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Enrique Falcón

Semblanza crítica

Enrique Falcón (Valencia, 1968) concibe la poesía como una de tantas conspiraciones de la vida que lo convierten en un signo del compromiso en medio del mundo. En sus propias palabras, «quien así escribe es también el que vive con otros, participa en su barrio, acompaña a jóvenes en procesos educativos, ama y se pelea en contextos cotidianos de vida, entra en prisión, forma parte de una comunidad, se declara insumiso a lo militar, toma café con sus hermanos de sangre, besa a su compañera de camino, publica artículos en la prensa antiinformativa, comparte el pan, el vino y la mesa, milita en asociaciones de base o da clases en una escuela de formación profesional». En la carta de presentación que figura en sus escritos, su tarea de poeta aparece como la argamasa constitutiva de alguien que, de manera sustantiva y no adventicia, es miembro de la Comunidad de Vida Cristiana «Ignacio Ellacuría», del colectivo «Teuladí» de apoyo en prisión y de la Asociación de Vecinos del Barrio del Cristo de su ciudad. Por lo demás, ha publicado ensayos de teoría literaria, participado en numerosos proyectos colectivos (Textos por la insumisión, 1992; La mirada urgente: textos contra el racismo, 1995; El lugar del reencuentro: Talleres literarios de las Madres de Plaza de Mayo, 1995) y formado parte hasta 1994 del equipo crítico Alicia Bajo Cero. Es, además, miembro del consejo de redacción de la revista Lunas Rojas, así como de la coordinadora de la «Unión de Escritores del País Valenciano». Sus poemas han sido recogidos en diversas antologías, y algunos de sus libros han obtenido premios literarios, lo que, en su opinión, obedece a las grietas del statu quo: una contradicción sólo aparente de un sistema cuya voracidad asimilatoria lo hace «capaz de premiar y venderte el ladrillo que le arrojas».

Tras darse a conocer con El día que me llamé Pushkin (1992), en 1994 inició una oceánica aventura creativa que, bajo el título de La marcha de 150.000.000, concreta su disidencia en una «poesía de la conciencia crítica» -en formulación de Manuel Rico- que no se resigna a padecer un mundo objetivamente insoportable. En su escritura, alentada por una plétora épica de irisaciones genesíacas y propuestas solidarias, soplan los vientos del Cántico cósmico de Ernesto Cardenal y, más atrás, del Canto general de Neruda, sin renunciar a la exposición de una intimidad que contradice la ecuación que mantuvo la poesía social de postguerra entre protesta y realismo documental. En la poesía de Falcón resuenan, por el empaque de su inspiración, ecos de los profetas antiguotestamentarios, y de sus versos y versículos no está ausente el propósito totalizador de las grandes epopeyas intelectuales como la del latino Lucrecio.

La indesmayada sucesión de letanías, dispuestas en el avance imparable de una peculiar marcha contra el Imperio de lo establecido, es zarandeada a menudo por quiebras de la continuidad discursiva, de la que son testimonio las notas al margen, a cuya condición explicativa se añade la función de sacudir al lector de la rutina en que pudiera sumirlo un ritmo que se amplifica en irradiaciones musicales, cadenas anafóricas y recitativos envolventes. El talante colectivista y comunitario, al que sirven de contrapunto las incursiones en un lirismo interior que proporciona al lector «una ocasión para temblar» (Méndez Rubio), encauza la escritura hacia territorios de la enunciación, de la escrutación de la realidad y de la denuncia, convocando a las masas de los desheredados para que sirvan como ejemplificación de la conciencia frente a las praderas amuralladas del norte.

La primera irrupción de este cántico contenía en su interior sólo el nudo (El saqueo) de un empeño que ha ido paulatinamente abriéndose hacia el espacio de los desheredados, y del que surgen brotes sucesivos publicados o en vías de publicación: Los otros pobladores, La caída de Dios, Canción de E. Por su propio vitalismo dinámico, La marcha de 150.000.000 es un edificio en construcción, cuya permanencia se funda, paradójicamente, en la provisionalidad de su reescritura constante. A este propósito se suman otros títulos como AUTT (2002), o el proyecto creativo de la trilogía formada por los libros Amonal, Codeína y Ántrax.

Ángel L. Prieto de Paula

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