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«Aves sin nido»

Antonio Cornejo Polar






ArribaAbajoAves sin nido: Indios, «notables» y forasteros

Aves sin nido (1889) tiene un lugar privilegiado en la historia de la novela hispanoamericana. Mientras que Índole y Herencia, las otras dos novelas de Clorinda Matto de Turner fueron rápidamente olvidadas por el público y la crítica1, la primera novela mereció tres ediciones casi simultáneas, en Lima, Buenos Aires y Valencia, y una pronta e inusual traducción al inglés2. Sin duda el éxito de Aves sin nido no tiene relación inmediata con su inserción en el indigenismo, cuyo desarrollo en la novela forma uno de los más complejos y vitales movimientos de la literatura hispanoamericana, aunque la naturaleza misma de esa inserción sea materia de permanente debate, y aunque de otro lado, la novela como totalidad no se agote en el tratamiento del tema indígena. La entusiasta acogida que recibió Aves sin nido en un primer momento se diluyó, más tarde cuando Riva-Agüero y Ventura García Calderón expresaron opiniones agriamente negativas y cuando Mariátegui omitió a Clorinda Matto en sus reflexiones sobre literatura peruana3, hasta que años después desde el extranjero, emergieron las reivindicaciones de Concha Meléndez y Aída Cometta4.


El sistema narrativo: representación y tesis

Aves sin nido se presenta ante el lector como un texto escindido en dos niveles: uno de representación, que a la vez busca una pluralidad de objetivos (básicamente mostrar la realidad y enjuiciarla5, y otro de exposición de algunas opiniones que se constituyen como tesis del relato. La realización narrativa de la novela obedece íntegramente a este esquema -que, por lo demás, queda explicitado en su importante proemio. En él Clorinda Matto señala su intención de representar fidedignamente la realidad «he tomado los cuadros del natural» (2) y, al mismo tiempo, de juzgarla:

La novela tiene que ser la fotografía que estereotipe los vicios y las virtudes de un pueblo, con la consiguiente moraleja correctiva para aquéllos y el homenaje de admiración para estas.


(1)                


En este sentido la delegación del juicio al lector, que surgiría de una realidad verazmente representada, es más un gesto de cortesía que una dimensión efectiva del sistema de comunicación de la novela: en efecto, aunque en el mismo Proemio se delega en el lector la facultad de juzgar y fallar (2), esa función ya está profusamente cubierta por el propio narrador.

En el Proemio se afirma también que la novela pretende convencer al lector de algunas tesis muy concretas, relativas al celibato sacerdotal, a la designación de autoridades para los pueblos andinos y a la urgencia de promover masivamente la educación, y suscitar «aun cuando no fuera otra cosa que la simple conmiseración» por la desgraciada vida de los indios, «hermanos que sufren explotados en la noche de la ignorancia» (2). En el Proemio muestra Clorinda Matto una notable seguridad en el trazo de los propósitos que animan la narración y un muy súbito nivel de autoconciencia: entendida la novela como un serio y trascendente ejercicio de moral social, lo que la adscribe a la «novela de costumbres» y la aleja de los relatos «cuya trama es puramente amorosa o recreativa» (1), Aves sin nido parece haber sido objeto de una cuidadosa y reflexiva elaboración6.




Kíllac: realidad y símbolo

La novela se abre con la descripción de Kíllac, villorrio andino que vive del comercio (en especial del comercio de lana de alpaca (10) y de la actividad minera circundante. Su situación geográfica es ambivalente. Con respecto a la sierra sur ocupa una posición privilegiada y se lo considera «un punto céntrico para las operaciones mercantiles en relación con las capitales del departamento» (12), pero, con respecto a la costa, su aislamiento es muy grande: dista «cinco días de a caballo» de la estación más cercana y hasta allí «el tren viene sólo quincenalmente» (208). El que descarrile el tren que aleja de Kíllac a los protagonistas, en episodio de alguna manera sobrante7, sirve para enfatizar este aislamiento: a la distancia se le suma un signo de dificultad y peligro (II, XXVII). Al margen del rigor realista que pueda tener la representación de Kíllac, habida cuenta que sería algo así como el «nombre poético» de Tinta8, lo verdaderamente importante es que la doble posición de integración y aislamiento favorece -por lo primero- la asimilación de las especificidades de Kíllac a un tipo, los pequeños pueblos andinos, y por lo segundo- permite crear una perspectiva ideal sobre el espacio costeño y su paradigma de civilización, evidentemente centrado en Lima.

Aves sin nido ofrece, pues, dos espacios: el de Kíllac, que es directamente representado, y ocupa el primer plano del relato, y el de Lima -cuya imagen ideal, hecha más de adivinación que de conocimiento, obsede persistentemente a los personajes. Como se verá luego, el narrador contrasta continuamente estos dos espacios, sea en su propio discurso, sea a través de los parlamentos de los protagonistas, de suerte que la novela íntegra se apoye en este cotejo y en la axiología que en él subyace.

Kíllac es símbolo de los villorrios serranos. Narrador y personajes concuerdan una y otra vez en señalar ese carácter y a veces de manera explícita: «lo que ocurre en Kíllac, como en todos los pequeños pueblos del Perú» (36), por ejemplo. De aquí que lo que se predica de Kíllac pueda transponerse sin dificultad a cualquier otra aldea andina y que en toda la narración se tienda constantemente a las más obvias generalizaciones: «la corriente de depravación opresiva que existe en los pueblos chicos, llamados, con fundada razón y justicia, infiernos grandes» (41, subrayado en el texto). Pese a que, como queda dicho, Kíllac alude a un referente muy concreto, lo que supone cierto grado de especificidad, Aves sin nido se desliza insensiblemente hacia un cierto abstraccionismo en cuanto su universo representado es mucho más un tipo que una realidad determinada y distinta. De hecho lo que sucede en Kíllac sería irrelevante si no ejemplificase una realidad más basta e importante: la vida en los pequeños pueblos de la sierra peruana. En el fondo éste es el verdadero referente de Aves sin nido y el motivo que interesa básicamente al narrador.

La irremisible desgracia de los indios, la frustración de los forasteros que quieren redimirlos y la incorregible maldad de los «notables», que en su conjunto forman un panorama fuertemente sombrío, no son suficientes, sin embargo, para cambiar el tinte paradisíaco con que el narrador embellece el paisaje de Kíllac:

El plano alegre rodeado de huertos, regados por acequias que conducen aguas murmuradoras y cristalinas, las cultivadas pampas que le circundan y el río que le baña, hacen de Kíllac una mansión harto poética.


(4)                


Aunque también se menciona la falta de servicios, hasta de los más elementales (115), la imagen positiva de Kíllac es la que finalmente prevalece. La belleza de su paisaje permite al narrador insistir en que Kíllac es un pueblo «poético» (13), al margen por completo de lo que en él sucede y al margen también de su desolador atraso. Sin duda, el tratamiento del paisaje tiene en Aves sin nido un signo romántico muy nítido y coincide con las entonces muy repetidas alabanzas a la naturaleza americana como extremo universal de perfección y grandeza9. En todo caso, el vivo entusiasmo con el que se elogia la hermosura del paisaje, el tono hímnico de su descripción, las notas eglógicas con que se lo caracteriza, determinan una clara oposición entre esa naturaleza siempre perfecta y la imperfecta sociedad que la habita. Es claro que tan marcada oposición, subidamente romántica, sirve para poner de relieve la devastadora negatividad de la vida social en Kíllac, tanto por la tragedia de los inocentes cuanto por la maldad y vicio de los culpables.




Los «notables»: denuncia y elusividad

Kíllac (o sea lo que Kíllac representa) es visto en la novela en términos marcadamente negativos. A excepción del paisaje, uniformemente alabado como acabamos de ver, y de algunas características propias de la simplicidad de la vida aldeana, que el narrador contempla con simpatía, la imagen que se ofrece de Kíllac es casi terrorífica: «infierno grande», como se lee en la cita precedente. Hay que advertir, sin embargo, que Kíllac no es un espacio homogéneo; en él, al contrario, se implican desde el primer momento dos órdenes de realidad, el que es propio de los «notables» del pueblo y el que corresponde a la masa indígena. Si bien en ambos casos se ofrece una imagen deplorable, que resulta así englobadora, cada uno de ellos tiene distinta naturaleza y obedece a distintas razones, comenzando por el hecho que la relación entre los «notables» y los indios es una relación de explotadores y explotados -vale decir, una oposición de clases.

Aves sin nido representa a los «notables» en el abusivo ejercicio de su poder, sea para obtener beneficios directos e inmediatos, sea para considerar y defender el status social que los favorece como grupo. Salvo el cura Vargas que emplea el poder para satisfacer su sexualidad reprimida por el celibato, los otros «notables» concentran sus propósitos en la obtención de beneficios económicos más o menos directos. Es curioso, sin embargo, que en ningún caso se explique claramente la situación de las autoridades en el caso de la producción económica, quedando en el misterio la índole específica de sus actividades en este orden. Aunque se supone que son propietarios agrícolas y/o ganaderos, o comerciantes en escala no muy significativa, la novela no los enfoca nunca en función de esas actividades sino en cuanto detentadores del poder político (Pancorbo, gobernador), judicial (Verdejos, juez) o eclesiástico (el cura Vargas).

Confirmando de otra manera esta elusividad de la base económica, quien ejerce el comercio de lanas a través del robo del «reparto antelado»10 -que es la actividad económica más acremente condenada en el texto- no tiene caracterización como personaje y su nombre aparece sólo una vez e incidentalmente. Cuando el gobernador trata de defender el «reparto antelado» como «costumbre y comercio lícito» tiene que recurrir a la siguiente revelación: «Y por último, para aclarar todo, francamente [...] ese dinero es de don Claudio Paz» (38). Sucede que este nombre no vuelve a mencionarse en la novela y queda vagamente incorporado al género de «los comerciantes potentados» (10). Incluso los cobradores del «reparto» se difuminan en menciones notablemente poco precisas (I, III). De esta manera queda en claro que Aves sin nido o elude referir la situación económica de los «notables» que tienen función pitagórica o despersonifica, evitando representación directa, a quienes sí actúan inmediatamente en la actividad económica. Podría pensarse incluso, aunque el texto ofrece pocos indicios al respecto, que los «notables» son en realidad un grupo intermediario que ejerce el poder en nombre y beneficio de otro grupo más importante -que es precisamente el grupo eludido.

Es muy importante advertir, complementariamente, que los difusos «comerciantes potentados» aparecen desligados de otros grupos de poder, sea porque a éstos ni siquiera se les menciona, como en el caso de los terratenientes, que es la omisión de más bulto11, sea porque tienen un signo positivo, como es el caso de los mineros, representados por don Fernando Marín, que se distancian de los comerciantes en lanas y se les oponen. De esta manera la crítica de Aves sin nido se concentra en un sector de la clase explotadora y prescinde de quienes, en el indigenismo posterior, serán el centro de las más violentas denuncias. El caso de los propietarios mineros es el más significativo: en la primera novela de la Matto éstos son los portadores del progreso y dentro de tal óptica la explotación y el sufrimiento de sus trabajadores pasan completamente desapercibidos. Concretamente aparecen sólo una vez y dentro de un contexto que más bien subraya la levedad de su trabajo: «la bondad de sus caminos (aclara) presta alivio a los peones que transitan cargados con los capachos del mineral en bruto» (12).

Lo que en todo caso está fuera de duda es que Aves sin nido da prioridad a la faceta administrativa, si se quiere «política», de la realidad andina -o más específicamente en la vida de los pequeños pueblos de la sierra. Ya se ha visto que en el Proemio se señala que una de las metas de la novela es abogar porque se tenga mayor esmero en designar a «las autoridades, así eclesiásticas como civiles que vayan a regir los destinos de los que viven en las apartadas poblaciones del interior del Perú» (1-2). En este sentido su requisitoria, sin dejar de aludir a la base económica, con las limitaciones ya señaladas, se proyecta fundamentalmente hacia la superestructura jurídico-política; en especial, y de manera harto insistente, hacia aspectos muy concretos de la organización estatal. De aquí que leyendo Aves sin nido se pueda tener a veces la impresión que los problemas que agobian a los villorrios del interior y la atroz condición de los indios pudieran resolverse si el gobernador, el juez y el cura cumplieran sus obligaciones.

Este ideal de eficiencia y moralidad en la administración pública no se cumple en Aves sin nido. El gobernador Pancorbo, luego de su breve arrepentimiento, recae en el abuso y el nuevo subprefecto, cuya gestión se inicia con el justo encarcelamiento de algunos «notables», muy poco después repite los vicios de sus predecesores. Fernando Marín, uno de los personajes que sirve de portavoz al narrador, adopta frente a esta reincidencia una actitud dolorosamente escéptica: «está visto, no hay remedio», afirma (252).

Lo que distingue a los «notables» de Kíllac es, pues, su pertinaz inmoralidad: todos ellos, incluyendo al cura, son ebrios, mujeriegos, ladrones. Dado que la representación de este estrato está en relación con la explotación que sufren los indios, la novela insiste especialmente en las muchas formas que usan los «notables» para esquilmar a los indios, tanto a través de sistemas de alguna manera institucionalizados, como el servicio personal gratuito, cuanto por medio de otros procedimientos abiertamente delictivos, como la apropiación de los bienes de los acusados (II, XVII) o la prepotente negativa a devolver el dinero recibido en exceso (I, XII). Aunque la novela ensaya otra razón, que tiene que ver con un vago feminismo romántico, «la circunstancia rarísima de que no hay parecido entre la conducta de los hombres y la de las mujeres» de Kíllac (189) se explica más bien en la naturaleza de la organización social que margina a las mujeres de la vida económica12. Entregadas a la función de «poetizar la casa» y al ejercicio de las «virtudes domésticas» (200), las mujeres de Kíllac no intervienen en las depredaciones de sus esposos -al contrario, llevadas por su bondad natural, intentan refrenar la voluntad expoliadora de los hombres.

Este énfasis en la inmoralidad de los «notables» tiene relación con la preocupación «administrativa» que impregna la perspectiva del relato. En ambas formas se privilegia ciertas dimensiones típicamente superestructurales y se diluye la observación sobre la base económica y su dinámica concreta. Al subrayarse el lado moral del comportamiento de los «notables» se oscurece en alguna medida el comportamiento real de la sociedad andina y se evita su cuestionamiento como sistema. En el fondo este sistema apenas es rozado por la crítica de Aves sin nido.

No es casual, en este orden de cosas, que el mundo de los «notables» se explique en las novelas como producto de las «costumbres» y que la defectividad de éstas se remita a la carencia de educación. A lo largo de toda la obra hay innumerables pasajes, todos condenatorios, que se refieren a las costumbres de los «notables». Basta un ejemplo, entresacado de un parlamento de Fernando Marín:

-¿Y usted va a entrar en pugna con vicios que gozan del privilegio de arraigados, con errores que fructifican bajo el árbol de las costumbres, sin modelos, sin estímulos que despierten las almas de la atonía en que las ha sumido el abuso, el deseo de lucro inmoderado y la ignorancia conservada por especulación?


(97, subrayado en el original)                


Desde la perspectiva de los «notables» estas costumbres son punto menos que sagradas. Ellos saben bien que los favorecen y las defienden con apasionamiento: son «ciegos conservadores de sus costumbres viciadas» (101). Por esto el gobernador afirma que «la costumbre es ley y que nada nos sacará de nuestras costumbres» (16), y por esto también las autoridades se asocian para asesinar a los forasteros que cuestionan la legitimidad de sus usos13. El mismo gobernador señala que «es preciso botar de aquí a todo forastero que venga sin deseo de apoyar nuestras costumbres» (30-31). La asonada que organizan para matar a los Marín no es más que la respuesta extrema de los «notables» frente a una intromisión que juzgan peligrosa. De hecho ellos se sienten amenazados tanto por el progreso que anuncian los forasteros («la civilización decantada que vendrá con los ferrocarriles», 16), cuanto por la posibilidad, cierto que remotísima, de una «rebelión» indígena: expuestos a las «malas enseñanzas» de los forasteros (30), los indios podrían romper la disciplina que se les impone. Uno de los «notables» afirma:

-Y déles usted cuerda a estos indios, y mañana ya no tendremos quien levante un poco de agua para lavar los pocillos.


(26)                


Como queda dicho, la radical inmoralidad de los «notables» se explica por su falta de educación. El narrador, al presentar a cada uno de los personajes de este estrato, insiste en determinar sus carencias educativas: así, por ejemplo, Pancorbo «recibió instrucción primaria tan elemental como lo permitieron los tres años que estuvo en la escuela» (15), Verdejos es casi analfabeto (II, I) y el más cultivado de todos, Estéfano Benítez, apenas si tiene «buena letra» (29). La decisión del narrador de subrayar este déficit educativo es tan notable que al presentar al cura Pascual señala las «serias dudas de que, en el Seminario, hubiera aprendido Teología ni latín» (14), y al referirse al subprefecto, el coronel Paredes, advierte de inmediato que «nunca hizo ninguna clase de estudios militares» y que en general, «su instrucción pecaba de pobre» (120). Según se verá más tarde, los personajes positivos, los forasteros, se definen por ser poseedores de una excelente educación. Tal vez una frase de Manuel, personaje que también actúa como portavoz del narrador, pueda sintetizar la relación entre ética y educación que propone la novela: «la sepultura del bien la cava la ignorancia» (93). De esta manera queda en claro que Aves sin nido otorga a la educación una muy subida importancia y le confiere el rango de valor social más encumbrado. Su acción o su ausencia determinan la naturaleza misma de la vida social14.




Los indios: entre la miseria y la extinción

Debajo del estrato de los «notables» aparece en Kíllac el mundo de los indios. Aunque la novela pluraliza sus referencias a través de menciones a la «raza» o a «nuestros hermanos nacidos en el infortunio» (11), con lo que explicita que el horizonte de su discurso es todo el pueblo indio, la representación novelesca se centra sólo en dos familias: la de Juan Yupanqui, en la I Parte, y la de Isidro Champi, en la II. La situación económica de una y otra es diversa: los Yupanqui viven en la miseria, aunque son «indios propietarios de alpacas» (10), mientras que los Champi gozan de un cierto desahogo: se afirma que tienen «bastantes ganados» (130), aunque se aclara de inmediato que ese ganado «representaba la suma de sacrificios sin nombre soportados por él y su familia durante su vida» (113), y se supone que su desempeño como campanero de la iglesia de Kíllac le otorga un status especial en el pueblo. Esta diversidad de fortuna no implica ninguna diferencia en el momento en que sobre una y otra familia cae la prepotencia de los «notables». Frente a ellos son igualmente indefensos. Parece claro que el similar destino que une a Yupanqui y Champi, por encima de su desigualdad económica, quiere expresar una de las ideas centrales de la novela; concretamente, la convicción de que es toda la «raza indígena» la que se halla, por explotación de los «notables», en una situación desesperada.

En contraste con esta situación, la imagen que ofrece Aves sin nido de los indios es notablemente favorable. Contrariamente al consenso de la época, en la que hasta los defensores del indio lo consideraban degradado, claro que por culpa de sus explotadores15, Aves sin nido se esfuerza por revelar no sólo valores individuales, como la valentía o la gratitud, sino también, aunque muy someramente, valores culturales, -como puede apreciarse en la admiración que suscita en Manuel la perfección de un huaco (86). Es asimismo remarcable el elogio de la belleza de la mujer india, belleza que no sólo se alaba en Margarita, cuya condición de mestiza se evidencia desde el primer momento: «su belleza era el trasunto de esa mezcla del español y la peruana que ha producido hermosuras en el país» (25), sino, también, en la india Marcela: «era una mujer rozagante por su edad y notable por su belleza peruana» (5).

Todos los valores que se asignan a los indios parecen encontrarse en la «encantadora sencillez» de sus costumbres (2), diametralmente opuestas a las «costumbres viciadas» de los poderosos (101). La simplicidad de sus sentimientos, la espontaneidad de su conducta, inclusive su indefensa pasividad, impregnan la representación de los indios de un bucolismo que connota la persistencia -pese a la explotación- de una bondad natural y de una felicidad siempre posible.

Terminada la cena y ya envuelta la choza en las tenebrosas sombras de la noche, y sin otra lumbre que la tenue llama de los palos de molle que de vez en cuando se levantaba del fogón, tomaron descanso en una cama común colocada en un ancho poyo de adobes; duro lecho que para el amor y la resignación de los esposos Yupanqui tenían la blandura confortable de las plumas que el amor deslizó de sus blancas alas. Lecho de rosas donde el amor, como el primitivo sentimiento de ternura, vive sin los azares y sin los misterios de medianoche que la ciudad comenta en voz baja.


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La infelicidad de los indios comienza con la intromisión de los «notables». Como lo afirman los esposos Marín, el indio es fundamentalmente «inocente» y «cuando hace algo malo [...] es obligado por la opresión, desesperado por los abusos» (223). En la representación de los indios hay, pues, un primer nivel sin duda positivo en cuyo núcleo se celebra la bondad natural del indígena, que podría ser feliz al amparo de la sencillez de sus costumbres, y se condena correlativamente a los poderosos que mancillan esa bondad originaria. Es obvio ese sesgo romántico de este planteamiento -en el que tal vez resuene, lejanamente, el eco del «buen salvaje», feliz en su primitivismo si no fuera por la acción depredadora de sus opresores.

El esquema de Aves sin nido varía sin embargo, cuando la relación entre indios y «notables» cede su lugar a la relación entre indios y forasteros. En este caso vuelve a aparecer el ideal educativo tan propio de esta novela. En efecto, los valores indígenas, con ser alabados, resultan claramente inferiores a los de la civilización que portan los forasteros; por consiguiente, cabe postular un paulatino proceso educativo que conduzca a los indios hasta el nivel superior que ocupan los hombres de verdad civilizados, los poseedores de la auténtica «modernidad». Según se explícita en el relato, la tarea educativa es, «previa» a cualquier otra medida que tienda al desarrollo y progreso de los indios; más todavía, la elevación del nivel de vida de los indios sin una concientización educativa anterior sería peligrosa y dañina para la sociedad en su conjunto:

Ataquemos las costumbres viciosas de un pueblo sin haber puesto antes los cimientos de la instrucción basada en la creencia de un Ser Superior, y veremos alzarse una muralla impenetrable de egoísta resistencia y contemplaremos convertidos en lobos rabiosos a los corderos apacibles de la víspera.


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Aunque la cita anterior señala como ejemplo las tribus selváticas y no al pueblo indio que previamente ha sido considerado como un pueblo de buenas costumbres, sencillo, humilde y laborioso, lo cierto es que el criterio arriba expuesto también se aplica a la realidad andina: la masa indígena tiene que ser previamente educada para evitar una sorpresa dolorosa. Obviamente la educación es un instrumento de la civilización para insertar dentro de sus cánones invariables, al margen de todo conflicto, a quienes todavía están fuera del sistema. La conciencia de la época no vislumbra siquiera la posibilidad de un desarrollo autónomo del pueblo quechua.

El tratamiento del tema de la educación de los indios funciona en Aves sin nido con un criterio que poco tiene que ver con la visión romántica que se deduce de la relación entre indios y «notables»: ahora, en efecto, el buen natural no es suficiente, como podría desprenderse de la primera perspectiva, y debe ser sustituido por un grado de civilización que sólo la instrucción hace posible. Es curioso que en el mismo relato, a través de la opinión de Fernando Marín, y sin que se extraigan de ella las consecuencias más obvias, esta vía de progreso por medio de la educación queda cuestionada. Marín afirma:

Está probado que el sistema de alimentación ha degenerado las funciones cerebrales de los indios [...]. Condenado el indio a una alimentación vegetal de las más extravagantes [...] sólo va al engorde cerebral que lo sume en la noche del pensamiento, haciéndolo vivir en idéntico nivel que sus animales de labranza.


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Al margen de que a partir de esta idea toda empresa educativa estaría condenada al fracaso, conclusión necesaria que el narrador parece no captar, puesto que en ningún momento señala las medidas económicas que pudieran hacer superable este déficit alimenticio, lo cierto es que el ideal educacional de Aves sin nido se mantiene inalterable. Se observa en todo caso que la novela incorpora un sistema ideológico de filiación positivista, sistema que al afirmar el valor del progreso, a través de la educación, está negando la alabanza al primitivismo de los indígenas. Este segundo esquema conceptual se formaliza como una versión más, con algunas variantes, de la célebre oposición entre civilización y barbarie. La inocencia elemental del pueblo indio, que resultaba un valor con respecto a la maldad e ignorancia de los «notables», pierde buena parte de su jerarquía al enfrentarse al paradigma civilizado. Es evidente que a partir de esta nueva perspectiva, cuyo énfasis termina por diluir la primera, la condición del indio no tiene por qué ser preservada; al contrario, se hace imperioso actuar sobre ella con ánimo de modificarla en función, precisamente, de un ideal de civilización, modernidad y progreso.

Mientras esta transformación no se realice -y en la novela no se la vislumbra siquiera- los indios seguirán sufriendo «los martirios que pasamos con el cobrador, el cacique y el tata cura» (8). De aquí que en la conciencia de los personajes indios se afiance un escepticismo radical:

Nacimos indios, esclavos del cura, esclavos del gobernador, esclavos del cacique, esclavos de todos los que agarran la barra del mandón [...]. ¡Indios, sí! ¡La muerte es nuestra dulce esperanza de libertad!


(24)                


Este escepticismo es largamente confirmado por los hechos: Juan y Marcela Yupanqui mueren, los Champi se hunden en la miseria más atroz y el futuro de «toda su desheredada raza» queda librado a una vasta empresa nacional, ni siquiera iniciada, en la que tendrían que intervenir «todos los hombres del Perú» (253). Este ánimo desesperado es compartido por el narrador. Luego de explicar al lector las torturas que los «comerciantes potentados» (10) aplican a los indios, exclama:

¡Ah! Plegue a Dios que algún día, ejercitando su bondad, decrete la extinción de la raza indígena, que después de haber ostentado la grandeza imperial, bebe el lodo del oprobio. ¡Plegue a Dios la extinción, ya que no es posible que recupere su dignidad, ni ejercite sus derechos!.


(11, subrayado nuestro)                


Un horizonte de tal manera ensombrecido explica la sumisión y resignación de los indios. En Aves sin nido, en efecto, no hay siquiera indicios de un gesto rebelde, aunque sí algunas protestas verbales que apuntan directamente al centro mismo del problema: «los zorros de camisa blanca han robado nuestros ganados, como robaron mi libertad, como nos roban el trabajo de cada día» (240, subrayado nuestro). Esta lucidez es, sin embargo, excepcional. La novela está llena más bien de lamentos inconsolables y de pedidos de auxilio a los forasteros más generosos -quienes, coincidiendo también en esto con el narrador, a veces sólo atinan a recomendar resignación: «madre desventurada [dice Lucía a Marcela], ofrece tu dolor al Autor de la resignación» (34). De esta manera, la imagen que ofrece Aves sin nido del pueblo indio se concreta en unas pocas características: su inocencia y bondad primitiva, su miseria y sufrimiento permanentes, su abatimiento total y sin remedio.




La preeminencia de los forasteros

En la construcción global de la novela los forasteros, concretamente los esposos Marín, tienen un rango preeminente. En efecto, según se desprende de lo dicho en los parágrafos anteriores, el acontecimiento narrado en Aves sin nido es el resultado de la personificación, a través de personajes típicos, de los grupos sociales que los vincula y opone. Los «notables», los indios y los forasteros cruzan sus destinos en una red de relaciones tan tupida como estrecho es el ámbito que los reúne. De hecho toda la novela se organiza como una secuencia que va rastreando el sentido de las distintas relaciones que entablan los personajes a nombre y representación de los grupos sociales a que pertenecen. Del análisis de este sistema relacional se desprende que los forasteros ocupan el vértice axiológico de la novela: ellos se oponen frontalmente a la inmoralidad e ignorancia de los «notables» y apoyan generosamente a los desvalidos indios que imploran su socorro. Como se dice en la novela, los forasteros protagonizan «la sangrienta batalla de los buenos contra los malos» (34). La asonada contra los Marín es el clímax narrativo de esta contienda.

La familia de Fernando y Lucía Marín es presentada en el texto mediante el recurso de acumular virtudes y de enfrentarlas, en un cotejo que puede llegar a ser muy minucioso, con los vicios de los «notables». Emerge así una imagen ideal en grado extremo: jamás manchados por la más leve falta, los Marín son cultos, generosos, valientes, simpáticos, honestísimos. Aunque es evidente que el énfasis más fuerte se coloca sobre cualidades morales (ellos mismos dicen estar «al lado de los buenos» 45), con lo que la narración no hace más que confirmar la nota definitoria de toda la novelística de Clorinda Matto de Turner, también es dable vislumbrar, en un segundo plano, algunas significaciones socio-políticas. Educados esmeradamente en la costa, pertenecientes a una burguesía liberal y modernizadora cuyos ideales podrían coincidir con los de la «república práctica» del presidente Pardo, a quien se elogia en la novela (178)16, los Marín perciben el destino del Perú en términos de una cierta industrialización, en él campo de la extracción de minerales, y de un floreciente comercio exterior, naturalmente vinculado a la venta de minerales. Es realmente sintomático que Fernando Marín se presente como propietario de un crecido número de acciones de una compañía minera, de la que es al mismo tiempo gerente (12), pues estos datos lo distinguen del minero tradicional y lo inscriben como dentro de un orden económico moderno.

Se comprende entonces por qué los Marín chocan frontalmente con los «notables»: mientras aquéllos buscan la modernización del país dentro de los marcos de un capitalismo incipiente, éstos -ligados a los sectores más tradicionales- propician el inmovilismo social y el afianzamiento de una cultura básicamente feudal. Aunque la novela no dice nada al respecto, la defensa de los indios bien podría interpretarse en relación a la necesidad de disponer de una fuerza de trabajo que la feudalidad andina, por su propia naturaleza, no está dispuesta a conceder. Se trata, pues, de los proyectos sociales antagónicos, uno conservador y otro modernizante, que compiten entre sí a partir de los intereses que defienden. Es inútil remarcar que la perspectiva del relato privilegia en términos absolutos el proyecto modernizador.

Si en términos de realidad Kíllac aparece como la plasmación más exacta del proyecto social retardatario, Lima -la Lima que evocan los protagonistas- corresponde claramente al proyecto modernizador: es su emblema. Dada la perspectiva del relato, Lima aparece en Aves sin nido a través de una versión burdamente idealizada. En efecto, para el narrador, para los forasteros y para los personajes que comparten su actitud, Lima es una ciudad perfecta (aunque «extranjera» para los «notables» 30-31) que ofrece modernidad, progreso, etc. Allí «el domicilio tendrá garantías [...] las autoridades conocerán lo que es cumplir con su misión» (179); «allá se educa el corazón y se instruye la inteligencia» (123); es, en fin, «la región de las flores donde respiras la dicha» (140). Esta Lima mitológica es objeto de elogios delirantes:

-Viajar a Lima es llegar a la antesala del cielo y ver de ahí el trono de la gloria y de la fortuna. Dicen que nuestra bella capital es la ciudad de las Hadas;


(124)                


O también:

...la ansiedad de llegar a Lima, a ese foco de luz que cautiva a todas las mariposas del Perú.


(248)                


Naturalmente la comparación con Kíllac es abrumadora. Manuel la hace explícitamente:

-¿Y por qué mi anhelo se reduce a dejar el pueblo donde he nacido [...] cuando es propensión innata del hombre amar el engrandecimiento del suelo donde vio la luz primera? [...] ¡Ah!, mi contrariedad se explica por la palabra de una experiencia razonada. Los lugares donde no se cuenta con garantías para la propiedad y la familia se despueblan; todos los que disponen de medios suficientes para emigrar a los centros civilizados lo hacen, y cuando uno se halla en la situación en la que yo me encuentro [...] no queda otro remedio que huir y buscar en otro suelo la tranquilidad de los míos y la eterna primavera de mi corazón... ¡Margarita! A ti te entumecería el invierno de los desengaños de esta puna, donde se hielan los buenos sentimientos con el frío del abuso y del mal ejemplo. Tú vivirás bella y lozana donde se comprenda tu alma y se admire tu hermosura.


(194)                


Aves sin nido es entonces una ruda denuncia de los «notables» y del orden social que imponen, pero al mismo tiempo es una alabanza desmedida de lo que significa el grupo de los forasteros, del proyecto social que encarnan. Esta preeminencia de los forasteros tiene otra expresión, y muy importante, en el sistema narrativo de la novela: en efecto, sin la intervención de la familia Marín, sin su decidida interferencia en los códigos sociales del villorrio, la vida de Kíllac carecería de la dinámica que la convierte en materia novelable. Es claro a este respecto que la sola relación de indios y «notables» se observa en la novela como una situación normalizada, idéntica a sí misma siempre, que de ninguna manera genera acción: justamente su estabilidad es la que impone el sentido trágico que emana de la descripción de la vida del pueblo indio. En el nivel textual más inmediato la acción generadora del contenido narrativo está situada en los esfuerzos de Lucía Marín para evitar el sufrimiento de los Yupanqui. Sin ese gesto no habría acción novelesca y el texto posiblemente derivaría hacia la estampa costumbrista o hacia la elegía. De aquí se desprende que los forasteros no sólo ocupan el punto más alto en la apreciación del narrador, con quien comparten además su actitud y perspectiva, su visión del mundo, sino que, además, ellos constituyen la condición indispensable para que Aves sin nido se realice como novela.

Es fácil deducir de lo anterior el carácter absolutamente externo de la perspectiva que domina la construcción total de la primera novela de Clorinda Matto. En este sentido Aves sin nido tiene que ser considerada como el resultado literario de la contemplación crítica del mundo andino desde un punto de vista radicalmente ajeno y distante, pese a que en el Proemio se insinúa la vigencia de otra perspectiva, más bien interior, derivada de la experiencia personal de su autora17. La perspectiva de plasmación novelesca supone por esto que el mundo andino tiene que cambiar substancialmente para poder incorporarse a una concepción de nacionalidad, concepción que está hecha a imagen de los ideales de civilización y progreso que la burguesía cree representar. Aunque es evidente que Clorinda Matto adopta frente al indio una actitud generosa y frente a sus explotadores una actitud valientemente combativa, sería ingenuo explicar una posición en su conjunto como producto sólo de una personalidad noble y justiciera. Clorinda Matto lo fue, sin duda alguna, pero su posición ante el mundo de la sierra obedece también a intereses muy concretos de una fracción, la más avanzada, de la burguesía peruana de entonces. Esta es la perspectiva central del relato, aunque a veces pueda ocultarse detrás de un moralismo aparentemente intemporal y descondicionado.




La trama amorosa: de lo personal a lo social

El proceso seguido anteriormente por la novela indigenista ha hecho que la crítica se ocupe de manera especial de las dimensiones expresamente sociales que plasma Aves sin nido, descuidando y hasta olvidando otros elementos que tienen también, pese a una apariencia distinta, un significado social bastante preciso: es, especialmente, el caso de la trama amorosa que desarrolla esta novela. En el Proemio se dice que Aves sin nido se distingue de las novelas de trama «puramente amorosa o recreativa» (1). Esta idea tiene que entenderse, en consulta con lo que el mismo texto ofrece, en los sentidos complementarios: por una parte, la trama amorosa ocupa un lugar secundario dentro del relato, que desarrolla más insistentemente otras direcciones narrativas; por otra, en el mismo curso de la veta amorosa pueden encontrarse significados de otra índole, «más trascendentes» si se quiere, singularmente significados sociales. Este segundo caso es el que interesa de manera más saltante18.

El tema del amor en Aves sin nido aparece pulsado en varios tonos distintos: en general, y de manera ciertamente sintomática, el tratamiento de episodios amorosos coincide con la valoración propuesta por el conjunto de la novela -así, por ejemplo, la relación conyugal de los Marín será perfecta, como perfecto es el grupo social al que pertenecen, mientras que el gobernador Sebastián Pancorbo no causa más que desazones y sufrimientos a su esposa, doña Petronila, que escapa al destino de los «notables» gracias a su condición de mujer. El tema del celibato está procesado también, como se verá luego, dentro de este orden de cosas.

Hay, sin embargo, un caso especial: es el que narra la relación entre Manuel y Margarita. Por lo pronto esta línea argumental está privilegiada por el narrador en la medida en que se deriva de ella el título de la novela. Aunque en la I parte se emplea «aves sin nido» para designar a Margarita y Rosalía, las dos hijas de Juan y Marcela Yupanqui, adoptadas por los Marín luego de la muerte de sus padres (108), en la II parte esta designación corresponde a Manuel y Margarita y alude al desamparo en que ambos quedan al descubrir que su amor tiene el estigma del incesto (259). Al margen de algunos problemas que podría suscitar esta doble acepción de «aves sin nido»19, lo cierto es que en la conciencia del lector queda impresa la segunda versión del título. Margarita y Manuel son las «tiernas aves sin nido» (259) que tienen que pagar con su indecible sufrimiento el pecado de su común y oculto padre, el obispo Miranda y Claro20. Naturalmente el desenlace trágico de esta historia, a más de repetir ciertos esquemas típicos de la novela romántica21, funciona en relación directa con una de las tesis de la novela: la inconveniencia del celibato sacerdotal. En este caso la trama, como se afirma en el Proemio, no es «puramente amorosa». Subyace a su desarrollo una reflexión de otra índole y expresa una problemática que excede por largo la sola experiencia personal. En este orden de cosas la historia de Manuel y Margarita es la historia de unos amantes desdichados, sin duda, pero es al mismo tiempo la recusación novelada de una institución católica.

Hay una segunda dimensión, más significativa, en la relación de Margarita y Manuel. Ambos son descendientes de los dos estratos contrapuestos que forman originalmente la estructura de Kíllac; corresponden, en la cronología de la novela, a una segunda generación y en tanto es así tienen desde el comienzo mismo de su caracterización un cierto rasgo común. Este parecido aumenta cuando el lector descubre en ambos una cierta excepcionalidad: Margarita y su hermana son las únicas indias jóvenes, casi niñas, que se constituyen como personajes en la novela y las dos sobresalen rápidamente por su belleza (25), mientras que Manuel es ostensiblemente distinto de los otros jóvenes «notables» de Kíllac. Mientras éstos son definidos por los mismos vicios que se destacan en los mayores, Manuel -en oposición permanente con su padrastro, el gobernador Pancorbo- aparece como una figura llena de virtudes, como un insólito ejemplo para esa juventud ya entrampada en los deplorados hábitos del pueblo de Kíllac. Margarita y Manuel forman, pues, una pareja excepcional.

A partir de esta excepcionalidad, el relato va a mostrar el paulatino ascenso de ambos personajes hasta el nivel superior que ocupan los forasteros. Aves sin nido no analiza suficientemente esta secuencia en el caso de Margarita: adoptada por los Marín como hija, basta realmente esta situación para que se modifique todo lo que concierne a ella. Asumirá los códigos de la familia Marín y muy pronto será parte efectiva de lo que esa familia significa -según se aprecia, más que en esa novela, en Herencia, su continuación22. Es obvio que en este concepto se enfatiza sobre todo la educación que recibirán Margarita y su hermana: «deben educarse con esmero» sentencia Fernando Marín (48). Más adelante, cuando el enfrentamiento entre los forasteros y los «notables» es más violento, los Marín deciden mandar a las chicas a educarlas a otra parte [...], a Lima, por supuesto (123).

El desarrollo de la caracterización de Manuel tampoco es especialmente complejo. Aparece en el relato cuando acaba de regresar a Kíllac (de donde «salió niño») portando una excelente educación: estudia «el segundo año de derecho», puede desenvolverse con soltura en la casa de los Marín, emplea un lenguaje tan atildado como el de ellos y participa plenamente de su visión de las cosas (58 y ss.). Aunque proviene del estrato de los «notables» es, sin embargo, de alguna manera, un forastero más. De hecho su relación con los «notables» de la aldea es conflictiva en caso extremo, lo que se percibe en su relación con el gobernador Pancorbo, su padrastro, y el juicio que aquéllos le merecen es tan negativo como el que emana de los Marín. En el mejor de los casos los «notables» suscitan sólo «compasión» (60) en el ánimo del joven estudiante. El sistema de valores y de ideas que Manuel expresa en su con frecuencia engolado lenguaje repite prácticamente todos los tópicos del pensamiento de los forasteros: él también cree en la civilización y el progreso, en la educación, en la justicia, etc. Es natural, entonces, que su preocupación más apremiante sea salir de Kíllac: «cuatro o seis meses» (61) le parece demasiado tiempo de residencia en su pueblo natal.

Es a todas luces significativo que la relación entre Margarita y Manuel comience por el empeño de éste en enseñar a leer a la que entonces parece no ser más que la hija adoptiva de los Marín. Aunque el episodio (II, II) está procesado en términos de un romanticismo extremo, el hecho mismo de que Manuel y Margarita se asocien en este proceso de aprendizaje dice muy a las claras que el narrador quiere dotar a la historia de sus personajes de un trasfondo más que personal. En el ánimo de ambos personajes la plenitud del amor es también la plenitud de la educación civilizadora: no es casual entonces que para Manuel la «felicidad social» sea un derivado de la «felicidad familiar» y que ésta, a su vez, sea sólo posible dentro de los cánones de la civilización -a la que, según se dice insistentemente, se accede únicamente por el camino de la instrucción (97).

Margarita y Manuel son los casos ejemplares que emplea Aves sin nido para demostrar que es posible, a través de la educación, que los indios y «notables» de la sierra accedan al mundo de los forasteros; o tal vez, en un sentido más amplio, que la realidad total de los Andes puede y debe asimilarse a los principios y valores que dominan el otro extremo de la nacionalidad. Se trata más de una postulación en vía ejemplar que de una propuesta socialmente factible. De hecho Manuel y Margarita, puesto que son considerados en su excepcionalidad, no diseñan el destino de sus grupos originarios, que deberán desaparecer como tales con el desarrollo del país, sino muestran en su aventura personal la posibilidad de evadirse de un mundo caduco para incorporarse a otro mejor, moderno y civilizado. En ningún caso es el grupo el que se salva: son siempre personas que pueden ascender al único estrato social que parece justificar su existencia, el de los forasteros. El significado social que subyace a la historia de Manuel y Margarita debe entenderse, pues, en relación con esta nueva insistencia en la condición de privilegio del grupo forastero: que los mejores individuos de los dos estratos andinos queden incorporados al mundo moderno es un nuevo valor para esta especie salvadora que en Kíllac está representada por los Marín.




Del «cristianismo puro» a los conflictos del cura Pascual

La relación de Clorinda Matto con la Iglesia no dejó nunca de ser conflictiva. Aunque una vez insistió en su total adhesión al cristianismo y hasta sobrevaloró sus virtudes e ideales, lo cierto es que también una y otra vez, casi con la misma insistencia, atacó los vicios de la Iglesia y en especial la inmoralidad de sus ministros. Manuel E. Cuadros tiene razón al rechazar la imagen de Clorinda Matto como mujer antirreligiosa y anticristiana, pero lamentablemente deja pasar sin análisis suficiente su empeño enjuiciador contra el mal clero -que es, sin género de dudas, uno de los aspectos más reiterados de su obra23. El tema aparece ya en algunas tradiciones cuzqueñas, que desarrolla en Aves sin nido y llega en su culminación en Índole. Al confrontar la adhesión de Clorinda Matto a los principios cristianos con su permanente crítica a las costumbres religiosas, Robert Bazin señala con acierto que la Matto «se había creado un cristianismo sui géneris puesto que la iglesia de su país era inadmisible»24.

El tema religioso está presente en Aves sin nido a través precisamente de una interminable serie de alabanzas al «cristianismo puro» (97) y de una también extensa exposición de los vicios que anulan por completo la acción de los curas que ejercen en la sierra. El punto de partida en cuanto señala por qué es importante el tratamiento de este tema, está sintetizado en las siguientes palabras:

La influencia ejercida por los curas es tal en estos lugares, que su palabra toca los límites del mandato sagrado; y es tanta la docilidad del carácter del indio que no obstante que en el fondo de las cabañas, en la intimidad se critica ciertos actos de los párrocos con palabras veladas, el poder de la superstición conservada por éstos, avasalla todo razonamiento y hace de su voz la ley de los feligreses.


(51, subrayado en el original)                


Sin duda alguna el poder de los sacerdotes hace que incluso su vida privada tenga para la sociedad una importancia decisiva. Por esto Aves sin nido, en su empeño por juzgar la vida en los villorrios andinos, pone en un primer lugar la acción de los párrocos y sus funestas consecuencias. Aunque en el texto citado se señala sobre todo el imperio de la superstición, en un texto que por ambiguo podría tener una carga crítica bastante más aguda de la que la novela efectivamente desarrolla, lo cierto es que en el nivel argumental Aves sin nido enfatiza sobre todo el problema del celibato sacerdotal.

Dos sacerdotes intervienen en la novela: uno sólo como recuerdo, pero cuya acción pasada desencadenará el conflicto de la novela, el cura Miranda y Claro, oculto padre de Manuel y Margarita y el otro como personaje presente y actuante: el cura Pascual Vargas, sucesor de aquel (que ahora es obispo) en su cargo parroquial y en los vicios. Sin duda, la figura del cura Vargas es odiosa y el narrador subraya hasta la caricatura sus rasgos físicos y morales: dominado por todos los vicios, ebrio, mujeriego, ladrón, jugador, el cura Vargas -conjuntamente con los demás «notables» del pueblo- explota sin misericordia a los indios25. Como en el pensamiento de González Prada, en Aves sin nido el cura preside la «trinidad embrutecedora del indio»26. Aunque en su actividad expoliadora el sacerdote viola todos los derechos del pueblo indio, haciendo de su magisterio un negocio indigno, la novela destaca sobre todo su libertinaje sexual y lo correlaciona con la vigencia del celibato. De hecho, en este campo, la novela procura mostrar que las culpas del cura Pascual, que son muchas y muy graves, están condenadas por el solterío antinatural que se le ordena. Refiriéndose a sí mismo, en un momento de arrepentimiento, el cura Vargas dice:

¡Desdichado el hombre que es arrojado al desierto del curato sin el amparo de la familia [...]. He sido más desgraciado que criminal. Mienten los que, sentando una teoría ilusoria, buscan la virtud de los curas lejos de la familia [...]. Solo, en el apartado curato, soy un mal padre de hijos que no han de conocerme, el recuerdo de mujeres que no me han amado nunca, un recuerdo triste para mis feligreses.


(103-105)                


En buena parte los vicios del cura Pascual son considerados en el texto como efectos del celibato que se le impone; por tanto, la valoración de este personaje, siempre negativa, refluye sobre la Iglesia que ordena estas normas antinaturales y desde luego obliga a sus ministros a violarlas continuamente. En este sentido el cura Vargas aparece como la víctima de una institución que no consulta la condición humana de sus sacerdotes. En el Proemio se formula, retóricamente, esta pregunta:

¿Quién sabe si (después de voltear la última página de este libro) se reconocerá la necesidad del matrimonio de los curas como una exigencia social?.


(1-2)                


En el texto, a través de la historia del párroco de Kíllac, pero también mediante referencias a la gestión anterior de Miranda y Claro, que irónicamente es premiado por la Iglesia con un obispado, la respuesta es rotundamente positiva. El interés social está por encima de las normas eclesiásticas y en nombre de ese interés el celibato debe ser abolido. Naturalmente esta tesis suscitó un gran escándalo. Se sabe que en algunas ciudades las autoridades eclesiásticas hicieron quemar públicamente algunos ejemplares de Aves sin nido y el retrato de su autora27.




Los límites de «Aves sin nido»: perspectivas

Pese a que Aves sin nido no se agota en el tratamiento del tema indígena, es este aspecto el que le ha otorgado una justa perennidad en la historia de la literatura hispanoamericana. No está de más recordar a este respecto que Concha Meléndez sitúa a Aves sin nido en el momento más alto de la novela indigenista, como única representante de la «novela indianista de reivindicación social», y por eso mismo como «transición hacia la mayor parte de la novela posterior a 1890»28. Mucho más enfática y elogiosa, Aída Cometta Manzoni afirma lo siguiente:

La aparición de Aves sin nido [...] tiene, para la literatura del continente que se refiere al indio, una importancia extraordinaria. La audacia con que esta escritora presenta el problema de la vida oprobiosa que grandes masas llevan en América, produce una fuerte conmoción en la literatura de la época y su ejemplo quedará como bandera que posteriores generaciones sabrán enarbolar con el mismo vigor y la misma valentía, creando una corriente literaria que hará escuela muy fácilmente en aquellos países que cuentan con una población indígena considerable29.



En los últimos años, Tomás Escajadillo, sin negar los méritos de Aves sin nido, ha puesto en tela de juicio el carácter fundador de esta novela con respecto a la novela indigenista: más que la primera indigenista -señala- es la última indianista. Su innegable apego al romanticismo, su perspectiva exterior, su incapacidad para crear personajes indios suficientemente auténticos serían, entre otras razones, los signos más claros de la inserción de Aves sin nido en una etapa anterior a la indigenista30. El juicio de Escajadillo es básicamente válido; sin embargo, y con el mayor énfasis posible, habría que observar que la perspectiva exterior propia de Aves sin nido corresponde a una dimensión clave del indigenismo, incluso del indigenismo mucho más avanzado de Icaza, Alegría o Arguedas. Es cierto que en las obras de estos autores hay un paulatino acercamiento del narrador hacia el mundo narrado, hacia su referente, pero también es cierto que, pese a ese acortamiento de distancias, sus relatos son prueba de que la condición necesaria de la novela indigenista es, precisamente, su exterioridad. La novela indigenista, como por lo demás todo el movimiento indigenista, es un hecho pluricultural y plurisocial que se distingue por producirse en un mundo que no es, precisamente, el mundo al que se refieren sus obras. Esta problemática ya fue agudamente observada por José Carlos Mariátegui al deslindar la literatura indígena de la literatura indigenista en razón de la inevitable exterioridad de la segunda31. De esta suerte la ajenidad que define la perspectiva de creación de Aves sin nido no es un defecto que más tarde, en otros autores, será subsanado; es simplemente, la condición que domina toda la novelística de este género, incluso la que, años después, producirá una honda impresión de autenticidad32.

El límite de Aves sin nido está situado en otro nivel: en su incapacidad de comprender que no todo proceso de integración nacional debe suponer la cancelación de las diferencias regionales y en su abusiva cobertura del mundo indígena, y el mundo andino como totalidad, por los principios, valores e intereses de otros sectores del país. Aunque Aves sin nido reconoce algunos valores en el pueblo indio, derivada de su tantas veces mencionada «encantadora sencillez», la verdad es que al mismo tiempo propugna la dilución de toda la realidad indígena en una nueva realidad pensada en términos de la burguesía entonces modernizadora. De esta manera no hay en Aves sin nido un movimiento real de reivindicación y de revalorización; hay, sí, una queja y una protesta contra la injusticia y los abusos y una decisión de homogeneizar la sociedad peruana bajo el modelo que encuentra su emblema en la paradisíaca Lima. En este orden de cosas sí es dable encontrar diferencias con la novela indigenista posterior: aquí la protesta contra el abuso y la requisitoria contra el gamonal y el gamonalismo no es el horizonte único del relato; al contrario, se le añade siempre, y como dimensión fundamental, una dimensión revalorizadora del pueblo indígena, lo que supone, por cierto, una actitud de respeto por sus peculiaridades.

De otro lado, Aves sin nido no percibe el significado socio-económico del orden del problema indígena y sobre él propone soluciones que nunca exceden a un vago e incierto sentido moral -perspectiva ésta que da ingreso a la sobrevaloración del proceso educativo y al consiguiente cambio de las «costumbres nocivas». A este respecto hay que recordar que incluso González Prada sólo pudo percibir el problema indígena como problema básicamente económico a partir de 190433; por consiguiente, no es de extrañar que Clorinda Matto, ciertamente menos radical que González Prada, pasara por alto, en 1889, este aspecto fundamental, que más tarde será el núcleo esencial de la novela indigenista moderna.

Las limitaciones de Aves sin nido son en gran parte resultado del estado de desarrollo de la conciencia nacional a fines del siglo XIX. La derrota del 79 propició tanto una radicalización de las exigencias morales cuanto una obsesiva preocupación por la modernidad y el progreso vistos desde una perspectiva finalmente burguesa. Cuando Clorinda Matto en Aves sin nido postula al paradigma de los Marín y señala el imperativo de adecuar la sociedad peruana a los ideales representados en esta familia, así como cuando tiñe todo su discurso de un significado moral, está en realidad obedeciendo a las condiciones de su tiempo. Afianzándose en él, asumiendo sus posibilidades y limitaciones, Clorinda Matto produce una visión todavía incipiente e incompleta de la vida andina, interpretada a través de órdenes ajenos, pero, al mismo tiempo, propone a la conciencia nacional una nueva problemática y un nuevo sesgo interpretativo. Después de Aves sin nido la miseria del indio, sus injustificables sufrimientos, no podrán olvidarse: la novela posterior responde a esta suerte de reto planteado por Clorinda Matto y al corregir, profundizar y radicalizar su visión de este mundo complejo, está otorgando vitalidad y permanencia a un esfuerzo primero, fundador en más de un sentido.






ArribaAves sin nido como alegoría nacional

Buena parte de la literatura hispanoamericana de finales del siglo XIX puede leerse como una reflexión sobre la modernidad. No importa que a veces se le alabe y se suscite la urgencia inaplazable de realizarla socialmente o que a veces, a la inversa, se le tema por su capacidad de desestabilizar el orden tradicional: en uno y otro caso es el asunto que emerge como eje decisivo de ese tiempo. Su contextura tiene que ver con la extendida frustración que viven los países hispanoamericanos, salvo unas débiles excepciones, luego de varias décadas de independencia.


Postguerra y modernización

En el Perú la situación tiene un sesgo especialmente dramático por la catastrófica experiencia de la Guerra del Pacífico. La derrota fue casi la inevitable culminación de un proceso de deterioro económico, social, político y ético, y mostró -más que la obvia debilidad militar- la muy endeble constitución de la sociedad peruana, su desintegración sin atenuantes y el fracaso sustancial de los distintos (pero muy parecidos) proyectos nacionales que habían sido asumidos hasta entonces por las diversas (aunque también muy parecidas) fracciones de la clase-casta dirigente. Basadre señala que:

La derrota de 1879 fue el sacudimiento más tremendo que el hombre peruano sintió en ese siglo. Encendió todo el territorio, desde el sur hasta el norte, desde la costa hasta la sierra. Implicó una enorme pérdida fiscal y penetró en la esfera económica e industrial, en las ciudades, en los villorrios y en los campos, en los hogares y hasta en las comunidades indígenas. No hubo existencia de contemporáneo, joven o viejo, varón o mujer, que de un modo u otro no resultara tocada por este drama [...]. Había algo todavía peor que la desolación inmediata, la angustia económica privada y pública, la debilidad, la soledad y las acechanzas de los países vecinos: era el complejo de inferioridad, el empequeñecimiento espiritual, perdurable jugo venenoso destilado por la guerra, la derrota y la ocupación34.



Clorinda Matto de Turner (1854-1909)35 escribe toda su obra en este clima de postguerra. Curiosamente trata muy pocas veces el tema de manera explícita, pero es obvio que su vocación reformadora se nutre esencialmente de la experiencia de una nación vencida que tiene que encontrar alternativas sociales de reconstrucción. En este orden de cosas Matto se define a favor, aunque por cierto no sin ambigüedades, de la modernización del país.

No sin ambigüedades, en efecto, porque sus primeras opciones literarias la sitúan dentro del espacio intelectual presidido por la figura de Palma. Sus Tradiciones cuzqueñas (1884, 1886) llevan un benevolente prólogo de don Ricardo y sin duda están inspiradas en las célebres Tradiciones peruanas; sin embargo, por la cantera de la que las extrae, las de Clorinda Matto privilegian los asuntos prehispánicos y provincianos, precisamente aquellos que el fundador del género no había tratado más que de una manera marginal.

Poco después, sin embargo, Matto de Turner se siente atraída por la ideología de González Prada, gran adversario de Palma. No está de más reseñar brevemente no el agrio enfrentamiento entre ambos, tan desdichado que a ninguno favorece, sino el sentido profundo de sus divergencias. A través de ellos se enfrentaban, mucho más que dos generaciones, dos maneras de entender y practicar la literatura y -lo que es decisivo- dos formas de pensar la sociedad y específicamente el sentido de la nación36.




Palma y González Prada

Palma imaginaba al Perú como una nación criolla, nacida con la Conquista, y buena parte de su notable tarea intelectual estuvo destinada a restaurar los vínculos entre la República y los siglos coloniales, nacionalizando esa experiencia y haciéndola parte del proceso de gestación del país. Ciertamente su visión de la colonia es definidamente desproblematizadora, hasta el punto de crear algo así como un lugar y un tiempo amenos dentro de la historia nacional, pero de ninguna manera se puede insistir en la interpretación de Palma como figura del hispanismo arcaizante. En realidad, las Tradiciones lo que ofrecen es una visión mesocrática, tibiamente liberal y vagamente crítico zumbona, de la sociedad peruana y del origen de su condición criolla. Sin duda, eso sí, prefiere insertarse en la tradición, y renovarla cautelosamente, que imaginar proyectos de cambios sustanciales37.

González Prada, en cambio, no sólo no cree en la tradición sino la considera esencialmente viciada. Del pasado nada debe ser salvado porque nada fue valioso- y la nación tiene que fundarse otra vez, sobre nuevas bases, en el futuro. En este sentido, González Prada es el portavoz más enfático de un proyecto modernizador radical, basado en las ideas del positivismo primero, y más tarde del anarquismo, que se enfrenta en todos los campos con el viejo orden oligárquico e hispanizante38.

Paradójicamente, parte del pensamiento pradiano tiene un abierto sentido indigenista. En 1888, en su notable «Discurso en el Politeama», sostiene que el pueblo indígena tiene que ser salvado por la educación de la oprobiosa situación en que se encuentra (más tarde propondrá soluciones económico-sociales)39 y relaciona la construcción de una nueva nación, encomendada a una élite juvenil capaz de encarnar los ideales de la razón, el progreso, la técnica y la ética laica, con la superación del primitivismo (y su manifestación: el servilismo) debe desaparecer bajo el impulso del progreso. Por cierto, dentro de este orden de ideas, el pueblo indio aparece como el primer beneficiado por la transformación del país, pero no como sujeto de esta historia. Pese a lo anterior, en el mismo «Discurso», González Prada expresa que:

No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera40.



Ciertamente se trata de una tesis mucho más radical, que invierte las imágenes nacionales prevalentes, y propone otra, cerradamente indígena, aunque en verdad su enunciado resulte algo así como una extrapolación dentro del sistema de ideas del «Discurso en el Politeama» y aunque su propio radicalismo verbal le reste efectividad. En todo caso, es una excelente muestra de la necesidad epocal de repensar el país y de ser más fieles a su realidad.

Las posiciones de González Prada reflejan bien las tensiones de su tiempo. Como está dicho, una de las graves situaciones que reveló más contundentemente la guerra del 79 fue la desilusión de un país en el cual la mayoría de su población, la indígena, no se reconocía ni podía reconocerse. Durante la guerra, esa mayoría no sabía bien ni por quién combatía; y, sin embargo, episodios bien conocidos demostraban el heroísmo de las «montoneras», formadas básicamente por indios, durante la resistencia. Se trataba, pues, de integrar al pueblo indígena al cuerpo de la nación y de hacerlo -según la perspectiva de Prada- dentro de un proyecto global de modernización.




Matto de Turner y la modernidad

Clorinda Matto de Turner no tenía la impetuosidad reformadora de González Prada, ni compartía del todo su ideología positivista, pero, sin duda, participaba de la conciencia acerca de la urgencia de transformar la sociedad y de la necesidad de articular a las masas indias en un plan de modernización del país. Como veremos luego, Aves sin nido obedece a estos requerimientos. Aparece bajo la sombra de González Prada y solamente un año después del «Discurso en el Politeama».

Es bueno tener presente que Clorinda Matto de Turner quiso ser y fue mujer moderna. Viuda y empobrecida, con formación y lecturas poco comunes en las mujeres de su tiempo, abandonó el pequeño pueblo de Tinta, en la sierra sur del Perú, y emprendió con voluntad firme una notable carrera periodística, asumida no como mero pasatiempo sino profesionalmente. El mismo año que publica Aves sin nido ocupa la dirección de El Perú Ilustrado, importante semanario limeño de la época. Interesa destacar que periodismo y novela son, precisamente, dos de los grandes vehículos de la modernidad, y en este caso tienen un carácter sintomático: expresan la coherencia con que Clorinda Matto integra sus ideales modernizadores con procedimientos, recursos y formas de igual signo. Leyendo su primera novela y examinando los ejemplares de El Perú Ilustrado que aparecieron bajo su dirección, es fácil encontrar contenidos más o menos tradicionales, por cierto, pero a nadie escapa que en ambos emerge como fuerza decisiva el discurso y los valores de la inaplazable modernización.

En otras palabras: cuando Matto enfrenta la escritura de Aves sin nido conoce por experiencia directa, de un lado, la realidad andina y en especial la situación del indio en las serranías del sur, pero también, de otro lado, los requerimientos de la modernidad; y en ambos están vigentes las necesidades de cambio social surgidas luego de la reveladora derrota del 79. Este es el lugar en el que se instala Aves sin nido. Después de todo, como se anotará más adelante, Aves sin nido permite una lectura que destaca su afán de producir una imagen del modo como el indio (en realidad algunos de ellos) podrían salvarse de la explotación que sufren en manos del sector más arcaico de las clases dominantes (los grandes señores serranos) integrándose al proyecto de la burguesía modernizadora.




Las estrategias narrativas

La primera experiencia de Clorinda Matto con la prosa de ficción fue a través del cultivo del género tradición. En más de un sentido, la tradición se encuadra dentro del costumbrismo, aunque se distancia de él por extraer su materia no de la coyuntura actual, como en el cuadro, la estampa o el artículo costumbrista, sino del pasado. Podría decirse, en efecto, que la tradición es un cuadro de costumbres remitido a la historia. En la producción de su primera novela, Matto obvia este signo histórico, pero preserva, de la dinámica lingüística de las tradiciones, lo que tienen precisamente de costumbrismo. No se trata solamente de que en el «Proemio» su autora diga de manera explícita que el lector tiene entre manos una «novela de costumbres», sino de algo más profundo: del empleo de la estrategia discursiva del costumbrismo.

A grandes rasgos, la prosa costumbrista se caracteriza por dividir su funcionamiento semántico en dos órdenes. El primero, narrativo y descriptivo, se propone ofrecer imágenes «reales» de la vida social; el segundo, claramente evaluativo, se encarga de juzgar lo que el primero ha revelado, a veces con fraseo más o menos independiente y a veces impregnando la totalidad o vastos sectores del discurso. En el «Proemio», Matto señala con claridad que Aves sin nido intenta «ser la fotografía que estereotipe los vicios y las virtudes de un pueblo, con la consiguiente moraleja correctiva para aquéllos y el homenaje de admiración para éstos». En su idea de novela, entonces conviven la vocación realista, reflejada en la obvia metáfora de la «fotografía» (enfatizada casi de inmediato con la aclaración de que los «cuadros» que presenta el texto han sido tomados «con exactitud [...] del natural») y el sentido moralizador y ejemplarizante. Esta segunda vertiente es la que le permite pensar en la utilidad social de la novela.

Este doble manejo de la función novelesca, por igual referida al ser que al deber ser social, se complejiza a veces con la presencia de párrafos explicativos, casi todos tomados algo ingenuamente del positivismo que subyace al modelo narrativo naturalista. Aves sin nido no es en modo alguno una novela naturalista, pero su eclecticismo permite la inclusión de algunos componentes de esa procedencia. Sus novelas posteriores los admitirán en mayor número, aunque nunca como sistema narrativo prioritario.

Con estos modestos pero eficaces recursos, a los que habría que añadir su frecuente entonación romántica, el narrador omnisciente de Aves sin nido relata episodios de la vida de un pequeño pueblo serrano, obviamente representativo de la realidad andina global. No es necesario analizar el contenido y estructura de esta historia41. Basta decir que pone de relieve la profunda escisión del mundo andino, dividido entre los «notables», inmisericordemente abusivos, y los indios, miserablemente explotados, escisión que tratan de suturar (y fracasan en su empeño) los forasteros que se insertan temporalmente en esa sociedad portando los ideales de la civilización y el progreso.

La imagen que Aves sin nido ofrece a los indios tiene rasgos marcadamente románticos y de alguna manera se asocia con el estereotipo del «buen salvaje». Los indios son alabados por la «encantadora sencillez de sus costumbres», y aparecen siempre como seres inocentes, buenos y candorosos («cuando hace algo malo [...] es obligado por la opresión, desesperado por los abusos»), pero esa misma bondad natural los hace singularmente vulnerables frente a la codicia de los potentados y de las autoridades de la región. Clorinda Matto anota insistentemente, además, las deficiencias educativas que hacen imposible imaginar siquiera el progreso de la que varias veces llama «la desheredada raza».

De esta manera la interpretación del indio fluctúa según sea el estrato con el que se relaciona. Si es con los «notables», se pone énfasis en sus virtudes naturales, que de nada sirven frente a la prepotencia de aquéllos, pero que -de cualquier forma- los sitúan moralmente en un plano superior. Si es con los forasteros, se pone de relieve su ignorancia y su espíritu servil y quejumbroso. La bondad natural se lee, entonces, como condición similar a la de la niñez, e implica la obvia necesidad ética de «proteger» a una raza que se debate en un mundo difícil como un niño indefenso. Obviamente, los forasteros intentarán asumir una condición paternal con respecto a los indios.

El estrato de los «notables», formado por las autoridades civiles y religiosas, aparece consistentemente criticado a lo largo de toda la novela. Casi analfabetos, inmorales y abusivos, los jueces, gobernadores y curas (a los que González Prada había calificado en 1888 como la «trinidad embrutecedora del indio»42) no tienen otra meta que preservar sus injustas prebendas y beneficios sociales y económicos que extraen sin límite de la explotación de los indios. Es curioso que en el diseño narrativo de este estrato no aparezcan los terratenientes (grandes personajes de la novela indigenista posterior) y que los comerciantes en lana sean una presencia poderosa pero elusiva. De alguna manera, la focalización del problema en las autoridades, y no en los propietarios de la tierra y el ganado, muestra que Clorinda Matto todavía interpreta el conflicto en los Andes en términos más éticos, educativos, administrativos y gubernamentales que como una situación de base y contenido económico-social.

Obviamente el estrato de los «notables» es el más severamente juzgado en la novela. Ellos son realmente los bárbaros que explotan sin derecho y sin piedad a los indios y los que se niegan a obedecer las normas que provienen del grupo moderno representado por la familia Marín. Desde esta perspectiva, es posible leer Aves sin nido como un relato instalado en la lucha ideológica entablada entre las oligarquías serranas (y sus conexiones con el poder central) y una emergente burguesía moderna43. Buena parte del sentido ejemplar de la novela tiene como función primera precisamente desacreditar el proyecto arcaizante y retardatario de aquellos grupos -malvados e ignorantes- y alabar sin medida las potencialidades de la burguesía en ascenso. No es nada casual, en este orden de cosas, la consistente alabanza de la ciudad (como espacio de la modernidad), del símbolo universal del Progreso (el ferrocarril) o de instituciones económicas también modernas (las sociedades anónimas, por ejemplo). La figuración de estas tensiones puede impregnar niveles del discurso que aparentemente no tienen significados sociales.

La novela narra también la malventura de un amor candoroso que se frustra al descubrirse su índole incestuosa, lo que remite precisamente, como se verá luego, a los vicios de los «notables».




Novelización del Ande

Como no hay novela sin historia ni historia sin cambios, la producción de un relato de esta naturaleza implica la posibilidad de imaginar un espacio cuyas tensiones y conflictos desemboquen en un proceso de transformaciones más o menos profundas. Obvia, en casi todos los casos, esta condición resulta problemática en buena parte de la novela indigenista, sobre todo porque su productor (que nunca es un indio) no todas las veces es capaz de percibir el mundo andino como historia. De hecho, para poner un ejemplo de bulto, el modernismo vio esa realidad -especialmente la indígena- mucho más como parte de la naturaleza que de la historia.

Aves sin nido comienza por situar al mundo andino fuera de la historia. Muy al principio de la novela, apenas se conocen las atrocidades que cometen los «notables» en contra de los indios, la narradora exclama:

¡Ah! Plegue Dios que algún día, ejercitando su bondad, decrete la extinción de la raza indígena, que después de haber ostentado la grandeza imperial, bebe el lodo del oprobio. ¡Plegue a Dios la extinción, ya que no es posible que recupere su dignidad, ni ejercite sus derechos!



Se trata, sin duda, de una interpretación de la situación indígena cerradamente escéptica, pero lo que interesa ahora es observar hasta qué punto la percepción inicial del relato retira del referente la más escueta posibilidad de cambio y -por consiguiente- de historia. Casi al concluir la novela, esta vez en palabras de dos personajes indios, se repite la misma certidumbre:

Nacimos indios, esclavos del cura, esclavos del gobernador, esclavos del cacique, esclavos de todos los que agarran la vara del mandón.

-¡Indios, sí! ¡La muerte es nuestra dulce esperanza de libertad!



La vida de todo el pueblo indígena y la de cada uno de sus hijos aparece, pues, como un constante e inevitable sufrimiento que sólo la muerte podría suprimir. Se trata de una imagen sin movimiento, congelada en su oscura reiteración, que impediría todo manejo propiamente narrativo. Tal vez podría ser materia de mitos, tragedias o elegías, pero no -o muy difícilmente- de novelas.

Precisamente el uso privilegiado de la novela (género moderno por antonomasia) por el movimiento indigenista es uno de los signos más claros de su paradójica constitución como una literatura instalada en el cruce de dos sociedades y dos culturas fuertemente diferenciadas: la europeizada y la indígena, ambas coexistiendo dentro de las fronteras de las naciones andinas o de otras que también son multiculturales y plurilingües. De hecho, la novela indigenista es el ejemplo más definido de las «literaturas heterogéneas»44, y en el caso de Aves sin nido se hace evidente que está ubicada en un proceso de producción cultural en el cual casi todos los componentes (productor, texto, lectores) pertenecen a ese sector moderno de las sociedades andinas y sólo uno (el referente) tiene que ver con el mundo indio.

Por cierto, en el desarrollo del género se ensayaron numerosos procedimientos ideológico-estéticos para hacer productiva esta contradicción insalvable (piénsese en la extrema complejidad de las novelas de José María Arguedas), pero en la obra de Clorinda Matto toda esta densa problemática aparece simplificada. Es claro que se trata de un discurso sobre o acerca de lo indio, generado en otro espacio socio-cultural, hasta el punto de que el propio referente no es más que la figuración de lo indio creada por la observación de un testigo piadoso y compadecido pero inocultablemente ajeno. Esta modalidad de la producción cultural tiene repercusiones muy nítidas, como acaba de insinuarse, en la constitución del tiempo y de la historia de la primera novela de Matto.

Aves sin nido tiene que comenzar, por esto, con la irrupción en el solidificado espacio andino de una fuerza exterior, radicalmente desestabilizadora, y capaz de producir las tensiones necesarias para construir con ellas -y con los cambios que suscitan- un relato novelesco. Esta función la cumple el matrimonio Marín, recién llegado a Kíllac y de inmediato dispuesto a enfrentarse con las costumbres de los «notables» y a defender a los indios explotados; a protagonizar, como varias veces se lee en la novela, «la sangrienta batalla de los buenos contra los malos». Su protección a los indios desencadena el acontecer que narra Aves sin nido.

Es interesante advertir que los forasteros están caracterizados minuciosamente en función de lo que los distingue no sólo de los indios sino también -y sobre todo- del cura, el gobernador o el juez. Citadinos, con un alto grado de instrucción y una moral impecable, los Marín representan los más elevados ideales que promueve la novela y -dentro de ella- son obvios portavoces de Clorinda Matto. Sin duda representan el valor de la modernidad y no estaría descaminado filiarlos a la fracción de la burguesía más dispuesta a realizar su propia conciencia de progreso social enfrentándose con el viejo orden oligárquico, casi feudal, que dominaba al país en su conjunto, pero, sobre todo, la vida andina, según lo ya dicho. Desde este punto de vista, su figura implica la conflictiva incorporación de la civilización en el mundo de la barbarie.

Pero no se trata solamente del hecho de que esta perspectiva sea radicalmente ajena a los distintos estratos étnicos-sociales andinos, sino que es su incorporación como parte del referente narrativo lo que hace posible la novela como tal. En otras palabras: sin los Marín, sin su intervención en la vida andina, no habría ninguna historia que contar. Por consiguiente, en la base misma de Aves sin nido subyace el supuesto de que la realidad de los Andes sólo ingresa en la historia mediante el impacto del lado más moderno de la sociedad peruana, el único capaz de romper (o de intentar romper) el helado círculo de la explotación y el sufrimiento permanentes.

Para que no haya duda al respecto, la novela se prolonga exactamente hasta que concluye la estada de los Marín en Kíllac. Fracasado su proyecto de salvación de los indios (en realidad es un proyecto más piadoso que justiciero), los Marín abandonan la sierra y todo se recompone en su estado anterior, en la misma solidez sin historia previa a la visita de los forasteros. Junto con los Marín, la historia se aleja de Kíllac y la novela concluye. Es como si nada quedara por relatar del y en el mundo andino.

De alguna manera, aunque indirectamente, esta deshistorización del indio se relaciona con la estética coetánea y posterior al modernismo, en efecto, se complace en la construcción de viñetas que inmovilizan la vida social en personajes estereotipados: el pastor de llamas o el tañedor de quena; y, más frecuentemente aún, en la figuración legendaria de celebridades del imperio incaico. No solamente José Santos Chocano, pero sobre todo él, encontrará en este ejercicio de ancestro parnasiano un riquísimo filón para una poesía que a más de suspender el tiempo en los Andes, o tal vez precisamente por eso, los exotiza consistentemente.

Por supuesto, las opciones que subyacen al modernismo no son las que sostienen la construcción de Aves sin nido, pero no deja de ser sintomático que en ambos casos la captación artística del mundo andino, y en especial del indio, no pueda percibir más que lo estático y siempre repetido. Es como si con las ideologías de la época no se tuviera todavía la capacidad de interpretar esa realidad en sus difíciles y dramáticas mudanzas históricas.




Nación y familia

El fracaso de los Marín es en algún modo paliado por su decisión de adoptar a las dos hijas de Juan y Marcela Yupanqui, muertos al defender la casa de sus protectores. Los portadores de la civilización no logran modificar el implacable orden social andino, pero al menos salvan de él a Margarita y Rosalía las «aves sin nido» de la primera parte de la novela. En la segunda parte, a más de reiterar las denuncias sociales sobre la explotación de los indios, la novela narra los candidos amores de Margarita y Manuel y su final desgraciado: descubren que ambos son hijos del obispo Pedro de Miranda y Claro, años antes párroco de Kíllac, con lo que al cerrarse la novela son ellos las nuevas y aún más desamparadas «aves sin nido».

Sin duda se trata de un argumento inocultablemente melodramático, aunque nada inusual en la novela hispanoamericana del XIX, que parece agotarse en su propia truculencia, en la crítica al relajamiento moral del clero y -en la novela de Matto de Turner- al celibato sacerdotal. Tiene, sin embargo, otros y más profundos significados. Para poderlos considerar es necesario tomar en cuenta que en el siglo XIX nuestra novela produjo una muy compleja alegoría de la nación45 y sus problemas a través de la imagen de la familia y de las relaciones interpersonales que la fundan y la rodean, sin que sea necesario asumir que en esto hubo un propósito deliberado. En cierto modo, el universo de la familia podía representar bien los conflictos (y las eventuales soluciones) de sociedades agobiadas por su profunda heterogeneidad: metonímica y/o metafóricamente, el microcosmos familiar podía significar, en sus propios términos, la problemática del macrocosmos nacional. Desde este punto de vista, cabe leer la línea melodramática de Aves sin nido y otros asuntos similares bajo las luces de un nuevo y enriquecedor código.

Por lo pronto es evidente que Aves sin nido privilegia la caracterización de los núcleos familiares (los Marín, los Pancorbo, los Yupanqui, los Champi), hasta el punto de que casi no hay personajes que se presenten sin ese contorno inmediato. La gran excepción es el cura Pascual (y su antecesor Miranda, ahora obispo), pero se trata de una excepción que precisamente refuerza la importancia de los vínculos familiares: los vicios del clero y las tragedias que suscita derivan del celibato al que está antinaturalmente obligado el religioso -tal como se lee desde el «Proemio» y en varias otras páginas de la novela. Paradójicamente, las familias que aparecen en Aves sin nido o son incompletas (la de los Marín no tiene hijos) o guardan en su seno algún secreto terrible como la escondida filiación de Manuel y Margarita y la violencia sufrida por sus madres.

Pero leer los significados que encarna la familia en la novela de Clorinda Matto implica vincular este tema con otro, el de las relaciones interraciales, que lo cruza de parte a parte. De alguna manera, tal como la presenta Aves sin nido, la familia es el espacio privilegiado de las alianzas o los conflictos étnicos. El énfasis puesto en ese vínculo entre familia y raza hace aún más clara la posibilidad de interpretar todo este núcleo de significación en una clave más social que ética (aunque contenidos de este tipo sean obvios) que finalmente conduce a reflexionar sobre el asunto central del XIX: la formación de la nacionalidad.

Por lo pronto, la preocupación de Matto por el destino del pueblo indígena se plasma con evidencia en la decisión de los Marín (sus portavoces narrativos) de adoptar a las hijas del matrimonio Yupanqui. Puesto que la novela relata la muerte o el sufrimiento continuado de los indios, la adopción de Margarita y Rosalía implica de manera tangencial, pero muy expresiva, que Aves sin nido efectivamente no logra percibir ningún futuro para la raza indígena, pero que es algo menos escéptica si se trata de la suerte de algunos individuos aislados. Ciertamente la adopción, con el consiguiente cambio de apellido (de Yupanqui a Marín), es una figura especialmente vigorosa de la construcción de una nueva identidad y del carácter salvador de este proceso educativo que deberá concluir con la cancelación de los rasgos de la primera identidad: de hecho en Herencia (que es una novela que continúa en parte la trama de Aves sin nido), Margarita no puede distinguirse de otras jóvenes de la alta sociedad limeña. Su nueva identidad está consolidada.

Más allá de la intención de Clorinda Matto y al margen también de los estereotipos del melodrama romántico, en la transformación radical de los Yupanqui en Marín subyace un significado turbador: la salvación del indio depende de su conversión en otro, en criollo, con la consiguiente asimilación de valores y usos diferenciados; y depende también, como es claro, de la generosidad de quienes hacen posible esa metamorfosis étnico-social. De alguna manera, la historia de la adopción es un emblema de las convicciones de la época sobre el poder de la educación, como fuerza transformadora de la sociedad, pero a la vez de un concepto pedagógico que sólo entiende esta materia como una forma de occidentalización del pupilo. Lo primero estaba explícitamente mencionado en el «Discurso en el Politeama». En él González Prada decía:

Enseñadle a leer y escribir [al indio] y veréis si en un cuarto de siglo se levanta o no la dignidad del hombre46.



Dentro del marco de la «conciencia posible» de entonces la educación no podía considerarse más que como un proceso que favorecía la realización de los ideales europeos. Como recurso eficaz para la homogeneización del país, la educación no sólo no preveía ni pluralismos ni contrastes, sino que, al contrario, los condenaba abiertamente. En Aves sin nido se habla, en efecto, de «la verdadera civilización» como de un sistema único y de la educación como vía para acceder a sus principios ordenadores. La filiación blanca de las niñas Yupanqui implica no sólo la adopción, entonces, sino también la educación, aunque dentro del relato ésta aparezca confundida con la experiencia del hogar bien constituido. En este orden de cosas, Aves sin nido propone algo así como una categoría totalizadora: adoptar un hijo supone un acto de nominación trascendente porque con el nombre de los nuevos padres viene la configuración de la nueva persona. Basada en la piedad, la adopción de las niñas es una forma puramente espiritual de la procreación de nuevos seres.

Habría que añadir, complementariamente, que en sus novelas posteriores, en Índole (1891) y Herencia (1895), Clorinda Matto vuelve a trabajar el tema educativo, ahora en claro contrapunto con el de la herencia, para dejar constancia, aunque nunca sin algunos titubeos, de que la educación es más poderosa que la impronta genética. Es importante anotar esta concepción de Matto porque echa luces sobre el sentido del proceso de adopción-educación que narra Aves sin nido.

Metáfora integradora, entonces, la adopción de Margarita y Rosalía expresa el deseo de una nación homogénea, abarcadora de la disidencia indígena a través de la educación aculturadora de sus miembros, obviamente considerados como menores de edad. Pero esta muy expresiva alegoría de la constitución imaginaria de un país integrado bajo el modelo de sus estratos más europeizados y modernos tiene, sin embargo, un envés sorprendente. Dicho en bulto: son las muchachas indias las que permiten que la familia Marín se realice bajo su propia ideología y cumpla su función básica de reproducción. En toda la novela, en efecto, se pone énfasis en el carácter sagrado de la paternidad y la maternidad y se establece una y otra vez que la familia es el único espacio donde ambas pueden realizarse con ese carácter. Al mismo tiempo, con raciocinio complementario, una familia sin hijos no es realmente tal y un hombre o una mujer infértiles no alcanzan la plenitud de su función humana y sagrada.

Como en Aves sin nido la perspectiva educativa es recurrente, la función reproductora de la familia se expande más allá de la procreación de los hijos y se convierte en un dispositivo mucho más extenso. En realidad la familia es la gran máquina reproductora de los comportamientos y valores socialmente aceptados o -si se quiere- de la argamasa ideológica que permite el buen funcionamiento de la sociedad dentro de un orden determinado. Naturalmente los hijos son el engranaje de este mecanismo. La transformación de las Yupanqui en Marín demuestra la eficiencia de este proceso, pero a la vez tiene el significado que acaba de mencionarse: sólo gracias a ellas los Marín cumplen su función como familia y por consiguiente adquieren valor como reproductores del sistema social. Es, sin duda, una notable paradoja de la novela.

Paradoja tanto más curiosa porque poco antes de concluir Aves sin nido se anuncia que Lucía está esperando al «primogénito» de la familia, información que luego se olvida. En Herencia los Marín siguen siendo un matrimonio sin hijos. ¿Simple error en la construcción de la trama? Pudiera ser, pero en todo caso el borramiento de este dato (o mejor, su cancelación) parece funcionar de una forma en cierto sentido ambigua. En efecto, si por una parte hace más plausible la decisión de adoptar a las niñas Yupanqui y de algún modo la normaliza (es «natural» que un matrimonio sin hijos opte por adoptar alguno), por otra parte enfatiza la importancia de esa decisión y echa mayor luz sobre la extrañeza de su condición interétnica. En cualquier caso, cabe preguntarse si de la misma manera que la adopción de las muchachas indias puede leerse como una alegoría de la homogeneización del país (o más exactamente, del deseo de esa homogeneidad), el otro hecho, relativo a la defectividad de los Marín como familia si no se hubiera producido la adopción, podría interpretarse de manera homologa; esto es, como representación simbólica de la urgencia del sector social que representan, de asumir un cierto compromiso con otros grupos para poder realizar su propio proyecto social.

Padres y educadores de los indios, los Marín parecen reconocer que su representatividad social y nacional tiene como condición la absorción de los otros -cierto que en términos de dependencia- como «hijos». A la larga, si se emplea la perspectiva inversa, parecerían no tener el poder de reproducirse dentro de su propio espacio social, y mucho menos de imponerse al conjunto de la nación, sin una alianza ciertamente asimétrica con los otros grupos. Algo así como un consenso ganado por la asimilación, en posición subordinada, de los otros. Sobra aclarar que esta lectura, obviamente hipotética, no implica en modo alguno la presunción de un nivel de conciencia autorial. Las alegorías nacionales suelen instalarse en el discurso literario mediante mecanismos mucho más complejos que la intencionalidad de los escritores. Son figuraciones del imaginario social, más bien difuso, y suelen construirse en los márgenes de un lenguaje que asimila las pulsiones colectivas.

Pero el sistema alegórico de la familia en Aves sin nido tiene otras dimensiones. Es bueno anotarlas. Por lo pronto, la caracterización de Margarita pone de relieve, desde un primer momento, su excepcionalidad. Aunque Marcela, su madre, es presentada como una mujer «notable por su belleza peruana», los Marín se desconciertan frente a Margarita y consideran que su «belleza» es trasunto de esa mezcla del español y la peruana que ha producido hermosuras notables en el país, aun cuando en ese momento creen que sus padres son indios. No piensan todavía en la adopción, pero sí en aceptarla como ahijada. Al final del relato, como está dicho, se descubre que Margarita es hija de un cura español y que efectivamente, como lo suponían los Marín, es mestiza. Esta revelación final tiene un efecto complejo sobre la lectura anterior: por una parte, aleja la relación entre los Marín y los indios, pues la adopción se ejerce sobre una joven mestiza, no india, en cuyo origen resuenan además memorias que remiten de alguna manera al primer mestizaje, al de la conquista, pero -de otra parte- el que la adopción incluya también a la pequeña Rosalía, hija de Juan y Marcela Yupanqui, preserva el sentido anterior. Ella sí es india.

La tardía confirmación de la condición mestiza de Margarita tiene que ver no sólo con asuntos directamente ideológicos, lo que es bastante evidente, sino también, algo más sesgadamente, con el sistema de la verosimilitud del relato. Como Margarita es un personaje mucho más importante que Rosalía y como es ella la única que adquiere presencia en la continuación de Aves sin nido, es claro que su absoluto y abrupto «blanqueamiento» resultaba un factor disturbador de la credibilidad de la historia y generaba, así, un conflicto potencial con el lector. No está de más recordar que años después, en Matalaché (1928) de Enrique López Albújar, sucede algo similar: su protagonista, un negro esclavo, deviene en mulato, descendiente directo de un noble blanco, poco antes de consumar su amor con la bella hija de su amo47.

De cualquier manera, la distinta filiación original de ambas niñas fortalece el sentido homogeneizador de la imagen familiar: los Marín asumen su condición de autoridad en un hogar que acoge a mestizos e indios. Es claro, sin embargo, que con respecto a estos últimos la novela es más bien elíptica. Rosalía es casi sólo un nombre y el lector sabe muy poco de ella, situación que se hace definitiva en Herencia, donde desaparece del todo. Sin duda, la novela privilegia el significado de la adopción de Margarita y desde esta perspectiva parece evidente que hay una bien definida predilección, aunque no excluyente, por el estrato mestizo. En cierto sentido, tomando en cuenta la borrosidad de Rosalía, habría que pensar que Aves sin nido necesita generar primero una expectativa de reconciliación entre los extremos (Marín/Yupanqui), diluir después su radicalidad y enfatizar la importancia del eslabón intermedio, mestizo (Marín/ Miranda y Claro-Yupanqui) pero conservando como sugestivo aunque poco perceptible telón de fondo (a través de Rosalía) la propuesta inicial.

Por lo demás, los insistentes conflictos que cruzan los espacios familiares en Aves sin nido parecen ser síntomas -si se acepta la asociación entre nación y familias- de los problemas que agobian a la sociedad peruana de fines del XIX. En el fondo, las imágenes familiares que ofrece la novela tienen casi siempre su eje conflictivo en el asunto de la filiación: Margarita y Manuel no saben quién es su verdadero padre y el descubrimiento es trágico no sólo porque corta su amor bajo la terrible pena del incesto sino porque la figura del padre sacrílego es un punto ciego, sin solución posible, que remite la sacralidad de la filiación a la violencia y al pecado. Es como si, en su conjunto, la alegoría apuntara a un orden mal constituido, deforme, que sólo puede ser transformado por la voluntad y la acción de quienes, como los Marín, deciden extirparlo (otorgando filiación y legitimidad) a la vez que corrigen (con la adopción) su propia incompletud, su esterilidad. Alegoría desgarrada de la nación, sin duda, pero también esperanzadora: desde la perspectiva de los Marín, la familia (la nación) puede recomponerse bajo su amparo. Son la fuerza que ofrece hogar a quienes no lo tienen.




Para formar una nación

Las primeras ediciones de Aves sin nido consignan como subtítulo: «novela peruana», y en el «Proemio» -que es, como se sabe, un texto programático- Clorinda Matto se queja de que la realidad nacional no sea tratada literariamente y expresa su confianza en que la lectura de su novela sirva para señalar algunos «puntos de no escasa importancia para los progresos nacionales». Añade, con énfasis, que con Aves sin nido está «haciendo, a la vez literatura peruana».

Tomando en consideración las ideas literarias de la época48, parece indudable que el carácter nacional que Matto de Turner asigna a su obra privilegiada tres órdenes de ideas: en primer lugar, el uso de la vida nacional como argumento, tema o referente del texto; luego, la crítica de los problemas sociales más urgentes; y, finalmente, los beneficios que puede extraer la república de obras de esta naturaleza. Con alguna que otra indecisión, Aves sin nido cumple este programa, y todo indica que su efecto -al menos en lo inmediato- tuvo repercusiones saludables en un país profundamente arcaico y dominado por las fuerzas más conservadoras. De hecho su enfrentamiento con el clero fue en más de una ocasión frontal.

Pero la lectura de Aves sin nido como una alegoría de la nación, o mejor de su proceso formativo, permite situarla no sólo dentro del complejo y variado discurso que enfocó esta temática desde el origen mismo de la República que -ciertamente con grandes modificaciones- sigue operando hasta nuestros días, sino también dentro de las configuraciones imaginarias, rara vez explícitas, que transfieren la problemática nacional a otras esferas, incluyendo las de la vida privada. En todo caso, de manera directa, Aves sin nido se relaciona con las preocupaciones nacionales del XIX.

En este orden de cosas, confirma que a lo largo del siglo pasado realmente nunca estuvo amenazada la hegemonía de la interpretación de la nación como nación criolla, inclusive para quienes tenían una honrada preocupación por la desastrosa situación de los indios. Es sólo a partir de la segunda década de nuestro siglo que esa conciencia hegemónica comienza a perder fuerza, pero eso no debe hacer olvidar que dentro de este supuesto consensual -o casi- se cruzaran opciones múltiples y a veces contradictorias. Matto prefirió una de índole humanista.

Percibió agudamente la heterogeneidad de la sociedad peruana y ciertamente observó que la disidencia mayor -con respecto a la hegemonía criolla- estaba constituida por el pueblo indígena. Para los sectores más conservadores era «natural» que el orden de la nación se fundara en la explotación de los indígenas y al efecto disponían de un vasto arsenal ideológico -que a fines del XIX se refuerza con las tesis genéticas del positivismo racista. González Prada atacó directamente esta ideología y es claro que Clorinda Matto -aunque con menos énfasis- también la rechazó. Recusó especialmente, sobre todo con criterios morales aunque probablemente también a partir de ciertas intuiciones económico-sociales, la explotación y la miseria de los indios.

De cualquier manera, de lo que se trataba era de saber cómo podía integrarse a la nación esa masa mayoritaria que parecía haber quedado fuera de la historia. Matto de Turner tenía la certeza de que la República no podía seguir funcionando socialmente con tan grave quiebra interna e imaginó que la única solución posible consistía en asimilar dentro del espacio criollo al pueblo indígena. Para cumplir ese fin creyó que sólo había un camino disponible: la educación, y todos sus escritos son de alguna forma una proclama a favor de la educación de lo que ella llamaba la «raza desheredada»49. Habría que anotar, complementariamente, que Clorinda Matto fue también una activa propulsora de la educación de la mujer.

Por supuesto, como se ha dicho antes, se trataba en el caso del pueblo indígena, de una educación aculturadora, explícitamente destinada a borrar los rasgos de su otredad y de hacer posible un nivel suficiente de homogeneidad en el cuerpo de la nación. Hoy esta propuesta parece gravemente insatisfactoria, hasta retrógrada, pero en el XIX la idea principal tenía que ver directamente con el problema de la desintegración del país. En todas las naciones de Hispanoamérica esta idea termina siendo, en el fondo, la misma: lo que impide el progreso es la falta de cohesión social. No extraña, entonces, que Clorinda Matto de Turner se esforzara por estimular una extendida convicción acerca de la imperiosa necesidad de suturar el espacio social de la nación, aunque nunca perdiera de vista que el efecto de homogeneidad no implicaba en modo alguno una situación simétrica e igualitaria entre los dos segmentos de la nación.

La eficiencia del mensaje de Matto, de Aves sin nido pero también de sus otras obras indigenistas, necesitaba basarse en una previa reivindicación de ciertos aspectos propios del pueblo indígena. Tenía que acabar con muchos prejuicios y permitir que su idea central -afirmativa de la necesidad nacional de integrar a los indios a la vida republicana- fuera socialmente aceptada. Usó por cierto el repertorio de la idealización del imperio incaico, pero se preocupó especialmente por demostrar, como lo hace en Aves sin nido, que los indios son naturalmente buenos y que podían progresar a través de la educación. Tal vez, en última instancia, quería evitar el temor frente a la potencial barbarie de esos hombres humillados, para construir, en cambio, una expectativa de armonía social. La armonía hecha con la paulatina dilución de lo indígena y fundada en una sólida e indiscutida jerarquía social: no más la de los abusivos e ignorantes «mandones» de la sierra, pero sí, sin asomo de dudas, la de los benevolentes, ilustrados y generosos padres modernos.







 
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