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A la luz de las palabras1

Antonio García Teijeiro





Desde hace muchos años, vengo trabajando en la promoción de la lectura en las escuelas. Desde hace muchos años, trabajo para que la literatura infantil tenga una presencia real y adecuada en el entorno escolar.

Hace ya muchos años, esto era una labor casi épica. Sin apoyos económicos, con la indiferencia de los compañeros, con la incomprensión de una sociedad que creía que la LIJ no poseía solidez ni importancia en el desarrollo integral de los niños. Y aún no estoy muy seguro de que lo crea. Pero yo seguía creyendo (y todavía creo) en la palabra literaria, no solo como un entretenimiento, sino como algo necesario en el devenir de unos pequeños lectores y lectoras que se iban haciendo mayores sin libros de literatura. Muchas personas solo confiaban en el libro de texto como apoyo para que los estudiantes progresasen y se preparasen para el futuro.

Recuerdo que el trabajo para revertir la situación se me hizo ímprobo. Pero no desfallecí y procuré informarme, asistir a pequeños cursos y reuniones, en donde otros docentes abrían caminos por los que yo quería transitar. Recuerdo cómo en el colegio donde aún trabajo, no había nada en este campo. Compré una buena cámara de fotos, compraba libros para mí, hacía mis propias diapositivas, reunía a los padres y madres a las siete de la tarde para enseñarles los tipos de libros, de ilustraciones, de letra, de extensión, de temas y, al mismo tiempo, inculcarles la importancia de la lectura de sus hijos e hijas en su casa.

Recuerdo a Miguel Vázquez Freire comunicando sus experiencias. Recuerdo a Nardo Carpente, con las suyas. Recuerdo mis propias experiencias en las aulas, creando las primeras bibliotecas de aula, la primera biblioteca de centro, el CLAP (Club de Amigos de la Poesía), un grupo de alumnos que se reunían conmigo, por la tarde al salir de clase, para escribir, hablar sobre libros y para escuchar cantautores que tuviesen algo que decir (Moustaki, Aute, Serrat, Patxi Andión y, cómo no, Paco Ibáñez, entre otros). Fue una experiencia preciosa. Había que ver a los chavales recitando sus poemas, dando opiniones sobre lo leído. Un placer. Pasado un tiempo, uno de ellos, todo un hombre hecho y derecho, me llamaba y compartimos unas horas hablando del CLAP y de la vida.

Pero la labor, en general, era dura de verdad. Los primeros cursos que impartí con el citado Nardo Carpente para maestros con ganas de progresar en una línea innovadora en la lectura y en la escritura creativa, y de tantos cursos que fui dando en Galicia y fuera de ella, para que el libro fuese el centro principal de algo que se llamó «animación a la lectura», y no siempre animaba a leer, resultaron muy gratificantes. Recuerdo el impacto que me produjo la lectura de la Gramática de la fantasía de Gianni Rodari. Fue un descubrimiento portentoso. Dio un vuelco completo a todo lo que se estaba haciendo hasta entonces. Aquí, mucho nos influyó Federico Martín con sus innovaciones rodarianas, prácticas y novedosas.





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