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A. Wurmser, La comédie inhumaine (Paris: Gallimard, 1964), p. 109.

 

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F. Vézinet considera «colosos» a Grandet y Harpagon cuando se comparan con Torquemada, que es solamente un hombre. «Un avare espagnol», en Les maîtres du roman espagnol contemporain (Paris: Hachette, 1907), p. 97.

 

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Nicolás Sánchez Albornoz ha establecido que «después de las guerras napoleónicas, Europa pasó por una larga recesión económica, no carente de inventiva, cuyo broche fue la revolución de 1848. A partir de entonces gozó de un rápido crecimiento [...]. Al igual que las naciones europeas, España participó de la fase de expansión del tercer cuarto del siglo XIX [...]. En diez años, de 1856 a 1865, se fundaron nada menos que dieciocho bancos y treinta y siete sociedades de crédito, tres sucursales del Banco de España, parte de la red de Cajas de Ahorro y los establecimientos provinciales dependientes de la Caja General de Depósitos» («El transfondo económico de la revolución», en La revolución de 1868, historia, pensamiento, literatura, ed. Clara Lida e Iris Zavala [New York: Las Américas Publishing Company, 1970], pp. 70-72). Para otras relaciones entre novela e historia, en el caso de Torquemada, véase el ensayo de Carlos Blanco Aguinaga incluido en La historia y el texto literario (Madrid: Nuestra Cultura, 1978), pp. 94-124.

 

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Los aspectos religiosos de las novelas de Torquemada han ocupado a numerosos críticos. Véanse, entre los trabajos más recientes, los citados de Terence T. Folley y del P. Manuel Suárez, y el de Geraldine M. Scanlon, «Torquemada 'becerro de oro'», MLN, 81 (1976), pp. 264-276.

 

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J. Luc Seylaz desarrolla este punto en el art. cit., p. 300.

 

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Barbéris, op. cit., p. 1498.

 

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Tal vez el crítico más agudo de las novelas de Torquemada ha sido el primero, Clarín, que se refiere a esta transformación como «el inmenso trabajo de observación filológica, por decirlo así, que supone el estudio de las transformaciones del lenguaje y el estilo del insigne prestamista» (Galdós [Madrid: Renacimiento, 1912], p. 267. Subrayado mío). Añade Clarín que Galdós «prefiere hace tiempo estudiar los caracteres, no en el momento estético, por decirlo así, sino en los vicios que experimentan por la influencia de medios nuevos y en las variaciones que como resultantes siguen a esos vicios» (p. 260). Sobre la evolución del habla de Torquemada puede consultarse el trabajo de H. B. Hall, «Torquemada: The Man and His Language», en Galdós Studies, ed. J. E. Varey (London: Támesis Books, 1970), pp. 136-163.

 

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Tal vez Galdós no ignoraba que Balzac, en la versión de 1830, había querido transformar a su avaro en barón, en diputado, en candidato a la Legión de Honor. Gobseck, en aquella primera versión llega incluso a vivir en el hotel de Restaud. En la versión de 1835, además de alquilar el hotel del Conde (p. 471), Gobseck mantiene íntegramente la antigua estampa, sin transformaciones externas. Observa el P. Suárez: «Balzac abandona la idea de ennoblecer a Gobseck porque no se inscribe bien en la lógica del personaje, del usurero metafísico» (art. cit., p. 378).

 

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Parece que la ironía de Galdós desbordaba a la mayoría de sus contemporáneos y le permitía adelantarse a los acontecimientos. En 1894, F. Santamaría, reseñador de turno en una revista liberal, La España Moderna, destacó el «recto sentido del honor» del personaje ciego en Torquemada en el Purgatorio, y decidió que, en esa novela, «el argumento es poco y muy diluido» (La España Moderna, LXIX [1894], pp. 125-126). Las palabras de Rafael, «arruinados, pero con honra» (p. 1439), escritas en 1893, coinciden aproximadamente con las famosas palabras de consolación que se pronunciaron oficialmente ante el llamado «desastre del 98».

 

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«Los escalones, escaleras y escalas y el subir o bajar por estas son representaciones simbólicas del acto sexual», escribe Freud en La interpretación de los sueños, Obras completas, traducción de Luis López Ballesteros (Madrid: Biblioteca Nueva, 1973), tomo I, p. 561. Freud explica en nota a pie de página: «No es nada difícil hallar el paralelismo entre el acto sexual y el de subir por una escalera. Ambas tienen en común el hecho de que en una rítmica graduación y con una creciente agitación respiratoria se llega a su punto cumbre». El problema de Torquemada en el sueño de Fidela es que no es capaz de llegar a ese punto. Galdós probablemente concedía a este sueño sólo un obvio significado de orden social, que no conflige, sin embargo, con el que aporta Freud.

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