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Buero Vallejo en mi recuerdo


José María Laso Prieto





El fallecimiento del gran dramaturgo Antonio Buero Vallejo ha generado en mí el recuerdo de las relaciones que mantuve con él a lo largo de mi vida. Mi primera relación fue la de espectador, cuando en los años cincuenta tuve la oportunidad de asistir a la representación de Historia de una escalera. Me impresionó como un teatro distinto del que se había representado en la postguerra. Allí aparecía el auténtico pueblo, con todos los dramas y comedias de una España a la que los vencedores habían impuesto la represión, el hambre y la miseria. A pesar de todo, sus protagonistas no perdían la esperanza. En la misma década del 50 también pude ver representar en Bilbao Hoy es fiesta, y En la ardiente oscuridad. A partir de entonces dejé de ser espectador de Buero, para contraer con él otro tipo de relación. Como consecuencia de mi lucha por el restablecimiento de la democracia en España, fui condenado por un Consejo de Guerra a doce años de prisión que comencé a cumplir en el Penal de Burgos. Allí estaban recluidos muchos presos que habían convivido con Buero Vallejo en las cárceles de la postguerra. Incluso había algunos que habían compartido con él la pena de muerte y la despedida de los compañeros que fusilaron. Recuerdo también que un compañero, apellidado Carbajosa, me habló ampliamente de la reclusión de Buero Vallejo en el Penal de Ocaña y cómo había militado allí en una organización clandestina del Partido Comunista de España.

En el penal, aunque no podíamos asistir a las representaciones de las obras de Buero Vallejo, sí podíamos leerlas. Estábamos suscritos a la revista Primer Acto y ésta fue publicando sucesivamente obras como Un soñador para un pueblo y Las Meninas. Incluso debatimos sobre ellas en la tertulia literaria (clandestina) que en el penal había organizado el poeta Marcos Ana. Eran los años del debate sobre el denominado «posibilismo» en el cual había participado lúcidamente Buero Vallejo. Más tarde, cuando iniciamos la recogida de firmas a favor de la amnistía de los presos políticos nos dirigimos epistolarmente a Buero y fue uno de los primeros intelectuales en responder adhiriéndose calurosamente a la campaña. La carta había salido del penal utilizando los conductos clandestinos.

Una vez en libertad, tuve ocasión de conocer personalmente a Buero Vallejo y comprobar su proverbial generosidad. Fue con ocasión de una exposición monográfica de pinturas sobre la minería que se realizó en la galería Península de Madrid. Su autor, que utilizaba el seudónimo artístico de Brosio, había estado recluido una veintena de años como preso político. Tuvo que pintar como autodidacta y era desconocido en los medios artísticos. Por ella nos desplazamos a Madrid el fotógrafo José Manuel Nebot, el farmacéutico Daniel Palacio -esposo de la actual alcaldesa de Gijón- y yo. Nuestra finalidad era congregar, en la inauguración de la exposición de Brosio, a todo un grupo de intelectuales y artistas. Recuerdo que logramos atraer a Blas de Otero, Sabina de la Cruz, Tierno Galván, Carlos París, Andrés Sorel, Armando López Salinas, etcétera. Con Buero Vallejo realizamos una gestión especial, no sólo por su prestigio cultural sino también por haber sido preso político. Nos recibió en el camerino de su mujer y hablamos -entre otros temas- de cuando él estuvo condenado a muerte y de sus ocho años de prisión cumplidos. Solidariamente fue uno de los más asiduos a la exposición de Brosio.

Pocos años después pude asistir a la representación de La Fundación, obra que me impresionó mucho. No sólo hay en ella elementos autobiográficos sino una profunda reflexión sobra la vida en prisión, la pena de muerte y la tortura. Para quienes sufrimos esta última forma de vejación humana, es sumamente interesante lo que Buero Vallejo dice acerca de los problemas de conciencia que origina la claudicación ante la tortura. Anoche vi de nuevo representar La Fundación, por la cadena 2 de Televisión Española. La impresión no fue menor que en 1974.





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