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361

El golpe al niño no figura en la versión del Heraldo. Si no se trata de un olvido del traductor, esto subraya el deseo de Fernán de empeorar la visión del personaje.

 

362

El atractivo de María no proviene de una auténtica belleza, sino del poder de su personalidad. El duque la describe como «ni bonita ni fea... Es morena, y sus facciones no pasan de correctas. Tiene buenos ojos; en fin, uno de esos conjuntos que se ven dondequiera en nuestro país» (p. 73).

 

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En varias ocasiones declara la autora su desprecio por la gaviota: en la carta a Mora ya citada: «esa horrible Gaviota y el ordinario Pepe Vera los he trazado de mala gana y con coraje y porque era preciso» (Cartas, ed. Valencina, p. 23); en la carta a Núñez de Arenas (BHi, art. cit.), y al menos en dos cartas a Antoine de Latour: «Cuando escribí La Gaviota, ese tipo de la repugnante vulgaridad que nada puede ennoblecer», y: «El retrato de la Gaviota no era, aun siendo mujer, ni lista, ni viva, ni alegre. Era fría, tranquila, solapada, dura y seca» (Cartas inéditas..., ed. Santiago Montoto, Madrid, 1961, pp. 202 y 205). Estas últimas cartas son de 1856, así que siete años después de aparecida la novela el juicio de la autora sobre María ha ganado en severidad. El apodo de la protagonista expresa mejor que ningún comentario esa antipatía de Fernán, que prefiere el mote de Momo al nombre del personaje o al que le da la tía María («Marisalada, por sus graciosas travesuras, y por la gracia con que canta y baila, y remeda a los pájaros» [p. 20]), sin reparar en que es sólo al final de la novela, cuando ha perdido la voz, que se asemeja al feo pájaro graznador. El apodo sugiere además una frivolidad de carácter de la que anda muy lejos el personaje: En una nota del Heraldo (mayo 9, 1849) se explica que el nombre de gaviota «Se aplica familiarmente a la mujer gritona, imprudente, atolondrada y de ásperos modales, como lo indica el conocido refrán: La gaviota, mientras más vieja, más loca».

 

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Ya el primer crítico de Fernán, Eugenio de Ochoa, notó esta falta de dimensión de la protagonista de la novela, explicándola con razones muy románticas después de insistir en que se trata de un personaje muy vivo: «la figura que irresistiblemente se lleva el mayor interés del lector, la que siempre domina el cuadro, porque nunca nos es indiferente, si bien casi siempre nos es antipática [...] Por eso sin duda no se empeña en explicar el móvil de las acciones de su protagonista. ¿A qué fin? Ni aun la explicación más ingeniosa podría parecer satisfactoria para los que saben que nada hay en el mundo más irracional que la pasión» (Obras, ed. cit., V, 434).

 

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«Fray Gabriel es para mí el bello y sublime ideal de aquel pobre de espíritu que está tan cerca de Dios que desde esta vida lo llaman bienaventurado. Lo he trazado con amore, así como esa horrible Gaviota», etc. (carta a Mora ya citada). En una carta a Latour de 1858 afirma que ha «conocido» a fray Gabriel: «son tipos muy humildes y poco lucidos, pero muy queridos míos» (Cartas, ed. Montoto, p. 59).

 

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En Le lys dans la vallée (1835), Balzac nos sorprende añadiendo como colofón a la elaborada historia de sus amores por Félix de Vandenesse que constituye la novela, una crítica devastadora de su conducta, su egoísmo, su falta de tacto, inexperiencia en cuanto al alma femenina, exageraciones sentimentales, etc.

 

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La gaviota comenzó a escribirse hacia 1845, cuando Fernán tenía unos 50 años. La familia de Alvareda y Elía, que sigue en orden de publicación, son, en sus primeras versiones, de alrededor de 1829 y 1835 respectivamente. V. la cronología de obras de Fernán en el Ensayo de Montesinos.

 

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Dice Fernán de Rafael, a propósito de la pasión que siente por Rita: «era la única mujer que... había amado seriamente: no con una pasión lacrimosa y elegíaca, cosa que no estaba en su carácter, el más antisentimental entre otros muchos que resecó el levante» (p. 70).

 

369

En la Algar ha hecho Fernán un retrato ideal de sí misma (durante su segundo matrimonio Cecilia brilló en Sevilla como marquesa de Arco-Hermoso). La condesa posee la espiritual ligereza a que aspiraba Fernán en cuanto gran dama que debía practicar la literatura como ocio, pero al mismo tiempo juega en serio con la idea de escribir: «si alguna vez me meto a autora (lo cual podrá suceder, por aquello de que de poeta y loco todos tenemos un poco), a lo mejor tendré la ventaja de que me oirán sin verme, gracias a mi pequeñez, a la escasa brillantez de mi pluma y a la distancia» (p. 94). El punto de comparación es «el gran Dumas», lo que subraya cómo preferiría verse a sí misma Fernán: escribiendo desde su rincón provinciano, bajo un seudónimo, con un intelecto modesto pero lleno de gracia y de sinceridad.

 

370

En la carta a Mora que acompaña el envío de La gaviota, Fernán hace el elogio de la novela de costumbres, insistiendo en que a la literatura española le falta ese género «que otros países tanto aprecian y a tanta perfección han llevado» (Valencina, p. 16). Fernán agrega que La gaviota «Está llena de actualidad, por valerme de una de las frases de moda, y creo pinta la sociedad del día con exactitud» (p. 20). Son básicamente los mismos conceptos los que expresa el prólogo de la autora en El Heraldo.

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