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Anales galdosianos

Año I, 1966

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Salvador de Madariaga


En la historia de la novela española, Galdós sólo le cede en eminencia a Cervantes; en la de la europea, solo a Dostoievsqui. Pero si en España se reconoce su excelencia, no así fuera de ella. La razón es sin duda que Galdós surge en la historia de la cultura humana cuando está en su auge el anti-hispanismo poco menos que universal, que desestima y aun descarta a los creadores españoles nada más que por serlo.

Hay que reconocer con franqueza y honradez este factor innegable de deformación que lleva implícita la cultura euro-americana tal y como la determina la historia. El escritor y hasta el artista francés o inglés, nada más que por ser francés o inglés, se beneficia de un coeficiente considerable de sobreestimación. En menos grado, el ruso, el alemán y el italiano, por este orden también. Todos se distinguen de los españoles en llevar implícito un coeficiente positivo de estimación universal. Los españoles, por el mero hecho de serlo, tenemos que movernos en el ágora mundial contra una corriente de depreciación. Nuestro coeficiente es negativo.

Tan coriáceo es este prejuicio anti-español que, cuando un español irrumpe en el gran teatro del mundo con tal ímpetu de genio que ya no se puede negar sin caer en el ridículo, se soslaya el caso negándole su nacionalidad. Así Picasso. Cuando me disponía a escribir estas líneas, leo en una revista inglesa que «Picasso es francés por su arte sino por su nacimiento»; siendo así que es al revés: que hay mucho más Picasso en el arte francés que arte francés en Picasso. Y aun aquellos que se resignan a que Picasso sea español, lo hacen catalán, siendo así que quien olvida que Picasso es malagueño no lo comprenderá jamás.

Esta malevolencia universal para con todo lo español ha sido la causa principal del ostracismo que sufre Galdós. Quizá pudiera añadirse que adolece a veces de cierta tendencia a la digresión; pero ¿no la padece aun mayor Tolstoi, cuya La guerra y la paz se pierde en verdaderos ensayos como largas islas en el río de su narración? ¡Y no valen mucho más Fortunata y Jacinta que Anna Carenina!

Este es uno de los dos terrenos en los cuales revela Galdós su grandeza de artista: en la creación de seres vivos. No se hallará en toda la novela europea, con la única excepción de Dostoievsqui, un cuadro de seres humanos que le gane a Galdós en su penetración del carácter y en su facultad de hacerlo vivir en el relato de los hechos corrientes.

Y aun su supeditación a Dostoievsqui ha de matizarse con cuidado. Le es inferior en fuerza. Lo que sitúa a Dostoievsqui en la cumbre de la novela europea es su vigor. Nadie como él ha sabido hacer vivir los momentos trágicos con acentos de tensión tan violenta, tensión que hace a veces casi intolerable la lectura de ciertas páginas suyas. Pero puede sostenerse que Galdós sobrepasa a Dostoievsqui en la gama y sutileza de sus estados de ánimo, y sobre todo en su don maravilloso de dosificar lo cómico y lo trágico, donde que el desdichado Dostoievsqui carecía por completo.

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Este es un don muy español. El caso lamentable de Calderón, que es tan inepto en su manejo de lo cómico, no debe ocultar los de Lope y Tirso, y los aún más excelsos, de Rojas y Cervantes. Este don procede menos de la inteligencia que del corazón. Y por este camino, llega uno a otro de los terrenos en los que Galdós revela su maestría sobre los demás novelistas europeos incluso Dostoievsqui, y llega a codearse con Shakespeare. Se trata precisamente de lo más hondo que se da en todo artista: su actitud para con la vida y sus gentes. Hay los pesimistas; hay los optimistas; y hay los cínicos. Galdós no cuadra en ninguna de estas categorías. Acepta la vida como es; y sin ilusiones; y gracias a una actitud hondamente fraternal, humilde y humana, «que no juzga para no ser juzgado», consigue presentar las situaciones más absurdas y más trágicas, sin perder la serenidad ni la caridad. Es una encarnación de lo que hay quizá de más hermoso aunque también quizá, de menos reconocido en el carácter español.

Quien llamó a España país de las paradojas dio en el clavo. Reciente la feroz guerra civil de que aún sangra, duelo de intolerancias opuestas, es el momento de recordar que España es sin embargo un país de lo más humano y tolerante que hay. Todo es cosa de temperatura, «Caldéese el ambiente» como dicen los comentadores políticos, y surge la intolerancia. Consérvese tibio y moderado, y la tolerancia florecerá. La historia de España es mucho menos violenta que otras europeas -la inglesa, por ejemplo.

Este sentido de tolerancia y de humanidad, que resplandece en La Celestina y en el Quijote inspira y baña toda la obra de Galdós. No lo confundamos con el «keep smiling» de los optimistas profesionales. Es cosa más honda, tan honda que permite a Galdós pintar sin desesperar tragedias como la muerte de Ángel Guerra. Y por esa dimensión de su humanidad, resulta Galdós ser a la vez el más español y el más universal de nuestros novelistas después del inaccesible Cervantes.

Oxford, Inglaterra.



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