Escena primera
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El parque del Retiro, al pie de palacio;
una calle de árboles. DAMAS que pasean; varios corrillos
de GALANES; algunas TAPADAS, MENDOZA.
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MENDOZA:
(A unas TAPADAS.)
A pesar de ir tan tapada, mal podéis encubrir vuestra
hermosura. |
TAPADA:
Galán sois, pero tened cuenta
con lo que hacéis, y no sigáis más.
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(Vanse.)
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MENDOZA:
Ni tenía tal intención.
(PACHECO llega precipitado a MENDOZA y le abraza.) Pacheco,
¡cuánto me alegro de verte! |
PACHECO:
No me alegro
yo menos; y por cierto que te hacía en Flandes ocupado
en domar aquellos perros herejes, y no creía tener
tanta dicha esta mañana. |
MENDOZA:
Pues no, amigo,
no todo han de ser asaltos, duelos, ni alarmas, y alguna
vez ha de trocar uno el lecho campal iluminado por las estrellas
por la cama, aunque estrecha en comparación, más
blanda y acomodada. Yo, por ahora, me he propuesto vestir
seda en vez de hierro, beber vivo en lugar de cerveza, y
ceñir la espada mejor que blandir la pica. |
PACHECO:
Tienes razón, y ya estarías harto de aquella
vida, pero... ¿Cuándo has llegado? |
MENDOZA:
Ayer
mismo; y antes, como se suele decir, de quitarme las espuelas,
he venido al parque esta mañana a recordar aquellas
felices en que tantas y tan buenas aventuras corrimos. Te
aseguro que este parque y las mañanas de mayo han
sido cosas que nunca he podido olvidar. |
PACHECO:
Lo creo:
en Flandes como no hay mes de mayo... |
MENDOZA:
Allí
hace un frío en este tiempo, que a estas horas por
la calle no andan más que perros o soldados. Pero,
hablando de otra cosa, tú conocerás todas estas
muchachas: ¿ha habido muchas bajas? ¿Buenos reemplazos? Vaya,
infórmame, porque yo te aseguro que hasta ahora no
he conocido a ninguna, y estoy hecho un forastero en mi patria.
|
PACHECO:
Pero creo que no tardarás mucho en hacer
nuevos y útiles conocimientos, porque te vi, me parece,
echar requiebros a una tapada... |
MENDOZA:
Sí; pura
galantería: la costumbre de galán y de soldado.
Pasa una mujer, ¡qué diablos!, algo le ha de decir
uno. Pero te aseguro que vengo muy mudado de como fui. Tú
sabes que entonces una mujer era para mí un ángel;
ahora no es más que un mueble cualquiera, más
o menos útil, más o menos incómodo.
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PACHECO:
Es decir, que ahora en vez de enamorarte tú,
las enamoras a ellas, y en seguida las dejas sin misericordia.
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MENDOZA:
No, ni aún en eso pierdo el tiempo. |
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(En
un corro FIGUEROA y otros.)
|
FIGUEROA:
(Enojado.) Caballeros,
el que pronuncie el nombre de esa señora, o siquiera
hable de ella, lo hará con la espada en la mano para
esperar mi respuesta. |
CABALLERO PRIMERO:
Señor
don Pedro, no os acaloréis, que no fue mi intención
ofenderla; os vi en el bosque ahora poco... |
FIGUEROA:
Silencio,
os suplico. (Se pasea solo.) |
CABALLERO PRIMERO:
Es
un gallego intratable. |
CABALLERO SEGUNDO:
Montaraz.
|
CABALLERO TERCERO:
¡Un pobre hidalgo que no tiene sobre
qué caerse muerto, con más vanidad...! |
MENDOZA:
Sí, para eso me ha llamado mi tío. Quiere casarme
con mi prima Clara. Yo no la conozco apenas, porque ella
era niña cuando yo me fui; y es lo mejor que no he
preguntado aún si es fea o bonita. |
PACHECO:
Te felicito
por tu boda con ella, es bonita, y además, sus riquezas
y el título de marqués de Palma que te dará
con su mano, te pondrán en estado de hacer un brillante
papel en la corte. |
MENDOZA:
Tal he pensado, porque al fin
y al cabo un segundón como yo no tiene otra salida
que un buen casamiento, o un beneficio, si sigue la iglesia.
A mí me dio por la espada, y como he reparado que
con ella mejor se alcanza un chirlo que le divida a uno las
narices que una buena renta, después de haber gastado
mi patrimonio, sin otro recurso que mi apellido y mi buena
suerte, cansado de las borrascas de la vida, me acojo al
puerto seguro del matrimonio. |
PACHECO:
Sí, para entregarte
en mejor navío, y bien armado y provisto, al mar de
la ambición, del poder y de la fortuna. |
MENDOZA:
Cabalmente. |
PACHECO:
Y doña Clara de Toledo, marquesa
de Palma, es el mejor mueble, o escalón, que podía
proporcionarte la suerte. |
MENDOZA:
Y por eso me caso con
ella. Además, tengo entendido que es una inocente,
de carácter muy dulce, criada y educada en un convento
de donde ha poco que salió. Mi tío es su tutor;
me ha asegurado que no sabe qué cosas son galanteos,
amigas, ni visitas, que no ve sino a él y al padre
Rafael, confesor del rey y vicario de las monjas con quienes
se crió. ¡Cortada y hecha para mí! Ya ves...
joven, bonita, según tú dices, marquesa de
Palma, rica, simplecilla, y que se hará por consiguiente
a mis mañas... ¡voto va!, que es haber encontrado
con la horma de mi zapato. |
PACHECO:
De modo que cuando andes
en coche, prives con el rey y te llamen su excelencia el
señor marqués de Palma, habrá que echarte
memoriales para hablarte. |
MENDOZA:
Te aseguro que después
de tan malas noches como he pasado en aquellas malditas dunas
de Holanda, el agua o la nieve a la cinta, contando los minutos,
y esperando un arcabuzazo como un amante la hora de la cita,
te aseguro que tengo vivas ansias de pisar alfombras y hundir
colchones de pluma. Por lo demás, y si no se verificase
la boda, ni se muriese la muchacha, que también me
viene a mí por línea recta su título
en ese caso, quiere decir que... a la guerra me lleva mi
necesidad, como dice la copla, si tuviera dinero no fuera
en verdad, o iría de muy diferente manera. |
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(Corrillo
donde está FIGUEROA.)
|
CABALLERO PRIMERO:
Aquel
es. (Señalando a MENDOZA.) |
FIGUEROA:
(Cuidadoso.)
¿Y decís que viene a casarse con la marquesa de Palma,
su prima? |
CABALLERO TERCERO:
(A otro, sonriendo.) ¿No
reparas que apenas puede tragar la saliva? |
CABALLERO PRIMERO:
Lo sé de fijo: su mismo tío, el conde de Piedrahita,
tutor de la joven marquesa, le ha hecho venir de Flandes,
con esa intención. |
FIGUEROA:
Pero ese casamiento
se verificará, o no, según ella quiera. |
CABALLERO SEGUNDO:
Y si ella no quiere también. El tutor tiene gran favor
en la corte; alcanzará del rey lo que mejor le acomode
y forzará la voluntad de la niña. |
PACHECO:
(A MENDOZA.) Es extraño que no haya venido. Todas
las mañanas viene a pasear con todo el aparato de
escuderos, viejos y damas de honor que corresponde a dama
tan principal. |
|
(Corrillo.)
|
CABALLERO PRIMERO:
Ved
lo que decís, don Pedro, sobre eso, de que no hay
ley divina ni humana que autorice a forzar la libertad de
nadie. Habláis con un calor que cualquiera recelaría...
|
FIGUEROA:
Nadie recelaría, yo defiendo la justicia
y... |
CABALLERO SEGUNDO:
¿Y fiáis en la voluntad
de firmeza de una mujer? |
FIGUEROA:
Señor caballero,
una mujer es capaz de tanta voluntad como no podemos ninguno
de nosotros imaginarnos. |
MENDOZA:
Está el paseo delicioso
y va cada vez viniendo más gente. |
PACHECO:
Vente
por este lado hacia el estanque y galantearemos un rato a
las tapaditas de medio pelo, que allí es el paseo
de las aventuras. |
MENDOZA:
Sí, vamos... pero no,
que allí viene mi tío con el confesor del rey.
Ayer noche no hice más que verle un momento, y no
quiero que me tenga por un rapaz inconsiderado y sin seso.
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Escena III
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LA MARQUESA
con el aparato de comitiva. FIGUEROA se separa del corrillo
procurando hacerse notar de ella. Los CABALLEROS hablan entre
sí; lo mismo MENDOZA en otro corrillo.
|
CABALLERO PRIMERO:
Vedla. Allí viene la marquesita de Palma con toda
su comitiva. |
CABALLERO SEGUNDO:
Mirad a Figueroa qué
turbado se ha puesto en cuanto le ha visto y cómo
se ha deslizado de nuestro corro. |
CONDE:
Le miro como a
mi hijo y es el esposo que tengo destinado a mi pupila Clarita. |
PADRE RAFAEL:
Desengañaos, conde, doña
Clara ha elegido mejor esposo: yo la conozco bien y sé
cuánto ella prefiere al mundo el retiro y el silencio
del claustro. Su vocación, o yo me engaño mucho,
o es verdadera sin duda alguna. |
MENDOZA:
Esa virtud de mi
prima doña Clara me encanta y me enamora sobremanera.
|
CONDE:
Cuando yo te lo digo... es la única mujer
para mujer propia. Yo convengo con su paternidad en que la
chica gusta más del retiro y de la soledad que de
saraos y bailes, pero esa es precisamente la razón
en que me fundo para dártela por mujer. |
MENDOZA:
¿Y sabéis acaso si ella gustará de mí?
|
CONDE:
¡Gustar de ti! Clara no tiene más voluntad
que la mía; además que no entiende ella de
eso. |
|
(El último escudero de la marquesa se acerca
a FIGUEROA; el conde y el fraile llegan después a
la marquesa y la saludan.)
|
PACHECO:
Allí viene, ésa
es. (A MENDOZA, bajo y señalándosela.) |
MENDOZA:
El escudero aquel que se ha apartado a un lado con aquel
hombre, ¿no es de su comitiva? |
PACHECO:
sí. |
MENDOZA:
Parece que le da un recado; (Aparte) si sabrá la niña
más de lo que se cree. Apostaría a que es una
cita amorosa. |
OTÁÑEZ:
(A FIGUEROA.) ¡Ce!.
Despachad. Esta noche a las doce os espera mi señora
en la reja del jardín. No faltéis. Adiós.
|
FIGUEROA:
¿A las doce? ¡Oíd! No os vayáis
tan pronto. |
OTÁÑEZ:
Sí, a media noche
por la reja del jardín, adiós. |
MENDOZA
(Aparte.) :
No hay duda: él la sigue con la vista y ella ha vuelto
a mirarle: ¡buen chasco está para un novio! |
CABALLERO PRIMERO:
Os doy la enhorabuena (A FIGUEROA, que vuelve al corro.) vuestra
cara manifiesta que habéis recibido alguna buena noticia.
FIGUEROA: Os preciáis de fisonomista, según
veo; pero os aconsejo que en adelante hagáis vuestras
observaciones en otro semblante que en el mío. ¿Me
comprendéis...? (Vase.) |
MENDOZA:
(A PACHECO.) ¿No
le conoces?, pues síguele e infórmate de quién
es. Hasta luego. (Vase PACHECO.) |
CONDE:
La mejor rosa de
mayo faltaba, y he aquí que viene a adornar nuestros
jardines. Bienvenida, mi querida doña Clara. |
CLARA:
¡Este paseo de por la mañana me gusta tanto! |
PADRE RAFAEL:
Es un recreo saludable y la mejor hora para dar gracias al
Criador y admirar sus maravillas. |
CONDE:
Y la única
diversión de que gusta mi querida pupila. |
MENDOZA:
(Aparte.) Y que proporciona un medio excelente de dar una
cita. |
CLARA:
Os aseguro, señor conde, que vivo feliz
sin necesidad de otros pasatiempos. Tengo para mí
que deben ser desgraciadas las personas que necesitan ese
bullicio del mundo para distraerse; sin duda tratan de atolondrarse
con su estrépito y olvidar sus pesares por un momento.
|
PADRE RAFAEL:
Doña Clara piensa como se debe:
amar a Dios y vivir para morir es la senda que conduce a
la vida eterna. |
MENDOZA:
(Aparte.) Sermón tenemos.
|
CONDE:
Sin embargo, doña Clara me hará el
favor de mirar un momento con buenos ojos a su primo don
Álvaro de Mendoza, que acaba de llegar de Flandes
y que se ofrece por su servidor. |
CLARA:
Me doy el parabién
de tener tal caballero por primo mío. |
MENDOZA:
Y
yo, señora, tengo por dichoso este instante, puesto
que hago en él tan ventajoso conocimiento. Mucho,
prima, me habían alabado tu hermosura, pero veo que
han sido muy escasos los elogios y mezquina mi imaginación.
|
CLARA:
Agradezco, don Álvaro, vuestra cortesía.
|
CONDE:
Todo eso está muy bien; pero es preciso que
os tratéis de aquí en adelante con más
franqueza. Ya sabes, doña Clara, que tu primo ha de
ser, si hemos de hacer mi gusto, tu esposo. |
CLARA:
(Aparte.)
¡Suerte fatal! |
MENDOZA:
Ésa será para mí
la felicidad suprema. (Aparte.) ¡Mala cara pone! |
CLARA:
(Aparte.)
¡Y para mí la muerte! |
CONDE:
Propiedad de todas las
doncellas ponerse coloradas y mirar al suelo cuando se las
habla de casamiento. Pero dejemos esto, que se ha de tratar
más despacio, y paseemos un rato. |
PADRE RAFAEL:
El rey debe salir de un momento a otro, y el señor
conde no habrá olvidado que tanto él como yo
tenemos que acompañarle. |
CONDE:
Estas caras inocentes
que le hacen a uno olvidarse de todo... pero tenéis
razón. Tú, Clara, ve y da tu acostumbrado paseo,
y si no te incomoda puede acompañarte tu primo. |
MENDOZA:
Para mí será un placer si doña Clara
se sirve aceptar mi compañía. |
CLARA:
(Aparte.) ¡Oh, qué enojo! (Alto.) Bien, ¿por qué no?,
yo iré muy honrada con ella. |
VOCES DENTRO:
¡Plaza
al rey! |
VOCES DENTRO:
¡Plaza! El rey. |
CONDE:
El rey
viene. Adiós, doña Clara. |
PADRE RAFAEL:
Id con Dios, niña, (Vanse ambos a recibir al REY.)
|
MENDOZA:
Gran ventura es la mía esta mañana.
(A DOÑA CLARA.) |
CLARA:
(Aparte.) Que fastidioso es:
le aborrezco. La mía... Vamos, estoy tan poco acostumbrada
al lenguaje de la galantería, que apenas sé
responder. |
MENDOZA:
Vuestros ojos hablan por sí solos,
y su lenguaje penetra en el corazón.
|
|
(DOÑA
CLARA echa a andar; MENDOZA la sigue gatanteándola.
La gente corre a ver salir al REY.)
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Escena primera
|
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FIGUEROA, MENDOZA.
|
FIGUEROA:
No han llegado aún, y ya pasó la
hora convenida... (Pasa al lado opuesto y mira por la calle
adelante.) ¡Ni un alma aparece! ¡Qué rabia! ¿Qué
será en este instante de mi Clara? ¿Si esperará
la seña convenida, fiel a sus juramentos? ¿Quién
sabe? ¡Ese capitán Mendoza recién venido de
Flandes! ¡Estos músicos de Barrabás! ¿Si habrán
errado la calle? (Asómase por el lado derecho. Sale
MENDOZA por el lado opuesto embozado.) |
MENDOZA:
Dos vueltas
he dado a la casa y las dos en balde. Sin embargo ésta
debe ser la hora del lance y por mi nombre que no he de aguantar
dado falso de un pájaro de primer vuelo. Sepa yo en
qué paran los cuchicheos de esta mañana, que
aunque cualquier suceso me sea indiferente, el averiguarlos
todos es importante a mis designios. Asalte yo el castillo
de mi ambición y siquiera sea por la escala o por
la brecha. ¡Hola! ¿Quién va? (A DON PEDRO, que aparece.)
|
FIGUEROA:
¿Chamochín? |
MENDOZA:
Señor. (Aparte.)
Fingir y veamos |
FIGUEROA:
¿Dónde están tus
compañeros? Pronto, que vengan aquí. Toda la
noche me tenéis renegando de vuestra tardanza. |
MENDOZA:
Por eso me he adelantado a tranquilizar a vuestra merced
y a disculpar nuestra inexactitud. |
FIGUEROA:
¿Cómo
es eso? ¿Quieres insultarme, traidor embustero? ¿Conque vienes
sólo a decirme que no cumples tu palabra? |
MENDOZA:
Eh, poco a poco, caballero idos a la mano si os cumple...
(Reportándose) que aunque músico, soy hombre
honrado. Atrás viene la banda y estará aquí
muy pronto. |
FIGUEROA:
Eso último te valga, porque
si no, lo pasas mal a fe mía. ¿Pero cómo tan
tarde? |
MENDOZA:
Cosa muy sencilla. Que antes que ir con
vos teníamos que dar serenata algo distante de aquí
por un galán gentilhombre, a quien debemos mucho y
se nos citó más temprano. Todo podía
hacerse como otras noches; mas en ésta, por arte del
demonio, cuando mejor iba el concierto, engrescóse
una de... ¡Atrás la ronda!, cuchilladas, cintarazos
y ¡favor al rey!, que hasta una hora después ha sido
imposible reunirse, ni... |
FIGUEROA:
Ahí están:
colocaos en lo alto de la calle y desde allí entonad
la letra que esta tarde os di. (Vienen los músicos
por la calle abajo.) |
MENDOZA:
Se hará como mandáis.
(Va a irse.) |
FIGUEROA:
Atiende, Chamochín. Os iréis
aproximando despacio hacia este sitio y observaréis
lo que os vaya ordenando. |
MENDOZA:
Muy bien, señor.
(Aparte.) Él es, no hay duda, pero juraré no
perderle de vista. (DON PEDRO se dirige a la casa. Hablando
con el grupo, un músico se adelanta.) ¿Chamochín?
Volved a la esquina, y desde allí bajad despacio cantando
la letra que esta tarde os mandó aprender el señor
don Pedro Figueroa. (Retroceden los músicos. MENDOZA
los sigue.) |
FIGUEROA:
Ánimo, esperanzas mías.
(Observa.) El jardín está solo, no se mueve
ni una hoja, sólo percibo el murmullo de la fuente
y el palpitar de mi pecho. (Apoyado en la reja y pensativo.)
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Escena II
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Los precedentes, CHAMOCHÍN y músicos,
y después CLARA.
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| | (Óyese la canción) | |
Despierta, hermosa señora, | | | | señora del alma
mía: | | | | den luz a la noche umbría | | | | tus ojos que
soles son. | | | | Despierta, y si acaso sientes | | | | tu corazón
conmovido | | | | es que responde al latido | | | | de mi amante corazón. | | | | Oye mi voz. | | | | Oye mi voz. | | |
|
|
FIGUEROA:
No viene: no se oyen
sus pasos... Su vestido blanco no raya en las sombras del
bosquecillo. (A los músicos con una seña.)
¡Silencio! |
CLARA:
(A la reja.) ¡Figueroa! ¡Ce! |
FIGUEROA:
¡Clara! (Corre a la reja y quiere echarse a sus pies.) |
CLARA:
¿Qué vas a hacer, amor mío? |
FIGUEROA:
¿Eres
tú, mi Clara de quien ya me veía abandonado?
Déjame besar tu mano y oprimir con ella mi corazón.
¡He padecido mucho en poco tiempo! |
CLARA:
No sé lo
que dices, Pedro, no entiendo tus palabras, aunque me siento
conmovida con ellas. Acaba de romper la serenata. Me tienes
a tu lado más cariñosa que nunca, y sin embargo
parece que dudas de mí. Sí, amigo mío,
te he oído cosas muy amargas: hablas de temores; ¿qué
quiere decir eso? Responde. |
FIGUEROA:
¡Temores...! Siempre
los he tenido, siempre han andado conmigo enlutando mis alegrías.
¿Y qué otra cosa pudiera prometerme, yo desdichado,
tan lejos de ti por la fortuna que me condena a adorarte
por hermosa y a respetarte por señora de mi país
nativo? ¡Ah! ¿Por qué no valgo lo que tú vales?
|
CLARA:
Ese delirio me ultraja, Figueroa; ese injusto recelo
desvanece mis ilusiones más queridas. Vienes a hablarme
del rango y de las riquezas de que soy esclava, cuando yo
acudo a buscar en tus labios la ternura de una pasión.
¿Cuál es el poder de la fortuna para que pretenda
separarnos? (Con intención.) Si es que tu llama se
resfría, podré compadecerte, pero nunca...
|
FIGUEROA:
No más, señora, no más; todo
lo podéis conmigo, menos dudar de mi fe. Esa duda
es mucho mayor que mi sufrimiento y que mi amor a la vida.
Escucha, Clara, mil veces al indicarte este dolor secreto
que me consume, y que preside a mis pensamientos, a todas
mis vigilias, he sentido que ciertas palabras profanarían
quizá la pureza de nuestro amor y mi lengua ha reusado
pronunciarlas, pero hoy bien conocerás que mi pecho
no podía aguardar ya tan funesto depósito.
¿Recuerdas el paseo de esta mañana? |
MENDOZA:
(Algo
separado de los músicos para escuchar a los amantes.) Alarmado está el galán: el caso no es para
menos. Oigamos a la inocente, a la simplecilla educanda.
¡Qué candorosas son las niñas a los dieciocho
años! ¡Mal rayo! |
MÚSICO PRIMERO:
¡Despacio
va esto! |
MÚSICO SEGUNDO:
¿No conoces al embozado
que nos dio la orden? |
MÚSICO PRIMERO:
Ésta
es la primera noche que viene acompañando a Figueroa.
Será algún deudo suyo. |
MÚSICO SEGUNDO:
Pregúntale Chamochín, si nos vamos a acostar
que el fresquillo de la madrugada me está pasmando
el cuerpo. |
MÚSICO PRIMERO:
¿Ce? ¿Caballero?
(A MENDOZA.) |
MENDOZA: | | Sí, cantad, acabad la letra,
pero suavemente. (Aparte.) Estos mamarrachos, si me descuido,
lo echan a perder todo, si no me engaño han pronunciado
mi nombre en la reja. (Se acerca.) |
Música y canción
| |
La flor más pura y galana | | | | que el abril fecundo adora | | | | al despuntar la aurora | | | | perfuma el primer albor: | | | | pero
es mil veces más puro | | | | de tu boca el blando aliento | | | | si perfuma en torno el viento | | | | tierno suspiro de amor. | | | |
Oye mi voz. | | | | Oye mi voz. | | |
|
|
FIGUEROA:
¿Qué es esto?
¿Quién viene? |
CLARA:
Son los tuyos que vuelven a
cantar. Déjalos, que estoy muy prendada del tono y
del sentido de la trova. |
FIGUEROA:
¿Te sonríes, Clara,
cuando tan atormentado me estás viendo? |
CLARA:
¿Y
por qué no, ídolo mío? Demasiado triste
me ven todos los días. Me tienes muy enamorada para
que lejos de tus ojos pueda alegrarme jamás. Cuando
no te veo, ando pensativa en dulces imaginaciones de estar
a tu lado, de envanecerme con tu gallardía; y porque
se te ocurra turbar el paraíso que hay para mí
en tu cariño, no tengo de sufrir yo la pena de tu
desvarío. Te empeñas en no estar contento con
mis caricias; no me importa, yo estoy loca de júbilo
en tu presencia, ¿No te parezco hermosa como otras veces?
|
FIGUEROA:
¡Hermosa! ¡Ah, sí, más que nunca!
Más hermosa que lo es en mi fantasía el ángel
que te conduce a este sitio entre las sombras y los vapores
de la noche. Pero tus bodas están concertadas con
otro... |
CLARA:
Eso tú y yo lo sabemos, esposo mío.
¿Has olvidado el juramento? ¡Ah, Pedro! Vuelve a leerme en
el fuego que ahora enciende mi semblante. Tengo mi mano sobre
tu corazón, y no envidio a una reina coronada. |
MENDOZA:
(Aparte.) Esposos se han llamado. La fortuna es mi guía
en esta ronda. ¡Ah! ¡Don Pedro Figueroa! Que esa palabra
envenene tu aliento. ¡Te arrojas delante de mi camino...!
Retírate en paz, porque si no, voto a los cielos,
que me has de servir de alfombra. |
FIGUEROA:
Sí, esposa
mía, Mendoza debe de adorarte, porque te ha visto
una vez ese hombre te desea, y el mundo a que perteneces
te va a colocar en sus brazos, ¡Oh, infamia! Primero la muerte
que consentir en mi mengua y en tu debilidad. |
CLARA:
Sosiégate,
amado mío; calma tu frenesí, v aprende a estimar
en más a la que se juzga digna de tu pasión.
Soy mujer, es verdad, todo lo temo de mí flaqueza...
Pero hay una cosa, una sola cosa en el universo de la que
estoy segura, bien satisfecha. Del amor que te tengo, de
ser tuya para siempre, nada me hace dudar. En llegando a
este punto no titubeo ni un instante y advierte que cuando
así te hablo pienso en peligros, en amenazas, en respetos,
en seducciones de todo género, en la honra misma y
el decoro que se debe a una mujer de mi sangre, pero también
cuento con mi resolución de pertenecerte y con mi
libertad de ser dichosa. (Con afectación.) En cuanto
al capitán de Flandes, no me pesará a fe mía
verle rendido, que al fin triunfos como éste podrían
guarnecer mucho la guirnalda de nuestro banquete nupcial.
|
MENDOZA:
(Aparte.) ¡Podrá equivocarse mi inocente
prima, y se equivocará sin duda, vive Dios! |
FIGUEROA:
Adiós, señora: si bajo cualquier título
pensáis en vuestro primo, no os podré mirar
tranquilo hasta que mi espada borre su sombra, porque esa
sombra llegaría a helarme la sangre en las venas.
Adiós quedad que el tiempo vuela. |
CLARA:
Se conoce
que aún no has probado mi enojo, don Pedro, y te advierto
que puede ser más severo de lo que imaginas. ¿Quién
fue, caballero, quién fue la que os rogó por
la mañana que asistieseis a esta reja? ¿Queréis
decírmelo? Porque a mí, según entendéis,
la primera visita del capitán debía tenerme
un poco embelesada para pensar en otra cosa. |
FIGUEROA:
Clara,
lo confieso, seré injusto contigo, así lo quiere
mi desventura: pero es preciso que yo obedezca a la pasión
que hierve dentro de mí, porque esa pasión
así, caprichosa, ridícula, pueril, si tú
quieres, es la que me eleva hasta la región en que
tú habitas, y la que me ha hecho promesas en tu nombre.
Yo no volveré a tu lado sin la confianza que necesito.
|
MENDOZA:
(Aparte.) ¡Diablo con el buen Figueroa! |
CLARA:
No te vas, yo lo mando, yo te necesito por el bien de nuestro
amor. Si ahora te apartas de mí, cuenta contigo sólo
desde este momento en adelante, supuesto que no contemplas
sino tus gustos. |
MENDOZA:
(Aparte.) No le deja marchar.
¿Será caridad hacia su primo o recelo por su amante?
De todo tiene la viña. ¡Qué inocencia de criatura!
¡Es tan joven todavía! ¡¡Mentecatos!! |
FIGUEROA:
Acaba
hermosa mía. Di lo que quieres exigir de mí.
Pero tú tiemblas, se arrasan tus ojos en lágrimas:
¡Por tu vida que no aumentes mi desesperación! |
CLARA:
¡Cruel! Extrañas mi quebranto y mi amargura cuando
acabas de presentarme lo más horroroso del desengaño.
Conque la pobre Clara no tiene imperio ni atractivo para
detener algunos instantes al hombre que se llama suyo, y
quieres que indiferente lo conozca y se resigne. Ahora sé
que al hacerte dueño de mi alma no reservé
para mí más que la pena de tu ingratitud.
|
FIGUEROA:
Clara, perdona mis arrebatos: manifiesta tu voluntad,
y verás hasta qué punto soy tu esclavo. |
CLARA:
Oyeme, Figueroa. Nuestra situación es urgente y comprometida.
Por no valer menos a tus ojos he podido privarme hasta hoy
de todo el placer que más que tú he deseado.
Sé que eres comedido y discreto, tengo confianza en
tu amor y mucha fe en que nos salvaremos; pero es preciso
que nos pongamos de acuerdo para tomar una resolución
pronta y segura. La llave de esta reja está en mi
Poder; una doncella enteramente mía nos espera en
mi gabinete, dispuesta para cualquier aviso. Mi tutor duerme,
la casa está en silencio... |
FIGUEROA:
Dentro de un
instante me verás correr a tus brazos. Voy a alejar
de estos lugares testigos inoportunos. ¡Oh, divina felicidad!
Desde el fondo del infortunio veo los cielos abiertos. (Se
dirige a los músicos.) ¡Eh! ¡Amigos! |
MENDOZA:
¿Correrás
a sus brazos? (Incorporándose al grupo.) Pero no has
de llegar a ellos, no lo temas. (Requiriendo la espada.)
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FIGUEROA: | | Tomad. Retiraos cantando. (Alargando un bolsillo.)
Y volved mañana, que ya viene el día. |
Canción
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Adiós, mis dulces amores, | | | | que envidiosa el alba fría | | | | ya raya en oriente el día | | | | por turbar nuestro placer:
| | | | Adiós, señora; mi alma | | | | dejo al partirme
contigo: | | | | Amante triste maldigo, | | | | aurora, tu rosicler. | | | |
Guárdame fe. | | | | Guárdame fe. | | |
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(Vanse los músicos.
DON PEDRO los observa hasta que se entran por el tercer bastidor
de la izquierda del espectador. Suena la llave en la reja,
que se abre. MENDOZA vuelve precipitadamente, y rebozado.)
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Escena III
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MENDOZA, FIGUEROA.
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MENDOZA:
¿Adónde
vais caballero? |
CLARA:
¡Ah, Dios mío! ¿Quién
será? (Cerrando sorprendida, observa.) . |
FIGUEROA:
¿Y con qué derecho me pregunta el imprudente? |
MENDOZA:
(Con sorna.) Soy amigo vuestro y bien nacido además.
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FIGUEROA:
(Mete mano.) Defendeos, voto a mi nombre, si queréis
morir como bueno. |
MENDOZA:
No vengo a reñir, señor
Figueroa, sino a representaros esta noche lo que se debe
al honor de las damas principales, para que en amaneciendo
podáis llamaros hidalgo. Para enamorado basta, señor
don Pedro. |
FIGUEROA:
Acortar razones, cobarde, y sacad la
espada (Hacia él) , que ya no respondo de mi cólera.
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CLARA:
¡Asesino! Corro a salvar su vida. (Desaparece.)
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MENDOZA:
¡Mi espada! Está bien ceñida. Os prometo
que algún día os pesará verla desnuda.
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(Se advierte movimiento en la casa de CLARA: óyese
abrir algunas ventanas; poco después aparecen luces.)
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FIGUEROA:
Vil, embustero, defiéndete o te mato.
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MENDOZA:
Insultáis a una capa que no quiere responderos,
porque no es ésta la ocasión ni el sitio. Oíd:
la calle se altera; la marquesa ha despertado sin duda; doña
Clara llama a sus criados, y por allá abajo gritan:
¡al asesino! Si queréis mediadores, fácil es
aquí la pendencia. Yo sé llamaros por vuestro
nombre: mañana nos veremos. ¡Abur!, que reflejan las
luces y tengo muy mala cara. (Vase.) |
FIGUEROA:
¡Voy a seguirte
hasta el cabo del mundo! ¡Clara! Mi corazón tiembla
por ti, y es muy leal mi corazón. (Vase.) |