Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

71

Ibid., pp. 364-5 (y véase la nota de Guillermo Serés). Entendimiento e imaginativa se sienten como contrarios. Don Quijote, suma de cólera y melancolía, tenía por ello el garante de la prudencia y la sabiduría (p. 365) que bien sabemos probaba de tanto en tanto. (N. del A.)

 

72

Ibid., pp. 367 ss; sobre la risa. Son páginas fundamentales, creo, para entender la obra que nos ocupa. Don Quijote cuadra con aquellos que dan que reir y no ríen y son de gran imaginativa. (N. del A.)

 

73

Sancho parece corresponderse en principio con los tipos galénicos de los risueños carentes de imaginativa descritos por Huarte, Ibid.; pp. 369-371. Pero ya sabemos hasta qué punto esto no es cierto. Huarte establece una relación entre los caracteres y la profesión, según se esté o no más dotado de entendimiento, memoria e imaginativa. Sobre Demócrito ya trató Huarte en su Examen, dibujándolo como un hombre que enloqueció de viejo y que decía verdades como puños al igual que un sabio. Su lesión, como la de don Quijote, residía en la imaginativa y no en el cerebro, según ya señalara M. de Iriarte, opus cit., p. 317, apuntando, en p. 318, los paralelismos de este modelo con el Licenciado Vidriera. Y vide p. 326. El tópico de Demócrito risueño y Heráclito lloroso gozaba de rica tradición. Gracián la recoge en El Criticón, ed. de M. Romera-Navarro (University of Pennsylvania, 1940), I, 178, donde coloca los extremos de «el llanto y la risa, cuyos atlantes eran Eráclito y Demócrito, llorando siempre aquél y éste riendo.» Andremio prefiere mejor «reir con Demócrito que llorar con Heráclito» (Ibid., II, 241). Alude a ellos de nuevo en III, 57 y en II, 8 y 29. En II, 68, llama a Heráclito «filósofo llorón». Romera anota las fuentes: Séneca, De tranquilitate animi XV, 1, para quien Demócrito reía por identificar las acciones con locuras y Heráclito lloraba, por creer que eran miseria. También señala a Juvenal, Satira X, 28-35 y 47-53, emblema que glosaría Gracián en su obra. Reminiscencias de Horacio en El Criticón, III, 233, donde sigue la Epistola II, i, 194, «si foret in terris, rideret Democritus» . El Quijote desmonta la simplificación de este lugar común, a favor de un Demócrito sabio, pero loco, apotegomático como Vidriera y con gran imaginativa y memoria. (N. del A.)

 

74

Dice Huarte: «éstos se pierden por leer libros de caballerías en Orlando, en Boscán, en Diana de Montemayor, y otros así, porque todas estas obras son de imaginativa» . Altisidora, que hace un despliegue de memoria e invención, llega incluso a hartar a Don quijote, quien le sugiere «que ocupada en menear los palillos, no se menearan en su imaginación la imagen o imágenes de lo que bien quiere» (II, 583). La duquesa dice que le ocupará en alguna labor blanca, pero Altisidora responde que con recordar las crueldades de «ese malandrín mostrenco» se le «borrarán de la memoria sin otro artificio alguno» (Ibid.). (N. del A.)

 

75

Ibid., cap. IX, donde señala la importancia de ambos para la elocuencia. Es interesante también cuanto Huarte establece sobre el temperamento colérico y melancólico respecto a los vicios y virtudes, notándose que Cervantes tiene de uno y otro (pp. 443 ss.). Aunque éste se aparte evidentemente de Huarte (véanse pp. 460-1) para ir por cuenta propia en la configuración del «caprichoso» ingenio de su héroe. Para entender la riqueza conceptual del ingenio, como base de toda invención, véase Emilio Hidalgo, «La significación del Ingenium en Juan Luis Vives, Revista Chilena de Humanidades, Santiago de Chile, 5 (1984), 31-43. (N. del A.)

 

76

Vide Marc Fumaroli, opus cit., pp. 126-134. Y véase pp. 166 y 347. Claro que contra los ataques a la memoria de Huarte, Montaigne y Justo Lipsio hubo voces favorables, sobre todo a la reminiscencia que no es memoria servil (Ibid., p. 194). La técnica escolar había usado y abusado de las anotaciones de loci communes por medio de excerpta, como ya aconsejara Vives y recomendara la pedagogía jesuítica. Véase Miguel Batllori, «Las obras de Luis Vives en los Colegios jesuíticos del siglo XVI», Erasmus in Hispania, Vives in Belgio, Acta Colloqui Brugensis, 23-26 IX 1985, ed. J. Ijsewijn et A. Losada, in Aedibus Peeters, Lovanii, p. 143. (N. del A.)

 

77

Al margen de las múltiples interpretaciones habidas y por haber. «En un lugar de la Mancha» remite a la tradición retórica del locus que predicaban las artes de la memoria y que, sin duda, Cervantes quiso olvidar en su invención novelesca. Al final del Quijote, el lugar no es otro que el punto de partida al que se regresa y del que no cabe ya separarse. Así se lo dice don Quijote a Sancho: «Déjate desas sandeces..., y vamos con pie derecho a entrar a nuestro lugar, donde daremos vado a nuestras imaginaciones...» (II, 596). Convendría tener en cuenta además la entrada loca de Alfonso de Palencia en su Universal vocabulario en latín y en romance (Sevilla, 1490) y la lectura de Francisco Ayala en Francisco Rico, Breve biblioteca de autores españoles (Barcelona: Seis Barral, 1990), p. 137: «En un lugar de la Mancha» -es decir, en un pueblo cualquiera del centro de España. (N. del A.)

 

78

Jerome Mitchell, Scott, Chaucer and Medieval Romance (Lexington, Ky,: University Press of Kentucky, 1987), p. 11. (N. from the A.)

 

79

All citations are from the Magnum Opus edition of the Waverley novels: 48 volumes (Edinburgh: Cadell, 1829-1833). This is the final, authorized edition of the series published under Scott's supervision and the first to include his second series of prefaces. (N. from the A.)

 

80

Alexander Welsh, The Hero of the Waverley Novels (New Haven: Yale University Press, 1963), pp. 10-11. (N. from the A.)