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ArribaAbajoEl romance de los Disangelios

A MARIO RAPISARDI, VERBO DE LA ITALIA REVOLUTIVA.



    Celui qui me lira, dans les siècles, un soir,
troublant mes vers sous leur sommeil ou sous leur cendre,
et ranimant leur sens lointain pour mieux comprendre
comment ceux d'aujourd hui s'étaient armès d'espoir,

   Qu'il sache, avec quel violent élan, ma joie
s'est, à travers les cris, les révoltes, les pleurs,
ruée au combat fier et mâle des douleurs,
pour en tirer l'amour comme on conquiert sa proie.


E. VERHAEREN, Les Forces tumultueuses: Un soir.                




    O vermi, brulicate, affamate, marcite
ne baratri fangosi, nel dolor seppellite
l'anime senza nome!

e per te, vil progenie,
pane he sospir non ha.


M. RAPISARDI, Giustizia: Il Monumento                



ArribaAbajoPóstuma



Había,
una vez un Universo!...

   Y en uno de sus abismos,
como vertiente de fuego,
serpeaba una vía láctea
con tenue claror de ensueño...

   Y entre las constelaciones
de aquella vía de incienso
errantes en lo infinito
del insondado misterio
había una, extraviada
cabe la vía de ensueño...

   Y entre los varios sistemas
planetarios de aquel reino
como todos, discurría,
el ido sistema nuestro...

   Y hacia el núcleo del sistema,
bajo el rojo sol de fuego,
dócil a las mismas leyes
que sus hermanos sidéreos,
como mula de tahona
girando en círculo eterno
rodaba el orbe terráqueo
a la manera de un ebrio,
cogido en el torbellino
de su propio movimiento...




ArribaAbajoLa voz del Ecclesiaste


    Entre el polvo de los mundos.
en el osario sidéreo,
en la loca trayectoria
del insondado misterio,
¿qué fue de todo el sistema?
¿Qué del asteroide nuestro?...

Hay como un doloroso silencio. A poco la voz prosigue.



    ¿Qué de las floras y faunas,
de las razas y los pueblos,
de los países del sol
y de los mares de hielo,
de las ciudades gloriosas
y de los vastos imperios;
de los dioses de sus cultos
y del culto de sus genios;
de las fecundas pasiones
y los estériles sueños,
de las olímpicas palmas
y de los laureles épicos,
de las triunfales conquistas,
de las razzias y saqueos,
de las gozosas matanzas
y del captar prisioneros;
de los rebaños de esclavos
y del traficar de siervos;
de los osarios pirámides
y los viaductos sangrientos;
de las «urbes» formidables
que a la larga construyeron;
de las civilizaciones
que albergaron en su seno;
de los altos ideales
que los humanos tuvieron:
Fe, Arte, Trabajo y Ciencia,
ritmo y luz, caricia y eco
del sentir y del saber
del obrar y del ensueño?

   ¿En qué forma inmarcesible,
tras de qué inmortal aspecto
florece aún su sapiencia,
palpita quizá su genio?
¿Qué fue de la humanidad?
¿De la obra de su esfuerzo?
¿De su trajinar penoso?
¿De todos sus vanos juegos?

Vuelve a hacerse el doloroso silencio. Luego la voz repite como con fruición siniestra:



una vez... un... Universo!...

una vez... un... Universo!...




ArribaAbajoDe Ashaverus

Con la ingenuidad grandiosa del primitivo.



    Desecaron las marismas,
fecundaron los desiertos,
canalizaron los ríos,
dominaron los océanos,
rellenaron los abismos,
reconquistaron los cielos,
talaron selvas y bosques
vencieron espacio y tiempo.

   Cubrieron los continentes
de ciudades y de templos,
iluminaron las noches
aclararon el misterio,
con cálculos prodigiosos
y geniales instrumentos;
laborearon los metales,
inventaron otros nuevos;
fraguaron obras grandiosas,
tuvieron sublimes éxitos;
disminuyeron las plagas,
resucitaron los muertos,
renovando la edad de oro,
en dioses se convirtieron,
hasta transformar el mundo
en inefable Eliseo.

La voz del Ecclesiaste repite su fúnebre ritornello:



una vez... un... Universo!...

una vez... un... Universo!...




ArribaAbajoUna voz desconocida

Acaso la de Budda, Zoroastro, Confucio, Sócrates, de alguno de los Cínicos o Estoicos, o la del propio Jesús.



    ¿La terrestre Humanidad
tuvo humanidad de hecho?...
¿Superaron a las otras
especies del Universo?
¿Amaestraron sus instintos?
¿Depuraron sus deseos?
¿Aplicaron sus potencias
al mutuo mejoramiento?

   ¿Alguna vez practicaron
la plenitud del derecho?
¿Realizaron la justicia
en la vida de sus pueblos?
¿Alcanzaron la equidad
o la graduaron de sueño?

   ¿Fueron sanos, fueron fuertes
fueron probos, fueron buenos?
¿En el sentir y el obrar
hasta qué plano ascendieron?

   ¿Lograron emanciparse
de los ritos fraudulentos,
de las malsanas costumbres
y de los usos logreros?

   ¿Trozaron las tiranías
de los déspotas soberbios,
de las castas, de las clases
y sus prejuicios protervos?
¿Se adueñaron de las cosas,
suscitaron los sucesos,
por la compresión felice
de causales y de efectos?

   ¿Vencieron el fatalismo
hacia afuera y hacia adentro?
¿Afinaron sus sentidos?
¿Adquirieron otros nuevos?
¿Lograron sensacionarse
y visionar algo inédito?

   ¿La esfera de su cultura
llegó a ubicuar su centro?
¿Fraguaron nuevas neuronas
sin perturbar su intelecto?
¿En ellas, vibró la chispa
de augustos descubrimientos?
Diz que transformaron todo,
¿y se transformaron ellos?
¿Tras de domar la Natura,
domaron su propio Genio?...

   Pues, en verdad, yo os digo
a guisa de tardo ejemplo:
-Por si acaso rediviven
en algún otro Universo,
nuevos soles, nuevos mundos,
nuevas faunas, nuevos pueblos
nuevas civilizaciones
en la espiral del progreso-.

   ¡De nada, sirvioles todo
cuanto honraron, cuanto hicieron,
si no les volvió mejores
en obras y en sentimientos!

El anfiteatro de la Historia parece llenarse de remordimientos. Sombras dantescas, como en las perspectivas nórdicas, le obscurecen y pasan... Pasan en fuga, perfilándose macabramente, a semejanza de los beduinos en los crepúsculos tempestuosos del desierto. Luego, las sombras se prosternan, se aplanan horizontalmente, como hundidas por el siroco del Verbo.

Son las sombras de las grandes categorías sociales: de los fallidos de la moral práctica, de los bancarroteros del Ideal... Son las sombras de los arquetipos de la civilización burguesa: guerreros, políticos, agiotistas y mercatores...




ArribaAbajoLa voz de los Siervos de las caravanas



    Nos habían desterrado
a las marismas de cieno,
tras de quemar nuestros ojos
con enrojecidos hierros;
nos habían mutilado
como fieras, en el sexo,
para acabar con la raza
de los fuertes y los buenos.
Tronchándonos nuestras manos,
arrancándonos los dedos,
marcándonos en la frente
con la marca de los réprobos,
dejándonos para siempre
desvalidos, indefensos...

   Y todo, porque intentamos
una alianza entre los siervos,
una amorosa hermandad
de vergonzontes y hambrientos;
de cuantos desamparados
vagaban por el desierto

   Porque ¡audaces! cometimos
el crimen de comprendernos,
de ayudarnos, de servirnos,
de amarnos y defendernos,
y de aprender a dormir
con ambos ojos abiertos...

   Nos habían desterrado
a las marismas de cieno,
tras de quemar nuestros ojos
y mutilarnos el sexo.

   Así pasaron las noches,
así pasaron los tiempos
y grupos de fugitivos,
de rebeldes, de libertos,
dejaron las caravanas
de raptores, de negreros,
y en busca de sus hermanos
llegaron a nuestro seno...

   Así las generaciones
prohibidas se sucedieron,
en el cieno procreadas
y alumbradas en el cieno;
fuera de las capitales
que sus padres construyeron
en los oasis amados
de las fieras del desierto,
lejos del aire ancestral,
de sus soles y sus cielos.

   Errabundos, chapaleando
en el tremedal inmenso,
tropezando en las tinieblas
con miríadas de esqueletos
de los padres, de las madres,
de todos cuantos murieron,
sin ver la sublime aurora
de los triunfales regresos,
ni el sol aún más sublime
del inmortal escarmiento.

   Errabundos, chapaleando
como manadas de puercos,
las energías chupadas
cual por tentáculos fétidos,
sin escuchar más rumores
que el graznido de los cuervos,
y el cauteloso sesgar
de los chirriantes murciélagos,
el escurrirse y rampar
de los engendros del cieno,
y el cobarde suspirar
de los noctámbulos presos
en los constrictores limos
del tremedal cementerio;
y las rugientes blasfemias
de los locos y los ebrios,
y los ayes de las hembras
y el jadear de los enfermos.

   Todo el sucio pesimismo
de los miserandos éxodos,
el clamoreo infernal
de los desterrados pueblos
que chupaba, como esponja,
la gran noche del desierto.

La voz ya familiar lanza, desde lo inefable, su fúnebre pregón:



una vez... un... Universo!...

una vez... un... Universo!...




ArribaAbajoLa voz de los Emancipadores



    Dejamos las caravanas
de traficantes de pueblos,
y las ciudades fastuosas
del fraude y el privilegio,
de las falsas jerarquías,
del ocio y sus vanos sueños.

   Los hijos aherrojados
de los ilotas del cieno,
desgarráronnos las fibras
sensibles de nuestros pechos
con el tremendo relato
de los horrores paternos.
Fuimos a mezclar la sangre
heroica de aquestes cuerpos
con la emponzoñada sangre
de las hijas de los siervos.

   Para engendrar una estirpe
de libertadores férreos,
con alma de iconoclastas
y tesón de misioneros.

   Para que reconquistaran
la posesión del desierto,
las ciudades, los oasis,
aire y agua, pan y sueño.

   Y para que derribaran,
hasta nivelar el suelo
las milenarias pirámides
que respetaron los vientos.

   Pirámides que las razas
de los esclavos hicieron,
rodando, hombro con hombro,
sus pedruscos gigantescos
hasta llenar con sus moles
la inmensidad de los cielos.
Pirámides carcomidas
por la garra de los tiempos,
llena de gloria por fuera,
de podre y momias por dentro.

   Fuimos a mezclar la sangre
heroica de nuestros cuerpos,
con la envilecida sangre
de las hijas del desierto.

   Engendramos una raza
de gladiadores espléndidos,
terribles, como leopardos
y fuertes como camellos.

   Todos juntos, en la noche,
preparamos el regreso,
desecando las marismas,
solidificando el cieno,
laboreando las conciencias,
marcando los derroteros.

   ¡Cuántas veces recorrimos
los fangales del desierto,
tropezando en las tinieblas
con miríadas de esqueletos!
¡Cuántas veces recorrimos
el tremedal cementerio,
donde yacían algunos
encharcados hasta el pecho,
hasta las rodillas otros,
muchísimos hasta el cuello;
¡y tantos hasta los ojos,
hasta los mismos cabellos!...
Y los más, ya sumergidos
para siempre bajo el cieno.

Las sombras gesticulan supremos conjuros. Hundidas en el polvo, husmean el aire revolucionario. Huelen la tempestad que se avecina. Es el momento del ¡Sálvese quien pueda! Pero ninguna de ellas parece poder, querer ni saber hacerlo.

La voz, ya familiar, lanza desde lo inefable su fúnebre pregón:



una vez... un... Universo!...

una vez... un... Universo!...




ArribaLa canción del Regreso

Cantan los Emancipadores:



    Del otro lado del Mundo
quizá no haya tanto cieno,
del lado de las Pirámides
y los oasis ubérrimos.

   Iremos a ese otro Mundo,
aunque se nos caiga el cielo,
al resplandor de los rayos
y al redoblar de los truenos.

   Haremos una calzada
a lo largo del desierto,
hasta encontrar tierras firmes
de tibio y fecundo seno.

   ¡Vía crucis, vía Apia
de zarzales y esqueletos,
de lágrimas corrosivas
y de sudores sangrientos!...

Hay un momento sublime de silencio. Luego, toda la canalla, como una masa coral inmensa, acompaña el canto de los emancipadores en un delirante crescendo, verdaderamente resurreccional.



    Haremos picos de fémures
y jabalinas de huesos,
hondas de humanos tendones,
y piedras de cráneos yertos,
y dardos emponzoñados
con curare de sus sesos.

   Llegaremos a la orilla
del río de sangre y fuego...
que circunda a las ciudades
y a los oasis ubérrimos;
haremos un subterráneo
bajo el río... y pasaremos.

   ¡Oh, libertos de la gleba,
entrañables compañeros!
¿Cuándo apuntará la aurora
de los rojos disangelios,
tras del feroce guerrear
de los grandes entreveros?...

   ¿Cuándo habremos de abrazarnos
sobre los escombros viejos,
en la solidaridad
del Amor y del Derecho?

   ¿Derribadas las Pirámides
fecundados los desiertos,
las mentes ascensionadas
y ennoblecidos los pechos,
todos uno y uno todos
en el gran Todo Universo?

Las Sombras de los grandes fallidos tienen como un erizamiento de cabellos. Han sentido pasar el escalofrío de Job. Cada categoría de arquetipos parece rebuscar sus instrumentos o atributos profesionales. Los guerreros, sus armas: los emperadores, sus cetros; los pontífices, sus tiaras; los políticos, sus gestos; mercatores, agiotistas, fariseos y publicanos de la sinagoga burguesa, el fruto de los sudores... ajenos. Todos hacen como que empollan sus riquezas; se abrazan a sus privilegios, en vías de ser dispersados por el siroco del Verbo revolucionario... Miran horrorizados hacia los rojos horizontes donde aún se yerguen las viejas Pirámides de su «civilización»: Propiedad privada, Monogamia indisoluble, Estados y cultos, logreros e irracionales... Y tiemblan por las Pirámides y por ellos. Tiemblan, porque sospechan que esta vez el Verbo hecho Humanidad no sólo será siroco ideológico, si que también terremoto económico social... ¡Si sólo viniera el siroco, las Pirámides continuarían intactas! Mas si tras el siroco sobreviene el terremoto... adiós, Pirámides, ¡adiós todo!... El Verbo revolucionario, hecho clase social, hecho Humanidad, está a punto de barrer el desierto de su «Civilización». Y algunas de las Sombras se interrogan: ¿Qué será de nuestras caravanas sociales sin sus Pirámides seculares?... ¿Qué será de nuestras Pirámides sin la idolatría de sus caravanas?

La voz ya familiar, salmodia su fúnebre pregón:



una vez... un... Universo!...

una vez... un... Universo!...

La voz desconocida:



    ¿Realizaron la Justicia
aunque fuere a sangre y fuego?
¿Grabaron al arma blanca
en el alma de los pueblos,
como las dobles efigies
de los medallones regios,
o las rúbricas fabriles
de los tajantes aceros:
en el anverso: Equidad
y en el reverso Derecho?

   Tramontaron las montañas
del odio y del privilegio
que, separando a los hombres,
desnivelaban los pueblos?
¿Volaron las fortalezas
y los castillos roqueros,
las cárceles y abadías,
los cuarteles y conventos,
las torres dominadoras
y los subterráneos negros?

   ¿Terraplenaron un día
-con manos de satisfechos,
con lenguas de parlanchines,
con vísceras de negreros,
con cuantas literaturas
opiaron al pobre pueblo-,
los mares de sangre humana,
los báratros del subsuelo,
donde el trágico grisú
sorprendía a los mineros
con explosiones de bombas
y llamaradas de incendio?

   ¿Derribaron los burdeles,
los areópagos, los templos
y las mortuorias ergástulas
del dios manufacturero?
Los iconos, las estatuas,
los símbolos, los trofeos,
los lábaros, las banderas,
los arcaicos monumentos,
las insignias anticuadas,
flora y fauna de museos?

   ¡Convirtieron en pavesas,
dispersaron a los vientos,
retornaron hacia el polvo
en reverteris supremo,
todo el viejo ilusionismo
de las clases y los gremios;
de los «oficios divinos»
y los oficios terrenos;
de las vestes nobiliarias
y los hábitos plebeyos;
de minorías ociosas
en gracia de vanos fueros,
y jadeantes mayorías,
cariátides del progreso?

Hay una pausa, durante la cual el eco de la Voz ya familiar difunde su pregón ultraterrestre:



una vez... un... Universo!...

una vez... un... Universo!...

La Voz desconocida prosigue su genial catilinaria:



    ¡Ah, rebaños de la tierra,
sumisos de todo tiempo,
laborantes, sudorosos,
bajo los arduos señuelos!
¡Lamedores de coturnos,
escabeles polvorientos,
acémilas resignadas,
con vocación de corderos!

   ¡Y vosotros, criminógenos,
arrastra-sables abyectos,
canalla la más canalla
entre la hez de los siervos,
chusma degenerescente
de todos los hemisferios,
brazos venales de Marte,
carnadas de mataderos!...

   ¿Hasta cuándo asesinasteis
a los hombres, a los pueblos,
por la fuerza, por la astucia,
por ignorancia, por miedo,
por la sugestión del mando,
y la angurria del ascenso?
¿Hasta cuándo obedecisteis
a los vampiros hambrientos,
conquistándoles naciones
trocadas en cementerios?

   Hasta cuándo les vendisteis
vuestra sangre, vuestro cuerpo,
la vida de vuestros hijos,
el honor de vuestros nietos?

   ¿Hasta cuándo, sin conciencia,
sin alma, sin sentimientos,
merodeando en lo podrido
y custodiando lo muerto?...
¿Hasta cuándo, mercenarios?
¿Hasta cuándo, mazorqueros?

   ¿Alguna vez comprendisteis
la infamia de tal empleo,
tras de haberos comparado
con gusanos cadavéricos?...

   ¿Alguna vez, las campanas,
neumáticas de esos pechos
sorbieron el aire libre
que renueva a los libertos?

   Vuestros corazones broncos
como badajos de hierro,
perennemente doblando
su lento toque de muertos,
¿nunca jamás repicaron
su propio Renacimiento?...

   ¿Alguna vez, redimidos
de sus legendarios yerros,
trocáronse para siempre
en tonantes campaneros
de la Causa Humanitaria
y los férreos Disangelios?

En el silencio de lo inefable pasa una visión. La tempestad del Verbo revolucionario ha barrido el desierto de la «civilización» burguesa. Las grandes Sombras han desaparecido. El terremoto del Verbo, hecho clase social, hecho Humanidad, ha dado al traste con las viejas Pirámides institucionales: Propiedad privada, Monogamia indisoluble, Estado y cultos logreros... Y pasan las nuevas caravanas sociales llenando de cantos de trabajo, de amor y de solidaridad, la interminable peregrinación... El desierto ya no es tal. El acuerdo colectivo hale transformado en un inconmensurable oasis, abierto a todos los seres conscientes de «buena voluntad».

Buen sol para las tierras nuevas del nuevo Mundo. ¡Buen tiempo! ¿Hasta cuándo?...

Hasta el próximo siroco de algún otro Verbo más o menos selectivo, estimulante, ascensional!...

La voz desconocida prosigue su inmortal interrogación:



    La terrestre humanidad,
¿Tuvo humanidad de hecho?
¿Fue ella quizá mejor
que otras del Universo?

   ¿Tras de domar la Natura
consiguió domar su genio?
Diz que transformaron todo,
¿y se transformaron ellos?..

   Pues, en verdad, yo os digo
a guisa de tardo ejemplo,
-por si quizá rediviven
en algún otro Universo
nuevos soles, nuevos mundos,
nuevas faunas, nuevos pueblos,
nuevas civilizaciones
en la espiral del progreso-:

    De nada sirvioles todo
cuanto honraron, cuanto hicieron,
si no les volvió mejores
en obras y en sentimientos.

   Si jamás se emanciparon
del infer-hombre logrero
trocándose en super-hombres
del mutuo mejoramiento.

    Si nunca jamás lograron
la plenitud de sus sueños
de Libertad, de Justicia,
de Belleza, de Derecho.

   La muerte de la Miseria
en la vida de los pueblos;
la apoteosis del Trabajo
breve y fértil, sano y técnico.

   La áurea solidaridad
en la acción y en el ensueño,
el acuerdo ascensional
de todos los intelectos:

   El reinado de Utopía
tronado en los Disangelios.

La Voz ya familiar, con una ironía sobrehumana, salmodia su pregón ultraterrestre:



una vez... un... Universo!...

una vez... un... Universo!...