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Curiosamente, en este mismo colegio de Nuestra Señora del Recuerdo estuvo como alumno interno Dionisio Ridruejo en el curso 1926-27.

 

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Así lo indica Juan Pedro Quiñonero: «Laín, al final de cada capítulo, ha incluido unos diálogos morales que titula genéricamente Epicrisis (derivada directamente del griego 'epikrisis', 'decisión' o 'determinación'), que ilustran con sus dudas e incertidumbres (el estilo literario de Laín utiliza obsesivamente la interrogación sin respuesta como recurso filosófico), la peripecia y el anecdotario» (Quiñonero 1976, p. 6).

 

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Agustín Albarracín divide la peripecia vital de Laín Entralgo en cinco períodos, marcados todos ellos por acontecimientos históricos fundamentales: «Porque a poco que conozcamos su biografía, es tarea fácil dividirla en una serie de períodos, cinco según mi cuenta, durante los cuales fue siendo niño, joven, adulto y ahora senecto: la España caciquil, rural y conflictiva de su niñez aragonesa y navarra primero, de su juventud bachiller y universitaria, concluida en Pamplona, Zaragoza y Valencia; la España todavía más conflictiva, sobre todo socialmente, de la II República -vivida por él en Madrid y Valencia-; la España dramática, trágica, terrible de la guerra civil, iniciada en Pamplona y proseguida en Burgos; la España que me atrevo a llamar -luego veremos por qué- del desencanto, con el desmoronamiento de ilusiones, proyectos y utopías en tanto que se consolida su vida personal universitaria, intelectual y pública; la España, en fin, nacida con el retorno de la democracia, en la que, más pasiva que activamente, sigue viviendo, esperando y padeciendo Pedro Laín» (Albarracín 1994, pp. 13-14).

 

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A aquella aventura cultural le dedica Pedro Laín algunos párrafos de su Descargo de conciencia; los reproducimos a continuación: «Dentro de este contexto hay que situar, si quiere entendérsela en su integridad, la aventura que fueron los primeros años de la revista Escorial. «Interesaba de mucho tiempo atrás a la Falange la creación de una revista que fuese residencia y mirador de la intelectualidad española», dice anónimamente a través de la pluma de Dionisio Ridruejo, la letra de su «Manifiesto editorial». En efecto. Respecto de Jerarquía, dicho queda lo suficiente. Apenas conclusa la guerra, en mayo de 1939, proponía yo oficial y pormenorizadamente a Ramón Serrano Suñer la publicación de una ambiciosa Revista de las Españas, que nunca vio la luz. Pero, por diversas razones, la realización de ese atmosférico proyecto fue posponiéndose hasta noviembre de 1940, mes en el cual apareció el primer número de Escorial. Dionisio, inventor del título, fue su director; yo, su subdirector; y con nosotros compartieron la gerencia diaria del empeño, todos en amistoso régimen de igualdad, Luis Rosales y Antonio Marichalar, a quien Dionisio tuvo el acierto de llamar, para que quedase bien patente nuestra actitud frente a la cultura española anterior al 18 de julio de 1936. / El propósito inmediato de Escorial -«integración de valores»; sincero llamamiento a «todos los intelectuales y escritores en función de tales y para que ejerzan lo mejor que puedan su oficio»- tuvo adecuada expresión legible en la lista de colaboradores durante el primer año de su vida. Estábamos en ella, desde luego, muchos de los que nos habíamos congregado en Burgos: Dionisio, Tovar, Rosales, Vivanco, Torrente, Conde, Salas, Alonso del Real, yo mismo. Estaban también, cómo no, varios de los escritores falangistas anteriores a la guerra civil: Montes, Alfaro, Santa Marina, Emiliano Aguado, Samuel Ros. Junto a unos y otros, jóvenes que muy poco antes habían iniciado su carrera literaria o que de este modo la iniciaban: Caro Baroja, Cunqueiro, Díez del Corral, Fernando Gutiérrez, Gómez Arboleya, Maravall, Marías, Muñoz Rojas, Orozco, Panero, Riquer, del Rosal, Sopeña, Suárez Carreño. Y presidiéndonos a todos, esto es lo decisivo, no pocos de los hombres que con anterioridad a 1936, fuese cual fuere su ideología, habían brillado con luz propia en el cielo de nuestra cultura; entre otros, mencionados por orden alfabético, Dámaso Alonso, Azorín, Baroja, Cossío, Gerardo Diego, Fernández Almagro, García Gómez, Lafuente Ferrari, Marañón, Menéndez Pidal, Ors, Zaragüeta, Zubiri. Ausente de esa lista, ¿necesitaré decir que Ortega estaba muy presente entre nosotros? / Debo repetir aquí una advertencia ya varias veces apuntada. En modo alguno suscribiría ahora todo lo que entonces se dijo en Escorial, comenzando por lo que escribí yo mismo; pero sinceramente creo que a la revista nunca le faltó decoro intelectual y literario, hablen por sí todos esos nombres, y que dentro de aquella difícil situación de la inteligencia y las letras algo representó su aparición en la historia de nuestra cultura contemporánea. Otro tanto cabe decir de las conferencias, las lecturas, los conciertos, las exposiciones y las tertulias a que dio marco el salón de la revista. Sin llegar, desde luego, al nivel deseable, lo que hicimos tuvo llaneza, calidad y -en el seno de una España tan enfatizada- sentido del humor. Más aún: demostró con hechos y palabras nuestra voluntad de poner sobre el pavés todo cuanto en España realmente valiera y nuestro deseo de ampliar hasta donde fuese posible, penetrando, incluso, en el mundo del exilio, el ámbito de nuestra colaboración. Quisimos, en suma, que los mejores en el campo de la inteligencia, el arte y la técnica estuviesen donde los mejores deben estar. «Con la mente a medio formar -escribiría yo en 1948-, la vida de España nos puso en el trance de enseñar a otros más jóvenes. ¿Cómo hacerlo? ¿Fingiéndonos Adanes, declarándonos, qué fácil era, suficientes? Ni como españoles, ni como hombres nos parecía lícito». Yo y otros como yo entendimos que «nuestro deber y nuestro honor» consistían, por lo pronto, en «reclamar con la palabra y la conducta el magisterio de los seniores de nuestra generación; y con el de ellos, el de nuestros padres y el de todos nuestros abuelos supervivientes...'» (Laín Entralgo 1989, pp. 285-287).

 

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Al igual que Laín, Ridruejo ha relatado su paso por la revistaEscorial: «Hacia final de 1940 abandoné la Dirección de Propaganda y fundé -asociado con Pedro Laín Entralgo- la revista Escorial. Como secretarios de la revista figuraban el poeta Luis Rosales, que en la preguerra pertenecía al equipo de Cruz y Raya, y Antonio Marichalar, liberal de tradición que procedía del grupo de la Revista de Occidente. En la revista colaboraron prontamente hombres como Menéndez Pidal, Marañón, Zubiri, Baroja, Eugenio d'Ors, Marías y casi todos los poetas y escritores no exiliados, cualquiera que fuera su tendencia. Con la revista pretendíamos contrarrestar el clima de intolerancia intelectual desencadenado tras la guerra y crear unos supuestos de comprensión del adversario, integración de los españoles, etc. En algún número de la revista se condenó secamente -y no sin consecuencias molestas- el nombre de 'Cruzada' aplicado a una guerra civil; se condenó el 'exceso de arrepentimiento' de los que pasaban de izquierdistas a reaccionarios, dejándonos sin esperanza de equilibrio; se condenó, en fin, de uno u otro modo, la idea del monopolio de los vencedores y de la dogmatización de sus ideas. / Curiosa experiencia. Vista desde cerca y en plena actualidad, Escorial pareció a muchos españoles que venían de «la otra orilla», o simplemente del campo liberal, una mano tendida, un alivio, una manifestación sincera de antifanatismo y una tentativa seria de distensión. Así, pues, la lectura del primer editorial de la revista y de mi prólogo a las obras de Machado, escrito bajo la vigilancia del propio hermano del poeta, me proporcionó en aquellos días la amistad de no pocas personas de las que en la España vencedora se encontraban perdidas. La misma lectura, en cambio, me valió la repulsa más viva de hombres que estaban lejos de España o de los que leyeron todo aquello muchos años después. Y la mía misma cuando volviera a leerlo pasados quince o veinte años. Y es que, visto desde fuera y desde lejos, todo aquello tenía que parecer una farsa, un falso testimonio, un ardid de gentes aprovechadas que querían sumar y, con la suma, legitimar la causa a la que servían y cuyo reverso era el terror» (Ridruejo 1976, p. 224).

 

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Para establecer la diferencia entre autobiografía y diario íntimo, podemos acudir a las definiciones de Georges Gusdorf: «El autor de un diario íntimo, anotando día a día sus impresiones y sus estados de ánimo, fija el cuadro de su realidad cotidiana sin preocupación alguna por la continuidad. La autobiografía, al contrario, exige que el hombre se sitúe a cierta distancia de sí mismo, a fin de reconstruirse en su unidad y en su identidad a través del tiempo» (Gusdorf 1991, p. 12).

 

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«La literatura -sobre todo, la que se manifiesta en forma de diario- es tanto estilo como circunstancia, y, a veces, más que estilo, sólo yo, es decir, circunstancialidad. El género diario se diferencia de las Memorias precisamente en esto: en que, aun siendo, como aquéllas, expresión subjetiva del yo ante sus circunstancias, se escriben en (y desde) el durante, y no en y desde el después. El discurso ha de ser, necesariamente, uniforme, en la medida en que el tiempo (y no la historia narrada) no lo es».


(Siles 1987, p. 154)                


 

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La opinión que vierte Vivanco sobre La casa encendida después de haber asistido al recital es muy valiosa: «Luis ha recitado en el Aula Poética del Ramiro de Maeztu su poema La casa encendida. La soltería solitaria en las habitaciones de su casa. Su dormitorio, sus muebles, su cama. Y, de pronto, una luz que se enciende en el cuarto trastero, a través del patio. La marcha hacia esa luz. Está allí Juan Panero. Y recuerda los días de la Facultad: sale Piedad, salen Pilar, Concha, María Josefa, María Dolores. Salgo yo. 'Presupuestario y ejemplar' me llama. Y cuando se apaga esta luz y vuelve a su dormitorio, en el despacho pequeño, otra luz encendida. Lluvia, puerto de mar, embarcadero. Barca de remos que se acerca. Una figura de mujer, de colegiala. Una interrupción. Un timbre. ¿Es un timbre o una sirena? Es el médico de una sociedad. Sigue el poema: la descripción de Maruca, que se queda también en el pasado. Y otra habitación que se enciende: su biblioteca, los libros que caminan y caminan. Hablando de él. Son sus padres muertos. Su primer Corpus y las campanas de Granada sonando a Corpus... Al día siguiente, al volver a su casa, desde la calle, la ve toda encendida. Y le da gracias a Dios por ello. El poema es hermoso, vivido, vivo, dinámico, sin fallos, de un tirón. Alegre y juguetón de lenguaje, de elementos. Es un gran poema. Aún no lo he leído despacio. Tendré que hacerlo. Está en la línea de La estancia vacía, de mi Invierno, de Los ángeles diarios de Fernando Gutiérrez. Con más elementos imaginativos concretos y más acierto natural de expresión. Menos posado y grave que el de Leopoldo, menos concentrado y realista que el mío» (Vivanco 1983, p. 51).

 

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En realidad, Luis Rosales publicó en la revista Anthropos (nº 25, 1983) una breve autobiografía literaria que tituló precisamente «Autobiografía literaria improvisada ante un magnetófono», recogida en el último volumen de sus Obras completas. Aunque el texto es bastante breve y se centra sobre todo en la reflexión sobre la propia actividad intelectual y literaria, allí nos explica cómo conoció a Luis Felipe Vivanco en la redacción de la revista Los cuatro vientos, y cómo Vivanco, él y Juan Panero asistían a las clases en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, episodio que el propio Rosales recreó enLa casa encendida. También debemos señalar la existencia de un libro de Félix Grande, La calumnia, cuyo subtítulo, De cómo a Luis Rosales, por defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte, es bastante elocuente.

 

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Además de biografías y libros de memorias, los Panero fueron protagonistas de dos excelentes películas de carácter documental, algo completamente inaudito en el cine español. La primera de ellas fue El desencanto, de Jaime Chávarri, y la segunda Después de tantos años, de Ricardo Franco. En la primera de ellas asistimos a una verdaderaautopsia espiritual del poeta Leopoldo Panero por parte de su viuda e hijos, mientras que Después de tantos años vuelve a reunir a los tres hermanos tras la muerte de la madre, Felicidad Blanc. Hasta la fecha, además, contamos con las memorias de Felicidad Blanc (Espejo de sombras) y de Juan Luis Panero (Sin rumbo cierto) y con la biografía de Leopoldo María Panero (El contorno del abismo). Tampoco debemos olvidar que esta particular familia ha servido de inspiración a diversos cuentos y novelas, como «Apagad el gas antes de iros», de Luis Antonio de Villena,Lejos de Veracruz, de Enrique Vila-Matas, y Tul ilusión, de Jorge de Cominges.