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Carta a D. Tomás Bretón


Leopoldo Alas



[Indicaciones de paginación en nota.1 ]





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Muy respetable señor mío: Acabo de leer su último artículo acerca de «La Música Nacional», en el núm. 156 de La Opinión y resultando que en él hay, acaso, una alusión a ciertas palabras de un palique mío; publicado también en La Opinión, y considerando que yo jamás dejo ni dejaré sin respuesta a las personas decentes que me honran tomando en cuenta mis escritos, fallo que debo contestar y contesto a su artículo... hipotéticamente; esto es, suponiendo que usted aludía a mí, en efecto. La modestia y la convicción de lo poquísimo que valgo, no me permitirían atribuirme la alusión; pero como otras señas clarísimas me hacen ver que a mí debe usted de referirse... dejo a un lado escrúpulos, y con la salvedad apuntada, entro en materia (Nota: Don Tomás Bretón, en una réplica llena de elogios inmerecidos, contestó al autor declarando que, en efecto, a él había aludido).

Pero no: todavía no entro.

Tal vez extrañe usted que siendo yo colaborador de La Opinión, donde están las palabras mías a que usted alude, no le conteste desde ese periódico en que ambos escribimos; pero es el caso que allí tengo comenzado un cuento... y no es cosa de dejarlo; y aquí, en el Madrid Cómico, no tenía hoy asunto preparado... y aprovecho este.

De modo que ya está todo explicado y ahora sí que entro en materia.

Dice usted, defendiendo la ópera nacional: «Llegado a este punto, leo un artículo de... que de pasada alude a la ópera nacional, para burlarse de ella. Yo creo que no hace bien».

Sr. Bretón, a pesar de la suavidad del palmetazo, crea usted que, por si va conmigo, me ha llegado al alma; yo le explicaré en seguida por qué.

En vano está usted todo lo fino, todo lo amable y sincero que usted quiera: el palmetazo me escuece. ¿Sabe usted por qué? En parte porque tiene usted razón, hasta cierto punto. Pero principalmente porque su censura, comedida y todo, supone, sin que usted lo sepa tal vez, que yo me burlo de lo que no entiendo.

No, Sr. Bretón: yo no entiendo una palabra de música nacional ni extranjera. Que conste eso a todas las generaciones venideras; yo no entiendo una palabra de música. Tengo, además, muy mal oído; o por lo menos, una memoria musical detestable. Después de mi querido amigo Pepe Mourelo, acreditado crítico de música, creo que soy el español que peor canta. Mourelo no sabe cantar la Marcha Real; yo sí; pero de ahí no paso.

Si yo me hubiera burlado de la música española, de la que nada se me alcanza, no me lo perdonaría en mi vida.

Soy un ignorante en general, pero puedo decir, y en buena hora lo diga, que siempre he procurado conocer a fondo aquello de que me burlo. Mi única pretensión en este mundo es saber burlarme a tiempo.

Nunca me burlaré de la música española, ni de la china, ni de la celestial; de ninguna.

Repito que no entiendo de eso, y yo tengo el valor de mi ignorancia. Una de las cosas que más admiro en Gustavo Flaubert es haber rehusado el cargo de crítico de pintura que le ofreció un gran periódico, dispuesto a pagarle muy bien. Flaubert pudiera hablar mucho de cuadros, pero ignoraba el tecnicismo del arte (no las palabras técnicas, que, como usted sabe mejor que yo, son otra cosa), y le pareció ridículo meterse en tales críticas. Hizo perfectamente.

Yo he leído también algo de estética de la música; pero eso... es música. Como hacen tantos otros, pudiera meterme a discutir con usted y con todos los maestros del mundo, porque aquí tengo en mi librería varios diccionarios e historias de la música, con láminas y todo, como el elegante Manual de H., Lavoix, y folletos de Wagner y el Drama musical de Schuré, y a Ortigues, sobre el Canto llano, con más mil lucubraciones de Hegel, Krause, Vischer, Levesqueke; y tomándolo por lo físico, libros de Laugel y de Helmotz, y al mismo estético austriaco Hanslich; y si usted me apuraba un poco, que sí me apuraría, yo me refugiaría, como en un reducto, en la laringe, y allí, braceando gracias a los autores de estos estantes míos, no me cansaría de hacer alarde de ciencia fonológica (como diría yo); y en caso de mayor aprieto, de un salto me colocaría en el oído, y hasta sería capaz de escribir artículos estético-músico-anatómico-históricos, remontándome a las orejas de nuestros mayores, y acompañando el texto con grabados explicativos, copiados detrás de un cristal en un papel fino, de cualquier librote extranjero. Todo esto y, más podría hacer; pero como al fin y al cabo usted llegaría a demostrar que yo no sabía lo que era arquitrabe, ahorro polémica: yo le juro que lo   —48→   que es por mí no se ha de retrasar ni un día el triunfo de la ópera nacional.

Venga la ópera, y cuanto antes mejor; venga cualquier cosa; todo, menos Cánovas.

En el artículo a que pienso que usted alude, yo trataba de nuestro teatro nacional, del teatro de Lope y de Tirso, de Calderón y Rojas, etc.; pedía dinero, no para mí, sino para la restauración escénica de nuestra poesía dramática; y si como buen arbitrista disparataba al buscar recursos y expedientes, conste que lo hacía a propósito y por vía de broma. En mi artículo, lo único serio era la alabanza de nuestro gran teatro, y el deseo de que se restaure; lo demás pura boutade, como dicen los corresponsales de París. ¿Había de pretender yo en cuatro líneas dar un específico para salvar el teatro?

La ópera nacional... ¡Dios la bendiga! Y a todos ustedes los que son capaces de escribirla, ¡Dios los bendiga también!

Yo -y hoy no tengo más remedio que imitar al estilo de Cánovas-; yo, aunque ignoro tanto en materia de música, soy apasionadísimo de ella, y más cada día; a cada nuevo desengaño de la vida, más melómano. ¿Melómano he dicho? La palabreja, aunque legítima etimológicamente, me suena mal; la retiro; en fin cada vez me gusta más oír cantar y tocar; y usted y sus colegas Chapí, Marqués, Arrieta, etc., etc., me han hecho gozar mucho con sus obras, y también soñar mucho, aunque me he guardado muy bien de publicar mis Sueños, con prólogo de nadie.

Sí, Sr. Bretón; yo, partidario de Zola en muchas cosas, no le sigo en su guerra a la música, y en esto me acerco a Schopenhauer, al cual la música le hablaba de un mundo bueno que no había, pero que debía haber.

Desde el paraíso del Real, sin meterme con nadie, he oído yo años y años toda la poesía vaga y sublime que he querido; en parte alguna he sentido tanto como allí, y repito que sin meterme con nadie... En fin, todo esto pertenece más bien a unas Memorias de Clarín (que no pienso escribir, Dios me libre), que a la ópera nacional.

Si hay que firmar algo para que esa ópera florezca, cuente usted conmigo; y si es cosa de subir la contribución, que la suban; así como así, ya está por las nubes. Lo único que no admitiré, aunque se hunda, no va la ópera, sino el mundo, es un puesto en la junta directiva. Dirá   —49→     —50→   usted que en qué junta. No lo sé a punto fijo; pero verá usted cómo, si se hace algo por la ópera, lo primero es una junta directiva de la que serán vocales, sin falta, D. Modesto Fernández y González y D. Jesús Pando y Valle, secretario.

Pienso, como usted, que deben protegerse todas las artes. Sí, señor, las artes y las ciencias; pero en esta materia todos los españoles somos Calomardes, es decir, protegemos los toros. Y ese es el camino; si ustedes los maestros quieren que haya verdadera ópera nacional, entiéndanse con Lagartijo, que les dé la alternativa, y canten ustedes en la plaza. Aquí todo lo nacional ha de ser de puntas; y si no, no hay nación que valga.

Además, Sr. Bretón, a mí me consta que un señor muy influyente en la política, que no es Cánovas por supuesto, anda trabajando eso de proteger la música nacional, pero quiere que le guarden el secreto: ¿y sabe usted por qué? Pues porque no quiere que se enteren los fusionistas que no han cabido en el presupuesto. Y uno de ellos, que ha prestado grandes servicios a la libertad, ha sabido algo, y le decía a mi hombre, que es ministro:

-Mira tú, Fulano, yo sé que vais a fundar la ópera nacional; pues ojo, y que no se me olvide; la primera ópera subvencionada ha de ser la de mi yerno, el que no pudo salir diputado; y en cuanto a la primera cátedra que se cree... no espero que nadie me la dispute...

¿Qué quiere usted, Sr. Bretón? El mundo está así (el mundo de que yo hablo es España, por supuesto): inventan algo los liberales, lo piden a gritos sus correligionarios... y después vienen y se lo comen los conservadores. Crean cátedras los demócratas... y se las tragan los acólitos de Alejandro Pidal.

Nada: hagan ustedes un gran teatro lírico español, y si todas las tiples y contraltos no resultan pidalinas, me dejo yo leer el discurso de Ruiz Gómez, con la contestación de Toreno, o viceversa, como sea. ¡Artes! ¡Ciencias! Sr. Bretón... Si usted quiere de eso, vámonos con la música a otra parte.

Clarín
Escritor





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