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¡Buscamos lectores! El intento de una redención por la cultura en «La República de las letras» (1905)

Inmaculada Rodríguez Moranta

La prensa ha hecho que el pueblo se haga pueblo [...] es la que más ha contribuido a hacer conciencia popular nacional

(Miguel de Unamuno, «Hay que enterarse», El Sol, 15-5-1932)



1. Introducción

El fin de siglo constituyó un momento de especial efervescencia de publicaciones periódicas. En ellas, los intelectuales vieron medio idóneo para llegar más eficazmente al público lector y para difundir el pensamiento regeneracionista, la estética del modernismo o determinadas ideologías en boga (García Ochoa y Espegel Gallego, 1998: 41). Tras la progresiva superación del pesimismo finisecular y del alejamiento de las posiciones más combativas o militantes (Sabugo, 1985), aparecieron otras revistas como Helios (1903-1904), Alma española (1903-1904), Renacimiento (1907) o El Nuevo Mercurio (1907), entre otras. Entre esta retahíla de publicaciones, a menudo se cita otra que poco tiene que ver con las que acabamos de mencionar, por lo que merece la pena detenernos en ella. Nos referimos a La República de las Letras (1905), un semanario que vio la luz en Madrid el 6 de mayo de 1905 y se publicó hasta el 9 de agosto de ese mismo año1.

El primer número vino a 4 páginas. Anunciaba que iba a publicarse todos los sábados al precio de 10 céntimos, y que la administración quedaba ubicada en el n.°3 de la calle Bordadores. Se imprimió en un austero papel prensa de gran formato, desprovisto de ilustraciones o de bellos carteles publicitarios. Era comprensible, pues el semanario no perseguía un propósito artístico, pero tampoco introdujo las viñetas o los grabados que tan útiles habían sido en la expansión de la lectura y como vehículo de propaganda de la prensa obrera. El título remitía, se entiende, a la obra de Saavedra y Fajardo, y su orientación era literaria y republicana. El carácter colectivista de sus fundadores se evidenciaba ya en la formación de un comité -y no en el nombramiento de un director o líder- formado por Benito Pérez Galdós, Vicente Blasco Ibáñez, Luis Morote, Pedro González Blanco y Rafael Urbano. El motivo del cierre fue, como era esperable, el económico. Así lo demuestran unas cartas que se cruzaron sus fundadores durante el verano de 1905. El 24 de julio, Luis Morote se dirige epistolarmente a Galdós para comunicarle que la publicación «sigue viviendo pero en notable decrecimiento» y por ello le pide que les «enviara algo cuando pueda», pues «Blasco [Ibáñez] con la lucha que se avecina en Valencia en las elecciones no tendrá tiempo para nada», refiriéndose a la activa vida política de Blasco como diputado republicano. Por otra parte, le advierte que «[Pedro] González Blanco tiene proyectos acertados para levantar el semanario» y que lo importante es poder sostenerlo durante el verano, «hasta septiembre y octubre que se le dará mayor impulso».2

El propósito no llegó a buen puerto, pues la revista desapareció justo ese mismo mes, y antes de las elecciones generales. En el decimocuarto y último número, llaman la atención dos cambios: un subtítulo que anunciaba una serie de materias escasamente tratadas hasta ese momento: «Literatura-Teatro-Economía-Música-Crítica-Poesía-Literaturas extranjeras-Sociología-Cuestiones Internacionales», y la substitución, en dicho comité, de Rafael Urbano por otros dos nombres: Unamuno y el catedrático de Economía política en Barcelona Antonio Flores de Lemus, con el que se pretendía «seguir haciendo el periódico mitad literario, mitad político-económico».3

2. Polémicas y reacciones desde la prensa conservadora, socialista y anarquista. Las críticas a la colaboración de Miguel de Unamuno

Ya es de suyo sorprendente que, en contraste con publicaciones coetáneas más descollantes, este modesto semanario -al que se le presta poca importancia en la bibliografía crítica sobre revistas o prensa finisecular- atrajera una atención más que notable por parte de la prensa del momento; pero más lo es todavía que pocos días antes de su aparición, en diversos rotativos madrileños (El Imparcial, La Época, El País, El Heraldo de Madrid) se reprodujeran diversos anuncios sobre una «comida, popular y literaria» que se iba a celebrar el 19 de abril, donde se reunirían «todas las grandes figuras de la literatura española y toda la juventud intelectual, en la que cifra tan legítimas esperanzas el renacimiento de España»4

para celebrar la fundación de «un semanario de Ciencias, Artes, Letras, Filosofía, etc.», del tamaño de Le Temps, y cuya publicación «constituirá un verdadero acontecimiento»5. En días posteriores, circularon diversas crónicas que reseñaban los momentos culminantes de dicha reunión. Así por ejemplo, en La Época hallamos una extensa crónica, de la que extraemos un fragmento significativo:

entre cerca de doscientos comensales figuraban personajes de la política, de las letras, de la pintura, de la escultura, del periodismo, de la crítica, nombres conocidos en el Ateneo, en los Círculos literarios, en el teatro, en las Sociedades obreras, en cuanto representa, en suma, hermosa trinidad del talento, del entusiasmo y del trabajo.

(Anónimo, 1905b: 2)



El cronista añade que Morote advirtió que los brindis se limitarían a una explicación dada por Blasco Ibáñez. Al día siguiente, el mismo rotativo ofreció una crónica más detallada, en la que se precisaba que fueron 160 los comensales, y que la breve intervención del autor valenciano se centró en exponer que, «el periódico debía ser popular», «con un amplio criterio en que pudiesen alternar las ideas más contradictorias»; afirmación que suscitó ligeros incidentes entre el público:

Muchas voces pedían que se excluyeran los versos del periódico nuevo. Los poetas jóvenes reclamaron derecho á escribir. También respecto á la fecha en que había de aparecer, hubo disconformidad de pareceres. No se aceptó que saliese el 1° de Mayo, coincidiendo con la fiesta obrera, y se acordó que el primer número aparezca el sábado próximo.

(Anónimo, 1905c: 3)



A pesar de la prohibición mantenida de que no hubiese más discursos, los jóvenes joven pidieron la intervención de Unamuno. En palabras del cronista, éste accedió y se congratuló ante la aparición de un periódico independiente, en el que se permitiera escribir con libertad, «destruyendo así los criterios personalísimos que regimentan nuestros rotativos». Y apostilló el cronista:

Este concepto dio lugar á protestas, que extrañaron al rector de la Universidad salmantina, puesto que si se habían reunido para la publicación de un periódico donde hubiera libertad de escribir, bien podía empezarse con libertad para hablar. En este momento de confusión y polémica muchos concurrentes abandonaron el lugar, entre otros el Sr. Canalejas [...] Como el Sr. Unamuno llegara, en sus palabras, á decir que debiera esa libertad llegar hasta el último extremo, permitiéndose escribir hasta en dialecto, el insigne artista Rusiñol reclamó el escribir en catalán, surgiendo calurosas protestas.

(Anónimo, 1905c: 3)



El acto inaugural fue, como hemos visto, muy polémico. Se recibieron reseñas positivas desde Nuevo Mundo -«La República de las Letras. El tenedor y la pluma» fue el título de la noticia-, donde Emilio H. del Villar vio con buenos ojos que el semanario no diera cabida a todos los intelectuales. A su juicio, ello era necesario para devolver a la palabra intelectual «el recto y restringido uso que tuvo en su tiempo» y para contribuir de manera efectiva a la regeneración nacional. Finalizaba su texto con estas palabras:

El sentido crítico es en España uno de tantos muertos que resucitar. La influencia y el favoritismo han emponzoñado también el campo de la literatura y del arte. Hay que purificarlo, y si la nueva «República de las letras» contribuye á la tarea, y sabe ser república pero aristocrática, seguramente hará una obra de bien.

(Villar, 1905: 4)



Una crónica muy neutra apareció en El Imparcial (25 de abril de 1904, s. p), diario que obvió el tema de la protesta, y otra más severa se difundió en El País (25 de abril de 1904, p. 2). Por otra parte, La Lectura Dominical publicó una crónica satírica, en la que, bajo el seudónimo «Mínimus» se hacía escarnio de una revista que, según afirmaba, leen «cuatro gatos», y especialmente de los versos modernistas que se asomaron por sus páginas: «los vates de la República de las letras no necesitan acudir al extranjero para hacernos reír con sus chistosas extravagancias. Por aquellas columnas ha asomado un Sr. de Jiménez, que en su entusiasmo loco por Rubén Darío le descerraja una poesía» (Mínimus, 1905: 8). El mismo cronista sentenciaba, irónicamente, que se trataba de un semanario que «por una perra gorda se ha propuesto quitarnos el mal humor». Y más adelante, aventuraba quién estaba detrás de la empresa:

Bien se conoce que mangonea en esa revista el mangoneador universal de Luca de Tena, o séase de sus múltiples periódicos, Gedeón, ABC y Blanco y Negro. Digo, porque aunque la revista tiene pretensiones de seria y modernista, y sirve a sus tres docenas de lectores cada banquete literario y político de Morote que los deja ahítos para toda la semana, la verdad es que en la parte de versificación se ríe uno lo increíble.

(Mínimus, 1905: 8)



Pero los ataques más corrosivos vinieron de dos periódicos radicales ideológicamente: El Motín, semanario republicano y anticlerical dirigido por José Nakens, y La Revista Blanca, una de las más famosas publicaciones anarquistas6. Desde El Motín, José Nakens calificó a Unamuno como un «busca-ruidos» cuyo «afán de exhibición le pierde», refiriéndose a la propuesta unamuniana a titular al semanario La Anarquía Literaria. Pero lo que le reprochaba con mayor acritud era una supuesta incoherencia entre lo que éste predicaba, y lo que representaba en la sociedad y en el entorno político:

Por seguir la corriente, él hace unas veces ejercicios espirituales en Alba de Tormes, otras se declara republicano á la sordina, y otras se deshace en zalemas ante el rey. ¿Que esto lo hace por exigirlo el cargo que desempeña? Conforme. Pero sabiéndolo, ó no se aceptan ciertos cargos, ó se dejan de hacer ciertas cosas, una de ellas venir de Salamanca a predicar anarquía (aunque sea la de las letras) en una reunión donde cada cual la practica con la independencia del que la cobra de un Estado burgués. Además, para imponer ciertas ideas, nada tan convincente como el ejemplo; y el señor Unamuno, rector de una Universidad, sujeto á un escalafón y á un reglamento y firmando nóminas, se da de cachetes con él, con el señor Unamuno hablando de anarquía, aun cuando sea en proporción tan modesta como supone el deseo de que cada cual escriba como guste.

(Nakens, 1905a: 1)



La Revista Blanca, también arremetió contra el papel unamuniano en el mencionado banquete. El cronista le acusaba de haberse metido «con los grandes periódicos» y de amanecer un día «anarquista», para acostarse «sintiendo grandes simpatías por las honradas masas carlistas [...] Esto de la inconsecuencia para poder beber en todas las ideas, es muy cómodo», denunciaba Augusto Recio (1905: 32-33).

Estos ataques se justifican fácilmente: el objetivo de La República de las Letras no coincidía con el de las publicaciones anarquistas, que habían tratado de actuar como una forma de conciencia del proletariado. No debe olvidarse que el diario anarquista convertía la práctica de las artes en patrimonio y producto del proletariado (Litvak, 1990: 283). Es preciso insistir en que la mayor parte de críticas fueron destinadas hacia Unamuno, situación que también ha de situarse en su contexto. A partir de 1897, «no deberíamos ni siquiera hablar vagamente de socialismo»7 (Blanco Aguinaga, 1970: 110) en relación al pensamiento político unamuniano que, en general, en los primeros años del siglo XX su preocupación social y revolucionaria propia de los jóvenes noventayochistas evoluciona hacia actitudes en que la recreación estética de temas ideológicos ocupará un lugar cada vez más importante (Abellán, 1973: 27). Por otra parte, también ha de contemplarse que estaba «pagando» por su cargo como Rector de la Universidad de Salamanca, pero también por su antidogmatismo y por su conocida resistencia a ser encasillado bajo cualquier marbete, fuera anarquista, socialista, modernista o espiritualista. Según documenta Gómez Molleda, la correspondencia de Unamuno con los directores de Ciencia Social y la Revista Blanca, muestran que sus simpatías no iban más allá del aliento que les prestaba, pero que desechaba cualquier participación que le obligara desertar de su libre forma de ser y de pensar8. No obstante, José Nakens colaboró en La República de las Letras, con dos textos de nula importancia: en el primer número, con un artículo machista que luego aparecería en El Motín (13/5/1905, n.°18, p. 2), y en el número 9, con otro que firma con Federico Urales. Ambos son textos más bien, irrisorios, pues en ellos se limitan a censurar a los hombres que se perfuman o se bañan, mostrándose muy preocupados por el afeminamiento de los varones.

El artículo de portada que siguió al pórtico galdosiano llevaba un título muy unamunesco: «¡Aquí estoy yo!». En él, el Rector salmantino denunciaba aspectos muy recurrentes en su pensamiento crítico y regeneracionista: la falta de sinceridad y de originalidad en las plumas españolas, el incoherente deseo de europeizar España «sin que apenas haya quien sueñe en españolizar, espiritualmente, a Europa y a América», y retomaba su conocida predilección por la intrahistoria: «Por mi parte declaro que nada me interesan las ideas ni las obras de aquéllos que se me acercan o a los que me acerco; lo único que me interesa son ellos mismos» (Unamuno, 1905: 2).

La fundación del semanario originó no pocas controversias, como se ha visto anteriormente. A ello hemos de añadir, que en ese mismo año apareció una revista de título muy similar, La Anarquía Literaria, promovida por Julio Camba, que por aquel entonces andaba metido en asuntos políticos y revolucionarios. En su manifiesto inaugural declaraba un difuso propósito de atacar la cobardía y la vulgaridad, y de expresar la verdad9 revista que fue muy criticada por Luis Morote en la citada carta a Galdós.

3. El artículo inaugural de Benito Pérez Galdós

Era esencial, para dar autoridad a La República de las Letras, dar el primer paso con un manifiesto firmado por un mentor prestigioso. En este caso, fue don Benito Pérez Galdós, escritor al que ese mismo año la Real Academia Española rechazó -por motivos ideológicos- proponer su candidatura para el Premio Nobel. El escritor debió simpatizar con el título de la publicación, pues además de ser literato de ideología republicana, poco después se afilió al Partido Republicano, por el que concurriría a las elecciones con éxito. De hecho, en la prensa regeneracionista es donde se gesta la intervención política galdosiana10. Debe recordarse que ya había redactado el manifiesto inaugural de Alma Española, el famoso artículo «Soñemos, alma, soñemos», donde proponía una regeneración por la vía del ensueño y de la instrucción. En una línea que enlazaba con los planteamientos de Costa, contestó a la encuesta planteada por dicha revista sobre dónde estaba la base del engrandecimiento en España con una concisa propuesta: «Que aprendan a leer los que no saben y los que saben, lean», una afirmación que reitera en el texto fundacional del semanario que nos ocupa. En el semanario que nos ocupa consignó que el primer objetivo de la publicación era el pedagógico y social, esto es, poner a disposición del público una revista mayoritaria, de fácil acceso al lector:

Quiere este periódico agrandar el territorio de la literatura receptiva de la mansa República de lectores. Ya que no nos sea posible disminuir la cifra desconsoladora de analfabetos, aumentemos la de los que, poseyendo el don de la lectura, no leen, la de los que leyendo no entienden...

(Galdós, 1905: 1)



Sin lugar a dudas, Galdós asumía el lema regeneracionista de la redención y la regeneración nacional por la cultura, pues reclamaba la necesidad de rescatar «a la cultura de los talleres de estetas, de los capillistas, de los consagrados, de los cenáculos de entendidos y diletantes», y de que, sin desatender la calidad, el objetivo era que no se convirtiera en una revista minoritaria más, «dedicada a las élites de siempre, sino un periódico de las letras que se ensanche en la burguesía sin luces, y en el pueblo». De ahí que no dudara en su empeño en la búsqueda de un público lector y en el carácter divulgador de su quehacer: «Buscamos lectores, los perseguiremos y sacaremos de donde quiera que estén metidos para traerlos al conocimiento y goce de todos los ingenios [...] [el semanario] dará una recopilación fácilmente asimilada del saber y del imaginar de otras naciones recogiendo el caudal de las revistas extranjeras para difundirlo entre nuestros lectores» (Galdós, 1905: 1). En este mismo sentido, y de modo muy explícito se expresa Andrés González Blanco (1905: 2) en su artículo de título elocuente «El arte para el pueblo», pero de poco calado intelectual (Rodríguez Moranta, 2013: 202).

¿Qué distingue, al menos, en su ideario fundacional a La República de las Letras? Su finalidad social y educadora: «Así el aristocratismo de las publicaciones costosas quedará desvinculado y vulgarizado entrando en el acervo democrático de los conocimientos», escribe Galdós en el citado manifiesto, en el que también reivindica la lectura como «despensa de la casa-alma» (Sabugo, 1985: 195): «Todo lector tiene derecho al pan intelectual, sabroso para los que aman la belleza, nutritivo para los enamorados de la verdad» (Galdós, 1905: 1).

La voluntad de llegar a un público amplio y de convertirse en un semanario coleccionable se aprecia en el cambio de tipografía para la cabecera -escogieron una más atractiva- y de formato, como se anuncia en el segundo número:

Solicitados por gran número de lectores que desean encuadernar La República de las Letras, comenzamos a publicarla en esta forma. Tiene así mayor cantidad de lectura y las mismas dimensiones de papel, y prometemos reproducir el mismo número más delante para que pueda incluirse en la colección.11

Imagen de un periódico

Cabecera del n.° 1

Imagen de un periódico

Cabecera de los n.° 2-14

4. Las bases ideológicas de La República de las Letras. Socialismo, republicanismo y anticlericalismo.

La República de las Letras puede considerarse sucesora de otras publicaciones combativas como Germinal (1897-1898), de tendencia republicana, o de la socialista Vida nueva (18981900); pero el contexto social, político y literario ya era ligeramente distinto, y parece más adecuado situarla en una línea próxima a las revistas de tono más esperanzado como la liberal progresista Alma española (1903-1904). De hecho, el 15 de mayo, en la «Crónica de la quincena» de la revista madrileña España y América se anunció «la aparición de La República de las Letras, revista que, según nos han dicho, es bajo nuevo nombre la tan pronto nacida como muerta Alma Española» (Anónimo, 1905d: 62-63). Guillermo de Torre la calificó como una revista de integración del movimiento modernista y regeneracionista (1941: 36); César Antonio Molina como una de las revistas radicales, notablemente distinta a las puramente modernistas12. Por su parte, M.ª Pilar Celma advirtió, que, pese a la declarada preocupación prioritaria por la cultura, «la vida pública también fue constante foco de atención, lo que está en perfecta consonancia con el interés de algunas de las firmas de la Redacción -Luis Morote, José Nakens, Manuel Bueno, Enrique Lluria, J.J. Morato, etc.-Con estas firmas es fácil deducir que el enfoque ideológico que más se deja sentir es el socialista» (Celma, 1991: 103).

En líneas generales los contenidos y materias del se concentran en el plano ideológico, sin que ello obste a que la presencia de textos literarios sea abundante, aunque la calidad y la constancia fue francamente irregular. La revista estuvo orientada, fundamentalmente, a la transmisión de un ideario socialista, republicano y anticlerical, que impregna incluso algunos textos de creación. Si nos atenemos a la gestación del socialismo en España y a su vinculación a la del pensamiento regeneracionista13, el carácter anticipador y popularizador de la prensa presentaba notables ventajas frente a los más sesudos ensayos regeneracionistas, que fueron «un reflejo más tardío de la reacción nacional ante la decadencia» (Varela, 2001: 17).

En el terreno literario o artístico, del que no nos ocuparemos aquí para no desviarnos del asunto que nos atañe, debe destacarse la conmemoración del centenario del Quijote, que ocupa prácticamente el segundo número, la presencia de textos y autores hispanos vinculados al modernismo -poemas de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Salvador Rueda, Andrés González Blanco-, breves prosas de Eugeni d'Ors y de Pérez de Ayala, secciones de crítica literaria o artística a cargo de Gregorio Martínez Sierra o e José Francés, entre muchos otros. También se ofreció un discreto catálogo de traducciones: Verlaine14, Baudelaire15, Mallarmé16, Longfellow17, Anatole France 18,Tolstoi

19, Verhaeren20, etc.; y se trató de afianzar lectores a través de la publicación por entregas, por una parte de dos obras de autores nórdicos: del noruego y premio Nobel de Literatura en 1903, B. Bjömson, autor partidario de la izquierda radical (la pieza de teatro Más allá de las fuerzas humanas), de un ensayo del belga Maurice Maeterlinck, premio Nobel en 1913 (El templo sepultado); y por otra de un cuento de Ramón y Cajal (El pesimista corregido).

El ideario socialista se vislumbra ya desde el primer número, donde Blasco Ibáñez - diputado republicano en Valencia- dedica un amplio artículo que inicia con un rotundo: «La novela de nuestro tiempo debe ser social», donde aseguraba que, si en ese momento se estaba viviendo un momento revolucionario, era gracias al poder de dicha tendencia novelística:

Hoy, gracias al espíritu revolucionario, al movimiento socialista, que difunde la instrucción a las grandes masas, los lectores, que antes se contaban por docenas, son millones [...] El Arte, agradecido, devuelve al pueblo este homenaje, escribe para él y sus dolores y sus aspiraciones se ennoblecen al ser reproducidos por el talento evocador del poeta [...] Cayeron para siempre las torres de marfil.

(Blasco Ibáñez, 1905: 1)



Un buen ejemplo de este tipo de novela lo ofrecerá el propio escritor en las páginas de La República de las Letras, donde irá anunciando la primicia de las primeras páginas de su nueva novela La horda, que finalmente no aparecerán hasta el octavo número (pp. 5-7). Con ella, el escritor valenciano ofrecerá un retablo de los ambientes bajos madrileños, a través del infortunio de su protagonista Isidro Maltrana, un personaje de talento, pero lastrado por su origen social y por el mal de una generación -afirma el narrador- «una generación en la que un estudio desordenado y un exceso de razonamiento, había roto el principal resorte de la vida: la falta de voluntad». La reflexión última del episodio resulta harto significativa: «Es el planeta de las criaturas. El lobo se come al cordero, el milano a la paloma, el pez gordo al pequeño, y hay que dar gracias al rico, porque pudiendo tragarse al mediano, le deja vivir que pene» (Blasco Ibáñez, 1905: 7).

Entre otras colaboraciones podemos destacar la de E. de Alba, «París», donde informaba que el Partido Socialista francés había saludado cordialmente al proletariado español, y además había animado a los franceses a concentrarse festivamente ante la visita de Alfonso XIII. El autor lamentaba, asimismo, que el Gobierno galo estuviera tratando de parar las protestas de los propios socialistas españoles. Por otra parte, también merece destacarse el artículo de Emilio Corrales («Socialismo»), que ensalzaba el intercambio y la comprensión mutua entre intelectuales y obreros: «el proletariado va efectivamente aprendiendo mucho de sus compañeros los trabajadores intelectuales, como éstos a su vez estudian en los de su blusa». Y, en esa misma entrega, Juan J. Morato aportó el texto «El empujón de los de abajo», donde exponía que las masas proletarias habían empezado a convertirse en «obreros «exigentes», diestros, hábiles y productivos», que buscaban una elevación de la vida a través no sólo de la riqueza, también de la cultura. Denunciaba, no obstante, que el avance era lento, al no converger «la fuerza de arriba con el empujón de abajo». Bajo esta misma órbita podemos situar colaboraciones como las de Álvaro de Albornoz: «Los textos de Marx y Engels» (n.° 6) y «Socialismo y propiedad privada», referido al ensayo de Kart Kautsky La política agraria del Partido Socialista (n.° 11); o un trabajo, algo farragoso, firmado por José G. Fagoaga sobre El socialismo y el derecho hereditario.

Luis Morote, por su parte, abre la novena entrega con un extenso ensayo: «La guerra y el socialismo» (n.° 9, p. 1), donde sostiene la tesis de que el socialismo alemán, ruso y francés había evitado la guerra entre esas naciones. Y acaba con una última justificación:

Por encima de las patrias y de las fronteras se alza el proletariado socialista de Alemania, el proletariado revolucionario de Rusia, afirmando su derecho a la vida. Y véase como al sostener ese nuevo concepto de la humanidad, sostienen los obreros también la patria.

(Morote, 1905a: 1)



El republicanismo es el pilar ideológico que vertebra con mayor solidez el semanario y, en este sentido, cabe destacar la aportación del valenciano Luis Morote (Valencia, 1862-Madrid, 1913)21, un periodista y político formado en el ámbito ideológico de la Institución Libre de Enseñanza (Pérez Garzón, 1976: 26-29), amigo y colaborador de las causas políticas de Blasco Ibáñez, y diputado republicano por Madrid en las Cortes de 1905 a 1907. Así, la cuarta entrega la inaugura Morote con un artículo que ocupa casi toda la portada, dedicado a Pi y Margall. En él, se muestra indignado frente a la prohibición de una concentración popular que iba a celebrarse con motivo de la placa puesta en su honor en la calle Conde de Aranda, donde murió el político, pues, afirma Morote, «Su gloria no es cosa de federales, pertenece a todos los españoles, es el patrimonio común de cuantos sientan en su alma palpitar un átomo de ideal y de espíritu moderno» (Morote, 1905b). Igualmente, el siguiente número, con fecha del 3 de junio, llevaba en portada un artículo que Morote rotuló «La Casa de Huéspedes». Con ese título, reprochaba a la República francesa que acogiera en esas fechas al monarca español, como había hecho con el zar ruso, pero no así con el presidente a la sazón de la República del Transvaal. El periodista reclamaba que, por encima de las instituciones -Repúblicas o Monarquías- «están los pueblos, los pueblos que saben protestar ante el terror blanco en Rusia, de Montjuich, de la intolerancia religiosa» (Morote, 1905c). No obstante, en el semanario se obvió un incidente importante de dicha visita: el intento de atentado que había sufrido el monarca español la noche del 31 de mayo cuando volvía en coche de caballos junto al presidente de la República Francesa.

A este texto le siguió un corrosivo poema de Nilo Fabra «Carlos IV y María Luisa. El rey cazador y la reina alegre», del que basta citar algunos versos: «¿Qué importan las traiciones del príncipe Fernando?/ La reina se ve amada, el rey está cazando./ ¿Qué importan la invasión que apresta el extranjero [...] Gozar y amar: Tan sólo los dos eso habéis hecho». Y, a continuación, un cuento de Miguel A. Ródenas, «Sangre azul», que satirizaba sobre la monarquía y la nobleza.

En el n.° 8, como era habitual, la portada la acaparaba Luis Morote, en este caso con una crónica que atribuía la reciente caída del gobierno presidido por Raimundo Fernández Villaverde a las críticas de éste a los ministros que no cesaban de invocar, «como origen de su autoridad y virtud suprema de su poder, la confianza de la Corona» (Morote, 1905d).

En la última entrega, correspondiente al 9 de agosto, se percibe ya el clima preelectoral -las elecciones generales estaban convocadas para septiembre- y Pablo Cordero y Velasco colaboró con un texto titulado «Sobre la candidatura republicana» donde proponía una candidatura ideal formada por Nicolás Salmerón, Francisco Giner de los Ríos, Miguel de Unamuno, Rafael Calzada, Moreno Mendoza; y un federal, Nicolá Estevánez.

El anticlericalismo o la cuestión religiosa, fue, por último, el otro gran tema que protagonizó el credo de La República de las Letras. Durante la corta andadura de la revista se había ido anunciando en primicia la publicación del inicio del nuevo episodio nacional de Galdós, Carlos IV en La Rápita, de la cuarta serie, que finalmente ocupó tres páginas del séptimo número, y cuando la edición en libro ya estaba a la venta. Lo que nos interesa destacar es que de este episodio se desprendían ciertas ideas por las que a su autor se le había censurado desde la jerarquía eclesiástica y monárquica. El episodio se inicia en Tetuán, desde donde el narrador, desde un punto de vista irónico, empieza por hacer un recuento de las religiones existentes en la zona. De menor importancia es el cuento de Mauricio López Roberts, «Las redimidas», donde cuenta cómo un sacerdote trata de llevar a cuatro prostitutas al convento, cuando ellas prefieren irse con unos soldados. En el n.° 3, se imprime un mordaz texto titulado «La carta del rey» -firmado por Arielle- en el que se hacía eco de una noticia aparecida en el Heraldo de Madrid sobre una carta que el monarca español habría dirigido al Cardenal Casañas, mostrando su desacuerdo con la apertura de una capilla protestante en Barcelona, al considerarla «un nuevo atentado a la fe de nuestros mayores y a la religión del Estado» (Arielle, 1905: 4). El periodista traía a colación el artículo 11 de la Constitución de 1876, que permitía el ejercicio del culto profesado por cada español y trataba de poner en relación la realidad española -en materia religiosa- con la de otros países europeos, donde recientemente ya se había instado a las órdenes religiosas a someterse a la autoridad civil y se había tendido a promulgar leyes que garantizasen la separación entre Iglesia y Estado: «Tristeza, rubor, asombro, espanto, tanto como ira o indignación se apodera de nosotros ante estos hechos increíbles que vemos y palpamos en España», concluía el cronista. Este mismo asunto será tratado en la novena entrega, pero en un texto firmado con un pseudónimo Fray Gerundio («La cuestión religiosa»), en el que se trascenderá dicha anécdota, pues pese a que el autor reconoce que «el pueblo español tiene tendencia irresistible a la religiosidad», también vaticina que van a llegar «estos hermosos días de emancipación religiosa». Concluye que la cuestión religiosa contemporánea no era irresoluble, pero sí difícil, pues:

en nuestra desventurada patria siempre ha servido la religión de capa para ocultar las ambiciones políticas y mundanas, como el pueblo se ha visto perseguido y explotado en nombre de esa religión que llaman única, al principio sintió asco, la nostalgia de lo puro y sublime, después tedio y cansancio, y por último se durmió anestesiado por los que regían y gobernaban sobre falseadas prácticas y creencias.

(Fray Gerundio, 1905: 3)



Y finaliza con una inequívoca exhortación dirigida al pueblo: «La cuestión religiosa [...] es una roca gigantesca que a todos nos cierra el paso; minemos sus cimientos y rodará al abismo».

5. Conclusiones

Esta breve cala en el semanario La República de las Letras nos ha permitido acercarnos a las circunstancias que rodearon su fundación, a la interesante acogida que recibió por parte de diferentes sectores ideológicos, a reflexionar sobre el verdadero alcance del semanario y a recoger algunos interesantes artículos de opinión sobre acontecimientos sociales y políticos del momento, venidos de colaboradores de cierta talla intelectual. No fue una revista cuidada ni de fácil lectura, pero a su favor debe decirse que no contaba ni con mecenazgo ni con publicidad, por lo que no resultaría de interés, en modo alguno, a un público burgués. Los colaboradores expresaron su ideología republicana, anticlerical y socialista con las cautelas oportunas para no ser clausurados por el Gobierno de turno, pero también ello pudo dificultarles encontrar un público amplio. No era una revista poética, pero tampoco íntegramente política y social; no era radical en sus planteamientos pero en modo alguno tuvo un talante conservador. El propósito regeneracionista de Galdós -la redención por la difusión amplia de la cultura- era loable, pero el tono, el formato, las secciones, y las extensas colaboraciones -a veces farragosas- no creemos que lograran llegar a la masa, sino más bien a una minoría intelectual que comulgaba con la ideología del semanario. Contamos, como apunte final, con el temprano y acertado juicio que le destinó la revista Nuevo Mundo, al poco de empezar a publicarse el semanario. El artículo se titulaba oportunamente «La educación de la masa». En él, José Menéndez Agustí daba algunos motivos por los que veía difícil la viabilidad del proyecto que Galdós había anunciado en el manifiesto fundacional:

Todo eso es muy bonito y aun muy grande y digno de encomio, pero irrealizable, sobre todo por el procedimiento que ha empezado á seguir la República de las Letras. Se han subido demasiado alto y es de temer que se les indigesten á los educandos esas primeras sopas intelectuales que el insigne novelista les brinda. Desde una vez que oí a cierto señor, funcionario público, persona de aparente cultura y con cierto aspecto de hombre inteligente que se dormía leyendo Lo prohibido, perdí la esperanza de que algún día se consiga educar á la masa [...] En este caso, el programa de D. Benito es un hermoso sueño. Un servidor de ustedes, que suele ser observador en los ratos de ocio, ha visto en reuniones de hombres de carrera y de señoras distinguidas cómo desaparecían el alborozo y la animación, sustituidos por el aburrimiento, en cuanto alguno de los concurrentes se elevaba diez centímetros sobre el nivel intelectual del salón para hablar de Eça de Queiroz. "¿Eça de Queiroz?" -debió pensar alguno de aquellos señores barnizados y pulimentados por el trato de gentes, que suele ser un trato solamente útil para aprender á tomar un helado en pie ó bailar un rigodón. [...] Ahora propongan ustedes á esos caballeros su elevación y depuración intelectual por el sistema de los grandes artículos de ideas, la alta crítica ó la novela social. Los mejor educados dirán que es sencillamente cursi; los otros, los analfabetos, los que no gustan de la lectura, o los que leyendo no entienden, sonreirán con un gesto de bella estupidez y las cosas seguirán en el mismo estado. Esto no quiere decir que no se deba intentar la colosal empresa de educar á la masa; pero ya verán ustedes lo que dice esta buena masa cuando llamen a la puerta con la olla del alimento intelectual: -¡Dios le ampare, hermano!..

(Menéndez Agustí, 1905: 6)



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