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Volumen 8 - carta nº 168

De MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
A   JUAN VALERA

Madrid, 7 diciembre 1886

Mi muy querido amigo: No por negligencia, ni por olvido, sino por mil ocupaciones menudas que quitan el tiempo tanto como las grandes, he dilatado hasta hoy la contestación a sus últimas muy gratas. Afortunadamente estoy bien de salud, y agradeciendo de todo corazón la cariñosa solicitud de Vd. en este punto, prometo para en adelante la enmienda.

Ante todo debo decir a Vd. que he leído el artículo 6.º de los Apuntes acerca del naturalismo con igual o mayor fruición que los anteriores, viendo en él castigado, con toda la indignación que merece, el espíritu de sórdida y vil ganancia que es hoy la plaga de la literatura francesa, y que acabará por lanzarla en la más grosera y abominable prostitución que puede imaginarse. Preferible es mil veces la teoría aristocrática de Alfieri en su tratado de El Príncipe y las Letras.

Celebro igualmente que haya empezado Vd. a hacerse cargo de la novísima escuela lírica, pesimista o nihilista, escuela de mentecatos soberbios que declaran guerra a muerte a la sociedad, porque la sociedad no satisface todas sus brutales concupiscencias, y porque no creyendo en ningún género de vida ultraterrena, tienen por calamidad infanda y crimen inexpiable el que el resto de los humanos no los acate como semidioses compliqués, ni los encumbre al pináculo de la celebridad de la fortuna y de la fama. A mi entender, por grande que sea París (y lo es mucho, sin duda), para las cosas del espíritu será siempre un villorrio, mientras los escritores parisienses no se convenzan de la necesidad de vivir en comunicación intelectual con el resto de los humanos, y de no limitar el campo de su observación a esfera tan pobre y limitada, como la de un pueblo que, naturalmente y a pesar de tantas condiciones brillantes, ha caído en verdadera degradación artística.

Ha hecho usted justicia a Gautier y a Mérimée. Yo gusto

mucho de entrambos; pero, sobre todo, de Mérimée, que, a mis ojos, es, en algunas de sus obras, un escritor perfecto, tan sobrio y preciso como Voltaire y mucho más artista que él, aunque menos rico de ideas.

En cuanto a T. Gautier, le tengo cierta mala voluntad por haber dado ocasión consciente o inconscientemente a todas las ferocidades de color que se permiten los naturalistas (burdos imitadores de un gran modelo) y a ciertos refinamientos de dicción y a ciertas tentativas de poesía pictórica, que me parecen afectadas y no me gustan. Pero, en general, le leo con mucho [sic], y sobre todo el Capitán Fracasse me parece una joya, tanto más simpática para mi, cuanto más se acerca a las novelas picarescas de nuestro siglo de oro.

Las barajas irán dentro de unos días. No las he encontrado de toros, pero irán de las comunes.

Creo recordar que la Memoria de Monseñor Namèche acerca de Luis Vives, se imprimió en un tomo de Memorias de la Academia Real de Ciencias y Bellas Letras de Bruselas. Aunque no se encuentre la Memoria suelta, es fácil que pueda encontrarse este tomo. En tal caso, haga Vd. el favor de remitirmele.

Continúe Vd. sin descanso los artículos sobre el naturalismo hasta acabar el libro. Catalina le imprimirá en seguida.

La Apología del Catolicismo, de Monseñor Van Weddingen, me ha gustado, pero la conceptúo menos filosófica que la del P. Mir y la de un presbítero catalán, llamado Comellas, autor también de un libro de Metafísica bastante notable, que se intitula Doctrina sobre la dirección al Ideal de la Ciencia.

De todos modos, Monseñor Van Weddingen es un apologista notable, y yo me alegraría de entrar en relaciones con él. No tengo ya ejemplares de los Heterodoxo,> pero le enviaré cualquier otra cosa mía.

Quien tiene ejemplares de los Heterodoxos, aunque pocos, es mi editor, el cual no dudo que tendrá gusto en enviarlos

los a Bruselas con la esperanza de vender alguno. Dígame Vd. el nombre y las señas de ese librero para que yo se las trasmita al mío.

Gabino Martorell anda muy contento desde que sabe que Vd. va a escribir pronto el prólogo de los versos de su hermano.

He recibido la disertación de Monseñor Van Weddingen sobre Alberto el Magno, y su comentario a la Encíclica del Padre Santo sobre los estudios filosóficos. En cuanto los lea, diré a Vd. mi parecer sobre ellos, dándole, entretanto, las gracias. No sé por qué se me ha puesto en la cabeza que la Revista de España, según lo pésimamente dirigida y administrada que está, no promete larga vida. Téngalo Vd. en cuenta para completar la serie de sus artículos antes que la Revista muera.

Créame Vd. siempre su mejor amigo, que b. s. m.

M. Menéndez y Pelayo

 

Valera-Menéndez Pelayo, p. 325-328.