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Amor venga sus agravios

José de Espronceda



Personajes
 

 
DOÑA CLARA DE TOLEDO    (Marquesa de Palma)
CONDE DUQUE DE OLIVARES
ABADESA
DON ÁLVARO DE MENDOZA
TERESA,   demandadera.
CONDE DE PIEDRAHITA
OTÁÑEZ
DON PEDRO FIGUEROA
FORTUNA
PADRE RAFAEL
BEATRIZ
PACHECO
DOROTEA
ROBLEDA
MARGARITA
RENDONES
CHAMOCHÍN    y cuatro músicos que hablan
MÚZQUIZ
FELIPE IV,   rey (a los dieciocho años)
VIEJAS    que hablan.
DON PONCE   y caballeros que hablan.
Una criada, convidados, monjas, novicia, un ujier, una tapada.





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Cuadro primero


Escena primera

 

El parque del Retiro, al pie de palacio; una calle de árboles. DAMAS que pasean; varios corrillos de GALANES; algunas TAPADAS, MENDOZA.

 

MENDOZA:    (A unas TAPADAS.)  A pesar de ir tan tapada, mal podéis encubrir vuestra hermosura.

TAPADA:   Galán sois, pero tened cuenta con lo que hacéis, y no sigáis más.

 

(Vanse.)

 

MENDOZA:   Ni tenía tal intención.  (PACHECO llega precipitado a MENDOZA y le abraza.)  Pacheco, ¡cuánto me alegro de verte!

PACHECO:   No me alegro yo menos; y por cierto que te hacía en Flandes ocupado en domar aquellos perros herejes, y no creía tener tanta dicha esta mañana.

MENDOZA:   Pues no, amigo, no todo han de ser asaltos, duelos, ni alarmas, y alguna vez ha de trocar uno el lecho campal iluminado por las estrellas por la cama, aunque estrecha en comparación, más blanda y acomodada. Yo, por ahora, me he propuesto vestir seda en vez de hierro, beber vivo en lugar de cerveza, y ceñir la espada mejor que blandir la pica.

PACHECO:   Tienes razón, y ya estarías harto de aquella vida, pero... ¿Cuándo has llegado?

MENDOZA:   Ayer mismo; y antes, como se suele decir, de quitarme las espuelas, he venido al parque esta mañana a recordar aquellas felices en que tantas y tan buenas aventuras corrimos. Te aseguro que este parque y las mañanas de mayo han sido cosas que nunca he podido olvidar.

PACHECO:   Lo creo: en Flandes como no hay mes de mayo...

MENDOZA:   Allí hace un frío en este tiempo, que a estas horas por la calle no andan más que perros o soldados. Pero, hablando de otra cosa, tú conocerás todas estas muchachas: ¿ha habido muchas bajas? ¿Buenos reemplazos? Vaya, infórmame, porque yo te aseguro que hasta ahora no he conocido a ninguna, y estoy hecho un forastero en mi patria.

PACHECO:   Pero creo que no tardarás mucho en hacer nuevos y útiles conocimientos, porque te vi, me parece, echar requiebros a una tapada...

MENDOZA:   Sí; pura galantería: la costumbre de galán y de soldado. Pasa una mujer, ¡qué diablos!, algo le ha de decir uno. Pero te aseguro que vengo muy mudado de como fui. Tú sabes que entonces una mujer era para mí un ángel; ahora no es más que un mueble cualquiera, más o menos útil, más o menos incómodo.

PACHECO:   Es decir, que ahora en vez de enamorarte tú, las enamoras a ellas, y en seguida las dejas sin misericordia.

MENDOZA:   No, ni aún en eso pierdo el tiempo.

 

(En un corro FIGUEROA y otros.)

 

FIGUEROA:   (Enojado.)  Caballeros, el que pronuncie el nombre de esa señora, o siquiera hable de ella, lo hará con la espada en la mano para esperar mi respuesta.

CABALLERO PRIMERO:   Señor don Pedro, no os acaloréis, que no fue mi intención ofenderla; os vi en el bosque ahora poco...

FIGUEROA:   Silencio, os suplico.

 (Se pasea solo.) 

CABALLERO PRIMERO:   Es un gallego intratable.

CABALLERO SEGUNDO:   Montaraz.

CABALLERO TERCERO:   ¡Un pobre hidalgo que no tiene sobre qué caerse muerto, con más vanidad...!

MENDOZA:   Sí, para eso me ha llamado mi tío. Quiere casarme con mi prima Clara. Yo no la conozco apenas, porque ella era niña cuando yo me fui; y es lo mejor que no he preguntado aún si es fea o bonita.

PACHECO:  Te felicito por tu boda con ella, es bonita, y además, sus riquezas y el título de marqués de Palma que te dará con su mano, te pondrán en estado de hacer un brillante papel en la corte.

MENDOZA:   Tal he pensado, porque al fin y al cabo un segundón como yo no tiene otra salida que un buen casamiento, o un beneficio, si sigue la iglesia. A mí me dio por la espada, y como he reparado que con ella mejor se alcanza un chirlo que le divida a uno las narices que una buena renta, después de haber gastado mi patrimonio, sin otro recurso que mi apellido y mi buena suerte, cansado de las borrascas de la vida, me acojo al puerto seguro del matrimonio.

PACHECO:   Sí, para entregarte en mejor navío, y bien armado y provisto, al mar de la ambición, del poder y de la fortuna.

MENDOZA:   Cabalmente.

PACHECO:   Y doña Clara de Toledo, marquesa de Palma, es el mejor mueble, o escalón, que podía proporcionarte la suerte.

MENDOZA:   Y por eso me caso con ella. Además, tengo entendido que es una inocente, de carácter muy dulce, criada y educada en un convento de donde ha poco que salió. Mi tío es su tutor; me ha asegurado que no sabe qué cosas son galanteos, amigas, ni visitas, que no ve sino a él y al padre Rafael, confesor del rey y vicario de las monjas con quienes se crió. ¡Cortada y hecha para mí! Ya ves... joven, bonita, según tú dices, marquesa de Palma, rica, simplecilla, y que se hará por consiguiente a mis mañas... ¡voto va!, que es haber encontrado con la horma de mi zapato.

PACHECO:   De modo que cuando andes en coche, prives con el rey y te llamen su excelencia el señor marqués de Palma, habrá que echarte memoriales para hablarte.

MENDOZA:   Te aseguro que después de tan malas noches como he pasado en aquellas malditas dunas de Holanda, el agua o la nieve a la cinta, contando los minutos, y esperando un arcabuzazo como un amante la hora de la cita, te aseguro que tengo vivas ansias de pisar alfombras y hundir colchones de pluma. Por lo demás, y si no se verificase la boda, ni se muriese la muchacha, que también me viene a mí por línea recta su título en ese caso, quiere decir que... a la guerra me lleva mi necesidad, como dice la copla, si tuviera dinero no fuera en verdad, o iría de muy diferente manera.

 

(Corrillo donde está FIGUEROA.)

 

CABALLERO PRIMERO:   Aquel es.  (Señalando a MENDOZA.) 

FIGUEROA:   (Cuidadoso.)  ¿Y decís que viene a casarse con la marquesa de Palma, su prima?

CABALLERO TERCERO:    (A otro, sonriendo.) ¿No reparas que apenas puede tragar la saliva?

CABALLERO PRIMERO:   Lo sé de fijo: su mismo tío, el conde de Piedrahita, tutor de la joven marquesa, le ha hecho venir de Flandes, con esa intención.

FIGUEROA:   Pero ese casamiento se verificará, o no, según ella quiera.

CABALLERO SEGUNDO:   Y si ella no quiere también. El tutor tiene gran favor en la corte; alcanzará del rey lo que mejor le acomode y forzará la voluntad de la niña.

PACHECO:   (A MENDOZA.)  Es extraño que no haya venido. Todas las mañanas viene a pasear con todo el aparato de escuderos, viejos y damas de honor que corresponde a dama tan principal.

 

(Corrillo.)

 

CABALLERO PRIMERO:   Ved lo que decís, don Pedro, sobre eso, de que no hay ley divina ni humana que autorice a forzar la libertad de nadie. Habláis con un calor que cualquiera recelaría...

FIGUEROA:   Nadie recelaría, yo defiendo la justicia y...

CABALLERO SEGUNDO:   ¿Y fiáis en la voluntad de firmeza de una mujer?

FIGUEROA:   Señor caballero, una mujer es capaz de tanta voluntad como no podemos ninguno de nosotros imaginarnos.

MENDOZA:   Está el paseo delicioso y va cada vez viniendo más gente.

PACHECO:   Vente por este lado hacia el estanque y galantearemos un rato a las tapaditas de medio pelo, que allí es el paseo de las aventuras.

MENDOZA:   Sí, vamos... pero no, que allí viene mi tío con el confesor del rey. Ayer noche no hice más que verle un momento, y no quiero que me tenga por un rapaz inconsiderado y sin seso.



Escena II

 

Dichos y el CONDE DE PIEDRAHITA y el PADRE RAFAEL, que salen por una puerta de las de palacio. Corrillo. FIGUEROA aparte hablando con el primer caballero.

 

CABALLERO SEGUNDO:   No lo dudéis, el buen Figueroa está loco de amor por ella.

CABALLERO TERCERO:   ¿Y ella le quiere?

CABALLERO SEGUNDO:   No hay duda.

CABALLERO CUARTO:   Las mujeres son caprichosas. En medio de tan brillante juventud ha ido a elegir un hidalguillo gallego, vasallo suyo. Ved con qué afán habla con nuestro amigo.  (Señalando a FIGUEROA.) 

CONDE:   (A MENDOZA.) ¡Hola, mala cabeza! No vendrás muy cansado del viaje cuando tan temprano has dejado la cama.

MENDOZA:   La fatiga es el descanso del soldado y la costumbre de velar que traigo me hace despertar antes de amanecer como si oyera el toque de alarma.

PADRE RAFAEL:  ¿Este caballero es el sobrino de que me habéis hablado alguna vez y que estábais esperando de Flandes?

CONDE:   El mismo, y en él os presento a don Álvaro de Mendoza, capitán de los tercios españoles, de cuyas hazañas habréis oído hablar en la corte más de una vez.

MENDOZA:   Humilde servidor de vuestra paternidad.

PADRE RAFAEL:   Servidor de Dios. Y a fe que no desmiente su gallarda presencia los hechos que de él se refieren.

MENDOZA:   Agradezco la merced que vuestra paternidad me hace.



Escena III

 

LA MARQUESA con el aparato de comitiva. FIGUEROA se separa del corrillo procurando hacerse notar de ella. Los CABALLEROS hablan entre sí; lo mismo MENDOZA en otro corrillo.

 

CABALLERO PRIMERO:   Vedla. Allí viene la marquesita de Palma con toda su comitiva.

CABALLERO SEGUNDO:   Mirad a Figueroa qué turbado se ha puesto en cuanto le ha visto y cómo se ha deslizado de nuestro corro.

CONDE:   Le miro como a mi hijo y es el esposo que tengo destinado a mi pupila Clarita.

PADRE RAFAEL:   Desengañaos, conde, doña Clara ha elegido mejor esposo: yo la conozco bien y sé cuánto ella prefiere al mundo el retiro y el silencio del claustro. Su vocación, o yo me engaño mucho, o es verdadera sin duda alguna.

MENDOZA:   Esa virtud de mi prima doña Clara me encanta y me enamora sobremanera.

CONDE:  Cuando yo te lo digo... es la única mujer para mujer propia. Yo convengo con su paternidad en que la chica gusta más del retiro y de la soledad que de saraos y bailes, pero esa es precisamente la razón en que me fundo para dártela por mujer.

MENDOZA:   ¿Y sabéis acaso si ella gustará de mí?

CONDE:   ¡Gustar de ti! Clara no tiene más voluntad que la mía; además que no entiende ella de eso.

 

(El último escudero de la marquesa se acerca a FIGUEROA; el conde y el fraile llegan después a la marquesa y la saludan.)

 

PACHECO:   Allí viene, ésa es.  (A MENDOZA, bajo y señalándosela.) 

MENDOZA:   El escudero aquel que se ha apartado a un lado con aquel hombre, ¿no es de su comitiva?

PACHECO:   sí.

MENDOZA:   Parece que le da un recado;  (Aparte)  si sabrá la niña más de lo que se cree. Apostaría a que es una cita amorosa.

OTÁÑEZ:   (A FIGUEROA.)  ¡Ce!. Despachad. Esta noche a las doce os espera mi señora en la reja del jardín. No faltéis. Adiós.

FIGUEROA:  ¿A las doce? ¡Oíd! No os vayáis tan pronto.

OTÁÑEZ:   Sí, a media noche por la reja del jardín, adiós.

MENDOZA   (Aparte.) : No hay duda: él la sigue con la vista y ella ha vuelto a mirarle: ¡buen chasco está para un novio!

CABALLERO PRIMERO:   Os doy la enhorabuena  (A FIGUEROA, que vuelve al corro.)  vuestra cara manifiesta que habéis recibido alguna buena noticia.

FIGUEROA: Os preciáis de fisonomista, según veo; pero os aconsejo que en adelante hagáis vuestras observaciones en otro semblante que en el mío. ¿Me comprendéis...?  (Vase.) 

MENDOZA:    (A PACHECO.) ¿No le conoces?, pues síguele e infórmate de quién es. Hasta luego.  (Vase PACHECO.) 

CONDE:   La mejor rosa de mayo faltaba, y he aquí que viene a adornar nuestros jardines. Bienvenida, mi querida doña Clara.

CLARA:   ¡Este paseo de por la mañana me gusta tanto!

PADRE RAFAEL:  Es un recreo saludable y la mejor hora para dar gracias al Criador y admirar sus maravillas.

CONDE:   Y la única diversión de que gusta mi querida pupila.

MENDOZA:    (Aparte.) Y que proporciona un medio excelente de dar una cita.

CLARA:   Os aseguro, señor conde, que vivo feliz sin necesidad de otros pasatiempos. Tengo para mí que deben ser desgraciadas las personas que necesitan ese bullicio del mundo para distraerse; sin duda tratan de atolondrarse con su estrépito y olvidar sus pesares por un momento.

PADRE RAFAEL:  Doña Clara piensa como se debe: amar a Dios y vivir para morir es la senda que conduce a la vida eterna.

MENDOZA:    (Aparte.) Sermón tenemos.

CONDE:   Sin embargo, doña Clara me hará el favor de mirar un momento con buenos ojos a su primo don Álvaro de Mendoza, que acaba de llegar de Flandes y que se ofrece por su servidor.

CLARA:   Me doy el parabién de tener tal caballero por primo mío.

MENDOZA:   Y yo, señora, tengo por dichoso este instante, puesto que hago en él tan ventajoso conocimiento. Mucho, prima, me habían alabado tu hermosura, pero veo que han sido muy escasos los elogios y mezquina mi imaginación.

CLARA:   Agradezco, don Álvaro, vuestra cortesía.

CONDE:   Todo eso está muy bien; pero es preciso que os tratéis de aquí en adelante con más franqueza. Ya sabes, doña Clara, que tu primo ha de ser, si hemos de hacer mi gusto, tu esposo.

CLARA:   (Aparte.)  ¡Suerte fatal!

MENDOZA:   Ésa será para mí la felicidad suprema.  (Aparte.)  ¡Mala cara pone!

CLARA:   (Aparte.)  ¡Y para mí la muerte!

CONDE:   Propiedad de todas las doncellas ponerse coloradas y mirar al suelo cuando se las habla de casamiento. Pero dejemos esto, que se ha de tratar más despacio, y paseemos un rato.

PADRE RAFAEL:   El rey debe salir de un momento a otro, y el señor conde no habrá olvidado que tanto él como yo tenemos que acompañarle.

CONDE:   Estas caras inocentes que le hacen a uno olvidarse de todo... pero tenéis razón. Tú, Clara, ve y da tu acostumbrado paseo, y si no te incomoda puede acompañarte tu primo.

MENDOZA:   Para mí será un placer si doña Clara se sirve aceptar mi compañía.

CLARA:    (Aparte.) ¡Oh, qué enojo!  (Alto.)  Bien, ¿por qué no?, yo iré muy honrada con ella.

VOCES DENTRO:   ¡Plaza al rey!

VOCES DENTRO:   ¡Plaza! El rey.

CONDE:   El rey viene. Adiós, doña Clara.

PADRE RAFAEL:  Id con Dios, niña,

 (Vanse ambos a recibir al REY.) 

MENDOZA:   Gran ventura es la mía esta mañana.  (A DOÑA CLARA.) 

CLARA:   (Aparte.)  Que fastidioso es: le aborrezco. La mía... Vamos, estoy tan poco acostumbrada al lenguaje de la galantería, que apenas sé responder.

MENDOZA:   Vuestros ojos hablan por sí solos, y su lenguaje penetra en el corazón.

 

(DOÑA CLARA echa a andar; MENDOZA la sigue gatanteándola. La gente corre a ver salir al REY.)

 




Cuadro II

 

Calle: a la derecha del espectador, el cercado de un jardín con algunas rejas que van a dar a la calle. Es media noche, serena, aunque de poca luz.

 

Escena primera

 

FIGUEROA, MENDOZA.

 

FIGUEROA:   No han llegado aún, y ya pasó la hora convenida...  (Pasa al lado opuesto y mira por la calle adelante.)  ¡Ni un alma aparece! ¡Qué rabia! ¿Qué será en este instante de mi Clara? ¿Si esperará la seña convenida, fiel a sus juramentos? ¿Quién sabe? ¡Ese capitán Mendoza recién venido de Flandes! ¡Estos músicos de Barrabás! ¿Si habrán errado la calle?  (Asómase por el lado derecho. Sale MENDOZA por el lado opuesto embozado.) 

MENDOZA:   Dos vueltas he dado a la casa y las dos en balde. Sin embargo ésta debe ser la hora del lance y por mi nombre que no he de aguantar dado falso de un pájaro de primer vuelo. Sepa yo en qué paran los cuchicheos de esta mañana, que aunque cualquier suceso me sea indiferente, el averiguarlos todos es importante a mis designios. Asalte yo el castillo de mi ambición y siquiera sea por la escala o por la brecha. ¡Hola! ¿Quién va?  (A DON PEDRO, que aparece.) 

FIGUEROA:   ¿Chamochín?

MENDOZA:   Señor.  (Aparte.)  Fingir y veamos

FIGUEROA:   ¿Dónde están tus compañeros? Pronto, que vengan aquí. Toda la noche me tenéis renegando de vuestra tardanza.

MENDOZA:   Por eso me he adelantado a tranquilizar a vuestra merced y a disculpar nuestra inexactitud.

FIGUEROA:   ¿Cómo es eso? ¿Quieres insultarme, traidor embustero? ¿Conque vienes sólo a decirme que no cumples tu palabra?

MENDOZA:   Eh, poco a poco, caballero idos a la mano si os cumple...  (Reportándose)  que aunque músico, soy hombre honrado. Atrás viene la banda y estará aquí muy pronto.

FIGUEROA:   Eso último te valga, porque si no, lo pasas mal a fe mía. ¿Pero cómo tan tarde?

MENDOZA:   Cosa muy sencilla. Que antes que ir con vos teníamos que dar serenata algo distante de aquí por un galán gentilhombre, a quien debemos mucho y se nos citó más temprano. Todo podía hacerse como otras noches; mas en ésta, por arte del demonio, cuando mejor iba el concierto, engrescóse una de... ¡Atrás la ronda!, cuchilladas, cintarazos y ¡favor al rey!, que hasta una hora después ha sido imposible reunirse, ni...

FIGUEROA:   Ahí están: colocaos en lo alto de la calle y desde allí entonad la letra que esta tarde os di.  (Vienen los músicos por la calle abajo.) 

MENDOZA:   Se hará como mandáis.  (Va a irse.) 

FIGUEROA:   Atiende, Chamochín. Os iréis aproximando despacio hacia este sitio y observaréis lo que os vaya ordenando.

MENDOZA:   Muy bien, señor.  (Aparte.)  Él es, no hay duda, pero juraré no perderle de vista.  (DON PEDRO se dirige a la casa. Hablando con el grupo, un músico se adelanta.)  ¿Chamochín? Volved a la esquina, y desde allí bajad despacio cantando la letra que esta tarde os mandó aprender el señor don Pedro Figueroa.  (Retroceden los músicos. MENDOZA los sigue.) 

FIGUEROA:   Ánimo, esperanzas mías.  (Observa.)  El jardín está solo, no se mueve ni una hoja, sólo percibo el murmullo de la fuente y el palpitar de mi pecho.  (Apoyado en la reja y pensativo.) 



Escena II

 

Los precedentes, CHAMOCHÍN y músicos, y después CLARA.

 

 (Óyese la canción) 

Despierta, hermosa señora,
señora del alma mía:
den luz a la noche umbría
tus ojos que soles son.
Despierta, y si acaso sientes
tu corazón conmovido
es que responde al latido
de mi amante corazón.
Oye mi voz.
Oye mi voz.

FIGUEROA:   No viene: no se oyen sus pasos... Su vestido blanco no raya en las sombras del bosquecillo.  (A los músicos con una seña.)  ¡Silencio!

CLARA:    (A la reja.)  ¡Figueroa! ¡Ce!

FIGUEROA:   ¡Clara!  (Corre a la reja y quiere echarse a sus pies.) 

CLARA:   ¿Qué vas a hacer, amor mío?

FIGUEROA:   ¿Eres tú, mi Clara de quien ya me veía abandonado? Déjame besar tu mano y oprimir con ella mi corazón. ¡He padecido mucho en poco tiempo!

CLARA:   No sé lo que dices, Pedro, no entiendo tus palabras, aunque me siento conmovida con ellas. Acaba de romper la serenata. Me tienes a tu lado más cariñosa que nunca, y sin embargo parece que dudas de mí. Sí, amigo mío, te he oído cosas muy amargas: hablas de temores; ¿qué quiere decir eso? Responde.

FIGUEROA:   ¡Temores...! Siempre los he tenido, siempre han andado conmigo enlutando mis alegrías. ¿Y qué otra cosa pudiera prometerme, yo desdichado, tan lejos de ti por la fortuna que me condena a adorarte por hermosa y a respetarte por señora de mi país nativo? ¡Ah! ¿Por qué no valgo lo que tú vales?

CLARA:   Ese delirio me ultraja, Figueroa; ese injusto recelo desvanece mis ilusiones más queridas. Vienes a hablarme del rango y de las riquezas de que soy esclava, cuando yo acudo a buscar en tus labios la ternura de una pasión. ¿Cuál es el poder de la fortuna para que pretenda separarnos?  (Con intención.)  Si es que tu llama se resfría, podré compadecerte, pero nunca...

FIGUEROA:   No más, señora, no más; todo lo podéis conmigo, menos dudar de mi fe. Esa duda es mucho mayor que mi sufrimiento y que mi amor a la vida. Escucha, Clara, mil veces al indicarte este dolor secreto que me consume, y que preside a mis pensamientos, a todas mis vigilias, he sentido que ciertas palabras profanarían quizá la pureza de nuestro amor y mi lengua ha reusado pronunciarlas, pero hoy bien conocerás que mi pecho no podía aguardar ya tan funesto depósito. ¿Recuerdas el paseo de esta mañana?

MENDOZA:    (Algo separado de los músicos para escuchar a los amantes.) Alarmado está el galán: el caso no es para menos. Oigamos a la inocente, a la simplecilla educanda. ¡Qué candorosas son las niñas a los dieciocho años! ¡Mal rayo!

MÚSICO PRIMERO:   ¡Despacio va esto!

MÚSICO SEGUNDO:   ¿No conoces al embozado que nos dio la orden?

MÚSICO PRIMERO:   Ésta es la primera noche que viene acompañando a Figueroa. Será algún deudo suyo.

MÚSICO SEGUNDO:   Pregúntale Chamochín, si nos vamos a acostar que el fresquillo de la madrugada me está pasmando el cuerpo.

MÚSICO PRIMERO:   ¿Ce? ¿Caballero?  (A MENDOZA.) 

MENDOZA:

Sí, cantad, acabad la letra, pero suavemente.  (Aparte.)  Estos mamarrachos, si me descuido, lo echan a perder todo, si no me engaño han pronunciado mi nombre en la reja.  (Se acerca.) 

 

Música y canción

 
La flor más pura y galana
que el abril fecundo adora
al despuntar la aurora
perfuma el primer albor:
pero es mil veces más puro
de tu boca el blando aliento
si perfuma en torno el viento
tierno suspiro de amor.
Oye mi voz.
Oye mi voz.

FIGUEROA:  ¿Qué es esto? ¿Quién viene?

CLARA:   Son los tuyos que vuelven a cantar. Déjalos, que estoy muy prendada del tono y del sentido de la trova.

FIGUEROA:   ¿Te sonríes, Clara, cuando tan atormentado me estás viendo?

CLARA:   ¿Y por qué no, ídolo mío? Demasiado triste me ven todos los días. Me tienes muy enamorada para que lejos de tus ojos pueda alegrarme jamás. Cuando no te veo, ando pensativa en dulces imaginaciones de estar a tu lado, de envanecerme con tu gallardía; y porque se te ocurra turbar el paraíso que hay para mí en tu cariño, no tengo de sufrir yo la pena de tu desvarío. Te empeñas en no estar contento con mis caricias; no me importa, yo estoy loca de júbilo en tu presencia, ¿No te parezco hermosa como otras veces?

FIGUEROA:   ¡Hermosa! ¡Ah, sí, más que nunca! Más hermosa que lo es en mi fantasía el ángel que te conduce a este sitio entre las sombras y los vapores de la noche. Pero tus bodas están concertadas con otro...

CLARA:   Eso tú y yo lo sabemos, esposo mío. ¿Has olvidado el juramento? ¡Ah, Pedro! Vuelve a leerme en el fuego que ahora enciende mi semblante. Tengo mi mano sobre tu corazón, y no envidio a una reina coronada.

MENDOZA:   (Aparte.)  Esposos se han llamado. La fortuna es mi guía en esta ronda. ¡Ah! ¡Don Pedro Figueroa! Que esa palabra envenene tu aliento. ¡Te arrojas delante de mi camino...! Retírate en paz, porque si no, voto a los cielos, que me has de servir de alfombra.

FIGUEROA:   Sí, esposa mía, Mendoza debe de adorarte, porque te ha visto una vez ese hombre te desea, y el mundo a que perteneces te va a colocar en sus brazos, ¡Oh, infamia! Primero la muerte que consentir en mi mengua y en tu debilidad.

CLARA:   Sosiégate, amado mío; calma tu frenesí, v aprende a estimar en más a la que se juzga digna de tu pasión. Soy mujer, es verdad, todo lo temo de mí flaqueza... Pero hay una cosa, una sola cosa en el universo de la que estoy segura, bien satisfecha. Del amor que te tengo, de ser tuya para siempre, nada me hace dudar. En llegando a este punto no titubeo ni un instante y advierte que cuando así te hablo pienso en peligros, en amenazas, en respetos, en seducciones de todo género, en la honra misma y el decoro que se debe a una mujer de mi sangre, pero también cuento con mi resolución de pertenecerte y con mi libertad de ser dichosa.  (Con afectación.)  En cuanto al capitán de Flandes, no me pesará a fe mía verle rendido, que al fin triunfos como éste podrían guarnecer mucho la guirnalda de nuestro banquete nupcial.

MENDOZA:   (Aparte.)  ¡Podrá equivocarse mi inocente prima, y se equivocará sin duda, vive Dios!

FIGUEROA:   Adiós, señora: si bajo cualquier título pensáis en vuestro primo, no os podré mirar tranquilo hasta que mi espada borre su sombra, porque esa sombra llegaría a helarme la sangre en las venas. Adiós quedad que el tiempo vuela.

CLARA:   Se conoce que aún no has probado mi enojo, don Pedro, y te advierto que puede ser más severo de lo que imaginas. ¿Quién fue, caballero, quién fue la que os rogó por la mañana que asistieseis a esta reja? ¿Queréis decírmelo? Porque a mí, según entendéis, la primera visita del capitán debía tenerme un poco embelesada para pensar en otra cosa.

FIGUEROA:   Clara, lo confieso, seré injusto contigo, así lo quiere mi desventura: pero es preciso que yo obedezca a la pasión que hierve dentro de mí, porque esa pasión así, caprichosa, ridícula, pueril, si tú quieres, es la que me eleva hasta la región en que tú habitas, y la que me ha hecho promesas en tu nombre. Yo no volveré a tu lado sin la confianza que necesito.

MENDOZA:   (Aparte.)  ¡Diablo con el buen Figueroa!

CLARA:   No te vas, yo lo mando, yo te necesito por el bien de nuestro amor. Si ahora te apartas de mí, cuenta contigo sólo desde este momento en adelante, supuesto que no contemplas sino tus gustos.

MENDOZA:   (Aparte.)  No le deja marchar. ¿Será caridad hacia su primo o recelo por su amante? De todo tiene la viña. ¡Qué inocencia de criatura! ¡Es tan joven todavía! ¡¡Mentecatos!!

FIGUEROA:   Acaba hermosa mía. Di lo que quieres exigir de mí. Pero tú tiemblas, se arrasan tus ojos en lágrimas: ¡Por tu vida que no aumentes mi desesperación!

CLARA:   ¡Cruel! Extrañas mi quebranto y mi amargura cuando acabas de presentarme lo más horroroso del desengaño. Conque la pobre Clara no tiene imperio ni atractivo para detener algunos instantes al hombre que se llama suyo, y quieres que indiferente lo conozca y se resigne. Ahora sé que al hacerte dueño de mi alma no reservé para mí más que la pena de tu ingratitud.

FIGUEROA:  Clara, perdona mis arrebatos: manifiesta tu voluntad, y verás hasta qué punto soy tu esclavo.

CLARA:   Oyeme, Figueroa. Nuestra situación es urgente y comprometida. Por no valer menos a tus ojos he podido privarme hasta hoy de todo el placer que más que tú he deseado. Sé que eres comedido y discreto, tengo confianza en tu amor y mucha fe en que nos salvaremos; pero es preciso que nos pongamos de acuerdo para tomar una resolución pronta y segura. La llave de esta reja está en mi Poder; una doncella enteramente mía nos espera en mi gabinete, dispuesta para cualquier aviso. Mi tutor duerme, la casa está en silencio...

FIGUEROA:   Dentro de un instante me verás correr a tus brazos. Voy a alejar de estos lugares testigos inoportunos. ¡Oh, divina felicidad! Desde el fondo del infortunio veo los cielos abiertos.  (Se dirige a los músicos.)  ¡Eh! ¡Amigos!

MENDOZA:   ¿Correrás a sus brazos?  (Incorporándose al grupo.)  Pero no has de llegar a ellos, no lo temas.  (Requiriendo la espada.) 

FIGUEROA:

Tomad. Retiraos cantando.  (Alargando un bolsillo.)  Y volved mañana, que ya viene el día.

 

Canción

 
Adiós, mis dulces amores,
que envidiosa el alba fría
ya raya en oriente el día
por turbar nuestro placer:
Adiós, señora; mi alma
dejo al partirme contigo:
Amante triste maldigo,
aurora, tu rosicler.
Guárdame fe.
Guárdame fe.

 

(Vanse los músicos. DON PEDRO los observa hasta que se entran por el tercer bastidor de la izquierda del espectador. Suena la llave en la reja, que se abre. MENDOZA vuelve precipitadamente, y rebozado.)

 


Escena III

 

MENDOZA, FIGUEROA.

 

MENDOZA:   ¿Adónde vais caballero?

CLARA:   ¡Ah, Dios mío! ¿Quién será?  (Cerrando sorprendida, observa.) .

FIGUEROA:   ¿Y con qué derecho me pregunta el imprudente?

MENDOZA:    (Con sorna.) Soy amigo vuestro y bien nacido además.

FIGUEROA:    (Mete mano.) Defendeos, voto a mi nombre, si queréis morir como bueno.

MENDOZA:   No vengo a reñir, señor Figueroa, sino a representaros esta noche lo que se debe al honor de las damas principales, para que en amaneciendo podáis llamaros hidalgo. Para enamorado basta, señor don Pedro.

FIGUEROA:   Acortar razones, cobarde, y sacad la espada  (Hacia él) , que ya no respondo de mi cólera.

CLARA:   ¡Asesino! Corro a salvar su vida.  (Desaparece.) 

MENDOZA:   ¡Mi espada! Está bien ceñida. Os prometo que algún día os pesará verla desnuda.

 

(Se advierte movimiento en la casa de CLARA: óyese abrir algunas ventanas; poco después aparecen luces.)

 

FIGUEROA:  Vil, embustero, defiéndete o te mato.

MENDOZA:  Insultáis a una capa que no quiere responderos, porque no es ésta la ocasión ni el sitio. Oíd: la calle se altera; la marquesa ha despertado sin duda; doña Clara llama a sus criados, y por allá abajo gritan: ¡al asesino! Si queréis mediadores, fácil es aquí la pendencia. Yo sé llamaros por vuestro nombre: mañana nos veremos. ¡Abur!, que reflejan las luces y tengo muy mala cara.  (Vase.) 

FIGUEROA:   ¡Voy a seguirte hasta el cabo del mundo! ¡Clara! Mi corazón tiembla por ti, y es muy leal mi corazón.  (Vase.) 



Escena IV

 

Viejas, CONDE y criados.

 
 

Algunos criados con armas y una linterna salen por la puerta de CLARA, que está hacia el medio de la calle; el tutor, CONDE DE PIEDRAHITA, al balcón. Algunas mujeres viejas en sus ventanas.

 

VIEJA PRIMERA:   ¡Qué tal, las musiquitas! Si siempre lo estoy diciendo; no pueden traer nada bueno.

VIEJA SEGUNDA:  ¡Ay, qué susto, señora Estéfana! Vamos, no hay justicia; todo se vuelve pícaros por la noche. ¡Virgen santísima!

VIEJA TERCERA:  La culpa tienen más de cuatro moscas muertas, que parece que no han roto un plato en su vida.

VIEJA PRIMERA:   Vaya, a que no asoman ahora. Estarán durmiendo como pajaritos. ¡Qué lástima...! Buenas noches, vecinas. ¡Válgate Dios!

CONDE:   Pronto, muchachos, acudid al ruido y detened a todo el mundo.

UN CRIADO:    (Con Chuzo.) ¿Por dónde van esos perros?

OTRO:   Por aquí, por el callejón,

TODOS:   ¡A ellos!  (Entranse por donde los otros fueron.) 

 

(Cae el telón.)

 





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