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Eugenio Asensio, «Introducción» a su edición de los Entremeses (Madrid: Castalia, 1984), p. 24.

 

192

«Es indecentísimo que doña Lorenza se encierre con él [el mozo] a vista del marido» (J. A. Sánchez, prólogo a su edición de los Entremeses [Cádiz, 1816], p. 25). «Indecente y escandaloso es [...] que la esposa se haga justicia por su mano» (Armando Cotarelo y Valledor, El teatro de Cervantes [Madrid, 1915], p. 528). «La esposa de la novela no llega a consumar el engaño, lo que sí hace la del entremés y con desenvuelto cinismo, de modo que el público casi resulta testigo presencial» (Francisco Ynduráin, prólogo a su edición de los Entremeses [Madrid: Espasa-Calpe, 1980], p. 25).

 

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Entre lectores, editores y comentaristas actuales, no son pocos los que olvidan que, en 1615, los entremeses eran «nuevos y nunca representados», según reza la portada de la editio princeps. No hay noticia de su supuesta representación a lo largo del siglo XVII; en cambio, se sabe que fueron muy leídos: vid. José Manuel Blecua, prólogo a su edición de los Pasos de Lope de Rueda y de los Entremeses (Zaragoza: Ebro, 1969), p. 43.

 

194

Viaje del Parnaso, ed. de Miguel Herrero García (Madrid: CSIC, 1983), p. 314.

 

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Bonilla encuentra «demasiado picantes alusiones no muy frecuentes en Cervantes» ( «Introducción» a su edición de los Entremeses [Madrid: Asociación de la Librería de España, 1916]. Jean Canavaggio advierte que «campea en los ocho entremeses el irónico triunfo de la palabra» ( «Estudio preliminar» de su edición de los Entremeses [Madrid: Taurus, 1981]). Por su parte, Asensio añade que «Cervantes exhibe una rara maestría en el arte del diálogo entremesil, dando a los personajes una a modo de segunda identidad mediante una diestra manipulación de los resortes del lenguaje» (p. 27); y pone el dedo en la llaga cuando afirma que «no poseemos, que yo sepa, ninguna monografía acerca de la lengua y el diálogo en los entremeses cervantinos» (p. 45). «El lenguaje que emplean los personajes es uno de los elementos más valiosos en los entremeses cervantinos» (Arturo Souto, «Introducción» a los Entremeses [México: Porrúa, 1970], p. xxii).

 

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«Si excluimos el Quijote y algunas novelas ejemplares, las demás obras del glorioso escritor -el teatro y el Persiles, sobre todo- están tan descuidadas como el día en que salieron de las primeras prensas. Peor aún: los comentaristas las han puesto, muchas veces, en tan malas condiciones, con correcciones y 'aclaraciones' inoportunas (¡aquel olvidado consejo de Jacapone: Dov'é piana lettera, non fare oscura glosa!), que se hace preciso horadar una gruesa capa de errores añadidos para alumbrar el texto a su pureza original» (Fernando Lázaro Carreter, «Notas sobre el texto de dos entremeses cervantinos», Anales cervantinos, 3 (1953), 340-48.

 

197

Vid. Stanislav Zimic, «Bandello y 'El viejo celoso' de Cervantes», Hispanófila, 31 (1967), 29-41.

 

198

Con la mínima salvedad de las cancioncillas incluidas.

 

199

Miguel de Cervantes, Entremeses, ed. de Adolfo Bonilla y San Martín (Madrid: Asociación de la Librería de España, 1916), p. 143. En adelante, todas las citas del texto irán referidas a esta edición.

 

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Nótese que casi todos los estudiosos de la obra -supongo que con más inocencia que ignorancia- hablan del «adulterio» de doña Lorenza, cuando tal figura no puede concurrir en el caso de un matrimonio que, como éste, es nulo. En efecto, el Derecho Matrimonial Canónico establece que la impotencia constituye un impedimento dirimente (es decir, que invalida automáticamente el vínculo) y, a la vez, indispensable, lo cual implica que ni el Sumo Pontífice -Paulo V, illo tempore- podría haber aprobado una remoción de la causa que origina la nulidad del matrimonio entre Cañizares y doña Lorenza.