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ArribaActo quinto


Escena primera

 

ARIAS y GÓMEZ

 
ARIAS.

 (Sale con muestras de resistir un profundo dolor y se sienta junto a la mesa.) 

Déjame, Gómez, deja que mis ojos
puedan romper sin mengua en lloro amargo,
pues a la patria con llorar no ofende,
aquí escondido, un padre, un triste anciano,
a quien el Cielo prolongó la vida
para el tormento y el dolor. ¡Aciago

 (Pausa.) 

mil y mil veces el fatal momento
en que nació Bellido! ¡Cuánto y cuánto
luto y afán a la infeliz Zamora,
y a mí, aun más infeliz, su crimen trajo!

 (Pausa.) 

¡Hijo del alma mía!... Sí; mis ojos
te han visto perecer... ¡Desventurado!,
te han visto perecer.
GÓMEZ.
Ah!, considera,
señor, que por la patria, y sustentando
la razón y justicia...
ARIAS.

 (Con entereza.) 

¿Y yo a la patria
dos hijos que me restan niego acaso?
Mueran, sí, todos por la patria, mueran;
mas a un viejo infeliz dejadle el llanto.
GÓMEZ.
Si tú, señor, perdiste a tu hijo,
en él hoy pierde el pueblo zamorano
su mejor caballero.
ARIAS.
¡Gómez!... ¡Gómez!...
¡Tú viste cuán valiente y cuán gallardo
se presentó a la lid! ¡Destino injusto!
¿Quién pudiera pensar, cuando mis manos
le enlazaban el yelmo y la coraza,
palpitándome el pecho, que ya el brazo
de la tremenda, inexorable muerte
sobre su cuello estaba levantando?
¡Cielos! Perdona, ¡oh patria!, mi flaqueza;
mis lágrimas perdona; al grito santo
de la Naturaleza no resiste
la más alta virtud del pecho humano...
¡Oh desesperación!... ¿Que la justicia,
que el honroso valor pueden, en tanto
que la ciega fortuna, a su capricho,
reparta triunfos y conceda lauros?
¿Quién, Gómez, quién imaginar pudiera
que guerrero tan diestro y esforzado,
y que tan justa causa defendía,
no fuese el vencedor? ¡Ay!, del contrario
la horrenda lanza atravesó aquel pecho,
dulce esperanza a mis caducos años...
Yerto el cadáver de mi Pedro yace...
Su sangre inunda ese funesto campo.
¡Pedro! ¡Hijo mío! ¡Oh Dios!
GÓMEZ.
Sólo pudieron
con ventaja vencerle. Su caballo,
rompiendo el freno, sin defensa...
ARIAS.

 (Despechado.) 

Amigo,
si yo, cual debí hacerlo, despreciando
súplicas, y respetos, y razones,
el primero en la lid hubiera entrado,
tal vez...
GÓMEZ.
Pues ¿qué, señor...?
ARIAS.

 (Abatido.) 

Gómez, al menos.
de haberme dado muerte, el duro brazo
del retador soberbio encontrarían
fatigado mis hijos, y si acaso
ciega fortuna les negaba el triunfo,
no sufriera el martirio de mirarlo
este padre infelice.
GÓMEZ.
No extinguido
con Pedro queda tu linaje claro.
Otros dos hijos aún te guarda el Cielo,
otros dos hijos, cuyo ardor bizarro
tu consuelo será, será tu gloria
y de la infanta y de Zamora amparo.
En la honrosa palestra, en este instante,
el valeroso Diego está vengando
tu aflicción, a la patria defendiendo,
y pronto vencedor vendrá a tus brazos.
ARIAS.

 (Animado.) 

Así lo espero. La horrorosa vista
del cadáver sangriento de su hermano
y el lloro del dolor y del despecho
que Diego vio en mis ojos, inflamando
su noble corazón, dará a su saña
tan alto esfuerzo, que su espada el rayo
será de mi venganza, y de Zamora
el honor y defensa.

 (Con gran sorpresa.) 

¿Has escuchado?
GÓMEZ.

 (Agitado.) 

Rumor de trompas...
ARIAS.
Y confusas voces...
¡Cuál palpita mi pecho!... ¿Venció?
GÓMEZ.
Parto
a saberlo, señor, y torno al punto
con la nueva feliz.

 (Vase.) 

ARIAS.
¡Oh Cielo santo!


Escena segunda

 

ARIAS, solo, levantándose

 
ARIAS.
¡Corro a abrazarte, Diego ¡Cruda suerte!
¿Por qué, Pedro infeliz, por qué hijo amado
no fuiste tú el dichoso y de laureles
ceñido, no te estrecho entre mis brazos?
¡Las trompas otra vez!... ¡Diego, hijo mío!
Mas la infanta... ¡Señora!


Escena tercera

 

ARIAS y la INFANTA

 
INFANTA.

 (Con el mayor desconsuelo.) 

¡Arias Gonzalo!
ARIAS.
¿Dónde está el vencedor?
INFANTA.
Detente.
ARIAS.

 (Desasosegado.) 

¿Diego
no me viene a abrazar?... ¡Señora! ¿El llanto
os embarga la voz?... ¿Calláis?
INFANTA.

 (Con gran dolor.) 

¡Amigo!...
tu hijo tercero, en este punto al campo
sale a lidiar, a defender la patria
y a dar justa venganza a sus hermanos.
ARIAS.

 (Cayendo en el sillón.) 

¡Día de maldición!
INFANTA.
El más funesto
de cuantos respiré y el más aciago...

 (Larga pausa.) 

ARIAS.
¡A mi Diego también!

 (Apoya el rostro contra la mesa, sumergido en profundo dolor.) 

INFANTA.
¿Qué horrenda Furia
presta el infierno al furibundo brazo
que así corta la flor de mis guerreros
y que la atroz calumnia sustentando
vence a los invencibles? ¿Dónde, dónde
la justicia y razón tendrán amparo?
¿Y aún más víctimas? ¡Ay! ¿Aún otro cuello
el orgulloso tronchará?...
ARIAS.

 (Levantándose fuera de sí.) 

Un caballo;
denme pronto un caballo y una lanza.
Yo seré el vengador, yo...; aún este brazo...
INFANTA.

 (Conteniéndole.) 

¡Ah!... ¿Qué pretendes?... ¡Desdichado padre!
ARIAS.
¿Qué pretendo? Morir.
INFANTA.
¿Morir?
ARIAS.
La mano
que romper pudo tan preciosas vidas
de con un golpe fin...
INFANTA.
¿Dudas acaso
de que el piadoso Cielo de su ayuda
al tercer campeón?...
ARIAS.

 (Más reportado.) 

¡Ay mi Gonzalo!
Suyo el triunfo será...

 (Cayendo en nuevo abatimiento.) 

¡Vana esperanza!
¿Qué en mi desdicha y mi dolor aguardo?
¡Infeliz resto de infeliz familia...
En la sangre..., ¡qué horror!, de tus hermanos
ya te están viendo mis marchitos ojos
resbalar y caer.
INFANTA.

 (Estremecida.) 

Cesa; tu labio
desgarra, sin saberlo, el pecho mío...
¿Qué has dicho...? ¡Oh funestísimo presagio!


Escena cuarta

 

Los mismos y GÓMEZ

 
GÓMEZ.

 (Apresurado.) 

Venid, venid, don Arias, que a Zamora
está nueva deshonra amenazando
al ver los dos cadáveres sangrientos
yacer en medio del inculto campo;
el insultante orgullo y alegría
que ostentan los guerreros castellanos;
el satánico ardor del fuerte Ordóñez,
que más víctimas pide en gritos altos,
de sangre tintas las lucientes armas,
y al ver que sólo ya queda Gonzalo,
y que en la lid tan joven se presenta,
enfurecido el pueblo zamorano
y en desesperación y en ira ardiendo,
intenta, ciego, atropellar los pactos,
el seguro romper, y contra Ordóñez
en tumulto salir. De este palacio
el pórtico ya invade en roncos gritos
pidiendo... ¿No escucháis?
VOCES.

 (Dentro.) 

Venganza; al campo.
ARIAS.

 (Recobrando toda su entereza y con gran indignación.) 

¿Y donde vos mandáis, donde yo vivo,
se podrá cometer tal atentado?
¿No sostiene la lid un caballero?
¿Quién osará faltar a nuestros pactos?
Llore yo; mas yo solo, que soy padre,
sin que produzca crímenes mi llanto;
mueran todos mis hijos, yo perezca,
si los cielos así lo decretaron;
mas no se cubra de ignomia horrible
la ciudad de Zamora. Gómez, vamos.

 (Vase.) 



Escena quinta

 

INFANTA, sola

 
INFANTA.

 (Queda sumergida en profundo meditación, y después de una larga pausa, dice como fuera de sí): 

¡En qué mar de dolor mi alma se anega!
¿Qué importa? Salga el pueblo, haga pedazos
al orgulloso Ordóñez... Todo, todo
se pierda, como viva mi Gonzalo.
¿Qué digo? ¡Oh Dios!

 (Pausa.) 

Ni sé lo que deseo,
ni sé lo que me cumple... ¡Injustos astros!
Sí lo sé... El corazón y el alma toda
anhelan ver a quien adoro en salvo.
¿Qué es todo lo demás?... Gonzalo viva,
viva y perezca el Universo... ¿Acaso
sin él puedo existir?... En él tan sólo
concentro el mundo todo; mas ¿qué insano
frenesí de mi mente se apodera?

 (Pausa.) 

¡Qué horror!... ¡Qué horror!... ¿El furibundo brazo
de esa Furia infernal, que al fuerte Diego
y a Pedro el invencible en el letargo
de la espantosa tumba hundió sañudo,
también tu cuello hermoso...? ¿Y yo qué aguardo,
que no corro a poner el pecho mío
entre tu vida y el furor contrario?
Sí; yo seré tu escudo...

 (Hace ademán de irse, pero se detiene.) 

¡Ay desdichada!
¿Adónde, adónde voy?

 (Pausa.) 

Fatal palacio,
dosel, ya potro horrible de tortura,
regia sangre infeliz que, palpitando
en este corazón, eres veneno
de mi amargo vivir... ¡Afortunados
los que en el bosque, en ignorada cuna
nacen y crecen, y tranquilos años
pasan felices en oscura suerte
del poder los desastres ignorando!

 (Queda sumergida en profunda meditación, y después de una pausa, al advertir que se acerca alguien, dice sobresaltada): 

Alguien se acerca, ¡oh Dios! ¿Qué horrible nueva
voy tal vez a escuchar?


Escena sexta

 

INFANTA y GÓMEZ

 
GÓMEZ.
De Arias Gonzalo
la presencia bastó para que el pueblo
a su furiosa empresa renunciando
el éxito del duelo espere en calma
y respete la fe de lo tratado.
Tal fuerza tiene y tal valor inspira
la severa virtud del noble anciano.
INFANTA.

 (Agitada.) 

¿Y el hijo que le resta, dónde...?
GÓMEZ.
Ahora,
¡favorézcale el Cielo!, en lid ha entrado
con el altivo retador.
INFANTA.
Y el padre,
¡oh padre sin ventura!, ¿querrá acaso
el incierto combate ver?
GÓMEZ.
Señora,
si su virtud lo juzga necesario
para animar al pueblo, irá sin duda,
más que los bronces duro, a presenciarlo.
Tal es su fortaleza. Mas sus ojos
hacia la liza ni aun volverse osaron.
INFANTA.
¿Y dónde está...?
GÓMEZ.
Con Lara y con Manrique,
a quienes hizo riguroso encargo
de guardar bien las puertas, porque nadie
dé auxilio alguno al que sostiene el campo.
INFANTA.
¡Inflexible varón!
GÓMEZ.
Aquí ya torna.


Escena séptima

 

Los mismos y ARIAS

 
ARIAS.

 (Con gravedad.) 

Nada temáis. El pueblo zamorano
honra tiene y virtud. Oyó mis ruegos
y oyó la voz de la razón. Los pactos
respetados serán.
INFANTA.

 (Inquieta.) 

¿Y el hijo tuyo?
ARIAS.
Sé que combate, y con valor, Gonzalo,
aunque verle no osé;

 (Enternecido.) 

no, que allí mismo
yacen los cuerpos de sus dos hermanos...
¿Cómo mis ojos...?
INFANTA.
Marcha, marcha Gómez;
el combate presencia... Ve, y si acaso...
GÓMEZ.
Entiendo, entiendo.

 (Vase.) 



Escena octava

 

INFANTA y ARIAS

 
ARIAS.

 (Aparentando gran entereza.) 

Y vos, ilustre infanta,
¿por qué no vais también a presenciarlo?
Id, id a contemplar cuán altamente la familia
infeliz de Arias Gonzalo
os sirve, y os defiende, y cumple, y llena
de vuestro augusto padre los encargos.

 (Vuelve a su abatimiento y se sienta.) 

Id y dejad a un infelice viejo,
que esforzarse y luchar pretende, en vano
con el dolor que le destroza el alma,
con el rigor del Cielo despiadado.
Id, sí, dejadme solo, y vuestro esfuerzo,
esfuerzo en el que manda necesario,
no enerven, ¡ay!, de un padre los gemidos
y de un mísero viejo el débil llanto.
Rinda a Naturaleza su tributo...
INFANTA.
¡Ay!... Si vieras mi pecho destrozado,
y que cuál tú...
ARIAS.

 (Con viveza.) 

Señora, no sois madre;
lo que en mí pasa, ni podéis soñarlo.
INFANTA.

 (Turbada.) 

¡Arias!, madre no soy...; mas, ¡ay!, mi pecho...

 (Resuelta.) 

¿Por qué lo he de negar? Arias, me abraso
por ese joven, por el hijo tuyo.
Para él sólo respiro, le idolatro.
En gran peligro está por defenderme.
¿Y negaré mi amor?... ¿Por qué negarlo
cuando pasión tan noble me envanece.
ARIAS.

 (Con gran sorpresa.) 

¿Deliro yo? ¡Señora!... ¿Mi Gonzalo...?
INFANTA.
Tu Gonzalo es mi amor. Dosel, Zamora,
y mi alma entera y cuanto soy le guardo
para premiar su esfuerzo y su ternura.
Me ama y le adoro; sí.
ARIAS.

 (Admirado y confuso.) 

¡Dios soberano!
¿Qué pronunciáis, señora... ¿Vos, nacida
en regia cuna, para ser encanto
del primer rey del orbe, a un hijo mío,
nacido para ser vuestro vasallo...?
INFANTA.

 (Con viveza.) 

Todo lo iguala amor.
ARIAS.
Lo iguala todo,
mas, ¡ay!, que es funestísimo presagio,
amor que rompe, esplende y se declara
entre guerra, traición y asesinatos;
entre los alaridos de la muerte,
entre sangre, y horror, y acerbo llanto.
INFANTA.

 (Con vehemencia.) 

Si justo el Cielo le concede el triunfo,
premio de su valor será mi mano.
Si mi resolución es verdadera,
si es fuerte mi pasión, puedes notarlo
al ver que las declaro en este día
que solemnizan infortunios tantos.
ARIAS.

 (Confundido.) 

¡Señora!... ¿Y yo pudiera...?
INFANTA.

 (Sorprendida.) 

¡Oh gozo!... Escucha.
ARIAS.

 (Levantándose apresurado.) 

¿Victoria grita el pueblo?...
INFANTA.

 (Fuera de sí de gozo.) 

Resonando
victoria el aire está... Triunfó, no hay duda.
Oye cuál cunde el victorioso aplauso.
ARIAS.
¿Me engaña, ¡oh Dios!, mi débil fantasía?
INFANTA.

 (Asiendo por la mano a ARIAS.) 

Cierta es mi dicha. A coronarle vamos.
ARIAS.

 (Caminando lentamente.) 

¡Ay!, aun no osa entregarse el pecho mío
a tal felicidad. Me ataja el paso
hielo espantoso.


Escena novena

 

Los mismos y GÓMEZ

 
GÓMEZ.

 (Gozoso.) 

Libre está Zamora;
y la gloria del triunfo es de Gonzalo.
INFANTA.
¿Vive?...
GÓMEZ.
Y ya viene aquí.
ARIAS.
Dolor y gozo
tienen mi corazón hecho pedazos.
GÓMEZ.

 (Queriendo detener a ARIAS y a la INFANTA.) 

¡Qué valor generoso, ¡Qué nobleza!
Terrible fue el combate, aunque no largo.
Con horrendo furor, lanza con lanza,
dos veces los valientes se encontraron,
y a la tercera vez, hechas astillas,
las tajantes espadas desnudando,
con nuevo empuje y con igual arrojo
se embisten cuerpo a cuerpo. Tiembla el campo,
retumba el eco a los furiosos golpes,
chispean los arneses acerados.
La fortuna indecisa se mostraba,
cuando de Ordóñez tropezó el caballo
cubierto de sudor. Nuestro guerrero,
noble, como valiente, en gritos altos,
retirando la espada, dice: «Ordóñez,
álzate y torna en ti, que no combato
yo nunca con ventaja.»
ARIAS.
¡Ay hijo mío!
Con ventaja a mi Pedro derribaron.
GÓMEZ.
Repuesto Ordóñez, se trabó de nuevo
la terrible contienda. Un fuerte tajo
de la espada enemiga, al hijo tuyo
hirió, rompiendo su bruñido casco,
y vaciló un momento...
INFANTA.
¡Oh Dios!
ARIAS.

 (Con inquietud.) 

¡Acaba!
GÓMEZ.
... y aun cayó sobre el cuello del caballo.
No sé si entonces recibió otra herida.
Mas de pronto, la frente levantando
y esgrimiendo la espada vencedora,
corta las riendas del corcel contrario;
hiere en el cuello a Ordóñez, le derriba
y queda la victoria por Gonzalo.
INFANTA.
¡Oh Dios!... Pero ¿está herido?...
ARIAS.
A recibirle
marchemos, sí, marchemos.
GÓMEZ.
Ya en palacio
pienso que está. Sí, el pueblo le conduce.
INFANTA.
¡Ay!... Ya le veo... ¡Oh Dios!
ARIAS.
De horror me pasmo;
apenas se sostiene...
INFANTA.

 (Apoyándose en la mesa.) 

¡Ay!, desfallezco.


Escena décima

 

INFANTA, ARIAS, GÓMEZ, GONZALO (herido de muerte), CABALLEROS, REGIDORES, DAMAS, PAJES y GUARDIAS

 
ARIAS.

 (Corriendo a su hijo.) 

¡Hijo del alma! ¡Ven, ven a mis brazos!
GONZALO.

 (Desfallecido.) 

Sí; gozoso a morir.
INFANTA.

 (Sin poder contener las lágrimas.) 

¡Desventurada!...
GONZALO.

 (Moribundo.) 

¡Padre! ¡Señora! ¡Qué lloráis? Vengados
mis hermanos están, libre Zamora;
y yo soy venturoso, pues exhalo
el último suspiro a vuestras plantas.
Ante ellas pongo de mi triunfo el lauro,
y de Ordóñez de Lara el fuerte acero.

 (Deja a los pies de la INFANTA una espada que trae en la mano.) 

¡Padre!... ¡Señora!... ¡Amigos!...

 (Se desmaya.) 

ARIAS.
¡Mi Gonzalo!
INFANTA.

 (Fuera de sí.) 

¡Valiente campeón! ¡Héroe glorioso!
¡Oh injusta suerte! ¡Embravecidos astros!
Vive como mereces, y recibe
el galardón que a tu valor consagro.
¡Oh Dios!... El hielo horrible de la muerte
lo embarga ya ¡Gonzalo, mi Gonzalo!
GONZALO.

 (Haciendo el último esfuerzo.) 

¡No me olvidéis jamás!...

 (Expira.) 

INFANTA.

 (Cayendo desmayada en brazos de sus DAMAS.) 

¡Ábrete, oh tierra;
confúndeme en tu seno!
GÓMEZ.

 (Ayudando a ARIAS a sostener el cadáver.) 

¡Cielo santo!
¡Funesto día!

 (Larga pausa.) 

ARIAS.
Libre está Zamora,
mas, ¡ay!, cuánto le cuesta a Arias Gonzalo!




 
 
(Cae el telón.)