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Luis García Montero

Semblanza crítica de Luis García Montero

Luis García Montero (Granada, 1958) es uno de los principales representantes de la poesía que surge con la consolidación de la democracia, una vez que el sesentayochismo había abandonado la imaginería culturalista de sus títulos inaugurales. En contraste con el repliegue metaliterario imperante en los autores del 68, la obra de García Montero manifiesta desde fechas tempranas un anhelo de comunicación con los lectores que se traduce en un aumento de la intensidad sentimental, la experiencia biográfica y la ironía desencantada.

El primer libro del autor, Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980), reelaboraba un espacio legendario que remitía por igual a los tópicos del cine negro norteamericano y a la iconografía vanguardista del Lorca de Poeta en Nueva York, en un cóctel de motivos librescos, mitologías juveniles y fabulaciones oníricas. Dotado de una mayor precisión lírica, Tristia (1982) se presentó como obra del apócrifo Álvaro Montero, un seudónimo bajo el que se emboscaban los rostros de Álvaro Salvador y Luis García Montero. Este volumen abría una senda de reflexión histórica, introspección emotiva y compromiso con lo inmediato que cristalizaría poco después en El jardín extranjero (1983), que obtuvo el premio Adonais de 1982 y se convirtió en referencia de la joven poesía española a comienzos de los años ochenta. El análisis de las raíces ideológicas de la intimidad se concretó en el proyecto colectivo de La otra sentimentalidad (1983), antología-manifiesto elaborada por Javier Egea, Álvaro Salvador y Luis García Montero que reflejaba el ambiente político y cultural que se vivía en la Granada del momento. El magisterio marxista de Juan Carlos Rodríguez sustentaba algunas de las líneas maestras de aquella aventura: la reivindicación de la ternura como una forma de rebeldía, la conciencia de que la poesía era un género de ficción y la crítica a la idea convencional del sujeto. Más tarde, mediante un proceso de sinécdoque, estos aspectos se desplazaron a la llamada poesía de la experiencia, que asumía un programa de normalización lírica basado en la existencia de un pacto autobiográfico entre el autor y los lectores, la relectura personalizada de la tradición y un concepto de utilidad que recogía los valores transitorios de una sociedad en constante proceso de mutación.

El siguiente libro de García Montero, Diario cómplice (1987), adopta la apariencia de un cancionero amoroso para desgranar la cotidianidad de un yo poético que construye su discurso en la línea que separa la sinceridad y el artificio, la vida y la literatura. El autor incorpora aquí una variedad de registros y una pluralidad rítmica que adquieren desarrollo en Las flores del frío (1991), publicado en un momento en el que convergen importantes cambios en el mapa político internacional, como la caída del telón de acero, la disgregación del comunismo y las tesis neoliberales sobre el fin de la historia. En este poemario, García Montero diluye las facciones de su personaje y enmarca las composiciones en un entorno brumoso, trasunto de las incertidumbres que acechan al protagonista de los versos. Las vacilaciones ideológicas posmodernas se prolongan en las estancias de Habitaciones separadas (1994), donde un sujeto-viajero transita entre la evocación amorosa, la memoria familiar y el apunte civil. A lo largo de su itinerario, el poeta defiende una racionalidad de ecos neoclásicos, en sintonía con el retorno a la Ilustración postulado por Habermas. También en 1994 se edita Además, un volumen misceláneo que recopila tres obras de juventud: Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn, Rimado de ciudad y En pie de paz.

La cartografía erótica de Diario cómplice reaparece en Completamente viernes (1998), donde la presencia del tema amoroso impregna todas las facetas del personaje poético, desde un paseo por la ciudad o una llamada telefónica hasta el propio acto de escritura. Completamente viernes extrema el ámbito de complicidad definido anteriormente y añade a la epopeya subjetiva del enamorado ciertas dosis de ironía y unas gotas de escepticismo finisecular. Por último, La intimidad de la serpiente (2003) disuelve las fronteras entre el sujeto lírico y el sujeto real. El deliberado mestizaje del libro se extiende a su mezcla de tonos, tiempos narrativos y argumentos. Estos materiales se sujetan a una cosmovisión unitaria donde se dan cita a pesquisa sobre la identidad, el enlace entre la historia pública y la historia privada, y la reflexión acerca del sentido de la poesía. El planteamiento que sostiene la obra de García Montero exige una meditación que no conciba el yo como un coto vedado, sino como un espacio de intersección entre el afán introspectivo y la apertura social. De hecho, tan sólo en el presente confluyen el deseo de utopía y los desengaños del relativismo, como se lee en los versos finales de «Canción 2001»: «Yo te espero a la luz de un pasado imperfecto. / Tú llegas por las sombras de un futuro perdido».

Luis Bagué Quílez

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