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ArribaAbajoEl poema del gañán



I

Era el tiempo llegado
de las puras mañanas otoñales,
las que tienen un sol tibio y dorado
que, de la hermosa vega enamorado,
desgarra, para verla, los cendales
de flotante vapor que la han velado
en las primeras horas matinales.
Mañana con alondras y rocío,
canturreos sonoros,
silvar de tordos y zumbar de río,
balar de ovejas y mugir de toros...
Alegre despertar de los lugares,
tañidos de campana,
humo de los hogares,
pura luz, tibio sol, dulce galbana...
Vinieron otra vez los esplendentes
serenos mediodías,
las tardes impregnadas de dolientes
dulces melancolías,
las noches de los húmedos relentes,
las misteriosas madrugadas frías...
La tierra laborable,
refrescada por lluvia saludable,
iba tomando con el sol tempero,
y al abrir el sencillo timonero
de los húmedos senos el tesoro,
tan frescos y amorosos se ofrecían,
que ellos mismos pedían
del puño sembrador la lluvia de oro.
Erraban dos por el azul profundo
jirones ambos de flotante nube,
como las alas que perdió un querube
que Dios ha puesto junto a mí en el mundo.
El aire se dormía,
extática la mente se quedaba,
el ojo distraído ver creía
que el suelo palpitaba
a impulsos de la vida que lo henchía,
y absorto en la visión, le parecía
que la inmensa llanura respiraba.
El alma vislumbraba
los misterios profundos
del eterno existir de los espacios
y el perenne equilibrio de los mundos.
Natura estaba henchida
del gran silencio que en lo grande anida,
y hundido en el abismo del reposo,
barruntaba el sentido vigilante,
el sereno rodar majestuoso
de la Tierra gigante...
La atmósfera era pura,
grande como los mares la llanura,
abierto el horizonte,
llenos los cielos de infinita calma,
llena de amores la quietud del monte,
llena de fe la soledad del alma...
Y el que suele rodar carro del tiempo
con paso presuroso
sobre la vida del mortal dichoso
que tiene que gozarla apresurado,
era allí tan piadoso,
que acortaba su paso, antes ligero,
y rodaba callado
para hacer el placer más duradero,
para hacer el sentir más sosegado.
Brotaban ya en las eras
quitameriendas de matices rojos,
criaban achicorias los rastrojos,
se llenaban las lindes de acederas
y los huertos de malvas y de hinojos.
La grata algarabía
de los bandos de tordos silbadores
los prados alegraba en que caía;
tábanos zumbadores
por la atmósfera erraban placentera,
holgaban los pastores,
tomando el sol en la feraz ribera,
y reía el regato en la hondonada,
y apuntaba la grama en la pradera...
Nuncios de la otoñada...
¡Tiempos de sementera!
¡Gran Dios: tan bellos días
haces caer de tus hermosos cielos
que hasta me obligan a olvidar mis duelos
y es pecado olvidar lo que tú envías!


II

   Echa surcos derechos
a mi ventana;
labrador de mis padres
serás mañana.
(Cantar popular castellano.)

   La postrer melodía
sonó amorosa del cantar süave
que vino de la vaga lejanía
con blando ritmo de volar de ave.
Rayaba el puro día;
el rústico cantor, embebecido
de su labor en la profunda calma,
plegó sus labios y rumió el sentido
de aquel cantar que le llegaba al alma.
Era verdad lo que el cantar decía.
En aquel lugarejo que dormía
bajo la fronda espesa
de la mansa alameda juguetona.
Trabajo era honradez y Amor promesa;
Trabajo era virtud y Amor corona.
Y el gañán laborioso
se deleitaba en el sentido hermoso
del cantar de la moza castellana,
que al elegir para mañana esposo
buscaba labrador para mañana.
Él también intuía
que el trabajo es virtud, es armonía,
es levadura del placer humano,
frente del bien, secreto de la suerte,
deber del hombre sano,
honra del varón fuerte
y vanidad de mozo castellano
que el pan que come con la misma toma
con que lo gana diligente mano.
Y meditando sobre aquel mañana
del severo cantar de la aldeana,
pensó en sus padres, de ternura lleno,
pues sus frentes rugosas le decían
las gotas de sudor que se vertían
para dar a los hijos pan moreno.
Y absorto, grave y mudo,
vio grabado en el libro del Destino
aquel cantar desnudo,
primera estrofa del poema rudo
de la vida del pobre campesino.


III

   De poco le servía
labrar la tierra,
como sus bendiciones
Dios no le diera.

   Así cantó el labriego
con música de intensa melodía
que en el sentido derramó ambrosía
y en la conciencia derramó sosiego.
Mediaba el puro día.
La quietud de la atmósfera pesaba,
la yunta se dormía,
la brisa se paraba
y las pardas alondras del camino
se quedaban extáticas bebiendo
las dulzuras del ritmo peregrino
que del manso cantar iban fluyendo.
Era el himno aldeano,
salmo de agradecida criatura
que a Dios concibe en la celeste altura
dándonos pan con amorosa mano;
severo canto llano
que al rudo mozo le enseñó Natura
para el culto del templo soberano
de la vasta llanura,
que aún es estrecha para altar cristiano.
Y yo escuchaba embelesado y mudo
la piadosa letrilla,
decir sincero de la fe sencilla,
hija de un pecho rudo
donde nunca arañó, ruin y sañuda,
la sama miserable de la duda.
El hijo del trabajo,
surco arriba marchando y surco abajo,
buscaba en el trabajo solamente
los pedazos de pan que el suelo encierra.
porque siempre creyó cosa evidente
que el sudor de la frente
es el mejor abono de la tierra.
Pero también creía
que es la mano de Dios omnipotente
quien a la tierra laborable envía
el sol que la caldea,
la escarcha que la enfría,
la brisa que la orea,
la lluvia que la baña y sanea...
La mano soberana,
fuente de vida de la raza humana;
la mano de las grandes maravillas;
la que encierra en minúsculas semillas
gérmenes diminutos,
misterio del amor encantadores
de donde brotan las hermosas flores,
de donde surgen los sabrosos frutos...
Así se lo decía
la firme y pura que adquirido había
fe de granito en el hogar amado;
y aquel cantar piadoso y sosegado
que del alma escapó por la garganta
fiel expresión de sus sentires era,
porque el alma sincera
lo que siente, y no más, es lo que canta.


IV

   Dice la mi morena
que cuando voy a arar
se entristecen los campos
y se alegra el lugar.

   La labor terminaba. Atardecía,
y la copla postrera,
más rica que ninguna en armonía,
más dulce en el caer, más plañidera,
más empapada en la nostalgia austera
que infunde el campo de la patria mía,
voló por la llanura
y en el alma cayó por el oído
con cadencias de lánguida dulzura,
con dejos de quejido
y amorosos temblores de ternura.

   Era el himno sereno
del amor castellano,
de prudente pudor, de calma lleno,
como el alma del rústico aldeano:
vibración de los gozos y las penas
de las almas serenas,
ante robusto de las almas rudas,
hondo consuelo de las almas buenas,
único idioma de las almas mudas...
¡Señor, si tus enojos
haces caer sobre miseria tanta
como aflige a cualquiera de tus hijos,
ponle llanto en los ojos,
ponle abrojos debajo de la planta,
ponle arrugas y canas en la frente;
pero déjale voz en la garganta,
porque bien sabes Tú, Dios providente,
que no puede vivir el que no canta!
Camino de la aldea,
que, oculta entre los álamos, humea,
delante del muchacho distraído
la yunta va marchando,
el arado del yugo suspendido
y el timón arrastrando.
Lánguidamente declinaba el día;
la brisa se hizo fría,
la alondra se acostó, cantó el mochuelo,
el murciélago errante
culebreó con dislocado vuelo.
Era verdad lo que el cantar decía.
A medida que el mozo la dejaba,
la llanura ¡qué triste se ponía!
¡qué sola se quedaba!
Todo en ella decía
que él era el alma del terruño muerto,
él era lengua del paisaje mudo,
él la nota viviente del desierto,
el sacerdote rudo
de aquel templo desnudo,
al culto grave del trabajo abierto.
Y a medida que el campo se ponía
como la copla del gañán decía,
se alegraba el lugar con los rumores
de la humilde legión de labradores
que a la aldea volvía
en busca del pedazo de cariño,
la pobre cena en el hogar risueño,
las caricias de un niño
y unas horas dulcísimas de sueño.
Cuando el mozo pasaba por la era,
del lugarejo plácida vecina,
le pidió una campana plañidera
la oración vespertina,
y él la rezó con la piedad sincera
y algo inconsciente de la fe pristina.
En el cielo amarillo del Poniente
brilló una estrella rutilante y pura,
y el mozo, indiferente,
la bio cabrillear, fija en la altura;
pero de aquella cristalina fuente
que está junto al camino
vio venir hacia él alegremente,
como bando de alondras trinadoras,
alborotado grupo peregrino
de garridas muchachas habladoras.
Y ojos que no cegaron
con la luz del lucero vespertino,
deslumbrados quedaron
al fulgor de una estrella
de la gentil constelación humana...
Con las Rebecas del alma castellana
que el mozo vio venir... ¡estaba «ella»!

   Ése es un hijo de la patria mía:
el que Natura para el Cielo cría,
el que entero en la vida se derrama,
porque a vivirla, generoso, viene,
trabaja, reza y ama:
¡Dios no le pide más: da lo que tiene!




ArribaAbajoPresagio



I

¿Ves ese tronco, Agustina,
que en el hogar se calcina
y da a mis miembros calor?
Pues es el de aquella encina
del valle de Fuenmayor.

   No mataron sus vigores
ni el cuchillo de la helada
ni el dogal de los calores,
sino la mano pesada
de los años destructores.

   Allá, cuando Primavera
verdes los campos ponía,
y mi alegre pastoría,
derramada en la ladera,
desde el valle se veía,

   viví como un rey en él
de esa encinita a la sombra.
¿Dónde hay tronco como aquel?
Hierba y flores por alfombra,
y amplias ramas por dosel.

   Allí aprendí a meditar
y sentí las embriagueces
del alto y puro pensar,
y por gozarlas cien veces
por eso aprendí a cantar.

   Y sonaron mis canciones
a ruido de hojas de encina,
arpa ruda cuyos sones
dieron al alma emociones
y al estro voz peregrina.

   En julio, el abrasador,
cuando a la ruda labor
iba con mis segadores
a aquellos alrededores
del valle de Fuenmayor,

   esa vieja venerable,
único asilo habitable
de la abrasada llanura,
me daba sombra agradable
con hábitos de frescura.

   Porque el que puso en el cielo
un sol que calcina el llano,
pone una sombra en el suelo,
como en el dolor humano
pone de la fe el consuelo.

   Y aquella encina frondosa
que en las gayas estaciones
me dio música amorosa,
cuya dulzura sabrosa
cayó sobre mis canciones,

   diome después, en estío,
fresco dosel protector,
y ahora, que invierno sombrío
me tiene yerto de frío,
presta a mi cuerpo calor.


II

   Así fueste tú, mujer.
Me diste en las primaveras
de aquel encantado ayer
las poéticas primeras
impresiones del querer.

   Y así como la armonía
que de la encina caía
se derramó en mis canciones,
tu amor en el alma mía
vertió mundos de ilusiones.

   Después, cuando me agobiaba
la dolorosa fatiga
de un vivir que ya se acaba,
tú fuiste la sombra amiga
donde el alma descansaba.

   Y ahora, que ya está conmigo
del alma el invierno helado,
que es su postrer enemigo,
viviendo estoy amparado
de tu cariño al abrigo.

   Yo tengo miedo, Agustina,
que el tiempo que se avecina
me busca amenazador...
¡Ay, que ya murió la encina
del valle de Fuenmayor!...




ArribaAbajoDel viejo, el consejo


Deja la charla, Consuelo,
que una moza casadera
no debe estar en la era
si no está el sol en el cielo.

   Tu hogar tendrás apagado,
y al mozo que habla contigo
le está devorando el trigo
la yunta que ha abandonado.

   Mira que está oscureciendo,
que en las riberas lejanas
ya están cantando las ranas,
ya están las aves durmiendo.

   Que tocan a la oración,
y hay gentes murmuradoras
cuyos ojos a estas horas
cristales de aumento son.

   Y es que los oscureceres
son unas horas menguadas
que han hecho ya desgraciadas
a muchas pobres mujeres.

Mira, muchacha, que ha sido
la tarde muy bochornosa
y va a ser fresca y hermosa
la noche que ha producido.

   Mira que son muy contadas
las fuerzas de la memoria:
mira que huelen a gloria
las mieses amontonadas,

   y está tu galán delante,
y está tu hermanillo ausente,
y está el amor en creciente
y está la luna en menguante;

   y a luz tan débil yo creo
que sola a salir no atinas
del laberinto de hacinas
donde metida te veo.

   Tal vez si el mozo me oyera
pensara que esto es perfidia,
creyera que tengo envidia,
que tengo celos dijera,

   pues con la venda de amor
no viera que soy un viejo
que solo con un consejo
puedo acercarme a tu honor.

   Vete, muchacha, y no quieras
llorar prematuros gozos,
que sé lo que son los mozos
y sé lo que son las eras;

   y en tales oscureceres
pláticas tales de amores
dicen los murmuradores
que son de tales mujeres...

   y tienen razón, Consuelo,
que una moza casadera
no debe estar en la era
si no está el sol en el cielo.




ArribaAbajoCanción


Aquí se siente a Dios. En el reposo
    de este dulce aislamiento
un fecundo sentido religioso
    preside el pensamiento.

   Derrámase por uno de dulzuras
ambiente equilibrado,
y en él cosecha las ideas puras
    de que está penetrado.

   Y sereno después, las alas tiende
    y escala el firmamento,
seguro como el pájaro que hiende
    su apropiado elemento.

   Entonces toca el alma lo profundo
    del alto amor sin nombre
y quisiera que un templo fuera el mundo
    y un sacerdote el hombre.

   ¡El mundo, el hombre! Tras el doble abismo,
    solo esto es luminoso:
¡cuán feliz puede hacerse el hombre mismo,
    y al mundo, cuán hermoso!

   Desde este solitario apartamiento
    del monte sosegado
contemplo el armonioso movimiento
    de todo lo creado.

   ¡El trabajo es la ley! Todo se agita,
    todo prosigue el giro
que le marca esa ley por Dios escrita,
    dondequiera que miro.

   Aquel pardo milano vagabundo
    buscando va la presa,
que le cuesta medir ese profundo
    vacío que atraviesa.

   Riega el labriego la feraz besana
    con sudor de su frente,
si rubio trigo le ha de dar mañana
    para nutrir su gente.

Quiere la golondrina nido blando
    para el amor sentido,
y mis ojos fatiga acarreando
    pajuelas para el nido.

   A los vientos la abeja se encadena
    y la hormiga al sendero,
para llenar aquella su colmena
    y estotra su granero.

   La mansa yunta trabajosamente
tira del tosco arado,
y el pesado mastín va diligente
    detrás de su ganado.

   ¡Todo el trabajo se ligó fecundo!
    ¿Y yo he de estar ocioso?
¿Y yo he de ser estéril en un mundo
    nacido fructuoso?

   ¡Arriba, arriba! ¡El corazón al cielo
    y a la tierra los brazos!
¡A la suerte del mundo unirme anhelo
    con más estrechos lazos!

   ¡La pluma, los cinceles, la mancera,
    la espada victoriosa!...
¡Dadme lo que queráis, que abierta espera
    mi mano vigorosa!

   Si sé cantar, te elevaré canciones,
    ¡oh Patria infortunada!,
que mil hay en tu amor inspiraciones
para la lira airada.

   Si es la piedra a mis manos obediente,
    venga el cincel a ellas,
que el suelo patrio sembrará mi mente
    de creaciones bellas.

   Si hace falta una mano y una vida
    dad a aquella una espada,
y toma tú mi sangre, ¡oh dolorida
    Patria desventurada!

   Y si mi suerte, pero ruda mano
    solo puede servirte
para en los surcos enterrar el grano
    que de oro puede henchirte,

   para en tus vegas derramar tus ríos,
    para abonar tus tierras,
y coronar de montes tus baldíos
y enriquecer tus sierras...,

   entonces no me arrojes al semblante
    deberes no cumplidos,
porque yo soy el hijo más amante
    de tus campos queridos,

   y para hacer esta canción honrada
    que el alma me pidiera
he dejado un momento abandonada
    mi tosca podadera...




ArribaAbajoInvitación


Señores de la ciudad:
si ella admite en su grandeza
vientos de sinceridad,
ruidos de Naturaleza
y aromas de soledad;

   si en vuestros breves vagares
merecen entreteneros
las coplas y los cantares
de oscuros, pero sinceros,
rimadores populares,

   cerrad los ojos expertos
al artificio ingenioso
y oíd sus rudos conciertos
con los sentidos abiertos
del percibir vigoroso.

   Cabe la misma espesura
donde ha soltado Natura
su coro de ruiseñores,
puso una legión oscura
de más sencillos cantores.

   Y no es artista el sentido
que, por sencillos y tantos,
desprécialos, distraído:
¡algo dirán esos cantos
al alma si no al oído!

   Algo tendrá todo ardiente
pecho que así se derrama;
que en el concierto viviente
todo lo que canta siente;
todo lo que siente, ama.

   Y es el amor cosa tal
que todo amor es hermoso,
vibre en un alma inmortal
o en el pechuelo fogoso
del ave del matorral.

   Y es el cantar una cosa
tan hija de este sentir,
que para el alma amorosa
toda canción es hermosa
si quiere amores decir.

   Señores de la ciudad:
los del cerebro cansado,
que aun corre tras la verdad;
los del ingenio aguzado
que inventa la novedad...

   Si frívolos y ligeros,
cual sus artificios ruines,
no os parecen ya sinceros
esos de vuestros jardines
ruiseñores prisioneros,

   ¡venid al campo a escuchar
a otros sencillos cantores
que os pueden acaso dar
algo más que los primores
de un ingenioso cantar!

   ¡Subid, siquiera, a la altura
de esas torres elevadas,
a ver si la brisa pura
lleva del campo tonadas
de las que enseña Natura!

   ¡Y aunque el ingenio las mida
y arguya que no son bellas,
probad su savia escondida,
sentid con ellas la vida
y haced el arte con ellas!

   Señores de la ciudad:
si henchir queréis de verdad
el mundo de la belleza,
dejadle a Naturaleza
su centro de majestad.




ArribaAbajoSurco arriba y surco abajo


Araba el tío Roque
con su yunta de dóciles vacas:
    con la Triguerona,
    con la Temeraria.
Y conforme la reja iba hendiendo
    la tierra esponjada,
que al calor y a la luz descubría
    las frescas entrañas,
el secreto pensar del tío Roque,
que el silencio en redor barruntaba
por imán de silencio arrancado
    del fondo del alma,
a esparcirse sin miedo salía
de la cárcel estrecha en que estaba,
y en las alas de un aire de otoño
se cernía con estas palabras:
    ¡Vuelve, Triguerona!
    ¡Vuelve, Temeraria!

   Si la mesma canción de otros años
    hogaño nos pasa,
    di que nos avía
    la miaja senara.
    Ca vez más señora
te se pone la tierra y más mala.
   No te sirve que le eches simiente
como chochos de gorda y de blanca,
    ni que en piedra lípiz
    gastes las pestañas,
ni que rompas, y bines y tercies,
y les des aricá bien temprana.
    Cuasi con coguelmo
seis fanegas o siete derramas
y te dan veintinueve raídas,
que ni cuasi el trabajo le sacas.

    Y esto es echar uno
    las cuentas galanas,
porque si una pedrea te viene,
    que no son muy ralas,
ni siquera te deja un pajuco
pa sacar del invierno las vacas,
    ¡cuanti más un chocho
    pa meter en casa!
    Y entá no es lo malo
    que no cojas nada,
porque en un apurón, hate cuenta
que un invierno... en la cárcel se pasa;
pero, amigo, te afronta con pagos
porque, claro, que no tienes cara
pa cuadrarte y decir que lo debes...
    pero no lo pagas...
y lo cual es mejor no decirlo,
pues no habiendo vergüenza, no hay nada
    ¡Vuelve, Triguerona!
    ¡Vuelve, Temeraria!

   Porque no es el decir de que digas
    que no aguntas ancas,
    y que te rebelas,
u que te aperrangas,
porque en viéndote ya mancornao
    te quiten la carga
Es que ya no puedes el dir más alante
porque cuasi el aliento te falta,
porque viene de atrás la flojera,
porque no puedes ya con las rastras...
    ¡Vuelve, Triguerona!
    ¡Vuelve, Temeraria!

   Si pintaran dos años arreo,
pues entá se tapaban las faltas
    y el perro que hogaño
    nos dio la senara.
Yo cuasi que tengo
    como confianza,
porque entá no creí que venían
    las primeras aguas
y la tierra con ellas se ha puesto
amorosa que gusta el ararla,
    de modo y manera
que la cosa no empieza tan mala.

    Y no miento ahora
los runrunes continuos que andan
de que el rey mesmamente en persona
    viene a Salamanca,
    que no es mala seña
    si tampoco falla...
    ¡Vuelve, Triguerona!
    ¡Vuelve, Temeraria!

   Yo no sé, pero yo me magino
de que el rey no vendrá a ver la Plaza,
que en el mesmo Madrid habrá muchas,
no agraviando a la nuestra, tan guapas.

   Me magino de que él no se fía
y que viene a oservar lo que pasa,
porque hacienda en poder de criaos
se la lleva en un verbo a la trampa.
Me magino que viene a enterarse
de si tiras p'alante u atrasas,
de si siembras, u comes, o ayunas,
    u pierdes u ganas.
    De modo y manera
que en queriendo fijarse una miaja,
se ha de dir al Palacio enterao
de má e cuatro lástimas,
    que, si a mano viene,
    podrá remediártelas,
u quisiera poner los posibles,
que en pusiéndolos bien no te fallan...

   Yo no sé; pero yo me magino
de que el rey no vendrá a ver la Plaza.
Y si solo la Plaza le enseñan
    los de Salamanca...
    ¡Para, Triguerona!
    ¡Tente, Temeraria!




ArribaAbajoA su majestad el Rey


Señor: No soy un juglar;
soy un sincero cantor
del castellano solar.
Canto el alma popular;
no tengo nombre, señor.

   Por eso, porque un oscuro,
porque un sincero es quien canta
y no un cortesano impuro,
oiréis el de mi garganta
canto llano, pobre y duro.

   Más placerá a vuestro oído
el débil trinar sentido
del pájaro del erial
que el resonante graznido
del hueco pavo real.

   Señor: si en ese sagrado
solar de español sentir
han ante vos ocultado
con luz de vivir dorado
sombras de negro vivir,

   mintió la vieja embustera
que llaman cortesanía...
¡Mejor a su rey sirviera
si, en bien de la Patria mía,
verdad a su rey dijera!

   No sé con reyes hablar;
mas, bien podréis perdonar
que yo platique con vos
tal como en son de rezar
platico de esto con Dios.

   Estáme la fe enseñando
y estáme el amor diciendo
que todo se toma blando
a nuestro Dios invocando
y a nuestro rey requiriendo.

   Que Dios corona a los reyes
para que a mundos mejores
lleven innúmeras greyes,
mejor que atadas con leyes,
sueltas en cursos de amores.

   Señor: en tierras hermanas
de estas tierras castellanas,
no viven vida de humanos
nuestros míseros hermanos
de las montañas jurdanas.

   Señor: no oigáis las canciones
de las doradas sirenas,
que solo cantan ficciones...
¡Los más grandes corazones
son los que arrostran más penas!

   Dolor de cuantos los vieren,
mentís de los que mintieren,
aquí los parias están...
De hambre del alma se mueren,
se mueren de hambre de pan.

   Hasta este monte eminente
donde rimo mis cantares
sube famélica gente
que mis modestos manjares
devora violentamente...

   Tanta pena he contemplado
que unas veces he llorado
con llanto de compasión,
y otras mi voz han velado
gemidos de indignación.

   Porque infama la negrura
de la siniestra figura
de hombres que hundidos están
en un sopor de incultura
con fiebre de hambre de pan.

   Limosna de un rey cristiano
es manantial soberano
de grande consolación...
Mas nunca llega la mano
donde llega el corazón.

   La Patria es madre amorosa
que hace milagros de amores...
¡Tienda una mano piadosa
que disipe los horrores
de esta visión afrentosa!

   Señor: no soy un juglar.
Yo nunca rimo un cantar
si no me lo pide amor.
La Patria me hizo vibrar...
¡Patria sois también, señor!




ArribaAbajoBrindis


Mi pobre prosa rimada
no podrá deciros nada
que suene a cosa asombrosa:
esto será una charrada;
no puede ser otra cosa.

   No abráis el avaro oído
creyendo que raro y bueno
manjar de allende he traído,
que yo jamás me he nutrido
con pan de terruño ajeno.

Pienso que el nuestro es fecundo,
como todo lo español.
Pienso que no hay en el mundo
grano que arraigue profundo
debajo de extraño sol.

   Por algo Natura cría
ventiscares en la sierra
y alamedas en la umbría:
por algo hay quien moriría
si no viviera en su tierra.

   En ella y a vuestro lado
fuera tremendo pecado
cantar en música extraña
que de frente o que de lado
no venga a decir: ¡España!

   Más todavía: ¡Castilla!;
todavía más: ¡Salamanca!,
y aún más: la pobre aldeílla,
la limpia casita blanca,
la cuna, la paz sencilla...

   Si el molde parece estrecho
de mi canción natural,
decidlo a Aquel que me ha hecho
pajarillo del barbecho
y no lorito real.

   Naturaleza ha querido
que cada ser dé una nota
viva un campo y tenga un nido:
orden sabio y bien sentido
que sólo el cuco alborota,

   pues tiene la mala maña
de que los huevos que pone
se incuben en casa extraña.
¡Pecado igual Dios perdone
a muchos hombres de España!

   Si a la selva tenebrosa
fuese la alondra armoniosa,
no supiera entre el ramaje
dar la nota misteriosa
del silencio del boscaje.

   Y si al barbecho viniera
cotorra exótica y rara
cantando la sementera,
ni el ave la interpretara,
ni el labriego la sintiera.

   ¿Quién da la nota del río
mejor que el mirlo sombrío
nacido entre sus mimbrales?
¿Quién canta los majadales
como el cárabo bravío?

   ¿Quién da la visión entera
de carrascosa ladera
como la perdiz bizarra?
¿Quién mejor que la chicharra
canta las mies en la era?

   ¿Suenan bien en los jarales
músicas de colorines?
Silbos de águilas reales,
¿nos dirán en los jardines
lo mismo que en los canchales?

   Y el ronco graznido duro
de deforme buitre impuro,
¿cómo podrá matizar
el divino claroscuro
de la paz del olivar?

   Cantemos nuestra tonada,
la genuina, la sincera:
tú, ruiseñor, la alborada;
tú, alondra, la barbechera,
y yo, charro, la charrada.

   A sus típicos primores,
tan rudos como bizarros,
hoy daré finos colores,
porque la canto entre charros
disfrazados de señores.

   Que quepan en ella quiero
la aldeílla y la ciudad,
ambas con vivir entero,
que es en aquella el granero
y aquí la Universidad.

   Aquél da al cuerpo vigores,
ésta da al alma ideales...
Sudor de mil labradores
y saber de cien doctores,
son dos tesoros iguales.

   Dice la Escuela: «Yo un día
fui madre y templo sagrado
de toda sabiduría.
Jamás numerar podría
los hijos que he amamantado.

   Del seno de que nacieron
saberes hondos bebieron
disueltos en fe de Cristo.
Honor los hijos me hicieron,
grande los siglos me han visto.

   Fui fragua del pensamiento,
yunque del entendimiento,
levadura de la vida,
brújula en mar turbulento,
sol de la Patria querida.

   Sol cuya rica influencia
bajó sobre la opulencia
de los troncos y fue ley,
que el alcázar de la Ciencia
más alto está que el del rey.

   Ahora, lacrimosos coros
me afligen con tristes lloros
diciéndome que soy ruinas,
que soy hueco de tesoros,
jirón de edades divinas,

   sombra augusta y venerable,
muerta gloria inolvidable,
vieja majestad caída,
triste membranza adorable,
puesta de sol dolorida...

   Y me suenan esos trenos
a quejidos de hijos buenos,
mas, ¡ay!, que también me suenan
a estériles falsos truenos
que el viento de ruidos llenan.

   Algo lloran que es verdad.
Vinieron tiempos tiranos
que al grito de libertad
encadenaron las manos
de esta pobre majestad.

   Y adiós trono, centro y manto,
y adiós oro y esplendores,
¡mucho grande y mucho santo!
¡Mas no los santos amores
de los hijos que amamanto!

   No el pan de su inteligencia
ni la luz de su conciencia,
porque yo siempre seré
el alcázar de la Ciencia
y el castillo de la Fe.

   Si reina fuese, mi suerte
rodara por rumbos fijos
que van a dar a la muerte
No soy reina; soy más fuerte:
¡soy madre de muchos hijos!

   ¡Hijos!, os pido un mañana
como el ayer que gocé,
¿será mi súplica vana?
¡Oh, no!, cuanto más anciana.
más madre os pareceré...»

   Dice el granero al gañán:
«Yo soy tu rico tesoro,
soy el sudor de tu afán,
sudor que ha cuajado en oro
y oro que luego soy pan.

   El pan de la esposa buena
que esotro cuarto vecino
con celo de hormiga llena
de blandos copos de lino
que en lienzo de nieve ordena.

   El pan de tus tres mozones,
enhiesto como negrillos,
alegres como esquilones,
dóciles como chiquillos
y fuertes como leones.

   El pan de tus dos mozuelas,
sus cintas de oro y alpaca,
sus dengues y lentejuelas,
sus cruces de Alcaravaca,
sus hilos y sus chinelas.

   Y el pan del hijo mayor,
que es pan blanco de ciudad,
como que es para un señor
que pronto será doctor
de nuestra Universidad.

   Labrador que vas arando,
mete la reja más honda,
que el filón se va agotando,
y el tiempo viene apurando
y el oro es de quien ahonda.

   De este modo tan sincero
y en este sentido amante,
nos hablan lenguaje entero
a mí, labriego, el granero,
y a ti, la Escuela, estudiante.

   Son la Patria en la indigencia.
¿Qué pide a nuestra conciencia?
Espigas de un mismo haz:
que tú les des gloria y ciencia.
Que yo les dé trigo y paz.

   ¡Gracias a todos, señores!
De esta rica convidada
llevo en el alma sabores
que yo no comparo a nada...
¡He comido pan de amores!...

   Y no hay deleites humanos
ni más grandes ni más sanos
que estos que son mi ideal:
pan de trigo candeal
comido en paz y entre hermanos.

   Entre hermanos, sí, señores,
que aunque vos, señor rector,
de quien son estos honores,
tengáis muy lejos amores
que hermanos son de este amor,

   yo tengo a otro amor sujeto
mi corazón de cristiano,
un corazón que, discreto,
os llama sabio en secreto
y en público os llama, hermano.

   ¡Adiós! ¡Hasta la primera!
Gente que estudia o que ara,
debe ser poco fiestera.
Yo me voy a mi senara,
que estamos en sementera.




ArribaDe ronda



I

Al pardear se encontraron
y hablaron estas palabras:
-¿Ande vas?
    -Voy al casillo.
-¿No sales luego una miaja?
-Daremos un cacho vuelta
cuantis que apaje las vacas.
Me faltan cuatro posturas.
-Pues yo voy a darles agua.
-¿Al río?
    -No, al Mullaero.
-Pues bien mala está esa charca.
   Y los mozos se apartaron
sin decirse más palabras.


II

   Era una noche de enero
muy fría, serena y clara:
noche de muchas estrellas
y pocos ruidos. Helaba.
Cuatro mozos embozados
en sus anguarinas pardas
platican, y no de amores,
en la mitad de la plaza:
-¿Qué andáis haciendo estos días?
-Pues hate cuenta que nada:
arrecogiendo buñicas
en los praos; mi padre, en casa.
Y vusotros, ¿ánde andáis?
-Hiciendo también la engaña:
hoy, a por unos carrascos
pa masar. La otra semana
no nos vagó dir a ellos
y derrotemos más támbaras...
-Y tú, Juan, ¿andas a istierco?
-No, maldito: ya no hay nada.
cuasi de viga derecha
to el día. Pasó mañana
habrá que echarlo al molino
con garrobas pa las vacas,
y el desotro a por adobes
pa gobernar una miaja
las tenás del otro barrio...
-¡Chachos, qué noche tan rasa!...
No se barrunta una mosca.
-No, pues ancá de Luciana
buena zorita traían
cuando yo salí de casa
-Hay baile.
    -¿De pandereta?
-¡Quia, de badil!
¿Quién cantaba?
-Pues por un lao parecía
Quica, y por otro Colasa.
-¡Son tan autás!...
    -¿Y de mozos?
-Cuatro chavalillos..., nada.
-¡Chico, pai han jijao!
-Esos serán los Pardalas
que salen de ancá de Petra...
¡Callarsos a ver si cantan!...
-Ellos son, hombre, no escuches,
¡si han jijeao!...
    ¡Coine, calla!
¡Tú jijea y que hablen ellos!
-¡Ay jijí!...
-¿Quién vive?
    -¡España!
-Buenas noches.
    -Buenas noches.
-Y frescas. ¿De qué se trata?
-Pues decían que esta noche
iba a hacer baile Luciana
porque iba a venir a ella
un mozo de Matamala,
que dice que gasta ponche
y que toca la dulzaina.
-Pues lo del mozo es mentira,
porque han ido ancá Luciana
tres veces los mayordomos
a cobrar el vino y... ¡nada!
Lo que hay es baile.
    -Pues vamos.
-¡Si es de badil!
    -¿Y qué? ¡Hala!
-¡Muchachos, la toná nueva!
-¡Los que la cojáis, echaila!...


III

   Y abriendo mucho las bocas,
llegaron ancá Luciana.
Cerrada estaba la puerta,
la casa en silencio estaba,
porque su gente tenía
que masar muy de mañana
y no madruga la gente
si las veladas son largas.
Calle abajo, calle abajo
la ronda siguió su marcha
y no dejó aquella noche
calleja no paseada,
ventanillo no atisbado,
gato que no apedreara,
perro echado, charco lleno
y estrella no contemplada.
-¡Chachos, debemos de dirnos,
si sos parece, a la cama;
que antes que nos percatemos
la gente vieja reballa.
Si no, mirai las cabrillas
por ánde van ya.
    -Pues anda,
que yo que tengo en el cinto
la llave pa entrar en casa...
¡Huy, Dios, como me barrunten,
verás mi madre mañana!
-Pues, chicos, yo no me acuesto;
me voy a apajar las vacas
cuantis me quite esta ropa
pa dir temprano a por támbaras,
-Y a mí me dijo mi madre
que a cepas, chico, ¡pues anda,
que voy a tener un cuerpo
pa rozar!... ¡Huy qué galbana!
-Pues yo, galán, a buñicas...
-Y yo a calentar el agua
pa masar.
    -Y yo al mercao.
-Y yo a piedra.
    -Y yo a las cabras.
Conque, muchachos, que es hora:
¡cada uno pa su casa!
   Y el grupo de rondadores
se abrió como una granada.


IV

   Al poco rato la aldea
muerta del todo quedaba;
la alborada aún no venía,
declinó la luna blanca,
relucían las estrellas,
iba en aumento la helada,
el suelo se endurecía,
los tejados blanqueaban...