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Carta dirigida a un vecino de Cádiz sobre otra del L. J. A. C. un «Literato Sevillano» con el título de «La Loa restituida a su primitivo ser»

Su autor Rosauro de Safo, con una epístola de Leandro Misono en nombre del Literato Sevillano

Juan Pablo Forner



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Carta dirigida a un vecino de Cádiz sobre otra del L. J. A. C. un Literato Sevillano con el título de La Loa restituida a su primitivo ser

Amigo y señor mío: aplaudo sobremanera la honrada determinación de Vm. en tomar la pluma contra el bonísimo Don Hugo Imparcial, si osase responder a la solidísima carta del Autor del Filósofo enamorado. Yo también le contestaría de buena gana, si no estuviese tan cierto de la capacidad de Vm. para hacerlo, y si no tuviese la pluma en ristre contra otro folletista peor diez veces que el mismo Don Hugo, si puede hallarse otro peor. Al arma, amigo: al arma. Esta raza de escritorcillos pigmeos que procuran corromper el buen gusto, y pugnan por levantarse sobre las alas que da un orgullo estúpido, hasta poner las manos osadas en los gigantes de la literatura, no debe gloriarse impunemente. Acuérdese Vm. de aquella coplita que sabe:

  —4→  
    «Muera, muera la impía turba,
que mancha con labio obsceno
de la gran hija de Jove
los sacrosantos misterios.»

El Autor del Filósofo, y de la Loa recitada para la apertura del Teatro de esta Ciudad no debe detenerse a impugnar estos censuradores mezquinos. Debe seguir ilustrando a su patria, que tiene derecho para exigir los frutos de su literatura. Para confundir la idiotez y maledicencia son necesarios pocos esfuerzos. Y si acaso llegan a obtener un aplauso pasajero en la credulidad del vulgo ignorante, prontamente se desvanece; y el nombre respetable que han ultrajado, pasa con veneración a la posteridad, al mismo tiempo que sus míseros impugnadores yacen sumidos en un olvido ignominioso.

Vm. sabe cuánto estrépito ha suscitado aquí la Loa y la carta que la acompaña; que ya han comenzado a salir papeletes en contra suya y se espera otra porción de ellos celebrados de antemano ruidosamente. Pero acaso no sabrá Vm. que acaba de publicarse una carta de un Literato Sevillano, bajo el título de la Loa restituida a su primitivo ser: el más ignorante y osado de cuantos folletos han abortado las prensas. Su intento es, o debería ser a lo menos la impugnación del Teatro, cuya defensa se hace en la Loa. Vm. ha oído en muchas ocasiones mi sentir acerca de nuestra   —5→   escena, y yo no pienso manifestarlo públicamente, cuando se tratan con tanto ardor las disputas sobre su licitud. No es esto necesario para impugnar la carta del literato. La causa que él pretende defender es buena; aunque por su desgracia pueda perder mucho en manos de tales abogados. Como en dicho papel se injuria horriblemente al Autor de la Loa a nombre de un Sevillano, he querido por amor a la honradez, y buena literatura que se haga por otro Sevillano la defensa: porque sería gran lástima que perdiese esta Ciudad el buen concepto que merece su cultura y urbanidad, por la estolidez y malevolencia de un hijo suyo. Sí Señor: el tal papelote es la demostración más convincente del corrompido gusto, pedantería, insolencia, y mala fe de su Autor. No piense Vm. que esta es una de las censuras vagas, que se usan entre los profesores del charlatanismo moderno, que nada especifican. Yo lo mostraré por partes.

Después de hacer gran algazara sobre una ridiculez pueril acerca del nombre, que deberá darse a la Loa, pasa a criticar el lenguaje del Prólogo del Genio, que no entiende, en lo cual manifiesta las bellísimas ideas que tiene acerca de la locución poética. A guisa de un frío Gramático, que pretende una exactitud lánguida e insípida en la dicción, reprueba la abundancia de epítetos que usa el Autor de la Loa, y que han usado cuantos buenos Poetas ha habido en todas   —6→   las naciones y siglos. Vergüenza es haber de repetir una doctrina tan vulgar aun entre los aprendices de Poética, a un hombre que se estimará sobre Píndaro y Horacio; pero tal es la instrucción de nuestros fabricadores de folletos, que es menester enseñarles frecuentemente los principios más triviales de las artes, sobre que deciden con estúpida soberanía. Oiga pues el Señor Literato a un Sevillano1 harto más instruido que él en la verdadera Poética, cuyas palabras quiero trasladarte aquí, porque pienso sin temor de errar, que no las habrá leído en su vida. «Los epítetos, llamados por otro nombre apósitos, y en vulgar ayuntados, son muy frecuentes a los Poetas, que se sirven de ellos libremente, porque les basta que convengan a la voz que se juntan, y así ninguno reprehendió en ellos el humido vino, los dientes blancos...; porque siendo suave la Poesía de su naturaleza..., entre todos los ornamentos suyos son más alabados los epítetos, como más suaves, y que dan mayor deleite». Ya se ve: como los antiguos ignoraron la Poética del Sevillano iliterato, no es de extrañar que llevados de estas ideas rancias, fuesen tan pródigos en el uso de los epítetos. Sin pasar a los Griegos, abundantísimos en usarlos, podía leer el buen Sevillano con más reflexión a Horacio, y a Virgilio, los príncipes del estilo   —7→   Poético latino, y aprenderla entre otras muchas cosas a no censurar la continua frecuencia de epítetos en los nombres. Los Italianos, que han sido los restauradores del buen gusto, cuyo principado en la Lírica pueden disputar solamente los Españoles, han hecho tanto aprecio de los epítetos, que a veces se encuentran seis u ocho puestos a un solo nombre en sus mejores Poetas. ¿Y qué diremos de los nuestros, especialísimamente de Herrera, de Balbuena, cuando escribe con juicio, y del Br. de la Torre? El Señor Literato sin letras no los ha leído jamás, y acaso no habrá oído mentar a alguno de ellos. Pues sepa que los tres dichos son cabalmente los que han hablado mejor nuestro fecundo y gallardísimo lenguaje Poético, y han manejado con más acierto las gracias y bellezas de la dicción; y sepa también que hay canciones enteras, particularmente de Torre, en que apenas apenas se hallará nombre sin uno o más epítetos. No solo sirven estos de calificar las cosas, representándonos diversas ideas de ellas, como cuando se dice noche serena, o turbia noche; sirven también para dar energía y fuerza, o gracia, o suavidad, o majestad, o belleza a lo que se dice. El nombre solo nos presenta la cosa desnuda y sencillamente sin novedad alguna; porque las cosas y sus nombres son las más veces triviales. No así los epítetos; los cuales como nuevos y buscados estudiosamente, y como que significan las propiedades   —8→   más brillantes y oportunas de la cosa misma, le añaden esplendor y realce, y excitan el deleite y la maravilla que pretende el Poeta. ¿Si me habrá entendido el Señor Sevillano? Vaya un ejemplito para aclararlo más. Nuestro Literato, y cualquier otro versista de prosa ratera diría así, y tal vez lo diría peor:


    Como pasa en la noche
el rayo de la Luna entre las nubes.

En estos dos versos hay una imagen: todas sus palabras son escogidas. De aquí nace que estos versecillos sean infinitamente mejores, que cuantos abortan en cien años todos los rimadores de la legua. Pero en estos versos no hay epítetos. ¿Y qué sucede? Que nos presentan una buena imagen; pero vulgarmente. Aquí no encontramos la pompa, la viveza, y gallardía, que en estos otros:


    «...Cual tibio pasa
amortiguado entre celajes pardos
el brillo de la Luna en turbia noche».

Versos tan hermosos, como los más excelentes que tenemos de nuestros mejores Poetas. ¡Con cuánta mayor energía se nos presenta aquí el objeto, que en los anteriores! Aquí se ve una noche tenebrosa, cuya obscuridad no puede vencer el trémulo rayo, el amortiguado y opaco brillo de la   —9→   Luna, que pasa débilmente por entre pardos celajes que se le oponen. Todo esto da cuerpo y colorido al objeto; y un pintor halla en estas solas palabras todas las partes de un excelente cuadro. Aquel tibio nos hace ver vivísimamente la flojedad, la falta de brío, con que penetra el brillo de la Luna los oscuros celajes. La voz turbia nos pone de bulto una noche, no como quiera, sino confusa, escasa de claridad. Tal es la significación de estas palabras. Y en fin cada uno de los demás epítetos está puesto con grandísima inteligencia, y pienso que no hay uno tan solo que pueda mejorarse. Baste decir que habiéndome oído los versos anteriores un sujeto instruidísimo, y de bellísimo gusto en la materia, que no se acordaba de haberlos leído en los Discursos filosóficos, me dijo inmediatamente que eran de Balbuena (cuidado que quien dijo esto ha leído a Balbuena, y cuidado que no es esta una historieta fingida): lo cual es la suma alabanza que se puede dar a unos versos, para cualquiera que entienda algo más del asunto, que el Literato de Sevilla. ¡Desgraciado suelo, donde cantó un tiempo el divino Herrera, y el inmortal traductor del Aminta, ocupado ahora de búhos y cigarras!

Pero nuestra literatísima criatura se mofa de estos versos, censurando los epítetos de tibio brillo, y turbia noche. Tal es su finísimo discernimiento. Bien que el pobrecillo habla en esto   —10→   por boca de ganso, porque esta infelicísima crítica es robada a la letra de otro tan instruido en la materia como el Sevillano: quiero decir, del Teniente del Apologista universal, que en un papelillo vulgarísimo graznó años pasados una censura asnal de los Discursos filosóficos. De allí copió los versos que impugna, y que jamás ha visto en su original, y de allí trasladó también la coplilla de taberna que dijo el chulo socarrón; aunque sin advertirnos que lo había tomado de otra parte, porque esa devoción no tienen los plagiarios. Reprueba el Literato, o más bien su maestro el Apologista, o su Teniente (que cualquiera de ellos sabía tanta Poética como el mismísimo Rengifo): reprueba pues los epítetos de tibio y turbio, por una razón, que aunque algo groserilla en sí, es a lo menos sólida, y concluyente: y es, que ambos se aplican a la orina. Como el Sevillano, y su original, y cuantos pedantes hablan lo que no entienden, acostumbran manifestar sus ilustradísimos juicios en algarabía, sin ser capaces de fijarse en nada, ni dar fundamento de lo que censuran, queda a cargo del pío lector desentrañar sus badajadas, y darles la inteligencia que tuviere por conveniente. Así que no sabemos cuál es el grande pecadazo de aquellos epítetos para que no puedan usarse por un Poeta. A mí me parece que quisieron reprobarlos por bajos; y por eso dirían que se aplican, o pueden aplicarse a la orina. Y si es así, es menester   —11→   abstenernos en adelante de infinitas palabras nobles de suyo, pero que pueden acomodarse a alguna cosa menos decente. Porque a la orina tan lindamente se puede llamar turbia, como clara; tibia como fría: y sin embargo claro y frío son epítetos aseadísimos y bellísimos que usan a cada paso los Poetas, especialmente en el estilo florido. Quisiera ver una Poética escrita por el Literato; porque había de hacer singularísimas observaciones sobre el estilo, y lenguaje poético. ¡Pobrecito! Si tanto le escuece un epíteto que desconoce, ¿qué diría si tuviera noticia de las infinitas licencias, que se han tomado en el lenguaje nuestros Poetas, y aun mucho más los de otras lenguas, singularmente los Griegos, que usaron de una dicción distintísima de la prosa? La razón que tienen los Poetas para hablar de un modo muy superior a los prosistas, no la sabe el Sevillano a pesar de su literatura; pero yo no se la quiero decir. Que estudie.

Ahora bien: repruebe el Literato de avería los epítetos tibio y turbio por bajos, o por importunos, o por otra razón que no le plugo manifestar a su merced literatísima, sepa en caridad que son de los más usados por nuestros Poetas con los mismos, o semejantes nombres que les acompañan en los versos de la censura. Esta es una cosa tan sabida, que solo puede ignorarla el Sevillano. Mas porque esta raza infeliz de Gramáticos sosos y exactísimos, que miden cada palabra   —12→   a compás, no queda jamás satisfecha en no mostrándoles en los Maestros de la lengua cualquiera locución extraña para ellos, quiero trasladarle aquí un par de ejemplillos de cada una de las voces censuradas. Perdóneseme esta erudición vulgarísima. Se trata de responder a un pedante, y es preciso pedantear. Vea pues el Literato por antífrasis los epítetos turbio y tibio usados de la misma manera por los mejores hablistas de nuestro lenguaje poético. El primer ejemplo es de Herrera, los dos que siguen de Balbuena, y el último del Br. de la Torre.


    «Do el Sol con tibio rayo tarde alcanza,
y luenga sombra ofende el mustio suelo...»
«Haciendo el tibio resplandor difuso
de mil colores un color confuso...»
«El deseado Sol turbio, encogido
a sembrar comenzó lumbre al oriente...»
«No viera yo cubierto
de turbias nubes cielo, que vi abierto».

Pienso que basta ya de respuesta a la censura, que del lenguaje del prólogo, y el de los Discursos filosóficos nos ha reimpreso mi Literatísimo paisano. Sería un solemne desatino, que juzgase yo convencer a un hombre, que sobre no tener principios algunos del arte, muestra muy bien carecer de aquella disposición natural, de aquel buen gusto, y discernimiento de lo bello,   —13→   que jamás puede suplir el estudio. Un hombre de esta naturaleza no tiene remedio: ha de morir impenitente. Yo quedo satisfecho con que mi carta pueda desengañar a algunos entendimientos más dóciles, que se dejan arrastrar de los que censuran en tono de oráculo lo que más ignoran; y se me da muy poco de las sandeces del Literato, que naturalmente hará un altísimo desprecio de quien le ha enseñado lo que no sabía. Y por si le tentare a Vm. el diablo prosista, y quisiere versificar en el lenguaje de los maragatos, tómese allá esos cuatro versecillos de la carta de mi paisano que pueden servir de modelo al mismo cronista de Francisco Esteban.


    «Vuelven los ojos, y la vista fija
cada cual para sí en la que le place,
y allá en su corazón secretamente
en afectos impuros se complacen.»

Viva mil veces el benditísimo Literato, y échenle un víctor con almagre. Esto sí que es hacer versos calamo currente sin necesidad de calentarse la cabeza, lo mismo que pudiera hacerlos cualquiera mandadero de monjas. ¿Qué más se necesita para ser Poeta hecho y derecho?

Antes de cerrar esta carta, quiero participar a Vm. una invención provechosísima para la reforma del Teatro, propia de la profunda instrucción y gusto del literato. Vm. a pesar de sus conocimientos   —14→   no vulgares en la Dramática, no habrá caído jamás, en que para ser las comedias útiles al pueblo, deberían tomarse de la agricultura, y negocios caseros; lo cual se demuestra hasta la evidencia con el sabio ejemplo de los ilustradísimos Amautas. He aquí que manantial tan fecundo de preciosidades para abastecer el Teatro se han perdido todos los dramáticos del mundo, por no haberse adelantado siquiera dos mil y quinientos años el Literato para comunicarles este rarísimo proyecto. Figúrese Vm. una comedia campestre, en que los Actores salen todos con sus zamarras y azadas al hombro; en que se cava y ara, se estercola, se siembra, o siega en las primeras jornadas, y en la última puestos todos al rededor de su caldero, saca cada uno su cuchara, y se dan un hartazgo de gazpacho, que es la catástrofe; y dígame ahora en su conciencia ¿si habrá cosa más útil, y sazonada en el mundo? ¿Pues qué si el plan de la comedia se forma sobre un hecho casero, en que las mujeres hilen, y guisen, y aplanchen, y canten el chicochin, o la carmañola al son de la escoba, mientras que los hombres retirados a un lado de la escena disertan sobre la gaceta, o sobre el papelote del Sevillano? ¡Qué acción tan cómica! ¡Qué deleite! ¡Qué maravilla! ¡Qué interés! ¡Qué fábula! ¡Qué enredo y solución! ¡Qué costumbres! ¡Qué sales! ¡Qué moralidad! ¿No le parece a Vm. que sería esto un portento del arte?   —15→   ¿Cómo se alamparía el pueblo por asistir a tales dramas? ¡Y cuánto más crecería la instrucción, y el deleite, si los Actores vertiesen largos discursos sobre el modo de cortar con gracia unos calzones, de dorar un pollo, de cuidar de una casa, o de varear los alcornoques? ¿Se habrá hecho otro descubrimiento más original, aunque entre el celebérrimo de Rousseau, que quiso hacer andar en cuatro pies a todos los hombres, comenzando por el horrendo ingenio que ha restituido la Loa a su ser natural? ¿Y no tendrá sobradísima razón quien hubiere de continuar la Biblioteca de Don Nicolás Antonio para colocar al Literato entre los hijos ilustres de esta Ciudad por sola esta invención felicísima? No se ría Vm., que hablo de veras. No ha mucho tiempo que se imprimió aquí un catálogo fornido de ilustres Sevillanos, entre los cuales se colocaron algunos con méritos muy parecidos a los del Literato. ¡Ah! Llegará un día feliz, que espera gozosa Sevilla, en que el nombre venerable de este sabio patricio suyo aumente el número de aquella multitud de hombres insignes, que la han hecho inmortal en la república de las letras.

Está demostrado el bellísimo gusto del Literato. Quedan tres partes de nuestro Sermón, si mal no me acuerdo de la división que hice al principio. Yo cuidaré de desempeñarlas en una, o más cartas separadas, que bien lo necesitan,   —16→   por ser las más interesantes. Es menester arredrar al Sevillanito, a ver si podemos librarlo de caer otra vez en la tentación de hacerse Literato. Vm. conduélase de mi suerte en haber de lidiar con semejante casta de escritores, y mande con toda la confianza, que debe inspirarle mi sincera amistad.

Sevilla 18 de Junio de 1796.

Rosauro de Safo.

S. C. d. M.



  —17→  
Epístola del L. J. A. C. autor de La Loa restituida a su primitivo ser, a un Amigo suyo


    Quiero probar fortuna, Firmio amigo,
Pues al verme con fama por mi prosa
Rabio por ver si en verso tal consigo.
    ¿Te admiras? ¡Oh! Pues no: la menor cosa
Que pienso hacer de aquí adelante es esta,  5
Según siento la Musa ya furiosa.
   Ni es mucho que se halle bien dispuesta
Para cantar en verso altisonante,
Hecha a mayores cosas, mi gran testa;
Pues el que pudo, en el primer instante  10
De su ser, presentar restituida
La Loa con estilo tan brillante;
   ¿Quién duda que podrá con atrevida
Mano, robar la cítara sonora
Al mismo Apolo? ¡Bueno!... Por mi vida  15
   Que no lo pensé bien, y que si ahora
Empezara, y las uñas no tuviera
Comidas, al mirar cual se acalora
   Mi rápido magín, yo convirtiera
Esta Epístola en Oda tan sublime  20
Que se dejara atrás al mismo Herrera.
   Pero ¿quién es Herrera? El pobre gime
Que es lástima mirarlo, y turbio y claro
—18→
Llama a su Sol, si el consonante oprime.
   Eso acá no: No sufro yo el descaro  25
De que se injurie el cielo a troche moche
Diciéndole un Poeta que es avaro.
   ¡Habrá tontos! Pues digo, si a la noche
Quieren pintar, la ponen con su manto
Bordado, en estrellado y negro coche.  30
   Y aún más allá: que suelen amor santo
Llamar a el Dios Cupido (¡Qué herejías!)
Solo porque algún Griego hizo otro tanto.
   Pero no es este el caso: en nuestros días
Quieren hablar como ha doscientos años  35
Se hablaba, sea por reglas o manías.
   Y por poner epítetos tamaños
Dicen aquestas cosas, y aun peores
¡Tal se ven estos míseros tacaños!
   Nunca dirán sencillamente, flores  40
Sin añadir, fragantes, coloradas
Y otras mil propiedades, o colores.
   Nombran montañas, dicen ser nevadas
Y aun notan que la leche, y que la nieve
Son blancas, y no negras o encarnadas.  45
   ¡Famosa observación! El Diablo lleve
Tanto epíteto, amén, y a quien los pone.
Yo pienso desterrarlos muy en breve.
   Al menos de mis versos. Y si opone
Esa turba infeliz un tal Balbuena  50
U otro que estas simplezas amontone;
   Aunque hasta el nombre ignoro, a boca llena
Diré que es un salvaje. No me afligen
—19→
A mí nombres de Autores, ni dan pena.
   Que si estos argumentos me dirigen  55
Ahí tengo yo a la mano otros Autores
Que un estilo del todo opuesto eligen.
   Yo seguiré a Iriarte. Las mayores
Cosas y de más peso cantar quiero
Con versos más corrientes, y mejores.  60
   En verso ha de gozar el mundo2 entero
El arte de sacar en Lotería
Sin que cueste trabajo, gran dinero.
   Que de algo ha de servir la ciencia mía
Y estudio en Matemáticas profundo  65
Junto con mi sublime Poesía.
   Mas no parará en esto mi fecundo
Ingenio, que dispongo ya otra obra
Que me dará renombre sin segundo.
   ¡Qué se ha de hacer! Yo veo que de sobra  70
Anda mi gran papel, y que al Librero
Ya poco o casi nada, dél se cobra.
   Hablé contra el Teatro, y ahora quiero
Nuevos Dramas hacer para la Escena,
Y establecer Teatro en el Copero.  75
   ¡Qué plan tan asombroso! La faena
Del campo se hará ver sobre el tablado,
Se sembrará allí el trigo con la avena3.
—20→
   Veráse el alcornoque apaleado
Dar copia de bellotas abundante,  80
Y he aquí, mostrarse el Pueblo interesado;
   Pues para hacer persona tan brillante
Me elegirá sin duda, y la corona
Me dará de supremo comediante.
   Sí Firmio: un nuevo asiento en Elicona  85
Me veo por las Musas preparado
Donde por distintivo, a mi persona
No se dará el Laúd, sino el Arado.





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