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Poesías, de Antonio Ros de Olano, Colección de escritores castellanos, Madrid, 1886. El colofón reza así: «Este libro se acabó de imprimir / en Madrid, en casa de / Manuel Tello, el día / 7 de julio del / año de / 1886». Se citará siempre por esta edición.

 

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Don Antonio Ros de Olano, conde de Almina, marqués de Gual-el-Jelú, nació el 9 de noviembre de 1808 en Caracas, donde su padre, de origen catalán, militar que ejerció altos cargos en tierras venezolanas, se hallaba temporalmente destinado. Llegó con sus padres a España a la edad de cinco años; la familia se instala en la casa solariega de Puig-Alegre, en el Ampurdán (Gerona). Muy pronto huérfano, se ocupa de la educación del niño un tío suyo. Al igual que su padre, abrazó la carrera militar, comenzándola como Alférez de la Guardia Real. Sus servicios durante la primera guerra carlista (1833-1840), a las órdenes de los generales Mina y Fernández de Córdova, le llevan a ser nombrado pronto coronel (1837) y a entrar en la política activa como diputado independiente (1838). Protagonista importante de la historia española, su nombre está vinculado a cuantos movimientos, revoluciones y contrarrevoluciones, se sucedieron en la agitada mitad de nuestro siglo XIX: propició la caída de Espartero (1843), participó con O’Donnell en la batalla de Vicálvaro (1854) y poco después en la acción contrarrevolucionaria que lleva de nuevo a Narváez al poder (1856). Su intervención decisiva al mando del tercer cuerpo de ejército en la guerra de África (1859-1860) le valió el marquesado de Guad-el-Jelú. Entre los innumerables cargos que desempeñó y títulos con que le honraron sus contemporáneos, destaca el haber sido caballero gran cruz de la Orden Real de Carlos III, de Isabel la Católica y de la militar de San Hermenegildo, ministro de Instrucción Pública y embajador de España en Portugal, presidente del Supremo de Guerra y Marina y senador vitalicio. Apoyó la Revolución de 1868. Murió en Madrid el 23 de julio de 1886.

 

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No obstante, nos resistimos a creer que en ciertos poemas la corrección fuera hecha por el propio poeta. Entre los últimos poemas que publicó en Revista de España y la aparición de sus Poesías median pocos años; no se entiende cómo en ese corto espacio pudiera cambiar tan de raíz su concepción de bastantes poemas, que sufrieron grandes supresiones y algunos añadidos que los mejoran considerablemente. Los nuevos finales, sobre todo, ganan mucho. Los poemas quedan ahora bien cerrados, cosa que a Ros le costaba conseguir a juzgar por las primeras versiones. Sólo por la intervención de otra mano se comprendería también la existencia de ciertos lapsus o incorrecciones en la versión definitiva, como es el caso del soneto que dedica a Espronceda. Es un ejemplo que vale por muchos otros: cuatro años antes de aparecer Poesías, publica Ros un soneto en memoria de su amigo Espronceda en Revista de España, LXXXIV (28 enero, 1882), pp. 356-357. El verso once en la versión de la Revista era inadmisible. Ros conjuraba a Espronceda a salir de su tumba y a volver a la vida con este singular mandato: «Rompe la losa al golpe de tu frente». La corrección cayó rápida sobre ese endecasílabo convirtiéndolo más suavemente en: «Rompe la losa con tu férrea mano». Pero el juego de rimas, al sustituir mano a frente, quedó alterado, sin advertir el corrector que ese cambio comprometía a más versos (reelaboró dos finales, cuando debió hacerlo con tres). Así se explica que en la edición de Poesías el verso nueve de este soneto quede suelto («¡Poeta del pensar!... De la clemente»), pues rimaba en principio con frente.

 

74

Ángel María Segovia, Figuras y figurones, II, Madrid, 1878, p. 719, a y b.

 

75

Véase José Navarrete, «Prólogo» a Episodios militares, de A. Ros de Olano, Madrid, 1884; especialmente pp. IX-XI.

 

76

Juan Valera, «Notas biográficas y críticas», en Obras completas, II, Madrid, 1942, p. 1309. Da publicidad a la citada sentencia Manuel Ascensión Berzosa, quien la glosa en su prólogo a El doctor Lañuela, de A. Ros de Olano, con estas palabras: «Sentid hondo, pensad alto, hablad claro, según la fórmula feliz del que ha escrito este libro, y espiritualizaréis la materia, sensibilizaréis el espíritu, seréis poeta». Lañuela, Madrid, 1863, pp. 8-9.

 

77

Salvador García, «El Pensamiento de 1841 y los amigos de Espronceda», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, año XLIX, núms. 1, 2, 3 y 4 (enero-diciembre, 1968), p. 332.

 

78

Los poetas románticos, antología y prólogo de Antonio F. Molina, Barcelona, 1975.

 

79

Antología de la poesía romántica española, selección e introducción de Joaquín Marco, Barcelona, 1972.

 

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La advertencia que hace Ros de Olano al frente de su Galatea no puede ser más desorientadora, así como el subtítulo de «Fábula griega» con que la acompaña. Dice así esa advertencia: «Esta obra es refundición (con un acto más y más personajes) de la composición francesa del mismo título». Con esta pista parece remitir a la conocida Galatée (1783) de Florián, cuyo éxito indujo a Casiano Pellicer, en 1797, a realizar su adaptación al castellano, y a Cándido María Trigueros a arreglar y continuar la versión anterior en Los enamorados o Galatea y sus bodas (1798). Durante el siglo XIX, se siguieron traduciendo y adaptando obras de Florián en España, de forma que su nombre era sobradamente conocido. De 1834 es la traducción de su novela pastoril en verso y prosa Estela, a cargo de V. Rodríguez Arellano; J. López de Peñalver tradujo su Gonzalo de Córdoba en 1854. Pero, pese a todos los indicios, la Galatea de Ros de Olano no guarda relación alguna, ni remota, con Galatée, su cohorte de libres adaptaciones, ni tan siquiera con la leyenda clásica sobre la cual dice inspirarse.