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381

Ed. cit., p. 556. Sigue al preceptista Benio. Sobre el tema que nos ocupa, véase el estudio de Frank Pierce La poesía épica española del Siglo de Oro, Madrid, Gredos, 1968.

 

382

Ib., p. 557. Más adelante, en p. 558, añadirá que no son poemas épicos los que como La Dragontea de Lope carecen de instrucción moral. Le Bossu dicta sus opiniones sobre la finalidad instructiva de la épica. La importancia del género épico en la poesía del S. XVIII es enorme. Sobre la lectura de la épica clásica y moderna por Jovellanos, véase José M. Caso González, La poética de Jovellanos, Madrid, Prensa Española, 1972, p. 501. Como apunta I. L. McClelland, Ignacio de Luzán, New York, Twayne Pub., 1973, pp. 108 y ss., Luzán trató en su 1.ª ed. de la Poética de justificar cada uno de los géneros en términos de utilidad y deleite. No queremos afirmar con ello que las fábulas mitológicas y los poemas épicos careciesen de lección moral. Todo lo contrario, su función alegórica es evidente. Lo que ocurre es que Luzán concibe de otro modo el concepto de utilidad y, respecto al poema que nos ocupa, la deduce de un poema burlesco.

 

383

Vide Poética, ed. cit., pp. 561, 571 y 591-2.

 

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La sutil paradoja del título ofrecía ya la clave burlesca del discurso, por medio de la composición de la palabra. A partir de ahí, Luzán contrahará la materia épica, invirtiendo todos sus términos salvo el fin moral. Para él, «en la naturaleza del poema épico entran todas estas cosas: una acción noble y grande, personas ilustres y esclarecidas, como reyes, héroes, etc., la instrucción moral adonde deben tirar y parar todas las líneas de la epopeya, como a su blanco y fin principal, y finalmente, el modo verisímil, admirable y deleitoso con que se debe hacer la imitación de la acción» (Poética, p. 558).

 

385

Ib., p. 600: «La proposición es la primera de las partes de cantidad con que se da principio al poema y debe contener, en general, breve y claramente, la materia o asunto del poema, el héroe principal y la deidad o deidades que tienen mayor parte en la acción para que desde luego el lector quede informado de la substancia de lo que ha de leer y del carácter del hombre y de la deidad que en aquella acción han de tener mayor papel». Sobre las partes del poema épico, Luzán muestra numerosas analogías con los preceptistas italianos del Renacimiento, así como con López Pinciano y Cascales.

 

386

Luzán exige en esta parte sencillez y ajuste al asunto general, evitando referencias a los episodios (Ib.).

 

387

Ib., pp. 603-4. Para él, la invocación a la musa es de tipo alegórico. A través de ella «se figura el genio y entusiasmo de la poesía, la fantasía, el ingenio y demás calidades de un perfecto poeta». La dedicación del poema suele, según Luzán, ir a continuación de la invocación. Aquí no existe, aunque ha de tenerse en cuenta el fragmentarismo de lo conservado.

 

388

Ib., p. 605.

 

389

Cossío recoge en op. cit., pp. 679 y ss., abundantes muestras de fábulas burlescas barrocas. Para los romances mitológicos burlescos, pp. 728 y ss. Respecto a la fábula dieciochesca de corte burlesco, vide cap. XXVIII. El uso del lenguaje de las jácaras y el estilo prosaico es norma común. Luzán huyó de la plebeyez en que cayeron muchas parodias mitológicas, así como de la procacidad tabernaria del «fabulero» por excelencia del S. XVIII, Nieto de Molina. Sobre Luzán, ib., pp. 824 y ss. La sobriedad y sencillez que Cossío acusa en sus fábulas serias también aparece en las jácaras. Los juicios del eminente crítico no son muy benévolos para nuestro poeta. El proceso desmitificador no es exclusivo de la etapa barroca. Fueron los mismos griegos quienes lo cumplieron (cfr. Mircea Eliade, Mito y realidad, Madrid, Guadarrama, 1973, p. 166). Lo fundamental en literatura es ver cómo se ofrece tal desmitificación en cada época. De ello trato en mi artículo «Mito, géneros y estilos: El Cid Barroco», Boletín de la Real Academia Española, 1979, pp. 499-527. Ernst Robert Curtius, Literatura Europea y Edad Media Latina, México, F. C. E., 1976 (2.ª reimp.), II, pp. 609-612, ya señaló la comicidad en la épica medieval.

 

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Cossío, ibíd., p. 806, se refiere a la Henriqueida de Francisco Xavier de Meneses (Lisboa, 1741), en cuyo prólogo se alude a las reglas del poema burlesco.