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Cartas del abate Don Juan Andrés a su hermano Don Carlos Andrés, en que le comunica varias noticias literarias

Juan Andrés y Morell



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ArribaAbajoAdvertencia del editor

Pedí a mi hermano que me escribiese algunas noticias literarias con ánimo de comunicarlas al público; y él deseoso de complacerme me ha enviado las cuatro cartas que ahora se publican. Mi primer pensamiento fue ir dando a luz cada una de las cartas conforme las iba recibiendo; pero pareció a otros mejor publicarlas juntas cuando pudiesen formar un tomito, porque yendo sueltas fácilmente se pierden. Ojalá no hubiera yo adherido a este dictamen, y no me vería precisado a dar a luz estas cuatro cartas que aun no forman un tomito regular cuando sus noticias por retardadas serán menos apreciables. ¿Pero quién podía prever los extraordinarios acontecimientos ocurridos en Italia? Es bien notorio que estos han hecho difícil e incierto el tránsito de los correos, y en esta incertidumbre no era del caso emplear, en escribir unas cartas semejantes, el tiempo que el autor de ellas necesitaba para otras cosas serias e importantes. Por mi parte también ha habido motivos, que, obligándome a estar muchos meses fuera de esta ciudad han retardado la impresión. Por fin se publican estas cartas sin esperar por ahora otras; pero si, aquietadas las turbulencias de Italia, volviesen a pasar regulares y seguros los correos, me prometo que vendrán más, y las haré imprimir desde luego siguiendo la foliación de estas, para que se pueda formar de todas uno o mas tomitos, según lo permitan las ocupaciones, y la permanencia de mi hermano en aquel país.

No hablaré del mérito de estas cartas, dejando que los lectores formen por sí mismos el juicio, que me lo prometo favorable, como han tenido la suerte de obtenerlo las otras producciones del autor.





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ArribaAbajoCarta I

Querido Carlos: En mal punto doy principio al cumplimiento de la promesa que te he hecho en varios correos, y que nunca he podido ejecutar, de irte dando noticias literarias, y suplir de algún modo con largas cartas el gusto que no puedo aún lograr de tu compañía y conversación. Empiezo ahora con la triste noticia de la muerte de tres ilustres literatos, con todos los cuales, más o menos, he tenido alguna relación. Estos son Mr. Saussure de Ginebra, el abate Spalanzani profesor en Pavía, y el Dr. Galvani médico y profesor en Bolonia. Mr. Saussure era gran físico y naturalista: empezó a darse a conocer con varios descubrimientos, e invenciones físicas que fue publicando, o en conclusiones que proponía en las escuelas, y   —2→   academia de Ginebra, o en los diarios, y papeles periódicos de su patria, de Francia y de Alemania; pero lo que le hizo respetar como un oráculo de los naturalistas fue su grande obra de los Viajes a los Alpes. Nacido en la falda de los Alpes, acostumbrado desde la niñez a pisar las montañas, y hacer cada año un viaje a algunas de las más altas, habiendo atravesado catorce veces por ocho partes diferentes la cordillera de los Alpes, examinado las montañas de la Suiza, y gran parte de las de Francia, Inglaterra y Alemania, visitado con particular estudio las de Italia, Sicilia, e islas adyacentes, pasado casi la mitad de su vida sobre los montes entre los eternos yelos de algunos de ellos, y los volcanes de otros, contemplando las tierras, las rocas, las piedras, las plantas, y las producciones de todos, haciendo nuevas experiencias y observaciones, y repitiendo las hechas, sobre lo que quedaba alguna duda, no dejando pasar la cosa mas pequeña, que no la observase y examinase hasta conocerla perfectamente, comenzó a dar a luz   —3→   el fruto de sus viajes en un grueso tomo en cuarto en 1779, y continuó después en otro en 1786, haciendo esperar otro, que ha salido finalmente acompañado del cuarto en 1796.

No creas, engañado por el título, que la obra contenga solo conocimientos de piedras y peñascos, descripciones de nieves y de neveras, y observaciones mineralógicas, y de historia natural: es un tesoro enciclopédico de infinidad de noticias químicas, físicas, botánicas, zoológicas, mineralógicas, y aun fisiológicas, hidrostáticas, meteorológicas, y de todas las ciencias naturales. Desde luego con la ocasión de su lago de Ginebra hace mil experiencias y observaciones originales sobre las aguas: al ver tantos con el bocio entorpecidos en una incorregible estupidez, da noticia de los crinones, y la primera razonada y distinta que hayan visto los fisiólogos, y por la cual se movió después el célebre anatómico Malacarne a hacer la anatomía, y darnos la descripción anatómica y médica de aquellos infelices individuos de la especie humana, abandonados, y casi   —4→   desconocidos hasta que Saussure, y Malacarne nos los han hecho conocer. Una infinidad de nuevos instrumentos, o de mejoras en los ya usados, nuevas experiencias y variaciones, y mayor perfección y exactitud en las que ya antes de él se habían hecho, la estructura de las montañas, la naturaleza de las piedras, la faz y las entrañas de la tierra, y un nuevo mundo, por decirlo así, no visto, ni aun imaginado por alguno se halla en aquellos cuatro tornos de sus viajes a los Alpes, que pueden llamarse la bibliotheca de las montañas, y aun casi de todo el globo terráqueo. Yo tuve la satisfacción de verle en 1791, cuando había tantos años que se esperaba el tomo de continuación de sus viajes, y hablándole sobre esto me dijo que deseaba hacer antes un viaje a España para ver y gozar de Sierra nevada. Estas sierras nevadas, sierras morenas, y otras sierras, collados y montañas eran sus ciudades, palacios, galerías y jardines, y todas las delicias de sus viajes. También deseaba mucho hacer una visita, y ofrecer su respeto y veneración a nuestro   —5→   célebre Don Antonio Ulloa, a quien llamaba el Néstor de las naturalistas, y con quien se correspondía enviándose mutuamente memorias y regalos de historia natural. No parece que pudo cumplir sus deseos, y no uno, sino dos tomos ha publicado después en 1796 sin haber visitado a Sierra nevada, que tantos atractivos tenía para su docta curiosidad. Las revoluciones acaecidas en Ginebra le expusieron al odio de alguno de los partidos, y deseó establecerse en otro país, donde pudiera gozar de más quietud. Me escribió entonces el abate Spalanzani que deseaba ir a Pavía con algún establecimiento en aquella universidad; pero las circunstancias de los tiempos no lo permitieron. Vi después en algunos diarios literarios que había ido a París, donde enseñaba en una de aquellas escuelas, creo centrales, y el mes pasado oí decir su muerte, que no sé si ha sido en París, o en Ginebra, ni tengo más noticias de la muerte, ni de la enfermedad que la ha ocasionado. Era de edad no avanzada, teniendo solos 58 años, y mostraba una fuerte complexión, y robusta salud.   —6→   Nació en 1740: a los 20 años hizo oposición a una cátedra de matemáticas, y a los 22 logró una de filosofía. Su casa era de las mejores de Ginebra, y tenía otras dos de campo muy buenas en las playas del lago con aire de las magníficas quintas de Italia, y en todo se veía un señor hacendado y rico. Su museo de máquinas físicas muchas de invención suya, y de historia natural, era muy estimable, y llamaba la atención de los eruditos forasteros, de quienes lo veo muy alabado. Ha instruido a un hijo suyo en química, física, e historia natural, y lo ha ido acostumbrando a los viajes de las montañas, como él mismo lo refiere; y en efecto el hijo ha publicado ya varias observaciones, y obritas suyas, y se ha adquirido crédito entre los físicos y naturalistas.

No sé qué tiene aquella ciudad, que produce tantos, y tan excelentes literatos. En pocos años ha perdido dos naturalistas de los más sobresalientes en toda Europa, Bonnet, y Saussure, y no muchos años antes había perdido a Trembley. Vive aún De Luc, que es lector   —7→   de la reina de Inglaterra, y famoso físico, y naturalista, y el año pasado fue nombrado profesor de filosofía, y geología en la universidad de Gottinga. Senebier, sujeto distinguido en las ciencias naturales por su obra del arte de observar, y por varias investigaciones y observaciones que ha publicado con descubrimientos importantes sobre la influencia de la luz, sobre algunas plantas, sobre la digestión y generación, sobre los puntos tocados por el abate Spalanzani en sus obras, que él ha traducido en francés con prólogos y notas muy útiles, y sobre varias otras materias físicas.

Este tiene además mucha erudición, de que no suelen abundar los físicos y naturalistas. Como ha seguido la carrera de la Iglesia, y ha sido ministro, o cura de una parroquia, ha estudiado la teología, y el curso de erudición que esta pide. Su primera producción literaria que yo sepa es una disertación de la poligamia. Nombrado después bibliotecario de Ginebra abrazó la erudición bibliográfica y literaria, y publicó luego   —8→   un Catálogo razonado de los manuscritos de la biblioteca de Ginebra, y poco después una Historia literaria de Ginebra, y en un diario literario de aquella ciudad ha ilustrado varias lápidas, y otros monumentos de antigüedad que en ella se encuentran, y ha manifestado una erudición muy universal. Te hablo de este con más distinción, porque he tenido con él más relación y correspondencia epistolar. Ahora después de la primera sublevación de Ginebra abandonó aquella ciudad, y se retiró a Rolle, de donde no he tenido de él otras noticias que las que he visto en los papeles públicos, y en las obras que ha dado a luz.

A más de este es nombre famoso entre los físicos el de Pictet, su Ensayo sobre el fuego está lleno de miras originales, que abren nuevo campo a los físicos, y bastaría aquel opúsculo para darle lugar entre los más distinguidos. Pero tiene varias otras producciones muy estimables y en medio de sus investigaciones profundas y originales se ocupa con mucho provecho de la Europa en comunicarle las obras importantes que salen   —9→   en Inglaterra, y formar en lengua francesa, de uso más universal, una Bibliotheque brittanique, que cuenta ya muchos tomos. No quiero dejar de nombrarte un teólogo Mr. Cleparede, que en una obrita contra Rousseau, Consideración sobre los milagros del evangelio, hace ver su juicio, y su filosófica y teológica erudición.

El nombre solo de Necker recuerda un ginebrino, que ha hecho gran ruido en todo el mundo como ministro económico y político, y no lo ha hecho poco entre los literatos con sus escritos. Lo hace también grande con los suyos Mallet du Pan tratando con mucha fuerza y vivacidad las materias que al presente llaman la atención de toda Europa. No acabaría si quisiera ir nombrando a Bertran, Le Sage, Trembley, hijo o sobrino del famoso Trembley, Picot, y varios otros, que deberían tener lugar si se quisiera hacer un catálogo de los escritores ginebrinos; pero no hago tal, y solo por incidencia al participarte la muerte Saussure he dejado correr un poco la pluma para darte alguna noticia   —10→   de la literatura de la patria de aquel grande hombre, de que tal vez tendrás poca.

No es menos grande, y por un lado lo es aún mucho más, el difunto Spalanzani. El arte de observar y experimentar parece llevado a la perfección en las experiencias y observaciones de Spalanzani. Aquella viveza de ingenio y de imaginación para ver desde luego en cada materia cómo se ha de entablar la observación o la experiencia para hacerla útilmente, y conocer por ella la verdad que se desea; aquella paciencia y flema de hacerla, y repetirla más y más veces, variarla, aumentarla, disminuirla, volverla y revolverla por todos lados, sin dejarla de las manos hasta haberla apurado bien; aquella penetración y agudeza de mente para advertir a la primera vista lo que sobra, lo que falta, y hallarle luego pronto remedio; aquella vigilancia y atención para no pasar por alto las más pequeñas, y al parecer despreciables circunstancias; aquella solidez y exactitud de juicio para sacar de ella las verdaderas consecuencias, y   —11→   desechar las arbitrarias e inciertas; aquella prudente y sabia reserva de ceñirse y contenerse en los términos que la observación o la experiencia prescribe, sin dejar dar un paso más adelante a la inquieta vivacidad del ingenio; y en suma aquella lógica penetrante y aguda, severa y sólida, que se ve en las investigaciones y descubrimientos de Spalanzani, ha sido la admiración de los filósofos imparciales sus coetáneos, y lo será de los venideros, y el ejemplar de los físicos y naturalistas, que querrán hacer el conveniente estudio de la naturaleza.

Noble elogio de Spalanzani son a mi parecer los tomos de cartas del celebrado Bonnet. La primera obra de Spalanzani, o a lo menos la que empezó a darlo a conocer universalmente, fue su traducción con notas importantes de la obra de la Contemplación de la naturaleza de Bonnet, y ésta le dio ocasión de entrar en comercio epistolar con aquel gran maestro de los naturalistas. Éste al principio le trata como discípulo, y le hace conocer su superioridad: poco a poco va creciendo la estima, y le mira   —12→   como igual, hasta que al fin llega a consultarle como superior y maestro. En efecto, sobre las mismas materias que había ilustrado Bonnet supo él hacer nuevos descubrimientos, y extendió sus investigaciones a otras muchas no tratadas por Bonnet, ni otro alguno, sino enteramente nuevas y originales, y con razón pudo decir el mismo Bonnet, que más verdades había descubierto en pocos años Spalanzani, que academias enteras en medio siglo.

Varias veces he considerado allá em mi interior a aquel gran filósofo hora paseando por los fosos, sentado junto a un lago, o a un estanque, moviendo y manejando aquel lodo, viendo y reviendo, examinando y contemplando los gusanillos, y pequeños insectos que en él habitan, y viviendo, por decirlo así, con aquellos animalillos, que comúnmente se desprecian, y que apenas los conocen aun los mismos naturalistas; hora metido dentro de su cuarto llena de sapos, ranas caracoles, lagartijas, y otras sabandijas semejantes, rodeado de gallinas, palomas, perros y gatos, estudiando en   —13→   todos ellos con utilísimas experiencias los más secretos arcanos de la naturaleza, y no he sabido resolver si era más de admirar su paciencia para permanecer tanto tiempo en aquel género de vida, o su talento y habilidad para saber sacar de ella tantas verdades, y tantos conocimientos de la naturaleza. Catorce, y más años ha vivido por fosos y pantanos en busca de los animalillos infusorios; 2027 son a lo menos las ranas y sapos que ha cortado, y abierto en el momento en que estaban unidos para su generación, y otros tantos, o tal vez más antes o después de él; infinitas pruebas ha hecho dando de comer a palomas y gallinas ya con piedrezuelas, ya con tubitos de plomo, y manejando después, y examinando sus excrementos, y en cualquier punto que quería tratar no cesaba un momento de hacer, repetir y variar sus experiencias y observaciones.

Yo le vi en Mantua, donde se detuvo dos días para favorecerme con su compañía, y como entonces llevaba no sé qué ideas sobre la diferente salubridad   —14→   de los aires, y del uso del eudiómetro, en vez de paseos y visitas repetía varias veces las experiencias con un eudiómetro que traía consigo en el viaje, y con que aun por el camino las hacía donde le parecía conveniente. ¡Qué ruido no movía estos años pasados buscando murciélagos para hacer con ellos varias pruebas, de las cuales no ha dado cuenta al público, y por ello no sabemos aun las resultas! Esta inquieta actividad, y curiosa paciencia le han valido tantos preciosos descubrimientos, de que están llenas sus obras.

No sé a quien debemos admirar más, o a Mr. de Saussure trepando por peligrosos riscos, metiéndose entre peñas, donde no se veía sino algún poco de cielo, y algunos cuervos, puesto sobre las cimas más altas de las montañas cubiertas perpetuamente de helada nieve, y allí, adonde apenas llegan algunas águilas, o algún otro rarísimo pájaro, formar su cabaña, y plantar su estudio, y con picos y martillos anatomizar los peñascos, con los barómetros, termómetros, y otros instrumentos físicos dar   —15→   tormento a la naturaleza, y hacer experiencias físicas y meteorológicas, que ningún otro mortal había podido, ni tal vez podrá hacer, y dominando de aquella inmensa altura todo el globo terráqueo dar a los hombres, que tan bajo de sí veía, lecciones de historia natural, y de física, que estaban reservadas a su infatigable aplicación; o al abate Spalanzani hora sepultado en fosos y pantanos, revolviendo lodos, acariciando gusanillos, hora cerrado en su cuarto como en una arca de Noé con sus sapos y ranas, con sus caracoles y lagartijas, con sus palomas y gallinas, perros y gatos, y con varias especies de animales, dar de comer a unos, hacer el rufián a otros, cortar en pedazos algunos, rehacer a otros los pedazos cortados, quitar la cabeza a unos, y hacérsela renacer, dejar a otros por muertos, y hacerlos revivir, y consultarlos todos para aprender de ellos verdades desconocidas, y hacerlas conocer a los otros hombres.

Son extraños los gustos de los filósofos, y a los más de los hombres parecerá   —16→   la vida de estos de quienes hablamos extravagante ridiculez, o melancólica locura; pero lo cierto es que ellos con tales ocupaciones pasan días más alegres, y gozan deleites más puros, y más sólidos y sinceros divertimientos, que los ociosos y poltrones del mundo en sus teatros, saraos, regodeos y pasatiempos, y son infinitamente más útiles a la humanidad.

Spalanzani ha variado sus divertimientos naturalísticos, y ha hecho muchos viajes de mar y tierra, en el mediterráneo, en el adriático, por Francia, por los Suizos, por toda Italia, y las más de sus islas, especialmente la Sicilia, y las Eolias. Seis tomos ha dado a luz de sus viajes a las dos Sicilias, y a las islas Eolias, en los cuales, aunque principalmente ha tomado por objeto ilustrar las producciones volcánicas, ha tratado otras muchas materias curiosas, y de mucha utilidad. Ahora estaba poniendo en limpio, para darlo también a la imprenta, su viaje a Constantinopla, en que, según varias materias que le oí decir trataba en él, era preciso que hubiese   —17→   cosas muy dignas de la atención de los naturalistas, y de todos los filósofos, y eruditos. Pero la muerte nos ha privado de esta, y de varias otras producciones literarias de aquel ilustre maestro.

Su edad era más adelantada que la de Saussure, y tocaba ya, o había cumplido los 70 años, pues me acuerdo que en agosto, o Setiembre de 1795 me dijo qué tenia 66, pero estaba tan fresco, y era de complexión tan robusta, que hacía esperar muchos más años de vida, y de pública instrucción, si un insulto de apoplejía a principios del mes pasado no le hubiera cortado la carrera que tan gloriosamente seguía. Su patria era Scandiano, villa distinguida en los estados de Módena: fué profesor en la universidad de Módena, y allí empezó a darse a conocer de suerte que llamó la consideración del conde de Firmian, ministro plenipotenciario de la Lombardía austríaca, para convidarle con una cátedra, y distinguido sueldo en la universidad de Pavía, donde ha enseñado por largos años, y donde por último le ha cogido la muerte.

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En sus viajes ha hecho preciosas colecciones para el museo de historia natural de la universidad de Pavía, y al mismo tiempo las hacía también para uno suyo propio que tenía en su casa paterna de Scandiano bajo la custodia de una hermana suya, que me dicen contiene muy preciosas raridades, y piezas de mucho valor, y que ahora quieren ponerlo en venta sus herederos. A más del viaje de Constantinopla que tenía ya casi pronto para la impresión, estaba trabajando para la sociedad italiana, en cuyos tomos tenía ya impresas otras memorias; estudiaba sobre el gas de los planetas, y ocupaba en varias investigaciones importantes su infatigable actividad.

No era del calibre de Saussure, y de Spalanzani, pero era sujeto de mucho mérito el difunto Dr. Galvani. Era profesor estimado en la universidad de Bolonia, buen médico, y buen físico; pero poco conocido fuera de allí hasta que las ranas, o el descubrimiento de la electricidad animal, que su penetración le presentó al ver casualmente producirse algunos movimientos en las ranas ya muertas   —19→   al tocarlas un cuerpo eléctrico, llevó su nombre por toda la culta Europa. Publicó su descubrimiento con mucho fondo y solidez de doctrina, y luego, como suele suceder en las novedades importantes, se vieron salir muchas explicaciones, confirmaciones, impugnaciones y defensas, censuras y elogios; y en poco tiempo se formó una biblioteca de opúsculos, que se publicaron en pro y en contra de la electricidad animal; pero bien presto quedó triunfante la verdad, y ahora la electricidad, que en Francia veo llamarse con el nombre de Galvanismo, forma un ramo de física, que llama el estudio y la atención de los físicos y de los médicos, y que hará inmortal el nombre del Dr. Galvani.

Los españoles D. Ramón Rialp, mis discípulos D. Gaspar Sánchez, que has conocido ahí de paso para Teruel, y D. Joseph Ferrer, que está en Barcelona, y algunos otros eran de los más asiduos concurrentes a sus experiencias y lecciones, y él mismo confesaba que se había aprovechado no poco de sus luces y advertencias. No le he visto una vez   —20→   en casa de Sánchez, y Ferrer, adonde vino para favorecerme, y con las faldriqueras cargadas de ranas para hacerme ver aquellas experiencias, y explicarme la teoría, de que yo entonces aún no tenía idea, y realmente me pareció, cual lo había oído celebrar, un hombre docto y modesto, en quien resplandecía igualmente el saber que la virtud.

El año pasado al proponer a los profesores el juramento de odio a la monarquía el Dr. Galvani fue uno de los que estimaron más perder su cátedra, que gravar su conciencia con un juramento que no creía poder hacer. No se puede negar que sea digno de mucho elogio quien sacrifica honores y emolumentos temporales por no exponerse a faltar a su conciencia; y en efecto, sin querer por esto ofender a los otros, los que se han negado a este juramento han sido profesores de notoria probidad, y de talentos sobresalientes, y he oído hablar con mucha edificación del célebre matemático, Dr. Canterzani, que ha sacrificado cátedra, presidencia de la academia, y otros honores y emolumentos, y se ha   —21→   reducido a una privada estrechez; de la famosa poetisa y grecista Clotilde Tambroni, que por el mismo motivo ha abandonado su cátedra de griego, y otros provechos, y aun la patria, y se ha acogido a esa ciudad, como sabes; y del médico Dr. Utini, y de todos los otros que han hecho semejantes sacrificios. A buena cuenta el religioso Dr. Galvani se ha adquirido a tiempo este mérito delante de Dios, pues apenas han pasado siete u ocho meses cuando le ha llamado a la otra vida a coger el fruto de su virtud y religiosidad.

Pero basta de muertos, y ya que hasta ahora por noticias literarias solo te las he dado de muertos, quiero darte una al contrario de una obrita que me han regalado del arte de prolongar la vida humana. Su autor es el Dr. Hufeland, profesor de medicina en la universidad de Iena, y el traductor el Dr. Careno, médico italiano, que está en Viena, como has visto en mi carta sobre la literatura de aquella ciudad. Verdaderamente toda la medicina no es otra cosa que el arte de prolongar la vida humana, y   —22→   el poner este título a un tratado particular hace esperar cosas nuevas y particulares: la universidad de Iena es una de las más famosas de Alemania, y por consiguiente de Europa en las presentes circunstancias, y entre los profesores de aquella universidad uno de los más célebres es el Dr. Hufeland, a quien por su singular fama el conde Wilzeck, cuando era ministro plenipotenciario de la Lombardía, hizo cuanto pudo para traerle a Pavía a la cátedra de clínica que habían ocupado Frank, Tissot, y Borsieri; y tanto lo especioso del título de la obra como la fama del autor todo prometía más de lo que me ha presentado la misma obra.

Esta es de dos tomos en 8º dividida en dos partes, el primero contiene la parte teórica, y el segundo la práctica. A lo menos en lo que mas fácilmente puede entrar mi juicio no veo el método y orden de las materias en la mejor disposición. La parte teórica empieza con la destinación de esta su arte macrobiótica, y aquí viene con los egipcios y griegos, gerocómica, gimnastíca, San   —23→   Gemain, Mesmer, Cagliostro, y otros tales, que parece debían entrar más en la parte práctica que en la teórica, y al contrario la mitad de la segunda parte es el examen de los medios que abrevian la vida, lo que parece debía haber tenido más propiamente su lugar en la teórica que en la práctica, y así varias otras cosas las va metiendo como le vienen, y ha de repetir muchas veces en la práctica lo que ha dicho en la teórica.

Por más que en el prólogo insista mucho en que esta su arte macrobiótica es diferente de la medicina, y de la dietética, poco o nada dice que no esté comprehendido en la dietética, o higiena. Aun entrando en la materia me parece que sin ser médico puedo juzgar que no la trata con la mayor felicidad. Algunos puntos que toca son poco generales para entrar en un arte semejante; por ejemplo entre los medios, o mejor diría motivos de acortar la vida, uno es la onanía moral, otro el suicidio, y entre los de prolongarla la conservación de los dientes, y la limpieza de la piel.   —24→   No dudo que sean verdaderos unos y otros, si bien lo de la onanía moral podrá ser muy raras veces; pero ¿son acaso cosas que merezcan tratarse en particular en un arte de prolongar la vida humana? Por lo general lo más de lo que dice realmente a propósito para esto es lo que se halla en casi todos los que escriben del modo de conservar la salud, y lo que comúnmente dicen en la conversación aun los que no son médicos, sobriedad, movimiento y ejercicio del cuerpo, tranquilidad y contento de ánimo, dormir bien, esto es, quietamente, y el tiempo necesario a la propia complexión, comer moderadamente en cuantidad y cualidad, y otras tales que ya sabemos. Otras que quiere poner de suyo no sé qué utilidad tengan; como por ejemplo ¿qué haremos para tener un buen origen físico? Tendremos el que nos ha tocado al nacer, y paciencia. Conservar el verdadero carácter que cada uno tiene es otro medio que propone para vivir largamente, y aquí habla de los que han de mudar de carácter según el papel que hacen; todo   —25→   lo que no veo que tenga una inmediata influencia con la larga vida. Sin embargo en la diferente duración de la vida de los príncipes, de los literatos, y entre estos de los filósofos, poetas y otros, de los monjes, y ermitaños, de los marineros, cazadores, labradores, soldados, y otros empleos, en la determinación del tiempo de las diferentes vidas, en los mismos medios ya sabidos de abreviar, o de alargar la vida, y en varios otros artículos trae erudición y doctrina, que creo pueda merecer el estudio de los médicos.

Esta obra que salió en Alemania el año 1796, y en Pavía el pasado 98, me trae a la memoria un papelito suelto, que cinco, o seis años ha publicó estando en Mantua un médico toscano gran viajador, que había corrido por Francia, Inglaterra y Alemania; y aun en Italia no podía estar fijo en una ciudad, sino que iba siempre pasando de una a otra, el Dr. Vallí, que en Inglaterra publicó en inglés algunos opúsculos, que le dieron honor; en Mantua un papelillo sobre la electricidad animal, que no contenía más que una precisa relación de experiencias   —26→   suyas enteramente originales, y así otros en Padua, y otras ciudades; este pues sacó a luz un opúsculo del modo de evitar la vejez, el cual, aunque no sé si podrá ser de mucha utilidad, es ciertamente más original, y más curioso que el de Hufeland. No lo tengo presente, porque siendo un pequeño cuaderno fácilmente se habrá traspapelado en la transportación de mis libros: en general me acuerdo que examinaba en qué consiste la vejez, que es en la falta de un fluido, y en la sobra de materia terrea, y proponía una bebida, que iría disolviendo la parte terrea sobrante, y restableciendo el fluido que se pierde, todo esto, propuesto con brevedad, claridad y precisión de términos fisiológica y química, hacia un libro, que, aunque muy pequeño, y tal vez para el uso de la vida poco útil, era curioso y docto.

Ya que he empezado a hablarte de libros de medicina no será noticia literaria fuera de propósito la que he leído en un viajero alemán Christiano Luis Lenz del estado de la medicina en Suecia y Dinamarca, Gothemburg, según   —27→   este dice, tiene tres excelentes médicos Engelhard, Dubb, y Karlander. El profesor Saxtorf, uno de los más doctos y versados en la obstetricia, la enseña en un famoso y celebrado hospital que hay en Copenhague para las mujeres que van de parto. Las universidades de Upsal, y de Copenhague, como también la academia de esta, presentan gran número de ilustres profesores no sólo en la medicina, sino también en las ciencias que le pertenecen, como botánica y química, que se cultivan cual en ninguna otra universidad.

Los jóvenes estudiantes asisten a las lecciones de los profesores cinco, seis y aun siete años, y se instruyen, bien en la teórica antes de darse a la práctica, y después de graduados para ganarse crédito deben viajar. Así lo han hecho Murray, Thumberg, Akrel, Sparrman, Callisen, Winsloo, y otros muchos. He leído los viajes de Thumberg y de Sparrman con mucho gusto por la variedad de noticias que dan no sólo geográficas, sino de historia natural, botánica &c. lo que hace ver los conocimientos de que   —28→   estaban bien provistos desde su juventud aquellos médicos, cuando emprendieron sus largos viajes nada menos que por África y Asia. Algunos hacen estos viajes a sus costas, porque varios sujetos de buenas y ricas casas se dan al estudio y profesión de la medicina, otros a costas del rey, de la universidad, o de algunos señores particulares, que los quieren proteger, o se empeñan por el honor y provecho de la nación. Aquellos médicos instruidos en las lenguas se hacen llevar los libros y diarios literarios que salen en otras naciones, y se aprovechan de los descubrimientos que se hacen en todas ellas.

Con esta ocasión, y cabalmente hablando de los médicos alabados en este viaje, he visto la reflexión de un literato, que observa el error en que están varios, de que a un literato poco dinero le basta, y que mientras se dan gruesos sueldos y pensiones a cualquier empleado, y a cualquier criado, parece que se eche a la calle el más mínimo emolumento que se de a quien profesa las letras. Un literato, dice, que sea realmente   —29→   digno de este nombre, necesita de comodidad, y alguna abundancia por el bien de las ciencias que cultiva: necesita un amanuense para no perder su precioso tiempo en copiar y poner en limpio sus escritos; necesita los diarios literarios de otras naciones para saber los nuevos descubrimientos y nuevos libros; necesita muchos de estos libros que se han de hacer venir de lejos con mucho gasto; necesita de gran correspondencia epistolar con otros literatos; necesita a veces de instrumentos y de experiencias; necesita también hacer a las veces algún viaje; y necesita mil otras cosas, en que se emplearía útilmente el dinero, que tantos otros de grandes sueldos no saben emplear sino en vicios y vanidades.

¿Pero adonde vamos con los médicos de Suecia y Dinamarca que tanto alaba el alemán Lenz? Con más complacencia me volveré hacia nuestros médicos españoles con mil parabienes por haber empezado a publicar sus memorias la Real Academia Médica Matritense, de cuyo primer tomo, aunque dado a luz en 1797, sólo poco ha tenido noticia por los   —30→   extranjeros, y he visto con mucho gusto hacerse un cumplido extracto, y los debidos elogios a una memoria de tu amigo D. Antonio Franseri sobre una dificultad de respirar periódica, que manifiesta el influjo de la luna en el cuerpo humano. Más por extenso he podido leer la disertación médica sobre el cólico de Madrid del Dr. D. Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, y me pareció en su género cosa perfecta. No conozco personalmente a este autor; pero vi años atrás un pequeño opúsculo suyo que me envió de París nuestro amigo Cavanilles, que tanto honor da a nuestra nación, sobre la descomposición del aire atmosférico por el plomo, y aunque cosa brevísima y de pocas paginas, me llenó mucho, como también a algunos químicos de Mantua, a quienes lo hice leer, y no dejé de hacer mención de él en mi obra de la literatura en el capítulo de la química. Con esta prevención he leído con ansia esta disertación luego que me ha venido a las manos, y me la he bebido toda con gran placer. Aquel espíritu de observación, aquella vista penetrante aquella   —31→   atenta y pausada reflexión, aquella variedad de conocimientos, con que de la cama del enfermo puede pasar a los jarros, y a las ollas de la cocina, y hacer servir la historia natural y la química a la medicina, son las que constituyen un hombre grande, y me hacen esperar que Luzuriaga dará nuevo lustre a su facultad, y a nuestra nación.

Aunque es ya sobrado larga esta carta, quiero alargarla algo más, y darte noticia de una obra italiana de un español, de la cual tal vez no la tendrás aún. Esta es del abate Don Vicente Requeno sobre el restablecimiento de la música de los griegos y romanos, impresa aquí el verano pasado, y no bien concluida del todo la impresión cuando el autor partió para Zaragoza, y pocos o ningún ejemplar perfecto se pudo llevar consigo, por lo que me persuado que poca noticia se podrá tener ahí de ella. En dos tomos en 8º comprehende la materia, reservándose el publicar ahí otro, si tiene medios para hacer las pruebas que aquí no le ha sido posible ejecutar. Empieza con la historia de la música antigua, y   —32→   ésta desde Jubal, o se puede decir desde el principio del mundo, en lo que no puede dejar de haber mucho de arbitrario, y de propia imaginación; pero viniendo después al tiempo de los poetas griegos va mostrando cómo se unían en cada uno de ellos la música y la poesía; como gran parte de la diversidad de la poesía provenía de la de la música; y cómo la decadencia de la música vino de dividirla de la poesía, y quererla hacer parte de la matemática, tratándola con cálculos y proporciones, de que ella no necesita.

Entra después a examinar los escritores de música griegos, y aun los pocos romanos que tenemos, y expone la doctrina del antiguo Aristógeno, de quien nos quedan aún tres libros, bien que algo alterados en las ediciones que se han hecho de ellos, la de Arístides y Quintiliano, lo poco que dicen Plutarco, Sexto Empírico, y Macrobio, la doctrina de Claudio Tolomeo, de Nicomaco, Bacchio el mayor, y Gaudencio, la de Boecio, Euclides, no el geómetra, Alipio, S. Agustín, Marciano Capela, Psello,   —33→   y Briennio, y en todos ellos va distinguiendo lo bueno, que en los más es muy poco, de lo malo, y falso, o inútil aunque tal vez no sea falso. Donde es de observar que Briennio, aunque tanto más moderno, es uno de los que hablan más ajustadamente, y con más exactitud y claridad.

Dada la historia entra a explicar los sistemas diferentes de la armonía de los griegos, y explica más largamente el sistema ecuable, que fue el más generalmente seguido por los escritores, y propone un instrumento de los antiguos llamado canon, del que da un diseño, que él ha hecho trabajar, y con el que ha hecho varias pruebas, sobre las cuerdas, las consonancias, y todo el sistema de la música griega. A más de los instrumentos examina el canto, que dice dividían los griegos en métrico, armónico, y rítmico, y largamente examina aparte lo que es el ritmo, sus pies, sus mutaciones, y todo lo que le toca.

Yo no entiendo la materia para poder dar mi juicio, sólo observo que este punto del ritmo de la música antigua debe   —34→   ser muy obscuro y enredado pues todos los escritores hallan dificultad en entenderlo, y te diré para gloria de nuestra nación, que en este tiempo han trabajado tres españoles para ilustrar la música antigua, y el ritmo; y me persuado que todos tres le habrán dado cada uno por su parte sus luces particulares. La obra de Requeno está ya expuesta al público; los otros dos son D. Esteban Arteaga, cuya felicidad bien conocida en tratar todas las otras materias que ha emprendido, puede ser una segura prenda de la que le habrá asistido igualmente en tratar esta que deseamos ver cuanto antes publicada, y D. Buenaventura Prats, cuyo manejo de libros y códices éditos e inéditos, y pericia en la lengua y erudición griega me hacen esperar que su obra haga olvidar las de los Meimbomios y Donis, y dé nuevo lustre y extensión a este ramo de la literatura griega. Si a estos tres añades a Don Antonio Eximeno, que compuso su obra, que puede llamarse clásica, del origen, y de las reglas de la música, y al abate Pintado, que publicó una gramática   —35→   de la música, te causará tal vez admiración que tantos españoles hayan casi a un mismo tiempo empleado sus estudios en la música; pero podrás tener el gusto de pensar que sus trabajos en esta parte han sido, y serán honrosos a nuestra nación. Te hablaré finalmente, antes de levantar la mano de esta carta, de otro español, de quien no tengo conocimiento, ni he hallado alguno que lo tenga, y que merece ser conocido por su celo por las letras, por el establecimiento literario que ha emprendido, y por su propio mérito literario. En un tiempo en que se han destruido tantas ilustres academias y sociedades literarias, un español en Italia ha querido establecer una, que puede servir para tener en pie la cadente literatura. Este es D. Eduardo Romeo conde de Vargas, el cual hace algunos años que está en Italia, y ahora vive en Siena, donde, según he oído, se trata sin lujo, pero con decencia, y está muy retirado metido en sus estudios, sin ser conocido personalmente sino de muy pocos aun en Siena.

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Ha publicado algunas obritas en italiano; pero no he visto sino su Saggio dell' epigrama greco, impreso en Siena en 1796, y dedicado al conde de Bernstorf ministro de estado del rey de Dinamarca. De este librito saco tres noticias tocantes al autor, primera, que ha viajado por Europa, habiendo estado en Copenhague, y con algún decoro, pues podía tratar de cerca a aquel ministro, como dice él mismo: nel soggiorno che io feci cosi d' appresso alla vostra gloria. Te copiaré una cláusula de la dedicatoria, que tal vez podrá darte alguna vislumbre para conocer al autor, que yo no conozco. Dice así: il sistema d' un' energica neutralita, col quale avete procurato alla Danimarca tutte le dolcezze della pace, sostenuto il commercio, accresciuto lo splendore delle arti, che vi hanno trovato un asilo, ha sparso ancora sopra di me il suo benefico influsso. Segunda, que a lo menos a la mitad del año 1796 vivía ya en Siena, pues la data de la dedicatoria es: Siena 10 Luglio 1796, y parece natural que algún tiempo antes hubiera llegado allá, y mucho más que   —37→   se hallara en Italia, pues podía escribir en esta lengua en prosa y en verso con tanta facilidad. Tercera, que sea un caballero culto, como lo muestra todo el discurso del libro, y esté versado en la lengua griega, como se echa de ver en las traducciones que hace de los epigramas griegos.

Este pues D. Eduardo Romeo conde de Vargas, movido del celo de mantener el buen gusto en la literatura, pensó en establecer una sociedad literaria de 40 individuos, que concurriesen a este intento, y a lo menos cada dos años enviasen una disertación para insertarla en las memorias que se imprimirían, y cada año a lo menos un artículo para el diario, en que se publicarían las observaciones literarias de los socios sobre los libros y novedades literarias que irían saliendo. Como el fin de esta academia es formar una íntima unión entre los principales doctos de Italia, cada socio podrá contar sobre el interés que todos los otros se tomarán en suministrarle las luces que podrá desear en cualquier género de literatura en que componga alguna obra.

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Me hizo el honor de convidarme a ser uno de los 40, y me alegaba para empeñarme la fuerza de la patria común; pero como yo no pensaba en quedarme aquí sino para atender a la impresión del último tom o de mi obra, le di gracias por la honra que me hacía, y me excusé de no poderla aceptar. He tenido con todo algunas noticias posteriores de los adelantamientos que ha ido haciendo esta empresa, de los presidentes, y una especie de jueces o censores que se han nombrado, y del tomo que se imprimía, y saldrá luego a luz, o tal vez a éstas horas habrá ya salido.

Aunque el autor reside en Siena, el diario, o las observaciones literarias y las memorias, o disertaciones de la sociedad se imprimen en Florencia, tal vez por la mayor facilidad de la transportación de los libros impresos. El secretario de la sociedad es el abate Jayme Sacchetti. Aquí hay dos socios, el Sr. conde Cerati, el cual tiene además no sé qué otro empleo, y el célebre P. Pagnini.

Tú ves que la empresa es grande, y muy loable. Un particular en un país extraño   —39→   formar de toda la Italia una academia, establecer sus reglas o su código, nombrar sus empleos, recoger los escritos, pasarlos por un justo juicio, imprimirlos, y cargarse con las penas, cuidados, fatigas y gastos que ha de causar todo esto es cosa que no se ve frecuentemente, y que debe ser de mucho honor al español que la ha emprendido, y la lleva adelante con felicidad. El Señor le bendiga, y pueda su academia satisfacer el loable intento de su fundador, y ser el apoyo, y el esplendor de la literatura, que va tan decaída, y se ve tan obscurecida con despreciables librejos, e infames producciones.

Creo que tendrás ya bastante carta; no sé si será esta suerte de noticias las que tú deseas: te he escrito lo que me ha venido a la pluma, no para formarte un diario literario, sino solo para entretenerme contigo un poco, y sacudir la molestia y fastidio que me causa este bendito índice de toda mi obra, que me detiene tanto tiempo. Si puedo el correo que viene te hablaré de más libros nuevos, y procuraré contentar de algún modo   —40→   tu loable curiosidad, que es común a otros muchos, según veo en las cartas que me escriben. Sabes cuanto deseo complacerte en todo, y que soy siempre &c.

Parma a 30 de marzo de 1799.



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ArribaAbajoCarta II

Querido Carlos: He recibido estos días un libro impreso el año pasado en Novara antes de las novedades ocurridas en el Piamonte, del cual quiero darte alguna noticia por ser mi amigo el autor, y no serte desconocido su nombre. El asunto es que en la ciudad de Novara, como habrás visto en mis cartas, a más del cabildo de la catedral hay otro muy ilustre de una colegiata, en la cual se conserva el cuerpo de San Gaudencio, y como este Santo fue el primer obispo de aquella Iglesia, los novareses le han tenido siempre mucha devoción, y han colmado de dones y limosnas aquel templo donde se conserva tan venerable depósito. Con esto se ha levantado una magnífica iglesia, se han dotado ricamente las canonjías y beneficios, se han podido establecer   —42→   con mucho decoro y esplendor las funciones, y todo esto ha puesto a los canónigos de aquella colegial en estado de obtener muchas exenciones, preeminencias y privilegios, y de poderse de algún modo parear con los de la catedral.

Lleno de estas nobles ideas de su iglesia y cabildo de San Gaudencio el canónigo Juan María Francia publicó en 1793 una gran disertación latina impresa en Casal de Montferrato: De novariense S. Gaudentii ecclesia, que optimo jure insignis esse demonstratur, Dissertatio Joannis Mariae Francia ejusdem ecclesiae canonici, y en ella pretende probar que la iglesia de San Gaudencio fue antiguamente la catedral, y que después habiéndose erigido otra iglesia catedral, por tener el obispo en ella su cabildo, quedó realmente catedral, sin dejar de serlo la de San Gaudencio, y así se conserva en el día.

A vista de estas pretensiones el abate Gemelli, ahora canónigo de la catedral, no quiso dejar sin respuesta la dicha disertación, y la confuto con otra, que, para poner la materia a más universal   —43→   inteligencia, escribió en italiano, con el título: Dell' unica e constantemente unica chiesa, cattedrale di Novara riconosciuta nel suo Duomo. Dissertazione apologetico-storico-critica di Francesco Gemelli canonico ordinario novarese &c. Aunque esta no parece mas que una de las muchas cuestiones de preeminencia, que en todos tiempos se han excitado entre varias iglesias, y por consiguiente que sólo pueda gustar a los de Novara, con todo el autor la llena de tantos documentos de todos los siglos desde el VIII hasta el XVI, que da pasto a la erudita curiosidad de los diplomáticos, e ilustra varios puntos de geografía y cronología de los tiempos bajos, y, lo que puede ser de gusto más universal, da muchas luces sobre diferentes objetos de disciplina eclesiástica, de los antiguos cabildos de los obispos, canónigos, párrocos y otros clérigos de las catedrales, de las parroquiales, y de las otras iglesias, de la introducción de las colegiales, de la jurisdicción eclesiástica, y de otras muchas materias importantes, sobre las cuales, a más de la erudición que escoge   —44→   de otros autores que las han tratado, trae siempre algunos documentos originales de su Iglesia de Novara.

Para hacerte mejor cargo de la cuestión puedes dar una ojeada a la carta que te escribí hablando de Novara, y en ella repasar lo que digo de las iglesias catedral, y de San Gaudencio. Te he querido dar noticia de este libro, o de esta disertación, que forma un tomo en 4º de 256 páginas, porque el autor debe ser conocido en España siendo individuo de la Real Academia de la Historia de Madrid: es el abate Gemelli, de quien te escribí en dicha carta, autor del Rifiorimento della Sardegna proposto nell' agricultura, que él regaló a esa academia, de una disertación sobre la geografía de Virgilio, y de varios otros libros en latín y en italiano, en verso y en prosa.

Otra obrita más pequeña, pero que interesa más la curiosidad de los eruditos filólogos, es una que sacó también a luz el año pasado el abate Morelli, bibliotecario de la biblioteca de San Marcos en Venecia, de quien te he escrito   —45→   varias veces. Esta es: Dionis Cassii Historiarum romanarum fragmenta cum novis earumdem lectionibus a Jacobo Morellio bibliothecae Venetae praefecto nunc primun edita. Bassani ex typographia Remondiniana A. MDCCLXXXXVIII; y el título indica bastante que en ella se contienen algunos fragmentos, y varias lecciones de la historia romana de Dión Casio.

Sin hacerte aquí una historia de la historia o de la obra de Dión Casio, que si no la sabes puedes leerla en Fabricio, u otros bibliógrafos, te diré solamente que Dión Casio empezó su historia romana desde el viaje de Eneas a Italia, y la continuó hasta el año 228 de la era cristiana, que es decir hasta sus días, hasta el año en que el mismo Dión Casio tuvo por segunda vez el consulado. Pero de esta cumplida historia es mucho más lo que se ha perdido que lo que nos queda, y de los 80 libros que contenía apenas pudo publicar 14, y esos llenos de lagunas y vacíos Roberto Estéfano, que hizo la primera edición que tenemos de él. La edición de Estéfano   —46→   es de 1548; nueve años después en 1557 hizo otra Xilandro, que le agregó la traducción latina, y algunas ilustraciones, y otras hicieron poco después Henrique Estéfano y otros, pero sin aumentarnos los libros de Dión.

Este autor como otros debe no poco a nuestro Don Antonio Agustín, que envió a Fulvio Orsino para que los imprimiese unos selectos sobre las embajadas, que había recogido en Sicilia cierto Juan de Constantinopla, sacándolos de Polibio, Dionisio Halicarnaseo Diodoro Sículo, Apiano alexandrino, y, lo que hace a nuestro propósito, de Dión Casio intitulado todo e)kloai\ peri\ presbeiw=n, o Selecta de legationibus; y en estos selectos de Dión Casio había muchos preciosos pedazos, que no se hallaban en las ediciones precedentes, y salían entonces a luz por primera vez, y que poco después los puso León Clavio en su edición de Dión Casio. Otras adiciones hizo en el siglo pasado Henrique Valesio; otras, aunque no tan copiosas, produjo después Grenovio; y otras creyó hacer, aunque por la mayor parte publicadas   —47→   ya por Fulvio Orsino, un tal Nicolás Carmini Falcone, que las sacó del arriba dicho códice de Orsino, o de Antonio Agustín conservado en la Vaticana.

Con todos estos y otros subsidios, que procuro adquirirse de la Vaticana, y otras librerías, y con el epítome de Xifilino, y otros pasos sacados de otros antiguos, quería presentar el célebre Fabricio una edición más completa de Dión Casio, y lo que él no pudo sino proyectar lo llegó a ejecutar felizmente su yerno Hermano Samuel Reimar, que en 1750 y 52 publicó en Hamburgo en dos gruesos tomos en folio la más completa, erudita y magnífica edición que tenemos de aquel autor. Ahora pues el docto y atento crítico abate Morelli mientras estaba formando el suplemento, o por mejor decir el nuevo catálogo de la biblioteca de San Marcos de Venecia, se encontró con un códice de Dión, que a más de ser apreciable por su antigüedad, siendo del siglo XI, parece haber logrado un escritor atento, y de bastante inteligencia, y pensó en sacar de él las variantes, y los fragmentos, que no han   —48→   visto la luz en ninguna de las ediciones. En efecto trae bellísimas variantes, algunas de las cuales presentan un sentido mucho mejor que el que leemos en la edición de Reimar. Podría traerte algunos ejemplos de ello, habiendo cotejado dichas variantes con el texto de Reimar, que cabalmente es el que yo poseo; pero sería fatigarte con palabras griegas, y con pedazos sueltos, que no podrían darte gran gusto.

Aun más que las variantes son apreciables los fragmentos. En el libro LV, donde hay varias lagunas, llenan algunas de ellas los fragmentos de aquel códice. Uno, por ejemplo, harto largo nos describe, como Augusto levanto en su foro, esto es, el foro de Augusto, un templo al Dios Marte, y estableció varias leyes o ritos, que se debían observar, lo que toca ligeramente Suetonio; pero en este fragmento de Dión se ve con más individualidad. Nos da también noticia de los juegos o espectáculos que dio en Roma y en Nápoles, contando el juego de Troya, que tan bien nos pintó Virgilio, los espectáculos de 260   —49→   leones degollados en el circo, de gladiatores; de una naumaquia entre atenienses y persas, quedando, también en ésta vencedores los atenienses, y finalmente de un gran lago de agua en el circo Flaminio, donde fueron hechos pedazos 36 cocodrilos; y diciendo de Nápoles que decretó en honor de Augusto el certamen quinquenal por haber edificado aquella ciudad después de haber sido arruinada por los terremotos y los incendios, lo que, añade, fue más fácil de ordenar en Nápoles, porque era la ciudad más apasionada a los usos de los griegos.

Si D. Nicolás Ignarra hubiese tenido esta noticia, ¿qué bello papel no le hubiera hecho en su libro de Palestra Neapolitana? Añade aun varias otras noticias del decreto con que se dio a Augusto el título de Padre de la patria, de una fiesta que dio el histrión o bailarín Pilades, y de varias otras cosas curiosas. No las tiene menos otro fragmento en el mismo libro algo más adelante, donde habla de varios hechos de Lucio Domicio en Alemania, de la guerra con   —50→   los partos, de la de los armenios, de las muertes de Cayo y de Lucio nietos e hijos adoptivos de Augusto, y de otras cosas semejantes, y con estas noticias se verifican algunas datas cronológicas, o se confirman algunos hechos ya conocidos, o se saben otros desconocidos, o se dan por otras partes nuevas luces para la historia romana.

El abate Morelli no sólo ha publicado dichos fragmentos en su texto griego, sino que los ha traducido en latín, e ilustrádolos con notas oportunas. Este códice de Dión Casio es uno de los 300 que los franceses tomaron de aquella biblioteca, por lo que las noticias que da el abate Morelli son más importantes, y ha querido darlas entre otras razones para que puedan servir al alemán Abrahan Jacobo Penzel, que está trabajando en una nueva edición de aquel autor, y a más de eso tum vero etian, añade, ut mihimet magno in moerore posito ab ejuscemodi negotii jucunditate solatium, quoad poteram diutinum pararem. Esta es la verdadera, para la distracción de las aflicciones y angustias de ánimo conviene mucho   —51→   sepultarse en el estudio, y divertirse con los libros.

El abate Morelli es en el día el más erudito y juicioso bibliógrafo que yo conozco en toda Europa, y se le debe desear vida, salud, y toda comodidad, y quietud de ánimo para continuar sus producciones, e ilustrar la bibliografía. No sé cómo sacara a luz los materiales que tenía recogidos para su catálogo de la librería; como ahora faltan de ella 300 manuscritos, no sabía, según me dijo el octubre pasado, si querría el gobierno que lo publicase cual se hallaba, añadiendo sólo a los códices transportados la nota de que existen ahora en la biblioteca de París, o que sólo publicase el catálogo de los que ahora han quedado, o que nada de esto se hiciese; y en este último caso pensaba con estas sus memorias sacar otra obra que tal vez sería más del gusto de los eruditos, y de más universal utilidad. El Señor le dé salud, y todos los medios para trabajar, como lo deseo para su honor, y para el provecho de la literatura.

Aunque las distracciones de las circunstancias   —52→   presentes dejan pensar poco en cosas literarias, este pequeño opúsculo ha logrado mucha aceptación en Alemania, y otras naciones cultas, y aun en París ha merecido muchos elogios de los que son capaces de gustar de este género de erudición. Las ediciones de fragmentos de autores antiguos suelen recibirlas con mucho aplauso los eruditos; y hemos visto cuanto ruido movió años atrás un fragmento sólo de dos o tres llanas de T. Livio, que se halló en la Vaticana, y lo publicó en Roma con grande aparato el docto abate Giovanazzi. Tal vez lo hicieron mayor los pocos fragmentos de los caracteres de Teofrasto, que el abate Petroni, bibliotecario de la Sapiencia, quería publicar en Roma, y habiendo muerto sin ejecutarlo, hizo después aquí en esta Real imprenta una magnífica edición el abate Amaduzzi, profesor en Roma en el colegio de Propaganda.

Los alemanes, y otros literatos septentrionales son aún más amantes de esta suerte de ediciones y apenas viene literato alguno a Italia que no sepa desenterrar   —53→   algún códice, y llevarse algún pedazo inédito para publicarlo a la vuelta a su país. Tengo a mano un cuaderno de fragmentos de SS. PP. griegos, que comenzó a publicar el joven dinamarqués Munter, de quien te escribí en mis cartas de Roma o Nápoles. Éste habiendo recogido en sus viajes muchos pedazos de SS. PP. antiguos que creía inéditos, vuelto a Copenhague los fue examinando mejor, los confrontó con los tesoros, colecciones, símbolos, anécdotas, y otras obras semejantes de Combefis, Montfaucon, Grabe, Pfaff, y otros tales, y halló ya publicados varios, que él había creído inéditos, y empezó a dar a luz algunos que realmente lo eran, y parece que tenía intención de continuar, pues da a este el título de Fasciculos primus; pero como no mucho después ha muerto, no creo que haya sacado otro, yo a lo menos no he visto más.

Aunque sea de una data ya algo antigua, creo que para ti podrá ser aun reciente, y que no te disgustará tener alguna noticia de lo que son estas ediciones de anécdotas, de las cuales deberían   —54→   estar bien provistas las bibliotecas públicas para dar luz, y ahorrar fatigas inútiles a los estudiosos: yo mismo si hubiera tenido a su tiempo estos fragmentos de Munter habría podido hablar con más fundamento en mi VI tomo sobre S. Ireneo y Teodoro Mopsuesteno. Empieza pues Munter con la relación de sus investigaciones hechas en las librerías particularmente de Viena, Venecia y Roma, y sobre todo de ciertos manuscritos que halló en la biblioteca de casa Corsini, que él creyó si serían de Foggini, que fue en ella bibliotecario, como también en la Vaticana, en los cuales encontró muchos fragmentos de SS. PP. recogidos de algunos códices de la Vaticana, y que parece los iba disponiendo el colector para darlos a la prensa. De estos manuscritos principalmente, y de algunos códices que examinó por sí mismo, copió los fragmentos que publica.

Empieza por uno de Papías, autor eclesiástico de fines del primero, y principios del segundo siglo de la Iglesia, pero notado por Eusebio y otros antiguos como escritor de ingenio no muy sublime.   —55→   Éste es de una descripción pueril de cómo quedó hinchado, feo y hediondo el cuerpo de Judas. El buen luterano luego quiere sacar provecho para su teología, y argüir de aquí el poco caso que quiere que se haga de la tradición. El argumento no tiene fuerza, porque la tradición a que queremos prestar fe los católicos no son los cuentos de Papías, ni aun de algún otro de más autoridad que él, sino el consentimiento y aceptación de la Iglesia; pero yo quisiera que del ejemplo de este y otros protestantes tomáramos los católicos el empeño de sacar provecho de todo para confirmación de nuestra fe, y recoger, publicar e ilustrar lo que pueda contribuir a tan santo fin.

Sin entrar en teologías, de este cuentecillo de Papías creo que podrán sacar los eruditos físicos y médicos una noticia algo curiosa, que yo a lo menos no he visto en otra parte, y sobre la cual el editor, metido en su crítica y teología, no ha hecho observación. Esta es de una especie de microscopio que usaban los médicos y cirujanos, pues dice Papías   —56→   que la cara estaba tan hinchada que los párpados de sus ojos no se podían ver ni aun con el espejo de los médicos, μηδὲ ὓπὸ Ιατροῦ διόπτρα ὸφθῆναι δύνασθαι. Ese espejo, o este microscopio, o como quieras llamar aquella dioptra de médico, bien fuese de vidrio o de metal, era ciertamente una especie de microscopio, de que se servían los médicos y cirujanos para ver con él lo que no podían alcanzar con sus ojos naturales. En 1785 se publicó en Londres un tomo de Memorias de la Sociedad literaria y filosófica de Manchester, entre las cuales hay una del Dr. Falconer sobre el conocimiento que tenían del vidrio los antiguos. Aunque en ésta el erudito autor no habla sólo del vidrio o cristal, sino también de los espejos de metal de diferentes especies, aunque trae muchas citas de Galeno del uso que se hacía en la medicina y cirugía, y parece que vacía cuanto se encuentra sobre este asunto en Plinio, Séneca y todos los antiguos, no hace en parte alguna la más mínima insinuación de esta dioptra de médico, que se ve aquí mencionada por Papías.

  —57→  

Pero dejando esto a un lado, y volviendo a Munter, del fragmento de Papías pasa a ocho o nueve de San Ireneo, y como en el primero, que pertenece al libro IV adversus hereses, habla el Santo de la libertad del hombre, el luterano Munter no le deja pasar sin hacer sus observaciones, y ver si podrá rebajar en este punto la autoridad de San Ireneo. Casi todos los otros fragmentos son de los comentarios de la Escritura de dicho Santo, los cuales se ve que versaban sobre todos, o a lo menos los más de los libros de la Biblia, y confieso que si los hubiese tenido presentes hubiera dado lugar a San Ireneo en mi capítulo de la exegética entre los más antiguos comentadores. Ni aun aquí deja pasar nada el joven Munter, donde no haga sus observaciones teológicas. Viene después un fragmento de Eusebio Cesariense sobre los Cantares.

Pero los más largos, y tal vez más importantes son los fragmentos de Teodoro Mopsuesteno. Este Teodoro, presbítero de Antioquía, y después obispo de Mopsuestia, fue uno de los más famosos   —58→   doctores de la Iglesia oriental en el cuarto y quinto siglo. La ruidosa cuestión de los tres capítulos que tanto ocupó a la Iglesia antigua, y aun a la moderna, ha conservado más viva la memoria de Teodoro en el occidente, que sin ella tal vez hubiera perecido con sus escritos: estos solo han quedado en las traducciones orientales, no en el griego original, ni en traducciones latinas, sino es un comento de los doce profetas, que se conserva inédito en dos o tres bibliotecas, y algún paso citado por Facundo Hermianense, u otros. Munter nos presenta ocho fragmentos bastante largos, que nos hacen conocer algo las obras, y el estilo de aquel autor. Cinco de ellos son de una respuesta, o refutación de Teodoro de la obra de Juliano apóstata contra los cristianos, de que no hablan ni Cave ni Fabricio, y los otros tres de sus comentarios del evangelio de San Lucas. Muchas observaciones hace Munter sobre algunos de estos fragmentos, y otras muchas podría yo hacer; pero temo haberte ya cansado sobrado con lo que de estas ediciones de fragmentos, y de esta   —59→   suerte de obras te he dicho hasta ahora, y sólo quisiera que los ejemplos de los italianos, y de tantos ultramontanos produjera en nuestros españoles el empeño de manejar y hojear todos los manuscritos que habrá en tantas bibliotecas de ahí, y sacar de ellos con atención, y conocimiento lo que se halle de importante, y que pueda acarrear algunas luces a la literatura.

Ahora pasando a producciones literarias más modernas te citaré dos que son muy recientes, pues apenas se han acabado de imprimir, y no han salido aún a la luz pública. Estas son una vida latina del Petrarca de monseñor Fabroni, y el segundo tomo de la historia del álgebra de los primeros italianos del P. Cosali. Desde que unos veinte o treinta años ha publicó el abate de Sade su vida del Petrarca, no se ha cesado de escribir vidas y elogios de aquel padre de la literatura moderna. El abate de Sade siendo de la familia de la famosa Laura, adorado objeto del Petrarca, pudo hallar en su casa varios documentos de la vida, hechos y escritos de aquel gran   —60→   cantor y adorador de una su antepasada, y tenía un motivo particular para hacer conocer más y más a quien con sus versos había hecho inmortal a una de su familia. Con esto tomo o con mucho empeño el recoger y publicar todas las memorias que podían servir a este intento, y dio a luz tres gruesos tomos en 4º de la vida del Petrarca, que han sido muy estimados no solo en Italia y Francia, sino también en las otras naciones.

Después acá el abate Tiraboschi en su historia de la literatura italiana se ha aprovechado de tas noticias del abate de Sade, y ha sabido dar otras nuevas. La academia de Padua propuso para asunto de un premio un elogio del Petrarca. El abate Bettinelli sacó un elogio de nuevo gusto con el título delle lodi del Petrarca. Tres a lo menos trabajaban a un mismo tiempo en la vida del Petrarca, el abate Menegheli de Padua de quien tengo impresa una disertación sobre las tragedias urbanas, D. Carlos Rosmini caballero de Roveredo, autor de las vidas de Ovidio, y de Séneca, y el caballero   —61→   Baldelli de Florencia, autor de un elogio de Macchiavelo, que mereció una crítica o confutación de nuestro D. Antonio Eximeno, que, como sabes, publicó aquí en italiano, y ahora piensa imprimirla ahí en castellano. Todos tres hicieron investigaciones y viajes para encontrar monumentos y noticias. En mi cuarto copió el abate Menegheli lo que juzgó conveniente para su intento de lo que toca al Petrarca en los códices de casa Capilupi, que habrás visto citados en mi Catálogo.

Varias veces me escribió el Sr. Rosmini, y yo le sugerí los monumentos de que tenía noticia, que podía consultar en su viaje que hacía con este motivo a Cremona, Milán, Pavía, Turín &c. Pero quedó finalmente con el encargo el caballero Baldelli. Éste siendo florentín en medio de aquellas librerías llenas de memorias del Petrarca, pudiendo conversar con Mehus, Bandini, Fabroni y otros eruditos en las cosas patrias, pudo recoger muchos monumentos y cartas inéditas, especialmente de las que posee el abate Mehus, y quiso a más de esto hacer   —62→   un viaje a Venecia, adonde el Petrarca dejó su librería, a Padua, donde vivió mucho tiempo, y murió, a lo menos en sus inmediaciones, a Verona y a otras ciudades.

Entonces el abate Menegheli le cedió todos los monumentos que había recogido de la librería de la catedral, y de otras librerías y archivos, y se retiró de la empresa de escribir dicha vida. Dos años hace publicó la suya el caballero Baldelli, y con esto abandonó el pensamiento de la suya el Sr. Rosmini, y se dedicó a escribir la de Victorino de Feltre, que le daba campo para ilustrar una buena parte de la historia literaria, y aun parte de la política de Italia en el siglo XV. Si vuelves a leer lo que digo de Victorino en el catálogo de los códices capilupianos, verás cuánto puede una vida semejante interesar a las literatos, especialmente a los italianos. En efecto dicho autor me escribió que se había movido a emprender la vida de Victorino por lo que había leído en mi catálogo.

Entretanto Baldelli como en su vida   —63→   daba varias noticias sacadas de cartas inéditas, pensaba hacer una edición de estas, y de otras que o son inéditas, o necesitan salir más correctas, no siéndolo según las ediciones en que hasta ahora se han publicado; y para la edición que él preparaba pidió a monseñor Fabroni que compusiese una vida latina para ponerla al principio de dichas cartas. Fabroni, hecho a escribir tales vidas la escribió en dos paletas; pero entretanto, negocios domésticos obligaron a Baldelli a hacer un largo viaje, y distraerse en varios asuntos, que no le han permitido ocuparse en dicha edición. Por lo que monseñor Fabroni, que tenía ya compuesta la vida me escribió que viese si Bodoni querría tomar a su cargo el imprimirla. La vida como compuesta sólo para ponerse a la frente de las cartas es breve, y no debe recomendarse particularmente por noticias originales y recónditas, sino por ser latina, que podrá leerse más universalmente en todas las naciones, por haber con particularidad hecho realzar las noticias de la parte literaria, y del mérito del Petrarca en   —64→   promover el buen gusto en esta parte, y por el mérito del estilo, y de la elocuencia latina, tan notorio por tantas otras vidas y obras de aquel escritor. Y he aquí una vida más del Petrarca sobre las que como te he dicho han salido a luz en poco tiempo.

Pero lo que te parecerá más extraño es que en este mismo tiempo, dos o tres años ha, compuso otra vida en Inglaterra una Señora Mistris Dobson, muy aficionada al Petrarca, que había dado pruebas de ello traduciendo en inglés varias cosas del poeta italiano, y finalmente quiso escribir la vida, como lo ejecutó en dos tomos en 8º, bien que ella misma confiesa que nada dice de nuevo, sino lo que había leído en otros, especialmente en el abate de Sade, y que sólo la escribe, porque desea hacer que sus nacionales conozcan a aquel hombre, a quien tanta debe toda la literatura.

Es cosa curiosa que mientras esta Señora inglesa trabajaba la vida del Petrarca, un abogado o procurador inglés de Liverpool se ocupaba igualmente en ilustrar la de otro italiano también de mucho   —65→   mérito en artes y letras. El Sr. Roscoe sacó por aquel tiempo, o poco antes en Liverpool una vida del célebre Lorenzo de Médicis apellidado el magnífico; pero éste no se contentó, como mistris Dobson con su Petrarca, con lo que habían escrito otros, sino que produjo muchísimas noticias originales. Lorenzo el magnífico no dejaba de ser conocido de los literatos y de los políticos; pero no lo era tan universalmente como el Petrarca. Roscoe, que desde su juventud le fue aficionado, se maravillaba de que no le hiciesen más honor sus compatriotas los italianos, y como su afecto le conducía a buscar noticias de su héroe, no podía llevar con paciencia que en tantos siglos no se hubiera hecho más que una edición de sus poesías, ni se hubiese escrito más que una brevísima vida, que compuso Valori, y que queriendo dar otra edición de sus poesías hacia la mitad de este siglo no se hubiese hecho más que reimprimir la antigua, y unirle la vida de Valori.

Tomose pues el empeño de hacer desde Liverpool conocer a los mismos italianos   —66→   el mérito de Lorenzo, y pasma el ver cuantos libros y opúsculos heterogéneos, y de diferentes asuntos, muchos de ellos desconocidos o despreciados aún de los italianos, tuvo él la paciencia de leer y volver a leer, y entresacar con diligencia y atención cuanto encontraba en ellos que pudiera tener alguna relación con su Lorenzo. Cuando estaba más metido en este estudio quiso el Sr. Clarke amigo suyo venir a Italia, y no dejó perder Roscoe tan oportuna ocasión para adquirir mayores noticias de Florencia. Su amigo le sirvió cumplidísimamente, y no dejó en Florencia librería ni archivo, donde pudiese hallar documentos tocantes a Lorenzo, que no examinase, y formó grandes fajos de copias que fue sacando de cuanto podía servir para el intento de Roscoe.

Cargado de poesías y monumentos inéditos que copió, y de libros impresos que compró, volvió a Inglaterra a hacer de todo a su amigo un reglalo que le había de ser tan apreciable. Lo fue en efecto, y se dio con ansia Roscoe a leer y   —67→   meditar todos aquellos materiales con que quería levantar un digno templo a la gloria de su Lorenzo. Entre los libros halló un grueso tomo en 4º mayor, en que estaba una larga vida de Lorenzo adornada con gran multitud de documentos originales escrita en latín pocos años antes por monseñor Fabroni. Se le cayó a su vista la pluma de la mano, pareciéndole que no le quedaba ya nada que hacer, hallándose ejecutado lo que tanto deseaba, y sólo juzgó poder traducir en inglés la vida de Fabroni, añadiendo en las notas algunas noticias que merecían tener en ella lugar. Pero después reflexionando que lo que él más deseaba que se realzase en la vida de Lorenzo era la parte que había tenido en la propagación y adelantamiento de artes y ciencias, y que Fabroni se extendía principalmente en la política, se resolvió finalmente a escribir otra vida que presentase a su héroe en aquellos aspectos que a él le placían, y la publicó en efecto en dos bellos tomos en 4º si mal no me acuerdo en 1796.

  —68→  

Yo tuve la ocasión de verla con comodidad a fines de aquel año, y principios del siguiente por el favor de un inglés que se hallaba entonces en Venecia, y como en ella se citaba dos veces mi obra con muestras de aprecio, deseó que le diera mi parecer, y le hiciera las observaciones que juzgara convenientes. La leí pues con mucho gusto, y con admiración de ver un inglés en Liverpool, sin haber estado jamás en Italia, poseer tantas y tan menudas noticias de autores, y de obras italianas, y corregir sobre datas y ediciones a los mismos italianos más versados en la bibliografía italiana, Tiraboschi, Affó, y otros tales. Su plan es oportuno para hacer leer una vida privada y pública sin tratarla superficialmente, ni cansar con sobradas menudencias.

El estado de la Toscana y de la Italia, los padres y hermanos la educación y los primeros años, o la juventud de Lorenzo disponen el ánimo del lector para desearlo conocer como político, soberano, y engrandecedor de un famoso   —69→   estado, como poeta y literato, como protector y promovedor de las artes, buenas letras y ciencias, y como sujeto que debe formar época en la cultura civil y literaria de la Italia, y aun de la Europa. Entremedias de los libros que siguen el curso de su vida política va enjeriendo, los otros en que trata en uno de su mérito en la cultura y protección de la poesía y buenas letras, en otro de la de las nobles artes, en otro de las ciencias, y en estos tiene campo para hablar de los hombres grandes que en aquel tiempo florecieron bajo su ilustrada protección. El segundo tomo contiene los documentos, muchos de los cuales son los que sacó de la vida de Fabroni; pero hay no pocos otros originales que salen a luz por primera vez en la suya.

No me causó poca admiración el ver ciertamente una cuarta parte del tomo llena de poesías inéditas de Lorenzo, que su diligencia, y la de su amigo Clarke supieron desenterrar del polvo de los archivos y librerías, y es un curioso fenómeno   —70→   literario ver salir de Liverpool, después de casi tres siglos, una colección de poesías italianas del más noble poeta, y de uno de los sujetos a quien debe más la poesía italiana, sacadas de las tinieblas a la luz pública por un abogado o procurador inglés, que jamás ha visto la Italia. En una obra semejante no todo podía salir desde luego con perfección, y así le fuí observando algunos pocos defectos, que el inglés que me prestó aquella vida quiso quedárselos para enviarlos al autor por si se hacía segunda edición; pero las circunstancias de la guerra le hicieron escapar de Venecia poco después, y no he tenido ya más noticia. Sólo he sabido que no era vano el pensamiento de la segunda edición, pues en junio del 1797 pasando por Florencia vi ya una segunda edición hecha en Londres, y ahora me escriben que se imprime en Pisa traducida en italiano.

De la historia de estas vidas de dos ilustres literatos italianos pasemos a otra historia de los primeros algebristas italianos.   —71→   Esta es del. P. Cosali teatino, de quien te escribí en una de las cartas del tercer tomito, aunque en la impresión vi que se decía Casoli, y no Cosali como es su apellido de una casa noble de los condes Cosali de Verona. La obra lleva el título: Origine trasporto in Italia, primi progressi in essa dell' algebra Storia critica di nuove disquisizioni analitiche o metafisiche arricchita di D. Pietro Cossali C. R. Tiene dos tomos en 4º, el primero salió a luz dos años ha en 1797, y el segundo se ha acabado ahora de imprimir, y no se ha publicado aún hasta que el autor, que se halla indispuesto, lo pueda presentar a S. A. a quien está dedicada la obra, pero yo confidencialmente lo he podido ya tener.

El primer tomo contiene 400 páginas, y otras tantas el segundo; pero no te asustes de tantos tomos y tantas páginas para una materia al parecer tan limitada como es la transportación del álgebra a Italia, y sus primeros progresos, que es decir hasta Cardano; porque aunque   —72→   que podría ser breve la historia, las disquisiciones analíticas y metafísicas en que entra, nada ajenas del asunto de su historia, le prestan materia para extenderse útilmente, dando muchas luces a la historia, y a los métodos de la análisis. Empieza el primer tomo por la introducción del álgebra en Italia por Leonardo de Pisa, y su propagación, y luego se mete a examinar la doctrina de Leonardo, y a parangonar su método de hacer las ecuaciones de segundo grado con los de otros algebristas. Entra después en las etimologías de las palabras álgebra y almucabala, y pasa a la explicación de la análisis especiosa. Asciende luego a Diofante, y a un riguroso examen de su doctrina, y hace parangones con otras de los modernos, y un más distinto cotejo de todas las partes de la de Leonardo. El álgebra de los árabes, y si la tomaron de Diofante, o, a lo que él se inclina, de los indios, los métodos de sus algebristas, y varias cuestiones sobre ellos, ocupan un buen capítulo, y de ella vuelve a Leonardo, y a Fr. Lucas   —73→   Paccioli, o Lucas de Borgo, finalmente concluye el tomo con la explicación a en un entero y largo capítulo del más y el menos, o de las cuantidades positivas y negativas. Todas estas materias desentrañadas profunda y menudamente merecían muy bien ocupar un tomo entero, y este es el que salió a luz dos años ha.

El que ahora se ha acabado de imprimir es mucho más científico. Empieza desde luego con un largo capítulo sobre los métodos de eliminación, y aquí se pasa revista a los Cramers, Euleros, La Granges, y los más sublimes algebristas, y se corrigen defectos de unos, se da a otros mayor extensión, y en todos se esparcen muchas luces, que pueden ser muy útiles a los algebristas; y por este solo capítulo merecería ser estudiada toda la obra. Viene luego un capítulo para la parte histórica, donde expone lo que llegó a alcanzar Fr. Lucas, y lo que enseñó en su obra, que es la primera que tenemos impresa sobre esta materia, los adelantamientos de Scipión   —74→   Ferro, Tartaglia, Cardano, Ferrari, Bombelli, y algún otro contemporáneo, y las cuestiones, desafíos y contiendas con que mutuamente se combatían. Y en todo esto va distintamente explicando las mañas de que se valían aquellos algebristas para soltar las dificultades, los pasos que daban hacia la verdad, los métodos que inventaban, las equivocaciones que padecían, y los descubrimientos que hacían, ilustrándolo todo con los métodos de los modernos, dando él a veces el colorido a lo que aquellos autores apenas llegaron a bosquejar, sacando algunas verdades de sus mismos yerros, mejorando sus métodos, dando mérito a lo que no parecía que lo tuviera, y en suma haciendo una obra que puede ser importante para los algebristas de dos tomos, que parecían no poder dejar de ser pesados a los lectores.

Como trata una materia limitada con tanta extensión y profundidad, descubre muchas equivocaciones en los que la han habido de tratar más ligeramente, en Montucla, en Wallis, y en mí. Si tienes   —75→   presente mi capítulo del álgebra, verás que no ocupan más que siete hojas todos los algebristas, que aquí llenan dos tomos, y en la historia del as matemáticas de Montucla todo lo que se dice del álgebra de Diofante, de los árabes, y de los primeros italianos esparcido acá y acullá en su primer tomo, estará contenido en unas catorce o quince hojas; los descubrimientos de Vieta, Descartes, Newton, Leibnitz y otros modernos empeñan más la curiosidad y atención de los lectores y escritores, que los primeros pasos de Leonardo, Fr. Lucas, Tartaglia, y los otros algebristas de aquellos tiempos. Contra Montucla es contra quien más se enfervoriza, y a cada paso se encuentra con grosso errore di Montucla, falla il Montucla, parecchi difetti del Montucla, torti del Montucla, y ya le acusa de hablar de lo que no ha leído, ya de no haber entendido lo que ha leído, ya de haberse dejado llevar de la pasión, y así frecuentemente, tanto en lo que dice como en lo que no dice, encuentra motivos de reprehenderles.

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Más indulgente se muestra conmigo, lo que debo atribuir a la amistad con que me honra; reprehende con menos frecuencia mis yerros, ahorra entonces las expresiones fuertes y cubre su confutación con las palabras honoríficas, y aun a veces busca excusas, y quiere alejar de mí las causas del error. Ciertamente en lo vasto, de la materia de mi obra, de la cual el álgebra no formará acaso la centésima parte, y en el álgebra misma la materia de los dos tomos del Padre Cosali vendrá a ser una cuarta parte de todo el capítulo, no podía yo examinar con tanta menudencia y distinción cada punto particular, y yo mismo desde el principio de mi obra protesté, que por más estudio y aplicación que pusiera en la lectura de tantos autores, y en el examen de tantos asuntos no podía lisonjearme de evitar todo error y de no caer en varias equivocaciones. En efecto en las que me nota el Padre Cosali, aunque algunas son meramente opinables, y creo poderlas sostener con fundamento de verdad, en otras   —77→   confieso que tiene razón, y no tengo dificultad de confesarlo, antes bien me consuelo al ver que lo poco que he dicho haya dado ocasión a tantas y tan eruditas investigaciones, y haya movido a un sujeto de las luces del Padre Cosali a ilustrar copiosamente algunos puntos, que yo apenas había podido tocar, y que mi obra coge el fruto que yo desde el prólogo deseaba de excitar los ingenios de otros más capaces para entrar más felizmente en la carrera que yo había abierto.

Te voy escribiendo lo que me viene a la pluma, y no sé si será esto lo que deseas, y si estas pocas noticias que te he vaciado en mis dos cartas serán conformes a lo que habrás esperado por noticias literarias. Ahora realmente casi no sabría darte otras: no se establecen nuevos institutos literarios, antes al contrario se destruyen varios, no se piensa en descubrimientos, y no es poco que vaya saliendo algún libro nuevo, y estos forman todo el asunto de las noticias literarias, que corren al presente, y aún   —78→   estas frías y lentas. Dime claramente qué suerte de noticias literarias son las que deseas, y me esforzaré para complacerte en esto, como en todo lo demás.

Te diré por último que estoy leyendo con mucho gusto dos libros españoles, el Evangelio en triunfo sin nombre de autor, y otro de la Armonía de la razón y de la religión del Padre Don Theodoro de Almeida: cada uno en su género me parece tener mérito, y me alegro de que se vayan escribiendo libros tales para tener siempre mas lejos la irreligión, y aquel vano y superficial filosofismo, que ha corrompido no sólo la fe y las costumbres, sino las letras y la política, y ha arruinado los estados. Una sólida filosofía, un profundo y bien fundado saber son muy estimables y ventajosos a los particulares, y a los estados; pero Dios nos libre de los medio sabidillos o pedantes con presunciones de filósofos. Sabido es el dicho de Bacon sobre esta media filosofía, o como él dice los primeros sorbos de la filosofía.

Espero que en España no se haya   —79→   introducido aún esa raza de filósofos; pero si por desgracia hay alguno, húyele el lado, y desprécialo en tu corazón seguro de que no sabe más que cuatro chufletas y habladurías, y no posee la verdadera filosofía. A este propósito te daré noticia de una edición de las obras de Newton que hizo pocos años ha en cuatro gruesos tomos en 4º el Dr. Horsley, individuo de la Sociedad Real de Londres, en la cual entre varios opúsculos inéditos, que por primera vez salen allí a luz, se leen cuatro cartas que aquel sublime filósofo, aquel gran geómetra, aquel físico profundo, aquel lógico riguroso y severo, que todo lo examina con la mayor exactitud de un raciocinio matemático; aquel hombre, digo, a quien ninguno, ni de estos filosofillos, ni de los sólidos sabios pondrá excepción escribe no a un fraile o a una monja, no a algún hombre prevenido con preocupaciones de religión, sino a otro filósofo, cual era el Dr. Bentley, amigo suyo a quien podía confiar su verdadero sentir; y estas cuatro cartas   —80→   versan todas no sobre poner en ridículo la religión, y quererse mostrar superior a las preocupaciones de los otros, sino sobre probar, y convencer la existencia de Dios. Vaya un Newton por un centenar o millares de filósofos presumidos, que creen poder gobernar el mundo a su modo y con repetir el nombre de naturaleza, y otros que no entienden, creen haberlo explicado todo, y sacudido el yugo de la religión. Basta de carta hasta el otro correo.

Parma y abril a 15 de 1799.



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ArribaAbajoCarta III

Querido Carlos: Te escribo con pocas ganas, porque hallándome este correo sin carta tuya, y habiéndome tú escrito algunas veces que te faltaba la mía, cuando ciertamente te había escrito, temo no se extravíe también esta, y pierda el trabajo que habré de emplear en ella como en las anteriores, que ves no debo mirar con indiferencia, mayormente teniendo varias otras cartas que escribir. Con todo allá va, a Dios, y a la ventura. Antes de todo te quiero hablar de cosas españolas, y decirte que he visto con mucho gusto las Décadas botánicas que empieza a publicar D. Casimiro Ortega.

No entro en el mérito botánico, que no dudo será grande, atendido el crédito del autor; aun sin esto me he complacido   —82→   de ver nombrados tantos profesores de botánica, y las obras de algunos de ellos. Me he alegrado también mucho de ver que esta obra periódica se haga conocer fuera de España, y tenga por acá varios suscriptores. La he visto con la ocasión de pasar por mis manos para ir a las de uno de ellos, y he sabido que tiene además algunos otros. Estoy cierto de que con mi aviso la tomaría un caballero de Reggio, de quien te he escrito alguna otra vez, muy amante de la botánica y agricultura, y apasionado a los autores españoles; pero ha caído en suerte para la leva forzada que su república hace para esta guerra, y poco podrá pensar en la botánica.

Observo que en esta parte puede lucir bastante nuestra nación. Cavanilles, Ortega, Ruiz, Pavón, y algunos otros son conocidos y estimados en casi toda la culta Europa: no sé si podremos decir lo mismo de las otras partes de la historia natural. D'Eluyar es sujeto muy estimado, y su Volfrano le ha adquirido crédito entre los químicos y metalúrgicos. En Born, o en no sé qué otro   —83→   autor, leí años atrás, que se esperaba de él una grande obra, que sería clásica y magistral en la metalurgia; pero no sé qué hasta ahora haya salido a luz. El librito de los peces de Galicia de D. Joseph Cornide, aunque pequeño, sin pretensiones de obra grande naturalística, y hecho más para la instrucción práctica y económica de las gentes del país, que para erudición de los naturalistas, no ha dejado de servirme para hacer ver a los extranjeros, que no estamos en esta parte tan atrasados como nos creen, y con sus descripciones, con sus usos, con la nomenclatura lineana, y con una tal cual originalidad, se hace útil a los mismos naturalistas. En efecto uno de estos, después de haberlo leído con gusto y provecho, según me dijo me lo pidió segunda vez con el fin de consultar algunas cosas para una obra que llevaba entre manos. Algo dice Cavanilles en su descripción del reino de Valencia, y así habrá algunos otros que habrán producido algunas cosas de historia natural; ¡pero qué diferencia del mérito, o a lo menos de la fama de   —84→   éstas, a la de las grandes obras botánicas de Cavanilles, Ortega y otros!

Una obra de otro género he visto estos días pasados en la biblioteca de este serenísimo Sr. Duque en su sitio de Colorno. Esta es una traducción española de la poética de Aristóteles de D. Joseph de Goya Muniain, publicada el año pasado 1798. El autor parece que se ha ejercitado en traducciones, pues había ya impreso una de César, y otra de materia muy diferente, cual es el catecismo del P. Canisio: ahora, dedicado a otros estudios, según él dice, más de su genio, que tengo entendido sea el de los cánones de la Iglesia de España, habiendo debido, por comisión del excelentísimo Sr. D. Nicolás de Azara, consultar para un inglés los códices que de dicha poética hay en la biblioteca real, y sacar de ellos las variantes, le vino el pensamiento de traducirla en castellano, aunque había ya dos o tres traducciones, y aumentar las riquezas de nuestra lengua con la nueva traducción de esta obrita griega tan digna de ser conocida de todos los que   —85→   se aplican a los estudios, y de ir en manos de muchos que no pueden leerla en su original.

Mucho me he alegrado de ver promovido por el autor, con su ejemplo, y con sus palabras, el estudio de los autores antiguos griegos y latinos, que han sido, y deberán ser en todos tiempos los verdaderos maestros y ejemplares del buen gusto. No tuve tiempo para examinarla atentamente, y solo advertí que las notas son a las veces gramaticales, observando la fuerza de las palabras, y su sintaxis, las frases y las expresiones, y otras estéticas, como suele decirse, o de gusto, confirmando con razones y con testimonios de otros autores latinos y griegos, y aun franceses, y otros modernos los preceptos, y la doctrina de Aristóteles en este particular. No he encontrado ninguna nota crítica, que sacase sus variantes halladas en esos códices, u otras de otras ediciones, y apoyase o corrigiese con ellas el texto griego.

Él mismo dice, que cinco años antes había enviado dichas variantes al Sr. Azara, para que se sirviera de ellas el   —86→   inglés Burgess, que quería hacer una nueva edición de la poética de Aristóteles; pero que Burgess en tanto tiempo aún no había dado a luz su edición. Por lo mismo pues hubiera sido muy del gusto de los críticos saber cuáles son esas variantes, y poderse servir de ellas en sus ocurrencias, y el Sr. Goya hubiera hecho una cosa muy grata a los lectores eruditos con producirlas, o en sus notas respectivas, o en página aparte, o en el margen, o como más le hubiera acomodado, tanto más que D. Juan de Iriarte, hablando de un códice que fue de la biblioteca de D. Juan Fernández de Velasco, y ahora de la Real, dice, que sería muy importante sacar de él las variantes para ilustrar el teatro de Aristóteles; pero que él ocupado en tantos otros códices no tenía tiempo para hacerlo.

En Octubre próximo pasado me mostró el docto abate Morelli, de quien te he hablado en la carta anterior, una nueva edición de la poética de Aristóteles hecha en Inglaterra, y el editor en el prólogo cita a dicho abate como que   —87→   le había indicado lo que dice Iriarte de los códices de esa biblioteca real; pero yo, con la curiosidad de ir viendo varios libros nuevos que me enseñaba, no pude pararme particularmente a examinar éste, y ni me acuerdo del nombre del editor, ni sé qué uso ha hecho de las noticias de Iriarte, ni si es el mismo Burgess, ni si ha publicado las variantes que tantos años ha le envió Goya. Con todo creo que no lo sea, porque hablando en el prólogo del abate Morelli, mucho más hubiera hablado del Sr. Azara, y del bibliotecario mayor del Sr. Goya, si hubiese sido el que había recibido este favor, tanto mayor que el de la mera indicación que le dio Morelli, y a poco que hubiera yo visto ex cod. Matrit. o algún nombre español, naturalmente se me hubieran ido tras él los ojos y hubiera fijado más mi atención.

El Sr. Goya ha hecho muy bien de juntar a su traducción el original griego; y ciertamente el texto de la edición de Glascua de Foulis es muy digno de que se tome por ejemplar; pero   —88→   ¿cuánto más apreciable no hubiera sido, que en vez de una mera reimpresión de aquel texto hubiera añadido algo del suyo, anunciando a lo menos las variantes cuales las ha sacado de esos códices, aunque no quisiera por ellas alterar en nada el texto de Foulis? Aunque después de 32 años cumplidos de ausencia conozco poco el estado presente de nuestra literatura, me parece poder temer, que esta parte crítica de ediciones de autores antiguos, no esté ahí tan cultivada como en otras naciones cultas. Se han hecho en estos años tantas ediciones del D. Quijote, y me alegro muchísimo de que se haga honor a un autor, que lo hace grande a nuestra nación; pero ¿por qué no se ha de hacer lo mismo a lo menos con algunos antiguos españoles?

El abate D. Faustino Arévalo lo ha hecho aquí en Italia con Prudencio y otros españoles, y ahora lo está haciendo con S. Isidoro, y sus ediciones han sido muy aplaudidas, y buscadas con honor suyo y de nuestra nación; ¿por qué no se han de tomar otros el mismo empeño por Pomponio Mela, Columela,   —89→   Séneca, Lucano, Quintiliano, Marcial, y otros españoles? Me acuerdo que tres o cuatro años ha escribió de la Silesia un alemán, cuyo nombre no tengo presente, a nuestro abate Pinazo, pidiéndole que le diese noticia de los códices que hubiera en Mantua de Séneca, y si podía favorecerle con sacarle las variantes; y yo le sugerí el de las cartas de Séneca de casa Capilupi, que habrás visto en mi catálogo. No sé en esta revolución de cosas lo que se habrá hecho; ¿pero no sería más propio que una edición de este autor se hiciera por un español?

Mucho me alegraría de que se hiciera una buena, correcta, clara y hermosa, pero sin lujo y barata de las instituciones oratorias de Quintiliano, para que fácilmente pudieran ir en manos de nuestros jóvenes, y también para que vieran los extranjeros que sabemos estimar lo que es digno de aprecio.

En años pasados me escribió D. Cándido Trigueros, segundo bibliotecario de S. Isidro, que teniendo aquella biblioteca copiosa provisión de monedas de España,   —90→   pensaba formar con ellas una Geografía numismática de España, haciendo que le precediese todo lo que los antiguos griegos y latinos nos han dejado escrito de la geografía de España, y para esto me pedía que le hiciera confrontar los códices de las librerías de Italia de tales autores. Le alabé mucho el pensamiento, que en todas sus partes me parece muy digno de alabanza; y por lo que toza a la edición de los geógrafos antiguos en lo que escriben de España, le manifesté el gasto inmenso que se necesitaría para hacer confrontar todos los códices griegos y latinos que hay en Italia; pero para prueba de mi deseo de servirle le envié las variantes de dos de Sena, y uno de esta biblioteca de los dos capítulos de Plinio que pertenecen a la geografía de España, y quedó pasmado de la notable variedad que con solos estos códices nacía en lo que dice Plinio de España.

Creo que Trigueros murió poco después sin poder llevar adelante su grandioso y muy laudable proyecto. ¡Qué sería si viese tantos otros códices de Plinio,   —91→   más antiguos y famosos que estos que a mí me fue entonces fácil confrontar! ¡Qué si viese los de Mela, de Estrabón, de Tolomeo, y de los otros! Solo la demanda de un hombre particular, que no creo pudiera exponerse a muchísimo gasto, de hacer confrontar todos los códices de Italia, me dio bastante a conocer la poca o ninguna práctica que de esto tenía. Si hubiera sabido los tesoros que derramaron los ingleses años atrás en los cotejos de los códices hebreos de la Biblia, para sacar la famosa con las variantes de Kennicot, y ahora de los griegos de los LXX pata la que ha de publicar Holmes, y lo que otros gastan para hacer confrontar pocos códices de algún autor, no hubiera pensado en tan vasta demanda. Pero aun sin meterse en tantos códices, con solo consultar las mejores ediciones, y algunos códices de esas bibliotecas, hubiera podido hacer una obra muy estimada, y me alegraría de que otro emprendiese este proyecto, que la muerte no dejó ejecutar a Trigueros.

También me escribió muchos años ha   —92→   el celebradísimo Pérez Bayer, que se trabajaba en una edición, de la España del geógrafo nubiense, y también esta quedó sin ejecución: ¡qué lástima que las empresas útiles y gloriosas a la nación no lleguen a lograr su cumplimiento! ¿Y por qué no se han de levantar otros jóvenes estudiosos a poner por obra lo que la muerte no permitió ejecutar a aquellos hombres doctos? Digo esto por que quisiera que a lo menos se viesen de España buenas ediciones de los autores españoles, e ilustraciones de las cosas de la nación.

Entretanto con pocas ganas de escribirte he llenado no sé cuántas paginas, sin darte ninguna noticia literaria, hablándote de cosas de ahí, que para ti serán ya rancias, y que sabrás mucho mejor que yo. Pero tal vez no sabrás que esta crítica, y este gusto de ediciones está muy valido en las otras naciones, y que en ellas se ocupan los más ilustres literatos. Murió el año pasado en Leyden el famoso gramático o filólogo David Runkenio, que por espacio de 41 años enseñó en aquella universidad   —93→   la literatura latina, la elocuencia, y la historia, y en muchos de los últimos de su vida dirigió también aquella biblioteca, siempre estimado, siempre honrado del público, y de los particulares, y aun le lloran muchos eruditos, que fueron sus discípulos, y otros que lo veneraban por sus doctas producciones.

La primera, a lo menos de las más célebres y conocidas fuera de Holanda, fueron dos cartas críticas o Epistolae criticae in Homeridatum hymnos, Hesiodum, Callimachum, et Apollonium Rhodium. De allí a algún tiempo publicó un Timoei sophistae lexicon vocum platonicarum, y estas producciones le adquirieron luego mucha fama, y la cátedra en aquella universidad. Oraciones, disertaciones críticas, notas, ediciones y otras semejantes fueron las ocupaciones de casi toda su vida, cuya carrera terminó a los 75 años de su edad, habiendo gozado singular crédito y reputación entre los más distinguidos literatos. ¿Qué estima no se merece de todas las personas de erudición y gusto el célebre Heyne, luminoso esplendor de la universidad   —94→   de Gottinga? Aunque son muchísimos los autores griegos y latinos que han recibido las luces de su crítica, erudición y gusto, su Virgilio es sobre todos el que hasta ahora ha merecido la más completa y universal aceptación. Ahora años ha que anda tras una edición de Homero, que tal vez será aun superior a la de Virgilio; pero las circunstancias de los tiempos son poco favorables a semejantes empresas; motivo por el cual Runkenio afligido de las revoluciones de su república no llevó adelante su edición de Apuleyo, de que no publicó más que un tomo.

Toup, Valkenaer, Schuz, y algunos otros críticos y filólogos son muy conocidos y estimados de los eruditos. Ha hecho gran ruido estos años con Homero, y las reliquias de éste, y de los Homéridos Federico Augusto Wolf: me acuerdo que el docto obispo de Amberes el Sr. Nelis, que ha muerto este otoño pasado en Toscana, me hablaba de él, como que su edición de Homero había de ser muy superior a la del acreditadísimo Heyne. Las circunstancias de los   —95→   tiempos no me han dejado ver estas cosas de Wolf, que se han impreso en Halla de Sajonia en estos años de 1794 y 95, y sólo sé lo que he visto en los diarios literarios. Desde luego me parece muy bien pensado lo que él propone de corregir el texto de Homero, no tanto por los códices, los cuales ciertamente no son de tanta antigüedad que puedan tomarse por puros y sinceros sin alteraciones de los copiantes, cuanto por los pasos de Platón, Aristóteles, Plutarco, y otros griegos, principalmente de los gramáticos y escoliadores, y observa en efecto, que varios versos se ven citados por éstos, que no se hallan en las ediciones de Homero. Por esto se ha aprovechado mucho del Homero de Viloison, de que creo haberte hablado bastante en mis cartas de Venecia, donde se producen muchos escolios de aquel poeta. Pero será muy difícil que se apruebe su paradoja de que en tiempo de Homero no se usase aún entre los griegos la escritura o el arte de escribir, y que por consiguiente Homero no escribiese sus poemas, y sólo fuesen pasando   —96→   de boca en boca de los rapsodistas hasta que Pisístrato, o algún otro los hizo escribir. Antes bien como él quiere que Homero no los compusiera sino para que se fueran cantando, es de sentir que no compusiese poemas enteros, sino varios cantos particulares, y que después los gramáticos los hayan ido uniendo, y formando los poemas de la Iliada y de la Odisea que ahora tenemos.

Una paradoja tal no podía dejar de excitar los ánimos de muchos críticos a combatirla, y en efecto así ha sido, y varios se le han opuesto. A este objeto creo que se dirige una oración pública que en la universidad de Franeker dijo el año pasado su rector el docto filólogo Everardo Wassenberg, uno de los que actualmente gozan de mayor crédito en toda Holanda en esta clase de literatura, cuyo título es: De abusu ingenii in ea praesertim sententia spectato, quae Iliadem, atque Odysseam Homero magnam partem abjudicat. Mucho podría decirte sobre estos puntos, porque esta es una parte de literatura que ahora anda muy valida, y   —97→   que cada día da estimables producciones, que prestarían materia para muchas y largas cartas; pero sin que yo me canse en escribírtelas, podrás adquirir de ellas más completas y más fundadas noticias con una o más visitas que hagas al abate D. Manuel Aponte, y a su discípula, y concatedrática la Sra. Clotilde Tambroni, quienes, versadísimos en la lengua y literatura griega habiendo por varios años manejado continuamente ediciones y escritos de erudición griega y latina, te podrán decir mucho más no sólo de lo que yo pueda escribirte, sino aun de lo que yo sé. Hazles una visita de mi parte, y manifiesta a entrambos la constancia de la estima y afecto que saben que les profeso.

Yo entretanto te daré noticia de dos obras, de que ni tú ni ellos tendréis alguna. Te la di en mi última carta de dos obras que se acababan de imprimir aquí, y que aún no se habían publicado, ahora te la daré de otras dos, que ni aún se han acabado de imprimir, y se están actualmente imprimiendo, una   —98→   en esta imprenta Real, y otra en la particular de Bodoni. La primera es del célebre abate de Rossi profesor de lenguas orientales en esta universidad, de quien, y de su librería te hablé largamente en mis cartas de viajes, y que conocido en toda la Europa lo es también ahí mucho, donde ha habido muchísimos suscriptores a su insigne obra de las Variantes del texto hebreo.

Desde el año 1776 había publicado una disertación histórico-crítica del origen y primeros principios de la tipografía hebraica, y fue tan estimada, que dos años después se reimprimió en Erlang sin hallarle cosa alguna que mudar, ni que añadir o quitar. Pero el autor no quedó de ella tan contento como los otros: su inmensa erudición en esta parte le descubría más y más ediciones hebreas de que no había hablado en ella, y que merecían ser distinguidas en la noticia histórica de la tipografía hebrea. Pensó por ello en hacer una obra en este género más completa, y dar unos Anales hebreo-tipográficos que abrazasen todas las ediciones del siglo XV, y   —99→   aun las del siguiente hasta el año 1520; pero impedido de otras ocupaciones, y de falta de salud no pudo ejecutar la obra con toda la extensión que había proyectado, y en 1795 sacó sus anales hebreo-tipográficos, pero sin pasar del siglo XV.

Ahora ha querido dar cumplimiento a su primer proyecto, y no se ha contentado con el término que entonces había fijado, sino que ha querido llevarlo más adelante, y observando que algunas ediciones posteriores son aun importantes para la historia de la tipografía hebrea se ha resuelto a abrazar también estas y en vez de pararse en 1520 ha llegado hasta 1540; y los anales hebreo-tipográficos de estos 40 años del siglo XVI son la obra que ahora se imprime en esta imprenta Real, y que es como un apéndice de los Anales hebreo-tipográficos del siglo XV, que imprimió en 1795.

Como sé que hubo ahí muchos suscriptores a la obra de las Variantes del abate de Rossi, y que por ello hay más de 60 ejemplares de ella, y por otra   —100→   parte tengo algún motivo para creer que ninguno haya llegado de estos Anales, no te pesará que te dé de ellos alguna noticia, y puedas así tener también alguna de la historia de la tipografía hebraica. Empiezan pues los anales con una disertación preliminar: De heb. typogr. origine ac primitiis earumque raritate praestantia et usu. El principio, o por decirlo así, la cuna de la imprenta hebrea ha dado motivo a muchas disputas entre los eruditos.

Dejando aparte algunos hebreos que la quieren hacer subir hasta el tiempo de Job, y otros más modernos que la fijan en 1428 por una edición de data falsa que lleva esta, y aun Buxtorfio que cree impresa en 1461 una gramática de Moisés Kimchi, y otros al contrario que se contentan con un origen sobrado reciente de Aldo, y aun de Bomberg, las opiniones más fundadas disputaban la primacía entre las ediciones de Soncino, villa del ducado de Milán, donde en 1484 salió un libro impreso en hebreo, y de Bolonia, de donde había una más antigua. Por Soncino   —101→   estaban Bartolocci, Maittaire, Sassi, y generalmente todos los críticos que trataban tales materias. Pero habiéndose por aquel tiempo, esto es, antes de la mitad de este siglo, descubierto un pentateuco impreso, en Bolonia en 1482, el marqués Maffei, y el cardenal Quirini dieron a Bolonia la primacía de tiempo que hasta entonces pacíficamente gozaba Soncino. No quiso sufrirlo Sassi como milanés, y con varios subterfugios y sutilezas, que sería largo de contar, quería sostener, que aunque la data de Bolonia preceda de dos años a la de Soncino, sin embargo la impresión empezó antes en Soncino que en Bolonia.

Mientras duraban estas contiendas no sabían aquellos eruditos que había otra impresión más antigua que aquellas dos. Wolfio describe una edición de los cuatro órdenes de R. Jacob ben Ascer, de la cual él pudo lograr dos tomos, o dos órdenes, que se hizo en Pieve di Sacco, lugar del Paduano, según él dice, en 1478. Con esta autoridad el célebre Foscarini dux de Venecia, que escribió la docta y juiciosa obra de la Literatura de   —102→   Venecia, como Pieve di Sacco, o en latín Plebisaccum, pertenece al Paduano, y Padua a Venecia, cantó victoria, y dio a Pieve di Sacco la gloria de la introducción de la imprenta hebrea, que se disputaba entre Soncino y Bolonia, y de este sentir fueron después todos los críticos que vieron en Wolfio un monumento tan auténtico. Con todo había aún otra edición anterior de los comentarios a Job de Gersonide de 1477, de la cual hablan tanto Bartolocci, como Wolfio, y después uno y otro la dejan en olvido cuando tratan de los principios de la imprenta hebrea. Y a la verdad el abate de Rossi posee no solo dicho comentario, sitio también un Salterio impreso en 1477: con que no una, sino dos ediciones por lo menos había anteriores al 1478.

Pero aún hay más: el mismo abate de Rossi vio en Roma en la biblioteca Casanatense, y después halló otro ejemplar que compró, de los dos primeros órdenes de R. Jacob ben Ascer, uno de ellos impreso en Mantua, y el otro en Ferrara en 1476. Parecía pues con estos decidida la cuestión, y el mismo   —103→   Rossi en una disertación sobre la imprenta hebrea-ferrares, que publicó en Parma en 1780, creyó poder fijar en el año 1476, y en Mantua y Ferrara el principio de esta imprenta. Con todo Wolfio por no dejar perder a sus alemanes la gloria de haber sido los primeros que usaron la imprenta hebrea, como tienen la de inventores en general de la imprenta, pretende que se les deba también esta por haber impreso en Estinga en 1475 Conrado Fyner un tratado de Negri contra los judíos, en el cual se ven algunas poquísimas palabras con caracteres hebreos. Rebate Rossi las razones de Wolfio; pero la mejor razón para conservar a sus italianos esta primacía son las obras impresas en aquel mismo año, no con dos o tres palabras sino enteramente en hebreo.

El mismo halló un comentario del judío Jarchi sobre el pentateuco impreso por Abrahan ben Garton en Reggio de Calabria en 1475, y concluido a fines de febrero. Aun más, poseyendo el mismo Rossi los órdenes de R. Jacob ben Ascer de Pieve di Sacco, y teniendo   —104→   dos ejemplares de aquella impresión uno en papel, y otro en pergamino, ha podido examinarlos con toda comodidad, y ha observado que la letra numeral, que Wolfio y los otros habían tenido por un Heth, que representa el ocho no es sino un He, que es la señal de cinco, y por consiguiente la edición de Plebisacco no se ha de referir al año 1478, sino al 1475. Si tomas en las manos un alfabeto hebreo verás que del He al Heth no hay más diferencia que la de estar unida con la línea de arriba la pierna del Heth, y un poco desunida la del He, como malamente los presento aquí He  , y Heth  , y en la edición de Plebisacco realmente parece un poco unida, y así no solo yo, sino el docto español Perotes que la examinaba conmigo, la tomamos por un Heth. Pero después el mismo Rossi me ha hecho observar, que todos los He de aquella edición están impresos así, y que el Heth se diferencia en estar mucho más unida la línea llegando a salir una puntica por la parte de arriba, y el He es  , mientras el Heth  , y siendo el He en hebreo la   —105→   señal de cinco, aquella edición se debe hacer subir al año 1475; y como es nada menos que de cuatro tomos, y se acabó a principios de julio, se ha de concluir que aun antes de 1475 se habría empezado, mayormente viéndose en ella tres especies de caracteres diferentes, lo que supone una imprenta ya adelantada, y que no empezaba entonces precisamente.

Te hablo con sobrada extensión de una cosa que tal vez te importará poco; pero no te debe pesar el tener una tal cual noticia de este punto de la historia tipográfica, que en ninguna otra parte podrás hallar tan bien tratado como en la disertación preliminar del abate de Rossi. Entra éste después en sus anales, y va describiendo con mucha individualidad todas estas ediciones de Reggio de Calabria, de Plebisacco, Mantua, Ferrara, Bolonia, Sancino, Lisboa, Leiria, y otras hasta el número de 51, las cuales tienen la data del año, y son todas del siglo XV, siendo la última del año 1496. Estas forman la primera parte de dichos anales; la segunda abraza o contiene las de aquel siglo, y aunque   —106→   sin data de año, por semejanza de caracteres y testimonios de algunos coetáneos, y otras razones les va señalando, a algunas con fundamento casi cierto, y a otras por conjeturas probables, el año de la impresión. Estas ediciones llegan a 67. Añade después un catálogo de los impresores de aquel siglo, y otro de las ciudades y lugares donde se han hecho impresiones. Con esto forma un tomo en cuarto aunque no muy grueso, en que trata completamente la materia.

Ahora pues publica un apéndice, o un nuevo libro, en que expone las ediciones del siglo XVI hasta el año 40. En estas como más comunes, y por consiguiente que interesan menos la curiosidad de los eruditos, no se extiende tanto; pero dice cuanto basta para dar una noticia completa. La sesenta y seis de estas ediciones es la políglota del cardenal Ximénez de Cisneros, que él cuenta entre las del año 1517, como está en el título, aunque el tomo de los léxicos, y de la gramática hebrea se haya impreso en 1515. Hace una breve historia de aquella obra, y luego añade:   —107→   At vero infinitus hinc liberalissimo maecenati honos emersit, summum Hispaniae decus, uberrimum ecclesiae emolumentum, amplissimum sacris litteris sacraeque criticae praesidium tum ob editos variarum linguarum vetustissimos codices, tum ob immensam quam continent ac pretiosam variarum lectionum copiam &c. &c.

No sé positivamente cuántas son las ediciones que trae; pero sé que a lo menos son cerca de trescientas. Añade después las de data falsa, y con esto forma unos anales completos de las impresiones hebreas. Aunque la obra debe empeñar particularmente la curiosidad de los amantes de noticias tipográficas, no dejan de hallar también en ella mucho pasto los bibliógrafos, los bíblicos, y todos los estudiosos de erudición sagrada y oriental. Nuestro Rodríguez Castro tendría con esta no poco que añadir, y que corregir en su Biblioteca rabínica española, y otros muchos se podrían aprovechar por otras partes. Con esta ocasión te diré, que el autor ha sacado un suplemento a sus cuatro tomos de Variantes, que forma como una mitad de   —108→   uno de aquellos tomos, y como ahí en Valencia ha habido algunos suscriptores a las Variantes, gustarán tal vez esos mismos de adquirir el suplemento, y tener con esto la obra completa.

La otra obra que se está imprimiendo aquí es también de erudición hebraica y oriental. El título es: De divini nominis Jehová pronuntiatione. Los judíos por respeto al nombre de Dios no se atrevían a pronunciarlo; pero esto era sólo del nombre de Jehová, que es el propio y privativo de Dios, no del de Adonai, u otros que se daban también al Señor. Por esto los eruditos modernos han seguido varias opiniones sobre el modo con que pronunciaban, o la palabra que en su lugar proferían cuando habían de leer en la Escritura Jehová. Como no he viste este libro, que actualmente está imprimiendo Bodoni, no sé de qué sentir sea el autor; sólo sé que añade un Auctarium o un apéndice sobre varios puntos de erudición oriental. El autor es el abate Caluso de Turín. Si tienes presentes las cartas que te escribí sobre Turín y sus literatos, te acordarás   —109→   que te hablé largamente del abate Caluso de la noble casa de los marqueses Masini de Valperga, que era secretario de aquella academia, aunque tenía por adjunto o compañero al conde Balbi, que en estos últimos tiempos era embajador del rey de Cerdeña en París, que dicho abate igualmente descollaba en las matemáticas y ciencias exactas, que en las buenas letras y lenguas orientales, y que mientras en la academia trataba puntos de cálculo infinitesimal, y de las materias más abstractas, imprimía un libro de literatura cóptica, y algunos pequeños poemas italianos. Ahora también, al enviar acá estos opúsculos para que se imprimieran, ha escrito que estaba trabajando sobre algunos puntos matemáticos para la academia, y distrayéndose así algún tanto de los pensamientos que suelen ser pesados en sus actuales circunstancias.

Te vuelvo a decir que deseo saber qué suerte de noticias literarias serán de tu gusto para poderte satisfacer de algún modo, porque quedo siempre con la duda de si las que te he escrito hasta   —110→   ahora lo son. Entretanto para variar un poco, y no hablarte solamente de libros te daré otra noticia, que también puede llamarse literaria. En Copenhague se ha comprado para unirla a la biblioteca pública la librería del profesor de la universidad de Kiel en Holstein el Sr. Schrader, que pasa a Petersburgo. Para hacer lugar a esta y a otras adquisiciones se ha habido de trabajar en la biblioteca, sin quedar comodidad para los que quisieren ir a estudiar en ella; por lo que un caballero dinamarqués el Sr. de Suhm, que posee una riquísima biblioteca, ha querido franquearla al público y tenerla abierta para los estudiosos que por ahora no pueden disfrutar la pública. Ahora pues una compañía de ciudadanos anónimos amantes de la patria, queriendo mostrarle su gratitud por este beneficio que hace al público, ha hecho batir una medalla con su efigie por una parte, y las palabras Petrus Fridericus Suhm 1797 (que fue cuando abrió su biblioteca), y por la otra un templo de Apolo Palatino con una puerta abierta, y la inscripción Apparuit.   —111→   Por pequeña que sea en sí la cosa, es siempre muy loable una demostración de pública gratitud de los particulares.

Me parece haberte escrito la demostración que han hecho los dinamarqueses pocos meses ha al eminentísimo cardenal Borgia. Como éste favorecía en Roma a los literatos romanos y forasteros, y les ayudaba en sus estudios, franqueándoles su librería y museo, y facilitándoles los medios para instruirse, algunos dinamarqueses, como Munter, de quien te hablé en otra, Adler, que ha compuesto el Museum cuficum Borgianum, y varios otros se habían aprovechado de su protección y favor, y sabiendo ahora el estado deplorable a que la actual revolución ha reducido a este y a otros cardenales, han querido mostrar su reconocimiento. Desde luego se unieron entre sí, y de lo poco que tenían, como no suelen abundar mucho de dinero los literatos, formaron un regalo enviándole en dos veces unos 600 pesos. A más de esto empeñaron al gobierno para que por medio de su ministro en París   —112→   intercediese con el directorio a favor del cardenal Borgia, y no pudiendo obtener más que buenas palabras, el rey de Dinamarca a instancia de los mismos literatos, en atención a los favores que este eminentísimo había hecho a sus vasallos en Roma para ayudarles en sus estudios, y sabiendo el estado en que le habían puesto las presentes circunstancias, le señaló una pensión de 800 risdalers cada año. Aunque la pensión no sea muy grande, para el estado presente de quien da, y de quien recibe, puede decirse considerable, y ciertamente es una acción noble, que honra al monarca que la hace, a los literatos que la han procurado y al cardenal que se la ha merecido. Te he escrito más largo de lo que pensaba con el temor de que pueda no llegar a tus manos la carta; y así la concluyo esperando tener cuanto antes el consuelo de recibir alguna tuya, y quedando siempre &c.

Parma a 30 de abril de 1799.



  —113→  

ArribaAbajoCarta IV

Querido Carlos: Es verdad que he dejado pasar mucho tiempo sin enviarte noticias literarias, como tú deseas, y como por algunos correos lo había hecho. ¿Pero a qué fin tomarme la fatiga de no pocas horas de escribir con el fundado temor de que no pudiera llegar a tus manos lo escrito? Tú mismo me dijiste por aquel tiempo, que estabas en pena por faltarte algunos correos mis cartas, que después las recibiste todas juntas. Sucedió entonces la venida de los franceses a Parma para pasar a dar la batalla, que sabes haberse dado cerca de Plasencia, y el temor y desmayo de toda la ciudad y de todo aquel estado, la fuga y dispersión de   —114→   todo lo mejor y más lucido y la confusión y desorden, la conmoción y quebranto casi universal tanto de los que huyeron, como de los que quedaron, dejaban pocas ganas de escribir. Yo fui uno de estos últimos, y gracias a Dios en medio de tanto estrépito militar de soldados encendidos con el ardor de la batalla, despechados unos por la derrota, hinchados otros con la victoria, puede tener la complacencia de ver conservada la tranquilidad pública, sin suceder alguno de aquellos desórdenes que en semejantes lances eran de temer.

Aquietado ya todo quise entonces salir de Parma, y gozar con algo más de sosiego la compañía de los amigos de la Lombardía; y por las casualidades que te he escrito hube de venir acá, donde las ocupaciones de mi incumbencia no me han dejado tiempo para escribirte con alguna extensión. Todo lo cual creo podrá servirme de completa excusa de no haber satisfecho tus deseos en todo este tiempo. A la que has de añadir la otra no menos justa de la incertidumbre de los correos, de cuyo paso en medio de   —115→   dos ejércitos siempre hay mucho que temer, como en efecto algunos de ellos han tenido la desgracia de ser interceptados, y sabe Dios dónde habrán ido a parar las cartas que llevaban. Por esto te escribo aun ahora de mala gana y seré breve para que sea poca la fatiga malograda caso que la carta tenga otro paradero que tus manos.

Te iré diciendo las pocas noticias literarias que en este tiempo se me han presentado. Creo haberte nombrado en mis cartas, que hiciste imprimir en Madrid (de las cuales te diré de paso para gobierno del librero, que en varias partes me piden ejemplares), como literato de Cremona al abate D. Isidoro Bianchi, que fue monje camandulense. Este profesor de ética en aquella ciudad, hombre de estudio y erudición no deja de ir siempre produciendo algunas cosas literarias. Las primeras que dio muchos años ha fueron de filosofía moral, de la privada y pública felicidad, con algunas cartas o memorias de erudición esparcidas por los diarios y papeles periódicos, que le adquirieron algún   —116→   crédito. Pasó después con no sé qué ministro o embajador a Dinamarca, y desde allá escribió cartas sobre la literatura de los dinamarqueses, que se imprimieron en las Noticias o Novelle letterarie de Florencia, y hacían que se conociese más en Italia la literatura septentrional, y el nombre del P. D. Isidoro Bianchi. Vuelto a su patria Cremona, el difunto conde de Firmian, ministro plenipotenciario de la Lombardía austriaca, y promovedor de la literatura, fundó en aquella ciudad una cátedra de ética o filosofía moral para dar con ella al P. Bianchi un honroso destino.

En todo este tiempo no ha cesado de dar a luz nuevas producciones, y particularmente se ha dedicado a componer en varias ocurrencias inscripciones latinas, y a ilustrar las antiguas, que se hallan en el Cremones, y con particularidad en una magnífica vila o casa de campo que los marqueses Piccinardi, dos caballeros hermanos mellizos, han adornado con varias preciosidades, y con cuantas inscripciones y monumentos   —117→   antiguos han podido recoger. Me ha dicho ahora que estaba pensando en publicar en algún diario un catálogo de los códices que había en las bibliotecas de Cremona, que con la destrucción, en estos tres años, de tantas bibliotecas y comunidades se habrán derramado, Dios sabe por donde. Será un breve catálogo con la sencilla indicación de los títulos, y poco más; no con la extensión del catálogo capilupiano, que como ves forma un tomito.

Tenía ahora el abate Bianchi alojado en su casa a otro camandulense el abate San Clemente, que por las desgracias presentes se había visto precisado a abandonar a Roma, y acogerse a la casa de este su antiguo compañero, que le ofrecía amigable hospedaje. Este abate San Clemente es célebre entre otras obras por un gran tomo en folio sobre el año del nacimiento de Christo, de que tanto se ha disputado, en el cual quiere probar que precede, si mal no me acuerdo, seis años a nuestra era vulgar, esto es que en vez de 1799 deberíamos contar 1805, y con esta ocasión esparce   —118→   en todo aquel grueso tomo mucha erudición numismática y anticuaria. Llevó consigo casi entero el museo numismático, que en tantos años de Roma había recogido, y me hizo el gusto de enseñármelo. Como su objeto principal era tener monumentos para su obra de la era cristiana, ha recogido con particular cuidado las monedas antiguas, que tienen alguna singularidad en la parte cronológica, y en esta ha sabido encontrar algunas, que merecen particular atención, y manifiestan deberse introducir un nuevo sistema en la antigua cronología. Pero a vueltas de estas ha recogido también otras muchas y algunas de ellas de gran raridad, que no habían podido llegar a noticia del doctísimo Eckel, y por consiguiente no habían podido entrar en su obra clásica De doctrina numorum veterum.

Te escribí de esta celebradísima obra de mi buen amigo el abate Eckel en la carta de la literatura de Viena; pero entonces apenas habían salido los primeros tomos. Se concluyó después feliz y gloriosamente en ocho tomos en cuarto   —119→   con aplauso universal; pero desgraciadamente poco después de concluida, o aun tal vez antes de concluirse del todo la impresión del último tomo, sobrevino una arrebatada muerte al autor, como creo haberte ya escrito desde Parma. En una obra semejante, que debe abrazar cuantas monedas se han batido antiguamente en todas las naciones de alguna cultura, es preciso que se encuentren algunas faltas, y que varias medallas estén mal entendidas o explicadas, y se echen menos algunas otras. El autor se hallaba prefecto del riquísimo museo numismático del emperador, y su vasta erudición le presentaba todas las monedas que se encuentran en los más célebres museos, o de que dan noticia escritores acreditados, y con eso ha podido cumplir la obra que ha hecho con admiración y reconocimiento de todos los versados en la materia; pero sin embargo la obra no es, ni puede ser enteramente completa, y el mismo autor si hubiese podido continuar su preciosa vida hubiera dado un copioso suplemento y aun después de él hubiera dejado   —120→   a otros no poco que añadir. En efecto el P. abate San Clemente puede enriquecer aquella apreciable obra con otras medallas que él posee y piensa publicar. También en Milán vi al P. Caroni, Barnabita, que me dijo estar grabando una o más medallas para ilustrarlas, que no se hallan en la grande obra del difunto Eckel, de quien él es muy apasionado.

En estos pensamientos dejé en Cremona a los ex-camandulenses Bianchi, y San Clemente, y llegando a Milán hallé otro camandulense el P. abate Biasi, de quien te escribí que había ilustrado en varios tomos algunas lápidas griegas de casa Nani en Venecia. Éste se hallaba en Roma profesor de teología en el colegio de Propaganda, y se ocupaba en escribir un diario eclesiástico, que tenía mucho despacho. Bajo el nuevo gobierno con la supresión de Propaganda perdió su cátedra, y lo peor fue, que con la confusión de los partidos le prendieron, y tuvo que sufrir no pocos males, y temer otros mayores. Habiendo salido de su prisión huyó lejos de aquel país mal seguro, y se recobró en Milán, donde   —121→   me dijo que estaba disponiendo sus cosas para emprender de nuevo el diario eclesiástico, y deseaba ver para este el tercer tomo de nuestro docto abate Arévalo de su edición de S. Isidoro, y los dos de mi obra, que como habrás visto son todos de ciencias eclesiásticas.

Una obra vi en Milán ya impresa, pero aún no publicada, de materia sacra, que le podrá dar vasto argumento para el diario eclesiástico. Te acordarás de lo que te escribí años atrás de la biblioteca Ambrosiana de Milán, y de un códice bíblico polígloto, del cual el Dr. Bugati, uno de los bibliotecarios, había publicado el Daniel en siríaco, y estaba entonces ilustrando los Salmos para publicarlos. Ahora pues, en todo este tiempo los ha entresacado del códice polígloto, los ha puesto en limpio, los ha traducido en latín e ilustrado con las notas convenientes y los ha hecho imprimir, como realmente me los mostró ya impresos. Pues ¿por qué no publicarlos? El bravo Dr. Bugati en medio de su loable estudiosidad y aplicación tiene tal vez   —122→   un poco de inercia literaria: la obra está impresa, sólo falta la prefación, y esta prefación aunque empezada, según creo mucho tiempo ha, no se acaba jamás, porque el autor ocupado en varias cosillas de un empleo o comisión literaria, y distraído en leer otras cosas de su gusto, no se resuelve nunca a poner mano a la obra, y concluir su prefación. Entre tanto está cubierta de polvo la obra, que daría mucho honor al autor, como se lo ha dado su Daniel, aunque la traducción siríaca de los Salmos no sea tan apreciable como la del Daniel.

Habrás visto en mi sexto tomo que en la versión griega de la escritura tenemos el texto de los LXX en todos los libros, menos en el Daniel, donde el texto es el de Teodoción, que en la biblioteca del príncipe Chigi de Roma se hallaba la versión de los LXX, y que estos años pasados la dio a luz el P. de Magistris de S. Felipe Neri, ahora obispo in partibus, que por algunas razones que allí apunto no dejó del todo satisfechos a los críticos eruditos, y que por   —123→   tanto la versión siríaca, como hecha sobre el texto griego de los LXX, podía pasar por original. La de los Salmos no tendrá este mérito; pero no le faltarán otros que la hagan muy apreciable a los eruditos, y es de desear que pronto pueda disfrutarse con ventaja de los estudios bíblicos de la erudición oriental.

En la misma biblioteca Ambrosiana se halla ahora como uno de los bibliotecarios el abate Amoretti, de quien tal vez te habré escrito cuando era secretario de la Sociedad patriótica. Una de las incumbencias, según éste me dijo, de aquellos bibliotecarios es la de publicar algunos de los muchos manuscritos, que se conservan en aquella biblioteca, como ves que lo hace el Dr. Bugati con el códice polígloto. El abate Amoretti, siguiendo la misma empresa, ha tomado otro rumbo, y aplicádose a ilustrar un códice de asunto muy diferente. No teníamos hasta ahora una completa descripción del viaje de Magallanes, y Ramusio en su colección de viajes se contentó con dar un extracto muy imperfecto   —124→   de la relación que dejó escrita Pigafeta. Ahora pues, esta relación original con varios mapas, y curiosos diseños de aquellas tierras, se halla entre los manuscritos de la Ambrosiana, y el abate Amoretti la había sacado en limpio, e ilustrado con notas de noticias posteriores, lo que necesitaba de ilustración, corrigiendo, confirmando, o poniendo en claro lo que en la relación de Pigafeta podría quedar en duda, o con alguna obscuridad. Su fatiga estaba ya en buen estado, y tal vez a estas horas se habrá empezado ya la impresión, y no dudó que cuanto antes tendremos la relación original del viaje de Magallanes, tal vez más pronto que los Salmos ya impresos de Bugati.

Esto me trae a la memoria con dolor la precipitada muerte de nuestro Muñoz y la pérdida de una historia de América comenzada con tanta celebridad. Te he escrito varias veces las repetidas prisas que me daban los literatos de Weimar, que tan presto tradujeron el primer tomo, para que viera de proporcionarles luego los otros. Vi el año pasado   —125→   en el Magasin encyclopedique de París, que estaban pata salir otros dos, y que todos los esperaban con impaciencia. Entretanto el autor ha muerto, su obra quedará imperfecta, sin que haya quien se tome la pena, o por mejor decir la honra de continuarla, y su primer tomo aumentará el número de los primeros tomos sin segundos de obras imperfectas, que se ven de nuestra nación con poco honor de nuestra literatura, y algunas de ellas de autores vivientes, que podrían, y aun deberían concluirlas, y no burlar a los lectores, que comprando los primeros tomos con la esperanza de la continuación, quedan engañados con el peso de tener obras imperfectas, de que no saben qué hacerse. Pero dejemos esto a quien toca, y sólo digo, que puesto que Muñoz había recogido tantos materiales, que, como él mismo me dijo una vez, pasaban de veinte tomos en folio, sería lástima que quedasen abandonados al polvo y a la polilla, cuando tan fácilmente algún estudioso podría hacer honor a Muñoz, a sí, y a la nación con aprovecharse de   —126→   ellos, dar cumplimiento a la obra comenzada, y enriquecer la literatura con una exacta y completa historia de América.

Volviendo a las noticias de estos países, hay una muy reciente en la pérdida repentina, aunque puede decirse prevista tiempo ha, de un famoso poeta que dejé en pie, aunque achacoso, en Milán, y apenas he llegado aquí me han dado la noticia de su muerte. Este era el célebre abate Perini, autor de los dos pequeños poemas satíricos il mattino, y il mezzogiorno, que le ganaron muchísima fama. Tenía trabajado a pedazos sueltos la sera, que le faltaba para dar el día completo, y me dicen los que le habían oído algunos, que hay cosas muy buenas sobre las tertulias, o como aquí dicen conversazioni, sobre los teatros, sobre algunas cenas de campo, y otros puntos semejantes, que hubieran coronado su obra. Pero él como poeta caprichoso había ido componiendo algunos pedazos como le venían a la fantasía, y jamás había tenido la paciencia de ponerse con cuidado a ordenar   —127→   y formar un cuerpo, y a reducir a un pequeño poema aquellos pedazos sueltos. Él mismo, pocos días antes de morir, se dolía conmigo de su pereza, y sentía que ni en su vida, ni después de ella sería posible hacer servir aquellos pedazos que había compuesto, estando algunos mal escritos en papeles rotos, otros perdidos, y sin ninguna luz para adivinar el orden en que se habían de distribuir, porque ni él mismo la tenía, no habiendo jamás pensado en ello seriamente.

En años pasados otro poeta viendo cuán deseado era de todos el poema de la sera, y que nunca salía a luz, quiso componer uno, que desde luego dio mucha ganancia al librero que lo imprimió; pero que después no ha servido sino para hacer estimar más los otros dos del mattino y mezzogiorno, y desear el verdadero de la sera del abate Perini. A más de estos pequeños poemas tiene un tomo en octavo de poesías líricas, y algunas de ellas muy buenas, aunque en otras se notaba un poco de hinchazón y afectación filosófica, que con   —128→   su estilo e ingenio sabía él sostener; pero que no podía dejar de perjudicar a los que quisieran imitarle. Era hombre de gusto fino y delicado, de ingenio y juicio severo, que daba luego en lo satírico, y ciertamente era uno de los literatos que ahora daban honor a la Italia.

Te he escrito varias veces de otro poeta mucho más viejo que el abate Perini; pero que gracias a Dios aun vive, y conserva todo su vigor y fuego poético, y en su edad de 81 años escribe con una viveza y brío como un joven de 20 ó 30. Este es el abate Bettinelli, que ahora ha sufrido tranquilamente en Mantua las molestias del sitio, y apenas libre de él me ha escrito varias veces, y me ha enviado un soneto que ha impreso por la libertad de Mantua, y el manifiesto para una nueva reimpresión de sus obras, que las unirá todas en doce tomos en octavo. Estas no son solo poesías, antes bien las poesías no forman más que dos tomos, o poco más; contienen lecciones sagradas, como aquí dicen, esto es discursos o sermones, que se solían hacer los días de fiesta por   —129→   la tarde, refiriendo y explicando las historias de la sagrada escritura, y sacando de ellas muchas reflexiones y moralidades. Estando como solían bien escritas, formaban una instrucción para los oyentes, y muchas de ellas impresas la formaban para los lectores, agradable al mismo tiempo que útil; y las lecciones sacras de Zucconi, de Graneli, y otras semejantes, no sólo sirven de pasto espiritual a los devotos, y de erudición bíblica y predicable a los eclesiásticos, sino que algunas de ellas las estudian los gramáticos, y las personas de buen gusto por el estilo, y por la elegancia de la lengua italiana; y el Tobías de Pelegrini, y el David de Martinetti, esto es, las lecciones sacras sobre Tobías y David de uno y de otro, se encuentran en el tocador de las señoras, e igualmente los manejan los doctos, y los devotos; y el Génesis de Nicolai lo estudian los filósofos y eruditos por las vastas, varias y no comunes noticias, que en tanta diversidad de materias contiene.

Bettinelli ha publicado también un tomito de lecciones sacras sobre el Génesis, y con estas da principio a la edición   —130→   de sus obras. Su Risorgimento d'Italia nella cultura &c. en dos tomos, es donde quiere dar a la Italia la gloria de haber sido la primera en inventar, promover, y hacer reflorecer ya esta, ya la otra ciencia, y donde ha dado materia a nuestro D. Xavier Lampillas para rebatirle frecuentemente, y dar a la España la gloria, que él atribuye a su Italia. El Entusiasmo, las Cartas de Virgilio a los Arcades de Roma, y otras obras en prosa han contribuido a hacerle famoso por toda Italia, y aun fuera de ella, no menos que sus tragedias, y sus pequeños poemas, de los cuales el más aplaudido ha sido el de le Raccolte, sus versos sueltos, y otras muchas poesías. Ahora presenta el manifiesto otros cuatro tomitos de diálogos, cartas, epigramas, y otras cosillas ligeras y amenas, que pueden entretener con agradable y útil lectura a las señoras, y todo junto formará los doce tomos en octavo que promete.

Antes de dejar de las manos los poetas te diré, que otros dos poetas célebres de Italia están para publicar cada uno su traducción de la Geórgica de   —131→   Virgilio. El Sr. marqués Manara caballero de Parma, que ha sido ministro de estado de S. A. el Sr. infante duque de Parma, hizo cuando era joven la traducción de las Églogas, que se ha impreso y reimpreso muchas veces con grande aceptación. Después con el tiempo, en los intervalos que le dejaban libres sus ocupaciones, se iba entreteniendo en traducir igualmente la Geórgica, y hace años que tiene concluida la traducción. Con todo su miramiento, su modestia, y una cierta irresolución que suele acompañar a la edad avanzada, le ha hecho pasar muchos años tocando y retocando, limando y mudando algunos versos sin llegar al término de la deseada publicación, que Dios sabe si llegará jamás a efectuarse. Se halla ya en la adelantada edad de 85 o más años, y una pequeña caída que tuvo el invierno pasado le ha dejado algo más flaco, y sin mucho empeño de pensar en su Geórgica. El marqués Menara es un anciano respetable por su edad, nobleza, dignidades y celebridad, y amado de todos por su buen genio y carácter, y por su constante, inalterable y ejemplar   —132→   conducta, deseándole todos más largos años de vida, y esperando con ansia la publicación de su Geórgica.

Mas pronto creo que tendremos la traducción de la misma Geórgica de Virgilio de otro famoso poeta el abate Clemente Bondi. De este tendrás ya noticia, a lo menos por lo que digo de él en mi tomo de la poesía. Dos tomos hay impresos y reimpresos de sus poesías, y a más de éstas varias otras impresas acá y acullá, que juntas harían un tercer tomo, y que tal vez lo harán, porque estos años pasados vi un manifiesto de una nueva edición de sus poesías, en el cual se prometía este tercer tomo que digo, y no he sabido después si se ha ejecutado, porque no es fácil, especialmente en estos tiempos, ir tras cada cosa en particular. A más de estas poesías, había compuesto una traducción de la Eneida, que se imprimió en Parma en dos tomos, y después se ha reimpreso en Luca, o en no sé qué otra parte. En las actuales vicisitudes de Italia hallándose vagando fuera de Mantua, con poca voluntad de volver a ella, fue convidado por los Archiduques de   —133→   Milán a ir a hacerles compañía en Bruun, ciudad de Moravia, donde entonces se hallaban, y en Neustadt de Austria, donde después fijaron su residencia. En este tiempo ha trabajado su traducción de la Geórgica, y la Archiduquesa, según me escriben, se la hará imprimir ahora en Viena, donde se imprime muy bien en italiano, como puedes haber observado en mi carta sobre el arte de enseñar a hablar a los mudos, que se imprimió en aquella ciudad. Ya ves cuanto aprecio se hace de la poesía, y que literatos y hombres grandes se adquieren nombre con ella.

Llegando a esta universidad me encuentro luego en otro mundo literario, cercado de libros nuevos, y de obras de otras materias bien diferentes de la poesía. Dos tomitos ha publicado, y estaba para publicar el tercero que ha suspendido por las actuales circunstancias, Discorsi elementari di anatomia e fisiologia, el Dr. Presciani para uso de su escuela que es de anatomía comparada y fisiología en esta universidad. La obra, como dice el título, son discursos elementales de fisiología y anatomía comparada,   —134→   esto es: primero de los principios que componen el cuerpo humano: segundo de la masticación: tercero de la deglutación: cuarto del peritoneo: quinto de la digestión: sexto de la quilificación: séptimo del hígado: octavo del omento, del páncreas, y del bazo; y así de los demás, uniendo las funciones animales, o la parte fisiológica con la anatomía, en la cual no se contenta con la explicación de las partes del cuerpo humano, sino que trae también las de otros animales, y da con esto mayor luz a toda la fisiología y anatomía. Aunque como discursos elementales, o lecciones dadas a sus discípulos, no pueden internarse con mucha profundidad; sin embargo presentan un escritor, que posee la materia, y tienen el mérito de buen orden y claridad.

No debería hablarte, por ser ya vieja, de otra obra anatómica de un profesor provecto, conocido y estimado en toda la Europa. Esta es la obra grande en folio mayor con excelentes láminas: Tabulae Neurologicae ad illustrandam historiam anatomicam cardiacorum nervorum, noni nervorum cerebri, glossopharyngaei et   —135→   pharyngaei ex octavo cerebri del Dr. Scarpa, profesor de anatomía y cirugía en esta universidad. El autor a más de ser conocido en todas las naciones lo debe ser ahí particularmente, por ser socio de la academia de medicina y habiéndose impreso la obra en 1791 debería haber llegado por ahí mucho tiempo ha; pero las dificultades e impedimentos de todo comercio en el largo tiempo de esta guerra me hacen temer que pueda aun pasar como nueva la noticia de esta obra, la cual no se para en cosas comunes y viejas, sino que las presenta recónditas y originales, como las otras obras del mismo autor, añadiendo en esta el mérito de la gran delicadez y perfección de las láminas, que ponen delante de los ojos con la mayor claridad las más secretas, sutiles e imperceptibles partecillas de los vasos del corazón.

El ver dos profesores de anatomía te podrá hacer formar concepto de lo que será este gabinete o museo anatómico, que tiene ocupados a dos profesores. En efecto el Dr. Scarpa profesa la anatomía, digámoslo así, del hombre natural, mirándola particularmente para el uso de la   —136→   cirugía; el Dr. Presciani pone especialmente la mira en la anatomía patológica, o del hombre morboso, y la comparada, o del hombre y otros animales en que las diferencias son más dignas de observación. Con esto se forma un museo anatómico, no de ceras y bellas labores artificiales sino de partes naturales, cual no se ve otro alguno en Italia, y tal vez no habrá más que uno o dos fuera de ella, que se le pueda comparar.

Otra obra bellísima acaba de imprimir el Dr. Scarpa no aquí, sino en Lipsia, donde un librero le ha pagado muy bien su manuscrito, y las láminas, que había hecho abrir aquí a su vista, y según su propio diseño, en que también es maestro. La obra es de Ossium structura, donde hace ver que los huesos no son más que cartilágines cargados de materia terrea que los endurece, de suerte que despojados de esta materia con un ácido, se ven en el museo anatómico los huesos reducidos a más o menos sutiles cartilágines, cuyo descubrimiento puede ser de grande utilidad para muchas enfermedades de los huesos. Ahora me dice que tiene pronta para la imprenta otra   —137→   obra sobre las enfermedades de los ojos, en que se aprovechará de las experiencias, y observaciones que veinte anos ha está haciendo con atención.

Otras obras médicas ha compuesto, y está componiendo el Dr. Luis Brera, médico joven, que tradujo en Viena, y enriqueció con notas la carta que te escribí de la literatura de aquella ciudad. Este joven ha viajado por Alemania para instruirse y perfecionarse más en la medicina, y desde luego se ha dado a publicar varias obras suyas, y de otros. Una de ellas es su Sylloge opusculorum selectorum ad praxim praecipue medicam spectantium, donde recoge opúsculos y disertaciones de varios los más alemanes, añadiendo tres suyas propias de plica polonica. Cuatro son hasta ahora los tomos, y parece que está en ánimo de ir publicando más. Por ejemplo los opúsculos del primer tomo son: Blumenbach De vi vitali sanguini neganda, vita autem propria solidis quibusdam corporis humani partibus adserenda. Gautier De irritabilitatis notione, natura et morbis. De causa insertionis placentae in uteri orificium, ex novis circa generationem   —138→   humanam oservationibus et hypothesibus declarata. Hubner Commentatio de caenesthesi; y luego el primero de los tres sobre la plica polonica del mismo editor el Dr. Brera.

Te causará novedad el asunto de la disertación del Dr. Hubner, y no entenderás que significa aquel caenesthesis, ni entendiéndolo sabrás lo que viene a ser. Entiende pues el autor con esta palabra griega que significa nuevo sentido, el sentido interior que más o menos tenemos todas, diferente del tacto, y de los otros cuatro sentidos exteriores. Éste produce las sensaciones de la hambre y de la sed, del cansancio, de las ganas de las evacuaciones naturales, de un cierto vigor, descanso y bien estar, de un no sé qué por el cual nos sentimos más o menos sanos, vigorosos y listos, o al contrario flojos, abatidos y desganados, y otras muchas sensaciones interiores, cuyo atento conocimiento puede servir mucho para la semiología, o para la indicación de las enfermedades. En los otros tomos hay disertaciones de Malacarne, de Neuhof, de Brunnemann, Rahn, Hebenstreit, Sasse, Kunsemuller, Eschenbach, Careno, Soelling, y algunos otros.

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Otra colección semejante está también publicando de Comentari medici; y al mismo tiempo hace la cuarta edición, de una obrita suya dell' Anatripsologia, o sia Dottrina delle frizioni. El Dr. Chiarenti, médico florentín, había inventado un método para curar varios males por medio de fricciones hechas con los humores animales, como saliva, suco gástrico &c. y con otras materias que comúnmente se dan por la boca. El Dr. Brera en 1797 publicó un discurso sobre este nuevo modo de fricciones, que en poco tiempo se reimprimió dos veces: ahora habiendo hecho nuevas experiencias y observaciones, y adquirido nuevas noticias ha dado mayor cuerpo a aquel opúsculo y ha formado una obra de dos tomos en octavo de los cuales ha salido a luz el primero en este último mes de julio.

Otra obra grande en folio está publicando al mismo tiempo intitulada: Annotazioni medico-pratiche sulle diverse malattie trattate nella clinica medica di Pavia, en la cual, como bastantemente lo indica el título, se presentan algunas observaciones y doctrinas generales sobre las enfermedades, y se dan como en   —140→   prueba breves historias de algunas curaciones hechas en la clínica médica de este hospital. El establecimiento de la clínica médica, y de la clínica quirúrgica está tan bien plantado en este hospital, y en la universidad, a cuyos profesores pertenece, que merecería una descripción particular, como tal vez te la haré en otra carta. Ahora para no interrumpir la noticia comenzada de las obras del Dr. Brera, te diré que de estas anotaciones médico-prácticas ha publicado hasta ahora dos cuadernos. El primero contiene, a más de la prefación, un largo discurso preliminar, en que habla mucho del sistema de Brown, que ha seguido frecuentemente en sus curaciones, bien que moderándolo, y corrigiéndolo en muchas circunstancias en que no lo juzga conveniente: y el segundo abraza las piresías y calenturas tanto sencillas como complicadas con las inflamaciones locales, y con los exantemas. Y a este tenor continuará en los otros cuadernos.

A más de estas obras que te he dicho ha impreso el Dr. Brera algunas otras disertaciones y opúsculos, que prueban su aplicación y estudiosidad. Todas   —141→   estas obras de fisiología, anatomía, cirugía y medicina son muy recientes, publicadas casi todas en este año, porque si te quisiera hablar de las obras no tan modernas de los profesores, Carminati, socio como Scarpa de la academia médica de Madrid, Nessi, escritor de cirugía y de obstetricia, Raggi y los otros catedráticos de la clase médica de esta universidad, debería extenderme sobrado, y te daría noticias literarias tal vez ya viejas.

A esta clase médica pertenecen la química y la botánica, y de algunas obras de sus profesores ya se tiene ahí noticia. Brugnatelli lo es de química, y hace años que está publicando sus anales de química, obra periódica, que ha tenido, aun fuera de Italia, no poca aceptación. Ahora ha acabado de imprimir el último tomo de sus Elementos de química, que ha abrazado en tres tomos en octavo, el primero dado a luz en 1795, el segundo en 96, y ahora en el mes pasado el tercero. Con esto se tiene un curso completo de química con todos los descubrimientos más recientes de los modernos químicos, y algunos del mismo autor.

Algún año después de la publicación   —142→   de la nueva nomenclatura química de Lavoisier, y otros franceses, comenzó Brugnatelli a corregir algunos nombres, y añadir otros, y poco a poco ha ido formando una nomenclatura en gran parte suya, de la que hace uso en esta obra, y en el primer tomo pone un Vocabulario della nuova nomenclatura chimica riformata e accresciuta da Luigi Brugnatelli. No sé si su nomenclatura ha sido abrazada de otros escritores pero en la reforma de algunos nombres no deja de tener razón, si bien soy poco inclinado a introducir novedades en punto a nomenclatura. Aunque sea venerador de la doctrina de Lavoisier, y de los otros químicos franceses, no deja de rebatirlo frecuentemente aun en los puntos en que Lavoisier más se gloriaba; por ejemplo en la nomenclatura, en la invención y en el uso de algunos instrumentos, y en varios otros. Brugnarelli describe los instrumentos, y las preparaciones y operaciones de los químicos, trata de todos los gas, del aire del calórico, de la luz, de los metales, y de cuanto puede formar un químico. En sus anales de química tiene varias memorias suyas, y antes   —143→   bien como en ellas tratando solo algunos puntos particulares los puede exponer con más extensión, y referir las razones, experiencias y observaciones en que apoya su sentir, al tocar estos mismos puntos en sus elementos, donde los debe abrazar todos, apunta brevemente las razones, y remite al lector a sus anales donde está más largamente tratada la materia. Ahora me dice que está trabajando sobre los metales, bien que con alguna lentitud, porque como las experiencias acarrean algunos gastos, y el tiempo de guerra en que estamos exige economía no se puede hacer lo que se quiere, ni adelantar en sus estudios como lo haría en mejores tiempos.

Del botánico Nocca no tengo que hablarte, habiéndote ya escrito varias veces cuando estaba en Mantua, y enviádote varias obritas suyas para el famoso botánico Cavanilles, el cual le ha hecho el honor, como sabes, de dedicarle una planta nueva, dándole el nombre de Nocca rigida. De Mantua fue trasladado a esta universidad y ahora empieza a imprimir una obra de la cual te envié el manifiesto, que no sé si en estas circunstancias   —144→   de atrasos y extravíos de correos habrá llegado a tus manos. La obra es Ticinensis horti academici plantae selectae, quas descriptionibus illustravit, observationibus auxit, coloribus ad naturam prope reddidit Dominicus Nocca &c. cuyo título solo muestra bastante lo que la obra ha de ser. Este jardín botánico es ciertamente el más rico de toda Italia, y posee muchas plantas raras, que son poco conocidas, y algunas no publicadas. Con esto un profesor inteligente, que sepa hacer buena elección, como la hará el profesor Nocca, bien acreditado entre los botánicos de Europa, describir bien las plantas escogidas, ilustrarlas con algunas eruditas y curiosas observaciones, y presentarlas a la vista con buen diseño y buenos colores, puede formar una obra importante para los estudiosos y amantes de la botánica. Ya ves en una ciudad no muy poblada, como es esta de unas veinte mil almas, o poco más, cuantas obras se están escribiendo, y sé que hay aun varias otras a más de las nombradas aquí, que por no tener de ellas individual noticia, y por no alargarme sobrado, las he pasado en silencio.

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No puedo, ni quiero hacerlo así con el elogio de una gran literata, y creo poder decir una gran santa, de cuya muerte no sé si te di noticia; pero te la di ciertamente de su edificante vida en las cartas que te escribí años atrás de Milán, y que imprimiste en Madrid. Esta es la famosa doña María Cayetana Agnesi (en las cartas por yerro de imprenta se lee María Catalina), hija de D. Pedro Agnesi Mariani, señor de Monteglia, y de doña Ana Brivia, nobles de Milán. Nació en mayo de 1718, y desde los primeros años mostró genio y disposición para todos los estudios: a los cinco poseía el francés: oyendo las lecciones que daban a su hermano mostró facilidad en aprender el latín, y antes de cumplir los nueve tradujo en latín, y recitó en el jardín de su casa, delante de un concurso de caballeros y personas cultas, que a este fin convidó su padre, una oración que le habían dado en italiano, y se imprimió después: Oratio, qua ostenditur, artium liberalium studia a foemineo sexu neutiqtiam abhorrere, habita a Maria de Agnesiis Rhetoricae   —146→   operam dante anno aetatis suae nono nondum exacto die 18 Augusti 1727. A los 11 años poseía de modo la lengua griega, que no sólo traducía de repente en latín cualquiera libro griego, sino que hablaba corrientemente, y escribía, en griego como si fuera su lengua nativa. Como su maestro de esta lengua era un alemán aprendió juntamente la lengua alemana y se hallan entre los escritos que componía para su ejercicio una traducción griega del libro del Combate espiritual del P. Scupoli, y otra italiana, francesa, alemana y griega de los dos libros de suplemento a Q. Curcio de Freinshemio, un diccionario greco-latino hecho para su propio uso, una traducción de latín en griego de una Mitología, y algunas composiciones de poesía italiana, latina y griega. A todas estas lenguas añadía la española y la hebrea, de modo que realmente podía llamarse Oraculo septilingue, como la llamó un literato en los elogios que entonces se le hicieron.

Adelantamientos tan maravillosos excitaban la curiosidad de los literatos a conocerla, y la voluntad de enseñarle   —147→   las ciencias a que mostraba tanta disposición, y uno le enseñaba, lógica y metafísica, otro física, otro matemática, y ella lo abrazaba todo con suma facilidad. Una hermana suya doña María Teresa era tan excelente en la música, como doña María Cayetana en lenguas, buenas letras y ciencias. Con esto cuantos príncipes y viajeros ilustres, o por nobleza o por letras, llegaban a Milán, todos deseaban concurrir a casa Agnesi, y conocer y oír a estas famosas hermanas, lo que llenaba de justa complacencia a su padre. Éste quiso dar un raro espectáculo, cual ningún otro podía dar, haciendo que doña Cayetana defendiese públicamente en su casa ciento y noventa conclusiones de filosofía y de matemática, y que doña María Teresa entretuviese con su música los intervalos de descanso. Ministros, senadores, todo lo principal y mejor de Milán y de forasteros asistieron con gusto y maravilla a una función tan singular, y la fama del raro saber de la Agnesi corría más y más por toda Europa.

No tenía aún 20 años cuando ilustres   —148→   literatos le escribían, le enviaban sus obras, la consultaban; y visitas, cartas y elogios venían de todas partes a aquella docta y modesta joven, la cual en medio de tantos aplausos sólo pensaba en su retiro, y en apartarse de las honras, y de la compañía del mundo. En efecto aunque en casa no se empleaba más que en santas obras, en estudio, en oración, en enseñar a uno de sus hermanos, y en obedecer a la voluntad de su padre, pidió a este su permiso para retirarse a un convento, y hacerse monja. No pudo resolverse el padre a privarse de tan amada hija, y después de muchos debates obtuvo de ella que se quedaría en casa, pero con tres condiciones, de poder ir siempre con vestido humilde y sencillo, de ir siempre que quisiese a la Iglesia, y de no haber de concurrir a teatros, bailes, ni otras diversiones semejantes.

Aquietado su deseo de mayor retiro, y formado un nuevo plan de vida, se dio con más tesón al estudio de las matemáticas, en que tanto había aprovechado, y leyendo con particular atención   —149→   los mejores libros que iban saliendo, entrando en frecuentes conferencias, y en repetida correspondencia epistolar con los mejores matemáticos, proponiendo problemas, y resolviendo los que le proponían, y llenando la mente y la imaginación de figuras y cálculos algebraicos y geométricos, se halló finalmente en estado en 1748, y a los 30 años de edad de poder dar a luz la famosa obra, que algunos años antes estaba trabajando para su instrucción propia, y para la de uno de sus hermanos, intitulada Instituzioni analitiche ad uso della Gioventa italiana, que le mereció los elogios y aplausos no solo de toda la Italia, sino de la Francia y de la Alemania. La emperatriz y reina de Hungría María Teresa, el rey de Cerdeña, el elector de Sajonia, el papa Benedicto XIV, la academia del instituto de Bolonia, la academia de las ciencias de París, todos los personajes más distinguidos de la culta Europa le dieron repetidas pruebas de su aprobación, aprecio y admiración. Su obra fue leída, aplaudida, estudiada y traducida en francés   —150→   por el docto matemático Bossut, como obra que explica de una manera clara y precisa los principios del cálculo diferencial e integral, y la más propia para guiar a cuantos quieran adquirir los conocimientos necesarios para internarse profundamente en todos los ramos de la matemática.

Pero en medio de tanto aplauso literario la devota y religiosa alma de Agnesi no suspiraba sino por su retiro, y por sus obras de caridad y piedad. Cerrada en su cuarto cumplía con rigurosa exactitud todos los actos de una fervorosa devoción, lectura espiritual, especialmente de la Escritura y santos padres, meditación, oración, examen de conciencia, misas y todos los ejercicios de piedad cristiana eran los primeros objetos de su atención. Sus luces y su juicio le daban autoridad sobre toda la familia, y así cuidaba de la educación de sus hermanos y hermanas, que fueron veinte y tres y trece vivieron juntos por 11 años y explicaba la doctrina cristiana a los criados y criadas; y, no contenta con estos actos de caridad dentro de casa, su tierno corazón se difundía   —151→   en la compasión y asistencia de los enfermos de su parroquia y del hospital mayor, que estaba inmediato a su casa.

Esta caridad con los enfermos llegó a ser loable y santa pasión, y formó propiamente el distintivo carácter de la Agnesi. Pidió a su padre unos cuartos remotos en su casa para habitar en ellos, y tomar consigo una o dos enfermas, a quienes asistir día y noche. Mientras vivió su padre, que fue aún tres o cuatro años hasta marzo de 1752, refrenó por obediencia el fervor de su caridad, y continuó prestándose con afabilidad y buen modo a las visitas y conversaciones y a las academias de letras y de música en compañía de su hermana, que su padre tenía en casa con concurso de todo lo mejor de Milán. Pero muerto el padre, y dueña enteramente de sí misma soltó las riendas a su devoción, y negándose a toda clase de visitas, y a todo pasatiempo mundano, se entregó perfectamente a Dios y a los enfermos, o generalmente a la caridad del próximo.

Tomó para sí la porción que le tocaba, y formó de su habitación un pequeño   —152→   hospital, que mantenía con esta su renta, y del cual era directora, administradora y enfermera, y a más de sus propias enfermas visitaba y asistía a las otras de la parroquia y del hospital. Si antes frecuentaba los sacramentos dos veces a la semana, entonces comenzó a hacerlo todos los días cuando su director espiritual se lo permitía. Agregada a la hermandad de la doctrina cristiana, asistía todos los días de fiesta a la doctrina de la parroquia, y ella misma se tomaba el cuidado de instruir a las niñas más tiernas en los primeros elementos del catecismo, y dar otras instrucciones convenientes a las que preparaba para la primera comunión. Sus limosnas a jóvenes, que daban buenas esperanzas para la carrera eclesiástica, fueron grandiosas y superiores a las fuerzas de la moderada porción de su haber. Quitado el poquísimo gasto de un pobre vestido, y de una miserabilísima comida, todo lo demás lo consumía en enfermos, limosnas y actos de caridad; y no bastando todo esto para satisfacer los deseos de su corazón, se determinó a implorar el favor,   —153→   auxilio y limosnas de otras personas devotas, y particularmente del generoso corazón de la archiduquesa de Milán doña María Beatriz de Este, de cuyas amables prendas he tenido ocasión de escribirte varias veces.

Algunos años después, en 1771, se fundó en Milán por la generosidad del príncipe D. Antonio Ptolomeo Triulzi el grandioso establecimiento de pobres, llamado por el nombre del fundador Luogo pio Triulzi, donde entre hombres y mujeres se mantienen cuatrocientos, y cincuenta pobres viejos o achacosos, faltos de sustento, e imposibilitados de ganárselo. Entonces el cardenal Pozzoboneli, arzobispo de Milán, propuso a doña María Cayetana Agnesi el empleo de visitadora y directora, y ella no sólo lo tomó y ejerció con todo empeño, sino que se constituyó una de las enfermeras, velando por turno las noches como las otras y juntando las fatigas de enfermera con las de visitadora, y directora, y no dejando por esto el cuidado de las enfermas de su casa, y de las de su parroquia.

La incomodidad que le debía causar   —154→   el ir cada día desde su casa al Luogo pio Triulzi, como indispensablemente por su ardiente celo lo hacía con calores y fríos, con vientos, lluvias y nieves, en todas las intemperies de las diferentes estaciones, movió a los señores administradores en 1781 a proponerle que tomase habitación en el mismo Luogo pio, y lo abrazó desde luego como cosa tan conforme a su piadosa inclinación. Allí vivió los restantes años de su vida, entregada enteramente a Dios y a los enfermos, y muerta, por decirlo así, y sepultada a todo lo restante del mundo.

Allí sin embargo pude tener yo el consuelo de conocerla y hablarla, y gozar del maravilloso, tierno y edificante espectáculo de ver una señora criada entre las delicias de una familia distinguida, obsequiada de los más ilustres personajes, y viviendo siempre en brillantísima compañía, y lo que es más una literata, aurora de obras estimadas, elogiada, incensada y respetada de todos los literatos de Milán, y de los forasteros; buscada con empeño por las academias y universidades, lisonjeada de los   —155→   aplausos y elogios de toda la Europa, que movida del espíritu del Señor abandona placeres, comodidades y honores, se da enteramente por muerta al mundo, se sepulta entre enfermos y desvalidos, y se hace perene víctima de la caridad, puro y agradable holocausto a la presencia de Dios. Un ejemplo como este delante de los ojos me era un poderoso motivo de credibilidad de la gracia del Señor, y de su amable providencia, la cual sola es capaz de producir semejantes maravillas. En este asilo de su caridad y humildad cristiana pasó los restantes años de su vida, hasta que a 9 de enero de este año 1799, el 81 de su edad, voló al eterno reposo.

Me he extendido tal vez sobrado en la noticia de esta singularísima señora, porque el corazón se enternece al presentarse tales objetos, y la pluma corre sin pensar, pudiendo también creer que no te será desagradable tener más individuales noticias de una persona, que por sus letras, y por sus virtudes merecía ser bien conocida. Sólo el ejemplo de esta literata podría bastar para desmentir el   —156→   engañado concepto en que están algunos de que la literatura en las mujeres las hace ligeras y vanas. Las mujeres en esta parte son como los hombres; hay sabidillos, como sabidillas, que se llenan de presunción y vanidad; pero las mujeres que llegan a adquirir un sólido y profundo saber son como los verdaderos sabios, modestas, moderadas y juiciosas. Puedo decirte, que tales las he hallado cuantas he conocido realmente doctas. Te he escrito otras veces de la célebre Laura Bassi, profesora de física en la universidad de Bolonia, en quien competía la virtud con la doctrina. Tienes ahí otra profesora de Bolonia la señora Clotilde Tambroni, y puedes ver si el dominio que tiene del griego y de la poesía ha causado algún perjuicio a su modestia, miramiento y buen porte. Te podría nombrar varias otras; pero me atengo a estas dos solas, porque son ahí más conocidas. Y basta de carta, que no sé cómo ha salido más larga de lo que pensaba al principio.

Pavía y agosto a 10 de 1799.



  —157→  

ArribaCarta V

Querido Carlos: Finalmente puedo decir que estoy libre del molesto resfriado, de que te he escrito en mis últimas cartas, y podré ahora escribirte con alguna más extensión sobre lo que deseas. Te prometí dar alguna noticia más individual de lo que me pedían de Barcelona sobre la colección de Opúsculos de Milán, sobre las Memorias de la Sociedad de Verona, sobre las Efemérides de Roma, y sobre otros papeles periódicos de Italia; de todo lo cual, y de la diferencia de uno a otro no parece que tenía ideas claras el que lo escribía, y según lo que pude juzgar, tampoco los otros. Esto me hace acordar que en mis cartas no te he hablado de los dos últimos tomos de la Sociedad italiana de Verona.

  —158→  

Acuérdate de que en años atrás, en las cartas que imprimiste sobre Venecia y Verona, te daba larga noticia de la Sociedad italiana, del caballero Lorgna su fundador, y del fondo que este dejaba para renta de dicha Sociedad. Murió después Lorgna, vinieron los franceses, se apoderaron del estado Veneto, se hizo el tratado de Campo-Formio, se estableció la República cisalpina, se mudaron los confines de las provincias, y gran parte de lo que antes era del Veronés, destinado entonces al Emperador, pasó al Mantuano, que pertenecía a la República cisalpina, y como cabalmente la posesión que dejó Lorgna a la Sociedad estaba dentro de este territorio, la Sociedad quedó cisalpina, y no tocó más a Verona, aunque comúnmente conservaba el nombre de ella.

Se estableció en Módena un colegio militar, del cual fue profesor Cagnoli, de quien te escribí que entró en lugar de Lorgna director o presidente de la Sociedad, y con esto se trasladó de algún modo a Módena dicha Sociedad, y allí se publicaron el año pasado de una vez   —159→   los dos tomos que te he dicho. Sería largo de contar todas las mutaciones que ha habido en estos tiempos en los estados políticos, las cuales también han influido en la Sociedad, longa est iniuria, longae ambages, y a ti no te importará mucho estar enterado de tales menudencias; puede bastarte lo dicho para una suficiente noticia de la historia de la Sociedad italiana de Verona, y vamos a los dos últimos tomos de ella, esto es al octavo dividido en dos.

Empieza con las Constituciones de la Sociedad, que hasta ahora propiamente no se habían formado, y ahora se han publicado con aprobación de la Sociedad. Cuarenta han de ser los socios, y todos italianos, todos han de presentar memorias de matemática, física y otras ciencias naturales, de las cuales cada dos años se ha de publicar un tomo.

La primera que en este se nos presenta es el elogio del fundador de la Sociedad el caballero Lorgna. Antonio Mario Lorgna estudió en la universidad de Padua, donde tuvo por maestro en las matemáticas al célebre marqués Poleni,   —160→   y empezó a darse a conocer por su ingenio y aplicación. Entró en la milicia, y continuando sus estudios se adquirió con sus producciones buen nombre entre los literatos, y la República de Venecia le nombró director del colegio militar de Verona, cual te escribí años atrás en las cartas arriba dichas. Nuevo orden y nueva forma puso en aquel colegio, y se hizo legislador formando estatutos para dicho colegio, con los cuales se ha gobernado hasta el día de su extinción. Las varias obras con que ilustró el álgebra, y la más sublime análisis, la mecánica, estática, balística, hidrodinámica, náutica, geografía, química, física, y otras ciencias naturales, llevaron su nombre por la Europa, le honraron las academias no sólo de Italia, sino de París y Petersburgo, le convidó con grandiosos pactos la corte de Portugal, le distinguió con la orden de San Mauricio y Lázaro el rey de Cerdeña, le dio muchos elogios el de Prusia Federico, le condecoró con ascensos militares su República hasta el grado de brigadier, y de Luca, Toscana, y otras partes fue llamado para regulador   —161→   y árbitro de varias obras de ríos y aguas, y de todos fue siempre mirado con particular respeto y atención.

No te hablaré en particular de sus méritos en cada parte de las ciencias que ilustró: habrás visto que en mi obra del Origen, progresos &c. he apuntado en varios capítulos algunos de ellos. Su obra más gloriosa fue la Sociedad italiana, que él dio a luz, crió, dotó, y elevó a tal grado de honor, que desde luego se hizo conocer y estimar de todas las principales academias de Europa, y mereció ser propuesta en Francia por ejemplar de academias. Murió este hombre grande en Verona en 1796, y aunque la Italia estaba muy distraída en las guerras y vicisitudes, que ocupaban su atención, no dejó de honrarse su memoria con gloriosos monumentos. El autor de su elogio es el Doctor Luis Palcani de Bolonia, profesor de aquella universidad, y secretario de la academia del Instituto, conocido por varios escritos italiano; y latinos, siendo igualmente elegante en una y otra lengua.

Viene luego otro elogio de Juan Arduino,   —162→   sujeto de fama no tan brillante como Lorgna, pero no menos sólida. Nació Arduino en el año 1714 en Caprino, lugar del veronés, perteneciente a los marqueses Carlotti de Verona; y como desde niño dio señales de ingenio, hizo el marqués Carlotti que lo cultivase llevándolo a la ciudad. Aunque le hizo aplicar a la pintura, su genio lo llevaba a otros estudios, y el amor a la mineralogía, y a la historia natural lo condujo a Alemania a examinar varias mineras, y el modo de beneficiarlas.

Las montañas del Bergamasco, del Vicentino, y los estados austríacos fueron sus escuelas, donde hizo grandes progresos en aquella ciencia. El descubrimiento de los basaltos columnarios vicentinos, de fósiles aluminosos y vitriólicos, de minas de hierro, y aun señales de otras venas metálicas, de carbón fósil, de tierras saponasias, como también de varias piedras preciosas, y de mármoles de muchas especies fueron fruto de sus viajes, y se puede decir el principio de tanto estudio como se ha hecho después sobre tales materias, apenas   —163→   conocidas antes que las hiciese conocer Arduino.

Su fama, esparcida con semejantes descubrimientos, movió a una sociedad mineralógica de ingleses establecida en Liorna a convidarle, y darle la dirección de los trabajos de minas que ellos habían descubierto en varios lugares de Toscana. Allí hizo nuevos descubrimientos: el gobierno toscano le empleó en examinar una mina de plata, y en varias otras comisiones y la academia de Sena le hizo su socio, y se honró con algunas de sus producciones. La historia natural en varios ramos, particularmente en la mineralogía, metalurgia, y oritología fue siempre su estudio predilecto; pero esta misma, y todos sus conocimientos naturalísticos los dirigía cuanto podía a la agricultura, que fue el estudio que le ocupó la mayor parte de su vida.

Las academias agrarias de Udine, y de Vicenza no sólo le eligieron por miembro suyo, sino que le emplearon en varias comisiones. El senado mismo le empleó en buscar la marga, mostrar los usos que podrían hacerse de ella, y dar   —164→   todas las luces convenientes para sacar el mayor provecho posible. Los Cantones Suizos lo buscaron para hacerle director de las minas de acero de Sargans; pero él no pudo resolverse a dejar su República para ir a servir a una extranjera.

El senado le dio en el año 1796 el grande y vasto empleo, de Superintendente de la agricultura de todos sus estados con la obligación de dar luces sobre todos los descubrimientos y experiencias oportunas para mejorarla, de tener correspondencia con todas las academias agrarias y económicas, que eran tantas como las ciudades del estado Veneto, de responder a las preguntas de hidráulica y mineralogía, sobre aguas, minas, objeto de historia natural, plantíos o cortas de árboles, y toda suerte de cultura y beneficio, que le hacían de varias partes los magistrados, y en suma dirigir científica y económicamente toda la agricultura, todas las minas, y la economía geórgica de toda la República.

En medio de tantas y tan varias ocupaciones era un portento verle producir tantos tratados, disertaciones, cartas y   —165→   varios escritos, que han servido mucho para ilustrar la agricultura, química, mineralogía, y toda la geología. Yo no he tenido ocasión de conocerle; pero he oído, decir a cuantos le han tratado, que la sencillez de su trato, su candor, su modestia, afabilidad y buen modo eran tal vez superiores a su profunda y vasta doctrina. Murió finalmente en Venecia lleno de méritos y de años en el de 1795, y en el 82 de su edad. Autor del elogio de Arduino ha sido Don Benito del Bene, caballero veronés, escritor muy culto en prosa y en verso no menos en latín que en italiano.

De mayor fama y crédito son el autor y el sujeto del elogio siguiente. Este es del famoso astrónomo y meteorólogo Toaldo, compuesto por el notísimo y celebérrimo monseñor Ángel Fabroni; de uno y otro te he escrito años atrás en las cartas sobre Toscana, y estado Veneto. El Dr. Joseph Toaldo nació en 1719 en una villa del Vicentino llamada San Lorenzo de Pianezze, fecunda de muchos e insignes literatos. Hizo sus estudios en el seminario conciliar de Padua,   —166→   que después del Cardenal Barberigo, que lo promovió y enriqueció mucho, ha estado siempre bien provisto de colegiales y maestros, y se ha hecho muy famoso con la impresión de tantos libros útiles ad usum Seminarii Patavini. También te escribí de este seminario en las cartas sobre Venecia, y no hay para qué repetir ahora lo que entonces te dije.

Allí, a más de los estudios comunes, se adelantó mucho en las matemáticas, y se internó en el álgebra cartesiana, y en el cálculo leibnitziano, que por aquellos tiempos se conocían poco en las escuelas. Le hicieron luego maestro en el mismo seminario, y fue por sus grados enseñando gramática, retórica, filosofía y matemáticas. Su primera obra fue dictada por su gratitud. El célebre abate Conti, tan estimado de Newton, Leibnitz, Bernoulli, y de todos los hombres grandes, después de sus largos viajes fijó su residencia en Padua, tratando noblemente, y ayudando a cuantos cultivaban con alguna distinción las letras y las ciencias, y favoreció particularmente al joven Toaldo, de quien esperaba distinguidos progresos.   —167→   Este, en memoria, y reconocimiento a su bienhechor escribió con mucha extensión su vida, donde le hace lucir como filósofo, matemático, poeta, y erudito cual realmente era el abate Conti.

De las escuelas del seminario lo sacó el obispo, entonces cardenal, y después papa, Rezonico al gobierno de una vasta y rica parroquia, o arciprestazgo, de Montegalda: y allí atendiendo incesantemente con mucho celo e inteligencia al bien espiritual y temporal de sus parroquianos no dejó, en la quietud y libertad del campo, sus amados estudios de física y matemática, uniendo igualmente las buenas letras. Era digno de verse un arcipreste o cura párroco, que de la asistencia a un pobre labrador o artesano, de la conversación con una pobre mujer, y de las otras incumbencias parroquiales, a todas las cuales se aplicaba como si no tuviera otra cosa que hacer, de tales ocupaciones, digo, pasaba a manejar los cálculos de Leibnitz y de Newton, a meditar sobre Aristóteles y Platón, a divertirse con los poetas antiguos   —168→   y modernos, a internarse en las abstrusas ciencias, y en la amena literatura.

Estos ejemplos raros en los párrocos no lo son tanto en los del estado Veneto. Al mismo tiempo que Toaldo vivía de esta suerte, estaba en otra parroquia de la diócesis de Padua el famoso algebrista Nicolai, que ocupó con mucho crédito la cátedra de álgebra de aquella universidad. En Verona conocí al arcipreste Campagnola versadísimo en la diplomática, y en las antigüedades de tiempos bajos. Actualmente es arcipreste de Chiari en el Bresiano el doctísimo abate Morcelli, de quien puedes tener noticia por mi obra, y por mis cartas, muy estimado por su grande obra de stylo Inscriptionum, por sus ediciones de un antiquísimo menologio griego, y de San Gregorio Agrigentino, y por otras obras.

Pero volviendo a nuestro Toaldo, de su parroquia fue llamado a la universidad para levantar un observatorio astronómico, y regentar la cátedra de astronomía. Ambas cosas hizo con mucho empeño y habilidad. No repetiré lo que ya   —169→   te escribí del observatorio, y sólo diré, que para provecho de los discípulos, y honor de su cátedra de astronomía trabajó Toaldo elementos y tablas, una bella trigonometría plana y esférica, y otras obritas para uso de los estudiosos; y para honor de su cátedra, y ventaja de la astronomía estuvo en estrecho comercio de observaciones con el famoso astrónomo inglés Maskelyne, y con otros astrónomos, compuso algunas memorias, que se imprimieron en las transacciones filosóficas de la R. Sociedad de Londres, enseñó un método para determinar las longitudes del mar por medio de la observación del paso de la luna por el meridiano, que le adquirió muchos elogios y regalos del almirantazgo, o del colegio de las longitudes de Inglaterra, publicó tres Schediasmata astronómica dirigidos al grande astrónomo Cagnoli, ilustró un antiguo Planisferio o Globo celeste arábigo del cardenal Borgia, y de varios modos hizo conocer su ciencia astronómica, y dio honor a su cátedra y universidad.

Pero lo que más distinguió a Toaldo, y le hizo conocer y celebrar en toda la   —170→   Europa, y aun fuera de ella en toda la República literaria, fue la ciencia meteorológica, y lo mucho que estudió, observó, meditó y trabajó para ilustrarla. En el año 1769 dio a luz su Ensayo meteorológico, o tratado del verdadero influjo de las estrellas sobre la variedad de las estaciones de los años. Para publicar este opúsculo había ya observado y meditado mucho sobre los metéoros; pero después de publicado, y recibido con tanto aplauso de los literatos, se vio obligado a no perdonar fatiga, y emplear todo su ingenio y estudio en cultivar y mejorar esta ciencia, en que tan ventajosamente se había dado a conocer.

Reimprimió muchas veces este Ensayo, y siempre con nuevas luces y mejoras de observaciones y reflexiones importantes. Se tradujo en francés, y en otras lenguas, se mereció el estudio, notas y adiciones de muchos, y le ganó la agregación a muchas academias, que desearon tener por socio al criador, por decirlo así, de una nueva ciencia. A este fin estudió mucho, y escribió sobre las emendaciones del barómetro y termómetro, y   —171→   sus usos, sobre las marcas, sobre algunos años que él llama extravagantes, sobre algunos bochornos en medio del frío, sobre los golpes del rayo, sobre la sequedad del invierno del año 1779, sobre la niebla del 1784, sobre todos los fenómenos que en esta materia sucedían en cualquiera parte del mundo; y te puedes acordar cuantas veces te he preguntado si en tal tiempo había ahí llovido, nevado, hecho viento &c. para complacer al buen viejo, que con instancia me lo pedía para establecer acertadamente sus cuentas.

Otros leen las historias y las gacetas para saber las batallas, y los grandes acaecimientos políticos. Toaldo las leía para hallar las noticias de sequedades y lluvias, temporales, uracanes, terremotos, auroras boreales, calores, fríos, y de todo lo tocante a la meteorología. No sé cómo pudo desenterrar tantas tablas, y tantas memorias de observaciones meteorológicas sepultadas acá y acullá, sin que nadie pensase en ellas, y sacar tantas luces de cosas muy pequeñas dejadas caer de la pluma de escritores, que ciertamente   —172→   no pensaban que algún día habían de lucir tanto en manos de un grande astrónomo.

Con estas incesantes investigaciones, observaciones y meditaciones llegó a formar un período de 18 a 19 años, que a imitación de los egipcios llamó Saros, en el cual decía que acontecían los mismos fenómenos meteorológicos, y esperaba que con el tiempo se pudiesen pronosticar con la certidumbre y seguridad que se predicen las mareas, los eclipses, y otros fenómenos del cielo y de la tierra, que provienen de causas naturales conocidas y constantes, y se pudiera formar de la meteorología una ciencia, como de la astronomía.

No sé que decirte de esta grande empresa de Toaldo, jamás he podido resolverme a darle entero crédito, aunque la amistad, y alguna apariencia de razón me inclinaban a ello: conozco que las causas de semejantes fenómenos son naturales y constantes, y por la mayor parte conocidas; pero veo al mismo tiempo que sufren tantas alteraciones de la localidad, de la posición de montes y   —173→   llanos, de la vecindad de lagos y ríos, de las calidades del terreno, y de tantas otras muchas cosas, que temo no llegará jamás a fundarse una teoría bastante segura para fijar períodos, y hacer predicciones, que pasen de una mediana probabilidad. Con todo no dejo de alabar el ingenioso y erudito trabajo de Toaldo, que ha dado infinitas luces para los conocimientos meteorológicos, los ha hecho servir para provecho de la agricultura y de la medicina, y los ha propagado casi universalmente.

Siguiendo las luces de Toaldo ha publicado el célebre P. Cotte su obra voluminosa sobre esta materia, y otros muchos la han cultivado con fruto. Apenas hay ciudad donde no se hagan observaciones meteorológicas las academias la miran con particular atención, y hacen de ella varias aplicaciones, y lo que es más particular, y tal vez sin algún otro ejemplo, el elector Palatino movido de las obras y de la fama de Toaldo erigió expresamente para ilustrar la meteorología una academia, y convidó a los mejores físicos de Europa a concurrir con   —174→   sus observaciones, sus reflexiones y luces, enviándoles a este fin los instrumentos mandados hacer aposta para fijar mejor la comparación.

En Bade, y en la Haya se hicieron también establecimientos semejantes, y todo contribuyó no sólo a mayor crédito del nombre de Toaldo, sino también a mayor aprecio de sus teorías, y adelantamiento de la meteorología. Hasta los últimos días de su vida continuó sus trabajos sobre este particular, y a más del Almanaque de cada año, en que siempre había nuevos discursos, y nuevas luces, cada día en los diarios acá y acullá, en Italia, y fuera de ella, en Inglaterra, en Francia, en Berlín, y en otras partes publicaba nuevos tratados, disertaciones, tablas, y otros escritos de meteorología, y llenaba las academias, y toda la República literaria de noticias meteorológicas, y de elogios de su amada ciencia.

Ésta sola bastaba para inmortalizar el nombre de Toaldo; pero su estudiosa actividad le hacía correr por otras materias, en que ha hecho conocer su erudición. Cuan respetable le hacía su saber,   —175→   tanto o más amable le presentaba su sencillez, jovialidad, buen humor y afabilidad y sobre todo su buen corazón, que le hacia todo para todos, y que complaciese y sirviese a todos con la más pura y sincera voluntad. Murió en Padua en 1797 a los 78 años de su edad, dejando grata memoria de sí no sólo a los literatos, sino mucho más a los amigos.

Después de estos tres elogios entran las memorias, la primera de las cuales es del P. Juan Bautista de S. Martín, docto capuchino, que muchos años ha ilustra la química, historia natural, y agricultura en la academia agraria de Vicenza, que ya antes se había dado a conocer por su habilidad en trabajar finísimos lentes microscópicos, y hacer con ellos curiosas e importantes observaciones, que es uno de los célebres naturalistas y agrónomos de Italia, y que ha merecido por ello ser nombrado uno de los cuarenta que forman la Sociedad italiana. El asunto de esta disertación o memoria es sobre el carbonio que entra en las plantas, y esto es, de donde proviene. Tres principios   —176→   originarios tienen las plantas, carbonio, hidrógeno y oxígeno; el hidrógeno y oxígeno provienen del agua; pero el carbonio ¿de dónde se deriva a las plantas? Parecía que no pudiendo venir del agua, que no puede suministrarlo constantemente, debiese venir de la tierra, y en efecto concurrían muchas razones a confirmarlo; pero aún no se habían hecho experiencias, que evidentemente lo demostrasen. El P. de S. Martín propone varias que ha hecho con la mayor diligencia y exactitud, y demuestran esta verdad, la cual puede tener muchas utilidades para la práctica en la agricultura.

La segunda memoria es de Toaldo, y, como era de creer, versa sobre su amada ciencia, y trata de los movimientos del barómetro en los temporales. Pone el hecho de que el barómetro se levanta o sube en los temporales, y este hecho lo da por confirmado con larga serie de observaciones. Conjetura después la razón; a saber, que el aire inflamable que tenía los vapores en disolución, soltándose, hace tres cosas, una que conglutinándose   —177→   , o aislándose, y después reventando forma el relámpago y trueno; otra que quitando las alas a los vapores estos se condensan se hacen más pesados, y caen en lluvia otra que consumidos así los vapores el aire vuelve a adquirir su peso natural y hace levantar el barómetro.

La tercera memoria es del Doctor Jaime Penada, médico, y público disecador de anatomía en Padua y trata de un hombre que tiene dos lenguas. La lengua es quizás el miembro de quien menos estudio han hecho los anatómicos, habiéndolo hecho tanto del celebro, del corazón, del ojo, de la oreja, y de todos los otros. Tal vez por esto se habrán pasado por alto algunas monstruosidades por defecto, o por exceso en esta parte. En la academia de las ciencias de París da cuenta Jussieu en 1718 de una muchacha sin lengua, que hablaba y comía, hallando más dificultad en el comer o tragar, que en el hablar; tenía sólo un pezón de lengua, como podrás leer en las actas de dicha academia, donde hubiera querido yo se nos diese una más distinta y completa   —178→   descripción. El mismo Doctor Penada dice haber visto otro hombre, que bajo la lengua tenía una excrecencia o carnosidad, que formaba como una lengüecita; y así habrá otras semejantes monstruosidades que no son conocidas.

El sujeto de las dos lenguas de esta memoria es un sastre de Padua llamado Juan Baldin, natural de Cadore, el cual en 1793 se presentó al Doctor Penada por un mal que con una muela se había hecho en la lengua, y con esta ocasión se observó que tenía dos lenguas enteramente cumplidas, unidas en la base, o por decirlo así, en el tronco de la lengua, y al llegar a la boca divididas en dos, la superior estaba atada o unida a la inferior con un frenillo, como esta con otro frenillo se unía con el paladar bajo, como sucede comúnmente en todos. Por lo demás las dos lenguas eran enteras y completas, y cada una de ellas era como una de las nuestras.

Un hombre con dos lenguas parece que había de ser un grande hablador; pero al contrario por lo mismo tenía mucha dificultad en el hablar, y era muy tartamudo.   —179→   El Doctor Penada sólo hace la descripción anatómica de la unión y división de estas lenguas, y luego entra en más individual anatomía de la lengua en general, presentando en dos láminas las diferentes figuras que va explicando, lo que ciertamente será de utilidad y gusto para los anatómicos. Lo hubiera sido mayor para los filósofos si hubiese examinado y descripto con atención los varios fenómenos que debían suceder con estas dos lenguas al hablar, comer y beber, y el uso que hacía de cada una de ellas en estas funciones. Entre tanto no deja de ser muy apreciable la noticia de esta raridad.

La cuarta es del célebre Slop, profesor de astronomía en Pisa, de quien te hablé en las cartas de Toscana, y de las oposiciones del nuevo planeta Urano observadas en 1790, 91 y 92.

La quinta es una carta del P. Francisco Soave, somasco, al abate Amoretti de Milán. El P. Soave ha trabajado y lucido mucho en Milán, profesor en aquellas escuelas palatinas de Brera, y director y superintendente de todas las escuelas   —180→   normales de la Lombardía, austríaca. Libros elementales de todas clases, fábulas y novelas para educación de los niños, libritos gramaticales, traducción del compendio de Locke con sus notas y adiciones, de suerte que pueden servir de lógica y metafísica en las escuelas, elementos de moral para el mismo fin, catecismos, instrucciones, y una infinidad de escritos para uso de la juventud, a más de sus traducciones poéticas de Gesner, y otras composiciones semejantes, le han hecho conocer con aprecio y elogio de todos. Pero además de esto ha publicado para los doctos no pozos opúsculos metafísica, de cosas y de erudición: los Opúsculos de Milán, en cuya colección entraba también, nos presentan con frecuencia sus producciones.

Cuando sucedió la mutación de gobierno de Milán en 1796 se retiró a su casa en Lugano para vivir con alguna tranquilidad lejos de las inquietudes de los partidos. Fue después a Nápoles convidado por uno de aquellos príncipes con pactos muy generosos para educar a sus   —181→   hijos, y estando allá escribió en 1798 esta carta al abate Amoretti, en que le describe científicamente y le presenta en una lámina una maquinita para dividir con facilidad y exactitud una supuesta línea recta en cualquier número que se quiera de partes iguales, inventada en Nápoles por Don Gerónimo Bianchi. Con esta ocasión se hace un elogio del Duque de la Torre, autor de dos doctas cartas sobre la erupción del Vesuvio en 1794, y de una bella descripción de su gabinete vesuviano. Este es un caballero que a sus muchos conocimientos de física junta grande habilidad en la mecánica y trabaja por sí mismo máquinas muy ingeniosas, que se espera no tardará a publicar.

La sexta es de Pablo Deslanges, que te escribí era maestro de matemáticas en el colegio militar de Verona. Su asunto es algunas nuevas consideraciones sobre la presión de un cuerpo sostenido por tres o más apoyos en un plano horizontal; todo son notas algebraicas, y cálculos que espera puedan dar nuevas luces a esta materia.

  —182→  

La séptima es del Doctor Palcani de Bolonia, de quien hemos hablado arriba, y trata del natro oriental, que con algunas nuevas razones y experiencias quiere probar que sea el nitro de los antiguos, y que este no era un salpetre como el nuestro, sino una especie de sal de sosa, como había dicho antes Duhamel, y como estos años atrás repitió Lorgna. Como esto suscitó gran cuestión entre Lorgna, y nuestro Don Vicente Requeno, que ahora está en Zaragoza, y que entonces se adquirió con ella mucho honor, le interesará naturalmente esta noticia, tanto más que habiendo estado muchos años en Bolonia habrá tenido algunas relaciones con el Doctor Palcani.

La octava es de Don Joseph María Giovene, doctísimo físico y naturalista del reino de Nápoles, y vicario general de Molfeta en la Pulla, conocido por varias producciones muy eruditas, juiciosas y exactas. Su asunto es proponer sus observaciones eléctrico-atmosféricas y barométricas comparadas entre sí. Haciendo mucho elogio a Toaldo, que llama   —183→   maestro de los meteorólogos, muestra el atraso en que está aún la meteorología, como uno de los modos de adelantarla, cree que sea comparar entre sí dos especies de observaciones, como hizo Saussure las del higrómetro con las del termómetro, de Luc las del termómetro y barómetro, y Beccaria las del higrómetro y electroscopio, así el docto e ingenioso Giovene ha querido comparar las de la electricidad atmosférica con las del barómetro, y esto le era más fácil que a otros por hallarse en un país, donde comúnmente la atmósfera está serena, y en su estado natural. Comienza con la distinta descripción de los instrumentos de que se ha servido, y luego pasa a sus observaciones, y a las comparaciones, donde se ve que hay una cierta correspondencia entre la electricidad atmosférica y el barómetro, y sobre estas observaciones levanta ingeniosas conjeturas, que dan nuevas luces sobre la electricidad y la meteorología.

La nona es del Doctor Pedro Rossi, naturalista toscano, sobre la unión o cópula de una cantárida con un elatere. Habla   —184→   del coito de algunos cuadrúpedos de diferente especie, después de algunos pájaros, después de mariposos, y viene finalmente, al que refiere del elatere con la cantárida, que él les sorprendió en el acto de la cópula, el único ejemplo, a lo que él cree, de animales no sólo de especie sino de género diferente.

Siguen cinco memorias de distintos puntos matemáticos del célebre Padre Fontana esculapio, profesor de Pavia, de quien te he escrito otras veces. Viene después una trigonometría de Cagnoli; otra de algunas cuestiones cirúrgicas, y fisiológicas de Malacarne uno y otro sujetos que conoces por mis cartas y mi obra, y otra del mismo Malacarne sobre la enfermedad de trece años del sofista Elia Arístides, que hizo a instancias del señor cardenal Borgia. Una sobre la determinación a priori del valor de las ecuaciones del tiempo de Francisco Pezzi, que no conozco, y solo creo que sea toscano; y otra del docto y egregio Doctor Sebastian Canterzani profesor de Bolonia, y antes secretario después presidente de aquella academia, sobre la   —185→   integración de las ecuaciones lineares a dos variables.

El Señor Malfatti de Roveredo, y profesor tal vez ya 40 años de matemáticas en Ferrara, que se ha adquirido honor con las sublimes memorias que ha publicado en todos los tomos de la Sociedad italiana, hace ahora en éste una tentativa sobre el problema de las presiones que sufren los apoyos colocados a los ángulos de una figura, derivadas de un peso puesto dentro de su área; problema tentado en vano por Eulero, D'Alembert, Lorgna, y otros célebres matemáticos.

Sería sobrado largo solo el ponerte los títulos de todas las memorias que contienen estos dos tomos, y únicamente te diré, que hay otra de Cagnoli a más de la arriba dicha; las hay del abate Amoretti, antes secretario de la academia patriótica de Milán, y ahora uno de los bibliotecarios de la Ambrosiana; del Doctor Bonatti, profesor de hidrostática en Ferrara; del Doctor Leopoldo Caldani boloñés, profesor de medicina, y célebre anatómico y fisiólogo en Padua; del Doctor   —186→   Floriano Caldani, hijo o sobrino suyo; del Doctor Chiminello, discípulo, pariente, compañero y sucesor de Toaldo en el observatorio y cátedra de Padua; del célebre Mascagni, conocido particularmente por su grande obra de los vasos linfáticos; del abate Vassalli, ilustre físico piamontes; del profesor de Pisa Paoli, uno de los más sublimes matemáticos de Italia; de Zuliani matemático de Padua; del Doctor Zeviani, médico de Verona; del Doctor Venturi, físico y matemático de Módena; del Doctor Rubini, médico piamontés; del Doctor Savi, ayudante del profesor de historia natural y de botánica Pisano; y concluye con una observación del paso de Mercurio por el disco del Sol del arriba nombrado Chiminello, y con una breve tabla de ocultaciones de estrellas por la Luna, observadas en Nápoles por Don Joseph Cassella.

Tú ves cuanta variedad de materias, y por cuán ilustres sujetos se tratan en estos dos últimos tomos de la Sociedad italiana. Lo mismo se hace en los otros siete precedentes, y aun tal vez mejor,   —187→   porque estos años de guerra dejaban poca comodidad, y pocas ganas de internarse en investigaciones y meditaciones científicas. Con esto quien preguntaba cuáles deben preferirse si las Memorias de Verona, o los Opúsculos de Milán, podrá ver lo que son dichas memorias, las cuales entran enteramente en la clase de las memorias o disertaciones de las academias de ciencias, y aun de las principales, como de París, Londres, Berlín y Petersburgo.

¡Pero qué diferencia hay de esta Sociedad italiana de Verona a las otras academias, aun a las de Italia! Bolonia tiene su academia la más antigua, y aun la más conocida de las academias científicas de Italia; Turín tiene la suya, que en poco tiempo se hizo estimar más de los grandes literatos por las memorias de La Grange, y de algunos otros. Mantua, Padua, Sena y Nápoles tienen sus academias de ciencias. Estas son propiamente academias, tienen sus sesiones regulares, se leen en ellas las memorias o disertaciones, y de estas después se publican las que se juzgan oportunas, y se forman los tomos   —188→   de las actas de tales academias. Pero la Sociedad italiana de Verona no es así, no hay ninguna unión, no se juntan jamás los socios, que ni aun se conocen unos a otros, no hay sesiones, ni se leen sus disertaciones, sino que cada cual en su tierra, o en su casa, sin necesidad de ir a Verona, y concurrir a funciones académicas, ni de formar cuerpo, envía sus memorias al secretario, que antes estaba en Verona, y ahora en Módena, y no piensa más en ellas. El presidente las hace examinar secretamente por los socios versados en la materia, y las que son aprobadas se publican en los tomos, que forman las actas de la Sociedad. Esto pues son las Memorias de la Sociedad italiana de Verona, memorias o disertaciones de una academia de ciencias como las otras, bien que montada y establecida diferentemente de todas las otras.

Los Opúsculos de Milán son otra cosa muy distinta, y en su línea muy apreciable. En 1775 el abate Amoretti, y el P. Soave arriba nombrados, pensaron en hacer una colección selecta de opúsculos importantes sobre las ciencias y   —189→   las artes, sacados de las actas de las academias, de algunas obras voluminosas, de pequeños libritos, de papeles sueltos, de varias naciones, y de lenguas forasteras. La habilidad y fatiga de los colectores estaba en escoger los opúsculos que realmente interesen, traducirlos si eran latinos o de lenguas extranjeras, abreviarlos si sobrado largos y dar, con alguna nota, ilustración, a los puntos, que, o el autor no había puesto en claro, o la diferencia de los tiempos o de los países puede hacer obscuros para los lectores.

Como no se ponen sino las cosas importantes, a veces un opúsculo será de muchas hojas, otras veces de una sola, otras de una llana, y a veces aun de menos. Te pondré ejemplos de los primeros años. El primer opúsculo está entresacado de las obras del famoso Franklin, y contiene la descripción de la estufa de Pensilvania, inventada por el mismo Franklin: este opúsculo es de 21 páginas en cuarto de letra menuda, tiene varias notas, algunas del mismo autor, otras de los colectores, y una estampa con muchas figuras para hacer entender mejor la   —190→   descripción, que sin ellas no sería fácil de comprehender. Después de publicado este opúsculo se llenó la Italia de estufas franklinianas.

El segundo es del mismo Franklin: el modo de hacerse rico, claramente demostrado en la prefación de un Almanaque viejo de Pensilvania, intitulado: El pobre Ricardo hecho acomodado. Este tiene siete páginas, y los editores dicen en una nota que esta cosilla en un almanaque hizo tanta impresión en los ánimos de todos, que se puede decir fue el principio de la mudanza de gobierno, y de la República de los estados unidos de la América septentrional.

El tercero es de la diferente cantidad de lluvia caída en diferentes alturas sobre el mismo espacio de terreno, de Guillermo Heberden miembro de la R. Sociedad de Londres, de cuyas transacciones filosóficas tomo 59, está sacado: es solo de dos páginas. De otras dos es el siguiente: corrección de dos graves defectos en la formación de los anteojos comunes del Doctor Benjamín Martín, sacado de su obra Filosofía britannica. Más   —191→   corta es la descripción de un nuevo micrómeto del mismo Martín, sacada de sus Ensayos ópticos.

Está por entero el Discurso del famoso Pringla, leído en la R. Sociedad cuando él era presidente, sobre las diferentes especies de aire. Una carta de Christobal Gullet a Mateo Maty sobre los efectos del saúco para preservar las plantas que aun crecen del coquillo o pulgón, y de las moscas. Arte de empollar los huevos, donde describe la máquina, y el modo de empollarlos, de suerte que se puedan ver claramente, e irse examinando los progresos y aumentos que cada día adquiere el pollo: este arte es de Beguelin, académico de Berlín, y está sacado de las actas de aquella academia.

Sobre el aceite de girasol, de Morgan, sacado de las transacciones de la academia de Filadelfia. De los efectos de la nieve en los sembrados, sacado de las actas de la academia de Stockolmo. Descripción de la gran lente hecha a costas del Señor Trudaine bajo la dirección de Montignes, Macquer, Cadet, Lavoisier   —192→   y Brisson, nombrados comisarios por la Academia Real de las ciencias. Revoluciones del globo. Naturaleza de las evaporaciones. Huesos fósiles. Mutación de clima sucedida en la América septentrional, y en general de las mutaciones de clima. Influencia mutua de la lengua sobre la razón, y de la razón sobre la lengua. Aventuras de cuatro marineros rusos dejados casualmente en una isla desierta Est Spitzberga. Nuevo archipiélago septentrional descubierto recientemente por los rusos en los mares de Karmtzcatka y Anadir. Calor de los animales. Muertes aparentes. Reproducción de dientes en personas adultas. Canto de los pájaros. Navegaciones al polo árctico. Una infinidad de materias semejantes forman estos opúsculos, que ofrecen la comodidad de tener recogidas tantas noticias curiosas de todas las partes de Europa, y aun de América, sin fatiga ni gasto de irlas buscando en obras grandes, y escritos de lenguas extranjeras, y en papeles o libros raros y difíciles de encontrar.

Al principio todo era escogido, y traducido   —193→   de libros forasteros, después se empezó a dar lugar a algún descubrimiento importante o curioso de los italianos, y poco a poco se han ido aumentando los opúsculos italianos, y disminuyendo los traducidos, lo que era muy natural, porque se complacía a algunos autores, y se ahorraba el trabajo a los colectores de escoger y traducir. Esto ha disminuido algo el aprecio con que se empezaron a mirar dichos opúsculos: las cosas forasteras excitan más la curiosidad, y dejan más libertad para escoger, cuando al contrario las del propio país no se suelen estimar tanto, y obligan a ciertos respetos, que no se componen bien con la perfecta libertad en la elección. En efecto algunos opusculitos han salido algo fríos, y de poca importancia; pero por lo general ha habido, y hay siempre tanto bueno, que esta colección de los Opúsculos de Milán se ha conservado con mucho crédito.

Los primeros años se publicaba en tomitos pequeños en octavo: después se vio que esto era multiplicar infinitamente los   —194→   tomitos, y se sacaron tomos en cuarto, reimprimiendo en aquel tamaño los tomitos de los tres años precedentes 1775, 76 y 77. Cada tres meses salía un cuaderno, que al cabo del año se juntaban en un tomo bastante grueso. No sé positivamente cuantos tomos son, porque aunque pasan de 20 saliendo uno cada año, como en estos últimos años ha habido muchas interrupciones, no llegan a 25 como deberían si hubiesen salido con regularidad. Creo que lo dicho podrá bastar para hacerte ver lo que son estos Opúsculos, y cuánto se diferencian de las Memorias de Verona.

De uno y otro son diferentes las Efemérides de Roma, que empezaron a salir en 1772, con las cuales se junta también la Antología, que empezó el 74, ó 75. Las Efemérides no son más que una gaceta, o un diario literario, como tantas otras gacetas literarias y diarios pero que tienen, por decirlo así, más de gaceta que de diario. Sale un pliego cada semana, en que se da una breve noticia de los libros nuevos que se van publicando en Italia y fuera de   —195→   ella. Los editores se han tomado la pena inútil de empezar siempre con una data de Roma, y como en Roma no sale un libro cada semana se ven precisados muchas veces a poner unas conclusiones, o una composicioncilla poética, y algunas frioleras que nada importa saberlas.

Aunque a veces se continúan en dos, tres y más pliegos los extractos de algunas obras, con todo por lo común los extractos suelen ser breves, y no llegar a dar aquella completa idea de la obra que suelen dar otros diarios. Y así parece que en las Efemérides o gacetas que salen cada semana se busca más la noticia pronta y copiosa de libros nuevos, en los diarios el jugoso y lleno extracto de los que lo merecen, tal que por él se pueda de algún modo aprender la que en el libro se enseña.

Las Efemérides de Roma empezaron en 1772, al principio fueron muy estimadas, y después fueron decayendo. Se les notaba sobrada adulación no sólo con algunos autores, sino aun con sujetos   —196→   nombrados en ellas por incidencia, especialmente papa, príncipes, u otros grandes señores, y se deseaba más prontitud en dar la noticia de los libros, que muchas veces llega cuando ya son viejos, especialmente los forasteros.

La Antología es otra cosa, esta da noticia de las cosas, como las Efemérides de los libros. Antología quiere decir Florilogio, y en ella se cogen las flores de las artes y ciencias, los descubrimientos y nuevas invenciones, y las noticias de literatura y de artes, que más pueden excitar la curiosidad. La Antología comenzó dos o tres años después de las Efemérides, y aunque era cuerpo aparte de estas se distribuían juntamente a los que tomaban entrambas. He aquí lo que vienen a ser las Efemérides, y la Antología, cuanto se diferencian una de otra, y ambas de los Opúsculos de Milán, y de las Memorias de Verona, nombradas así con poca propiedad.

No sé si en estos tiempos habrán continuado en salir a luz las Efemérides, y la Antología: desde que salí de Roma no las he visto más, porque hay   —197→   tanta confusión de cosas en todas partes, tan poca comunicación de unas ciudades a otras, y tanto que pensar en otros asuntos, que no queda lugar para correspondencias literarias, y para seguir ordenadamente el curso o hilo de estos papeles periódicos, y estar corrientes con el estado actual de la literatura.

Una sola carta he tenido en todo este tiempo de Roma del Señor cardenal Borgia, y otra del abate Cayetano Marini, ahora prefecto de la biblioteca Vaticana, y de los archivos tanto del Vaticano, como de Castel San Ángel. El Señor cardenal me daba noticia de haberse publicado en aquellos días, hacia fines de octubre, la excelente obra de Zoega sobre los obeliscos a la que, como creo haberte escrito, contribuía con generosidad su eminencia obra de un grueso tomo en folio de materia, y de otro, aunque no tan gordo, de estampas para muestra de las figuras de los obeliscos, y obra doctísima, llena de erudición por la mayor parte original.

Me añadía su eminencia que el   —198→   mismo Zoega estaba formando el catálogo razonado de los códices cópticos que posee su eminencia. No sé si te he escrito otra vez que este Zoega es un sueco, que habiendo venido por su instrucción a viajar por Italia, como hacen tantos septentrionales, en Roma se resolvió a abjurar la religión luterana, y abrazar la católica, y se estableció desde entonces en aquella ciudad. Como el cardenal era entonces secretario de Propaganda, y ahora también tiene en ella alguna superioridad, y entonces y siempre ha protegido a los literatos, Zoega quedó en Roma como bajo su protección, y se puso a ilustrar las monedas egipcias del museo de su eminencia. Su tomo en cuarto de estas monedas tuvo mucho aplauso entre los anticuarios, y Zoega habiéndose internado en la erudición egipcíaca pensó en trabajar la obra que he dicho de los obeliscos. Con esto se ha hecho más y más dueño de todo lo que toca a la literatura egipcíaca, y por consiguiente es de esperar que nos dé una obra importante ea esta parte coa su catálogo razonado   —199→   de los códices cópticos borgianos.

Munter hizo algo de esto unos quince años atrás; pero aquella no fue más que una ligera noticia, y una breve lista de algunos de dichos códices, ésta será una obra llena, y que nos dará nuevas luces en materia de bibliografía cóptica. Si tienes presente mi capítulo de la hermenéutica bíblica en el 6 tomo de mi obra del Origen, progresos &c. te acordarás que allí hablo de una traducción del cóptico de los Profetas menores, que estaba para publicar en Roma el abate Ignacio de Rossi, y después con la revolución de aquel estado no pudo darla a luz. A más de esta edición y traducción cóptica tenía también pronto para la imprenta un etimologio cóptico, que es obra mayor, y muy llena de erudición oriental.

Ahora pues habiéndome escrito acerca de Zoega el Señor cardenal a principios de noviembre, le escribí poco después sobre estas ediciones del abate Ignacio de Rossi: escribí también al mismo abate, y aunque dí las cartas hacia fines de noviembre a uno que partía para Roma,   —200→   este no pudo salir de aquí hasta entrado diciembre, no ha podido pasar de Bolonia hasta estos últimos días, y sabe Dios cuántas detenciones tendrá antes de llegar a su término de Roma, y entregar allá mis cartas. Te digo estas menudencias para que veas cuantas dificultades hay ahora para semejantes correspondencias.

El abate Marini me daba también noticia de la publicación de la obra de Zoega, y me decía de sí, que tenía pronto para la imprenta un tomo sobre las inscripciones que se hallan en los vasos de barro, en plomos, en sellos, anillos y cosas semejantes. Añadía que había resuelto ahora darse enteramente a sus Inscripciones Christianas, obra grande que lleva entre manos años ha; pero decía que casi no hacía más que encolar papelitos, teniendo en otros tantos papeles sueltos todas las inscripciones cristianas que había podido recoger: divididas ahora por clases con algunas breves ilustraciones a las que las necesitan, las va encolando, y formando así algunos tomos, que no cree poder imprimir en su   —201→   vida, y que solo desea poder poner en buen orden, y al tiempo de su muerte dejarlas por legado a la biblioteca Vaticana.

Estas son las únicas noticias literarias que he tenido en este tiempo; veas cuan pocas podré darte, y cuan poca materia tendré ahora para las cartas que tú deseas. No obstante el mal tiempo para las letras, estas imprentas de Parma siempre tienen algo en que ocuparse y suministran alguna noticia literaria. Te escribí dos años ha sobre una obra del abate Caluso del nombre Jehová, y de algunos puntos de literatura oriental, que entonces se imprimía. Después se ha impreso del mismo abate una traducción en verso de los Cantares según el texto hebraico, con una larga prefación llena de luces sobre el gusto y lenguaje oriental, y costumbres hebreas, de suerte que la prefación, y la traducción con algunas aunque pocas y breves notas, pueden servir de grande auxilio a los que quieran leer y entender aquel libro de la Escritura.

De otro gusto muy diferente es otra   —202→   traducción poética de los mismos Cantares, que se ha impreso también aquí este año pasado de un joven carmelitano el P. Evasio Leoni. Este aunque ha estudiado algo de hebreo está aun muy lejos de poseer como el abate Caluso esta y otras lenguas orientales, y en su traducción se ha contentado con el texto de la vulgata, bien que en esta misma se ha tomado alguna libertad. Por ejemplo, aunque comúnmente se tienen los Cantares por una composición sola y seguida, el P. Leoni ha creído que fuesen diferentes composiciones, y lo ha distribuido, y dividido todo en diez cantares o cantos, dispuestos con sus recitados y arietas como las cantatas de Metastasio.

La erudición y la exactitud literal son mucho mayores en el abate Caluso; pero la elegancia, la fuerza, el brio y la gracia poética son superiores en el P. Leoni. Aun para la inteligencia misma del texto sirve de no poco auxilio esta versión, porque ciertas imágenes, y ciertos símiles que a los poco versados parecen extraños en el texto, el traductor los sabe acoplar de modo que presentan una   —203→   imagen, y un sentido muy natural. La misma división en diferentes cantos, la hace servir para entender varios pasos, que sin ella presentan alguna dificultad. Y estas dos traducciones poéticas, aunque parecen cosillas de poca entidad, tiene cada cual por su parte no poco mérito.

El mismo carmelitano ha hecho otra traducción poética de las lamentaciones de Jeremías, que también se ha impreso aquí este año pasado, y que ha sido más universalmente estimada que la de los Cantares. En esta no ha gustado a algunos severos censores un cierto aire metastasiano o teatral, que les parece degrada la majestad de la Escritura, aunque yo, si he de decir la verdad, nada encuentro que me choque, antes bien he admirado a veces como el poeta ha sabido acomodar a nuestro gusto y modo de entender algunos pasos, que a primera vista podrían disonar.

En la versión de Jeremías nada tienen que notar; todo es serio y patético, lúgubre y majestuoso. En su prefación da al lector alguna idea de Jeremías, y de la fuerza poética de sus lamentaciones,   —204→   que, como él dice, formarán eternamente la delicia de las almas capaces de un tierno sentimiento. E chi non sarebbe rapito, dice, da quell' aurea semplicitá, da quel disordine figlio dell' entusiasmo, da quegli slanci di un' anima profondamente penetrata dal suo soggetto, da quelle ripetizioni, che aggiungono tanto d' evidenza al dolore? Chi non ammira aquella forza di colorito, che da, per dir cosi, la vita ad ogni soggetto? quelle terribili imagini che lanciano nell' anima dell' uditore i sensi del desolato Profeta, caldi ancora del fuoco medesimo che li creó? quella bella natura &c. y continúa así dando alguna idea del mérito de aquella poesía. Me alegraría de que Colomes, y esos españoles, que han cultivado aquí la poesía italiana, vieran estas traducciones poéticas, que no dudo serían muy de su gusto. Sé que este nuestro ministro el Señor Orozco, justo estimador de su mérito, ha enviado a Madrid, y a otras partes algunos ejemplares.

Con esta ocasión te diré lo que, sabiendo tu afecto nacional, no dudo te servirá de complacencia. Este caballero   —205→   Orozco, que a los conocimientos diplomáticos, propios de los empleos que ejerce varios años ha, y a los de jurisprudencia, que estudió con crédito en Alcalá, junta la facilidad de las lenguas extranjeras, que ha adquirido con sus viajes, y con su estudio, y mucho gusto en la historia, poesía y otras ciencias, ama el trato y conversación de las personas de letras, las llama a su casa y mesa, y entre juristas, poetas, históricos, filósofos y eruditos se complace de formar sus simposios de literatos, que se pueden llamar deipnosofistas.

En su casa conocí la primera vez a este P. Leoni; y allí concurre el célebre P. Pagnini también carmelita, uno de los mejores grecistas de Italia, traductor italiano de Teócrito, Calimaco y otros poetas griegos, sujeto no menos estimado por su fino gusto, y varia erudición, que por su bondad natural, y por sus excelentes calidades religiosas y morales; y si es de admirar la rara casualidad de hallarse en un mismo convento de carmelitas dos literatos, entrambos poetas, y entrambos traductores, uno de poesía   —206→   hebrea, y otro de griega, no deja de ser loable el ver a estos dos religiosos en la mesa de un ministro.

Allí concurre también el secretario de esta universidad el Doctor Mazza, crítico, erudito y poeta muy estimado en toda Italia; allí el abate Gherardelli, profesor de elocuencia en esta universidad, y allí varias otras personas cultas. Allí ha improvisado, como dicen aquí, las dos veces que lo ha hecho la famosa poetisa Bandettini, y ha transformado en Arcadia la casa del ministro de España, concurriendo todo a dar a este mayor nombre, y hacer conocer su gusto y afición a las cosas literarias.

Te he nombrado esta poetisa, porque aunque aquí el arte de improvisar es cosa bastante común, esta por sus conocimientos más extensos, y por la mayor perfección de su poesía merece particular distinción. Nacida en Luca de condición bastante honrada, pero con pocos bienes de fortuna, hubo de ganar la vida bailando en los teatros públicos; más con algunos principios de educación que había tenido, y con una intensa inclinación   —207→   a las letras, especialmente a la poesía, en vez de perder el tiempo, como otras personas de su profesión, empleaba todo el que podía en el estudio, y en la lectura de los poetas, particularmente de Homero en la traducción italiana de Bozzoli. Dejó luego que pudo el teatro y el baile, y se dedicó a improvisar; pero al mismo tiempo se empleaba en componer más limadamente algunas poesías, y dio a la imprenta una tragedia. Ahora está trabajando, o tiene ya concluido un poema intitulado la Teseide, que no tardará a dar a luz si las circunstancias se lo permiten; y la Bandettini, superior a la turba de improvisadores, ocupa un distinguido puesto en el Parnaso italiano.

Ya que hablamos de poesía, aprecio la noticia que me das del drama sagrado del Nacimiento, que componía el abate Colomes, y que ahora ya se habrá cantado, y tal vez impreso. Si así es me alegraré de leerlo, como leí con mucho gusto el otro de la Adoración de los Reyes, admirando la ingeniosa destreza con que él supera las dificultades del argumento,   —208→   uniendo con delicado artificio las sencillas gracias pastoriles con la majestad de los personajes que ennoblecen la acción, y a quienes él hace hablar con los sentimientos elevados, que nacen de su genio poético, y de las sublimes ideas, que le inspiran los sagrados libros. Yo quisiera que diese a luz en castellano algunas composiciones trágicas, en las cuales pudiera dejar correr libremente su vena, y dar dilatado campo a la energía de las pasiones, que sabe manejar con tan acreditada maestría. Sin dejarme llevar de la amistad te puedo confirmar con verdad lo que tantas otras veces te le escrito, que Colomes es uno de los mejores talentos que tenemos, de mucha extensión, y al mismo tiempo profundidad, y que sobresale felizmente en cualquiera género de literatura que emprende.

En Bolonia estudió las matemáticas bajo la enseñanza del célebre Riccati, y en poco tiempo hizo en ellas extraordinarios progresos. Yo hubiera deseado que a lo menos hubiese impreso el tratado de mecánica, que estaba trabajando según   —209→   los nuevos principios de Riccati; pero las novedades sobrevenidas, y su falta de salud no le permitieron la continuación de sus obras en este género, y se dio a otra clase de estudios menos penosos, y más amenos, y sobresalió en ellos igualmente. Te escribí ya en años pasados el aplauso universal con que fueron leídas y representadas en Italia sus óperas y tragedias. Los italianos, y entre ellos Metastasio mismo, se quedaron admirados viendo el dominio con que un forastero manejaba la lengua y poesía italiana; y en los bien entendidos planes de las acciones trágicas, en la belleza sostenida de los caracteres, y en el contraste de las pasiones, que él pinta con energía, y con aquella delicadeza de sentimientos, que caracteriza la viva sensibilidad de su ánimo, reconocieron su genio verdaderamente trágico, y le hicieron con sus elogios la bien merecida justicia.

He leído algunas disertaciones suyas críticas y eruditas con otras cosas ya impresas; y a más del buen estilo, y de su doctrina y juicio, he visto que   —210→   manejaba en prosa la lengua italiana con igual pureza y elegancia que en verso. Ha querido estudiar algunas lenguas vivas y muertas, y con la misma facilidad ha salido con su intento. Su inteligencia y gusto en la pintura y nobles artes muestran su genio y fino tacto en todo lo que pertenece a la belleza tanto de artes como de letras. Me acuerdo haberle oído decir, que sobre las nobles artes meditaba y escribía una obra voluminosa y de empeño; y quisiera que me dijeses en qué estado la tiene, pues saliendo de su pluma no puede menos de estar llena de ideas luminosas y útiles. Todo esto prueba en nuestro Colomes un feliz ingenio, versátil y pronto para todo cuanto quiera emprender. Hablándote de él me he extendido tal vez más de lo que conviene a una carta; pero no he podido contenerme, porque me duele verle ocioso, y siento mucho que no se haga conocer más ahí con sus producciones literarias. Te ruego por amor de nuestra patria y suyo, que por medio de sus amigos hagas todos los esfuerzos posibles para   —211→   estimularle a no tener escondido su talento, y a contribuir a la gloria de nuestra nación con sus escritos.

Dime si las noticias que te doy en esta de las Efemérides de Roma, de los Opúsculos de Milán &c. son cuales se desean, en cuyo caso puedes enviarlas a Barcelona a mi amado discípulo y amigo Don Joseph Ferrer, por cuyo medio se me hicieron las preguntas, y si estas no llegan a satisfacer, con vuestro aviso procuraré daros las que se deseen. Sabes que mi mayor empeño es de complacerte, y de servir a los amigos. Soy siempre &c.

Parma y enero a 15 de 1801.





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