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Galdós' scorn of France expressed here is a reaction to her assertive arrogance, which he counters by tracing her decline with his own ironic little triad of successive defeats toward ruin: 1808, 1815 (the collapse of the First Empire), and 1870. These support his predictions about France that «Tal vez retoñe por tercera vez este árbol viejo...» etc., and his forecast of its decline. In this particular context, the symbol of the tree is applied to France, but also has a curious allusive validity with regard to the Carlists and the failures of their efforts in the Basque north lands -a tree being their traditional rallying symbol in the form of the Guernikako Arbola, the ancient oak under which Carles VII, the Carlist pretender later swore an oath to the Basque provinces on July 5, 1876 (See Ed-Holt, The Carlist Wars in Spain, London, 1967, p. 167).

 

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Although applicable to the circumstances of 1808-1809 in the context of Zaragoza and the subsequent re-apportionment of certain parts of Europe after the Congress of Vienna, Galdós remarks also have a certain relevance to the Spain of 1874 and the disruptions caused by the failure of the Federalist concept, which, among other things, divided the nation in more ways than political and was further exacerbated by other traditionally divisive movements such as Carlism and the Basque and Catalán separatist movements (See C. A. M. Hennessy, The Federal Republic in Spain, 1868-1874, Oxford, 1962, especially Chapter X, «The Collapse of the Republic»).

 

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La gaviota. Obras de Fernán Caballero, ed. José M.ª Castro Calvo, Madrid: Biblioteca de autores españoles, 1961, t. I, 45. Todas las citas corresponden a esta edición.

 

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La frase «está tan amoldada a sus mañas de usted», recuerda lo que decide al extremeño Carrizales a casarse a pesar de sus celos: «ella es niña... encerraréla y haréla a mis mañas». Justifica el paralelo con El celoso extremeño una reminiscencia muy directa de la novela del Licenciado Vidriera poco antes. Marisalada se justifica de haberle tirado una pita a fray Gabriel diciendo: «nada tiene de vidrio fray Gabriel sino sus espejuelos» (p. 47). Es muy posible que Fernán estuviese leyendo las Novelas ejemplares mientras escribía esos capítulos.

 

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Aunque se conocen hace ya tres años, es en esta escena añadida que la novelista pone por primera vez al médico y a la gaviota en contacto a través de un diálogo.

 

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M. Núñez de Arenas, ed., Bhi, XXVI (1924), 71. V. sobre el destinatario de la carta Theodor Heinermann, Cecilia Böhl de Faber y Juan Eugenio Hartzenbusch, una correspondencia inédita, Madrid, 1944, pp. 102 y ss. El crítico confunde en una ocasión (p. 102) el capítulo añadido con el que Hartzenbusch, según cuenta la novelista en la misma carta, le sugirió que eliminase.

 

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En I, cap. XV, el alemán llora al reconocer a su protector, a quien traen ahora herido al convento, y uno de los concurrentes comenta: «-¡Mal principio!... Un cirujano que llora, ¡estamos hechos!» (p. 59).

 

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Casi en un aparte realista Fernán indica qué razones tiene Carlos para alejarse de su esposa, a quien increpa su tía porque aleja a todos sus amigos, «con esas asperezas y repulsivas sentencias, que sin duda tienes prevenidas por orden de tu confesor... tu carácter austero, reservado y metido en ti, te priva ya del corazón de tu marido, y acabará por alejar de tí a todos tus amigos» (p. 123).

 

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Mientras a Stein lo atrae básicamente la voz de María, a Almansa lo subyuga la impenetrabilidad de su carácter. Ya en su primera entrevista, el duque admiraba «el juego de aquella fisonomía sucesivamente fría y entusiasmada, helada y enérgica» (p. 60). V. también p. 118.

 

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El nacimiento de la atracción entre María y Pepe es casi idéntico en la primera versión: «Al hacer Pepe Vera una nueva demostración de agradecimiento, los ojos negros de aquellas dos personas cruzaron sus miradas. Al describir este encuentro de miradas, un escritor clásico diría que Cupido había herido aquellos dos corazones como Pepe Vera había herido al toro. Nosotros, que no tenemos la temeridad de dejarnos guiar por aquella escuela perfecta, severa y respetuosa, diremos buenamente que nuestros personajes estaban formados para entenderse y simpatizar uno con otro, y que en efecto, se entendieron y simpatizaron» (Heraldo, junio 25, 1849, II, cap. III. El párrafo es casi idéntico en la versión del 56). Sobre esta base, Fernán carga luego la mano en la descripción de los amores de María para la publicación en libro.

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