Dividieron las jornadas un entremés en negro y dos danzas de diez niños estudiantes de lo más noble de México, en quienes campeó tanto el lucimiento en las galas y riqueza en las joyas, como en el aire y destreza en las mudanzas y tejidos que se formaron en un bran, que fue la primera y en unas alcancías que jugaron en la segunda.
Rematóse toda la fiesta con un mitote o tocotín, danza majestuosa y grave, hecha a la usanza de los indios, entre diez y seis agraciados niños, tan vistosamente adornados con preciosas tilmas y trajes de lama de oro, cactles, o coturnos bordados de pedrería, copiles, o diademas sembradas de perlas y diamantes, quetzales de plumería verde sobre los hombros que sola esta danza y su lucimiento bastara por desempeño del festejo más prevenido. A lo sonoro de los ayacatztles dorados, que son unas curiosas calabacillas llenas de guijillas, que hacen un agradable sonido, y al son de los instrumentos músicos, tocaba un niño cantor, acompañado de otros en el mismo traje, en un ángulo del tablado, un teponaztle, instrumento de los indios para sus danzas, cantando él solo los compases del tocotín en aquestas coplas, repitiendo cada una la capilla, que en un retiro de celosías estaba oculta.
COPLAS DEL TOCOTÍN
Mereció el lleno de esta fiesta la calificación que le dio el agrado de su excelencia, diciendo ser digna de que se hiciese a los ojos de su majestad en su real corte.