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Con lirismo apuntaba Palma en 1872 en «Un virrey y un arzobispo»: «La época del coloniaje, fecunda en acontecimientos que de una manera providencial fueron preparando el día de la Independencia del Nuevo Mundo, es un venero poco explotado aún por las inteligencias americanas», ed. Aguilar, p. 564. Las cursivas son mías.

 

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El ataque contra la presidencia de M. Pardo (1872) era evidente para los lectores de «Pepe Bandos» (1874) en la frase: «Diríase que la cosa pasaba en estos asendereados tiempos y que se trataba de la elección de presidente de la República en los tabladillos de las parroquias. Véase, pues, que también en la época colonial se aderezaban pasteles eleccionarios», ed. Aguilar, p. 546. Sobre el tumultuoso proceso electoral de 1872 véase C. Mac Evoy: Un proyecto nacional en el siglo XIX, Lima: PUCP, 1995, p. 290.

 

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Véase «Las orejas del alcalde»: «Ojalá siempre los gobernantes diesen tan bella respuesta a los palaciegos enrededores, denunciantes de oficio y forjadores de revueltas y máquinas infernales!», ed. Aguilar, p. 125.

 

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Véase «Los azulejos de San Francisco» (publicada en la Segunda serie en 1874): «hijos legítimos de España, no sabemos conservar sino destruir [...] ¡Nuestra incuria es fatal!», ed. Aguilar, p. 316.

 

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Véase «¡Beba, padre, que le da vida!»: «no estaban de moda las garantías individuales ni otras candideces de la laya que hogaño se estilan», ed. Aguilar, p. 425.

 

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«El tamborcito del pirata» de 1883 figura esta reflexión amarga: «¡Es mucho cuento la ilustración de nuestro siglo, escéptico, materialista y volteriano!», ed. Aguilar, p. 277. Esta tradición que hace hincapié en la derrota de la escuadra española ante los corsarios holandeses frente a Cañete sin duda fue leída por los contemporáneos como la dramática anticipación de la incompetencia nacional en la defensa de la Costa Sur frente a la armada chilena.

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