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ArribaAbajoTomo II

Portada del tomo segundo


ArribaAbajoRevolucion de 1836

Sucesos de que fue precedida, acompañada ó seguida


Hallandose las dos revoluciones, de que tratamos, separadas por un espacio de trece años, suponemos que el lector tiene noticia de los sucesos mas importantes, ocurridos en la monarquia española, durante este periodo. Por tanto, no hemos referido la promulgacion de la Pragmatica Sancion, que abolió la ley Salica, ni el juramento, que prestaron las cortes á la infanta Doña Isabel, como legitima heredera del trono del rey Fernando VII, su padre, ni el fallecimiento de este monarca, ni la aclamacion de la nueva reyna, ni tantos otros acontecimientos   —2→   intermedios, que son notorios á todos. Ciertos de que la generacion presente no puede ignorarlos, hemos creido que no habia necesidad de referirlos.

Desde que se publicó en francés la primera parte de esta obra, que fue en el mes de setiembre del año anterior, se han agolpado tantos sucesos, y de tal naturaleza, que bastan ellos solos, no ya para justificar el objeto de toda ella, sino para suministrar materiales á otra mas estensa, y mejor compaginada. Pero nuestra pretension no ha sido escribir la historia de los acontecimientos, sino examinarlos y, juzgarlos con imparcialidad, y blandura, para que puestos á la vista los errores de nuestros contemporaneos, puedan los venideros evitar la repeticion de iguales faltas y de semejantes desastres.

Son ya en el dia tan de bulto los que estan afligiendo á nuestro desventurado pais, que fuera casi un delito disimular su origen, atenuar sus efectos, y ocultar sus consecuencias. El espiritu revolucionario ha sucedido al deseo de las reformas; la odiosa intolerancia está apagando el soplo filosofico, que inflamaba los pechos generosos de muchos liberales de buena fé; la implacable anarquia sacude su hedionda cabellera sin tomarse siquiera el trabajo de buscar el menor pretesto á sus furores. Se crée ella misma ser un genero de gobierno, y obra como tal, segura   —3→   de toda especie de impunidades; asi es, que desechando todo pudor, publica su programa y desenvuelve sus deseos momentaneos, como si fuesen el producto de un sistema convenido y acordado por toda la nacion. Los asesinatos se suceden unos á otros con el metodo y solemnidad exterior, propios de los castigos impuestos por los tribunales. Cuando ella depone por cansancio sus violentas funciones, nadie se ocupa en vengar á la sociedad ultrajada, mas antes los gobiernos, que la suceden, hacen el panegirico de sus holocaustos, y respetan, y dan parte en la administracion á los que fueron sus principales instrumentos. La anarquia, en fin, conserva una diputacion permanente en el seno del gobierno español, que se crée muy honrado, cuando recibe sus inspiraciones, y se apresura á obedecerlas. Estas diputaciones permanentes son las juntas gubernativas, creadas por los movimientos anarquicos de las capitales de provincia, y convertidas despues por el decreto de 13 setiembre de 1836 en juntas de armamento y defensa, las cuales han sobrevivido y tomado plaza en la maquina gubernativa, aun despues de proclamada la constitucion del año 1812, que desconoce este resorte politico. ¿Pero que digo parte? ellas son el todo, pues que todo lo mandan, y de todo disponen, ó por si mismas, ó por los diputados, que de su seno han enviado y residen en las actuales cortes.

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A la anarquia politica hemos visto mui en breve suceder la militar, que rompiendo todos los vinculos de la subordinacion y disciplina, no tardó en producir sus inevitables efectos; es decir, las derrotas, la ignominia, los peligros mas imminentes en todas las provincias de España, los saquéos, los robos, los incendios y la conflagracion general. ¡Triste patria mia, dos veces ya en el espacio de un año te ha visto la Europa ser arrastrada por algunos perversos hasta el extremo de atropellar el gobierno y profanar el trono de una inocente reyna, que debia contar con tu respeto y proteccion! ¡Dos veces en un año has visto tus provincias paseadas en todos sentidos casi impunemente por un puñado de enemigos, cuya fuerza total no ha llegado nunca á la vigesima parte de los soldados, que tu mantienes! ¡Pluguiera á Dios, que estas desgracias fuesen las ultimas que te preparan los mismos demagógos, y los que, se disponen á seguir sus faciles huellas: pero recélo que tu suerte, ya demasiado lamentable, no te conduzca al termino fatal, de que seas borrada del catalogo de las naciones.

Las ultimas palabras, con que termina nuestra edicion francésa, fueron las que pronunciabamos en 25 de agosto ultimo, deseando en el fondo de nuestro corazon, que ya que el partido exaltado se habia apoderado del gobierno, fuese por los medios que fuese, proporcionase á la nacion alguno   —5→   de los beneficios, que tantas veces ha preconizado: que terminase la guerra civil; que fundase ó restableciese algun genero de administracion; que mantuviese el credito nacional; que asegurase la libertad; que pusiese un termino á las persecuciones, y á los sacrificios, que pesaban sobre la infeliz España. A cambio de estas, ó de cualquiera de estas cosas, ya les perdonariamos, y aun olvidariamos los crimenes cometidos bajo nombre del pueblo. ¿Pero han hecho algo de esto? Los hechos van á decirlo.

Mas, como repetimos, no es nuestro animo escribir la historia contemporanea, nos limitaremos á hacer una reseña de los principales acontecimientos de estos ultimos meses desde la revolucion de la Granja, para que se forme idea de lo que hay que esperar de todo gobierno, á cuya frente se hallen hombres de principios violentos ó exagerados. El orden de nuestro examen será el mismo, que acaba de indicarse: esto es el de pesar los resultados de su administracion en cada uno de los ramos que mas inmediatamente deben conducir al termino de la guerra civil, y á la consolidacion de una libertad bien ordenada. Mas para proceder á este examen no es posible dejar de dar una idea de la epoca que precedió inmediatamente é influyó en la formacion de este ministerio.



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ArribaAbajoDictadura de D. Juan Alvarez de Mendizabal

Quisieramos, bien lo sabe Dios, evitar los nombres propios para todo lo que no fuese distribuir elogios por acciones gloriosas á la patria, ó provechosas á lo menos á la causa de la libertad; pero es absolutamente imposible ordenar la narracion de algunos acontecimientos, sin designar las personas, que sirvieron de pretesto ó de bandera para los diferentes partidos, que dividen á los liberales españoles. El ministerio Mendizabal, y su celebre programa de setiembre de 1835 forma por si solo un episodio tan dificil de calificar, que si por una parte representa en el espacio de pocos meses toda una revolucion economica y social, ofrece por otra tantos aspectos violentos y estraordinarios, que no sabe el escritor como hacerlos verosimiles, ni la posteridad acertará á persuadirse, de que han sido verdaderos.

D. Juan Alvarez de Mendizabal es uno de aquellos personages, que de tiempo en tiempo aparecen en los estados y desaparecen de ellos, sin que la historia acierte á dar cuenta de los titulos por que tales séres han llegado á exercer un grande influjo sobre la epoca, en que vivieron. Sin nacimiento distinguido, sin una educacion cuidada, sin precedentes algunos de aquellos, que inspiran   —7→   confianza, este hombre, llamado por el conde de Toreno á desempeñar el ministerio de hacienda, despues de la injusta é innecesaria bancarrota, que el mismo acababa de hacer, pasó, de pronto á ejercer una dictadura legal, la mas estensa, que se ha conocido en los tiempos modernos.

Cuando Mendizabal llegó de Londres, depues de haber tocado en Paris y en Lisboa, el ministerio del conde de Toreno, de quien iba á hacer parte, habia caido en tal descredito de casi toda la nacion, que apenas era obedecido en Madrid y sus alrededores. Las mas de las capitales de provincia se habian declarado en estado de rebelion, formando juntas de gobierno, que se revestian á si propias del derecho de soberania, y le ejercian con toda la violencia y sordidez, propias de esta clase de oligarquias improvisadas. Sacaban contribuciones, contrataban emprestitos, levantaban tropas, disponian de los caudales publicos, juntaban exercitos, y se disponian á combatir, no contra los facciosos ó carlistas, sino contra el gobierno de S. M. la reina, á quien al mismo tiempo aclamaban augusta é inocente. Llegó la insolencia de tales juntas á constituirse en gobierno central, y venir á insultar á Madrid con tal descáro, que uno de los llamados gefes del exercito insurreccional se presentó publicamente en la Puerta del Sol en el mismo dia, en que la Gaceta del gobierno anatematizaba estas   —8→   sublevaciones, y llamaba traidores á los que las fomentaban y sostenian.

En este conflicto la aparicion de Mendizabal en Estremadura, y los conciertos que hizo con algunos de los principales alborotadores de aquella provincia, al paso que cambiaron las disposiciones de su animo, que hasta entonces habian aparecido conformes al sistema de la moderacion, produjeron un efecto maravilloso. El supo acallar las pretensiones de algunas juntas con la simple promesa de la impunidad por los crimenes cometidos, el silencio sobre las cantidades defraudadas, y la confirmacion de los empleos provistos. Estas tres promesas fueron exactamente cumplidas por Mendizabal, luego que fue elevado á la presidencia del consejo de ministros. ¡Pluguiera al cielo, que hubiese tambien cumplido las que, con tanta ligereza como inconsideracion, hizo pocos dias despues á los dos estamentos solicitando la dictadura, bajo el nombre de voto de confianza.

Despojado Toreno del ministerio en fuerza de la sublevacion, llamada de las provincias, conociò, aunque tarde, que en lugar de un ausiliar habia trahido un sucesor, y si bien la situacion de las cosas publicas y la suya particular no debian hacerle mui dolorosa la separacion de los negocios, recelaba los peligros, que á veces ocasiona la malignidad, cuando no respeta la probidad individual   —9→   de los que han ejercido el poder. Asi es, que desde entonces tomó la resolucion decidida de salir de España, pero tuvo la sensatez de no apresurar su huida, que pudiera haber sido peligrosa entonces por el desenfreno de las pasiones, y por la impunidad de todos los crimenes. Transigió prudentemente con las circunstancias, ocultandose del furor popular; dió á su sucesor las seguridades de no hacerle oposicion en las cortes immediatas, y sobre todo, de no poner en claro el secreto misterioso, con que este se proponia sorprender su inconcebible credulidad.

Desplegó, pues, Mendizabal su celebre programa de setiembre, en que ofreció concluir la guerra civil en el espacio de seis meses, sin ausilio estrangero; restablecer la administracion, y restaurar el credito nacional, sin imponer nuevas cargas al pueblo, ni contratar ningun emprestito, y asegurar el orden y la tranquilidad interior sin medidas excepcionales. Ofertas de esta especie no podian nacer sino de una persuasion mui intima, de un error mui grave, de una ignorancia clasica ó de una refinada malicia. Nosotros no créemos esto ultimo en el autor de tan atrevido programa, por la sencilla razon de que ningun interes podia moverle á desear el mal de su pais en ningun tiempo, y mucho menos cuando acababa de ponerse en sus manos la administracion   —10→   de el. Hubo error, hubo ignorancia, hubo un esceso de amor propio, tal vez disculpable en quien, sin saber como, habia visto ensalzado su nombre en un reino vecino por los auxilios, que habia proporcionado al ex-emperador D. Pedro en la lucha contra su hermano D. Miguel. Mendizabal ofreció lo que creia poder cumplir, contando en primer lugar con sus amigos de Londres, en cuyo numero incluyó el ministerio del lord Palmerston: en segundo, con sus antiguos camaradas los liberales del año 23; y en tercero, con la docilidad de los dos estamentos, que temblaban ya en presencia de las circunstancias apuradas de la nacion. Ningun cargo, pues, haremos personalmente á Mendizabal, ni por lo que entonces ofreció, ni por lo que despues dejó de cumplir. Allá se entenderán con el en su dia los que ajusten las cuentas inajustables de las dilapidaciones, hechas en su tiempo, por sus agentes y sus socios ó comisionados.

Pero no podemos usar de la misma indulgencia con los procuradores y proceres, que, sin conocer ó conociendo á Mendizabal, y sabiendo perfectamente bien el estado en que se encontraban los negocios publicos, otorgaron un voto de confianza, capaz de desconceptuar á la corporacion mas docil y de que jamás hayan hecho mencion los fastos parlamentarios. Personas, que acababan de oir, pocos meses antes, las Memorias   —11→   del ministerio anterior, en que, á vueltas de no pocas calumnias contra la administracion de los diez años, se veia un cuadro espantoso de miseria, grandemente aumentado con las equivocadas disposiciones del mismo autor de la Memoria90;   —12→   hombres que sabian el incremento, que habia tomado la guerra civil, por la desmoralizacion, en que habia caido el egercito, mas que por los esfuerzos de los carlistas; gentes, que acababan de presenciar el levantamiento de una porcion de capitales de provincia, y aun de la guarnicion de Madrid; que habian visto asesinar en el sitio mas publico á un capitan general, y que á las puertas mismas del estamento habia estado para perecer á manos de los asesinos el gefe del gabinete; hombres, que no contaban con ninguna garantia de orden legal, sino cuando mas con la obediencia gratuita de los pocos, á quienes suple la cobardia, por la falta de virtud: estos hombres, decimos, se apresuraron á créer sobre su palabra á un hombre, tan poco conocido como Mendizabal, creyendo descargarse por este facil medio de la responsabilidad, que les imponian los cargos honrosos de que se hallaban investidos. Créemos no faltar á la justicia, asegurando que pocos ó ninguno de los procuradores y proceres creyó salvar la causa publica con semejante voto, lo cual fue lo mismo, que entregar la suerte de su patria á las inspiraciones de   —13→   un acaso, ó tal vez fiar sus destinos al capricho y movible voluntad del partido anarquico, que desplegaba sus fuerzas.

Lejos, pues, de nosotros la idea de recriminar al señor Mendizabal, por lo que entonces hizo en virtud de su voto de confianza, sino que, al contrario, le damos las gracias por lo que dejó de hacer, cuando pudo hundir del todo los recursos del pais, ó entregarnos con las manos atadas en las de nuestros enemigos. No imitemos, ni siquiera en esto, la bajeza de los que le han hostilizado tan cruelmente, despues que salió de su primer ministerio.

Mas no solo reusamos hostilizarle, sino que le debemos elogios por ciertas cosas, que la historia no pasará en silencio. Tales son, por exemplo, la de haberse debido á su influjo, y al de los convenios secretos, que precedieron á su subida al poder, el haberse dimitido ostensiblemente de sus funciones casi todas las juntas, que se habian insurreccionado; la de haberse despertado una especie de entusiasmo mas ó menos sincero, pero que al fin produjo resultados indudables en una porcion de ofertas y donativos patrioticos, que ciertamente no se hubieran realizado en ninguno de los dos ministerios anteriores. A el se le debió la grandiosa idea de una quinta de cien mil hombres, cuyo numero hubiera horripilado ó parecido un absurdo á sus antecesores. No créemos que   —14→   el contase nunca con reunir la totalidad de semejante alistamiento, ni que tal vez lo deseara realizar; pero de cualquier modo consiguió, por medio de las excepciones, un considerable recurso á la exausta tesoreria, para salir de los primeros apuros. Verdad es, que ni la quinta, ni las excepciones, ni los donativos, ni ningun otro recurso interior, hubiera alcanzado ni alcanzó á mejorar el aspecto de la guerra civil, porque esta se alimentaba entonces, y se ha aumentado despues, con los errores legislativos, y con el destornillamiento interior de las pasiones; pero siempre es de admirar la destreza, con que Mendizabal, sin desmentir abiertamente la promesa, que habia hecho de no reclamar auxilios estrangeros, intentó, y consiguó hasta cierto punto, dar el caracter de fuerzas propias y nacionales á las legiones inglesa y francesa, que hizo contratar á cualquier precio. Acuerdese el lector de buena fé del aspecto imponente y lisongero, que presentaba entonces la causa de la Reyna, sostenida con fuerzas tan poderosas, en comparacion del que pocos meses antes ofrecia, aun á los mas confiados, la politica mezquina, ruin y balbuciente, de las dos administraciones anteriores. Pocos, poquisimos dudaron entonces del proximo triunfo, por mas que deplorasen algunos de los medios violentos, de que hacia uso Mendizabal para conseguir tan importante fin.

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Uno de estos medios, que calificamos de violentos, fue la resolucion de concluir de una vez con todos los conventos de religiosos, sin contar para nada con la representation nacional, ni con lo que exigia la justicia de los contratos; sin haber calculado la insuficiencia de los recursos, que debian prometerse de tan dura resolucion, y lo que aun acaso es peor que todo, sin animo de cumplir tampoco á los individuos exclaustrados lo que la naturaleza, la sociedad y la politica debian á su situacion. Pero esto, y mas que esto, encerraba dentro de si el voto de confianza, y Mendizabal no tenia en su mano hacer milagros para cubrir tantas necesidades. Creyó, equivocadamente sin duda, que con los bienes de una parte del clero, habria un fondo inagotable para subvenir á todos los gastos posibles. Asi lo habia leido en algunos periodicos ingleses y franceses; asi se lo habian asegurado muchos Españoles ignorantisimos en la materia, pero á quienes el tenia y tendrá hoy tal vez por hombres de pró; y aun acaso le duraba todavia en los oidos el retintin de iguales abultadas conjecturas pronunciadas en ambos estamentos; ¿que estraño es, pues, que Mendizabal, para quien era enteramente peregrina esta materia, como quien la mayor y mejor parte de su vida de instruccion practica la ha pasado en pais estrangero, tuviese por cierto que el clero monacal de España es poderosisimo? Otros, con mas obligaciones,   —16→   que este señor, conservan todavia iguales ó mayores ilusiones, sin que ni la razon ni la experiencia alcancen á desengañarlos de ellas. El clero secular y regular de España es pobrisimo, en todos sentidos, comparado con el de cualquiera otro pais catolico; pues si la masa de las rentas, de que el año 34 de este siglo estaba en posesion, se hubiese de repartir en cada individuo por partes iguales, no alcanzarian á percibir cuatro reales diarios cada uno, lo cual es facilisimo de demostrar, y se ha demostrado ya mil veces. Pero los hombres superficiales no paran su vista mas que en el convento del Escorial, en algunas cartujas, en algunos monasterios de Geronimos ó de Bernardos, en la mitra de Toledo, en las canongias de Sevilla, de Cuenca, de Valencia, de Santiago, etc., y se les figura que cada clerigo, cada iglesia y cada covento, de los muchos que hay en la monarquia, son otros tantos depositos de riquezas y de bienes amortizados. No negaremos, ni ningun hombre de juicio puede negar, que algunos de estos establecimientos eran sobradamente ricos; que, por la mayor parte, eran inutiles; que algunas mitras y dignidades eclesiasticas estaban dotadas con profusion; y que, finalmente, asi el clero secular, como el regular, exigia una verdadera y juiciosa reforma; ¿pero era este el momento y el modo de ejecutarla? ¿Calculó el señor Mendizabal la enorme carga con que iba   —17→   á agobiarse el estado, suministrando á cada individuo la cüota prometida? Y si su intencion fue no satisfacerla, como no se ha satifecho á ninguno, ¿meditó las consecuencias politicas que podria traer la justa exasperacion de una clase, á quien se supone dueña de las consciencias de millones de Españoles? Diganlo los acontecimientos inmediatos, y el aumento y multiplicacion rapidisima, que tomaron las partidas carlistas en casi toda la monarquia; pero fuesen ó no efecto de esta imprudente medida, la verdad es, que con ella se recargó al erario publico con una obligacion que, ni ahora ni en mucho tiempo, podrá satisfacer, sino con promesas. Esos bienes y rentas del clero no eran en la realidad mas que una excelente hipoteca, y una parte muy saneada de las rentas del estado, que destruirá infructuosamente todo el que, como el señor Mendizabal, pretenda matar la gallina, que ponia los huevos de oro91.

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Tampoco debe olvidarse, en elogio del mismo, una circunstancia de que ni aun sus amigos y defensores han hecho cuenta, para sacarle airoso en   —19→   la larga polemica, que suscitaron los diaristas despues que se le quitó la presidencia del consejo. Esta fue la admirable conducta, que habia observado   —20→   el egercito del Norte, durante la escision anarquica de las provincias; pues asi como se acostumbra hacer cargos al ministerio por todas las   —21→   desgracias publicas que suceden en su tiempo, asi tambien exige la equidad que se le atribuya una parte honrosa en las ventajas y sucesos prosperos,   —22→   que ocurran durante su administracion. ¿Que hubiera sido de la libertad y del trono español, durante los ultimos meses del año 1835, si   —23→   el joven caudillo, que mandaba las tropas, no hubiese señoreado el espiritu de ellas, ó permitidolas tomar parte en las peligrosas discusiones, que agitaban á las de otras provincias? Cordova no amaba ni creia en el sistema de Mendizabal, porque tiene demasiado talento y conocimientos de su pays, para dudar de que todo aquello no era, cuando mas, sino la espresion de un buen deseo; pero sin embargo, afectó estar persuadido de la solidez de tales promesas, y logró que su egercito, ya que no consiguiese señalados triunfos contra los carlistas, no aumentase á lo menos los embarazos del gobierno nacional. En una palabra, justificó el elogio que uno de los oradores mas candidos é inofensivos del estamento de procuradores hizo de el, diciendo que habia vuelto la espalda á las disensiones domesticas, para no distraerse de hacer frente á los enemigos.

Otra de las medidas desacertadas y grandemente trascendentales, que tomó el señor Mendizabal en la epoca que recorremos, fue la clandestina resurreccion del papel amortizado, cuya supercheria, si es tan cierta como dicen sus acusadores, basta por si sola para desacreditar, no un estado tan   —24→   debil, como lo es la España actual, sino el mas rico y poderoso, que se conoce en el mundo. Pero estos y otros errores, que sin duda cometió este ministro, mas bien deben imputarse á los que le autorizaron para cometerlos, sabiendo que no era posible cumplir por medios licitos y legales lo que imprudentemente habia osado prometer92.

Entretanto, los estamentos, fingiendo persuadirse á si mismos que habian salvado su responsabilidad moral, se entregaban á prematuras discusiones de poca ó ninguna importancia, al mismo tiempo que veian arruinarse pieza por pieza todo el edificio monarquico y aun el social. Mientras que en una de las principales ciudades del reino se degollaban cobardemente los prisioneros encarcelados y custodiados por la autoridad militar; mientras que el populacho incendiaba y saqueaba las fabricas establecidas, y mientras que dos caribes con uniforme daban al mundo el escandaloso y horrible espectaculo de asesinar juridicamente á una madre por solo el delito de haber parido á un caudillo, que ellos no acertaron á vencer, se entretenian las cortes en parlotear sobre si las elecciones sucesivas habian de   —25→   hacerse por el orden directo ó indirecto, ó si habian de verificarse en las capitales ó en las cabezas de partido. Para que no faltase tampoco el contraste de lo insensible con lo atroz, se escuchó alli sin indignacion, y aun con paciencia á un diputado, de los de mas nombradia, calumniar el cadaver de aquella triste madre, y fingir una sentencia anterior, que el, y todo el congreso sabian que no habia existido, solo por salvar la usurpada reputacion de un amigo politico suyo93. A tal grado de bajeza conduce la tirania del espiritu de partido, que obliga á convertirse en abogados del crimen hombres, que parecian destinados á ser los protectores de la virtud.

Si no temieramos desflorar, digamoslo asi, la historia de los tiempos actuales, emprendiendo la relacion circunstanciada y cronologica de los sucesos, que tuvieron lugar durante la dictadura de Mendizabal, podriamos llenar un volumen de anecdotas, que parecerian inverosimiles, y que sin embargo han pasado á presencia de toda una   —26→   nacion. Pero como ya hemos dicho que este no es nuestro intento, habremos de limitarnos á recordar los acontecimientos mas notables, que han pasado desde que salió á luz la edicion francesa.

Ya hemos enumerado las principales disposiciones de Mendizabal, dirijidas á crear recursos en grande para terminar de una vez la guerra civil, al paso que las cortes por un lado, y algunos generales por otro, parecian no tener otro intento, que prolongarla y hacerla interminable. Ni un solo dia de gloria habia amanecido desde la batalla de Mendigorria, y sin embargo, iban trascurriendo rápidamente los seis meses del programa, en cuyo termino se habia ofrecido concluir la guerra. Pues aunque tambien pudiera contarse por algo la perezosa toma del fuerte del santuario, llamado del Hort, en Cataluña, fue tan feroz, tan injusto y tan sangriento el abuso, que hizo el vencedor de su insignificante victoria, que mas bien deberia contarse en el numero de los mas feos borrones, con que está manchada la historia de esta guerra civil. Todo lo demás fue una serie de marchas y contramarchas insipidas ó ignominiosas, que en vano se esforzaban los periodicos, esclavos del poder, en pintar como ventajosas á su causa.

Llovian los donativos forzados de todas las provincias, exornando cada cual lo exigüo de la oferta con un pomposo acompañamiento de palabras.   —27→   Ascendian á un numero prodigioso las excepciones de la quinta á costa de cuatro mil reales vellon cada una, lo cual, si bien proporcionaba algunos medios economicos para cubrir las mas urgentes necesidas, disminuia en la misma proporcion los hombres para el sorteo, y manifestaba bien á las claras, que la lucha no era tan nacional, como se habia querido persuadir á la Europa. En una palabra, se principiaba á ver y ajustar con mas exactitud lo que queria decir el pretendido entusiasmo. Pero esta frialdad general se abrigaba perfectamente con la esperanza ó mas bien certeza del ausilio poderosismo y decisivo, que iban á dar las dos legiones inglesa y francesa, que sus respectivos gobiernos habian permitido reclutar para el servicio de la España. La primera se formó nuevamente de gente mercenaria, recogida en las calles de Londres, como quien recoge en los caminos publicos las mas hediondas inmundicias para estercolar sus campos, ó mas bien para vender aquel cieno, á quien necesite comprarle. La España le compró á precios tan exorbitantes que esta sola compra absorbió en pocos meses el triple de lo que habian dado de si las cincuenta mil exenciones de la quinta. Pusose al frente de esta legion inglesa un miembro del parlamento, y vinieron con el algunos oficiales que, segun dicen los que los conocen, valen algo mas que sus soldados.

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La legion francesa era de muy distinta especie, pues que no solo estaba compuesta de soldados verdaderamente tales, sino que llegó precedida de triunfos y servicios hechos en Africa bajo la disciplina francesa, á cuyo gobierno creia continuar sirviendo sin otra variacion, que la cucarda. Asi es, que apenas desembarcada en las costas de Cataluña en numero de tres mil quinientos hombres salvó la plaza de Tarragona, que hubiera caido indudablemente en poder de los carlistas, sin la feliz casualidad de este oportuno refuerzo. Se hallaba entonces trabajada aquella provincia por innumerables bandas de facciosos, á quienes no faltaba tal vez para su completo triunfo sino la unidad de accion, que hubiera podido darles un gefe superior dotado de prestigio y de la energia suficiente, para hacerse obedecer de aquellas partidas tan numerosas, como mal disciplinadas. Conocida esta verdad por el gabinete de D. Carlos habia enviado alli al general Guergué desde Navarra, el cual atravesando todo el Aragon, evitando ó venciendo los obstaculos que debió encontrar, habia penetrado en Cataluña y puesto en combustion todo el principado. El general, que alli mandaba por la Reyna, ó mas bien por la junta insurreccional, mas atento á no ser vencido, que á terminar la insurreccion, se contentaba con emplear los cincuenta mil hombres de su mando en defender las muchas plazas,   —29→   de que está herizada aquella provincia, y en acometer con todos los restantes un miserable convento defendido por doscientos carlistas.

En estas circunstancias, fue una especie de milagro la llegada de una parte de la legion francesa de Argel, á la cual no tardó en seguir el resto del numero contratado. Un refuerzo semejante hubiera bastado, no ya para sujetar, sino para pacificar la Cataluña, por poco que una sincera reunion de voluntades hubiera impuesto silencio á mal disimuladas ambiciones. Pero el ejemplo de lo ya ocurrido en Navarra fue tan perdido, como todas las lecciones de la historia.

Sin embargo, Guergué conoció que las circunstancias no le eran favorables; que los Catalanes no eran tan faciles de organizar como los Bascos, y que las fuerzas de su division, ya muy disminuidas, acabarian por perecer ó verse precisadas á salvarse en Francia; todo lo cual le decidió á emprender su retirada, y volverse por el mismo camino, por donde habia venido. El que tenga la paciencia de léer los innumerables partes, articulos y comunicaciones que, sobre esta ida y esta vuelta de Guergué, se insertaron en la Gaceta de Madrid y en otros mil diarios de la capital y de las provincias, encontrará en ellos sin duda un centenar de batallas y encuentros reñidisimos, en cada uno de los cuales Guergué y los suyos habian sido completamente destrozados, y tal vez   —30→   muertos; pero la verdad es, que el fue y volvió, á pesar de la Gaceta y de todos los partes oficiales.

Poco tiempo despues de la llegada de estas dos legiones, la una por el Mediterraneo, y la otra por el Oceano, se asomaba tambien por la frontera occidental de España la legion portuguesa, que, en virtud del tratado de la cuadruple alianza, y en correspondencia de igual servicio, se habia estipulado con el gobierno de Portugal. Pedimos perdon al lector de haber usado de la espresion poco noble se asomaba, porque no encontramos otra mas adecuada para manifestar la especie de incertidumbre, lentitud y parsimonia, con que estas tropas ausiliares penetraban por un pais que, solo estando entregado á un desgobierno como el nuestro, podian ellas haber sonado en pisar. Inconcebible parecerá á los venideros, que lean la relacion de estos sucesos, que hubiese llegado á tal punto la miserable situacion de la España constitucional, que necesitase mendigar el socorro de unos vecinos tales, como los Portugueses, y esto en un tiempo, en que se preconizaba y daba por sentado que la guerra era nacional, y los disidentes poquisimos, cobardes y miserables. No lo consideraban asi los gabinetes de las tres potencias amigas y ausiliadoras, y aun, por eso mismo, se mostraban tan cautos en circunscribir los limites de los ausilios y en la manera de darlos. Libres de las engañosas ilusiones   —31→   del espiritu de partido, y amaestrados por una esperiencia de mas de dos años de lo poco que habia que contar con la veracidad de los partes oficiales, que publicaba el gobierno español; enterados privadamente por agentes, que les daban cuenta desnuda de los hechos y del estado de la opinion, y recelosos del giro anarquico, y de las inspiraciones democraticas, que se difundian por varias ciudades, conocieron muy pronto el peligro, que amenazaba á la Europa de prestar una cóoperacion directa al gobierno español, mientras no quedase bien aclarado que, bajo esta palabra, solo habia de entenderse la causa de la Reyna, con las instituciones que ella se hubiese dignado conceder. Este á lo menos fue el sentido de las instrucciones de la Francia á su embajador en Madrid, previniendole cual habia de ser su conducta en el caso de alguna nueva aberracion de los que blasonaban de innovadores. Probablemente no serian las mismas las que recibió de su gabinete el ministro plenipotenciario de Inglaterra, puesto que ya veremos mas adelante cual fue su conducta en el caso anteriormente previsto.

Asi se iban pasando los cinco primeros meses del programa de Mendizabal, sin que ni siquiera se viese un indicio de posibilidad, de que se cumpliese alguno de los estremos de sus ofertas. La quinta se verificaba con tal lentitud, tan de mala gana y con tan mezquinos resultados, que el   —32→   egercito de Navarra solo habia recibido anuncios repetidismos y frecuentes de que se le destinaban muchos millares de quintos. La legion inglesa, desembarcada parte en Santander y parte en San Sebastian, principiaba á aprender el exercicio dentro de sus muros, y se ensayaba en el manejo del arma. Su gefe y oficiales devengaban unos sueldos desproporcionados á los que en ningun pais del mundo gozan los de igual clase, y no parecian sufrir con impaciencia el bloqueo vergonzoso, en que los tenian encerrados cuatro batallones carlistas, que ocupaban el camino de Hernani. El pago y suministros del egercito español empezaba á esperimentar un atraso notable; los empleados civiles y politicos no recibian ninguna paga; el credito nacional disminuia rapidamente, á pesar de los decretos casi diarios que lanzaba el ministerio, creiendo equivocadamente que con cada uno de ellos le habia de hacer revivir; la paz interior, el orden y la tranquilidad, tan prometidas, habian desaparecido completamente; y por ultimo, el descontento se iba haciendo general. No contribuyó por cierto á disminuirle el bombardeo sufrido en la plaza de San Sebastian, á principios de diciembre, ni la tentativa mal dirigida, y peor combinada, por el brigadier Yriarte, para desalojar á los carlistas de las alturas de San Bartolome el dia 1º. de febrero de 1836, pues con tanta sorpresa, como indignacion, se le vió   —33→   sucumbir á un puñado de facciosos, y volver en desorden á una plaza que ya por segunda vez veia frustrarse estas intentonas, y llegaba á créerse bloqueada de por vida. El general del ejercito de Navarra impacientaba al gobierno con representaciones energicas, en que pedia no tanto el aumento de fuerzas, como los auxilios de dinero, trasportes, viveres y prendas de vestuario, de que se le dejaba carecer.

Ardia ciertamente en deseos de gloria, y buscaba todas las ocasiones de distinguirse; pero se hallaba imposibilitado de emprender el menor movimiento, que exigiera una semana, sin comprometer la seguridad de sus tropas. Asi es, que luego que se puso bajo sus ordenes la legion francesa, concibió el projecto mas opuesto á sus calidades personales, pero ciertamente el unico capaz de poner termino á la guerra civil, si el gobierno ó la impaciencia general no ponian obstaculo á ello. Este fue un bloqueo inmenso que, abrazando desde las gargantas de Roncesvalles hasta las encartaciones de Viscaya, formase una enorme linea de circunvalacion, que sirviese de barrera impenetrable al ejercito rebelde. Presentabale una coyuntura muy favorable para la realizacion de este plan, en primer lugar, la ventaja, que se habia conseguido de impedir la union de la faccion de Cataluña con las de Aragon y Navarra; y en segundo, la buena disposicion que mostraban algunos   —34→   valles del Pirineo á defender la causa de la Reina, tal vez mas bien por rivalidad limitrofe, que por sentimiento; pero el motivo era indiferente con tal que se consiguiese el objeto. Mas para lograrle era necesario protegerles, y la principal proteccion consistia en no serles demasiado gravoso ni exigente. Necesitaban armas y municiones, y el gobierno no podia darselas. Fue, pues, indispensable acudir á la Francia, que facilitó uno y otro á menos de la mitad del precio que, por iguales articulos, se estaba pagando á los contratistas ingleses.

No contento con esto, colocó en la linea de Valcarlos á Pamplona, que era el paso por donde los carlistas recibian muchos articulos de primera necesidad, la legion francesa y algunos batallones españoles, que cerraban hermeticamente esta especie de mercado de los contrabandistas. Situó su cuartel general en Vitoria, amenazando constantemente las lineas de Arlaban; fortificó todos los pasos del Ebro, y colocó fuerzas suficientes en el valle de Mena, para proteger á Bilbao y toda la frontera de Viscaya. Reduciase, pues, el plan del general Cordova á un inmenso asedio, que podia irse estrechando, á medida que llegasen los nuevos cuerpos procedentes de la quinta de cien mil hombres, y que aun, reducido al sistema de perpetua defensa, no podia menos de producir la ruina de la faccion, por la falta de surtidos de toda especie   —35→   que no podia recibir, sino con mucha dificultad, y á precios extraordinariamente subidos. Cual fuese el efecto de este bien calculado sistema, diganlo los mismos carlistas y los pueblos ocupados por ellos, y diganlo sobre todo los esfuerzos que ellos y sus amigos hicieron por desacreditar este plan y desconceptuar á su autor. Verdad es, que un sistema semejante no se avenia bien con aquella ridicula y habitual baladronada, que el gobierno de Madrid habia adoptado constantemente desde el principio de la lucha, y que tanta sangre ha costado y costará probablemente todavia. Semejante sistema no podia convenir á los que, viviendo siempre envueltos en sus propias ilusiones, creyeron que la venida de D. Carlos no era mas que la llegada de un faccioso mas; á los que, en cualquier encuentro en que no eran manifiestamente batidos, y aun siendolo, muchas veces, no omitian en sus partes la frase de rigor, de que el enemigo estaba completamente derrotado, y huia en todas direcciones; á los que nunca hicieron el mas insignificante reconocimiento, sin haber dado un dia de gloria á la nacion; á los que, encerrados siempre en su gabinete, y lejos de todo peligro personal, nunca supieron designar á sus adversarios politicos, sino con los dictados de hordas, caribes, canalla, rebeldes, cobardes, y otras mil injurias, que nunca ó rara vez suelen pronunciar las bocas de los valientes;   —36→   y por ultimo, no podia avenirse este prudente sistema con las griterias de la puerta del Sol, ni con las frecuentes indirectas, que ya se dirigian en las cortes, y fuera de ellas, al presidente del consejo, sobre el no cumplimiento de sus promesas. Un espeso velo parecia cubrir en aquella epoca los ojos y el entendimiento de los habitantes de Madrid, y en particular, de los que tenian un contacto inmediato con el ministerio. Los periodicos, sobre todo, contaban con tal seguridad con la ruina inmediata de D. Carlos y su partido, que se motejaba casi como una traicion la mas lijera duda, que anunciase desconfianza. Se referian á docenas los encuentrillos, en que siempre las tropas nacionales llevaban lo mejor, y esperando de dia en dia el golpe decisivo, que se les habia de dar, apenas se hallase incorporada la nueva quinta. Entre aquellos choques, descollaba una brillante accion, dada por el general Palarea, en los campos de Molina, la cual, sin dejar de ser muy plausible, estaba muy lejos de justificar los encomios, que de ella hizo la Gaceta extraordinaria de Madrid. Se queria persuadir á todo el mundo el desmayo evidente de la faccion, y sus numerosas deserciones en todas partes. En solo Feruel decia al gobierno su comandante, que ya se le habian presentado mas de tres mil, cuando no habian llegado á una docena; y á este comandante no se le quitó el destino por embustero, como debiera   —37→   haberse hecho. Se hacian cruzar por los diarios numerosas columnas de quintos, que como por ensalmo, se hallaban vestidos, armados y instruidos, en terminos de poder entrar en campaña; de suerte que, por mucho que se quisiese conceder á la exageracion, no era posible dudar del proximo triunfo. Y si no se conseguia, solo podia depender del general en gefe, cuya inculpacion deseaban algunos con poca menos ansia, que la terminacion de la guerra civil.

En medio de eso, no dejaba de labrar en la mente de muchos hombres sensatos la duda ó mas bien el enigma de mantener tantas tropas, y concluir la guerra sin emprestitos ni nuevas contribuciones, cuando tan decaidas estaban las antiguas por las dilapidaciones y desorganizacion de las rentas, causadas por los alborotos del verano anterior. Algunos no lo creian posible y miraban aquella promesa como una baladronada, dicha aturdidamente sin conocimiento ni reflexion; pero esto era injuriar demasiado á un hombre, que tenga siquiera una pulgada de frente. Otros mas circunspectos suponian, que quien decia y repetia con tal seguridad y casi diariamente semejante oferta, algun calculo tendria formado, algun proyecto traeria en su cabeza, que, aunque le saliese fallido, era el fundamento de su confianza. La dificultad estaba en adivinarle, y sobre ello cada cual aventuraba su conjetura. Los mas se   —38→   inclinaban á que el gran secreto del señor Mendizabal consistia en apoderarse de todos los bienes del clero, ofreciendole en cambio una dotacion, como se habia hecho con los regulares y cumpliendola con igual exactitud. Pero esos bienes en renta no darian por de pronto la gran suma necesaria para terminar la guerra en tan corto tiempo, y si se ponian en venta ¿quien tendria confianza para comprarlos? Cabalmente aquella medida suscitaria una animadversion, que aumentaria los obstaculos, y disminuiria la esperanza del exito. Entretanto, las pagas llevaban ya en el mismo Madrid dos meses de atraso: en las tesorerias de provincia, no habia un maravedi, y el ministerio buscaba dinero sobre las contribuciones, aun no cobradas ni vencidas, á cualquier premio que fuese.

En medio de la nulidad, á que se habian condenado los estamentos con el voto de confianza, se habia formado en ellos una especie de oposicion, que sin merecer propiamente ese nombre, pues que nunca se manifestó con energia en ninguna cuestion de las que se llaman de gabinete, ni aun en la del voto de confianza, indicaba un cierto despecho de que la direccion de este hubiese salido de las manos, digamoslo asi, clasicas del partido liberal, para pasar, como por ensalmo, á las de un incognito en materias politicas. Esta oposicion se creia con derecho á emitir su voto   —39→   libre, á lo menos en las cuestiones legislativas y fundamentales; pero el señor Mendizabal, que habia entendido á su manera el voto de confianza, no creyó que fuese licito ni mucho menos patriotico separarse un apice de las ideas, que el hubiese emitido una vez desde su banco omnipotente. Asi fue, que por una justisima disidencia en la votacion de un articulo de la ley electoral, el ministerio se dió por ofendido y tomó la intempestiva resolucion de disolver las camaras. Cuando esta resolucion no fuese de suyo tan peligrosa en las circunstancias, en que se encontraba el pais, bastaria para juzgarla observar el espiritu de los que se la aconsejaron. El Eco del comercio, organo perpetuo del partido anarquista, y lo que todavia es peor, patrono, defensor, y apologista, de cuantas sublevaciones mas ó menos sangrientas se han verificado de tres años á esta parte, fue el primero, cuando no el unico, á escitar á Mendizabal para que cometiese un error tan trascendental. Bastaba que esta medida pudiese ocasionar trastornos y movimientos revolucionarios, para que el Eco del Comercio la diese la preferencia entre todas las que podian tomarse. Mendizabal creyó ser mas fuerte, haciendo un uso indiscreto de las facultades de la corona, y no consiguió otra cosa que debilitarla y debilitarse.

El primer pensamiento de Mendizabal fue retirarse; pero el partido anarquista, con quien se   —40→   habia ligado desde su llegada á Badajoz, como ya hemos insinuado á los principios, tenia el mayor empeño en la discusion de la ley electoral, no el ministerio. Queria este partido que la eleccion fuese indirecta en parte, ya que no podia serlo en el todo, con el fin manifiesto de manejar al populacho, para que nombrase electores, en quienes el pudiese influir. Perdió este primer intento, aprobandose la eleccion directa por solos los contribuyentes, y se atrincheró en el articulo de que la eleccion se hiciese por provincias, por que reducida á las capitales, donde el partido tiene sus principales talleres, podria facilisimamente manejarla. Perdió tambien esta pretension despues de haberla defendido á la desesperada, pues el estamento votó, que la eleccion se hiciese por distritos, que debian ser doscientos cincuenta, segun el numero de diputados.

El gobierno, que habia protestado que esta cuestion no le era esencial, instado por el partido que le dominaba, fue mostrando succesivamente mas interes por ella hasta identificarse con la comision que la habia fijado, y sostenia, y uno y otra fueron vencidos.

Créemos poder asegurar, que este vencimiento por si solo no le hubiera decidido á tomar el violento partido, que abrazó, sino el hallarse amarrado á cierta sociedad, como el caracol á su concha; y el fundamento, que tenemos para créerlo   —41→   es, que el mismo Mendizabal acababa de protestar de su imparcialidad en la materia. La unica razon, que alegó para contradecir la eleccion por distritos, fue, que segun el dictamen de la comision de division de territorio, se tardaria dos meses en formar esos distritos y segun sus compromisos, debia no dilatarse la reunion de las cortes revisoras del estatuto. Esta razon fue impugnada victoriosamente, y tanto, que con la disolucion de los estamentos la tardanza debia ser infinitamente mayor.

La verdad es, que Mendizabal estaba entonces deseando aprovechar la primera ocasion de dejar su silla y salir de compromisos, que ya veia no serle posible cumplir. Su gran secreto era un plan de empresas de fomento, que se darian á compañias inglesas, mediante un crecido numero de millones. Pero toda esperanza se desvaneció con los asesinatos de Barcelona, que el no se hallaba con fuerzas para castigar. El mismo dijo publicamente en aquellos dias, que los sucesos de Barcelona le habian perdido, porque ningun estrangero querria emplear un peso duro en España, donde solo dominaba el desorden y la anarquia. Mas el partido, á que se hallaba ligado por sus pecados, le obligó á que continuase llenando los puestos vacantes en el gabinete con personas, que se le designaron y á quienes no pudo reunir.

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El mal no estaba en la oposicion de las cortes, ni en su mayor ó menor apoyo á las opiniones de tal ó cual comision, amiga del ministerio: estaba, si, en la guerra civil, de que este no habia podido hacerse dueño: estaba en no poder ni saber acomodarse á un regimen legal ni en lo economico ni en lo administrativo y judicial: estaba en las estafas, que casi al descubierto se hacian de todos los caudales publicos por los agentes mas desacreditados, que jamas empleó gobierno alguno: estaba en la arbitrariedad, con que se disponia de los empleos y personas de muchos ciudadanos honrados; estaba en la confusion introducida en la administracion de la hacienda publica, estaba en la impunidad, en que se dejaban los mas horrendos crimenes, con tal que sus perpetradores perteneciesen á cierto partido; estaba en la ignorancia profundisima, que mostraba el ministerio aun en las materias mas conocidas y vulgares de la administracion: y por ultimo, el mal estaba en ser una misma persona gefe del ministerio y banquero y asentista. Esta ultima cualidad, por ser la que se halla mas al alcance de todos, fue la que mas contribuyó al descredito del ministerio Mendizabal. Nadie ignoraba las comisiones lucrativas, que se habian dado á un tal Carbonell, banquero de Londres, para contratar una porcion de articulos necesarios para el ejercito, en los cuales se veia con sorpresa   —43→   é indignacion desecharse proposiciones mas equitativas de empresarios españoles, para dar la preferencia siempre esclusiva á este desconocido, que, aunque español en el nombre, no tenia casa ni hogar, sino la que Mendizabal le permitia ocupar en su establecimiento de Londres. En una palabra, se sabia que el ministro, que daba la comision y el que la desempeñaba y aprobaba las cuentas, era una misma persona, lo cual sobraba para inspirar todo genero de desconfianzas, aun cuando el desempeño fuese el mas puro, y el mas escrupuloso posible94.

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Agreguese á esta multitud de causas de descontento el ver, que despues de muchos meses, y al cabo de ensayar una multitud de combinaciones, el ministerio permanecia incompleto, ya fuese por el escaso numero de personas, que mereciesen la confianza del partido dominador de Mendizabal, ya por ser todavia menos el de aquellas, á quienes el hubiese sabido inspirarsela, á pesar del famoso voto de las cortes. Y he aqui una de las razones, que mas convencen de que la concesion de semejante voto no fue efecto de la persuasion interior, ni una medida dictada por el deseo del bien publico, sino un ciego abandono de los intereses mas preciosos del estado á lo que diese de si la casualidad. ¿Es posible que entre tantos individuos, como en los dos estamentos se prestaron á entregar la suerte de la nacion en manos de Mendizabal y de su sistema, no se encontrase siquiera media docena de hombres dispuestos á unirse á el para sacarle adelante de sus herculeos empeños? Parece que no se encontraron, supuesto que por largos meses estuvo siendo ministro   —45→   casi universal, y que nunca en aquella primera epoca pudo juntar mas de cuatro compañeros.

Entretanto, la guerra presentaba un aspecto nada lisongero, pues si bien principiaban á cobrar animo los valles de Roncal y de Erro, que se habian declarado en favor de la Reina, y crecian las esperanzas del general en gefe de completar el asedio, en grande, de la faccion; esta no perdia tampoco el tiempo para aumentar su fuerza fisica y moral, organizando un gobierno central en Oñate, por medio del nombramiento de un ministro universal, á imitacion de lo que pasaba en Madrid, y apoderandose de una porcion de puntos fortificados. Cualquiera que fuese el mayor ó menor acierto, con que se hubiesen elegido estos puntos, la verdad es, que no solo les incomodaban, sino que les convenia mucho tomarlos, para apoderarse de sus guarniciones, de su artilleria y de otros mil objetos, de que tenian grave necesidad. En poquisimo tiempo se hicieron dueños los carlistas de Guetaria, Balmaseda, Plencia y Lequeitio, cuyas posesiones los proveieron de un razonable parque de artilleria, capaz de imponer respeto á sus enemigos; pero no se les ocultaba en medio de tales ventajas, que su peligro continuaria siendo inminente, mientras que no consiguieran generalizar la guerra en las demas provincias de España; en una palabra, mientras no   —46→   inutilizasen el plan del general Cordova. Con este objeto, quisieron hacer un pequeño ensayo del estado de la opinion, lanzando del otro lado del Ebro á un hombre atrevido, que, con solos doscientos infantes y sesenta caballos, pasó por Mendavia casi á la vista de los puestos del ejercito cristino, y sin mas que un ligero tiroteo en las orillas del rio, penetró por la sierra de Cameros la provincia de Soria. No es nuestro animo seguir paso á paso la expedicion de Batanero, ni mucho menos hacer mencion de las infinitas veces que fue destruido, capturado y muerto en los periodicos de Madrid; baste saber, para nuestro intento, que esta imperceptible columna recorrió ocho ó diez provincias de la monarquia, trastornó los movimientos de varias divisiones, que salieron en su persecucion, entre ellas la misma guarnicion de Madrid, con su capitan general en persona, y volvió á Vizcaya, con poquisima perdida, sin haber encontrado pueblo chico ni grande, no solo que se opusiese á sus marchas, sino que no guardase el mayor secreto sobre sus verdaderas direcciones. Esta primera tentativa fue tan significante, que no dejó la menor duda de lo que se podia esperar de otras mas numerosas, que se la siguiesen.

Las nuevas cortes debian reunirse el dia 22 de marzo, y las elecciones se disputaban con tal ardor entre los dos partidos ministerial y de oposicion,   —47→   ó por mejor decir, entre los amigos y los enemigos del estatuto, que apenas habia pueblo, en que no se hubiesen puesto en movimiento todos los recursos feroces y violentos de las sociedades secretas para falsearlas. En Malaga, en Valencia y en Barcelona, se habia llevado la impudencia hasta despreciar todas las condiciones de capacidad exigidas por el reglamento; y en alguna de estas ciudades, no se avergonzaron de elegir á un rebelde y asesino, para que viniese á ocupar los escaños del estamento popular. En Madrid mismo, intentaron mas de una vez atemorizar á los hombres pacificos con preparativos de asonadas, é imponer á la Reyna gobernadora con representaciones amañadas del comercio y de la nobleza, en favor de Mendizabal, á quien trataban de pintar como inevitable. Asi se logró que le nombrasen diputado siete provincias95.

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Inutil es añadir, que una gran parte de los elegidos no solo no contaban con los doce mil reales de renta, que prevenia el reglamento vigente, mas ni siquiera con un maravedi, que no fuese de sueldo; pero se contaba con que en la comision de poderes habria toda la indulgencia, que exigiese el partido. Ya se habia dado antes el ejemplo   —49→   de las trampas legales, y ahora se suponia que no hubiese necesidad de fingir, sino de mandar.

Mas no fueron estas intrigas las unicas ni las mas peligrosas para la causa publica, que se fraguaron en aquel tiempo; otra mas profunda, mas maquiavelica y de mayor alcance, se urdia contra la libertad, só pretesto de quejas contra el general en gefe del ejercito del Norte. Tratabase nada menos que de repartir el mando universal de las fuerzas españolas entre tres individuos de simatias poco dudosas en favor de una potencia rica, y que sabe premiar con profusion los servicios, que se prestan á sus intereses. El representante de esta potencia en Madrid era el alma de este proyecto, sobre el cual no tenemos por conveniente decir mas por ahora, porque estamos seguros de que la historia contemporanea, que tal vez se está escribiendo, le dará á conocer con todos sus pormenores y con documentos irrecusables.

Llegó por fin el deseado dia de la reunion de cortes, que abrió S. M. la Reyna Gobernadora con un discurso, en el cual, á vuelta de algunas frases comunes a todos los documentos de esta clase, se faltaba tan abiertamente á la verdad en casi todas ellas, que solo debia inspirar é inspiró una tierna y respetuosa compasion, al ver aquella augusta descendiente de tantos reyes, convertida en instrumento de la miserable ambicion   —50→   de cuatro hombres atrevidos y poquisimo delicados. Despues de indicar la clase de trabajos, en que debian ocuparse inmediatamente las cortes, que eran la formacion de la ley electoral y las negociaciones para el reconocimiento de los nuevos gobiernos de America; despues de hacer una manifestacion de que las potencias aliadas cumplian exactamente lo estipulado en el tratado de la cuadruple alianza, y despues de un justo y pomposo elogio al ejercito permanente, y a la guardia nacional, no se avergonzaron los ministros de poner en boca de S. M. la atroz impostura, de que no se habia alterado la tranquilidad publica, sino con algunas ligeras turbulencias tan prontamente reprimidas, como habian sido provocadas. Esto se le decia á una nacion, que acababa de ver degollar impunemente centenares de prisioneros en la ciudadela de Barcelona, despues de haberla asaltado el paisanage, con consentimiento de la tropa, que debia defenderla96; cuando   —51→   todavia humeaba la sangre de religiosos y de canonigos asesinados en Zaragoza; cuando se acababa de sacar al suplicio á la madre anciana y pacifica de Cabrera, en represalias de las crueldades cometidas por su hijo; cuando este caudillo, irritado de tan horrendo crimen, le estaba vengando con usuras en la inocente sangre de treinta y tantas mugeres de militares españoles, que pedian justicia y venganza contra los primeros causantes de tan inaudita barbarie; cuando, en Malaga, se habian roto los vinculos de la subordinacion al gobierno, robando, deponiendo, encarcelando y desterrando á quienes se les antojaba á los anarquistas; cuando, en Valencia, no habia quien pudiese gozar una hora de sosiego, porque la anarquia se habia entronizado de un modo permanente.

Seguia despues el discurso de la Reyna, asegurando que el anterior congreso, despues de haber concedido generosamente á su gobierno un voto de confianza, le habia negado su apoyo, cuando mas le habia menester. Esta falsedad era igualmente notoria que las anteriores, pues que, como ya hemos dicho, solo habia habido disidencia en la mayoria contra la opinion del ministerio, en un articulo de la ley electoral, que se estaba elaborando,   —52→   articulo, sobre el cual habia declarado el ministerio, que no era cuestion de gabinete. Hubiera sido algo mas cierto y explicito hacer decir á la Reyna, que el congreso anterior, despues de haber concedido el voto de confianza, no se habia resuelto á ser un esclavo del gabinete y de su partido. Con igual impudor se pretendia hacer créer, que el estado economico y la administracion se hallaban en camino de progreso, mientras que nadie estaba pagado, todo el mundo veia las dilapidaciones mas escandalosas, y la ausencia total de todo sistema administrativo; y por ultimo, se coronaba esta singular produccion con la oferta mentirosa y ridicula de realizar una vasta empresa de canalizacion interior del reyno, cuando no habia siquiera la probabilidad de atender á las mas urgentes obligaciones de la semana proxima. Este discurso, que no hubieramos querido oir en boca tan augusta, es el compendio ó mas bien el sello de todo el sistema de Mendizabal: ofrecerlo todo, y no cumplir nada.

El dia antes de la pronunciacion de tan estraño discurso, habia lanzado la Gaceta otro parrafo no menos singular é inoportuno, cual fue una declaracion solemne, hecha en nombre del gabinete, de morir, primero que cubrirse un solo instante con la ignominia de valerse de otros recursos, que de los puramente nacionales, para terminar la guerra civil. Cuando se leyó tan inesperado   —53→   documento, hubo personas que llegaron á dudar si el presidente del consejo habia perdido enteramente el juicio, ó si intentaba tal vez burlarse del buen sentido de la nacion, porque si bien, desde el principio de la guerra, todos los hombres sensatos presintieron la insuficiencia de tales medios nacionales para concluirla, nunca esta persuasion se habia hecho mas general que en aquellos ultimos dias. Lo era tanto, que publicamente, en las concurrencias y en todas partes, se clamaba por la intervencion, y se culpaba á los anteriores ministros, porque no la hubiesen solicitado con mayor ahinco. Tanta era la variacion, que habia sufrido lo que se llamaba opinion publica.

Ya hemos dicho, en una nota de esta obra, lo que habia de verdad en cuanto á los deseos de los interiores ministros, sobre este punto de la intervencion estrangera; pero nada era comparable con los que se manifestaban en el publico, cuando la Gaceta salió con esta estravagancia. Por mas que queramos hacer toda la justicia ó favor á la buena fé del ministerio, suponiendole, como lo suponemos, penetrado de la suficiencia de los recursos nacionales, no es menos cierto que habia escogido un malisimo momento para hacer semejante declaracion. La causa principal por que se habian separado del partido de Mendizabal los anteriores diputados, y la mayor parte de los proceres, consistia en la desconfianza de que pudiese   —54→   terminar la guerra civil con los medios, y en la epoca que lo habia prometido. Solos los exaltados afectaban continuar en aquella persuasion, porque, para ellos, la cesacion de la guerra, lejos de ser un bien, era una ruina cierta, como quienes solo podian medrar en los trastornos y calamidades publicas. Que la España pereciese ó no, era una cuestion secundaria; ascender al poder por cualquiera via, este era el fin principal de todas sus maniobras. Ahora bien; esta declaracion extemporanea de Mendizabal no equivalia á otra cosa que á una confesion publica de que intentaba apoyarse en el partido de la exaltacion.

¡Mas que casualidad tan singular! tres dias despues que la Gaceta habia anatematizado todos los ausilios extrangeros, esto es, el 24 de marzo, escribia desde Santander el comodoro John Hay al general Cordova una carta muy atenta, en la cual le comunicaba la orden, que acababa de recibir del gobierno britanico para prestar á sus tropas la cóoperacion mas eficaz, asi para impedir que cayesen en manos de los enemigos las plazas de aquella costa, como para recuperar las que se hubiesen perdido. Cierto, que no podia darse un mentis mas oportuno á la fanfarronada de la Gaceta, á no ser que se suponga, lo que nadie querra créer, esto es, que la Inglaterra hubiese determinado enviar estos ausilios de tropas y de buques, sin contar para nada con el gobierno   —55→   español. Mas fuese de esto lo que se quiera, la verdad es, que el mismo gobierno y el publico agradecieron sobre manera esta demostracion, y suspiraban por que de parte de la Francia se hiciese la misma, y se ampliase al envio de un poderoso exercito capaz de destruir á los carlistas.

La rara coincidencia de estos sucesos dió bastante en que pensar á los nuevos diputados á cortes, que aunque elegidos muchos de ellos de la manera que hemos indicado, conocieron que no era tiempo de ceder abiertamente á la exaltacion, sino de enfrenarla dentro de los limites constitucionales del estatuto. Asi es, que las elecciones de presidente y secretarios no recayeron en las personas con quienes contaban los exagerados, si bien fueron conformes á los deseos del ministerio: pero esto necesita alguna esplicacion. Ciertos incidentes, de que no tardará en enterarse el lector, habian convertido la antigua amistad de los señores Isturiz y Mendizabal en una especie de frialdad, que no tardó en convertirse despues en odio, como sucede en todas las divergencias en materias politicas. Pero en el momento en que se reunieron las cortes, no habia transpirado todavia en el publico el grado de esta frialdad. Asi fue, que desde la primera junta preparatoria obtuvo el señor Isturiz casi por unanimidad la presidencia interina, lo cual, aunque no diese un derecho irrevocable á la inmediata presidencia   —56→   del estamento, daba á lo menos cierta presuncion de obtenerla, tanto mas, cuanto el mismo señor habia dado muestras señaladas de su gran penetracion é imparcialidad. Estaban, pues convenidos tacitamente los partidos en proponer para la presidencia en primer lugar á Isturiz, en segundo á Gonzalez y en tercero á Arguelles. Mas en aquellos dias ocurrió el incidente de negarse Isturiz á hacer parte del ministerio, como referiremos en mas oportuno lugar, y de la noche á la mañana se alteró la meditada combinacion. Unos veinte individuos, paniaguados del ministerio, pactaron reservadamente faltar á Isturiz, dejandole esta defeccion en minoria respecto á los dos siguientes y ocupando estos por consecuencia la presidencia y vice-presidencia. Este triunfo de Mendizabal, como ganado á costa de la lealtad, lejos de serle provechoso, fue la causa inmediata de su proxima ruina. En su propio interes debió conservar en la presidencia á Isturiz, donde hasta cierto punto estaria mas sugeto, antes que lanzarle y lanzarle soberanamente irritado, á la cabeza de la oposicion. No tardó en conocer Mendizabal esta falta desde los primeros debates sobre la respuesta al discurso del trono; pero era ya tarde y la irritacion habia llegado á su colmo.

Estos debates dieron naturalmente ocasion á que se esplicasen tal vez mas de lo que querian   —57→   las diversas opiniones, que reinaban entre los diputados sobre la cuestion de intervencion. En prueba de lo que deciamos poco há sobre los vivisimos deseos, que tenia el pueblo español de que una fuerza extrangera terminase la guerra civil, ya que no bastaban las propias, podriamos citar diferentes representaciones hechas por los ayuntamientos, y juntas provinciales solicitando, que se pidiese sin condicion alguna, por que, en efecto, hubiera sido malisimo medio para mover el animo del gabinete francés á hacer el sacrificio enorme de una intervencion, propiamente dicha, principiar desconfiando de sus intenciones. Pero el gobierno español, desde el primer dia, en que comenzó á regir constitucionalmente, no parece haber tenido otro empeño, que el de mostrar frialdad y desconfianza del gobierno francés, y adular bajamente al que siempre supone rival suyo. Fiero al principio y desvanecido con la seguridad, que creia tener de acabar en cuatro dias con la insurreccion carlista, no solo tuvo por mengua solicitar el auxilio de las potencias, que le habian reconocido, sino que no perdonaba ocasion oportuna ó inoportuna, en que no hiciese alarde de decir que para nada necesitaba de sus socorros. Cualquiera que haya oido sin prevencion algunos de las discursos del señor Martinez de la Rosa, á quien, sin embargo, hacemos la justicia de créerle de buena fe, y de   —58→   sentimientos verdaderamente nacionales, créeria que la Francia le estaba importunando cada correo, en solicitud de que se la permitiese intervenir. Como si esta empresa de pacificar un pueblo vecino, que encerraba en su seno mil elementos de discordia, fuese algun delicioso festin de bodas, en que no hubiera otra cosa que hacer sino presentarse y recoger aplausos. Cada estracto de las sesiones de las cortes de aquel tiempo, que llegaba á Paris, en que se leian esas impertinentes arrogancias, era un nuevo motivo de admiracion para los que las cotejaban con la impotencia absoluta de quien las proferia. Sin embargo, no se pasaron muchos meses, sin que el embajador de la Reyna solicitase y obtuviese el tratado de la cuadruple alianza: tratado, que si bien era todo concebido en utilidad del gobierno español y portugués, unicos que por el pronto podian necesitar de sosténes estraños, distaba infinito de lo que rigurosamente se entiende ni por intervencion ni por cóoperacion directa.

Es de advertir, que siempre que se pronuncia la palabra intervencion, ya entre los que la desean, ya entre los que afectan desdeñarla, se refieren unos y otros á la intervencion francesa, unica, que consideran como eficaz para terminar la presente guerra. No es esto decir, que por ella se excluya el poderoso influjo de la Inglaterra, ni que se tenga de el una idea menos grandiosa   —59→   de la que merece; sino que estando el foco principal de la lucha en las vertientes de los Pirineos, y en la orilla izquierda del Ebro, solo podrá contribuir eficazmente á su extincion quien pueda disponer de muchas tropas de operaciones, no quien solo pueda responder de la seguridad de las costas. A buen seguro, que si los Ingleses solos hubiesen podido dar al gobierno y á las cortes españolas la apetecida seguridad, jamas se hubieran oido en ellas esos escrupulos patrioticos y esas distinciones metafisicas, con que ha querido disfrazarse el espiritu de partido. Esos mismos oradores, que tantas baladronadas han dicho contra la intervencion, que reclamaba la opinion general, se habrian puesto de rodillas para solicitarla del gabinete ingles, cualesquiera que fuesen sus condiciones, con tal que el solo hubiese podido realizarla. Tiempo es ya de que se digan estas verdades, para que no se encubran con el velo de un falso patriotismo pasiones mezquinas, odios mal disimulados, y un agradecimiento, que puede rayar en bajeza.

Durante el ministerio del señor conde de Toreno, en que ya los peligros de la guerra se habian aumentado en proporcion de los medios y de la actitud, que habia tomado la faccion, la idea de intervencion se generalizó mucho mas, sobre todo, en los que tenian otras noticias de la guerra, que las que publicaban los diarios. Pero todavia el   —60→   partido de la oposicion quiso hacer un crimen al general Llauder, ministro de la guerra, por haberse atrevido á indicar, que no debia renunciarse imprudentemente á este medio de salvar la libertad. Sin embargo de eso, al cabo de muy pocos dias, la necesidad, este juez supremo de todas las acciones de los hombres, obligó á solicitar de la Francia esa misma intervencion, que tanto se habia desdeñado. Si la Francia hubiese tenido tan vivos deseos, como la querian suponer algunos demagógos, de mezclarse en los negocios de la Peninsula, poco trabajo la hubiera costado dar orden de pasar el Bidasoa á algunos regimientos de los que estaban en la frontera. Pero el gabinete francés, cuya politica no tiene por norte las ligerezas ni las inconsecuencias de un partido, sino el bien suyo y el general de Europa, consultó al gobierno britanico sobre si se estaba en el caso de acceder á tal demanda, y el gobierno inglés se decidió por la negativa. ¡Quien sabe los males que habrá producido semejante resolucion! Pero esto no hace al caso por ahora á nuestro proposito.

Volvamos á la sesion, que nos ocupaba, y era la de la respuesta al discurso de la corona. En ella hubo diputado, (Gamindez) que tuvó la insolencia de llamar al gobierno de Luis Felipe un gobierno de pandilla, y esto, en momentos en que la simple indiferencia del gobierno francés hubiera   —61→   equivalido á una sentencia de muerte del sistema constitucional español, y cuando, por la condescendencia de este principe, estaban atravesando por territorio francés batallones españoles, que no podian pasar de Pamplona á San Sebastian, sin hacer setenta leguas de rodeo. Unas palabras tan inconsideradas fueron inmediatamente rebatidas por otros diputados mas juiciosos, y aun por el mismo Mendizabal, el cual, manifestandose enemigo de la intervencion, declaró que podia, sin embargo, admitirse una cóoperacion semejante á la que la España habia dado al Portugal. Al oir esta impertinencia, pues no merece otro nombre la eleccion de la palabra admitirse, otro diputado (Barrio Ayuso) prorrumpió en espresiones diametralmente opuestas, á saber, que no solo debia pedirse la intervencion á la Francia y á la Inglaterra, sino aun á los Cosacos y á los Beduinos, porque era tal el estado del ejercito, que no podia contarse con el para nada: y asi era la verdad. Esta salida, exagerada sin duda, arrancó repetidos aplausos en las galerias, tanta es la fuerza de las palabras, cuando espresan un sentimiento general. No queremos hacer mencion aqui de las distinciones doctorales, con que el diputado Arguelles cansó, como de costumbre, la atencion del congreso, sacando á colacion todos los inconvenientes, que tienen ó pueden tener las intervenciones, y aun las cóoperaciones,   —62→   y como si nadie dudara de que lo mejor es siempre terminar cada uno sus propios negocios. Lo unico que importaba demostrar, era que la España no necesitaba de nadie para concluir la guerra civil, y esto es precisamente lo unico, que olvidó el señor diputado por Asturias, en su interminable perorata.

Serian ciertamente perdonables estos olvidos frecuentes de todo lo que exige el decoro publico, y aun la simple cortesania, que debe á lo menos suponerse en los que ocupan puestos tan eminentes en la representacion nacional, si solo procediesen de una intima persuasion, y no del vago deseo de adular á un gabinete estrangero á expensas de otro; y decimos que seria muy disculpable, porque, en efecto, ¿á quien que mirase la cuestion de la guerra, bajo el aspecto que la miraban los Arguelles y otros pocos alucinados, podria persuadirse que trece millones de habitantes no habian de poder sugetar á su voluntad el medio millon, que puebla las cuatro provincias bascongadas? Mucho mas debia crecer su admiracion, suponiendo, como esos señores suponen, que los tales trece millones estan poseidos del mismo entusiasmo, que pintan los periodicos, y con la misma sed de libertad politica, que los que la reclaman, tal vez para oprimir á los demas. A los que de tal manera miran la situacion de la España, y á los que tan mal la conocen, permitido   —63→   debe ser delirar á ratos, y deducir consecuencias tan falsas, como los principios, en que las fundan. Por eso, salieron tan fallidas las seguridades con que contaba el señor Martinez de la Rosa, y las esperanzas que tuvó el conde de Toreno, durante sus poco felices ministerios, porque ni uno ni otro quisieron darse cuenta á si mismos de la dificultad militar, que presentaba la faccion, y solo dedicaron sus esfuerzos intelectuales á la dificultad politica. Todavia vive un general de merito, el primero y unico que arrolló á la faccion naciente, quien antes de hacerse cargo del mando, en 1834, pidió para principiar la emprensa treinta mil hombres; y faltó poco para que le tuviesen por loco, no solo en el ministerio, sino hasta en el estado mayor general. Cuando el publico sepa esta y otras muchas anecdotas, y las sabrá sin duda, no recaerá la admiracion sobre como no se ha vencido á los carlistas, sino que se preguntará como estos no han acabado mil veces con sus adversarios. Una quinta de veinte y cinco mil hombres les pareció á estos primeros gobernantes, que era una especie de lujo ú ostentacion de fuerza, que no se sabria en que emplear, cuando ya á estas horas, en que escribimos, van decretados mas de doscientos mil hombres, sin contar la numerosa guardia nacional, y las tres legiones estrangeras; y la lucha está tan dudosa como antes. Solo el señor Mendizabal apreció,   —64→   como era debido, la dificultad de la empresa, y por eso principió decretando una quinta de cien mil hombres, á lo que no tardó en seguirse otra de cincuenta mil. ¡Ojalá que en esta medida no se hubiesen mezclado miras mezquinamente economicas, y que no se hubiese encerrado en un circulo vicioso, que le impidio echar mano de los recursos necesarios y proporcionados á la idea! Pero desgraciadamente iba destruyendo con una mano lo que edificaba con la otra, y dejandose dominar, como sus antecesores, del espiritu de partido, en lugar del espiritu nacional.

De este mismo error de los ministros y de los diputados, han adolecido mas ó menos todos los generales, que sucesivamente han mandado los ejercitos, contribuyendo ellos mismos á la perdida de su reputacion. La idea primitiva, que todos ellos han querido dar de su situacion respecto del enemigo, al tomar el mando de las tropas, ha sido constantemente la de asegurarlas, á ellas y á los pueblos, que los carlistas eran cobardes, eran pocos, estaban desunidos, no conocian la disciplina, carecian de armas, de vestuarios, de dinero, de artilleria, y sobre todo de prestigio fuera de las asperas montañas, en que tenian sus guaridas; todo esto, mezclado con amenazas espantosas, y tal vez con promesas explicitas, no ya de vencerlos, sino de acabar con ellos en el primer encuentro en que se presentasen. Pudieramos   —65→   copiar sobre esto piezas muy curiosas; pero fieles á nuestros principios de citar los menos nombres propios que podamos, dejamos á los recuerdos del lector la prueba de nuestro aserto. Mas como, por desgracia, ninguna de aquellas abultadas promesas fue coronada de un exito feliz, y algunas fueron seguidas de derrotas parciales ó de sorpresas vergonzosas, ninguna reputacion militar del ejercito español ha resistido á la piedra de toque de la guerra de Navarra. Ahora bien, ya es sabido que, en esta clase de juego, nunca la perdida del uno deja de enriquecer la fama del contrario. Si los generales y el gobierno hubiesen tenido una idea mas exacta de la verdadera fuerza fisica y moral del enemigo, menos presuncion y mas modestia, los resultados habrian sido hasta ahora menos funestos. ¿Pero como encontrar estas virtudes en quienes partian del principio de que la guerra era entre la nacion y una minima parte de ella?

Este, este es el grande error, que ha dominado siempre en el partido liberal y en todos sus inumerables matices, el de créer que toda la nacion, menos unos cuantos preocupados, comprendia y apoyaba sus principios. Mas por poco que se reflexione sobre los sucesos que han ocurrido en estos tres años, se conocerá, que la inmensa mayoría de los que hoy se encuentran en el partido liberal, se debe á una coincidencia extraordinaria   —66→   é independiente de la cuestion principal. Mas claro: si de las dos cuestiones, que se presentaron repentinamente en España, á la muerte de Fernando VII, esto es, la de succesion y la de principios gubernativos, no se hubiese resuelto antes la primera que la segunda, estamos persuadidos, de que las filas del partido liberal estarian mucho menos pobladas de lo que aparecen anualmente. Entre los derechos de la Reyna y de su tio, poquisima duda pudo haber, y hubo en efeto, ni en la nobleza, ni en el clero, ni en lo que se llama la clase media y acomodada de la sociedad, porque, repetimos, esta era una créencia tradicional. Agregabase á ella una presuncion, bien ó mal fundada, de que el caracter de D. Carlos se inclinaba á una intolerancia y severidad religiosa, que dejó de ser de moda, hasta en España. Por eso, fue tan general el pronunciamiento en favor de los derechos de la joven Reyna, menos en algunos pueblos de Viscaya, Alava y Guipuscoa, en que razones de otro genero, y una prevision nacida de la anterior experiencia del año 20, les hizo buscar una bandera, que cubriese sus peculiares libertades. Comprometidas ya las clases ilustradas contra D. Carlos, y persuadidas de que este no las perdonaria jamas su defeccion, tuvieron que prestarse á todas las exigencias, que la emigracion, entonces compacta y estrechamente unida al partido liberal anterior, tuvó á bien imponerlas.   —67→   De aqui ha nacido esa perpetua nulidad á que, desde el principio, hemos visto condenado el estamento de proceres, que ni dió señales de vida durante su efimera existencia, ni siquiera se notaron las convulsiones de su muerte. Destino inevitable á todas las aristocracias historicas y meramente territoriales, cuando no saben conservar ninguna posicion politica en cualquier genero de gobierno, á que pertenezcan. Pero volvamos á nuestro proposito.

Mientras que todavia duraban los debates sobre la respuesta al discurso del trono, ya la fraccion conspiradora de los diputados pedia abiertamente, que las cortes se convirtiesen en asamblea constituyente, menospreciando el beneficio, que la inesperta Reyna Gobernadora les habia concedido en el estatuto real. Ya la prensa empezaba á lanzar sus guerrillas contra el estamento hereditario, llamandole planta exotica y protuberante en el sistema constitucional, y ya empezaban á darse las señales convenidas con los afiliados de las provincias, para forzar las posiciones del trono con una nueva revolucion, bajo el nombre de progreso y de movimiento. La constitucion de Cadiz empezaba ya á citarse como texto ó como punto de comparacion, rodeada de una especie de culto y veneracion sacrosanta, que no dejaba la menor duda, de que este era el punto de mira, á donde se queria venir á parar. Ya entonces empezaron á   —68→   inquietarse algunos miembros del estamento de proceres, y conocieron que el trono estaba huerfano en toda la estencion de la palabra, y abandonado al unico y siempre triste refugio de la compasion, que inspira la inocencia. Pero ya era tarde para pensar en su tutela, mucho mas cuando el consejo de gobierno, que habia designado el difunto Rey, no supo personarse, sino para derribar al unico ministro, que pensó seriamente en que existia una hija y una heredera de su Rey.

Muchos y graves cargos se empezaban á hacer á Mendizabal, sobre la falta de cumplimiento de sus promesas, sobre la presentacion de los decretos relativos á la supresion de conventos97, pero particularmente sobre las causas, por que no se completaba el ministerio. Apenas habia sesion en que no se tocasen mas ó menos todos estos puntos; pero siempre Mendizabal lograba que no se entrase de lleno en estas cuestiones, ya prometiendo   —69→   que no se pasarian veinte y cuatro horas sin hacer lo que se deseaba, ya alegando secretos de estado, que importaba no revelar, ya dando esperanzas misteriosas de un gran trueno, como el decia, que venciese todas las dificultades de una vez.

Mucho tiempo hacia ya que el señor Mendizabal deseaba fortificar su ministerio por medio de algunas capacidades parlamentarias, de que se hallaba sumamente escaso. Galiano é Isturiz eran dos hombres, que el deseaba reunir á su administracion y asi por su facilidad en esplicarse en publico, como por su popularidad y antigua semejanza de opiniones; pero siempre se habian presentado diferentes obstaculos, dependientes del mayor ó menor influjo, que cada uno de ellos pretendia deber tener en la marcha general de los negocios. Hubo muchas combinaciones intentadas, que seria impertinente recordar; pero no debemos pasar en silencio la ultima, que precedió de muy pocos dias á la reunion de las cortes, y que fue provocada por el mismo Mendizabal, obligado de la necesidad. Don Francisco Javier Isturiz fue invitado por el para que aceptara el ministerio de estado; mas este se resistió, sin que precediesen tres condiciones: 1ª. la presidencia del consejo de ministros;.2ª. que se habia de adoptar la marcha que el señalaria; 3ª. que no habia de aceptar, antes bien que protestaria no comprenderle   —70→   la responsabilidad del voto de confianza. El primer punto no ofreció gran dificultad; mayor la presentó el segundo, tanto mas, cuanto no habia el proponente esplicado su sistema, que quiso reservar hasta no estar convenidos en la ultima condicion, en que preveia, y encontró, en efecto, la mayor resistencia. Mendizabal no podia ni queria acomodarse á hacer personal su compromiso, contra la protesta del presidente futuro, equivalente á una positiva desaprobacion, y rompió las conferencias, cortando todas sus relaciones con Isturiz y su partido. Esto fue lo que dio lugar á la perfidia, que ya indicamos antes, en la eleccion de presidente del estamento; mas no por eso podia dispensarse Mendizabal de completar su gabinete, de cualquier modo que fuera, y asi lo hizo nombrando al general Rodil para la guerra, á Chacon para la marina, y trasladando á Almodovar al de los negocios de estado. Estos nombramientos no añadian ninguna fuerza parlamentaria al presidente del consejo, reducido, para salir de todos sus apuros, al flujo de palabras de Arguelles y á la esperanza de que la casualidad le proporcionase algun triunfo importante de los ejercitos, cuyas operaciones habian sido hasta entonces poco significantes.

Quiso la buena dicha que, el dia 5 de mayo, la legion inglesa, que acababa de reunirse en San Sebastian en numero de cinco mil y quinientos   —71→   hombres, auxiliados por una brigada española y por la guarnicion de la plaza, que formaban en todo una fuerza de ocho á nueve mil hombres, se decidiese por fin á forzar las lineas carlistas, que bloqueaban aquella ciudad. El combate duró tres horas, en medio de una espantosa lluvia, y Dios sabe cual hubiera sido el resultado, sin la oportuna llegada de dos vapores ingleses, mandados por el comodoro John Hay (el Fenix y el Salamander), que desembarcaron ochocientos hombres, y cuyos fuegos de artilleria, de un alcance extraordinario, produjeron un efecto maravilloso, que se completó con la muerte casual del caudillo Sagastibelza; mas este auxilio inesperado decidió la jornada, quedando los Ingleses dueños de la posicion de Lugariz, que era la llave de la segunda linea de circunvalacion. Todo el mundo creyó que conseguida esta ventaja, y aprovechando las fuerzas mas de cuadruplas, que tenia Evans bajo sus ordenes, se adelantaria á lo menos hasta Hernani, y amenazaria la espalda de las posiciones carlistas de Guispuzcoa; pero el prudente general hizo alto en aquel sitio, como sobrecogido de hallarse alli, y está es la hora, despues de nueve meses, que no ha cesado de precaucionarse con nuevas fortificaciones. Mas de cualquier modo que se lograse, siempre fue una ventaja para el ministerio, que hubiera podido aprovecharse de ella, si en aquellas circunstancias no hubiera ya   —72→   estado herido de muerte en la opinion publica y en la corte. Sus perpetuos engaños, mal cubiertos con un secreto misterioso, sus pactos con los gefes de los movimientos anarquicos de las provincias, su doblez en las combinaciones para la formacion de su propio ministerio, su duelo con Isturiz98, y sobre todo su debil condescendencia con los conspiradores, para arrebatar de sus puestos á los inspectores de todas armas, que pasaban justamente por amigos del orden, de la libertad, y de la monarquia, decidieron á la Reyna á admitirle una renuncia, que solo habia hecho en el concepto de que no seria aceptada impunemente.



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