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Bibliotheca arabico-hispana

Francisco Codera y Zaidín





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En el tomo IX de nuestra Bibliotheca, rompiendo la tradición de los ocho volúmenes anteriores, hemos publicado, no un nuevo Diccionario biográfico, sino un Catálogo de los libros estudiados ó conocidos por Abén Jair; y no es que hayamos agotado los diccionarios biográficos de musulmanes españoles más ó menos dignos de ser conocidos, sino que reconociendo una gran importancia en dos ó tres obras de esta clase, de las que teníamos disponibles, como son la Ihata de Abén Aljatib y el Almodaric de Abén Iyyad, no creímos oportuno comprometernos ante el público á un trabajo superior quizá á nuestras fuerzas por las dificultades del texto ó por lo modesto de nuestros recursos, que pudieran obligarnos á no terminar una obra de varios volúmenes, si llegaba el caso de que el Ministerio de Fomento no pudiera renovar la suscripción con que nos había favorecido para los tomos anteriores.

Por estas consideraciones nos resolvimos á publicar uno de los más importantes códices del Escorial, que contiene interesantísimas noticias de nuestra bibliografía árabe, códice que ofrecía la comodidad de su perfecta conservación y la gran facilidad relativa de su texto.

El códice por nosotros publicado lleva el número 1672 y fué descrito por Casiri en el tomo II, pág. 71 de su Bibliotheca Arabico-hispana Escurialensis.

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Es un volumen en 4.º mayor, de 155 folios, de letra clara y elegante, de carácter occidental ó español; el número de líneas por página es constantemente de 23; la superficie escrita, que pudiéramos llamar la caja, es de 18,5 x 12,5 cm., y de 27,0 x 19,5 la marca del papel, que ha disminuído muy poco del tamaño primitivo, pues los recortes que el libro haya podido sufrir, ni aun han llegado á igualar la natural irregularidad del papel, que llamamos de barbas.

Según las notas que se leen en la portada del códice, entre otros poseedores, consta que perteneció por compra al Príncipe Hafsí de Túnez, Abu Fariç Abdelaziz, que en el año 796 (de 6 de Noviembre de 1393 á 27 de Octubre de 1394) heredó el trono de su padre Ahmed Almanzor, y reinó hasta el año 837, en que murió.

De este ilustre Príncipe merece mención especial el hecho de que en el año 822 (de 28 Enero 1419 á 17 Enero 1420) mando construir (ó ampliar) la biblioteca de la mezquita Azeituna, de Túnez, adjudicándole como bienes habus (legado piadoso) los libros de religión, gramática, lexicología, medicina, matemáticas, historia, literatura y otras ciencias que había en ella y otras (mezquitas); puso servidores y dispuso que todos los días estuviesen los libros á disposición del público desde el llamamiento para la oración de la aurora hasta la oración de media tarde; dejando también como legado piadoso cuanto era necesario1 para el buen servicio de la biblioteca.

Biografía del autor. Abu Bequer Mohamad ben Jair ben Omar ben Jalifa, autor de la obra que publicamos, nació en Sevilla en la noche del domingo á dos por andar del mes de ramadán del año 502 (1 de Mayo de 1109) y murió en Córdoba al amanecer del miércoles, 4 de rebia primero del año 575, siendo enterrado en la casa en que vivía; sus restos fueron trasladados á Sevilla, y enterrados en el cementerio de Moxka.

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Abén Alabbar2, que da noticias algún tanto detalladas de nuestro autor, pues Addabbí3 y Adzahabí4 dicen muy poco de él, nos dice que era cliente de Ibrahin ben Mohamad ben Yamur, el almoravide, personaje de quien no encontramos mención en parte alguna, y que quizá fuera gobernador de Sevilla.

Sin duda que Abén Jair, pues con este nombre es generalmente citado nuestro autor, comenzó los estudios en su patria, donde fué discípulo de Abu Alhaçan Xoraih ben Mohamad ben Xoraih, con quien trabó amistad que conservó hasta la muerte de su maestro en 539; ya en los años 518 y 520 le encontramos dedicado al estudio en Sevilla (páginas 31, 118 y 136), y allí probablemente continuaba en el año 526 (pág. 247); luego debió de trasladarse á Córdoba, donde consta que estudiaba en el año 529 (página 245); en el año 534 debió de pasar algún tiempo en Almería y Tarifa (pág. 413), volviendo luego á Sevilla, donde en el año siguiente seguía de nuevo las lecciones de su maestro predilecto Xoraih; catorce años después, ó sea en 549, se le encuentra en Silves; pasan otros catorce años sin que nos diga nada de su vida, hasta que en 563 y 564 (páginas 424 y 425) parece estaba en Morón, donde Abu Içhak Ibrahim ben Jalaf ben Forcad le enseñaba sus obras, que no eran pocas, y alguna de las cuales nos interesaría, toda vez que el autor hacía en ella la descripción de Córdoba, de su mezquita aljama, de Sevilla y de su patria Morón, terminando con una elegía ó llanto a Alandalus, que sin duda consideraba perdida para el islam.

En el año 573, á los 71 de edad, a ruegos del walí de Córdoba, Abén Jair se encargó de presidir y dirigir la oración en la mezquita aljama, y allí parece que permaneció hasta el fin de su vida, que como hemos dicho, terminó en el año 575.

Sin que podamos fijar las fechas, consta además que Abén Jair estuvo en Málaga y Algeciras, en cuyos puntos nos dice (páginas 460, 461) que vió á varios maestros que menciona.

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Probablemente visitó además las principales poblaciones de España, ya que después de citar los que fueron sus maestros en Sevilla, Córdoba, Almería, Málaga y Algeciras, pone la lista de los de otras poblaciones, sin decir dónde los trató, figurando entre ellos maestras de Granada, Almuñécar, Valencia, Xátiva, Badajoz, Silves, Santa María, Lisboa, Santarén, Niebla, Zaragoza, Xerez, Ceuta, Ispahán y Meru, aunque no creo que á las de estas dos últimas ciudades les tratara en su país natal, pues no encuentro noticia de que saliera de Alandalus.

Dice Abén Alabbar que Abén Jair llegó á ocupar en Sevilla, bajo la dirección de su maestro Xoraih, el primer lugar ¿en el modo de leer los versos y de referir tradiciones?, que recibió de más de cien maestros, cuyos nombres constan en las dos obras que escribió; Abén Jair tenía mucho cuidado en vocalizar los libros y en aprender las tradiciones, siendo muy esmerado y de frase muy correcta, como no se sabe que lo fuera otro; era generoso, respetable y de muy buen trato familiar, así que no acompañó á nadie, ni amigo alguno le acompañó que no le celebrase; Abu Aljatab ben Wáhib, uno de los que más le trataron, refiriéndose á Abu Alhaçan ben Mogueits que celebraba el carácter de Abén Jair, á quien había tratado cuando éste era joven, decía: «¿Qué diría si le hubiera visto cuando nosotros le vimos?»

Los libros copiados por Abén Jair se distinguían por su corrección, dado el esmero que ponía en su cotejo y vocalización, en cuyo trabajo invirtió su tiempo y su vida, igualando á los antiguos y superando á los modernos, de modo que las copias hechas por él llegaron á alcanzar después de su muerte un precio extraordinario.

Parece que Abén Jair escribió dos obras, dando noticia de sus maestros, una titulada Inscripciones árabes Repertorio, y otra Inscripciones árabes, Indice de las obras que estudió, ó de que tuvo noticia: á decir verdad, pudiera sospecharse que fueran una sola obra, pues Abén Alabbar no dice que escribiera dos obras diferentes, sino que «se conservaba un Inscripciones árabes barnamach con los nombres de sus maestros, y que escribiendo á Ibrahim ben Ahmed, el mismo Abén Jair le decía que su Inscripciones árabes fahrasa constaba de 10 cuadernos, y   —373→   cada cuaderno de 30 hojas»: como ambas palabras se usan como sinónimas, indicando índice ó catálogo de autores ó más bien de maestros y libros estudiados, pudiera muy bien admitirse que Abén Jair le llamaba de un modo y Abén Alabbar empleó el otro término.

De las citas en las que Abén Alabbar se refiere á Abén Jair, y del estudio de la obra que acabamos de publicar, se infiere que son dos obras diferentes, de las cuales en el barnamach se trata principalmente de los maestros, de quienes por lo visto se daban noticias más concretas y detalladas, y en el fahraça se trata principalmente de los libros que sus maestros le enseñaron: decimos esto, porque varias noticias biográficas que Abén Alabbar dice haber tomado de Abén Jair (Tecmila, páginas 60, 140 y 562, y Almocham, pág. 114), no constan en la obra publicada.

Examen de la obra. El libro de Abu Bequer Mohamad ben Jair ben Jalifa el Amawí, que está contenido en el tomo IX de la Bibliotheca Arabico-hispana, si no ha sido publicado hasta ahora, era muy conocido en el mundo literario por lo que dijo Casiri en su descripción (tomo II, pág. 71, núm. MDCLXVII), en la que con lamentable equivocación, dijo que contenía la descripción de las 70 bibliotecas públicas que había en España5, error que se ha repetido muchas veces hasta en publicaciones muy recientes, á pesar de que hace ya medio siglo que nuestro querido maestro el Sr. D. Pascual de Gayangos puso de manifiesto el error de Casiri, y un extenso extracto de los libros mencionados por Abén Jair fué publicado por Flugel en el tomo VII del gran Diccionario bibliográfico de Hachi Khalifa (págs. 540 y siguientes), extracto que le fué facilitado con su no desmentida generosidad por el mismo Sr. Gayangos.

El códice del Escorial en realidad no tiene título, pues el que consta en la portada, en la que dice Inscripciones árabes Indice del imam conocido por Abén Jair, Alá   —374→   le haya perdonado y se agrade de él, es de letra no muy antigua, posterior á la de la nota en que consta que el códice perteneció al Príncipe Hafsí Abén Fáriç, y por tanto no tiene gran autoridad en sí; pero no hay motivo fundado para sospechar que no lo sea, constando que el autor escribió una obra con este título, y coincidiendo la fecha de la composición del libro con la de la existencia del autor, quien además cita como maestros suyos los que por Abén Alabbar consta que fueron maestros de Abén Jair: el título en lo impreso se ha puesto teniendo en cuenta el contenido de la obra.

Abén Jair nos da la enumeración de los libros que estudió ó de los que tuvo noticia por los diferentes medios de tradición, que explica después de una ligera introducción, en la que pone de manifiesto el aprecio que á Mahoma merecían la ciencia y su enseñanza.

Dada la índole de la enseñanza entre los musulmanes, el autor, al dar noticia de cada libro, indica la cadena profesional hasta llegar al autor de cada obra, y como un mismo libro le fué explicado ó indicado por varios maestros, de aquí que se llenan páginas enteras para indicar las fuentes tradicionales de los libros más importantes de la literatura religioso-jurídica musulmana, y de aquí también el que pueda en muchos casos seguirse la tradición de la enseñanza por todo el mundo musulmán, y fijar el tiempo en que se introdujo en España el conocimiento de cada uno de los libros escritos en Oriente.

Como la indicación de los libros está hecha por secciones por materias, resulta que las obras de cada autor no se mencionan juntas, sino en las secciones correspondientes, lo que sucede con mucha frecuencia, por cuanto de casi todos los escritores musulmanes puede decirse que son polígrafos: por esto hemos resuelto añadir á la obra dos índices bibliográficos, uno de libros, con el nombre del autor correspondiente, y otro de autores, al que si por evitar repeticiones no añadimos los títulos de todas sus obras, al menos pondremos las indicaciones de las páginas en que se mencionan: estos índices formarán con la Introducción parte ó el todo del tomo X.

Al fin de la obra y prescindiendo ya de secciones, Abén Jair   —375→   pone como por vía de apéndice ó resumen la indicación de los principales autores de quienes conoció obras, y por qué conducto (páginas 438 á 453): viene después la indicación de la ichaza general6 y luego la lista de los maestros á quienes vió en cada población.

El número de las obras que se mencionan no bajará de 1.200, muchas de autores españoles más ó menos conocidos, y de seguro que entre las de autores conocidos habrá bastantes que no figuran en ningún texto impreso, pues de algunas hemos visto que no figuran ni aun en las biografías de los autores; pero de esto sólo podrá formarse juicio exacto cuando se hayan publicado los índices, en los que quizá anotemos los autores españoles, ya que Abén Jair pocas veces dice de dónde eran, sin duda por ser conocidos muchos de ellos, y por solos sus datos sería muy difícil averiguarlo.

La extensión de muchas de las obras escritas por los musulmanes pudiera parecer increible: el autor menciona bastantes de considerable número de volúmenes, de 70 (pág. 44) - de 85 (página 227) - de 90 (pág. 131) - de 100 (páginas 71, 140 y 227) y hasta de 127 tomos (pág. 139), siendo muchos los autores que escribieron muchas y muy variadas obras.

Si el número de los libros que se estudiaban en Alandalus durante el siglo VI de la hégira en que escribía Abén Jair, es muy considerable, no llama menos la atención la variedad de materias, y eso que el autor no estudió ó no menciona libros de ciencias naturales: no podemos entrar en detalles de traducción de títulos, que nos chocan por el contenido del libro, si algo había de corresponder á lo que figura en el título: bastará citar como ejemplo dos ó tres obras de las que figurarán en las primeras páginas del índice: Libro de los prodigios, y de los que hablaron después de muertos, - Libro dé los camellos por Alasmár, - Libro de los camellos, sus preñeces y partos y cuanto á ellos se refiere por   —376→   Abu Alí el de Bagdad, - Libro de las enseñanzas necesarias al que lee, al que enseña á leer, al sabio y al que aprende por Abu Bequer el Adfowí.

Como queda indicado, Abén Jair trata en la introducción de los diferentes medios de la tradición científica, y en el cuerpo de la obra de la historia de esta tradición con referencia á cada uno de los libros, y aunque no siempre se citan fechas, por los anillos de que consta la cadena tradicional y por la patria de los maestros, se puede seguir el movimiento científico, y lo que es más nuevo y especial, reconstituir los procedimientos de la enseñanza musulmana, para cuyo objeto ha servido mucho á nuestro discípulo y amigo D. Julián Ribera, quien en más de una ocasión se ha servido del texto de este libro, en cuya publicación tomaba una parte muy principal.

Uno de los puntos que más llamaron la atención en el trabajo del Sr. Ribera, fué la aserción de que entre los árabes, en los tiempos de mayor esplendor literario, la enseñanza fué completamente libre, y que hasta los últimos tiempos no tuvieron lo que malamente llamamos Universidades, pues eran establecimientos de fundación particular, sin sanción oficial. Como el Sr. Ribera trataba de la enseñanza principalmente con relación á Alandalus, sólo como de pasada hubo de sentar que la misma organización, ó más bien falta de ella, existía en Oriente: las pruebas respecto á este extremo no parecieron convincentes á alguno de los arabistas extranjeros, y otro de los más ilustres, de acuerdo en el fondo, le estimulaba á que siguiese investigando este punto.

Del detenido estudio que de la obra de Abén Jair hemos tenido que hacer para la formación de los índices geográfico, bibliográfico y de autores, resulta de un modo claro la aserción del señor Ribera, tanto con referencia á España como á Oriente: escribiendo el autor en la segunda mitad del siglo VI de la hégira, no cita en todo el mundo musulmán sino uno de los establecimientos literarios, que se han llamado Universidades, la madrisa Natimí de Bagdad (pág . 422), fundada cien años antes; pero como advierte el Sr. Ribera, la fundación fué de un particular, y por tanto no pudo tener el carácter de nuestras Universidades.

Siendo la enseñanza completamente libre, era natural que se   —377→   diese donde ofreciera más comodidades á maestro y discípulos, dándose muchas veces en casa del maestro y no pocas en la mezquita del barrio y en la mezquita principal las menos veces: cuando el autor dice que uno daba la enseñanza en su mezquita, casi siempre resulta que era imam ó predicador en la misma, y por tanto era muy natural que diese la enseñanza en el establecimiento donde ejercía otras funciones: la mayor parte de los maestros enseñaban en su casa, como lo prueba el que habiendo anotado desde la pág. 150 las indicaciones concretas hechas por el autor, 59 veces dice que la enseñanza se daba en su casa por maestros de Fostat, Egipto (el Cairo), Córdoba, Xátiba, Sevilla, Almería, Bagdad y Silves, y sólo 13 veces se indica que enseñaban en su mezquita ó en la mezquita aljama en Córdoba y en Sevilla: y no es que la enseñanza se diera sólo en las ciudades mencionadas, sino que sólo de estas nos dice el autor de un modo concreto dónde se daba.

Casi todas las ciudades que figuran en el índice geográfico se citan por haberse dado en ellas la enseñanza de alguno de los libros citados por el autor: de Alandalus se citan con este motivo además de las mencionadas: Valencia, años 453 y 470.-Castillo de Alpuente, año 413.-Alcira y Tarifa, 534.-Medina Azzahra, 3799.-Talavera, 407 en la mezquita de los perfumistas.-Málaga, Murcia, 512.-Almuñecar, Guadalajara, año 344, y Huesca.

Entre las ciudades de Oriente, las que más se citan como centros de enseñanza son Bagdad, Damasco, Ascalona, Fostat y Meca, con la particularidad de que respecto á Bagdad y Fostat, el autor menciona bastantes localidades donde se daba la enseñanza en jardines, tenerías, mezquitas, mercados y plazuelas.

De muchos maestros de quienes dice que enseñaban en su casa, sin duda por ser muy conocidos, no dice dónde vivían, ni aun de dónde eran: así de Abu Abdala Chafar ben Mohamad ben Maquí ben Abu Tálib, natural de Córdoba, muerto en el año 535, y á quien cita más de 50 veces, diciendo algunas, que le oía en su casa, quizá ni una sola vez dice que fuese de Córdoba ni que allí enseñase: lo mismo sucede con otro de sus maestros Abu Alhaçan Yúnus ben Mohamad ben Mogueits, también de Córdoba, á quien cita mayor número de veces, diciendo con frecuencia que enseñaba   —378→   en su casa, sin que por las palabras del autor pueda inferirse que fuera de Córdoba, ni que enseñara en esta ciudad.

De lo dicho respecto al carácter de la obra que analizamos, puede inferirse que pocos datos habremos encontrado en ella referentes á nuestra historia patria en lo que pudiéramos llamar historia externa: sin embargo, se encuentran algunas indicaciones de no escasa importancia, aunque por desgracia son bastante vagas.

Abu Merwan Abdelmélic ben Maçarrah ben Ozair el Jahsobí, natural de Córdoba según Aben Pascual, y que murió en el año 552, debió de estar en relaciones con obispos españoles, ya que dice Abén Jair que contestando á un escrito dirigido á él por los obispos de los cristianos escribió una riçala (epístola literaria) que tituló Balanza de la verdad que separa la gente de la mentira de la del derecho, obra de la que no encuentro indicación alguna en otra parte, ni aun en las biografías del autor que escribieron Abén Pascual, Adabbi y Abén Alabbar.

Relativa á la historia de Denia en los primeros años de los reyes de taifas encuentro otra indicación, que aunque más vaga, tiene importancia, no tanto para la historia de Denia, cuanto para conjeturar el alcance de las relaciones que mediaban entre los personajes más importantes, ó digamos las representaciones de las ciudades: indica el autor que hacia el año 420 llegaron á Denia como embajadores ó enviados, no sabemos de quién, entre otros, Hixem ben Mohamad el Mashafi , á quien acompañaba su hijo Abu Bequer Mohamad y el wazir y kátib Abu Bequer Mohamad ben Içhak: el objeto de los enviados era calmar la discordia que se había excitado entre los principales de Denia: ¿De dónde eran los enviados? El autor no lo dice; pero sabemos que Hixem ben Mohamad el Mashafi era de Córdoba y probablemente imam de la mezquita de Abu Obaida; por tanto es de presumir que la embajada procediera de Córdoba.

La fecha de este suceso se determina aproximadamente por las relaciones amistosas que Abu Bequer el Mashafi, cuyas palabras copia el autor, dice haber contraído con Abu Çaid Jálaf el Chafari, cliente ó liberto del háchib ó primer ministro de Alháquem II é Hixem II: Abu Çaid Jálaf el Chafari se había retirado de Córdoba   —379→   á Tortosa al principio de la guerra civil y murió en los años 425 ó 429, según las dos versiones de que se hacen eco Abén Jair (pág. 368) y Abén Pascual, que escribió su biografía: por tanto la embajada fué á Denia antes del año 429, y probablemente en el año 411 (pág. 30).

Del aprecio en que eran tenidos los hombres de ciencia en el período de los reyes de taifas, lo mismo que en el del califato, nos suministra el autor un dato importante con las noticias referentes al lexicógrafo cordobés Abu Gálib Temam ben Gálib, de quien recuerda la conocida negativa de poner en un libro suyo la indicación de haberlo escrito para Mochehid de Denia, quien al apoderarse de Murcia, donde residía Temam, le envió 1.000 dinares (monedas de oro), que Temam rehusó: en la misma pág. 360, dice que Temam fué llevado á Almería por Abbaç (será Abén Abbaç wazir de Zohair rey de Almería) para que en unión de Abén Sahibalahbas fuese maestro de su hijo, á cuyo objeto se había llevado también al literato Baxar el ciego: todo esto debe referirse también á fecha anterior al 429, en cuyo año murió Zohair y Abén Abbaç fué hecho prisionero por las tropas de Granada.

Se ha indicado anteriormente que algunos de los libros estudiados por Abén Jair, probablemente muchos, no sólo de los escritos por autores españoles, sino también de los orientales, no estaban incluídos en el Diccionario bibliográfico de Hachi Jalifa. Esto sucede con un libro, acerca del cual me parece oportuno llamar la atención de los señores académicos por el singular interés que ofrece el hecho de que fuera estudiado en España en el siglo VI de la hégira: trátase de una traducción árabe de los Salmos de David hecha por el Yemení Wahab ben Monabih á fines del siglo I ó principios del II, libro no mencionado por el bibliógrafo turco, ni por Wenrich ni Leclerc al tratar especialmente de los traductores al árabe de obras de las literaturas orientales: Abén Jair estudió los Salmos de David en la traducción de Wahab, como también otros libros del mismo autor, igualmente desconocidos.

Hachi Jalifa (tomo I, pág. 81), al tratar de los primeros escritores musulmanes, no menciona á Wahab ben Monabih, á pesar   —380→   de ser anterior á los primeros de que da noticia y de que después le atribuye cuatro libros históricos, bajo cuyo concepto es conocido7; pero en cambio menciona á un Abdalá ben Wahab, que es muy posible fuera un hijo suyo, ya que consta que se llamaba por cunya Abu Abdalá, aunque esta no pruebe de un modo terminante que tuviera un hijo de este nombre, pues parece indudable que á veces tomaban cunya de esta clase antes de tener hijo alguno.

Aunque la traducción de los Salmos ó quizá de toda la Biblia por Wahab ben Monabih no se encuentra mencionada en parte alguna de un modo expreso, quizá lo está de un modo indirecto, pues Leclerc8 da cuenta de indicaciones de una traducción anterior á todas las conocidas.

Los nuevos libros que deben atribuirse á Wahab ben Monabih La traducción de los Salmos de David, La sabiduría de Lokman, La sabiduría de Wahab ben Monabih y Exhortación por el mismo, le dan un lugar muy preferente entre los primeros escritores musulmanes, ya que quizá sea el primero de los traductores y cultivador del apólogo indio, quizá por intermedio del griego.

Pero si bajo los conceptos indicados es importante la noticia que nos da Abén Jair, la tiene mayor en mi sentir bajo el punto de vista histórico de las traducciones bíblicas. Siempre me ha parecido inexplicable el hecho de que los libros bíblicos hubieran sido traducidos al árabe para uso de los cristianos, en especial con aplicación á España, cuyos moradores mozárabes cultivaran y entendieran mal el latín, y mucho y bien la lengua árabe: por el hecho de que los Salmos de David en la traducción de Wahab eran estudiados por los musulmanes españoles durante los siglos IV, V y VI de la hégira, me inclinaría yo á creer que las traducciones de los libros bíblicos y aun la de nuestra Colección canónico-visigoda ó muzárabe fueron debidas no á la necesidad ó conveniencia de que los cristianos pudieran usar más cómodamente de tales libros, sino al espíritu bibliófilo de los musulmanes,   —381→   espíritu que les llevaba á traducir, ó mejor dicho mandar traducir los libros escritos en cualquier lengua con objeto de incorporarlas al caudal científico del pueblo musulmán, que por circunstancias especiales aprecia la ciencia de todo género como ningún otro pueblo, por más que también otras circunstancias le lleven á veces con facilidad á destruirlo todo.





Madrid, 2 de Noviembre de 1894.



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