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Estoy copiando el manuscrito original que escribí en Oxford mientras resido en Liverpool, diez meses después de la resolución que me llevó a separarme del arzobispo de Dublín y su familia. Cada vez veo más claro que mientras estuviera sometido al yugo -por muy ligero que sea- del credo de una Iglesia, no estaría en disposición de entender debidamente el complicado y oscuro tema de la Religión. Que nadie que pertenezca a un sistema establecido piense que puede juzgar desapasionadamente de estas materias. El menor compromiso invalida nuestra capacidad de juicio. (Nota de 1835.)

 

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Esta analogía era falsa en cuanto que las religiones antiguas no se proponían como verdaderas, sino como las más convenientes para el país que las profesaba. El Cristianismo, sin embargo, en cualquiera de sus formas se ofrece como un conjunto de verdades reveladas por Dios. Por tanto los cristianos han de ser necesariamente sinceros en su fe. Si las leyes de un país no exigieran más que el cumplimiento de ciertos actos externos, no inmorales en sí mismos, cualquier hombre honesto podría obedecer leyes como éstas a pesar de que estén lejos de ser perfectas. Pero cuando a un hombre se le pide que declare públicamente su fe en la verdad de ciertas proposiciones, no actúa honestamente si no cree realmente en lo que profesa creer.

 

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No hay motivo para dudar de la autenticidad del esqueleto y creo que el engaño está en afirmar la incorrupción del cuerpo entero. Estoy convencido que al principio esto fue una impostura premeditada, que ahora se mantiene por el temor a permitir el examen de los restos y la confabulación de los que están al tanto del engaño. Este parece ser el caso, por ejemplo, del clero inferior de la Capilla Real, que se aproxima más a los restos que los mismos Capellanes Reales cuando van a encender las velas o en cualquier otro servicio propio de los mismos.

 

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A medida que se ha ampliado mi experiencia de la vida le ha sucedido lo mismo a mi tolerancia -puedo decir incluso comprensión- con personas como estos amigos españoles. ¿Cómo nos vamos a sorprender que se alcen estas acusaciones contra el Cristianismo en España, cuando en la misma Inglaterra el espíritu queda anonadado al contemplar los males que cualquier forma ortodoxa de Cristianismo produce entre nosotros cada día y cada hora? ¿No está en estos momentos mi mismo corazón sufriendo a causa de la ortodoxia? (Octubre 1835.)

 

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No quiero mencionar los nombres de aquellas personas cuya perversa conducta me es particularmente odiosa pero que por otro lado no eran conocidos así públicamente. Con respecto a Arjona, poco tiempo después de estos sucesos empezó a no guardar secreto de su vida disoluta.

 

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Después he conocido a un sudamericano en la misma situación.

 

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Los funcionarios de los ministerios españoles tienen gran influencia en la Corte y gozan de más consideración que sus colegas ingleses. En el tiempo a que me refiero los del Ministerio de la Guerra solían ser oficiales del Ejército.

 

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Fechada el 12 de octubre de 1807.

 

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No me refiero al carácter de cada uno de los componentes de la Junta sino al conjunto resultante, si se me permite la expresión. Respeto la memoria de Jovellanos, que ciertamente era hombre de gran talento y cualidades y altamente honorable, pero también era tímido y estaba poseído de los más grandes prejuicios dadas las circunstancias en que tenía que desenvolverse. Creo que era víctima de los más indignos de sus colegas.

 

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En mi libro Evidence Against Catholicism menciono las razones de este convencimiento. Como ejemplo de los horribles males producidos por el fanatismo católico, he contado que durante algún tiempo mi madre, que me quería apasionadamente, evitó hablar conmigo ante el temor (según me informó un amigo de ella y mío) de que yo pudiera decir algo en su presencia que, de acuerdo con las leyes de la Iglesia Católica, la obligara a tener que acusarme ante la Inquisición. Quiero aprovechar esta oportunidad para protestar (lo que no puedo hacer sin indignación) contra la torpe acusación de algunas personas de este país que, como he sabido recientemente, se han escandalizado de que pudiera publicar esta acusación contra mi propia madre. Sin ayuda de este dato insospechado nunca hubiera podido imaginar hasta dónde es capaz de llegar la estrechez mental, el espíritu de campanario, es decir esa mente que no puede actuar como no sea de acuerdo con cierto mecanismo, e incapaz también de colocarse en circunstancias distintas de aquéllas en que han nacido y crecido los vecinos de una parroquia inglesa... ¡Y sin embargo esta buena gente será capaz de hablar en piadosos raptos de la fe de Abraham! Mi madre es digna de compasión por haber sido educada bajo la influencia absoluta de las doctrinas católicas, tal como se entienden en España. Pero su entrega a lo que ella consideraba su deber le da derecho a la admiración de los que saben valorar un carácter virtuoso situado en las más difíciles circunstancias externas. Esto lo sabía yo muy bien, y lo tenía muy en cuenta cuando di a conocer la mayor prueba posible de su fidelidad y recta conciencia.