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Biografía del Marqués de Molins, académico de número1

Francisco de Cárdenas





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La larga y laboriosa vida del ilustre marqués de Molins, nuestro llorado compañero, la multitud de sus trabajos académicos, sus copiosas obras literarias, sus notables estudios históricos y su participación en el Gobierno del Estado como diputado, senador y ministro de la Corona, ofrecen materia abundante, no solo para la necrología generalmente breve con que honra nuestra Academia á sus individuos difuntos, sino para una obra de grueso volumen.

Por eso he dudado no poco sobre el modo de desempeñar el trabajo que nuestro digno director se sirvió encomendarme. ¿Debería reducirlo á una mera semblanza ó simple bosquejo histórico del marqués, prescindiendo de los hechos de su vida pública y literaria, y limitándome á juzgarle como poeta, como literato, como académico y como político? ¿Debería hacer un menudo examen de sus acciones y sus obras, tan detallado como sería menester para que las comprendiese y juzgase el menos versado en nuestra historia política y literaria contemporáneas? El primero de estos métodos que podríamos llamar sintético, abreviaría mucho mi tarea; pero el curioso de la posteridad, para quien estas memorias, principalmente se escriben, no hallaría en ellas   —260→   las noticias necesarias para apreciar por sí el valor científico é histórico de la persona á quien se refieren. El otro método que llamaré analítico, nos daría completa la historia de la vida del marqués, pero como muchos de sus hechos están íntimamente enlazados con los de nuestra historia política contemporánea, resultaría mi obra de proporciones excesivas. En la duda, he renunciado al procedimiento sintético, nunca menos aplicable que tratándose de una vida tan larga y tan llena de múltiples y variados sucesos; y prefiero el analítico y cronológico, pero sin profundizar en el examen de aquellos y limitando mi narración á meras indicaciones de los mismos. Aun así no resultará esta biografía tan breve como yo deseara, tratándose de quien ha vivido más de medio siglo consagrado á las letras y al servicio del Estado, produciendo tantas y tan variadas obras, desempeñando tan altos cargos públicos y experimentando tantas vicisitudes políticas. No es, pues, extraño que la relación de su vida exija mayor número de páginas que la de otras.


I.

En 17 de Agosto de 1812, cuando las armas francesas dominaban en España, vino al mundo en Albacete, el tercer hijo del conde de Pinohermoso y de la condesa de Villaleal, que se llamó D. Mariano Roca de Togores. Recibió su primera educación en el hogar paterno hasta que después de algunos años de paz y tranquilidad pública, lo mandó su padre á Madrid, para que hiciera sus estudios en el colegio de la calle de San Mateo, de célebre memoria, por haber sido profesores en él, el sabio don Alberto Lista y el eminente literato D. José Gómez Hermosilla. Mas como aquel famoso establecimiento de enseñanza se cerrara antes que Roca concluyera sus estudios, enviáronle sus padres para continuarlos á una academia privada que el mismo don Alberto abrió en su modesta casa de la calle de Valverde, donde puso cátedra de matemáticas, historia y literatura y le siguieron muchos de sus alumnos, algunos de los cuales honraron después con sus obras las letras españolas. Terminados estos estudios, dió el joven Roca tan señaladas muestras de precoz capacidad,   —261→   que cuando contaba apenas 17 años, se le confió en Alicante, una cátedra de matemáticas.

La Academia de Nobles Artes de San Fernando celebraba, en 1832 junta solemne para el reparto de sus premios, bajo la presidencia del rey D. Fernando VII, aunque ya trémulo y abatido por la mortal dolencia que al poco tiempo le llevó al sepulcro. Durante el acto sale del numeroso y lucido concurso y sube las gradas de la plataforma un joven apuesto, de fisonomía simpática, desconocido del público, y lee con entonación vigorosa y dulce acento, una oda bellísima compuesta para aquella solemnidad, por su pariente el ilustre duque de Frías. Todos los concurrentes se preguntaron á la vez quién era el joven lector; y así corrió de boca en boca el nombre de D. Mariano Roca de Togores. También recuerdan los contemporáneos que ciertas estrofas de la oda alusivas á los americanos españoles, hicieron brotar lágrimas de los ojos del cadavérico monarca.

Esta fue la primera aparición del joven poeta ante el público, que ignoraba todavía su nombre, pero no ante los literatos de la corte, entre los cuales corrían ya sus versos inéditos, por haberse asociado Roca á aquella pléyade de jóvenes poetas, que en el café del Príncipe llamado vulgarmente el Parnasillo, rendían fervoroso culto á las Musas, comunicándose recíprocamente sus obras, discutiéndolas y criticándolas. Así, en 1830, había escrito ya su romance burlesco sobre los inconvenientes de la poesía; y en 1831, había compuesto, además de otras poesías menos notables, una de sus mejores odas dedicada á la reina doña María Cristina, con motivo de la entrega solemne de banderas y estandartes, que aquella augusta señora hizo por su propia mano al ejército.

En este mismo año, animado por el buen suceso de sus poesías líricas, intentó probar su Musa en el arte dramático. Para ello estudió la literatura francesa contemporánea de la nueva escuela romántica y en particular, con señalada predilección, las obras de Víctor Hugo, entre cuyos discípulos y admiradores se alistó, con el entusiasmo propio de los juveniles años. Así, cuando apenas contaba 19 de vida, trató de introducir en España aquel nuevo género de literatura, escribiendo para un teatro privado, un drama que tituló El Duque de Alba. Mas como esta obra no   —262→   llegara entonces á representarse ni imprimirse, quedó por el momento frustrado el intento del novel autor.

La más importante y la más aplaudida de sus obras dramáticas fué Doña María de Molina, representada en 1837. Es este un drama de tendencias y carácter políticos, rico de acción y de episodios interesantes, en que abundan los caracteres y rivalizan la prosa castiza y correcta con los versos sonoros y brillantes.

Fué, sin embargo, el género lírico el que más cultivó Roca en sus poesías, aunque tampoco le faltasen condiciones para sobresalir en el épico, como lo prueba su Canto al cerco de Orihuela, bello fragmento de un poema que es lástima no llegara á concluir. Odas, canciones, epístolas, madrigales, letrillas, doloras, romances, todos los géneros de la lírica tocó, brillando en unos por la elevación y la nobleza de los sentimientos, en otros por el donaire y la gracia de la expresión, y en todos por la corrección y galanura del estilo.

Desde su primera juventud y al mismo tiempo que la poesía, cultivaba Roca también la buena prosa, escribiendo artículos de literatura y bellas artes en periódicos y revistas con Segovia y Bretón de los Herreros, y siendo con Mesonero Romanos, Gil y Zárate y Revilla uno de los fundadores y primeros escritores del Semanario pintoresco, que tanto crédito gozó en España.

Merced á sus escritos, ocupó Roca muy temprano un lugar distinguido en la república de las letras. Así, cuando aún no había cumplido 24 años, en 1835, fué elegido individuo de número de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, y un año después le abrió también sus puertas la Academia Española.

En aquel tiempo tenía Roca el propósito de entrar en la carrera diplomática, y aun se hallaba á punto de ocupar en ella puesto honroso, cuando una peligrosa caída de caballo le mantuvo largo tiempo incapacitado para todo ejercicio; y una vez curado, desistió de su propósito, para entregarse exclusivamente al cultivo de las letras y penetrar á la vez en el campo de la política.

Con este objeto dirigió y redactó en Valencia en 1838, un periódico político titulado La Verdad; en el cual, bajo la firma de El Licenciado manchego, escribió muchos artículos, ya serios, ya humorísticos de política y literatura. La publicación de este   —263→   diario influyó no poco en su suerte futura, pues viéndose perseguido en Valencia por sus escritos, emigró á Francia, donde completó sus conocimientos científicos y depuró su gusto literario. Establecido en París, asistía todas las mañanas como oyente, á las lecciones que en sus cátedras de la Sorbona y del Colegio de Francia, daban á la sazón los célebres profesores Cousin, Rossi y Tocquevile, y por las noches frecuentaba los teatros, donde lucían su ingenio y recogían entusiastas aplausos Víctor Hugo, Dumas y Delavigne, á la vez que la incomparable Rachel, actriz famosa, no igualada después por ninguna otra, interpretaba maravillosamente á Racine y Corneille. Con las doctrinas y el ejemplo de tales maestros y con sus aficiones literarias llevadas de España, ¿qué había de ser Roca, sino un distinguido literato romántico de los de su tiempo? Sin embargo, debo también decir que nunca dejó de admirar las buenas obras de la escuela clásica, sobre todo cuando eran interpretadas por aquellos actores eminentes.

Esta residencia en París le proporcionó la ocasión que anhelaba de visitar la capital del mundo católico. Había empezado ya entonces á cobrar afición á los estudios arqueológicos, con motivo de poseer un buen monetario, que le había legado al morir uno de sus parientes. Llegado á Roma visitó detenidamente sus admirables ruinas, contempló con fe religiosa sus venerables antigüedades cristianas y examinó con verdadero criterio artístico sus incomparables monumentos, según puede verse en una extensa carta que escribió desde allí á D. Cayetano Rosell, su amigo.




II.

Al tomar parte en la política no se limitó Roca, á escribir en periódicos, sino que se presentó candidato de diputado á Cortes por la provincia de Albacete en las elecciones de 18437. No resultó, sin embargo, elegido más que suplente de diputado, atendido el número de sus votos, ni llegó siquiera á entrar en funciones; pero volvió á presentar su candidatura en las elecciones de 1839, y más afortunado entonces, tomó asiento en el Congreso de 1840, del cual fué elegido segundo secretario.

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Pronto se dió á conocer Roca como buen orador parlamentario. Nombrado individuo de la comisión que informó sobre el proyecto de ley de Ayuntamientos, que dió lugar á tan largos y empeñados debates, lo defendió con gran calor y copia de doctrina, sosteniendo contra la oposición, la facultad de la Corona para nombrar los alcaldes y para suspender y disolver los Ayuntamientos, así como la de los jefes políticos para desaprobar sus acuerdos.

Esto no obstante, distinguióse siempre en el Parlamento por la sinceridad y la independencia de sus opiniones. Era Roca ministerial en 1840, y sin embargo apoyó una proposición de la minoría liberal sobre el contrabando de cereales. Tampoco le impidió su ministerialismo oponerse al proyecto de ley del Gobierno para la dotación del culto y del clero, adhiriéndose al voto particular del duque de Gor, que lo impugnaba, proponiendo otros medios de dotación diversos.

Mas este primer período de la carrera política de Roca fué harto breve. En 1.º de Septiembre del mismo año en que había tenido principio, estalló la revolución que privó de la Regencia á la reina doña María Cristina de Borbón, elevó al general Espartero á la cumbre del poder y excluyó al partido moderado de toda intervención en los negocios públicos. Libre entonces nuestro ilustre compañero de toda ocupación oficial, dedicóse exclusivamente á estudios y ejercicios literarios, ya en el Liceo de Madrid, de cuya Junta directiva fué elegido presidente en 1841, y en cuyas reuniones fueron lauradas algunas de sus poesías y se escuchó con aplauso su discurso sobre el origen y vicisitudes de los juegos florales; y ya en el Ateneo donde también leyó otros discursos tan bien pensados como bien escritos, sobre nuestros antiguos poetas dramáticos, y particularmente un juicio crítico de La vida es sueño de Calderón y La prudencia en la mujer de Tirso de Molina.




III.

En 1834 había Roca contraído matrimonio con su prima doña Teresa Roca de Togores, joven de severa virtud y singular belleza.   —265→   El cielo había bendecido esta unión con el fruto de dos hijos, pero no la mantuvo largo tiempo. Poco más de un lustro había durado, cuando la muerte despiadada la rompió inesperadamente, dejando al infeliz viudo traspasado de dolor: fué tanta su tristeza, que abandonó la corte por la ciudad de Valencia, donde residió largo tiempo entregado á su aflicción, excusando el trato de sus amigos y casi toda comunicación con la sociedad y olvidando hasta sus aficiones literarias. Así le escribía Bretón de los Herreros en el mes de Septiembre de 1842. «¿Y qué hace V., amigo mío? ¿Ha reñido V. con las Musas, como con el género humano? ¿No ha de tener nunca término esa misantropía?»

Los graves sucesos políticos de 1843 fueron los que al fin le sacaron de tan doloroso retraimiento. Roca, que aún no contaba 20 años á la muerte de Fernando VII, abrazó desde luego la causa de su hija la reina, Isabel. Fué miliciano nacional durante la primera guerra civil y de los que se movilizaron en persecución de los carlistas. Por eso asistió como simple soldado, con el general Pezuela, al combate de Cheste y con el general Oraa, á la acción de Chiva.

Figurando en el partido moderado desde que los defensores del nuevo régimen constitucional se dividieron en dos parcialidades, había tomado Roca, según se ha visto, no escasa parte en las luchas políticas. Así, cuando casi toda España se levantó en armas, en 1843, contra la regencia del duque de la Victoria, mediante la coalición de partidos opuestos, el diputado de 1810 reanimó su abatido espíritu, y abandonando su retiro, se asoció en Murcia á aquel grave acontecimiento político, y hasta llegó á formar parte de la Junta de salvación de Valencia, que así se llamaron las corporaciones que lo dirigieron en las provincias.

Triunfante la coalición, constituído un Gobierno provisional y convocadas nuevas Cortes, fué Roca diputado en ellas por la provincia de Alicante y primer secretario del Congreso. En aquella legislatura tan corta de tiempo, como fecunda de accidentes graves y de extraordinarios acontecimientos, pues que en ella se declaró anticipadamente la mayor edad de la reina, fué acusado de grave delito el presidente de un Ministerio apenas constituido y quedó rota la coalición, que le había dado origen; no fué Roca   —266→   de los que menos discutieron estas graves cuestiones. Como moderado había contribuido á la coalición con sincero y honrado propósito y sin renegar de sus principios; pero haciéndose la generosa ilusión de que aquella buena y efímera inteligencia entre partidos tan opuestos podría durar indefinidamente y creyendo, no sin razón, amenazada su vida por disidencias individuales, juzgó que podría contribuir á mantenerla la creación de una nueva parcialidad compuesta de diputados jóvenes procedentes de los mismos partidos coaligados, á la cual llamaron unos la Joven España y otros Centro parlamentario. El programa de esta nueva agrupación expuesto en el Congreso por Roca, no podía ser más generoso ni más simpático. Renunciar á toda exageración de escuela, armonizar los principios políticos opuestos, reconocer los hechos consumados, fundando nueva legalidad sobre ellos, sin volver la vista atrás, con el asentimiento de los moderados, apoyar con la cooperación de los progresistas á todo Gobierno que gobernara con entereza é imparcialidad y no por principios exclusivos, cualquiera que fuese la procedencia política de sus individuos, era ciertamente un ideal tan cándido y seductor, como lejano de la realidad y de la práctica.

Rota definitivamente la coalición, á pesar del Centro parlamentario, constituido nuevo Ministerio bajo la presidencia del general Narvaez y disueltas las Cortes de 1843, tuvo que renunciar nuestro diputado á sus aspiraciones centralistas y libre ya de todo compromiso con el fracasado Centro, solicitó los votos de los electores moderados de Alicante y Murcia en las elecciones de 1844 y fué elegido representante de ambas provincias.

Mas las primeras funciones que con tal carácter tuvo que desempeñar, no fueron las de legislador, sino acudir con el conde de Balazote, diputado también por Murcia, al sitio que el general Roncali había puesto á Cartagena sublevada contra el Gobierno, no para dirigir ni aconsejar operaciones militares, sino para servir de mediadores entre los beligerantes, si fueren necesarios. Así lo verificaron, en efecto, y no sin correr grave riesgo, cuando los defensores de la plaza se vieron obligados á rendirse.

Reprimida la revolución en todas partes, pudieron dedicarse las Cortes á sus tareas ordinarias. En ellas tomó Roca mucha   —267→   parte, no siempre como ministerial, pues lo era en las cuestiones políticas, hizo uso de su independencia en las económicas, impugnando el proyecto de Presupuestos del Estado presentado por el Gobierno, y gran parte del nuevo sistema tributario.

Estas diferencias entre Roca y el Ministerio se extendieron y acentuaron más en la legislatura de 1845. En sus primeras sesiones se adhirió nuestro diputado á una minoría disidente nacida en el seno del mismo partido gobernante, y en su nombre volvió á impugnar con mayor energía el nuevo sistema tributario. Pero aunque afiliado á esta fracción parlamentaria, nunca le sacrificó su independencia. Así no la siguió y votó con el Gobierno en cuestiones tan importantes como la reforma de la Constitución, los matrimonios de la reina y de su hermana la infanta doña Luisa y el proyecto de ley para verificar la indemnización ofrecida á los partícipes legos en diezmos, que defendió con su palabra en brillantes discursos, como individuo de la Comisión que lo suscribió en el Congreso.




IV.

Reformado en 1846 el sistema electoral, para sustituir la elección por distritos á la que hasta entonces se hacía por provincias, y libre Roca de sus compromisos con la minoría disidente, por haberse esta disuelto según estaba constituída, presentó su candidatura en las elecciones siguientes, al partido moderado, con cuyo concurso, obtuvo la representación de los distritos de Elche y Santa María. Reunidas aquellas Cortes fué elegido vicepresidente del Congreso; pero tuvo pocas ocasiones de ejercer este cargo, porque formado al poco tiempo un Gabinete presidido por el marqués de Casa Irujo, fué llamado Roca á desempeñar en él un nuevo departamento ministerial, que fundó y organizó con el nombre de Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras públicas. La vida de este Gabinete fué harto breve. Atacado en el Congreso por algunos miembros de la antigua minoría disidente, Martínez de la Rosa y otros diputados importantes presentaron una proposición de confianza, que apoyada por varios   —268→   oradores y por el nuevo ministro de Comercio, obtuvo 144 votos contra 60. Esta votación tenía lugar el 16 de Marzo de 1847, y el 28 del mismo mes apareció relevado en la Gaceta el Ministerio del 28 de Enero de aquel año.

Poco pudo hacer Roca, por lo tanto, en tan breve tiempo, sin embargo dió en él señaladas pruebas de inteligencia, actividad y celo, ya presentando y defendiendo en las Cortes un proyecto de ley sobre propiedad literaria, que obtuvo más tarde la sanción de S. M., ya presentando otro sobre sociedades anónimas, á fin de corregir el abuso que á la sazón se hacía de esta institución de comercio, ya reproduciendo el de reforma del sistema métrico, que hoy rige con universal aplauso. Entre tanto haciendo uso de sus propias facultades, creó por Reales decretos la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y dió nueva forma á la Española, mediante la cual, ha trocado esta la oscuridad y pobreza en que vivía, por el estado próspero y brillante el que hoy se halla.

Pero aún no contaba seis meses de vida el Ministerio que reemplazó al del Marqués de Casa Irujo, cuando volvió á ser llamado al poder el duque de Valencia, de cuyo último Gabinete, no al constituirse en 4 de Octubre de 1847, sino al modificarse en 24 de Diciembre siguiente, vino á formar parte Roca, como ministro de Marina. No dejó de causar cierta extrañeza ver á un paisano, que ningunos antecedentes ni relaciones tenía en la Marina española, á la cabeza de tan importante departamento; más por lo mismo hizo tales esfuerzos por merecerlo y logró tan felices resultados en poco tiempo, que cuando el duque de Valencia reorganizó su Gabinete en Octubre de 1849, lo propuso á S. M. para el mismo cargo y en él le mantuvo, hasta que dejó el poder en Enero de 18512. Durante este tiempo se reforzó nuestra   —269→   abatida Armada con multitud de buques, se organizó una pequeña escuadra, cuyo mando obtuvo el ilustre vicealmirante Bustillos y se formó una escuadrilla de instrucción para oficiales y alumnos. Entonces también dió la vuelta al mundo la fragata Ferrolana y fueron enviados nuevos buques al archipiélago filipino, que contribuyeron eficazmente al triunfo de nuestras arman en el memorable combate de Balanguingui.

Continuando Roca en su Ministerio cuando estalló en Madrid la grave sedición del mes de Marzo de 1848, participó de los peligros consiguientes á su cargo, sobre todo, afrontándolos, como él lo hizo, en las mismas calles de la corte. Por tan señalados servicios, después de vencida la rebelión, quiso la Reina darle una prueba ostensible de su alto aprecio, haciéndole merced del título de marqués de Molins, vizconde de Rocamora, para sí, sus hijos y sucesores legítimos.

Corriendo ya el año de 1849, después de ocho de viudez, y hallándose aún en la flor de su edad, trató el nuevo marqués de compensar en lo posible, con los goces del hogar doméstico, los sinsabores y disgustos de la vida pública. Para lograrlo, contrajo segundo matrimonio con la virtuosa y muy distinguida señora doña María del Carmen Aguirre de Solarte, que llora hoy inconsolable la pérdida de tan tierno esposo, al lado de sus cinco hijos, fruto de esta feliz unión.

Durante todo el período de su vida ministerial, terminado el 10 de Enero de 1851, no tuvo Molins tiempo que consagrar á la literatura. Desde 1845 hasta esta fecha, no hubo de escribir más que el Canto al cerco de Orihuela antes citado y algunas poesías ligeras. Tampoco volvió á tomar parte en las discusiones del Congreso desde poco después de dejar el Ministerio de Marina. Ni las Academias dan testimonio de ninguno de sus trabajos en   —270→   aquel tiempo, que haya visto al menos la luz pública. Elegido después, en 1857, individuo de la de Ciencias Morales y Políticas, ni siquiera necesitó solemnizar con un discurso su entrada en ella, por haber sido uno de los académicos fundadores.

Después de pasar por el poder tres Ministerios en menos de tres años, formóse en el mes de Septiembre de 1853, el que presidió el conde de San Luís, en el cual volvió el marques de Molins á obtener el Ministerio de Marina. Entonces, á pesar de lo poco favorable de las circunstancias, emprendió nueva campaña para fomentar el importante servicio confiado á su dirección3. Estas tareas hubieron de ocupar tanto su atención, que ni como ministro, ni como senador que fué nombrado al terminar el año de 1853, tomó parte en las discusiones del Parlamento en todo el período que duró aquel Ministerio.

Sabido es el desastroso fin de aquella situación política. Al estallar la revolución que la derribó, en la tarde del 17 de Julio de 1854, voló Molins al lado de la reina, según era su deber, y allí permaneció hasta que admitido por el general Córdova el encargo de formar nuevo Gabinete y nombrados algunos de sus individuos, ya anochecido, se retiró á su casa. Una vez en ella, sabiendo que se engrosaban y multiplicaban los grupos insurrectos, y sintiendo cada vez más cerca la algazara, los gritos y el ruido de las descargas, tuvo que ceder á las vivas instancias de su familia, abandonando su morada. Pocos momentos después, la marquesa de Molins, que había permanecido en ella, supo aterrada los incendios y estragos causados en las casas de los otros ministros, al mismo tiempo que oía las imprecaciones y amenazas de los sublevados y los golpes que estos daban en su puerta para forzarla. Mas por fortuna no estaba concluída esta obra de destrucción, cuando cesaron de repente los golpes y los gritos de los sitiadores: era sin duda que una voz amiga, aunque nunca se supo de quién, les había persuadido á desistir de su criminal propósito.



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V.

Restablecido en Madrid el orden material, pasó el marqués á Murcia, donde estuvo refugiado en una casa particular, hasta que á fines de aquel otoño, se trasladó con su familia á París y después á Roma, donde pasó el invierno de 1854 á 1855. Absteniéndose entonces de toda acción política y libre también de todo cargo público, porque hasta el Senado había desaparecido, con la convocación á Cortes constituyentes, dedicóse á visitar y estudiar, segunda vez, los monumentos incomparables de la ciudad eterna, renunciando, por el momento, aun á los trabajos literarios. Pero no sucedió lo mismo en 1856, hallándose en París, donde escribió sendas epístolas en verso y prosa á sus amigos de España, compuso inspiradas poesías y preparó algunos trabajos académicos. Su epístola en bellos tercetos, que llamó Recuerdos del expatriado y en la cual describió muchas de las maravillas de Roma y El Corpus Cristi en el hospital de la Salpetrière, fueron entonces sus mejores obras poéticas. Por aquel tiempo hubo también de escribir su Noticia sobre la vida y las obras del difunto duque de Frías, que le había sido encomendada por la Academia Española, para ponerla al frente de la edición que publicó de las obras poéticas de aquel ilustre prócer. Esta Noticia es, á la vez que la biografía del noble académico, un curioso capítulo de la historia literaria del tiempo.

Después de volver Molins de su emigración en 1857, fué más pródigo de su buena prosa que de sus armoniosos versos. Entonces escribió sus Cartas sobre Ávila, dirigidas ya á su madre y ya á su esposa, en que con la soltura, la erudición y las formas á la vez familiares y elegantes que le eran propias, describió pintorescamente los monumentos interesantes de aquella antigua ciudad. En el mismo año escribió el discurso de contestación al que para ser recibido en la Academia Española, leyó nuestro digno compañero D. Aureliano Fernández Guerra, sobre si el nombre de Francisco de la Torre, con que fueron publicadas antiguas poesías en el siglo XVII, era el de un poeta que vivió en aquel tiempo, ó   —272→   no fué más que un seudónimo bajo el cual Quevedo dió á luz algunas de sus obras.




VI.

Desde la revolución de 1854 no volvió á sonar el nombre de Molins en los campos de la política, hasta que restablecido el Senado con la disolución de las Cortes constituyentes, en 1857, vino á tomar parte en sus deliberaciones el ilustre compañero que hoy conmemoramos. En la legislatura de aquel año lo hizo solo para interpelar al Gobierno, á fin de que presentara ciertos proyectos de ley ofrecidos y particularmente uno que fijara las reglas á que había de sujetarse la erección fuera de los cementerios y en parajes públicos, de estatuas de individuos difuntos.

Desde entonces no volvió á intervenir en las deliberaciones del Senado hasta que lo hizo en 1859, para tratar cuestiones más bien administrativas y técnicas que políticas, y concluída esta discusión guardó otra vez silencio, hasta que en 1862 lo rompió de nuevo, perorando con alguna frecuencia. Era que entre tanto se ocupaba con preferencia en trabajos literarios y en dar á luz algunas de sus obras. Así, en el mismo año de 1859 contestó al discurso que, para recibir la investidura de académico en la de Nobles Artes de San Fernando, leyó D. Nicolás Gato de Lema, sobre la pintura de paisaje. El de respuesta contenía una brillante reseña de la historia de la pintura y de los grandes pintores de España, exornada con acertados juicios críticos y no escasa erudición artística.

Las glorias alcanzadas por nuestro ejército en la guerra de África de 1860 impresionaron vivamente la imaginación de Molins y le inspiraron la idea de levantar á su memoria un monumento poético. Poniéndola por obra, solicitó el concurso de nuestros más célebres poetas contemporáneos, y con romances de muchos de ellos y los suyos propios, dió á luz el Romancero que lleva el nombre de aquella fausta guerra.

Estas y otras muchas poesías solían leerse por primera vez en las amenas y frecuentes tertulias literarias que se celebran en casa del marqués. Pero las más interesantes de estas fueron las   —273→   que tuvieron lugar en varias Navidades, para conmemorar el nacimiento del Hijo de Dios. Casi todos los literatos de la corte asistían gustosos á estas solemnidades, y no pocos contribuyeron con preciosas obras poéticas, y entre ellos siempre Molins, á darles amenidad é interés. Impresas corren las más de ellas, para honra y prez de sus autores y grato recuerdo de los que las escucharon y aún viven.

Continuando después sus trabajos académicos, escribió en 1861, encargo de la Española, el elogio fúnebre de su individuo de número D. Gerónimo del Campo, ingeniero notable, fallecido en aquellos días. En ellos también presentó á la docta corporación una reseña interesante de su propia historia sacada de su archivo y sus actas, desde su fundación en 1713, hasta nuestro tiempo. En el mismo año de 1862 leyó en la dicha Academia un bello discurso contestando al de recepción del insigne poeta D. Ramón Campoamor, y sosteniendo ambos disertantes con buenos argumentos y espléndidas muestras de ingenio, que la metafísica limpia, fija y da esplender á la poesía.

Eran, en efecto, los discursos académicos el género en que más sobresalía el talento del marqués de Molins. Tenía el arte de hacerlos tan amenos y agradables y los sembraba de rasgos tan originales y bellos, que muchos de los académicos electos solicitaban ser contestados por él, al presentar los suyos, para dar más interés y agrado al acto solemne de recibir su investidura. El marqués de Auñón, hoy duque de Rivas, solemnizó su entrada en la Academia Española con un excelente discurso sobre la verdad en la poesía. Molins contestándole, desenvolvió esmeradamente el mismo tema, elogiando al nuevo académico como realista prudente, sin tocar nunca en la materia grosera y como idealista sensato, sin perderse en confusas abstracciones.

Hasta entonces todos los trabajos crítico-literarios del marqués habían recaído sobre nuestra literatura nacional, pero en 1863 traspasaron los límites de la patria en los Doce estudios sobre la Divina Comedia del Dante, que sirvieron de prólogo á la traducción que de este inmortal poema, hizo el conde de Cheste. En estos doce capítulos expuso con vivos colores y verdad probada, el estado social y político de Italia y en particular de Florencia   —274→   en el siglo XIII, relató los principales sucesos de la accidentada vida del eminente poeta, investigó sus opiniones teológicas, filosóficas y políticas que han sido objeto de juicios tan diversos entre los historiadores y los críticos, y analizó detenidamente la primera parte del poema El Infierno, única hasta entonces vertida en versos castellanos por el traductor.




VII.

Hasta entonces no había vuelto Molins á tomar parte en las discusiones políticas del Senado, pues aunque en 1862 había impugnado un proyecto de ley que permitía la sustitución y la redención por dinero de los matriculados de mar, este acto, sin dejar de ser de oposición, tuvo más bien un carácter técnico y administrativo. Cuando volvió á lanzarse á las luchas del Parlamento fué en 1863, con motivo de haberse dirigido ciertos cargos al Ministerio de que había formado parte en 1854 y al centro parlamentario, á que había prestado su concurso en 1843. Terciando entonces en la discusión del mensaje de la Corona, declaró su oposición al Ministerio presidido por el duque de Tetuán. Hízola después también á los Ministerios que siguieron á este, aunque solo en determinadas cuestiones. Así, pues, combatió razonadamente y con poderosos argumentos, el proyecto de ley presentado por el Ministerio de Miraflores en 1864, derogando la reforma constitucional de 1857, que había autorizado á los grandes de España, senadores hereditarios, para fundar mayorazgos: criticó la política seguida respecto á los Estados de la América del Sur, con motivo de las cuestiones á que dieron lugar con el Perú, los asesinatos de españoles en Talambo, cuando presidía el Gobierno D. Alejandro Mon; censuró enérgicamente la conducta del Ministerio del duque de Valencia en las turbulencias ocurridas en Madrid el 8 de Abril de 1865, é impugnó en un discurso muy notable por su razonamiento y sus datos, el proyecto de ley que aumentó los sueldos de retiro de los militares.

Tenía lugar esta discusión en el mes de Junio del mismo año de 1865; á los pocos días reemplazaba en el poder el duque de   —275→   Tetuán al de Valencia; al propio tiempo salía Molins de la corte, para acostumbrado viaje de verano, y cuando recorría la Escocia, recibió la noticia de haber sido nombrado ministro plenipotenciario de S. M. cerca de la reina de Inglaterra. Aceptó este cargo con agradecimiento y lo desempeñó, hasta que en el mes de Agosto de 1866, cesó aquel Ministerio.

Vuelto al poder el duque de Valencia en ocasión tan controvertida por razón de las circunstancias, Molins acentuó y aun exageró su oposición al nuevo Gabinete. En lucha tan acerba, como la que entre moderados y unionistas siguió á la caída del poder del duque de Tetuán, verificada inmediatamente después de los sucesos del 22 de Junio de 1866, no era fácil tomar parte, sin exponerse á incurrir en exageraciones de expresión ó de concepto. Así, pues, en la legislatura de 1867 pronunció Molins apasionados y elocuentes discursos, ya contra el voto de indemnidad pedido por el Gobierno, con motivo de ciertos decretos anteriormente publicados, ya contra un proyecto de reforma del reglamento del Senado, que consideró depresivo de las facultades de este alto cuerpo. Pero desde entonces no volvió á tomar parte en los debates parlamentarios, hasta que en la legislatura siguiente pidió la palabra para hacer pública manifestación de su duelo por la inesperada y sensible muerte del ilustre duque de Valencia, su poderoso adversario, elogiando sus virtudes y sus servicios y recomendando su memoria y su ejemplo.




VIII.

No he de referir aquí los graves acontecimientos políticos que siguieron á estas tristes luchas parlamentarias y cambiaron la faz de la monarquía. Bástame recordar que Molins los vió llegar con profunda amargura y que desde París, donde se hallaba, contempló traspasado de dolor el destronamiento de la Reina, el triunfo de la revolución, el establecimiento de una dinastía extranjera, y por último, la abolición de la monarquía y la proclamación de la república.

Cerrada la tribuna parlamentaria para los que no profesaban   —276→   de antiguo ciertas ideas, ó no se habían convencido después por el éxito de los sucesos, retiróse el marqués á la vida privada llorando las desdichas de la patria. Solo le consolaba alguna vez como al náufrago, el débil reflejo de una pequeña luz en horizonte lejano; pero la distancia era tan larga, la nave tan frágil y la navegación tan peligrosa, que mil veces desconfió de alcanzarla.

Entonces, para levantar su abatido espíritu y apartar en lo posible sus negros pensamientos, volvió á las tareas literarias, que tenía abandonadas por las políticas desde 1863. Hubo de estimularle también á ello el ser á la sazón director de la Academia Española, para cuyo cargo había sido elegido en 1866, así como fué reelegido después en 1869 y en 1872, desempeñándolo hasta 1875.

El cumplimiento de sus deberes en esta Academia no le impidió, sin embargo, prestar también á las otras de que formaba parte, su valioso concurso. Elegido individuo de la nuestra, tomó posesión de su plaza en el mes de Junio de 1869, leyendo un interesante discurso sobre las antigüedades de Elche, en que lució su erudición arqueológica y sus excelentes dotes de crítico. En él reseñó la historia de aquella villa, desde su fundación por los fenicios y su ocupación por los cartagineses, hasta que vino á ser feudo de la Corona, bajo los Reyes Católicos. Pero no se limitó á recopilar y ordenar las noticias esparcidas en libros impresos más ó menos conocidos, sino que investigó otras muchas, que con no poco trabajo, sacó á luz, revolviendo antiguos archivos y consultando empolvados documentos.

En el mismo año leyó en la Academia de Ciencias Morales y Políticas un notable discurso contestando al que, para su recepción en ella, había presentado el distinguido escritor y jurisconsulto D. José Lorenzo Figueroa. Escogió este por tema «la sociedad y el socialismo»: Molins, siguiendo sus huellas, demostró que el cristianismo contiene la única doctrina que puede dar solución satisfactoria á los graves problemas sociales que agitan al mundo.

También dió señaladas muestras de sus buenas dotes de investigador y de crítico en el informe que, por encargo de la Academia Española, escribió en 1870, sobre el lugar de la sepultura de   —277→   Cervantes. Aquel docto cuerpo había publicado en 1819, la conocida edición del Quijote, á cuyo frente había puesto la biografía de su inmortal autor escrita por D. Martín Fernández Navarrete, en la cual se afirmaba que los restos mortales de Cervantes reposaban en el convento de monjas Trinitarias, fundado en 1612, en la calle del Humilladero. Pero contradiciendo después esta noticia, la misma Academia había colocado una lápida en el convento de aquel nombre, sito en la calle de Lope de Vega, en la cual se decía, y aun se dice, que yace allí el cuerpo de Cervantes. Deseando después averiguar la Academia cuál de estas dos noticias era cierta, y encargado Molins de practicar para ello, las investigaciones necesarias, consultó las escasas fuentes que restan de la historia del convento y de la familia del autor del Quijote, interpretó oscuros é incompletos manuscritos, interrogó los débiles ecos de la tradición y con todos estos elementos; logró probar que el convento de las Trinitarias se fundó, en efecto, en 1612, pero no en la calle del Humilladero, sino en la de Cantarranas, hoy Lope de Vega, donde continuaba tres años después; que en él fué enterrado el cadáver de Cervantes, sin que haya noticia alguna de su traslación á otro lugar, y que si bien las monjas mudaron su residencia á la calle del Humilladero, esto no aconteció hasta 1639, ni duró más de un año, transcurrido el cual, volvieron á su convento de la calle de Cantarranas, del que no consta salieran en ningún tiempo los restos mortales del ilustre escritor.

Siguiendo el marqués con la misma asiduidad sus trabajos académicos, contestó en un bello discurso, al que para su recepción en la Española leyó, en 1870, el insigne y malogrado poeta D. Adelardo López de Ayala. Igual tarea desempeñó en 1871, contestando al discurso que para su ingreso en la misma Academia, leyó el presbítero D. Cayetano Fernández, probando que la verdad divina da eminente esplendor á la palabra humana. También dió la bienvenida en 1872, en nombre del mismo cuerpo científico, al orador ilustre y noble estadista D. Antonio Benavides, elogiándole por sus discursos parlamentarios y por sus Memorias sobre el Reinado de Fernando IV, escritas por encargo de nuestra Academia. En el mismo año disertó brillantemente   —278→   sobre el realismo y el idealismo en el arte, contestando al discurso, que sobre este tema, leyó D. Leopoldo Augusto de Cueto, al ser recibido en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Para un libro en que habían de aparecer descritas y retratadas las mujeres españolas de las diversas provincias, según sus clases, hábitos y costumbres diferentes, y á cuya redacción contribuyeron distinguidos literatos, escribió Molins un precioso estudio sobre la Manchega, con estilo á veces grave y á veces humorístico, pero siempre correcto y castizo.

En 1874 fué elegido presidente del Ateneo, inaugurando la apertura de sus cátedras con un interesante discurso sobre la historia de aquel instituto. Casi al mismo tiempo escribió el discurso de contestación al que, para recibir la investidura de nuestra Academia, había presentado nuestro digno compañero don Alejandro Llorente. Tenía este, por objeto, dar á conocer á don Carlos Coloma, no como notable historiógrafo, pues este concepto ilustraba ya su nombre, sino como distinguido general, diestro negociador y hábil diplomático, fundándose en multitud de auténticos y hasta entonces ignorados documentos. Molins, contestándole, enriqueció el asunto con nuevas noticias de la familia de Coloma y de su vida pública y privada, que completaban el concienzudo estudio del nuevo académico, prestando ambos con ello, un señalado servicio á la historia patria.

A la vez que trabajaba el marqués para la Academia Española y para la nuestra, no dejaba de prestar su concurso á la de Bellas Artes. Por encargo de ella, escribió también en 1874, la biografía de su individuo de número el ilustre escultor Piquer, fallecido en aquellos días. Pero el trabajo de más empeño que entonces ocupaba su atención, era el informe que, por encargo de nuestra Academia, escribió sobre un raro códice titulado Choronica del Rey Enrico otavo de Ingalaterra, que corre ya impresa. Propúsose en él averiguar la fe que merecía el manuscrito; y para ello, inquirir su fecha, la persona, clase y condición de su autor y la exactitud de algunos hechos hasta entonces ignorados y por primera vez referidos en la recién descubierta historia. Averiguó, en efecto, el tiempo en que esta se escribió, y, merced á prolijas investigaciones en nuestros archivos nacionales, pudo comprobar   —279→   los nuevos hechos concernientes á las relaciones de la corte de España con la de Inglaterra, durante el matrimonio y después del divorcio entre Enrique y Catalina su esposa. Lo que no pudo descubrir de modo tan seguro, aunque sí aproximado, es el nombre del español autor de la Crónica.




IX.

pero mientras que el marqués se ocupaba pacientemente en estos trabajos literarios é históricos, aquella luz pequeña y lejana que había divisado en el naufragio de 1868, había ido tomando cuerpo y aproximándose, hasta que al terminar el año de 1874, brilló con tal viveza, que iluminó á toda España, haciendo desaparecer las tinieblas que la cubrían.

Molins no había sido enteramente ajeno á este dichoso acontecimiento. Cuando se trataba de elegir un rey extranjero, propuso á la Diputación de la Grandeza, de la cual era decano, que dirigiese al príncipe D. Alfonso una exposición, que él mismo redactó, protestando contra esta elección; y aceptada la idea, fué suscrito el documento por la mayor parte de los Grandes y multitud de títulos del Reino. Posteriormente, consultado por la reina sobre las personas á quienes convendría confiar la dirección de los trabajos para la restauración de la monarquía, le dió prudentes y acertados consejos, que condujeron al mejor suceso de la empresa.

Aquel grave acontecimiento obligó al marqués á ocuparse en otras tareas menos apacibles que la de las letras. Nombrado ministro de Marina en el Ministerio-Regencia organizado á la proclamación del rey, acompañó á D. Alfonso en su regreso á la patria. Confirmado después por el rey el mismo Ministerio, no continuó, sin embargo, Molins en él, por haber sido nombrado embajador de S. M. en Francia. En este nuevo cargo prestó al país importantes servicios, ya negociando tratados ventajosos4,   —280→   ya reclamando del Gobierno francés la vigilancia de las fronteras, donde se guarecían y armaban los carlistas mantenedores de la guerra civil, y ya observando á los republicanos emigrados, que alimentaban todavía esperanzas de triunfo.

Pero constituido por el general Martínez-Campos un nueve Ministerio, en 8 de Marzo de 1879, tuvo Molins que aceptaren él la cartera de Estado, aunque por breve tiempo, pues la renunció en 12 de Mayo siguiente, volviendo á la embajada de París y continuando en esta, después de reemplazado aquel Gabinete por otro que presidió D. Antonio Cánovas del Castillo, hasta que el cambio de situación política, ocurrido al principiar el año de 1881, le obligó á dimitarla5.

Entonces tornó el ex-embajador á reanudar sus tareas literarias interrumpidas durante su ausencia de la corte. La primera en que se ocupó fué el discurso que para conmemorar el centenario de Calderón leyó en nombre de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en sesión pública destinada á la entrega de los premios ganados en el concurso abierto por la misma docta corporación, con el referido objeto. Después leyó ante la Academia Española un ingenioso y erudito discurso, contestando al de recepción, presentado por nuestro digno compañero D. Pedro de Madrazo, sobre la cuestión del estilo en literatura. Ambos disertantes, sin convenir en algunos juicios, dieron lucidas muestras de sus vastos conocimientos literarios. Siguió á este trabajo una noticia biográfica del marqués de Guendulain, escrita por encargo de la misma Academia, que puede considerarse como un capítulo de nuestra historia literaria y un episodio curioso de nuestra reciente historia política. También escribió en 1883, por encargo de nuestro ilustre Director, un valioso informe, que sin   —281→   los que me escuchan, sobre D. Diego Saavedra y dada recuerdan Fajardo, con motivo de la traslación de sus restos mortales á la catedral de Murcia, su patria.




X.

Al mismo tiempo tomaba parte el marqués, desde 1881, en las deliberaciones de la Alta Cámara, interviniendo con su elocuente abra en las graves cuestiones que en ella se debatieron, ya para defender sus principios y la política del anterior Ministerio, para ofrecer, en nombre de la minoría conservadora, su apoyo mismo Gobierno, de quien era adversario, con motivo de graves desórdenes ocurridos en Barcelona, ya combatiendo proposiciones encaminadas al restablecimiento de la Constitución de 1869, ó á la reforma de la de 1876.

Entre tanto contestaba al discurso de recepción del duque de Villahermosa en la Academia Española, á la cual llevó á este ilustre prócer, más bien que su alta cuna y su preclaro nombre, su traducción en verso de las Geórgicas de Virgilio, con la cual se reveló al mundo de las letras. Mas no tardó en tener que interrumpir estas agradables tareas para prestar nuevos servicios á la patria, como embajador cerca de la Santa Sede. Públicas fueron las señaladas muestras de benevolencia. y de singular satisfacción con que fué recibido por León XIII y por toda la corte pontificia. También son conocidos los felices resultados de su importante misión. No hablaré de algunas dificultades que tal vez tuvo que vencer, para impedir que inesperados accidentes perturbaran las estrechas relaciones de nuestro Gobierno con el de la Santa Sede, ni de sus reclamaciones al fin atendidas, con motivo de una poco meditada pastoral de cierto prelado, ni del conflicto terminado felizmente, á que dieron origen ciertas declaraciones publicadas por el Gobierno italiano en su periódico oficial; á propósito del pretendido reconocimiento de su derecho á la ocupación de Roma; pero debo recordar que contribuyó eficazmente á que fuera reconocida por el Papa la autenticidad de las reliquias, siglos há perdidas, de los cuerpos del Santo Patrón de España y de sus discípulos San Atanasio   —282→   y San Teodoro. Tampoco puedo callar que defendió vigorosamente los derechos y prerrogativas de la Corona, ora sosteniendo que la confirmación por el concordato del antiguo turno entre el rey y los obispos, en la provisión de las dignidades capitulares, no había derogado el derecho no menos antiguo que atribuye al rey exclusivamente el nombramiento de los capellanes mayores de las capillas reales de Toledo, Sevilla y Granada; ora obteniendo del Santo Padre la desautorización de cierta arbitraria doctrina, propagada por determinados periódicos y algunos individuos del clero, que pretendían excluir del gremio de la Iglesia á los que profesaran determinadas opiniones, exclusivamente políticas ó respecto al orden legítimo de sucesión en la corona.

El último acto de la delicada misión de nuestro difunto compañero en Roma, fué obtener del Pontífice que aceptase la mediación ofrecida por Alemania, para resolver como árbitro, el conflicto ocurrido entre España y aquella potencia, con motivo de su intrusión en nuestras islas Carolinas. No necesito recordar, por que presente se halla sin duda en la memoria de todos, la satisfactoria resolución de León XIII, consignada en el protocolo que firmaron en Roma nuestro embajador y el representante de aquel poderoso imperio.

Pero Dios no quiso que durase el júbilo de España por tan feliz suceso, permitiendo que viniese á convertirlo en amargo llanto una horrible é inesperada desgracia. Aún no estaba firmado el protocolo, cuando se esparció por toda Europa, causando emoción profunda, la triste nueva del fallecimiento del rey Don Alfonso. No necesito ponderar el acerbo dolor de Molins al tener la fatal noticia, sabiéndose el tierno afecto que profesaba al malogrado soberano, su inquebrantable fe monárquica y su adhesión á la reinante dinastía.

Un cambio radical de política fué la inmediata consecuencia de aquella inesperada calamidad: el nuevo Ministerio encargado de verificarlo no tardó en recibir la dimisión del embajador en Roma, y con este acto puso término Molins á su carrera diplomática.



  —283→  
XI.

Vuelto entonces al Marqués á la corte, reanudó sus tareas literarias y políticas, pero con menos asiduidad que anteriormente, sin duda porque empezaba á sentir ya el peso de los años. Así ningún trabajo hubo de desempeñar entonces, fuera del de atender á la impresión y publicación de sus obras, hasta que en 1887 contestó discurso de recepción del marqués de Pidal, en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, sobre Le Plays, su escuela y el método de observación aplicado á las ciencias sociológicas. En nuestra Academia leyó después un interesante informe sobre el Juicio crítico de San Francisco de Asís, escrito por Doña Emilia Pardo Batán. En la Academia Española, leyó también otro notable informe sobre una correspondencia hasta entonces inédita, entre Felipe IV y la venerable Sor María de Ágreda, con un interesante «Bosquejo histórico del reinado de aquel monarca» que la precede, escrito por D. Francisco Silvela. El último de sus trabajos académicos fué el discurso que leyó en la Academia de Bellas artes de San Fernando, contestando al de recepción en la misma, de nuestro Director el Sr. Cánovas del Castillo. Y como este discurso versara sobre la escultura, siguió Molins el mismo tema, bosquejando á grandes rasgos, la historia de este arte en España, y dando circunstanciadas noticias del escultor murciano, Francisco Salcillo, no tan conocido fuera de su provincia como merece, por no haber trabajado casi más que para las iglesias de ella.

Entre tanto no dejaba Molins de asistir al Senado, donde promovía y presidía las reuniones particulares de sus individuos de la minoría conservadora, hablaba en su nombre y significaba su opinión en el curso de los debates. Así tomó parte, aunque fuera brevemente, en casi todas las cuestiones que desde 1886, se discutieron en la Alta Cámara, las más veces contra los ministros y los oradores de la mayoría; pero sin dejar de apoyar en otras ocasiones y en determinados asuntos, los actos del Gobierno.

Estos últimos trabajos parlamentarios revelaban ya sin embargo, que la muerte empezaba á minar su existencia. Aun en las breves frases con que algunas veces intervino en las discusiones   —284→   de 1887, se notó ya la dificultad con que formulaba sus ideas el que antes las expresaba con tanta facilidad, claridad y rapidez. Y no sin razón, porque en el invierno de 1886 á 87 había sufrido en las galerías del Senado un fuerte vahído, que le privó de todo conocimiento, durante breve espacio. Luego, en 27 de Mayo de 1887, después de leer en la Academia de Bellas Artes el último discurso de que antes hice mérito, experimentó un ataque de parálisis facial, del que había sido precursor el accidente del Senado. En breve tiempo y en apariencia, cesó casi por completó esta segunda manifestación de su enfermedad, dado que pudo volver á ocuparse en asuntos políticos y académicos y en los suyos propios. Pero como el mal aunque oculto, no había llegado á abandonarle, manifestó de nuevo su presencia con un ligero amago en el verano de 1887. Repuesto también, al parecer, de este accidente, continuó con regular salud todo el año de 1888, cuyo estío pasó en Lequeitio y parte del otoño en París, regresando después á Madrid, según era su costumbre. Aquí le vimos asistir con frecuencia á nuestras juntas, aunque sin tomar parte en nuestros trabajos por prescripción médica, en el período académico que terminó con la primavera de 1889.

De aquí fué entonces á Lequeitio, donde pensaba residir parte del verano, como lo verificó, marchando después á París; pero cuando se disponía á emprender este segundo viaje, sintió ligera fiebre, aunque con síntomas tales, que entendió se aproximaba su fin. Queriendo entonces prepararse para llegar á él sin temor ni sorpresa, el 31 de Agosto, hizo devota confesión ante el cura párroco. Y no fué prematura esta diligencia, pues en la mañana del 3 de Septiembre siguiente sufrió un grande paroxismo nervioso, del cual, sin embargo, pareció reponerse en breve, pudiendo abandonar el lecho, más á las pocas horas, tuvo que volver á él, sintiendo que se le acababan las fuerzas; y conociendo que era llegado el último momento de su vida, pidió con urgencia el viático, que le fué administrado en el acto.

Preparado con estos auxilios para pasar de la tierra al mundo de la eternidad, fué extinguiéndose lentamente durante la tarde del mismo día, hasta que á las doce de la noche, rindió su alma á Dios, con la calma y la serenidad del justo.

Polvo y nada es ya el que tanto brilló en el campo de las letras como poeta y escritor, en el parlamento por su elocuencia, en las Academias por sus amenos discursos y sus concienzudos informes, en el Gobierno por sus servicios á la patria, y en el mundo por su caballerosidad, sus virtudes y la afabilidad de su trato. Su alma voló al cielo y su cuerpo ha quedado confundido con la tierra que á todos nos dió el sér. Mas si la persona dejó de existir, no han muerto ni morirán sus obras, que dan testimonio de sus públicos merecimientos, ni se perderá su memoria que lo realza el, la vida privada como tierno esposo, buen padre, leal y afectuoso amigo y cumplido caballero, no menos por sus acciones, que por su ilustre cuna. En su larga y laboriosa vida, hallarán la nueva generación, ejemplos dignos de ser imitados, y la posteridad, los talentos y las virtudes de un gran ciudadano.







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