University of Minnesota
Considera Julio Baena que la obra póstuma de Cervantes
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, es el
«discurso más totalizante jamás intentado»
(43), un texto que «fracasa como novela en el punto donde
pretendía triunfar como utopía»
(107). Sin
embargo hay momentos en
El círculo y la flecha de
vacilación, de rectificación, de borrón y cuenta nueva. En
esos momentos Baena se pregunta si no será el
Persiles, en su infinita ironía,
«la más cósmica carcajada jamás
escrita»
(158). Estas dudas y tachones hacen del ensayo
de Baena un texto sugerente y al mismo tiempo un testimonio vivo de la profunda
complejidad del
Persiles.
Julio Baena coincide con críticos como Forcione, Avalle-Arce, El Saffar y de Armas Wilson en señalar el carácter eminentemente alegórico de Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Siguiendo la tesis de de Man en «The Rhetoric of Temporality», Baena destaca la presencia del factor tiempo en la alegoría frente a la atemporalidad o destemporalización que caracteriza a las formas simbólicas (86, 90). Si de Armas Wilson (Allegories of Love) ve en el Persiles una alegoría formal de la diferencia sexual, y si Casalduero (Sentido y forma de «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» ) y El Saffar (Beyond Fiction) nos remiten al 4 (2 + 2) como principio arquitectónico del texto, para Baena la obra de Cervantes constituye una alegoría de la diferencia numérica cifrada en el principio diferidor n + 1. En esta fórmula geométrica se condensa, según Baena, la modernidad del Persiles como texto quintaesencialmente manierista: dado un conjunto completo, equilibrado y estático (n), el (1) corresponde al factor tiempo que introduce el —146→ movimiento, el cambio, el desequilibrio y la inconclusión. En su concomitancia con la estética manierista de la figuración -una estética de presencias y ausencias- esta noción de modernidad esbozada por Baena tiene mucho más en común con la forma anamórfica de la llamada perspectiva curiosa teorizada entre otros por Gilman y Lacan que con el modelo epistemológico albertinianocartesiano (Jay). Es decir, no se trata de la modernidad del humanismo clásico que confía en el punto de vista exclusivo (Panofsky), ni de la modernidad mistificadora de la cultura dirigida del barroco (Maravall), sino de una modernidad insatisfecha, «rebelde», como le llama Baena, generadora de incertidumbre, de autorreflexividad y extrañamiento. De ahí que Baena relacione al Persiles con el manierismo de El Greco y simultáneamente con la estética barroca de Góngora (yo diría sobre todo de Sor Juana), modelos estéticos que cuestionan los principios de realidad tanto del humanismo renacentista como del «barroca oficial»:
(72, 98) |
Si el
uno sobrante del
Persiles es el tiempo como elemento
desestabilizador que condena al peregrino (Peri-andro) a la postergación
del encuentro con el objeto de su deseo, el
cero es el Norte metafísico (Roma)
situado en un más allá del tiempo al que sólo se puede
acceder con la muerte. En este punto Baena establece un paralelismo entre la
inaccesibilidad de esa Roma mítica, espiritual, y el eterno diferimiento
del encuentro (o re-encuentro) de Periandro con su norte femenino
(Auri-stella): «Cuando Periandro se refiere a Auristela como 'mi
norte' establece la misma clase de busca metafísica: la del Otro
inasible»
(41). De esta manera conecta Baena el
cero que designa todo lo ausente en el
Persiles con el Otro femenino, el
cuarto término de que hablaba El
Saffar, la mujer que es a la vez causa y objeto inaccesible del deseo de
Periandro.
En efecto, el texto del
Persiles repite obsesivamente la idea de que
«nuestras almas están en continuo movimiento y sólo
pueden parar en Dios como en su centro»
junto a una variante que nos
remite no a Dios como centro o Norte metafísico hacia el que se dirigen
las almas peregrinas, sino a «algún sujeto a quien las
estrellas las inclinan»
(75), es decir, alguna Auristela
(etimológicamente «estrella áurea» ). En este sentido
el
Persiles es la crónica de un encuentro
anunciado que nunca se produce. Resulta que cuanto más se acercan los
Peregrinos a lo
real (en el sentido lacaniano) de Roma,
más se desintegra la Roma utópica, hasta que llega el momento en
que la topografía de Roma se funde con la de la Isla Bárbara (de
Armas Wilson) y nos encontramos no ante un final sino ante un nuevo principio.
Es así como, lejos de designar al lugar en donde ha de parar y sosegarse
el alma del peregrino tras la satisfacción completa del deseo,
—147→
Roma se constituye en el significante del eterno diferimiento de
la felicidad. Si Forcione (Historia y crítica)
tiene razón cuando dice que Roma (la Roma utópica) es la imagen
del punto en el que está destinado a extinguirse el deseo del peregrino,
Baena da en el clavo cuando sugiere que la Roma anticlimáctica (la Roma
real) que aparece al final del texto es la
figura del deseo insatisfecho, de «la sed más encendida que
nunca tras haber bebido de lo que parecía Santo Grial y no era sino copa
de agua salada»
(128).
El único personaje del Persiles para quien Roma aparece como un punto de llegada y no de partida es Maximino, cuyo sacrificio arbitrario y aparentemente absurdo sirve para expiar los pecados de omisión de su hermano Periandro. Maximino vino a Roma a morir, a ocupar el lugar de su hermano, a apurar el cáliz del que Periandro rehúsa beber. No es ésta la primera vez que Periandro reniega de su destino cristológico. Baena nos recuerda que en el principio Periandro se salva y comienza su peregrinar sólo porque la Isla Bárbara es sacrificada. En este sentido el Persiles es una alegoría de la historia humana como historia de salvación, como sugiere Baena, y al mismo tiempo una crónica apócrifa de los Hechos (Trabajos) del Anti-Cristo. Si Periandro es, como afirma El Saffar, «todo hombre» («everyman» ), esto es precisamente en tanto que todo hombre es el Anticristo que rehúsa subirse a la cruz, condenando con ello a muerte a su hermano.
Estamos una vez más ante un texto Cervantino que
re-produce utopías desde un punto de vista oblicuo, desde una distancia
irónica, que nos fuerza a percibir la absoluta arbitrariedad de sus
narrativas saturadas de violencia. ¿No son estas utopías las
narrativas mistificadoras de la cultura contrarreformista (sermones, autos
sacramentales, procesiones...) que pretenden hacer visible a Dios, confirmar
-como dice Baena- el aquí y ahora de la presencia divina en el
desacralizado mundo postaristotélico? Es posible que el
Persiles sea «el discurso más
totalizante jamás intentado»
(43) precisamente en
tanto en cuanto los trabajos de Cervantes se dirigen a señalar los
silencios de las utopías contrarreformistas, el sinsentido y la
violencia de sus códigos simbólicos, las ausencias de la
«totalidad oficial». A lo mejor no es que el
Persiles «fracasa como novela en el
punto donde pretendía triunfar como utopía»
(107), sino que la novela triunfa donde pretende fracasar como
utopía.
El carácter irónico, anti-utópico, del Persiles radica en la eterna postergación del final feliz, en la pervivencia de la incompletud, de ese uno que designa al tiempo postergador y, por tanto, del deseo:
(Los trabajos, 102; ed. de Espasa-Calpe, 1977) |
La culpa a la que se refiere Cervantes como «nuestra»
no es sino nuestro pecado de omisión, nuestra resistencia a aceptar el
lugar que nos corresponde en el ara sacrificial romana con un «no se
haga mi voluntad sino la Tuya»
. Periandro («every man» como decía El Saffar) no
quiere ser naturaleza perfecta, inmóvil
—148→
(naturaleza
muerta,
still life) sino hombre incompleto,
vivo. Periandro se niega a renunciar a su deseo, como se niega Cervantes a
entregarse de buena gana a la muerte que le pisa los talones cuando está
escribiendo la dedicatoria del
Persiles: «y con estas obras,
continuando mi deseo, guarde Dios a vuesa Excelencia como puede»
(Los trabajos, 16). La expiación de
la
falta del hombre (en el doble sentido de
carencia y pecado) queda por siempre diferida en la topografía
figurativa y alegórica del
Persiles. Baena tiene toda la razón
cuando afirma que es desde la alegoría y en la alegoría que
Cervantes y el hispanismo actual tan preocupado de la dialéctica de
presencias y ausencias en los textos del Siglo de Oro, coinciden con las
corrientes teóricas postestructuralistas, entre ellas el
psicoanálisis, el feminismo y la teoría del caos. Si la
interpretación de Baena es correcta,
Los trabajos de Persiles y Sigismunda son los
esfuerzos de Cervantes para construir un ciclo infinito de diferimientos, una
figura en escorzo del deseo. Al llegar al Norte romano ni se encuentra
Periandro con Dios (eso hubiera supuesto su muerte), ni se encuentra con la
mujer. Como dice Baena, los amantes «no se tocan mas que gracias a un
complemento circunstancial ('en compañía de su esposo
Persiles')»
(141). El matrimonio romano, lejos de ser el
punto del re-encuentro anunciado con la mujer, viene a constituirse en la
garantía de su eterno diferimiento: «siempre es la felicidad de
los hijos de los hijos, siempre la última palabra la tiene el
diferimiento eterno de la felicidad»
(142).