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Bilingüismo

Ricardo Gullón





Patrocinado por M. André Marie, ministro de Educación Nacional, está circulando por Francia y aledaños un proyecto que tiende a procurar para el idioma francés la situación predominante que antaño fue suya y hoy ocupada por la lengua inglesa.

Partiendo del hecho innegable de que el idioma francés ha sido desplazado por el inglés en el ámbito de la política y la diplomacia, pretenden ciertos círculos parisienses que su lengua se mantenga en calidad de segundo idioma, eliminando a los restantes, entre los cuales el competidor más temible es, sin duda, el español, por el número cada día creciente de sus habitantes, por la vastedad y atractivo de los territorios en que domina y por la varia seducción de sus letras pasadas y presentes.

Procuremos, dicen, que todos los hombres, al menos todos los adscritos al espacio cultural denominado impropiamente «occidental» (puesto que incluye países asiáticos y de Oceanía) puedan entenderse en una lengua común. Pero ¿en cuál? La realidad está dando ya la respuesta: el inglés. Pero los franceses dicen: no; el inglés y el francés.

Su actitud es explicable y lógica. Nosotros diríamos: no; el inglés y el español. Y los alemanes: no; el inglés y el alemán. Mas ellos pretenden alterar las condiciones en que el futuro se forja, y proponen a ingleses y norteamericanos el siguiente pacto: cuando ustedes quieran aprender un idioma, escojan el francés; los franceses, en cambio, optaremos de preferencia por el inglés.

Habría, según eso, dos idiomas de primera y una fosa común, en donde entrarían indiscriminadamente todos los demás, y saldría el que pudiera. En ese panteón (lo llamaremos así para darle aire más solemne a la cosa) coincidirían apretujados, porque el sitio no sobra, Dante y Goethe, Camoens y Cervantes.

La tendencia a eliminar lo español (por limitarnos a lo que preferentemente nos importa), de prescindir y omitir cuanto se refiere a España y a los españoles, surge con frecuencia entre nuestros vecinos, a quienes aquí reconocemos sus claros valores sin preterición ni regateo. Pero si tal tendencia es injusta cuando se refiere a lo español, ¿qué decir si es el español, la lengua de veinte países, la que con tanta ligereza se quiere arrinconar?

Y no se diga que esto será escribir en la arena, porque la empresa está patrocinada, según digo, por el ministro de Educación Nacional, cuya escasa simpatía hacia nuestro idioma es notoria.

Como la ofensiva se dirige en este caso contra todos los hombres de lengua española -una petulante periodista ¿no acaba de preguntar en París a Enrique Larreta por qué no escribe en francés, puesto que lo sabe?-, a todos corresponde reaccionar y decir si frente a la pretensión de un bilingüismo inglés-francés, según lo propugnan los franceses, no sería adecuado responder con la misma medida y plantearlo en los términos inglés-español, más en consonancia con las realidades del mundo presente y con las que es posible intuir para el mañana a través de las veladoras en que se envuelve.

La aspiración francesa se manifiesta en momentos de crisis para su magnífica lengua; cuando, al contrario que la nuestra, ve cada día reducidas sus fronteras, disminuido el número de quienes la frecuentan y, en consecuencia, aminorada la irradiación de su cultura (tan admirable y admirada por quienes la sentimos como parte entrañable de nuestro patrimonio espiritual); cuando pierde resonancia y difusión intentan imponerla a expensas de otras no menos ricas y cargadas de savia. Piensen nuestros amigos de ultrapirineos si tales propósitos pueden dejar indiferentes a españoles e hispanoamericanos, a alemanes, a italianos...





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