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ArribaAbajo El exilio de 1939

Josep-Maria Solé i Sabaté


Nació en Lérida en 1950,
Doctor en Historia,
Profesor de la Universidad
Autónoma de Barcelona,
Primer Director del Museo
de Historia de Cataluña
(1996-2000).

Pocas veces la Europa del siglo XX había visto una tal avalancha de población que huía de los embates de la guerra, como el que se vivió cuando Catalunya fue ocupada por las tropas franquistas los primeros días de febrero de 1939. Estimados a 500000, los fugitivos seguían un largo y triste peregrinaje huyendo de la barbarie de los militares rebeldes a la II República Española. Procedían de Andalucía, Extremadura, Euskadi, Madrid y de otras zonas de España pero una gran mayoría de Cataluña.

A sus espaldas la más grande incomprensión del Estado francés que les acogía y una desconfiada actitud por parte de la población del hexágono que con la entrada de los «rojos» pensaba que llegaban malhechores de toda clase. La propaganda de la derecha española golpista había hecho hueco en la prensa francesa y desde la Iglesia también se miraba con retén aquella multitud de gente que venía de un Estado donde tantas personas religiosas habían sido perseguidas y en muchos casos, desdichadamente asesinadas.

Todo cambiaría con el trato cotidiano. Las autoridades vieron que los políticos republicanos eran hombres de derecho y demócratas, víctimas de la cobardía internacional por no frenar los pies al fascismo. Poco después, Francia viviría la agresión fratricida externa e interna en su propia carne.

La población vio que las personas exiliadas provenían del mundo del trabajo, de la cultura, del arte, de profesiones liberales y de la más variada calidad de una sociedad que luchaba por la modernización del Estado Español. La lucha había sido entre los que optaban por una sociedad justa sin privilegios y aquellos que por la fuerza de las armas querían mantener, para su propio beneficio, una sociedad de privilegios.

Había un grupo de gente de cultura que la Generalitat de Cataluña, el gobierno de esta nación no reconocida en el sí del Estado Español, había tratado con cuidado y exquisita delicadeza.

También existían aquellos que soñaban crecer en un ambiente de cultura para manifestar lo que en lo más profundo de su ser llevaban de creación artística.

Han sido creadores que legaron a Francia, su país de adopción, el impacto de una ruptura irreparable, aquel de su infancia, de los paisajes y sueños de su tierna formación. Finalmente el despertar fue más cruel, por la abrupta aparición del dolor, de la muerte, de los bombardeos y de los miedos más diversos que habían cargado toda la vida en su recuerdo.

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Se dice que los exiliados son «transterrados», de dos países, de dos patrias. Es muy posible que sean la consciencia más humana de denuncia de los crímenes de guerra. El exilio catalán de febrero de 1939 es una pesada carga que ha obligado a los que la vivieron a ser unos eternos portadores de la piedra de Sísifo, a luchar siempre para llegar a la cumbre de la liberación del dolor colectivo expresado mediante la nostalgia, la añoranza o el arte, pero siempre obligado a subir y a bajar constantemente la piedra de la montaña para nunca dejar de ser prisioneros de sus sentimientos.