta?

Vi las caballerizas del Rey, donde hay hermosos caballos es una de las cosas curiosas de esta ciudad. Pero creo que cuando el fiero Almanzor talaba los campos de Castilla, rompía los muros de León y entraba victorioso pisando el cadáver de su alcaide, abrasaba el templo de Compostela y huyan a su vista las tristes reliquias de nuestra nación, estarían en mejor estado las caballerizas de Córdoba. La ciudad es vieja, fea, con algunas cuestas, calles torcidas y estrechas, exceptuando una u otra, y mal caserío en general. Quedan todavía algunas portadas antiguas de regular arquitectura como lo es la de la Iglesia de San Agustín, la de San Pedro y alguna otra de las casas particulares, aunque en muy corto número. De lo moderno merece verse la iglesia de Santa Victoria con una buena portada corintia formando lo interior un círculo con decoración igualmente corintia y cuatro grandes cuadros de algún mérito, obra de Don Francisco Agustín que reside en esta ciudad.

Si Roma fue célebre por sus triunfos, Córdoba no lo es ciertamente por los suyos. Así se llaman a ciertos armatostes de mármoles llenos de hojarascas y garambainas que a cada paso se hallan por las plazas y sitios públicos dedicados a San Rafael, cuya imagen dorada corona la punta de estos extravagantes monumentos. Hay uno entre ellos, bastante bueno, que consiste sólo en cuatro columnitas de mármol blanco sobre un pedestal y sobre ellas, la imagen del Arcángel, protector especial de la ciudad según ciertas revelaciones y apariciones de que no estoy informado bien. Otro, en que se gastó más dinero que en los demás, el más grande y el peor de todos ellos, con un peñasco de mármol y sobre él, un castillo y, sobre él, una columna y, sobre ella, el San Rafael, es una mala imitación de la famosa fuente del Bernini en Plaza Navona. Cuando se les dice a los cordobeses que aquello es malo, no tienen otra respuesta que dar sino que lo hizo un francés; lo peor es que ellos lo pagaron, çum Barcia y su cousín, Calles, paseo extramuros.

27 çum Barcia, Francisco Agustín..., vidi Catedral y Santa Victoria; post chez cousín; çum ils. Calles a Madona de Fuensanta; chez Episcopus.

28 çum Barcia y Cousin; vidi Catedral; chez Don Francisco Agustín; chez Episcopus manger çum Barcia, Iglesias.

Lo más singular que hay en Córdoba es su célebre catedral, antigua mezquita de los moros. Toda ella forma un gran cuadrilongo con una selva de columnas que pasan de setecientas, puestas en largas filas, formando naves rectas, trasversales y diagonales. La variedad de mármoles de estas columnas, la varia forma de sus capiteles, los arcos unos sobre otros que descansan en ellas, los ornatos árabes que aún existen en dos o tres capillas, las inscripciones de que están llenas y, sobre todo, el considerar cómo estaría en otros tiempos, concurrida y venerada de tantas naciones que venían a venerar aquel lugar santo, ejercitan la fantasía y arrebatan al observador que lo ve, a otros siglos que ya pasaron, le acuerda costumbres y ritos que acabaron ya y le presenta objetos que ya no existen. El altar mayor de mármoles es cosa buena y el tabernáculo, compuesto también de piedras escogidas, es de lo mejor que puede verse. El crucero es gótico, enriquecidas sus bóvedas con bajorrelieves muy recargados y de mala ejecución; el trascoro y la fachada que tiene enfrente son de buena arquitectura. Hay repartidos por la Iglesia buenos cuadros de Céspedes, Juan de Sevilla, Castillo, Palomino..., pero en éstos y en los que he visto por la ciudad, de autores cordobeses todos ellos, reina un gusto de colorido negruzco y melancólico que desagrada y echa a perder lo bueno que en ellos hay. Entre las alhajas se conserva la custodia de Enrique de Arfe, obra de mérito en su línea, con toda la ligereza y ornatos y figurillas del estilo gótico. Cualquiera que vea esta iglesia sentirá el verla desfigurada con el crucero, las capillas y las frecuentes interrupciones y atajos que se han hecho para diferentes usos. Si se conservase como los moros la hicieron, sería un monumento, el más precioso de la nación y, aún así, como está, es, sin disputa, el único que hay en Europa por este género. Siempre he oído citar a San Sebastián por ejemplo de desnudez, pero ¿quién creerá que en esta Iglesia, en la capilla que llaman de Villaviciosa, existe un San Sebastián muy jovencito, afeitadillo, con su peluca, su vestido de militar, su sombrero de tres picos debajo del brazo, sus flechas en la mano para denotar el martirio que padeció, su espadincico de plata, sus medias de seda, sus hebillas y sus zapaticos de castor? Yo pregunté por qué habían puesto de aquella manera al Santo bendito y me dijeron que era mayordomo de la Virgen y estaba vestido de aquella manera para acompañarla con la decencia correspondiente en las festividades, a lo cual no hallé nada que responder.

Hay en Córdoba una buena plaza que forma un cuadrilongo, espaciosa, con pórticos alrededor. Los edificios, exceptuando una pequeña parte, todos uniformes. Hay un buen paseo donde se junta los domingos razonable número de gente de a pie y bastantes coches; los días de trabajo sólo [...]99.

La policía de Córdoba no merece grandes alabanzas; no hay alumbrado público; el empedrado es detestable y el Corregidor actual no quiere que las calles se barran porque, según me dijeron, dice que el barrido descarna las piedras; por consecuencia, la plaza, las calles y sitios públicos parecen letrinas y muladares. La falta de artes contribuye también a que los sentidos padezcan; difícilmente se halla en los edificios públicos o particulares, sagrados o profanos, un altar, una puerta, una fachada que no sea un despropósito. De las iglesias podrían sacarse carros de leña dorada para calentarse un ejército y quedarían mejor si las dejaran desnudas de ornatos tan ridículos. ¡Cuántos mármoles hay allí perdidos!, ¡cuánto dinero gastado inútilmente!

No deja de haber algunos curiosos que adornen sus casas con mejor dirección. El conde de Torres Cabrera tiene en la suya una colección de cuadros donde, entre muchos malos, hay algunos de mérito sobresaliente y siempre es laudable su afición aunque no haya sido grande su inteligencia.

Esta ciudad muestra en su decadencia señales nada equívocas de lo que fue. A cada paso se hallan trozos de columnas de escogidos mármoles y algunas anuncian por su magnitud haber pertenecido a grandes edificios, aras, inscripciones, sepulcros, monedas, capaces de excitar la curiosidad de cualquier hombre estudioso que se interese en las glorias pasadas de la famosa Bética.

29 a San Hipólito; çum Barcia, cousin chez Conde de Torres Cabrera: vidi picturae. çum ils, paseo; chez Deán.

30 çum ils, chez Villaceballos, vidi anticuaglie y monetario; chez Conde Hornachuelos anticuaglia. çum ils coche, paseo; chez Fater and Broter de Barcia.

En casa de D. Rafael Villaceballos hay porción de inscripciones romanas y árabes, algunas cabezas, una grande estatua armada sin piernas, brazos ni cabeza y otras piezas curiosas halladas en excavaciones y cuya ilustración sería estimable para nuestra historia. El mismo caballero posee un numeroso monetario que le dejó su padre, pero, como no heredó su gusto ni su inteligencia, harto hará si lo conserva en su poder como está hasta que pase a manos más dignas. En casa del Conde de Hornachuelos se ven grandes trozos de columnas istriadas de mármol, un capitel y otras ruinas sacadas en su casa misma que no dejan duda de que allí hay un grande edificio subterráneo cuyo descubrimiento sería plausible, pero los gastos que hay que hacer para verificarlo le han retraído de esta idea y, no habiendo hallado auxilio alguno en la superioridad a quien avisó del primer hallazgo, no ha pasado adelante, con harto dolor de los aficionados a estas cosas.

31 Sortir a 5 çum Pepe, peintre, in posta. Se atraviesan espaciosos campos y laderas sembradas de granos, atravesando el Guadalquivir por el puente de Alcolea y dejando siempre a la izquierda Sierra Morena, pasado el Carpio, se ven los inmensos olivares de la rica Montoro, mi dulce esposa, y todo el terreno hasta Bailén alterna con olivos, algunas encinas, monte de carrasca y tierras de pan. Esto hace divertido el camino. En Andújar se atraviesa por última vez el padre Betis y, al acercarse a Bailén, comienzan las asperezas de los Montes Marianos. Llegamos a las 6.

1 de Febrero. Salimos a las 4 1/2. Gran frío subiendo las cumbres de Sierra Morena por el hermoso camino de Le Maur. Es increíble el placer que se siente al caminar tan cómodamente en medio de todo el horror de la naturaleza, peñascos desnudos, altísimos, que parece a cada momento que van a precipitarse, arroyadas profundas, malezas intrincadas; todo es terrible y grande y esto se goza desde un camino solidísimo, suave, espacioso, que facilita la comunicación de la mayor parte de España con la abundosa Bética, con el Océano y con la América vencida que envía por allí a su Príncipe sus ricos metales. En medio de estas montañas está La Carolina, hermosa población, alegre, limpia, bien conservada, y, alrededor, plantíos, mieses, frutos, pastos, y suena placentera la humana voz...

Acabada Sierra Morena se entra en las inmensas llanuras de la Mancha. Muchas mieses, ningún árbol o tan pocos que no se echa de ver si los hay; ya no más naranjos ni limones ni pitas robustas. Sierra Morena divide los países gratos a Baco y Minerva. Se ven a un lado y otro del camino los famosos viñedos de Valdepeñas que se atraviesa después. Calles anchas, casas de tierra como lo son en general las de los otros pueblos que se encuentran al paso. Llegué a las seis a Manzanares.

2 Sortir ad 5 ad 7. in Aranjovis. Siguen dilatadas llanuras. Más acá de Villarta se pasa el Guadiana, que sale a poca distancia de allí por la segunda vez. En Madridejos hay un gran plantío de árboles que aprovechan para hacer instrumentos de labranza. El ejemplo de Madridejos no ha podido influir en los demás pueblos; no se ve más que una campiña dilatada y desnuda, que tal vez interrumpen de tarde en tarde algunos olivos. El camino mejora desde Villarta acá y así prosigue hasta Aranjuez. Los postillones manchegos son tan buenos como los andaluces, menos baladrones y menos chairos. En punto de sillas no hubo los trabajos que en mi viaje de Cádiz a Sevilla; son malas, incómodas, derrengadas, pero, en fin, no tuve que detenerme ni ir en carro. Si se exceptúa la parte de camino desde Cádiz al Puerto, la de Sierra Morena y la inmediata a Aranjuez, lo restante es malo, lleno de rodeos inútiles, de hondonadas y barrizales impracticables, sin fosos a los lados, sin elevación, sin muros que formen caja para la piedra que se echa en él; cosa de baratillo que siempre necesitará composturas y nunca quedará bien. Los puentes son buenos. Las posadas en que paré, tolerables.

3 chez Malo iterum Palacio; çum Don Joaquín del Olmo, Café file ici.

4 Calle de Queen; Palacio, ubi vidi Príncipe Pacis; post chez ille bene receptum çum Don Joaquín, paseo, jardines; Secretaría de Estado, vidi Oficiales.

5 Palacio vidi Llaguno; Secretaría Stato, vidi San Germán.