Escena
I
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LUISA.
ALFREDO.
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(LUISA sale
apresurada y ALFREDO la
persigue.)
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LUISA.- No sea usía terco y déjeme
en paz. En tan continuo sobresalto yo no puedo vivir. Si no se
enmienda, si en adelante no es juicioso, tendré que
decírselo todo a mi tío, me iré a vivir con
él y dejaré sola a la señora condesa.
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ALFREDO.- Luisa, no seas tan arisca conmigo ni
me amenaces de ese modo. ¿Qué pretexto
podríais -304- dar,
tu tío y tú, para irte del lado de mi madre que te ha
cobrado tanto cariño? ¿Seríais capaces de
delatarme a mamá por el inocente delito que yo cometo,
imitándola en quererte como ella te quiere?
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LUISA.- Si usía me quisiera como me
quiere su mamá, yo no diría nada; pero usía me
quiere de otro modo. ¿Dónde ha visto usía que
su mamá corra detrás de mí, me persiga,
intente abrazarme... Vamos, vamos, los tales quereres son muy
diversos.
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ALFREDO.- El mío es más tierno,
más vehemente.
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LUISA.- Yo no sé lo que será;
sólo sé que el de usía pudiera ser peligroso,
si no fuese yo, aunque me esté mal el decirlo, tan poco
aficionada a devaneos, tan desconfiada de los hombres, tan
prevenida contra sus maldades y tan instruida por las madres en el
catecismo y en la moral cristiana.
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ALFREDO.- Pero muchacha, ¿qué
disparates estás ensartando? El santo temor de Dios
guárdalo para no pecar en otras cosas... En quererme a
mí no pecas ni le ofendes. Nada tan natural como que
tú me quieras. ¿En qué se opone esto a tu
moral y a tu catecismo? ¿No podemos querernos con buen
fin?
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LUISA.- ¡Huy, huy, señorito
Alfredo! Usía delira. Eso es pasar de Herodes a Pilatos.
Líbreme -305- Dios
de caer en tentación; líbreme Dios de enamorarme de
usía y de ser su víctima. Sólo de pensarlo la
cara se me pone roja de vergüenza. Pero líbreme Dios
también de aparecer como seductora y de que la Condesa de
Pozo-Dulce pueda acusarme con razón de haber entrado en su
casa y ganado su confianza para levantarle a usía de cascos
y para moverle a emplear seriamente su voluntad en persona de clase
tan inferior como yo soy. ¡Dios mío! Bonita se
pondría mi señora la condesa, si entendiese que
usía estaba enamorado de mí! Sería muy mal
avío y muy pícaro medio para salir de las
dificultades en que ustedes se hallan. Pues qué,
¿imagina usía que ignoro yo los proyectos y planes de
su mamá?
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ALFREDO.- Pues si no los ignoras, sabes
más que yo. Yo los ignoro por completo.
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LUISA.- ¡Ay, señorito Alfredo!,
¡ay, señorito Alfredo! No se haga usía de
nuevas, no se empeñe en hacerme comulgar con ruedas de
molino. ¿Quién no está enterado en el lugar de
que la condesa trata de que usía se case con la nieta de Don
Tadeo? ¡Y vaya si estaría bien esta boda! La
señorita es una alhaja por todos estilos: con una cara como
un sol, con un cuerpo como un pino de oro, sabiendo más que
Lepe; elegante, discreta y modosa, y con un potosí por dote.
Huerfanita de padre y madre y heredada por consiguiente.
-306- Suyas
son las mejores fincas que hay en el término de este lugar.
Con dinero que el papá de la señorita envió
desde Buenos Aires a Don Tadeo, éste sacó no pocas
veces de apuros a su papá de usía, el señor
conde... Y como el señor conde no pudo nunca pagar ni el
capital ni los intereses de cuanto Don Tadeo le había
prestado, éste se quedó con las fincas, que estaban
hipotecadas. O mejor dicho, el hijo de Don Tadeo fue quien se
quedó con las fincas, que hoy, por su muerte, son de la
señorita doña Ramona. Ésta sí, y no yo,
es una novia pintiparada para usía. Casándose
usía con ella, vuelve a su casa cuanto se fue de su casa, y
además usía adquiere la mar de rentas y de fondos o
de no sé cómo se llaman; en fin, muchísimos
miles de duros. Y todo ello a muy poca costa. Por no hacerse de
pencas y por decir que sí a una linda moza que, según
aseguran, está muertecita por esos pedazos y rabiandito
porque usía le diga que la quiere. Yo sé de buena
tinta que doña Ramona se pirra por ser condesa y porque sea
su cuyo un condecito tan apañado.
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ALFREDO.- No sigas con esa tarabilla, porque me
da rabia. Yo no gusto de la señorita doña Ramona. Me
parece ordinaria. No la tomaría por mujer aunque me la
diesen enconfitada; aunque tuviera dos veces más millones y
aunque mi madre y yo estuviéramos más perdidos de lo
que estamos. -307- No,
yo no quiero venderme. Prefiero quedarme en este lugar toda mi vida
o entrar de mozo en un café, sentar plaza de soldado o ser
cualquiera otra cosa. Y no creas que estoy tan desesperado. Pues
qué, ¿no tengo yo porvenir? Puedo ir a Madrid,
obtener un empleo, ser abogado, ser periodista ¿quién
sabe si llegaré a Ministro de la Corona o Embajador en
París?
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LUISA.- Todo eso es posible: pero es mucho
más fácil con dinero que sin dinero. Usía
puede saltar y encaramarse hasta donde se le antoje, pero los
millones de Doña Ramona son un buen trampolín para
dar el salto, y sería necedad que usía los
desdeñase cuando le brindan con ellos.
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ALFREDO.- No me atormentes. O he de saltar sin
ese trampolín o no he de saltar. Aunque entre Doña
Ramona y yo no te hubieras tú interpuesto, no me
casaría yo con esa india brava.
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LUISA.- Nadie diga de este agua no
beberé. No maldiga usía de su futura. Quien
habla mal de la pera es quien se la lleva. Ya se
ablandará el señorito. Su mamá se lo
rogará. ¿Será usía tan duro de
entrañas que no ceda a los ruegos maternales?
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ALFREDO.- ¿Te burlas de mí y me
provocas? Pues he de vengarme: voy a sellar los labios que tales
blasfemias profieren. (Persigue a LUISA para abrazarla y ella huye,
corriendo alrededor de la mesa y butacas que puede haber en el
centro de la sala.)
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-308- |
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LUISA.- (Huyendo y esquivándose
de ALFREDO.) Ea,
no sea usía atrevido. Mire que chillo. Mire que doy un
escándalo. Mire que me pone en la dura necesidad de irme de
su casa.
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(Suena un fuerte campanillazo.)
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ALFREDO.- ¡Llaman a la puerta!
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LUISA.- Es la señora condesa que vuelve
de misa. Váyase usía y tenga juicio si quiere que me
calle y no le acuse.
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(Sale ALFREDO.)
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Escena
III
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La CONDESA. El
PADRE
CLEMENTE.
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PADRE CLEMENTE.- Ya se fue mi sobrina; ya
estamos solos. Grande es mi curiosidad de oír lo que tiene
que decirme la señora condesa.
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CONDESA.- Con sobrada razón se dice: bien
vengas mal si vienes solo. ¡Ay, querido Padre
-310-
Clemente! Siéntese usted y óigame. Las desazones caen
sobre mí como llovidas. Todo se lo confío a usted;
usted es mi paño de lágrimas. No hay día en
que no nazca en mi mente un temor y en que no me mueva una
esperanza. Poco me importa a mí la pobreza. Resignada estoy
a vivir modestísimamente en este lugar todo el resto de mi
vida, con los poquísimos bienes que me quedan. Pero,
¿cómo condenar a Alfredo a encerrarse aquí
para siempre? Y enviarle a Madrid sin un ochavo me repugna y me
parece indigno... ¿Qué va a hacer en Madrid de
condecito perdido? ¿Ha de ir de antesala en antesala
pordioseando un empleo? ¿Podrá y sabrá ser
pasante en el bufete de un abogado, o entrar en la redacción
de un periódico? Estos humildes recursos se avienen mal con
un título tan ilustre como el suyo.
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PADRE CLEMENTE.- En efecto, no va bien el Don
con el tiruleque; pero señora, ¿por qué ha de
ser tan testarudo Alfredito? ¿No ve el cielo abierto?
¿Por qué no se cuela en él de rondón?
No lo dude usted, la nietecita de Don Tadeo está
(entiéndase esto en sentido espiritual), más blanda
que una fresa. Si el señorito apechuga con ella,
habrá bodorrio. Y entonces que le pinchen ratas. Alfredito
será un Creso, un Fúcar, un Rothschild, y lo que es
el sacrificio yo no lo veo. La señorita doña Ramona
es un primor. Cualquier joven, por soberbio -311- y
descontentadizo, que sea, podría con gusto casarse con ella
sin millones... Conque... con millones... no digamos... Miel sobre
hojuelas.
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CONDESA.- Cuanto dice usted es cierto. Conozco
que mi hijo podría y debería casarse con la
señorita doña Ramona, y sin embargo, yo casi desisto
de hacerle entrar por el aro. El chico es muy apegado a su
opinión y muy autónomo. Cuando una vez dice que no,
no hay fuerza humana que le haga decir que sí. Me parece que
no tendré nunca por nuera a Doña Ramona. Confieso que
esto me apesadumbra, pero ahora ocurre algo que me apesadumbra
más y que me sobresalta y me tiene llena de miedo. Voy a
revelárselo a usted para que, ya que no me remedie y ampare,
al menos me consuele.
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PADRE CLEMENTE.- Diga usted, señora
condesa. Lo que me diga será como si cayese en un pozo. Yo
lo callaré como secreto de confesión.
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CONDESA.- Pues bien: desecharé la
vergüenza y se lo confesaré a usted todo. Siempre he
amado en extremo a mi difunto marido. Hubo, no obstante, o mejor
diré, por lo mismo, una época en los últimos
años de nuestro matrimonio en que el Conde me tenía
desesperada, humillada, celosa y furiosa con sus públicos
galanteos y con las indignas rivales por quien me había
abandonado. Tuve entonces el perverso propósito de vengarme
o de -312-
trocar al menos su desprecio en ira y hacerle pagar celos con
celos. (El PADRE
CLEMENTE se cala las gafas, fijando más la
atención en la CONDESA.)
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PADRE CLEMENTE.- Peligroso y resbaladizo
propósito. Qui amat periculum in illo perit.
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CONDESA.- No hay para qué me eche usted
latines, Padre. Dios me tuvo de su mano, y si resbalé un
poco, no caí, ni tropecé siquiera. Sólo he
flirteado.
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PADRE CLEMENTE.- (Con
extrañeza.) ¿Flirteado?... ¿Y
qué significa eso?
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CONDESA.- Flirtear significa... timarse, poner y
tomar varas...
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PADRE CLEMENTE.- Pues, hija mía, ahora lo
entiendo menos. Esos parecen términos de tauromaquia.
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CONDESA.- No, Padre. Son términos que
están de moda en Madrid y valen tanto como coquetear, dar
esperanzas a los enamorados, provocarlos con miraditas
lánguidas o recibir bien las que ellos nos dirijan,
etcétera.
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PADRE CLEMENTE.- Si he de hablar con sinceridad,
eso me parece detestable, y casi casi tan pecaminoso como lo otro,
porque si no se comete el pecado se finge la voluntad o la
disposición de cometerlo, y sólo se evita incurriendo
en otros pecados graves también, aunque algo menores, como
son el engaño y la excitación de las malas pasiones
en el alma del prójimo.
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-313- |
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CONDESA.- ¡Por amor de Dios, Padre
Clemente! No sea usted tan severo. No sabe usted lo que es estar
humillada y celosa. A mí me pretendía, me
perseguía, pugnaba por enamorarme uno de los hombres
más guapos y más a la moda de cuantos hay en Madrid,
un elegante de primera magnitud, celebrado de valiente, discreto y
dichoso en amores. Y esto era cuando el Conde hacía gala de
otros amores suyos y me convertía en blanco de las burlas o
de la humillante compasión de las gentes.
¿Cómo quería usted que pudiese yo resistir por
completo a la tentación de mostrar que también era
amada y obsequiada? ¿Cómo rechazar ásperamente
a quien se me mostraba rendido? Alguna disculpa tiene mi falta.
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PADRE CLEMENTE.- Dios es misericordioso y todo
lo perdona; pero para conseguir el perdón lo mejor es no
disculparse, sino confesarse culpada.
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CONDESA.- Pues bien: confieso sin disculpa que
coqueteé y no poco con el Marqués del Majano.
Él, que está muy engreído y mimado, se las
prometió felices. Esperaba de mí... lo que yo no creo
haberle prometido. Se interrumpieron aquellos coqueteos sin
compromiso ni disgusto, porque mi marido enfermó de su
última enfermedad y murió poco después. Ya
viuda yo, el Marqués ha vuelto a perseguirme con
encarnizamiento. Su audacia ha llegado hasta el punto de venirse a
este -314- lugar
en mi busca; aquí está desde hace cuatro o cinco
días. No puede usted figurarse cuánto me compromete.
Alfredito tiene el genio poco sufrido; puede enfadarse con el
Marqués y tener un lance, y el Marqués es un
espadachín de siete suelas. ¿Qué haremos, Dios
mío?
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PADRE CLEMENTE.- Lo que es ahora no veo
dificultad en lo que hay que hacer. Todo depende de los
sentimientos de usted. Si el Marqués no le parece saco de
paja, ya no hay ley humana ni divina que se oponga a que usted
acepte y tome el saco.
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CONDESA.- ¡No faltaba más! Ni yo
gusto del saco ni quiero tomarlo.
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PADRE CLEMENTE.- Pues entonces no siga usted
siendo retrechera. Desengáñele y
despídale.
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CONDESA.- ¿Y cómo? Es tan atrevido
como testarudo. ¡Ay! Abomino de mi flirteo.
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PADRE CLEMENTE.- Sin duda que el flirteo ha sido
la causa de este mal. Pongámosle como remedio el
bronquis.
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CONDESA.- ¿Y qué significa el
bronquis?
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PADRE CLEMENTE.- El bronquis es un vocablo
andaluz, tan ignorado de usted como el flirteo era ignorado de
mí. Bronquis viene de abroncar. Para evitar desazones y
escándalos, tal vez sea lícito y hasta meritorio
abroncar al Marqués, a fin de que se largue y no turbe la
paz inocente de nuestro campestre retiro.
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-315- |
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CONDESA.- Todavía estoy a obscuras.
¿Qué entiende usted por abroncar al
Marqués?
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|
PADRE CLEMENTE.- Un chiste andaluz algo salado.
Mi ahijado Currito, el sacristán, sabe de este oficio como
nadie. Él abroncó a un joven coadjutor que yo tuve, y
es capaz de abroncar al lucero del alba.
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|
CONDESA.- ¿Y qué hizo para
abroncarle?
|
|
PADRE CLEMENTE.- Poco o nada de muy terrible. El
coadjutor era un teólogo, gallardo mozo, muy fino y
atildado, y para predicar tenía un pico de oro. De
aquí que las mujeres anduviesen algo alborotadas y
más devotas de lo justo. Los padres, maridos y hermanos se
mostraban inquietos. Currito se prestó a remediar el mal;
abroncó al coadjutor, y el coadjutor traspuso.
|
|
CONDESA.- Pero, ¿de qué medio se
valió?
|
|
PADRE CLEMENTE.- De un medio muy sencillo:
oculto con mucha maña, se entretuvo en disparar de vez en
cuando, con pólvora sola, algunos tiritos contra el
teólogo cuando éste más descuidado estaba. Se
dice que Currito, si el aviso hubiese sido insuficiente,
había pensado en echar en la escopeta, además de la
pólvora, algunos granos de sal, que bien aplicados en las
espaldas, y sin producir lesión orgánica,
mortificasen la carne pecadora. Pero no fue menester tanto; a los
pocos días del tiroteo, el coadjutor se dio por avisado y
tomó -316- la
del humo y se fue a otro lugar donde los hombres fuesen más
cachazudos y pacientes. ¿Cree usted, señora condesa,
que convenga abroncar al Marqués?
|
|
CONDESA.- ¡Ave María
Purísima! Padre Clemente, usted se chancea.
¿Cómo había de aplaudir yo semejante
barbaridad?
|
|
PADRE CLEMENTE.- Entonces, no hay otro recurso
que aguantar al Marqués y hartarle de desdenes y
desengaños hasta que se canse y se vaya.
|
|
CONDESA.- Eso haré. Dios me dé
valor para ello.
|
|
PADRE CLEMENTE.- Dejemos ya los asuntos graves o
tristes y regocijémonos para celebrar los días de la
señora condesa. He sabido que Don Tadeo y el Marqués
han enviado a la señora condesa sendos ramos de flores.
Ambos son hermosísimos. (Se acerca a los ramos y
los mira y los huele.) Pero yo no quiero ser menos.
Currito, que además de ser sacristán es mi jardinero,
debe aparecer pronto con un ramo cogido en mi huerto. Yo espero que
vencerá a esos dos.
|
|
CONDESA.- Mil gracias. Para celebrar mis
días tengo convidados a comer, a la una, al uso de estos
lugares, que es la hora en que en Madrid se almuerza, a Don Tadeo y
a su nietecita... y... no he podido evitarlo, también al
Marqués. Hónreme usted, comiendo igualmente conmigo,
y así bendecirá la mesa.
|
-317- |
|
PADRE CLEMENTE.- Acepto con mucho gusto. Falta
poco más de una hora. Me voy, porque tengo que hacer en
casa, y volveré pronto; pero antes tengo que decir cuatro
palabras a Luisa.
|
|
CONDESA.- Voy a enviársela a usted.
Adiós, hasta ahora. (Sale la CONDESA.)
|
Escena
V
|
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El PADRE
CLEMENTE. LUISA.
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|
LUISA.- ¿Qué me quiere usted,
tío?
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|
PADRE CLEMENTE.- Que me digas cómo van
tus asuntos.
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|
LUISA.- A escape; más a escape de lo que
yo pensaba. El Conde detesta a Ramona. A mí me tiene
más enamorada cada día. Es un dije. No puede usted
figurarse cuán desatinadamente está prendado de
mí. No me deja un instante de sosiego. ¡Cómo me
acosa, cielos! Tengo que andar siempre corriendo,
escabulléndome, escapando. Es gran fatiga. Y es gran
peligro, además. Cuando estoy más descuidada, me lo
encuentro de manos a boca, ya en la escalera, ya en un corredor, ya
en un pasillo obscuro. Esto no puede seguir. Tengo que apelar a la
fuga. Esta noche me fugaré entre nueve y diez y me
iré a casa de usted. Como usted no tendrá nada
preparado para alojarme, quedará explicado y justificado el
que me lleve al punto a vivir a casa de Don Tadeo, al lado de
Ramona. Veremos entonces si Alfredito persiste en acosarme con la
decisión firme y honrada que yo deseo. Por lo pronto, estoy
segura que no se rendirá al interés y de que
seguirá desdeñando a Ramona.
|
-319- |
|
PADRE CLEMENTE.- Sé todo esto y
sé, además, que a Ramona le ha salido otro novio.
|
|
LUISA.- ¿Cómo otro novio? Por mi
cuenta le han salido dos.
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PADRE CLEMENTE.- Yo sé de uno. El
marqués anda por ella que bebe los vientos.
¿Quién es el otro?
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|
LUISA.- El otro no se hubiera atrevido nunca,
sin provocación y estímulo, a poner tan alta la mira;
pero Ramona le alienta y le alborota con miradas incendiarias, con
algunos solapados favores y con indirectas del Padre Cobos.
|
|
PADRE CLEMENTE.- ¿Y quién es ese
feliz mortal?
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|
LUISA.- ¿Quién ha de ser sino su
ahijado de usted Currito, cuya sana robustez, bríos y
gallardía han cautivado el corazón de Ramona,
inclinadísimo a los valientes y a los briosos?
|
|
PADRE CLEMENTE.- ¿Qué me dices,
mujer? Me dejas maravillado. Y ¿qué piensa de todo
esto Currito?
|
|
LUISA.- ¿Qué ha de pensar, sino
triunfos? Está encantado. Está enamoradísimo.
Ramona cree, y yo lo creo también, que se casaría con
ella, aunque en lugar de ser millonaria estuviese, por pobre, en el
hospicio.
|
|
PADRE CLEMENTE.- ¿Qué presumes
tú que resultará de este enredo?
|
|
LUISA.- Resultará... resultará...
Ya lo verá usted. Todo ha de arreglarlo la chacha Jacintica,
el ama -320- de
llaves de Don Tadeo. Es muy lista, y, como viuda de un sargento de
la guardia civil, se pinta sola para policías y tramoyas. En
buenas manos está el pandero. Lo que ha de sonar,
sonará dentro de poco. Conque, adiós. Y si no nos
vemos durante el día, no se olvide usted de mí y
aguárdeme en su casa entre nueve y diez de la noche.
|
|
PADRE CLEMENTE.- Adiós, hija. Pronto
volveré a comer aquí. Te aseguro que tengo la
conciencia atribulada por haberme metido, por amor tuyo, en estas
intrigas, tan impropias de mi estado. Adiós. (Sale
el PADRE
CLEMENTE.)
|
Escena
VII
|
|
LUISA. El
MARQUÉS.
Después CURRITO y
ALFREDO.
|
|
LUISA.- Señor marqués, modere
usía sus ímpetus y no sea tan agresivo.
¿Qué pensaría y que diría la
señora condesa si tan alborotado le viese a causa de
ésta su casi sirvienta? ¿Qué pensaría y
qué diría la señorita doña Ramona, a
quien el marqués hace también la corte?
|
|
MARQUÉS.- ¿Qué disparates
dices, muchacha? Yo no gusto más que de ti en este lugar.
Las amabilidades que digo a Doña Ramona y a la Condesa son
finuras propias de un caballero galante, que debe ser así,
según es uso en la corte.
|
-322- |
|
LUISA.- ¿Qué empecatados usos
cortesanos son esos? ¿Acaso está bien que
engría el señor marqués, que engañe y
tal vez seduzca a tres pobrecitas mujeres, causando a la postre un
terrible desengaño a cada una de ellas, que sabe Dios si
después de desengañadas se morirían de
desesperación?
|
|
MARQUÉS.- No te burles de mí,
Luisita, que no lo merezco. No es mi intención
engañarte; pero, aunque lo intentara, no lo
conseguiría. Más sabes tú que las culebras. No
fueron malas las teologías que en el convento de
Cádiz te enseñaron las benditas madres.
|
|
LUISA.- Como me enseñaron el santo temor
de Dios, me quitaron todo el miedo que pueden inspirar las
más tremendas de sus criaturas. Aunque fuese usía el
mismísimo diablo estaría yo tan fresca y tan
confiada, y no tendría el menor recelo de que usía me
llevase. Con todo, aunque usía no me amedrenta, puede
cansarme de sus requiebros. Cállese, pues, y no me canse, a
fin de que yo me calle también y no revele, ni a doña
Ramona ni a la señora condesa, los atrevimientos de
usía y sus repetidos conatos de infidelidad.
|
|
MARQUÉS.- ¿A quién no
sería yo infiel por ti, hermosa Luisa? Te aseguro que ni en
Madrid, ni en París, ni en Londres, he tratado y admirado
más gentil y elegante dama que tú. (Entra
CURRITO con el ramo en la
mano, mientras que el MARQUÉS sigue hablando a
LUISA -323- con
el mayor entusiasmo.) Yo te admiro, Luisa.
Compadécete de mí; quiéreme. ¿No ves
que me tienes hecho un volcán?
|
|
CURRITO.- ¡Fuego, Dios mío, fuego!
El Marqués es una fragua. Aléjate de él,
muchacha, no sea que te derritas.
|
|
MARQUÉS.- ¿Cómo se ha
colado usted aquí, sin decir oste ni moste?
¿Cómo interviene usted en nuestra
conversación?
|
|
CURRITO.- Me he colado porque la puerta estaba
de par en par, y tomo parte en la conversación porque soy el
sacristán y cuido de todos los santos y santas que hay en la
iglesia, y Luisa es santa de mi devoción, es muy milagrosa y
merece todo el cuidado que yo pongo en ella, por ella y por el
señor cura.
|
|
MARQUÉS.- (Aparte.)
Más vale no contestar a este mostrenco insolente y
rústico. Ahí viene Alfredito y me importa que de nada
se entere.
|
|
ALFREDO.- (Entrando por el
foro.) Buenos días, señor
marqués.
|
|
MARQUÉS.- Señor conde, muy buenos
días.
|
|
ALFREDO.- Mi madre creo que anda todavía
ocupada y no podrá salir en seguida. En vez de aguardarla
aquí véngase usted a mi cuarto y allí
aguardaremos hasta que vengan don Tadeo y su nieta.
|
|
MARQUÉS.- Estoy a las órdenes de
usted. (ALFREDO y
el MARQUÉS salen
por el foro.)
|
Escena
III
|
|
CURRITO,
MARQUÉS.
|
|
(El MARQUÉS sube por el
balcón y entra en la sala.)
|
|
MARQUÉS.- El amor y la fortuna protegen a
los audaces. No veo a nadie. ¿Habrá querido burlarse
-330- de
mí la chacha Jacintica? Me prometió estar aquí
aguardándome; ¿por qué no está?
¿por qué tarda en venir? Aguardaré un momento
y si no viene, me lanzaré, sin miedo, a buscarla por toda la
casa.
|
|
CURRITO.- (Desde la alacena y asomando
la cabeza por la claraboya.) ¿Habrase visto mayor
atrevimiento? Ganas tengo de salir y de deslomarle a garrotazos.
Pero no, mátele Dios que le crió. En el fondo, yo soy
bonachón y pacífico. Apelemos a las estratagemas y a
los medios suaves. (Sale cuidadosamente de la alacena y va
de puntillas a ponerse detrás del MARQUÉS.)
|
|
MARQUÉS.- Empiezo a impacientarme.
|
|
CURRITO.- Pues ya tendrá usía que
impacientarse durante mucho más tiempo del que imagina.
|
|
(Al decir esto, CURRITO se lanza por la espalda sobre
el MARQUÉS y le
agarra con fuerza por ambos brazos. El MARQUÉS tiene un bastón
de estoque, pero, aunque ha podido sacarle, no le vale de
nada.)
|
|
MARQUÉS.- ¡Traidor!
¡Infame!
|
|
CURRITO.- Ladrón. Salteador nocturno.
Deja caer al suelo ese estoque y si no te reviento.
|
|
MARQUÉS.- ¡Voto a una legión
de demonios, qué fuerza tan bestial tiene este tagarote! Me
deshace los brazos. Me obliga a ceder. (El MARQUÉS tira al suelo el
estoque y CURRITO le alza
en volandas, le lleva a la alacena, le encierra y echa la
llave.)
|
|
MARQUÉS.- (Asomándose por
la claraboya.) Abra usted o grito. Usted me las
pagará todas juntas. Abra usted o grito.
|
|
CURRITO.- Si grita usted será peor. Si
viene -331-
gente, le tomarán al principio por un bandido y cuando
conozcan en usted al Marqués del Majano, será usted
el hazmerreír de todo el mundo y mi burla será
aplaudida.
|
|
MARQUÉS.- No será. No será;
yo mataré a usted antes de un tiro de revólver.
|
|
CURRITO.- Eso se dice, pero no se hace. El
señor Marqués es muy católico cristiano y
tiene muy buena crianza, para convertirse en asesino.
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|
(Salen LUISA y
RAMONA.)
|
Escena
IV
|
|
Dichos, LUISA y
RAMONA.
|
|
LUISA Y RAMONA.- (A
dúo.) ¡Gloria, al vencedor! ¡Bien por
Currito!
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|
RAMONA.-
(Adelantándose.) Señor
Marqués, éste es justo castigo que se le impone por
haber escalado mi casa, por haberse fiado de una infiel y
pérfida servidora, y por haber querido ganarse mi voluntad,
apelando a la astucia, a la violencia y a otros medios inicuos.
Breves instantes permanecerá usted encerrado ahí si
nos promete perdonar el pequeño agravio que se le ha hecho y
no aspirar a la venganza. De lo contrario mi abuelito lo
sabrá todo y daremos parte al señor Alcalde, y
nosotras dos y las criadas de casa, y la misma -332-
chacha Jacintica, arrepentida de su fechoría, declararemos
que Currito le encerró a usted ahí creyéndole
un malhechor y para defender nuestra vida, nuestra hacienda y
nuestro decoro. Créanos usted, pelillos a la mar y perdone
la broma, aunque algo pesada. En los lugares, como no hay teatros
ni bailes ni grandes tertulias, es necesario apelar, para
entretenerse, a este y otros candorosos jugueteos. Con que... sea
usted magnánimo... y perdónenos.
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LUISA.- Écheme usted a mí toda la
culpa, señor marqués; dénos su palabra de
caballero de que nos perdona, y al punto se le dejará
salir.
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MARQUÉS.- Cruel ha sido la burla, pero
reconozco que lo mejor es aguantarla y perdonarla. Doy mi palabra
de honor de que la perdono y de que no procuraré
vengarme.
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LUISA.- Entonces, yo te absuelvo, te liberto y
te redimo. (LUISA
abre la puerta de la alacena y pone en libertad al MARQUÉS.)
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MARQUÉS.- Después de todo, aun
tendré que dar a ustedes las gracias.
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LUISA.- Pues con mayor motivo me las dará
cuando sepa la ventura que le tengo preparada. Don Tadeo duerme a
pierna suelta en un extremo de esta casa, sin oír ni
sospechar el jaleo que estamos armando. En la sala estrado que
está inmediata, se encuentra la chacha Jacintica, como
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venerable dueña, muy a propósito para imponer respeto
a ustedes y para refrenar en otros la maledicencia. Vayan ustedes,
pues, a la sala estrado y entreténganse conversando entre
sí y con la chacha Jacintica, como los cuatro más
juiciosos personajes del mundo. Yo necesito quedarme aquí
sola, por breves instantes, para dar cima a una aventura que tengo
empezada. Yo también tengo aventuras. No es sólo mi
señora doña Ramona quien las tiene. Ea, largo de
aquí. (LUISA empuja a los tres y los echa de
la escena por el lado izquierdo.)
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Escena
VIII
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Dichos y DON
TADEO, la CONDESA y
el PADRE CLEMENTE, que
entran de súbito por el lado derecho.
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PADRE CLEMENTE.- (Señalando con
el dedo el grupo que forman los dos amantes.) ¿Lo
ve usted, señora condesa? ¿Lo ve usted? Era
indispensable que usted lo viese para que se convenciera de que yo
no sueño ni deliro. Su hijo de usted persigue a mi inocente
sobrina y quiere hacerla víctima de su seducción.
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CONDESA.- ¿Qué abominable
extravío es el tuyo? ¿A qué malvadas
desenvolturas te has entregado? -336-
(Para sí.) Y entretanto, ese infame
Marqués del Majano, que fingía amarme y perseguirme,
se casará con la millonaria. No sé cómo lo
sufro.
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DON TADEO.- Caballerito, usted ha faltado al
respeto que a mis canas se debe y ha venido a atropellar y a
desautorizar mi casa.
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ALFREDO.- (Levantándose y
dirigiéndose a los tres.) Ea, señores.
Baste ya de reprimendas. Yo no falto al respeto a nadie, ni
atropello, ni seduzco, ni gasto malvadas desenvolturas. Estoy
perdidamente enamorado de Luisa y quiero casarme con ella, y con
ella me casaré, esperando que el Padre Clemente me conceda
su mano y que mamá me dé su permiso. Pido, pues,
permiso a mamá, y al Padre Clemente la mano de su
sobrina.
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PADRE CLEMENTE.- ¿Y tú, Luisita,
¿te callas? Y tú, ¿qué dices?
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LUISA.- (Que habrá estado muy
modesta, avergonzada y con los ojos bajos.) Yo...
¿qué he de decir? Que sea lo que Dios quiera... que
se cumpla su santa voluntad.
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PADRE CLEMENTE.- Y sobre todo si está de
acuerdo con la tuya; pero es el caso que... mi sobrina no tiene
dote. Lo más que puedo yo darle es media peseta de las dos
que gano al día, entre sueldo, pie de altar y otras
obvenciones. Brillante papel harán estos Condes en la corte
con tales rentas.
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CONDESA.- Sí, Alfredito; sí,
Luisa; consideradlo bien. Es enorme desatino lo que
pretendéis.
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ALFREDO.- Será desatino enorme, pero es
mi voluntad. Mi amor es invencible y de él depende mi dicha.
Yo no necesito ir a la corte. Jamás saldremos de este lugar.
Nuestra vida será un perfecto idilio.
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PADRE CLEMENTE.- Pues si es así, que se
casen. ¿Consiente usted en que se casen señora
condesa?
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CONDESA.- Consiento en que se casen ya que no
hay otro remedio.
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DON TADEO.- Sí le hay. El remedio le
dará doña Ramona. (Alzando la
voz.) Doña Ramona, ven aquí.
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Escena
IX
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Dichos y DOÑA
RAMONA que sale seguida del MARQUÉS y de CURRITO.
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DOÑA RAMONA.- ¿Qué me manda
usted, señor don Tadeo?
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DON TADEO.- Que me digas qué puedes dar a
Luisa que pronto se casará con el Conde.
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DOÑA RAMONA.- Pues le doy todos los
bienes muebles e inmuebles, rentas, fondos públicos,
etcétera, etc., que ella debe poseer como hija
legítima del yerno y de la hija del señor don Tadeo,
de todo lo cual me había yo apoderado injustamente, y al
devolvérselo, vuelvo a ser la hija, legítima
-338-
también, de la chacha Jacintica, sin otros bienes que los
que me quiera dar la chacha de sus pobres ahorros.
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DON TADEO.- Pues yo, además, te doy
cuatro mil duros de dote cuando te cases, pues no está bien
que te quedes tan pobre después de haber sido tan rica.
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MARQUÉS.- Ya me explico el
inverosímil desdén con que me ha tratado esta
palurda. ¿Cómo había de comprenderme no siendo
de mi clase?
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CURRITO.- Pues yo soy de tu clase y te
comprendo, Ramona.
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DOÑA RAMONA.- ¡Ay Currito! Casi me
desmayo de gusto. Comprendámonos hasta no poder
más.
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TODOS.- (En coro.) Y quieran
los cielos que este ilustrado público nos comprenda a todos,
admire la profundidad moral que encierra esta fábula y no
nos silbe y nos aplauda.
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(Frenéticos aplausos. Cae el
telón).
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Madrid, 1903.