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1

Pueden observarse sus amargas consideraciones, sobre la posibilidad de respetar la verdad en escribir la historia: «En el tiempo del evento ¿qué pluma se encargará de ello, sin que la detenga la razón de estado, o alguna preocupación?» (Cartas Marruecas, ed. J. Arce, Madrid, 1978, p. 218. De aquí en adelante citaremos siempre esta ed. que comprende también las Noches lúgubres). No obstante, existe la posibilidad de que «algún hombre lleno de crítica, imparcialidad y juicio» pueda escribir la historia; un ejemplo es el extracto de la historia de España, imaginado como escrito por Nuño (c. III de las C. M., pp. 86-89). Recuérdese también la síntesis contenida en J. Cadalso, Defensa de la nación española contra la carta persiana LXXVIII de Montesquieu, ed. Guy Mercadier, Toulouse, 1970, pp. 6-11.

 

2

J. Cadalso, C. M., c. XXXII, 163. Lo enunciado quiere claramente contraponerse al método escolástico.

 

3

Los eruditos a la violeta, obra que Cadalso publicó en 1772, constituye una sátira de la falsa cultura. Véanse también, contra las vanas tertulias y las superficiales disputas literarias que perniciosamente ocupan el lugar de la búsqueda de la verdad, C. M., XXIII, pp. 144-145 y c. LXXIV, pp. 259-260.

 

4

Carta a Tomás de Iriarte, probablemente desde Montijo en el mes de febrero o marzo de 1777 en J. Cadalso, Escritos autobiográficos y Epistolario, ed. N. Glendinning-N. Harrison, London, 1979, p. 121.

 

5

Ibídem. Como ejemplo de la aspiración de Cadalso a la quietud, véase la Carta a Tomás de Iriarte. escrita desde Talavera la Real (probablemente de 1775) en J. Cadalso, Escritos..., cit., p. 117. Pero contra esta aspiración se impone la exigencia de escribir como «hombre de bien», es decir con respeto a la sugerencia ética de la participación social. En la Introducción a las C. M. (p. 82) el autor justifica claramente su decisión de «dar a luz un papel» porque «le ha parecido muy imparcial» aunque sepa que no le gustará a los opuestos bandos de los «rancios» o de los hombres a la moda «que se avergüenzan de haber nacido de este lado de los Pirineos» y le procurará disgustos y enemistades. Hay, en fin, la c. LXX que Cadalso dedica toda a hacer la crítica de la vida apartada, para exaltar por el contrario, al «buen hombre» que al mismo tiempo es «buen ciudadano»: «el ser buen ciudadano es una verdadera obligación de las que contrae el hombre al entrar en la república, si quiere que ésta le estime, y aún más si quiere que no le mire como a extraño» (p. 256).

 

6

Véase la comparación que Glendinning hace entre el ms. de la tragedia Sancho García (conservado en la Biblioteca Municipal de Madrid) y las ediciones impresas (Nigel Glendinning, Vida y obra de Cadalso, Madrid, 1962, p. 53 y nota 9, p. 184) y véanse también los ejemplos de cambio motivados por intervención o temor a la censura aportados por Arce, op. cit., C. M., p. 89, n. 3; p. 200, n. 2; pp. 286-288 y N. L., p. 325, n. 33; p. 347, n 66.

 

7

J. Caldalso, C. M., c. LIX, p. 220.

 

8

Ibídem, c. VI, p. 99. Es oportuna la observación de Sebold que acerca el concepto de «hombre de bien» que tiene Cadalso al de «honnête homme» como lo concibieron los ilustrados, sobre todo Diderot y Rousseau (Russel P. Sebold, Colonel Don José Cadalso, New York, 1971, pp. 119-121; de este libro hay traducción española Madrid, 1974 con el título Cadalso: el primer romántico «europeo» de España).

 

9

J. Cadalso, C. M., c. LXV, p. 234.

 

10

Carta a don Manuel López Hidalgo... escrita desde Madrid, en diciembre de 1772, en J. Cadalso, Escritos..., cit.,;p. 66.