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31

R. Altamira, «El Realismo...», ed. cit., págs. 311-314.

 

32

R. Altamira, «El Realismo...», ed. cit., pág. 670.

 

33

«Y se olvida el autor de decir -y éste debió ser el problema capital de su estudio- de qué manera ahondará el artista en la realidad; cómo ha de entenderse, para ser más claro, la imitación de esa realidad. ¿Se imitará toda? ¿Se imitará sólo una parte? En cuyo caso ¿cuál debe ser la norma para escogerla? ¿Es la razón? Y, en el supuesto de que ésta sea. ¿cabe hacer la distinción que hace Luzán, cuando dice que el perfeccionar la naturaleza se entenderá sólo de las acciones humanas, pero nunca de las demás cosas del mundo material o intelectual, que habremos de copiar tal cual las vemos? Altamira pasa rápidamente sobre esta cuestión, que hoy ya no lo es, pero que lo era cuando el autor escribía en 1889... y en España. Y bien sabe el doctísimo escritor que, de haberla planteado y resuelto francamente, se hubiera ahorrado muchas páginas de su estudio, como por ejemplo, las dedicadas al accidente en la Novela (Azorín, «La Juventud española», Obras Completas, Madrid, Aguilar, I, págs. 223-224).

 

34

El autor, sobre todo el autor de novelas, ha de ofrecerse como narrador, sin necesidad de recordar de su presencia a los lectores a cada momento, alcanzando esa asistencia discreta de Daudet en sus obras» («El realismo... ». pág. 550).

 

35

R. Altamira, «El Realismo...» ed. cit., pág. 554.

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