troublant mes vers sous leur sommeil ou sous leur
cendre,
et ranimant leur sens lointain pour mieux comprendre
comment ceux d'aujourd hui s'étaient armès
d'espoir,
Qu'il sache, avec quel
violent élan, ma joie
s'est, à travers les
cris, les révoltes, les pleurs,
ruée au combat
fier et mâle des douleurs,
pour en tirer l'amour comme
on conquiert sa proie.
E. VERHAEREN, Les Forces tumultueuses:
Un soir.
O vermi, brulicate, affamate, marcite
ne baratri fangosi,
nel dolor seppellite
l'anime senza nome!
e per te, vil progenie,
pane he sospir non ha.
M. RAPISARDI,
Giustizia: Il Monumento
Póstuma
Había,
una vez un Universo!...
Y en
uno de sus abismos,
como vertiente de fuego,
serpeaba una
vía láctea
con tenue claror de ensueño...
Y entre las constelaciones
de
aquella vía de incienso
errantes en lo infinito
del insondado misterio
había una, extraviada
cabe
la vía de ensueño...
Y
entre los varios sistemas
planetarios de aquel reino
como
todos, discurría,
el ido sistema nuestro...
Y hacia el núcleo del sistema,
bajo el rojo sol de fuego,
dócil a las mismas leyes
que sus hermanos sidéreos,
como mula de tahona
girando en círculo eterno
rodaba el orbe terráqueo
a la manera de un ebrio,
cogido en el torbellino
de su
propio movimiento...
La voz del Ecclesiaste
Entre el polvo de los mundos.
en el osario
sidéreo,
en la loca trayectoria
del insondado misterio,
¿qué fue de todo el sistema?
¿Qué del asteroide
nuestro?...
Hay como un doloroso silencio. A poco la voz
prosigue.
¿Qué de las floras y faunas,
de
las razas y los pueblos,
de los países del sol
y
de los mares de hielo,
de las ciudades gloriosas
y de los
vastos imperios;
de los dioses de sus cultos
y del culto
de sus genios;
de las fecundas pasiones
y los estériles
sueños,
de las olímpicas palmas
y de los
laureles épicos,
de las triunfales conquistas,
de
las razzias y saqueos,
de las gozosas matanzas
y del captar
prisioneros;
de los rebaños de esclavos
y del traficar
de siervos;
de los osarios pirámides
y los viaductos
sangrientos;
de las «urbes» formidables
que a la larga
construyeron;
de las civilizaciones
que albergaron en su
seno;
de los altos ideales
que los humanos tuvieron:
Fe,
Arte, Trabajo y Ciencia,
ritmo y luz, caricia y eco
del
sentir y del saber
del obrar y del ensueño?
¿En qué forma inmarcesible,
tras
de qué inmortal aspecto
florece aún su sapiencia,
palpita quizá su genio?
¿Qué fue de la humanidad?
¿De la obra de su esfuerzo?
¿De su trajinar penoso?
¿De
todos sus vanos juegos?
Vuelve a hacerse el doloroso silencio. Luego la voz repite
como con fruición siniestra:
una vez... un... Universo!...
una vez... un... Universo!...
De Ashaverus
Con la ingenuidad grandiosa del primitivo.
Desecaron las marismas,
fecundaron los
desiertos,
canalizaron los ríos,
dominaron los océanos,
rellenaron los abismos,
reconquistaron los cielos,
talaron
selvas y bosques
vencieron espacio y tiempo.
Cubrieron
los continentes
de ciudades y de templos,
iluminaron las
noches
aclararon el misterio,
con cálculos prodigiosos
y geniales instrumentos;
laborearon los metales,
inventaron
otros nuevos;
fraguaron obras grandiosas,
tuvieron sublimes
éxitos;
disminuyeron las plagas,
resucitaron los
muertos,
renovando la edad de oro,
en dioses se convirtieron,
hasta transformar el mundo
en inefable Eliseo.
La voz
del Ecclesiaste repite su fúnebre ritornello:
una vez... un... Universo!...
una vez... un... Universo!...
Una voz desconocida
Acaso la de Budda, Zoroastro, Confucio, Sócrates,
de alguno de los Cínicos o Estoicos, o la del propio
Jesús.
¿La terrestre Humanidad
tuvo humanidad
de hecho?...
¿Superaron a las otras
especies del Universo?
¿Amaestraron sus instintos?
¿Depuraron sus deseos?
¿Aplicaron
sus potencias
al mutuo mejoramiento?
¿Alguna
vez practicaron
la plenitud del derecho?
¿Realizaron la
justicia
en la vida de sus pueblos?
¿Alcanzaron la equidad
o la graduaron de sueño?
¿Fueron
sanos, fueron fuertes
fueron probos, fueron buenos?
¿En
el sentir y el obrar
hasta qué plano ascendieron?
¿Lograron emanciparse
de los
ritos fraudulentos,
de las malsanas costumbres
y de los
usos logreros?
¿Trozaron las tiranías
de los déspotas soberbios,
de las castas, de las
clases
y sus prejuicios protervos?
¿Se adueñaron
de las cosas,
suscitaron los sucesos,
por la compresión
felice
de causales y de efectos?
¿Vencieron
el fatalismo
hacia afuera y hacia adentro?
¿Afinaron sus
sentidos?
¿Adquirieron otros nuevos?
¿Lograron sensacionarse
y visionar algo inédito?
¿La
esfera de su cultura
llegó a ubicuar su centro?
¿Fraguaron nuevas neuronas
sin perturbar su intelecto?
¿En ellas, vibró la chispa
de augustos descubrimientos?
Diz que transformaron todo,
¿y se transformaron ellos?
¿Tras de domar la Natura,
domaron su propio Genio?...
Pues, en verdad, yo os digo
a
guisa de tardo ejemplo:
-Por si acaso rediviven
en algún
otro Universo,
nuevos soles, nuevos mundos,
nuevas faunas,
nuevos pueblos
nuevas civilizaciones
en la espiral del
progreso-.
¡De nada, sirvioles
todo
cuanto honraron, cuanto hicieron,
si no les volvió
mejores
en obras y en sentimientos!
El anfiteatro de la
Historia parece llenarse de remordimientos. Sombras dantescas,
como en las perspectivas nórdicas, le obscurecen y
pasan... Pasan en fuga, perfilándose macabramente,
a semejanza de los beduinos en los crepúsculos tempestuosos
del desierto. Luego, las sombras se prosternan, se aplanan
horizontalmente, como hundidas por el siroco del Verbo.
Son las sombras de las grandes categorías sociales:
de los fallidos de la moral práctica, de los bancarroteros
del Ideal... Son las sombras de los arquetipos de la civilización
burguesa: guerreros, políticos, agiotistas y mercatores...
La voz de los Siervos de las caravanas
Nos habían desterrado
a las marismas
de cieno,
tras de quemar nuestros ojos
con enrojecidos
hierros;
nos habían mutilado
como fieras, en el
sexo,
para acabar con la raza
de los fuertes y los buenos.
Tronchándonos nuestras manos,
arrancándonos
los dedos,
marcándonos en la frente
con la marca
de los réprobos,
dejándonos para siempre
desvalidos, indefensos...
Y todo,
porque intentamos
una alianza entre los siervos,
una amorosa
hermandad
de vergonzontes y hambrientos;
de cuantos desamparados
vagaban por el desierto
Porque
¡audaces! cometimos
el crimen de comprendernos,
de ayudarnos,
de servirnos,
de amarnos y defendernos,
y de aprender a
dormir
con ambos ojos abiertos...
Nos
habían desterrado
a las marismas de cieno,
tras
de quemar nuestros ojos
y mutilarnos el sexo.
Así
pasaron las noches,
así pasaron los tiempos
y grupos
de fugitivos,
de rebeldes, de libertos,
dejaron las caravanas
de raptores, de negreros,
y en busca de sus hermanos
llegaron
a nuestro seno...
Así las
generaciones
prohibidas se sucedieron,
en el cieno procreadas
y alumbradas en el cieno;
fuera de las capitales
que sus
padres construyeron
en los oasis amados
de las fieras del
desierto,
lejos del aire ancestral,
de sus soles y sus
cielos.
Errabundos, chapaleando
en el tremedal inmenso,
tropezando en las tinieblas
con
miríadas de esqueletos
de los padres, de las madres,
de todos cuantos murieron,
sin ver la sublime aurora
de
los triunfales regresos,
ni el sol aún más
sublime
del inmortal escarmiento.
Errabundos,
chapaleando
como manadas de puercos,
las energías
chupadas
cual por tentáculos fétidos,
sin
escuchar más rumores
que el graznido de los cuervos,
y el cauteloso sesgar
de los chirriantes murciélagos,
el escurrirse y rampar
de los engendros del cieno,
y el
cobarde suspirar
de los noctámbulos presos
en los
constrictores limos
del tremedal cementerio;
y las rugientes
blasfemias
de los locos y los ebrios,
y los ayes de las
hembras
y el jadear de los enfermos.
Todo
el sucio pesimismo
de los miserandos éxodos,
el
clamoreo infernal
de los desterrados pueblos
que chupaba,
como esponja,
la gran noche del desierto.
La voz ya familiar
lanza, desde lo inefable, su fúnebre pregón:
una vez... un... Universo!...
una vez... un... Universo!...
La voz de los Emancipadores
Dejamos las caravanas
de traficantes de
pueblos,
y las ciudades fastuosas
del fraude y el privilegio,
de las falsas jerarquías,
del ocio y sus vanos sueños.
Los hijos aherrojados
de los
ilotas del cieno,
desgarráronnos las fibras
sensibles
de nuestros pechos
con el tremendo relato
de los horrores
paternos.
Fuimos a mezclar la sangre
heroica de aquestes
cuerpos
con la emponzoñada sangre
de las hijas de
los siervos.
Para engendrar una
estirpe
de libertadores férreos,
con alma de iconoclastas
y tesón de misioneros.
Para
que reconquistaran
la posesión del desierto,
las
ciudades, los oasis,
aire y agua, pan y sueño.
Y para que derribaran,
hasta nivelar
el suelo
las milenarias pirámides
que respetaron
los vientos.
Pirámides
que las razas
de los esclavos hicieron,
rodando, hombro
con hombro,
sus pedruscos gigantescos
hasta llenar con
sus moles
la inmensidad de los cielos.
Pirámides
carcomidas
por la garra de los tiempos,
llena de gloria
por fuera,
de podre y momias por dentro.
Fuimos
a mezclar la sangre
heroica de nuestros cuerpos,
con la
envilecida sangre
de las hijas del desierto.
Engendramos
una raza
de gladiadores espléndidos,
terribles,
como leopardos
y fuertes como camellos.
Todos
juntos, en la noche,
preparamos el regreso,
desecando las
marismas,
solidificando el cieno,
laboreando las conciencias,
marcando los derroteros.
¡Cuántas
veces recorrimos
los fangales del desierto,
tropezando
en las tinieblas
con miríadas de esqueletos!
¡Cuántas
veces recorrimos
el tremedal cementerio,
donde yacían
algunos
encharcados hasta el pecho,
hasta las rodillas
otros,
muchísimos hasta el cuello;
¡y tantos hasta
los ojos,
hasta los mismos cabellos!...
Y los más,
ya sumergidos
para siempre bajo el cieno.
Las sombras gesticulan
supremos conjuros. Hundidas en el polvo, husmean el aire
revolucionario. Huelen la tempestad que se avecina. Es el
momento del ¡Sálvese quien pueda! Pero ninguna de
ellas parece poder, querer ni saber hacerlo.
La voz, ya
familiar, lanza desde lo inefable su fúnebre pregón:
una vez... un... Universo!...
una vez... un... Universo!...
La canción del Regreso
Cantan los Emancipadores:
Del otro lado del Mundo
quizá no
haya tanto cieno,
del lado de las Pirámides
y los
oasis ubérrimos.
Iremos
a ese otro Mundo,
aunque se nos caiga el cielo,
al resplandor
de los rayos
y al redoblar de los truenos.
Haremos
una calzada
a lo largo del desierto,
hasta encontrar tierras
firmes
de tibio y fecundo seno.
¡Vía
crucis, vía Apia
de zarzales y esqueletos,
de lágrimas
corrosivas
y de sudores sangrientos!...
Hay un momento
sublime de silencio. Luego, toda la canalla, como una masa
coral inmensa, acompaña el canto de los emancipadores
en un delirante crescendo, verdaderamente resurreccional.
Haremos picos de fémures
y jabalinas
de huesos,
hondas de humanos tendones,
y piedras de cráneos
yertos,
y dardos emponzoñados
con curare de sus
sesos.
Llegaremos a la orilla
del río de sangre y fuego...
que circunda a las
ciudades
y a los oasis ubérrimos;
haremos un subterráneo
bajo el río... y pasaremos.
¡Oh,
libertos de la gleba,
entrañables compañeros!
¿Cuándo apuntará la aurora
de los rojos disangelios,
tras del feroce guerrear
de los grandes entreveros?...
¿Cuándo habremos de abrazarnos
sobre los escombros viejos,
en la solidaridad
del Amor
y del Derecho?
¿Derribadas las
Pirámides
fecundados los desiertos,
las mentes ascensionadas
y ennoblecidos los pechos,
todos uno y uno todos
en el
gran Todo Universo?
Las Sombras de los grandes fallidos
tienen como un erizamiento de cabellos. Han sentido pasar
el escalofrío de Job. Cada categoría de arquetipos
parece rebuscar sus instrumentos o atributos profesionales.
Los guerreros, sus armas: los emperadores, sus cetros; los
pontífices, sus tiaras; los políticos, sus
gestos; mercatores, agiotistas, fariseos y publicanos de
la sinagoga burguesa, el fruto de los sudores... ajenos.
Todos hacen como que empollan sus riquezas; se abrazan a
sus privilegios, en vías de ser dispersados por el
siroco del Verbo revolucionario... Miran horrorizados hacia
los rojos horizontes donde aún se yerguen las viejas
Pirámides de su «civilización»: Propiedad privada,
Monogamia indisoluble, Estados y cultos, logreros e irracionales...
Y tiemblan por las Pirámides y por ellos. Tiemblan,
porque sospechan que esta vez el Verbo hecho Humanidad no
sólo será siroco ideológico, si que
también terremoto económico social... ¡Si sólo
viniera el siroco, las Pirámides continuarían
intactas! Mas si tras el siroco sobreviene el terremoto...
adiós, Pirámides, ¡adiós todo!... El
Verbo revolucionario, hecho clase social, hecho Humanidad,
está a punto de barrer el desierto de su «Civilización».
Y algunas de las Sombras se interrogan: ¿Qué será
de nuestras caravanas sociales sin sus Pirámides seculares?...
¿Qué será de nuestras Pirámides sin
la idolatría de sus caravanas?
La voz ya familiar,
salmodia su fúnebre pregón:
una vez... un... Universo!...
una vez... un... Universo!...
La voz desconocida:
¿Realizaron la Justicia
aunque fuere a
sangre y fuego?
¿Grabaron al arma blanca
en el alma de
los pueblos,
como las dobles efigies
de los medallones
regios,
o las rúbricas fabriles
de los tajantes
aceros:
en el anverso: Equidad
y en el reverso Derecho?
Tramontaron las montañas
del odio y del privilegio
que, separando a los hombres,
desnivelaban los pueblos?
¿Volaron las fortalezas
y los
castillos roqueros,
las cárceles y abadías,
los cuarteles y conventos,
las torres dominadoras
y los
subterráneos negros?
¿Terraplenaron
un día
-con manos de satisfechos,
con lenguas de
parlanchines,
con vísceras de negreros,
con cuantas
literaturas
opiaron al pobre pueblo-,
los mares de sangre
humana,
los báratros del subsuelo,
donde el trágico
grisú
sorprendía a los mineros
con explosiones
de bombas
y llamaradas de incendio?
¿Derribaron
los burdeles,
los areópagos, los templos
y las mortuorias
ergástulas
del dios manufacturero?
Los iconos, las
estatuas,
los símbolos, los trofeos,
los lábaros,
las banderas,
los arcaicos monumentos,
las insignias anticuadas,
flora y fauna de museos?
¡Convirtieron
en pavesas,
dispersaron a los vientos,
retornaron hacia
el polvo
en reverteris supremo,
todo el viejo ilusionismo
de las clases y los gremios;
de los «oficios divinos»
y los oficios terrenos;
de las vestes nobiliarias
y los
hábitos plebeyos;
de minorías ociosas
en
gracia de vanos fueros,
y jadeantes mayorías,
cariátides
del progreso?
Hay una pausa, durante la cual el eco de la
Voz ya familiar difunde su pregón ultraterrestre:
una vez... un... Universo!...
una vez... un... Universo!...
La Voz desconocida prosigue
su genial catilinaria:
¡Ah, rebaños de la tierra,
sumisos
de todo tiempo,
laborantes, sudorosos,
bajo los arduos
señuelos!
¡Lamedores de coturnos,
escabeles polvorientos,
acémilas resignadas,
con vocación de corderos!
¡Y vosotros, criminógenos,
arrastra-sables abyectos,
canalla la más canalla
entre la hez de los siervos,
chusma degenerescente
de
todos los hemisferios,
brazos venales de Marte,
carnadas
de mataderos!...
¿Hasta cuándo
asesinasteis
a los hombres, a los pueblos,
por la fuerza,
por la astucia,
por ignorancia, por miedo,
por la sugestión
del mando,
y la angurria del ascenso?
¿Hasta cuándo
obedecisteis
a los vampiros hambrientos,
conquistándoles
naciones
trocadas en cementerios?
Hasta
cuándo les vendisteis
vuestra sangre, vuestro cuerpo,
la vida de vuestros hijos,
el honor de vuestros nietos?
¿Hasta cuándo, sin conciencia,
sin alma, sin sentimientos,
merodeando en lo podrido
y
custodiando lo muerto?...
¿Hasta cuándo, mercenarios?
¿Hasta cuándo, mazorqueros?
¿Alguna
vez comprendisteis
la infamia de tal empleo,
tras de haberos
comparado
con gusanos cadavéricos?...
¿Alguna
vez, las campanas,
neumáticas de esos pechos
sorbieron
el aire libre
que renueva a los libertos?
Vuestros
corazones broncos
como badajos de hierro,
perennemente
doblando
su lento toque de muertos,
¿nunca jamás
repicaron
su propio Renacimiento?...
¿Alguna
vez, redimidos
de sus legendarios yerros,
trocáronse
para siempre
en tonantes campaneros
de la Causa Humanitaria
y los férreos Disangelios?
En el silencio de lo inefable pasa una visión. La
tempestad del Verbo revolucionario ha barrido el desierto
de la «civilización» burguesa. Las grandes Sombras
han desaparecido. El terremoto del Verbo, hecho clase social,
hecho Humanidad, ha dado al traste con las viejas Pirámides
institucionales: Propiedad privada, Monogamia indisoluble,
Estado y cultos logreros... Y pasan las nuevas caravanas
sociales llenando de cantos de trabajo, de amor y de solidaridad,
la interminable peregrinación... El desierto ya no
es tal. El acuerdo colectivo hale transformado en un inconmensurable
oasis, abierto a todos los seres conscientes de «buena voluntad».
Buen sol para las tierras nuevas del nuevo Mundo. ¡Buen
tiempo! ¿Hasta cuándo?...
Hasta el próximo
siroco de algún otro Verbo más o menos selectivo,
estimulante, ascensional!...
La voz desconocida prosigue
su inmortal interrogación:
La terrestre humanidad,
¿Tuvo humanidad
de hecho?
¿Fue ella quizá mejor
que otras del Universo?
¿Tras de domar la Natura
consiguió
domar su genio?
Diz que transformaron todo,
¿y se transformaron
ellos?..
Pues, en verdad, yo os
digo
a guisa de tardo ejemplo,
-por si quizá rediviven
en algún otro Universo
nuevos soles, nuevos mundos,
nuevas faunas, nuevos pueblos,
nuevas civilizaciones
en
la espiral del progreso-:
De nada
sirvioles todo
cuanto honraron, cuanto hicieron,
si no
les volvió mejores
en obras y en sentimientos.
Si jamás se emanciparon
del infer-hombre
logrero
trocándose en super-hombres
del mutuo mejoramiento.
Si nunca jamás lograron
la plenitud de sus sueños
de Libertad, de Justicia,
de Belleza, de Derecho.
La muerte
de la Miseria
en la vida de los pueblos;
la apoteosis del
Trabajo
breve y fértil, sano y técnico.
La áurea solidaridad
en la acción
y en el ensueño,
el acuerdo ascensional
de todos
los intelectos:
El reinado de
Utopía
tronado en los Disangelios.
La Voz ya familiar,
con una ironía sobrehumana, salmodia su pregón
ultraterrestre: