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ArribaAbajoIII. San Juan de la Peña

Vicente de la Fuente


La noticia del ligero trabajo209 que tuve el honor de leer á la Academia acerca del panteón de los Condes soberanos de Castilla en el Real Monasterio de Oña ha dado lugar á que se me indicase la conveniencia de hacer algo en obsequio del célebre santuario y panteón regio de San Juan de la Peña, cuna de la independencia aragonesa, trofeo célebre y glorioso de la restauración de ella, monumento histórico de primera magnitud en nuestros anales. Y fuera necedad, por cierto, entrar en pruebas de que es monumento histórico y que á la honra nacional atañe su conservación;   —301→   que á los parajes de alta celebridad é importancia, como á los varones insignes, les basta su nombre sin necesidad de pruebas ni de ejecutorias.

Un tomo en folio lleno de rica erudición escribió sobre su historia el abad Briz Martínez, y su libro goza de buena reputación entre los sabios y los críticos. Pero si la declaración de monumento histórico es obvia, y no como quiera, sino como de uno de los primeros de nuestra patria, el de nacional lo tiene también de hecho, pues lo posee la Diputación de Huesca por cesión del Estado.

Mas lo que por ahora hace al caso no es la declaración, que por lo demás no haría gran falta, sino el modo de conservarlo, y aun de restaurarlo, sin gravamen del Tesoro, sino de darle vida, la vida que puede tener un esqueleto de piedra, que yace dentro de una caverna, como los que busca la ciencia prehistórica, ó bien como los huesos esparcidos en campo árido que se aproximan, se cubren de músculos y de piel, y se reaniman á la voz del profeta, cual en la grandiosa visión de Ezequiel.

Covadonga sintetiza la restauración cantábrica como San Juan de la Peña la pirenáica. La leyenda al quererlas asimilar demasiado revistió á San Juan de la Peña de innecesarios oropeles, como Carlos III, al cubrir de mármoles, estucos y dorados los toscos y rudos atahudes de piedra del panteón antiguo, cometió uno de los pecados arqueológicos, frecuentes en el siglo pasado, de los cuales el menos culpable era el generoso monarca que de buena fe los costeaba.

Notable fué que el Conde de Aranda hiciera que se le enterrase allí, á título de Rico-hombre, como usaban los magnates aragoneses, que allí yacen á centenares en ignoradas tumbas, cual guardias de honor de los primitivos monarcas de Aragón.

Y fortuna fué que no hubiese empeño en suavizar las asperezas y vencer las dificultades, que aglomeró allí la naturaleza para impedir el acceso á los profanadores, como á los moros en remotos tiempos. Sumas inmensas se han gastado para facilitar el acceso á Covadonga; San Juan de la Peña reclama que se le conserve con decoro. La inclemencia de aquellas montañas y sus agrestes breñas alejan de allí por fortuna, necios é impertinentes visitadores,   —302→   pues los monjes mismos á duras penas lo habitaban, y aun con riesgo por los desprendimientos de las rocas.

El Estado lo cedió á la Diputación provincial de Huesca; la cual con los rendimientos poco cuantiosos de los montes inmediatos atiende á la conservación del monumento, y manutención de guardas. Más de una vez se pensó en que se pusiera bajo la salvaguardia de la Comisión provincial de monumentos de Huesca, y llegó á pedirse al Gobierno.

El que suscribe tiene el honor de proponer á la Academia que, oyendo á la Comisión de Monumentos de la provincia de Huesca, y esta de acuerdo con la Diputación provincial y aun con los reverendos y celosos prelados de Huesca y Jaca, proponga los medios de conservar con decoro y honra de nuestra patria aquel glorioso monumento, y pueda esta Academia á su vez proponerlo al Estado. La Academia, sin embargo, resolverá como siempre lo más acertado.

Madrid 14 de Diciembre de 1888

Vicente de la Fuente