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ArribaAbajo La reserva de la lengua

Caroline Berten-Hours


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«L’any que ve a casa nostra!»

Este brindis ofrecido invariablemente por los catalanes en los primeros años del exilio, cesó para mis padres cuando nacimos en Francia. «Nuestros hijos son franceses, nosotros debemos llegar a serlo».

Nuestros padres extranjeros, los reconoceremos siempre por su acento, a pesar de su esfuerzo para borrar el rastro, como los indios barriendo sus huellas, para desaparecer en el paisaje, para ser de este país también, para fundirse, con determinación y esperanza.

Para mí, durante mucho tiempo el francés seguirá siendo la lengua del exterior, de la escuela, de la literatura, de las delicias...

En la lengua del interior, el catalán se retira poco a poco, como un mar, pero nunca completamente, como una marea dejando conchas y vidrios pulidos, las canciones de cuna, claro, y palabras que conservaremos porque ellas SON la cosa   —32→   que designan, mucho mejor que en francés que nunca dará otra traducción que la sabia: la truita, la samarreta, «être maréjée» resisten todavía. La lengua de la reserva -los indios todavía- reserva de alimentos también para sí mismo, nuestro deleitable francés/catalán de cocina.

Antaño: «Mi lengua materna no es la de mi madre. Me es por ello tanto más querida. Es tan sólo mía».

Hoy: «Sé que mi lengua es una conquista -primeramente la de mis padres- y que es una patria. Lo sé por partida doble: en tanto que ‘mala comedianta’ y como hija de extranjeros».

Me introduje en el teatro por un gusto de la lengua sin lugar a dudas agudizado por mi doble pertenencia, pero también por una fidelidad más secreta que las causas del exilio republicano: nacido con la democracia griega, el teatro es el arte de la Ciudad, de la comunidad y del debate. Él dice: «El hombre vive aquí y ahora y esto no ocurre por sí solo. Los exiliados -que podrían estar en otra parte y estar muertos- lo demuestran. Sus hijos a veces lo interpretan».