Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


ArribaAbajo

Amor puesto a prueba


Juan Valera



PERSONAJES
 

 
LA CONDESA DE POZO DULCE.
RAMONA.
LUISA.
EL CONDECITO ALFREDO.
DON TADEO.
EL PADRE CURA DON CLEMENTE.
CURRITO.
EL MARQUÉS DEL MAJANO.




  -303-  
ArribaAbajo

Acto I

 
Sala en la casa de la CONDESA. Muebles sencillos, pero elegantes; mesa con recado de escribir; plantas y flores en macetas y en vasos de porcelana; jaulas con canarios. Puertas laterales y en el foro.

 

Escena I

 
LUISA. ALFREDO.

 
 
(LUISA sale apresurada y ALFREDO la persigue.)

 

LUISA.-  No sea usía terco y déjeme en paz. En tan continuo sobresalto yo no puedo vivir. Si no se enmienda, si en adelante no es juicioso, tendré que decírselo todo a mi tío, me iré a vivir con él y dejaré sola a la señora condesa.

ALFREDO.-  Luisa, no seas tan arisca conmigo ni me amenaces de ese modo. ¿Qué pretexto podríais   -304-   dar, tu tío y tú, para irte del lado de mi madre que te ha cobrado tanto cariño? ¿Seríais capaces de delatarme a mamá por el inocente delito que yo cometo, imitándola en quererte como ella te quiere?

LUISA.-  Si usía me quisiera como me quiere su mamá, yo no diría nada; pero usía me quiere de otro modo. ¿Dónde ha visto usía que su mamá corra detrás de mí, me persiga, intente abrazarme... Vamos, vamos, los tales quereres son muy diversos.

ALFREDO.-  El mío es más tierno, más vehemente.

LUISA.-  Yo no sé lo que será; sólo sé que el de usía pudiera ser peligroso, si no fuese yo, aunque me esté mal el decirlo, tan poco aficionada a devaneos, tan desconfiada de los hombres, tan prevenida contra sus maldades y tan instruida por las madres en el catecismo y en la moral cristiana.

ALFREDO.-  Pero muchacha, ¿qué disparates estás ensartando? El santo temor de Dios guárdalo para no pecar en otras cosas... En quererme a mí no pecas ni le ofendes. Nada tan natural como que tú me quieras. ¿En qué se opone esto a tu moral y a tu catecismo? ¿No podemos querernos con buen fin?

LUISA.-  ¡Huy, huy, señorito Alfredo! Usía delira. Eso es pasar de Herodes a Pilatos. Líbreme   -305-   Dios de caer en tentación; líbreme Dios de enamorarme de usía y de ser su víctima. Sólo de pensarlo la cara se me pone roja de vergüenza. Pero líbreme Dios también de aparecer como seductora y de que la Condesa de Pozo-Dulce pueda acusarme con razón de haber entrado en su casa y ganado su confianza para levantarle a usía de cascos y para moverle a emplear seriamente su voluntad en persona de clase tan inferior como yo soy. ¡Dios mío! Bonita se pondría mi señora la condesa, si entendiese que usía estaba enamorado de mí! Sería muy mal avío y muy pícaro medio para salir de las dificultades en que ustedes se hallan. Pues qué, ¿imagina usía que ignoro yo los proyectos y planes de su mamá?

ALFREDO.-  Pues si no los ignoras, sabes más que yo. Yo los ignoro por completo.

LUISA.-  ¡Ay, señorito Alfredo!, ¡ay, señorito Alfredo! No se haga usía de nuevas, no se empeñe en hacerme comulgar con ruedas de molino. ¿Quién no está enterado en el lugar de que la condesa trata de que usía se case con la nieta de Don Tadeo? ¡Y vaya si estaría bien esta boda! La señorita es una alhaja por todos estilos: con una cara como un sol, con un cuerpo como un pino de oro, sabiendo más que Lepe; elegante, discreta y modosa, y con un potosí por dote. Huerfanita de padre y madre y heredada por consiguiente.   -306-   Suyas son las mejores fincas que hay en el término de este lugar. Con dinero que el papá de la señorita envió desde Buenos Aires a Don Tadeo, éste sacó no pocas veces de apuros a su papá de usía, el señor conde... Y como el señor conde no pudo nunca pagar ni el capital ni los intereses de cuanto Don Tadeo le había prestado, éste se quedó con las fincas, que estaban hipotecadas. O mejor dicho, el hijo de Don Tadeo fue quien se quedó con las fincas, que hoy, por su muerte, son de la señorita doña Ramona. Ésta sí, y no yo, es una novia pintiparada para usía. Casándose usía con ella, vuelve a su casa cuanto se fue de su casa, y además usía adquiere la mar de rentas y de fondos o de no sé cómo se llaman; en fin, muchísimos miles de duros. Y todo ello a muy poca costa. Por no hacerse de pencas y por decir que sí a una linda moza que, según aseguran, está muertecita por esos pedazos y rabiandito porque usía le diga que la quiere. Yo sé de buena tinta que doña Ramona se pirra por ser condesa y porque sea su cuyo un condecito tan apañado.

ALFREDO.-  No sigas con esa tarabilla, porque me da rabia. Yo no gusto de la señorita doña Ramona. Me parece ordinaria. No la tomaría por mujer aunque me la diesen enconfitada; aunque tuviera dos veces más millones y aunque mi madre y yo estuviéramos más perdidos de lo que estamos.   -307-   No, yo no quiero venderme. Prefiero quedarme en este lugar toda mi vida o entrar de mozo en un café, sentar plaza de soldado o ser cualquiera otra cosa. Y no creas que estoy tan desesperado. Pues qué, ¿no tengo yo porvenir? Puedo ir a Madrid, obtener un empleo, ser abogado, ser periodista ¿quién sabe si llegaré a Ministro de la Corona o Embajador en París?

LUISA.-  Todo eso es posible: pero es mucho más fácil con dinero que sin dinero. Usía puede saltar y encaramarse hasta donde se le antoje, pero los millones de Doña Ramona son un buen trampolín para dar el salto, y sería necedad que usía los desdeñase cuando le brindan con ellos.

ALFREDO.-  No me atormentes. O he de saltar sin ese trampolín o no he de saltar. Aunque entre Doña Ramona y yo no te hubieras tú interpuesto, no me casaría yo con esa india brava.

LUISA.-  Nadie diga de este agua no beberé. No maldiga usía de su futura. Quien habla mal de la pera es quien se la lleva. Ya se ablandará el señorito. Su mamá se lo rogará. ¿Será usía tan duro de entrañas que no ceda a los ruegos maternales?

ALFREDO.-  ¿Te burlas de mí y me provocas? Pues he de vengarme: voy a sellar los labios que tales blasfemias profieren.   (Persigue a LUISA para abrazarla y ella huye, corriendo alrededor de la mesa y butacas que puede haber en el centro de la sala.) 

  -308-  

LUISA.-   (Huyendo y esquivándose de ALFREDO.)  Ea, no sea usía atrevido. Mire que chillo. Mire que doy un escándalo. Mire que me pone en la dura necesidad de irme de su casa.

 
(Suena un fuerte campanillazo.)

 

ALFREDO.-  ¡Llaman a la puerta!

LUISA.-  Es la señora condesa que vuelve de misa. Váyase usía y tenga juicio si quiere que me calle y no le acuse.

 
(Sale ALFREDO.)

 


Escena II

 
LUISA. La CONDESA. El PADRE CLEMENTE.

 

PADRE CLEMENTE.-  ¡Hola, hola sobrinita! Dios te bendiga. Estás colorada como una amapola... jadeante. ¿Qué diablos estabas haciendo?

LUISA.-  Pues... planchaba, y como hace mucho calor y había tanta lumbre en el anafe...

CONDESA.-  Ya te he dicho, hija mía, que no quiero que trabajes demasiado. Al fin no estoy yo tan pobre que no pueda mantener cuantas criadas sean indispensables para que planchen y cosan y se empleen en otros menesteres. Tú no estás aquí como mi criada, sino como mi compañera y amiga.

PADRE CLEMENTE.-  Mil gracias por tantas bondades, señora condesa. Entre correr y estar parado   -309-   hay un medio... Yo no he sacado a mi sobrina del convento de Cádiz para que sirva como criada; pero no quiero tampoco que sea completamente inútil... Por otra parte, a las mocitas solteras les conviene andar ocupadas y no estar mano sobre mano. La ociosidad es madre de los vicios, y contra las niñas que no trabajan suelen acudir algunos diablillos traviesos y suelen asaltarlas con empecatadas imaginaciones y peores pensamientos. Soy, pues, de parecer, que Luisa debe trabajar; pero no con tanta fuga ni sofocándose tanto como, por lo visto, trabajaba y se sofocaba hace poco. De seguro que en el convento no trabajaba con tanta vehemencia. Vete, hija, trabaja moderadamente y déjanos solos, porque la señora condesa y yo tenemos que hablar de asuntos que requieren cierto sigilo.

 
(LUISA se va por la izquierda.)

 


Escena III

 
La CONDESA. El PADRE CLEMENTE.

 

PADRE CLEMENTE.-  Ya se fue mi sobrina; ya estamos solos. Grande es mi curiosidad de oír lo que tiene que decirme la señora condesa.

CONDESA.-  Con sobrada razón se dice: bien vengas mal si vienes solo. ¡Ay, querido Padre   -310-   Clemente! Siéntese usted y óigame. Las desazones caen sobre mí como llovidas. Todo se lo confío a usted; usted es mi paño de lágrimas. No hay día en que no nazca en mi mente un temor y en que no me mueva una esperanza. Poco me importa a mí la pobreza. Resignada estoy a vivir modestísimamente en este lugar todo el resto de mi vida, con los poquísimos bienes que me quedan. Pero, ¿cómo condenar a Alfredo a encerrarse aquí para siempre? Y enviarle a Madrid sin un ochavo me repugna y me parece indigno... ¿Qué va a hacer en Madrid de condecito perdido? ¿Ha de ir de antesala en antesala pordioseando un empleo? ¿Podrá y sabrá ser pasante en el bufete de un abogado, o entrar en la redacción de un periódico? Estos humildes recursos se avienen mal con un título tan ilustre como el suyo.

PADRE CLEMENTE.-  En efecto, no va bien el Don con el tiruleque; pero señora, ¿por qué ha de ser tan testarudo Alfredito? ¿No ve el cielo abierto? ¿Por qué no se cuela en él de rondón? No lo dude usted, la nietecita de Don Tadeo está (entiéndase esto en sentido espiritual), más blanda que una fresa. Si el señorito apechuga con ella, habrá bodorrio. Y entonces que le pinchen ratas. Alfredito será un Creso, un Fúcar, un Rothschild, y lo que es el sacrificio yo no lo veo. La señorita doña Ramona es un primor. Cualquier joven, por soberbio   -311-   y descontentadizo, que sea, podría con gusto casarse con ella sin millones... Conque... con millones... no digamos... Miel sobre hojuelas.

CONDESA.-  Cuanto dice usted es cierto. Conozco que mi hijo podría y debería casarse con la señorita doña Ramona, y sin embargo, yo casi desisto de hacerle entrar por el aro. El chico es muy apegado a su opinión y muy autónomo. Cuando una vez dice que no, no hay fuerza humana que le haga decir que sí. Me parece que no tendré nunca por nuera a Doña Ramona. Confieso que esto me apesadumbra, pero ahora ocurre algo que me apesadumbra más y que me sobresalta y me tiene llena de miedo. Voy a revelárselo a usted para que, ya que no me remedie y ampare, al menos me consuele.

PADRE CLEMENTE.-  Diga usted, señora condesa. Lo que me diga será como si cayese en un pozo. Yo lo callaré como secreto de confesión.

CONDESA.-  Pues bien: desecharé la vergüenza y se lo confesaré a usted todo. Siempre he amado en extremo a mi difunto marido. Hubo, no obstante, o mejor diré, por lo mismo, una época en los últimos años de nuestro matrimonio en que el Conde me tenía desesperada, humillada, celosa y furiosa con sus públicos galanteos y con las indignas rivales por quien me había abandonado. Tuve entonces el perverso propósito de vengarme o de   -312-   trocar al menos su desprecio en ira y hacerle pagar celos con celos.  (El PADRE CLEMENTE se cala las gafas, fijando más la atención en la CONDESA.) 

PADRE CLEMENTE.-  Peligroso y resbaladizo propósito. Qui amat periculum in illo perit.

CONDESA.-  No hay para qué me eche usted latines, Padre. Dios me tuvo de su mano, y si resbalé un poco, no caí, ni tropecé siquiera. Sólo he flirteado.

PADRE CLEMENTE.-   (Con extrañeza.) ¿Flirteado?... ¿Y qué significa eso?

CONDESA.-  Flirtear significa... timarse, poner y tomar varas...

PADRE CLEMENTE.-  Pues, hija mía, ahora lo entiendo menos. Esos parecen términos de tauromaquia.

CONDESA.-  No, Padre. Son términos que están de moda en Madrid y valen tanto como coquetear, dar esperanzas a los enamorados, provocarlos con miraditas lánguidas o recibir bien las que ellos nos dirijan, etcétera.

PADRE CLEMENTE.-  Si he de hablar con sinceridad, eso me parece detestable, y casi casi tan pecaminoso como lo otro, porque si no se comete el pecado se finge la voluntad o la disposición de cometerlo, y sólo se evita incurriendo en otros pecados graves también, aunque algo menores, como son el engaño y la excitación de las malas pasiones en el alma del prójimo.

  -313-  

CONDESA.-  ¡Por amor de Dios, Padre Clemente! No sea usted tan severo. No sabe usted lo que es estar humillada y celosa. A mí me pretendía, me perseguía, pugnaba por enamorarme uno de los hombres más guapos y más a la moda de cuantos hay en Madrid, un elegante de primera magnitud, celebrado de valiente, discreto y dichoso en amores. Y esto era cuando el Conde hacía gala de otros amores suyos y me convertía en blanco de las burlas o de la humillante compasión de las gentes. ¿Cómo quería usted que pudiese yo resistir por completo a la tentación de mostrar que también era amada y obsequiada? ¿Cómo rechazar ásperamente a quien se me mostraba rendido? Alguna disculpa tiene mi falta.

PADRE CLEMENTE.-  Dios es misericordioso y todo lo perdona; pero para conseguir el perdón lo mejor es no disculparse, sino confesarse culpada.

CONDESA.-  Pues bien: confieso sin disculpa que coqueteé y no poco con el Marqués del Majano. Él, que está muy engreído y mimado, se las prometió felices. Esperaba de mí... lo que yo no creo haberle prometido. Se interrumpieron aquellos coqueteos sin compromiso ni disgusto, porque mi marido enfermó de su última enfermedad y murió poco después. Ya viuda yo, el Marqués ha vuelto a perseguirme con encarnizamiento. Su audacia ha llegado hasta el punto de venirse a este   -314-   lugar en mi busca; aquí está desde hace cuatro o cinco días. No puede usted figurarse cuánto me compromete. Alfredito tiene el genio poco sufrido; puede enfadarse con el Marqués y tener un lance, y el Marqués es un espadachín de siete suelas. ¿Qué haremos, Dios mío?

PADRE CLEMENTE.-  Lo que es ahora no veo dificultad en lo que hay que hacer. Todo depende de los sentimientos de usted. Si el Marqués no le parece saco de paja, ya no hay ley humana ni divina que se oponga a que usted acepte y tome el saco.

CONDESA.-  ¡No faltaba más! Ni yo gusto del saco ni quiero tomarlo.

PADRE CLEMENTE.-  Pues entonces no siga usted siendo retrechera. Desengáñele y despídale.

CONDESA.-  ¿Y cómo? Es tan atrevido como testarudo. ¡Ay! Abomino de mi flirteo.

PADRE CLEMENTE.-  Sin duda que el flirteo ha sido la causa de este mal. Pongámosle como remedio el bronquis.

CONDESA.-  ¿Y qué significa el bronquis?

PADRE CLEMENTE.-  El bronquis es un vocablo andaluz, tan ignorado de usted como el flirteo era ignorado de mí. Bronquis viene de abroncar. Para evitar desazones y escándalos, tal vez sea lícito y hasta meritorio abroncar al Marqués, a fin de que se largue y no turbe la paz inocente de nuestro campestre retiro.

  -315-  

CONDESA.-  Todavía estoy a obscuras. ¿Qué entiende usted por abroncar al Marqués?

PADRE CLEMENTE.-  Un chiste andaluz algo salado. Mi ahijado Currito, el sacristán, sabe de este oficio como nadie. Él abroncó a un joven coadjutor que yo tuve, y es capaz de abroncar al lucero del alba.

CONDESA.-  ¿Y qué hizo para abroncarle?

PADRE CLEMENTE.-  Poco o nada de muy terrible. El coadjutor era un teólogo, gallardo mozo, muy fino y atildado, y para predicar tenía un pico de oro. De aquí que las mujeres anduviesen algo alborotadas y más devotas de lo justo. Los padres, maridos y hermanos se mostraban inquietos. Currito se prestó a remediar el mal; abroncó al coadjutor, y el coadjutor traspuso.

CONDESA.-  Pero, ¿de qué medio se valió?

PADRE CLEMENTE.-  De un medio muy sencillo: oculto con mucha maña, se entretuvo en disparar de vez en cuando, con pólvora sola, algunos tiritos contra el teólogo cuando éste más descuidado estaba. Se dice que Currito, si el aviso hubiese sido insuficiente, había pensado en echar en la escopeta, además de la pólvora, algunos granos de sal, que bien aplicados en las espaldas, y sin producir lesión orgánica, mortificasen la carne pecadora. Pero no fue menester tanto; a los pocos días del tiroteo, el coadjutor se dio por avisado y tomó   -316-   la del humo y se fue a otro lugar donde los hombres fuesen más cachazudos y pacientes. ¿Cree usted, señora condesa, que convenga abroncar al Marqués?

CONDESA.-  ¡Ave María Purísima! Padre Clemente, usted se chancea. ¿Cómo había de aplaudir yo semejante barbaridad?

PADRE CLEMENTE.-  Entonces, no hay otro recurso que aguantar al Marqués y hartarle de desdenes y desengaños hasta que se canse y se vaya.

CONDESA.-  Eso haré. Dios me dé valor para ello.

PADRE CLEMENTE.-  Dejemos ya los asuntos graves o tristes y regocijémonos para celebrar los días de la señora condesa. He sabido que Don Tadeo y el Marqués han enviado a la señora condesa sendos ramos de flores. Ambos son hermosísimos.  (Se acerca a los ramos y los mira y los huele.)  Pero yo no quiero ser menos. Currito, que además de ser sacristán es mi jardinero, debe aparecer pronto con un ramo cogido en mi huerto. Yo espero que vencerá a esos dos.

CONDESA.-  Mil gracias. Para celebrar mis días tengo convidados a comer, a la una, al uso de estos lugares, que es la hora en que en Madrid se almuerza, a Don Tadeo y a su nietecita... y... no he podido evitarlo, también al Marqués. Hónreme usted, comiendo igualmente conmigo, y así bendecirá la mesa.

  -317-  

PADRE CLEMENTE.-  Acepto con mucho gusto. Falta poco más de una hora. Me voy, porque tengo que hacer en casa, y volveré pronto; pero antes tengo que decir cuatro palabras a Luisa.

CONDESA.-  Voy a enviársela a usted. Adiós, hasta ahora.  (Sale la CONDESA.) 



Escena IV

 
El PADRE CLEMENTE.

 

PADRE CLEMENTE.-  ¡Vanitas vanitatum! ¿Hay nada en el mundo más vano que la mujer, y sobre todo, cuando es Condesa? El Marqués tal vez vendrá aquí para perseguirla, pero ya no le dará mucho que hacer. La Condesa lo ignoraba y se empeña en ignorarlo, pero el Marqués ha venido principalmente a renovar por quinta vez el pagaré de cuatro mil duros que debe a Don Tadeo. Ha venido por atún y a ver al Duque. El pagaré es el atún. El Duque es la opulenta nietecita. Don Tadeo fue a Cádiz, un mes ha, para recibirla cuando ella, en su dorada orfandad, llegó de Buenos Aires. Luego se la trajo a este lugar para que vea las fincas que le ha comprado y tomara posesión de ellas. Mas, aquí viene Luisa.  (Entra LUISA.) 


  -318-  

Escena V

 
El PADRE CLEMENTE. LUISA.

 

LUISA.-  ¿Qué me quiere usted, tío?

PADRE CLEMENTE.-  Que me digas cómo van tus asuntos.

LUISA.-  A escape; más a escape de lo que yo pensaba. El Conde detesta a Ramona. A mí me tiene más enamorada cada día. Es un dije. No puede usted figurarse cuán desatinadamente está prendado de mí. No me deja un instante de sosiego. ¡Cómo me acosa, cielos! Tengo que andar siempre corriendo, escabulléndome, escapando. Es gran fatiga. Y es gran peligro, además. Cuando estoy más descuidada, me lo encuentro de manos a boca, ya en la escalera, ya en un corredor, ya en un pasillo obscuro. Esto no puede seguir. Tengo que apelar a la fuga. Esta noche me fugaré entre nueve y diez y me iré a casa de usted. Como usted no tendrá nada preparado para alojarme, quedará explicado y justificado el que me lleve al punto a vivir a casa de Don Tadeo, al lado de Ramona. Veremos entonces si Alfredito persiste en acosarme con la decisión firme y honrada que yo deseo. Por lo pronto, estoy segura que no se rendirá al interés y de que seguirá desdeñando a Ramona.

  -319-  

PADRE CLEMENTE.-  Sé todo esto y sé, además, que a Ramona le ha salido otro novio.

LUISA.-  ¿Cómo otro novio? Por mi cuenta le han salido dos.

PADRE CLEMENTE.-  Yo sé de uno. El marqués anda por ella que bebe los vientos. ¿Quién es el otro?

LUISA.-  El otro no se hubiera atrevido nunca, sin provocación y estímulo, a poner tan alta la mira; pero Ramona le alienta y le alborota con miradas incendiarias, con algunos solapados favores y con indirectas del Padre Cobos.

PADRE CLEMENTE.-  ¿Y quién es ese feliz mortal?

LUISA.-  ¿Quién ha de ser sino su ahijado de usted Currito, cuya sana robustez, bríos y gallardía han cautivado el corazón de Ramona, inclinadísimo a los valientes y a los briosos?

PADRE CLEMENTE.-  ¿Qué me dices, mujer? Me dejas maravillado. Y ¿qué piensa de todo esto Currito?

LUISA.-  ¿Qué ha de pensar, sino triunfos? Está encantado. Está enamoradísimo. Ramona cree, y yo lo creo también, que se casaría con ella, aunque en lugar de ser millonaria estuviese, por pobre, en el hospicio.

PADRE CLEMENTE.-  ¿Qué presumes tú que resultará de este enredo?

LUISA.-  Resultará... resultará... Ya lo verá usted. Todo ha de arreglarlo la chacha Jacintica, el ama   -320-   de llaves de Don Tadeo. Es muy lista, y, como viuda de un sargento de la guardia civil, se pinta sola para policías y tramoyas. En buenas manos está el pandero. Lo que ha de sonar, sonará dentro de poco. Conque, adiós. Y si no nos vemos durante el día, no se olvide usted de mí y aguárdeme en su casa entre nueve y diez de la noche.

PADRE CLEMENTE.-  Adiós, hija. Pronto volveré a comer aquí. Te aseguro que tengo la conciencia atribulada por haberme metido, por amor tuyo, en estas intrigas, tan impropias de mi estado. Adiós.  (Sale el PADRE CLEMENTE.) 



Escena VI

 
LUISA.

 

LUISA.-  Gran curiosidad tengo de ver lo que pasa en el banquete de hoy. Apuradísimo va a estar el Marqués del Majano. Estará (aunque sea pícara comparación) como burro, no entre dos, sino entre tres piensos. ¡Tremendo conquistador es el tal marqués! Pretende a la Condesa, continuando los antiguos coqueteos que tuvo con ella en Madrid; por sus millones trata de enamorar a Doña Ramona; y lo que es yo, bien puedo estar orgullosa, ya que, sin antecedentes ni condado, ni dinero, le he dado flechazo y me requiebra y se me declara cada vez   -321-   que me ve. Si Alfredito lo nota va a ponerse celoso y será capaz de dar un escándalo.  (Suena un campanillazo.)  Está de Dios que he de ser portero en esta casa. Sin duda será Currito con el ramo de flores, presente del señor cura. Voy a abrirle y voy a dejar la puerta abierta para no tener que abrir a los convidados, que pronto irán llegando. La gente es de fiar en esta tierra; y, además, si hubiera ladrones, buen chasco se llevarían. ¿Qué habían de robar; como no me robasen a mí o a Alfredito que somos aquí las joyas de mayor precio?  (Sale a abrir y vuelve seguida del marqués.) 



Escena VII

 
LUISA. El MARQUÉS. Después CURRITO y ALFREDO.

 

LUISA.-  Señor marqués, modere usía sus ímpetus y no sea tan agresivo. ¿Qué pensaría y que diría la señora condesa si tan alborotado le viese a causa de ésta su casi sirvienta? ¿Qué pensaría y qué diría la señorita doña Ramona, a quien el marqués hace también la corte?

MARQUÉS.-  ¿Qué disparates dices, muchacha? Yo no gusto más que de ti en este lugar. Las amabilidades que digo a Doña Ramona y a la Condesa son finuras propias de un caballero galante, que debe ser así, según es uso en la corte.

  -322-  

LUISA.-  ¿Qué empecatados usos cortesanos son esos? ¿Acaso está bien que engría el señor marqués, que engañe y tal vez seduzca a tres pobrecitas mujeres, causando a la postre un terrible desengaño a cada una de ellas, que sabe Dios si después de desengañadas se morirían de desesperación?

MARQUÉS.-  No te burles de mí, Luisita, que no lo merezco. No es mi intención engañarte; pero, aunque lo intentara, no lo conseguiría. Más sabes tú que las culebras. No fueron malas las teologías que en el convento de Cádiz te enseñaron las benditas madres.

LUISA.-  Como me enseñaron el santo temor de Dios, me quitaron todo el miedo que pueden inspirar las más tremendas de sus criaturas. Aunque fuese usía el mismísimo diablo estaría yo tan fresca y tan confiada, y no tendría el menor recelo de que usía me llevase. Con todo, aunque usía no me amedrenta, puede cansarme de sus requiebros. Cállese, pues, y no me canse, a fin de que yo me calle también y no revele, ni a doña Ramona ni a la señora condesa, los atrevimientos de usía y sus repetidos conatos de infidelidad.

MARQUÉS.-  ¿A quién no sería yo infiel por ti, hermosa Luisa? Te aseguro que ni en Madrid, ni en París, ni en Londres, he tratado y admirado más gentil y elegante dama que tú.  (Entra CURRITO con el ramo en la mano, mientras que el MARQUÉS sigue hablando a LUISA   -323-   con el mayor entusiasmo.)  Yo te admiro, Luisa. Compadécete de mí; quiéreme. ¿No ves que me tienes hecho un volcán?

CURRITO.-  ¡Fuego, Dios mío, fuego! El Marqués es una fragua. Aléjate de él, muchacha, no sea que te derritas.

MARQUÉS.-  ¿Cómo se ha colado usted aquí, sin decir oste ni moste? ¿Cómo interviene usted en nuestra conversación?

CURRITO.-  Me he colado porque la puerta estaba de par en par, y tomo parte en la conversación porque soy el sacristán y cuido de todos los santos y santas que hay en la iglesia, y Luisa es santa de mi devoción, es muy milagrosa y merece todo el cuidado que yo pongo en ella, por ella y por el señor cura.

MARQUÉS.-   (Aparte.)  Más vale no contestar a este mostrenco insolente y rústico. Ahí viene Alfredito y me importa que de nada se entere.

ALFREDO.-   (Entrando por el foro.)  Buenos días, señor marqués.

MARQUÉS.-  Señor conde, muy buenos días.

ALFREDO.-  Mi madre creo que anda todavía ocupada y no podrá salir en seguida. En vez de aguardarla aquí véngase usted a mi cuarto y allí aguardaremos hasta que vengan don Tadeo y su nieta.

MARQUÉS.-  Estoy a las órdenes de usted.  (ALFREDO y el MARQUÉS salen por el foro.) 


  -324-  

Escena VIII

 
LUISA y CURRITO.

 

CURRITO.-  ¿Dónde pongo este ramo de flores, que de parte del señor Cura traigo para la señora Condesa?

LUISA.-  Pues ponlo aquí, en este vaso de porcelana, preparado ya con agua para que se mantenga fresco.

 
(Currito coloca el ramo en el vaso.)

 

CURRITO.-  Estaba deseando hablarte. Has de saber que estoy tan inquieto, aunque sea mala comparación, como burro a quien echan azogue en las orejas. Doña Ramona es muy retrechera. Es más mala que la quina. ¿Por qué se ha complacido en sacarme de mis casillas, para burlarse de mí y no hacerme caso? Su casa está cerrada y bien guardada. Allí no me cuelo como me cuelo aquí. No puedo verla; no me recibe. Y, entretanto, ese Marqués la visita, la pretende y quizás la enamora. Yo voy a perder los estribos y no voy a saber contenerme, y voy a agarrar un garrote, y casi involuntariamente, sin saber lo que hago, le voy a deslomar.

LUISA.-  Hombre, no seas bárbaro, no deslomes a nadie. Yo te ayudaré y triunfarás. Voy a ponerte en mi secreto. Te lo diré con todo sigilo. Esta noche,   -325-   a las diez, estaré yo en casa de doña Ramona. Ve por allí. Canta una copla de fandango para que yo te oiga, y en seguida te abriré la puerta. Entrarás, y yo te prometo que hablarás con doña Ramona. Ya ves a lo que me allano por ti.

CURRITO.-  Mi gratitud será eterna.

LUISA.-  La señora condesa llama. Ea, lárgate. Hasta la vuelta.

CURRITO.-  Hasta la noche.



 
 
FIN DEL ACTO PRIMERO
 
 


  -326-     -327-  
ArribaAbajo

Acto II

 
Sala en casa de DON TADEO. La puerta de entrada a la derecha. Otra puerta, a la izquierda, que da al interior de la casa. En el fondo dos balcones que dan al jardín, y entre ambos balcones la puerta de una alacena o ropero grande, sobre la cual habrá una claraboya bastante capaz para sacar por ella la cabeza. Sillas, un sofá, una mesa con un reloj y con jarros de flores y otros muebles que parezcan bien y convengan al adorno de la sala. Es de noche. Uno de los balcones está abierto, dejando ver el resplandor de la luna en una apacible y serena noche de verano. Sobre la mesa hay una lámpara encendida.

 

Escena I

 
Entran LUISA y RAMONA.

 

LUISA.-  No sé cómo he podido permanecer hasta después de las nueve en casa de la Condesa, sin que ella se enterase de todo y se malograse mi plan. Ahora veremos si Alfredito me da la última y más segura prueba de amor de que yo necesito para quedar contenta. Tú quedarás contenta también. La chacha Jacinta y yo hemos trazado el plan y preparado las cosas del modo más conveniente.

RAMONA.-  Cuidado con que yo no aspiro a ser Marquesa. Mi modesta ambición se limita a que Currito me ame por mí y no porque imagine que va a hacerse dueño de un inmenso caudal.

LUISA.-  No temas. Todo quedará demostrado.   -328-    (Suenan las diez en el reloj.)  Las diez. Currito no tardará en llegar.  (Se oye el rasgueo de una guitarra y cantan desde fuera esta copla de fandango.) 

VOZ DE FUERA
El cuerpo me hiede a humo
Y el corazón a puñales
Y la sangre de las venas
Rabiando porque no sale.

LUISA.-  ¡Qué horror, hija mía! Tu adorador está tremendo. Ea, déjame sola, que voy a abrirle.

 
(Se va RAMONA por la puerta de la izquierda y LUISA por la de la derecha. La escena queda por un momento vacía).

 


Escena II

 
LUISA seguida de CURRITO que aparece con la guitarra y armado de un fiero garrote.

 

LUISA.-  Qué tontería, muchacho. Si no fuese por la guitarra te parecerías a la sota de bastos.

CURRITO.-  Hombre prevenido nunca fue vencido. Este bastoncito me presta cierta autoridad y me sirve de apoyo.

LUISA.-  Conste que yo no sabía que venías tan bien armado. Si lo hubiera sabido no te dejo que entres.

CURRITO.-  No tendrás de qué arrepentirte. Yo no abusaré de mis fuerzas ni de mis armas, y las emplearé sólo en caso de absoluta necesidad y para mi propia defensa.

  -329-  

LUISA.-  Eres buen chico. El cielo, por mi medio, premiará tu paciencia, tu prudencia y todas tus otras virtudes. Esta noche verás y hablarás a Doña Ramona; pero conviene aguardar la ocasión propicia. Escóndete en esta alacena.  (Le lleva hacia ella, abre, le hace entrar y entorna la puerta.)  No te encierro. La puerta queda entornada; pero no salgas mientras yo no te llame o mientras no creas que alguna persona, de ti muy querida, se halla en peligro inminente.

CURRITO.-   (Desde dentro de la alacena entornada.) Mi guitarra queda fuera, sobre una silla. El garrote me lo guardo por lo que pueda ocurrir.

LUISA.-  Ten calma y juicio.  (Retirándose y hablando consigo misma.)  Esta chacha Jacintica es peor que Barrabás. Tiene citado al Marqués para que conquiste por asalto el vellocino de oro. Dentro de poco escalará la tapia del jardín y subirá por este balcón. No quiero que me halle aquí. Ramona y yo estaremos a la mira. Bueno será que reciba una lección, pero que no sea muy dura.  (Vase por el lado izquierdo.) 



Escena III

 
CURRITO, MARQUÉS.

 
 
(El MARQUÉS sube por el balcón y entra en la sala.)

 

MARQUÉS.-  El amor y la fortuna protegen a los audaces. No veo a nadie. ¿Habrá querido burlarse   -330-   de mí la chacha Jacintica? Me prometió estar aquí aguardándome; ¿por qué no está? ¿por qué tarda en venir? Aguardaré un momento y si no viene, me lanzaré, sin miedo, a buscarla por toda la casa.

CURRITO.-   (Desde la alacena y asomando la cabeza por la claraboya.)  ¿Habrase visto mayor atrevimiento? Ganas tengo de salir y de deslomarle a garrotazos. Pero no, mátele Dios que le crió. En el fondo, yo soy bonachón y pacífico. Apelemos a las estratagemas y a los medios suaves.  (Sale cuidadosamente de la alacena y va de puntillas a ponerse detrás del MARQUÉS.) 

MARQUÉS.-  Empiezo a impacientarme.

CURRITO.-  Pues ya tendrá usía que impacientarse durante mucho más tiempo del que imagina.

 
(Al decir esto, CURRITO se lanza por la espalda sobre el MARQUÉS y le agarra con fuerza por ambos brazos. El MARQUÉS tiene un bastón de estoque, pero, aunque ha podido sacarle, no le vale de nada.)

 

MARQUÉS.-  ¡Traidor! ¡Infame!

CURRITO.-  Ladrón. Salteador nocturno. Deja caer al suelo ese estoque y si no te reviento.

MARQUÉS.-  ¡Voto a una legión de demonios, qué fuerza tan bestial tiene este tagarote! Me deshace los brazos. Me obliga a ceder.  (El MARQUÉS tira al suelo el estoque y CURRITO le alza en volandas, le lleva a la alacena, le encierra y echa la llave.) 

MARQUÉS.-   (Asomándose por la claraboya.)  Abra usted o grito. Usted me las pagará todas juntas. Abra usted o grito.

CURRITO.-  Si grita usted será peor. Si viene   -331-   gente, le tomarán al principio por un bandido y cuando conozcan en usted al Marqués del Majano, será usted el hazmerreír de todo el mundo y mi burla será aplaudida.

MARQUÉS.-  No será. No será; yo mataré a usted antes de un tiro de revólver.

CURRITO.-  Eso se dice, pero no se hace. El señor Marqués es muy católico cristiano y tiene muy buena crianza, para convertirse en asesino.

 
(Salen LUISA y RAMONA.)

 


Escena IV

 
Dichos, LUISA y RAMONA.

 

LUISA Y RAMONA.-   (A dúo.) ¡Gloria, al vencedor! ¡Bien por Currito!

RAMONA.-   (Adelantándose.)  Señor Marqués, éste es justo castigo que se le impone por haber escalado mi casa, por haberse fiado de una infiel y pérfida servidora, y por haber querido ganarse mi voluntad, apelando a la astucia, a la violencia y a otros medios inicuos. Breves instantes permanecerá usted encerrado ahí si nos promete perdonar el pequeño agravio que se le ha hecho y no aspirar a la venganza. De lo contrario mi abuelito lo sabrá todo y daremos parte al señor Alcalde, y nosotras dos y las criadas de casa, y la misma   -332-   chacha Jacintica, arrepentida de su fechoría, declararemos que Currito le encerró a usted ahí creyéndole un malhechor y para defender nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro decoro. Créanos usted, pelillos a la mar y perdone la broma, aunque algo pesada. En los lugares, como no hay teatros ni bailes ni grandes tertulias, es necesario apelar, para entretenerse, a este y otros candorosos jugueteos. Con que... sea usted magnánimo... y perdónenos.

LUISA.-  Écheme usted a mí toda la culpa, señor marqués; dénos su palabra de caballero de que nos perdona, y al punto se le dejará salir.

MARQUÉS.-  Cruel ha sido la burla, pero reconozco que lo mejor es aguantarla y perdonarla. Doy mi palabra de honor de que la perdono y de que no procuraré vengarme.

LUISA.-  Entonces, yo te absuelvo, te liberto y te redimo.  (LUISA abre la puerta de la alacena y pone en libertad al MARQUÉS.) 

MARQUÉS.-  Después de todo, aun tendré que dar a ustedes las gracias.

LUISA.-  Pues con mayor motivo me las dará cuando sepa la ventura que le tengo preparada. Don Tadeo duerme a pierna suelta en un extremo de esta casa, sin oír ni sospechar el jaleo que estamos armando. En la sala estrado que está inmediata, se encuentra la chacha Jacintica, como   -333-   venerable dueña, muy a propósito para imponer respeto a ustedes y para refrenar en otros la maledicencia. Vayan ustedes, pues, a la sala estrado y entreténganse conversando entre sí y con la chacha Jacintica, como los cuatro más juiciosos personajes del mundo. Yo necesito quedarme aquí sola, por breves instantes, para dar cima a una aventura que tengo empezada. Yo también tengo aventuras. No es sólo mi señora doña Ramona quien las tiene. Ea, largo de aquí.  (LUISA empuja a los tres y los echa de la escena por el lado izquierdo.) 



Escena V

 
LUISA, y en seguida DON TADEO de bata y con gorro.

 

DON TADEO.-  ¡Válgame Dios, Luisa! Dudo mucho de que en toda la superficie de la tierra haya una niña más mimada, más consentida, más caprichosa y más extravagante que tú. Es abominable la tramoya que estás armando. A Currito y al Marqués los has puesto en ocasión de que se rompan el bautismo. Y todavía no has acabado; ¿qué es lo que pretendes ahora?

LUISA.-  Pretendo ver claro, claro, que él me quiere, que él me adora, que es todo mío, por mí y solo por mí. Harto sabe usted lo que tengo dispuesto.   -334-   Váyase por ahí y aguarde la ocasión, que no tardará.  (LUISA empuja a DON TADEO y le echa de la escena por el lado derecho, hacia donde se supone que está la puerta que da a la calle.) 

DON TADEO.-  ¡Qué vergüenza! Tú me llevas y me traes como un zarandillo.



Escena VI

 
LUISA sola.

 

LUISA.-  La chacha Jacintica le dijo que daría tres palmadas y que esta sería la señal para que él saltase la tapia, y luego, desde el jardín, se encaramase hasta el balcón que está abierto y entrase en esta sala. Haré de chacha Jacintica. Entiéndase que no soy yo quien da las tres palmadas, pero las doy. ¿Sonarán bastante? ¿Las oirá bien? Probemos.  (Da las tres palmadas, procurando que suenen.)  Sonaron. ¿Las habrá oído?... Sí, las oyó, las oyó. Ya está en lo alto de la tapia. ¡Ay, Dios mío, que no se caiga! Qué mala soy; en qué peligro le pongo... pero no, ya está en el jardín como si tal cosa. Ya va a subir... ya sube. Me escondo para que no me vea y para que imagine que no le veo. Me haré la distraída y la sorprendida.  (Vuelve la espalda al balcón y se pone en medio de la sala. Aparece ALFREDO en el balcón, entra en la sala de un brinco, ve y reconoce a LUISA y viene a hincarse de rodillas delante de ella.) 


  -335-  

Escena VII

 
LUISA. ALFREDO.

 

LUISA.-  ¡Qué atrevimiento, qué avilantez, señor conde; ni aun refugiada en esta casa estoy segura de su tenaz persecución! ¿No se arredra usted al considerar que vivo al lado de la que le destinan por esposa?

ALFREDO.-  Luisa, perdóname y no me atormentes. Yo no pretendo ni he pretendido nunca a doña Ramona. Yo me muero de amor por ti y sólo a ti daré mi mano, mi vida y mi alma. Dime que me amas o mátame.  (Toma la mano de LUISA y se la besa.) 



Escena VIII

 
Dichos y DON TADEO, la CONDESA y el PADRE CLEMENTE, que entran de súbito por el lado derecho.

 

PADRE CLEMENTE.-   (Señalando con el dedo el grupo que forman los dos amantes.)  ¿Lo ve usted, señora condesa? ¿Lo ve usted? Era indispensable que usted lo viese para que se convenciera de que yo no sueño ni deliro. Su hijo de usted persigue a mi inocente sobrina y quiere hacerla víctima de su seducción.

CONDESA.-  ¿Qué abominable extravío es el tuyo? ¿A qué malvadas desenvolturas te has entregado?   -336-    (Para sí.)  Y entretanto, ese infame Marqués del Majano, que fingía amarme y perseguirme, se casará con la millonaria. No sé cómo lo sufro.

DON TADEO.-  Caballerito, usted ha faltado al respeto que a mis canas se debe y ha venido a atropellar y a desautorizar mi casa.

ALFREDO.-   (Levantándose y dirigiéndose a los tres.)  Ea, señores. Baste ya de reprimendas. Yo no falto al respeto a nadie, ni atropello, ni seduzco, ni gasto malvadas desenvolturas. Estoy perdidamente enamorado de Luisa y quiero casarme con ella, y con ella me casaré, esperando que el Padre Clemente me conceda su mano y que mamá me dé su permiso. Pido, pues, permiso a mamá, y al Padre Clemente la mano de su sobrina.

PADRE CLEMENTE.-  ¿Y tú, Luisita, ¿te callas? Y tú, ¿qué dices?

LUISA.-   (Que habrá estado muy modesta, avergonzada y con los ojos bajos.)  Yo... ¿qué he de decir? Que sea lo que Dios quiera... que se cumpla su santa voluntad.

PADRE CLEMENTE.-  Y sobre todo si está de acuerdo con la tuya; pero es el caso que... mi sobrina no tiene dote. Lo más que puedo yo darle es media peseta de las dos que gano al día, entre sueldo, pie de altar y otras obvenciones. Brillante papel harán estos Condes en la corte con tales rentas.

CONDESA.-  Sí, Alfredito; sí, Luisa; consideradlo bien. Es enorme desatino lo que pretendéis.

  -337-  

ALFREDO.-  Será desatino enorme, pero es mi voluntad. Mi amor es invencible y de él depende mi dicha. Yo no necesito ir a la corte. Jamás saldremos de este lugar. Nuestra vida será un perfecto idilio.

PADRE CLEMENTE.-  Pues si es así, que se casen. ¿Consiente usted en que se casen señora condesa?

CONDESA.-  Consiento en que se casen ya que no hay otro remedio.

DON TADEO.-  Sí le hay. El remedio le dará doña Ramona.  (Alzando la voz.)  Doña Ramona, ven aquí.



Escena IX

 
Dichos y DOÑA RAMONA que sale seguida del MARQUÉS y de CURRITO.

 

DOÑA RAMONA.-  ¿Qué me manda usted, señor don Tadeo?

DON TADEO.-  Que me digas qué puedes dar a Luisa que pronto se casará con el Conde.

DOÑA RAMONA.-  Pues le doy todos los bienes muebles e inmuebles, rentas, fondos públicos, etcétera, etc., que ella debe poseer como hija legítima del yerno y de la hija del señor don Tadeo, de todo lo cual me había yo apoderado injustamente, y al devolvérselo, vuelvo a ser la hija, legítima   -338-   también, de la chacha Jacintica, sin otros bienes que los que me quiera dar la chacha de sus pobres ahorros.

DON TADEO.-  Pues yo, además, te doy cuatro mil duros de dote cuando te cases, pues no está bien que te quedes tan pobre después de haber sido tan rica.

MARQUÉS.-  Ya me explico el inverosímil desdén con que me ha tratado esta palurda. ¿Cómo había de comprenderme no siendo de mi clase?

CURRITO.-  Pues yo soy de tu clase y te comprendo, Ramona.

DOÑA RAMONA.-  ¡Ay Currito! Casi me desmayo de gusto. Comprendámonos hasta no poder más.

TODOS.-    (En coro.) Y quieran los cielos que este ilustrado público nos comprenda a todos, admire la profundidad moral que encierra esta fábula y no nos silbe y nos aplauda.

 
(Frenéticos aplausos. Cae el telón).

 





Madrid, 1903.






Arriba
Indice