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P. ej., después de pedir perdón a Izquierdo por la dureza con que lo ha tratado -aunque le dice que se la tenía merecida-, doña Guillermina agrega: «Pero no quiero irme sin darte una limosna y un consejo» (p. 125a). La limosna son dos duros; el consejo, un edificante discurso en que le dice a Izquierdo que es un haragán que no sirve para nada, menos para modelo de pintor.

 

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Aunque Guillermina llevaba tiempo insinuando que Fortunata no podría criar al niño, de que sería capaz de abandonarlo, de que lo debiera entregar a personas que lo cuidaran mejor, etc., cuando llega, en efecto, el momento en que hace falta ama de cría, la señora le dice a Ballester: «A ver si la convence usted de que no puede criar. La pobre, como tiene la cabeza un tanto débil y trastornada, se figura que le van a quitar a su hijo... Y no es eso, no es eso... Hay interés en que le críen bien» (p. 529b). Sería injusto decir que Guillermina piensa robarse al niño. Lo que desea es que lo ceda Fortunata, y hace todo lo posible para que se llegue a esa conclusión. Por lo tanto, su indignación ante el miedo que siente la madre de que le quiten al hijo es exagerada e insincera: «Muchas gracias, amiga mía... Me toma por ladrona de chiquillos. No sabía que soy bruja» (p. 530a). Todo el interés que pone Guillermina en la adquisición del niño parece desmentir sus propias palabras a Maxi de que «Cristo nos enseña que no debemos tomarnos la justicia por nuestra mano, pues Dios castiga sin palo ni piedra, y El da a cada criatura lo que le conviene» (p. 523a).

 

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A Fortunata: «Si no puede criar, no se apure; le pondremos un ama a este caballerito...» (p. 513b); «¡Ah!, yo dudo mucho que usted sirva...» (ibid.). A Ballester: «Lo que quiero decir es que si usted tiene algún influjo sobre ella, debe aconsejarle que... Porque el día menos pensado, esta mujer vuelve a las andadas, y se cansará de criar a su niñito. Lo mejor sería que le pusiera un ama, entregándoselo a personas que le habrían de cuidar mejor que ella. Aconséjele usted esto» (p. 518a).

 

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Antes de morir, Fortunata manda a Estupiñá llevar a Guillermina unas acciones de banco. En el manuscrito se lee: «Eso... se lo da usted a doña Guillermina» (IV, p. 756), pero Galdós habrá querido subrayar la amistad que siente Fortunata por la señora, pues el texto publicado dice: «Eso... se lo da usted a mi amiga doña Guillermina» (p. 538a).

 

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De Guillermina dice el narrador que «No se reconocía con bastante paciencia para encerrarse y estar todo el santo día bostezando el gori gori, ni para ser soldado en los valientes escuadrones de Hermanas de la Caridad. La llama vivísima que en su pecho ardía no le inspiraba la sumisión pasiva, sino actividades iniciadoras que debían desarrollarse en la fibertad» (p. 76b).

Cuando se le habla a Benina de que le convendría retirarse a algún asilo para ancianos, la mendiga da las gracias y evita contestar (Misericordia, [París: 1951], pp. 269 y 275). Y cuando la llevan a San Bernardino, sólo piensa en la falta que hará en casa de doña Paca, y el dolor que siente es tan grande que «hubiera embestido a los corchetes para deshacerse de ellos» (p. 279). Es de esperar que una mujer de sesenta años que «conservaba su agilidad y viveza, unidas a una perseverancia inagotable» y que se «había pasado lo mejor de la vida en un ajetreo afanoso», haciéndolo todo con «increíble presteza» (p. 58), se sintiera tan desesperada en aquella «prisión». Vuelve a rechazar la propuesta de retirarse a La Misericordia una vez que se encuentra libre, y se dedica al cuidado de Almudena.

 

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Robert Russell, «The Christ Figure in Misericordia», AG II (1967), p. 121. Cf. también Francisco Ruiz Ramón, Tres personajes galdosianos (Madrid, 1964), p. 182 y la comparación que hace Ruiz Ramón entre don Manuel Flórez, «santo de salón», y Nazarín (p. 195).

 

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Russell, art. cit., passim.

 

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El original trae «tía bruja» (ms. I, 378), que se enlaza luego con lo que piensa «para sí» Izquierdo de doña Guillermina (p. 122a y ms. I, 605) y con la declaración de Guillermina, que sólo aparece en el manuscrito, que sabe que la llaman «tía bruja» los mismos a quienes ella mata el hambre (ms. I, 607).

 

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Las alteraciones del texto varían desde la sustitución suavizadora de una palabra por otra hasta la supresión de frases o imágenes excesivas. Al ver cómo Guillermina echa de la casa en que ha muerto Mauricia a dos chulas, doña Lupe se queda impresionada con las «despachaderas» y el «carácter» de la Pacheco (p. 375a). En la versión originaria, Galdós hace comentar a Guillermina: «¿Qué se creen? Oh, a esta gente hay que tratarla así» (ms. III, 460), pero luego suprime lo dicho por la santa (p. 375a). Poco después, conversando con Fortunata, Guillermina le dice: «Se me figura que V., aunque tiene en su vida bastantes sombras si la educan bien... ha de dejar caer alguna flor» (ms. III, 583). En el texto publicado (p. 395b) falta «aunque tiene en su vida bastantes sombras», con lo cual la frase, más directa y contundente, evita aludir al tormentoso pasado de Fortunata.

 

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The Poetics of Space (New York: Orlon Press, 1958), p. 6.

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