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150.- Prusia. Livonia. Caballeros Teutónicos

       Cruzada puede llamase también la historia de Prusia. En este país poco conocido, se encuentran, hacia el año mil, los Brucsos, o Prucsos, mercaderes de Bremen; arrojados por una tempestad a la embocadura del Duna en el Báltico, encontraron una población salvaje, que llevaba los nombres de Livos, Letones, Wendos, Curones, Semigalos y Estonios, de los cuales tomaron el nombre las provincias de aquella región. San Adalberto, arzobispo de Praga, fue a predicar allí el Evangelio, pero fue muerto por aquella gente apegadísima a sus ídolos; después de lo cual fueron a convertirlos con la fuerza los Daneses y los emperadores de Alemania, Alberto de Appeldern (308), ayudado del emperador Felipe, pudo establecer allí su obispado, fabricó fortalezas, distribuyó a los señores tudescos las tierras conquistadas, y fundó la Orden de los Porta-espadas, que no tardó en tener fortalezas y dominios, y conquistó la Estonia. El cisterciense Cristián introdujo el cristianismo en Prusia. Los Hermanos de la milicia de Cristo, instituidos por él para combatir a los idólatras, fueron exterminados por éstos. Entonces se juzgó más conveniente llamar de Palestina a los Caballeros Teutónicos (cap. 128) que ya poseían tierras en Alemania. Hermann de Salza (309), su gran maestre, acudió y tuvo todos los terrenos quitados a los idólatras. El primer maestre provincial, Hermann Balk (310), hizo guerra a muerte a los Prusianos. Fueron llamados colonos pacíficos y guerreros cruzados, que a la vez levantaron ciudades y destruyeron a los enemigos. Así fueron fundadas Thorn, Culm, Marienwerder y Elbing. Los Porta-espadas vinieron a ser una parte de la Orden Teutónica. Cuando los Teutónicos tuvieron que defender a su país de los Mongoles, los Prusianos se alzaron en armas para recobrar su independencia, mataron a cuantos Alemanes cayeron en sus manos, y al fin se concertó una paz entre los naturales y la Orden. Riga fue metrópoli de una federación de varios dominadores, entre los cuales figuraba la Orden en primer lugar; el arzobispo de Riga poseía parte del país, y parte el rey de Dinamarca. La región situada al norte del Pregel, consagrada a los antiguos dioses, fue pasada a sangre y fuego, y en ella fue fundada Köningsberg (311). La Lituania rechazó largo tiempo al cristianismo; pero al fin la Orden realizó la conquista de la Prusia desde el Memel hasta el Vístula. Los caballeros Teutónicos hacían emanar su derecho de concesiones del Papa y del emperador germánico; redujeron a siervos a los antiguos propietarios, que recobraban la libertad con el bautismo. Se formó después una alta nobleza (Witinga), que debía servicios militares a la Orden; seguían los poseedores libres, exentos de prestaciones personales; la tercera clase eran los poseedores de campos regidos por el
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151.-Hungría

1077      La estirpe de Arpad (cap. 111) reinaba en Hungría y prestaba homenaje al Papa. Ladislao restableció la paz interior y conquistó la Esclavonia y la Dalmacia; alcanzó muchas victorias, acompañadas de milagros, por los cuales es venerado como Santo. Su hijo Coloman (312), que le sucedió, se tituló además rey de la Croacia y de la Dalmacia, y dio un código favorable al clero. Sus sucesores tuvieron guerras con los Venecianos y tomaron parte en las Cruzadas, principalmente Andrés, padre de la buena santa Isabel; dio este al país la Bula de oro, constitución donde confirmaba los derechos de los nobles, dispensados de servicios militares y de contribuciones, aunque sin su consentimiento, y poseedores del derecho de rebelarse si el rey faltaba a los pactos, lo cual legalizaba la anarquía. Su hijo Bela IV trató de mortificar a los nobles; asediado por los Mogoles, vanamente solicitó el auxilio de Alemania y del Papa, y presenció el espectáculo de 100 mil húngaros degollados, y desolado el país por espacio de dos años, al cabo de los cuales se retiraron los Mogoles y Bela recuperó el reino. Pero sus sucesores se agitaron en guerras y disensiones, hasta que con Andrés III concluyó la estirpe de Arpad, que en tres siglos había dado 23 monarcas a la Hungría.
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152.- Inglaterra y Escocia

       A Ricardo Corazón de León sucedió Juan Sin Tierra, pero fue rechazado por los vasallos del Anjou, del Maine y de la Turena, y acosado por Felipe Augusto de Francia, que quería arrebatarle aquellos feudos, favoreciendo al pretendiente Arturo. Juan era odiado de su pueblo y reprobado por Inocencio III, y para dar ocupación a la nobleza, la conducía a devastar a la Escocia, la Irlanda y el país de Gales; y llegó al extremo de prometer hacerse Mahometano, si los Almohades le auxiliaban. Después de la batalla de Bouvines, volvió descoronado a Inglaterra, y el arzobispo de Canterbury exhortó a los descontentos señores para que consolidaran sus derechos, lo que obtuvieron con la Carta Magna, la famosa constitución inglesa que dura todavía. El rey prometía no violar los derechos de nadie, reintegrar la justicia según las costumbres anglo-sajonas y normandas; nadie podía ser juzgado sino por sus iguales; no sería negada ni diferida la justicia; eran inviolables los bienes y las personas, y determinadas las prestaciones de los feudatarios; ningún tributo ni servicio sería reclamado sin el consentimiento de los grandes; el clero gozaría de libertad de elección y jurisdicción propia.
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Carta Magna
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     En cambio el rey obligaba a los nobles a no exigir más que impuestos regulares, a dejar al pueblo la libertad de viajar y de asociarse, y a que hiciesen participes al pueblo de todos los derechos que ellos obtuviesen del rey. El rey trató de abolir o mermar aquellos privilegios, por cuyo motivo los nobles ofrecieron la corona a Luis, hijo de Felipe Augusto; pero no tardaron en mirarle con enojo, y pusieron en su lugar a Enrique, hijo de Juan, quien en el transcurso de treinta y seis años de agitadísimo reinado, confirmó la Carta para obtener paz y dinero, y atentó nuevamente a los derechos, dando lugar a guerra abierta, dirigida por Simón de Monfort; los barones se sometieron al arbitraje de San Luis, pero pronto volvieron a las armas. Su hijo Eduardo organizó la justicia con los Primeros Estatutos de Westminster; asumió el nombramiento de los conservadores de la paz, e instituyó un tribunal que recorriese el reino castigando a los prevaricadores. Recurrió a extraños expedientes para procurarse dinero, pero de esto nació la aclaración del código nacional.
       El país había sido dividido en feudos por Guillermo el Conquistador. Los poseedores de aquellos feudos se reunían en parlamento; pero en vez de hacer que éste juzgase todas las causas, Enrique II había instituido tribunales ambulantes, destinados a examinar las cuentas y la conducta de los oficiales, y a reparar los daños causados al Fisco. Entonces muchas ciudades se constituyeron en Comunes con el objeto de reprimir el predominio de los barones, y tenían que mandar al parlamento diputados que informasen sobre las cantidades que podía pagar cada ciudad. Esta diputación era un agravio para los burgueses; pero estos se acostumbraron así a hablar con los señores, a ponderar sus recursos, a medir las contribuciones, y de esto pasaron a examinar los derechos del rey, y por último a participar en la facultad legislativa. Como Eduardo no cesaba de pedir dinero, los señores obligaron al príncipe heredero a reconfirmar la Carta Magna, con la añadidura de que el rey no pudiese levantar impuestos sin previo asentimiento de prelados, condes, barones, caballeros y otros hombres libres. De este modo, hasta la propiedad quedaba asegurada. La libertad individual estaba asegurada por las asociaciones de cien personas (hundred), que se la garantizaban mutuamente; de esta mutua garantía nació el espíritu público inglés, que comprende la obligación de conocer los derechos propios y ajenos, exigir buena administración de los magistrados y facilitar el mantenimiento del buen orden. De las asociaciones mutuas, se originó también el gran jurado, en virtud del cual no se puede procesar a nadie sin que antes doce de sus iguales declaren que hay lugar a la formación de causa.
 
 
 
 
Asociaciones mutuas
 
 
     Desde entonces los Ingleses conservaron celosamente la Carta, poniendo en juego la lógica más sutil para deducir las últimas consecuencias de aquel código, no con ayuda de teorías, sino de hechos, y ateniéndose a la letra estricta, aunque respetando los usos de cada país. Una ley común abrazaba a vencedores y vencidos, puesto que ningún noble se sustraía al jurado ordinario, a las contribuciones y a la pena infamante, excepción hecha de los pares, considerados como legisladores.
       Por esto se llamó a Eduardo el Justiniano de Inglaterra; pero hizo aquellas concesiones muy a pesar suyo. Eduardo sometió al país de Gales donde se habían refugiado los Cambrios; David Brucio, que excitó a la resistencia, cayó prisionero y fue descuartizado; perseguidos los Bardos y reducido el país a formas inglesas, se dio al heredero de la corona el título de príncipe de Gales.
El país de Gales
 
Escocia      En Escocia, los montañeses se negaron siempre a la obediencia, viviendo en clanes que derivaban su título de un jefe, al cual hacían remontar su origen antiguo. Sus reyes dominaron desde 838 hasta 1286; luego trece pretendientes se comprometieron con el rey Eduardo, quien se decidió a favor de Juan Ballieul (313). Habiéndose rebelado este, Eduardo sometió a la Escocia, donde hizo destruir los monumentos, los papeles de los archivos y los sellos. Muchos habitantes se refugiaron en las selvas; Guillermo Wallacio supo hacerlos triunfar de los 100 mil soldados mandados por Eduardo, y se mantuvo largo tiempo, hasta que fue vendido y ajusticiado en Londres. Roberto Brucio sostuvo aún la independencia, y derrotó a las tropas de Eduardo II; Eduardo III concedió la paz, reconociendo a Brucio. Pronto se reanimó la lucha, y duró hasta que la corona pasó a Roberto II Estuardo (314).
 
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Walacio (315)
 
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153.- Idiomas y literatura

     Era el latín la lengua en que escribían los Occidentales, latín barbarizado y alterado según los países, pero vehículo constante de los conocimientos universales. Cada país, sin embargo, hablaba distinto idioma, en el cual se hacían las canciones populares y a veces los sermones. El latín escrito, participando del hablado, introducía mayor análisis y el artículo y los auxiliares en la conjugación de los verbos; abandonaba las inflexiones según los casos, supliéndolas con las preposiciones, hasta que se transmutaba en las lenguas modernas. Esto no sucedió en tiempo determinado, ni menos por influencia de los conquistadores, sino poco a poco, y a medida que se constituían las naciones, cuando experimentaban la necesidad de adoptar su propia lengua en los parlamentos, en los negocios y en los escritos.
     Entre las lenguas neolatinas, apareció desde luego la provenzal, en el Mediodía de Francia, y la adoptaron los poetas llamados Trovadores. Sobre esta prevaleció empero la de la Corte, que era la francesa, divulgada con las correrías de los Normandos y las empresas de los Cruzados. La española se formó antes de la invasión musulmana, modificando el latín con el godo. Contracción de ella es el portugués, con mayores aspiraciones árabes; atribúyense al rey Rodrigo ciertas lamentaciones por la invasión musulmana. El valaco es un resto de las colonias romanas estacionadas en las márgenes del Danubio.
     El italiano vulgar se escribió más tarde, porque el latín se consideraba como patrimonio nacional. Sin embargo, se hallan vestigios de él en el año 900; y sufrió poco la influencia de idiomas extranjeros, como lo prueba el hablarse con más pureza en los países nunca invadidos, como Venecia y la Toscana. Los dialectos, conservaron mayor parte de las lenguas primitivas, anteriores no solo a la conquista romana, sino a la inmigración indo-germana.
     De las lenguas teutónicas tenemos fragmentos en la Biblia traducida por Ulfila, obispo godo de fines del siglo IV; se conservó más pura que en ninguna parte en la Escandinavia, donde sufrió menos mezclas extranjeras. De la fusión del teutónico con el sajón nació el habla de la Alta Germania, la cual, en tiempo de Federico I, se empleaba ya en actos oficiales, si bien se usaba generalmente el latín. Cada cual empleaba, aun escribiendo, el dialecto de su país, hasta que Lutero, para la traducción de la Biblia adoptó el sajón, que pasó a ser lengua nacional.
     Dícese que el antiguo germánico concuerda más que ningún otro con el habla de los Países Bajos (316); mientras que la mezcla producida por Sajones, Francos y Frisones degeneró en el holandés.
     El inglés formose tarde, con elementos teutónicos y románicos; los dialectos modernos corresponden a la antigua división de los siete reinos. Los Normandos que invadieron la isla continuaban hablando francés, que quedó como lengua del gobierno, de los negocios y de los gentilhombres, hasta que Eduardo III, hacia el año 1362, la sustituyó con el inglés, a fin de separarse por completo de la Francia.
     Hacia Levante persistía el griego, que era estudiado también en el resto de Europa como lengua literaria y eclesiástica. La familia de los Comneno y de los Duca favoreció algo la literatura griega; pero aparte de los cronistas, llamados historiadores bizantinos, no podemos citar más que los poemas ilíacos de Juan Tzetzés (1120-83), y la antología de Planude. En algunos países se introducían palabras extranjeras y nuevos modismos, se simplificó la conjugación mediante los auxiliares y se perdió el infinitivo. El Skip de los Albaneses tiene canciones anteriores a Scanderberg (317).
     El eslavo, con sus dialectos, es hablado por 80 millones de personas.
     De todas las lenguas de Europa se diferencian radicalmente el vascongado, confinado hoy en la Vizcaya y Navarra, y el finés de los Estonios y Lapones, del cual hasta hace poco tiempo se creyó que derivaba el húngaro (cap. 111).
     En la Armenia se produjeron obras eclesiásticas y de controversia, y sobresalieron algunos historiadores, como Mateo de Edesa, y Vartan el Grande.
     En Europa, más que el griego se estudió el árabe, del cual vertían al latín los clásicos griegos. No faltaron versificadores latinos, ni cronistas. Enrique de Settimello adquirió gran fama con sus cuatro libros De Diversitate fortunæ. La rima daba realce a la tosca y rastrera bajeza de los versos leónicos, llamados así por haberlos puesto en miso León, benedictino de París, en 1190.
     La rima quedó en todos los idiomas nuevos, siendo los Provenzales los primeros que la usaron en largas composiciones. Tenemos ejemplos de versos italianos del siglo XII en Toscana y en Sicilia, y sin citar a los poetas más antiguos, mencionaremos a Guido de Arezzo, Guido Cavalcanti, Cino de Pistoya, Jacopone de Tedi. En Francia, muchos trovadores componían canciones y poemas románticos, entre los cuales adquirió celebridad el Romance de la Rosa de Guillermo Lorris (1260) en 4555 versos, que Juan de Meun completó añadiendo 18000, con personajes alegóricos.
     En España, usábase el vascuence en Navarra, el lemosín en Cataluña, el castellano, el portugués, y también el árabe. El poema más antiguo de la poesía española es el del Cid, 150 años anterior al Dante. Favoreció mucho la lengua el canónigo de Berceo con nueve poemas de asuntos sagrados. También Alfonso X compuso cánticos sagrados y el Libro del Tesoro. Pero la verdadera poesía española consiste en los romances, baladas heroicas, efusión espontánea del valor nacional y del espíritu caballeresco; ilíadas populares donde no hay que buscar el arte. Los romances eran cantados por el pueblo; de donde proviene que sean desconocidos los autores. Los primeros tratan de la invasión de los Moros y del rey Rodrigo; otros cantan a Carlomagno, y su derrota en Roncesvalles; después del Cid, el héroe más celebrado por ellos es Bernardo del Carpio; muchos cantan a los Siete Infantes de Lara, y la musa, por lo común fiel a los reyes, sabe sin embargo manifestar el descontento de los grandes, maldecir las crueldades de Don Pedro, y aplaudir las venganzas de Enrique de Trastámara. Cantó, en fin, la caída de los Moros, y entonces pareció compadecerse de los vencidos, y esta compasión redundaba no obstante en gloria de la nacionalidad redimida. Algunos literatos imitaron el género popular, y compusieron poemas basados en las tradiciones, como el de Amadís.
     La literatura alemana permaneció libre de toda imitación clásica. Los Singer, Meister y Minnesinger componían y cantaban; no eran agudos, líricos, sutiles, alambicados como los Trovadores provenzales; eran graves, serios, altivos, y se ocupaban menos de las Cortes que de las artes y oficios. Algunos, sin embargo, se dedicaron a la poesía épica, como Enrique de Valdeck, superado por Enrique de Ofterdingen y Walter de Vogelweide, de quien dijo Goethe (318) que era el poeta más insigne que había producido Alemania. Otros imitaron romances provenzales; celebraron a los héroes (Heldenbuch) Hermanrico, Teodorico, Atila, y en el gran poema de los Niebelungen, las luchas de los dioses y de los Borgoñones, con seres fantásticos procedentes de antiguas tradiciones. Los que han querido comparar los Niebelungen con la Ilíada, han encontrado un poema semejante a la Odisea en la Gudruna, llena de aventuras sumamente extrañas y de poderes sobrenaturales.
     La invasión francesa injertó en Inglaterra un vástago de civilización romana en el tronco septentrional, encontrándose las formas de los trovadores, o cantores provenzales, y las de los cantores del Norte en aquel lenguaje mixto. La literatura, pues, era toda francesa. Las canciones nacionales fueron patrimonio del pueblo y de los bandidos, cuyo tipo fue Robin Hood, como fue modelo de caballeros Ricardo Corazón de León.
Historia      Entre los Musulmanes se distinguen el persa Anvero y Saadi (1175-1201). Hubo otros historiadores sin crítica, que se copiaban unos a otros. Mahomed, hijo de Ahmed, escribió las empresas de Gelaleddin; las de los Mogoles fueron referidas por sus vencedores Aladdin Afta Mulk y Abdallah Vassal el Azret. Ebn Kaldun, de Túnez, narró más tarde (1352-1406) las hazañas de aquellos tiempos.
     En Europa, la historia extendió su vuelo con la Cruzada, y adquirieron fama como historiadores el inglés Paris, el polaco Martin y el bibliotecario Anastasio. En las ciudades italianas hubo muchos cronistas. En Francia historiaron Villehardouin y Joinville. Se refirieron y coleccionaron muchísimas leyendas de santos y milagros.
     La elocuencia debió ampliarse, no contentándose con el púlpito, sino aplicándose además a los consejos y a los parlamentos.




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154.- Bellas artes

     También las bellas artes participaron de los efectos producidos por el despertar de la civilización; multiplicáronse los edificios, a los cuales se aplicó un nuevo orden, el gótico. Preténdese que éste fue una variación de la arquitectura lombarda introduciendo el arco agudo, pero aún se discute su origen. El arco agudo apareció aisladamente en diversos puntos; se usaba mucho en Persia, de donde lo tomaron los Árabes, pero no puede decirse que los nuestros lo tomasen de ellos en las Cruzadas, porque tenemos ejemplos anteriores. Inclina a creer que este orden tuvo principio entre los Alemanes, el estilo de sus edificios que rematan en punta, y el hecho de haberse abierto allí la logia principal de los Francmasones que propagaban este estilo. Estas sociedades se transmitían secretamente los métodos de construcción, tenían una jerarquía y usaban como símbolos el martillo, la escuadra, el nivel y el compás. De casi todos los grandes edificios se ignora el primer arquitecto, lo que puede atribuirse a un sentimiento de abnegación piadosa, o bien a la incuria ignorante. En Italia pasa por el ejemplo más antiguo de estilo gótico el sacro convento de Asís (1227) con su templo en forma de tres edificios, uno encima de otro. Anteriores son las construcciones normandas de Sicilia, a las cuales siguieron las catedrales de casi todas las ciudades.
     El monumento gótico más antiguo que se encuentra en Alemania es la iglesia de Friburgo, en Brisgovia, empezada hacia el año 1130; el más suntuoso es la catedral de Colonia, a la cual siguen las de Ulma, de Estrasburgo (319), de Espira (320) y de Viena. En Francia es admirada la Santa capilla de París, pero se encomian más los edificios de la Normandía, desde donde el gusto gótico pasó a Inglaterra. En España prevaleció el estilo morisco, con su arco reentrante en forma de herradura, y con profusión y riqueza de adornos. La mezquita de Córdoba es de las más ricas que puedan verse, y son magníficos modelos la Alhambra de Granada y la Giralda de Sevilla.
     Las catedrales italianas eran empezadas siempre con fe y entusiasmo, pero la mayor parte quedaron sin concluir. Uníanse a ellas hermosos claustros, otra belleza de aquellos tiempos, y su interior estaba adornado con vidrios pintados y mausoleos. Los nuevos gobiernos comunales o monárquicos premiaban a los artistas, deseosos de embellecer las ciudades con obras maestras de arte, como suelen serlo la catedral, el baptisterio (321), la torre y el palacio del Común. Adquirieron fama los arquitectos Bono, de Lombardía; Marchión Aretino; Arnolfo de Lapo, que dirigió en Florencia la arquitectura de Santa María de Fiore; fray Ristoro, a quien se atribuye Santa María la Nueva; Lorenzo Maitani, que erigió la catedral de Orvieto.
     Todo esto estaba adornado con pinturas, que huyendo de la dureza bizantina se encaminaban a la verdad artística. Entre los primeros pintores sobresalieron Margaritón de Arezzo, el pisano Giunta, Buonagiunta de Luca, Buffalmacco, hasta llegar a Cimabue (1240) quien si bien por respeto a los modelos hacía las Vírgenes feas y desgraciadas, daba mucho mejor aire a las otras cabezas que pintaba; sin embargo le superó Giotto.
     El arte de los mosaicos no decayó nunca; Roma los tiene de todas las épocas; pero entonces mejoraron. En la Edad Media la escultura se aplicó principalmente a los bajo-relieves; y dejando atrás las primeras tentativas de mejoramiento, hallamos en Giunta de Pisa una buena escuela, donde se formaron Nicolás y Juan. Se fundían metales, sobre todo para puertas de iglesia; Andrés Pisano hizo las antiguas de San Juan de Florencia. Es notable cómo fue general en los artistas la inspiración religiosa, eligiendo asuntos sagrados con piadosos emblemas.




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Libro XIII

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155.- La imprenta. La pólvora. Otros inventos

     La edad que sigue se señaló por inventos que cambiaron la faz del mundo.
Papel      Los antiguos escribían sobre cuero, en hojas de palmera o en la segunda corteza de las plantas; después se preparó el papel, o con las fibras del papiro, caña peculiar de Egipto, o bien con la piel de oveja, que se llamó pergamino, porque se perfeccionó en Pérgamo. Escribíase a la mano, trabajo que antiguamente hicieron los esclavos al servicio de sus amos, y en la Edad Media los frailes, que lo consideraron meritorio. Por consiguiente, los libros eran raros y costosos, máxime cuando se acostumbraba adornarlos con miniaturas y bellos lazos. Sin embargo se formaron bibliotecas, principalmente en el Vaticano y en los conventos, de donde proceden todos los libros antiguos que poseemos. Lo costoso del pergamino hacía tal vez que se borrase lo escrito para escribir otra cosa, y donde antes había obras clásicas hubo después algún sermón.
     Cuanto más aumentaban los estudios más se dejaba sentir aquella escasez de libros. Los Chinos desde tiempos muy remotos fabricaban papel de bambú, de paja, de capullos de gusano de seda, de corteza de morera y hasta de trapo viejo triturado. Los Árabes conocieron la fabricación del papel, para la cual empleaban el algodón, que fue más tarde sustituido por el cáñamo y el lino que forman la base del papel moderno. Desde España, esta fabricación se extendió por Europa después del año mil.
Imprenta      Los Chinos también sabían imprimir, es decir tallar la madera y con ella estampar en el papel. En Italia se empleaba igualmente este procedimiento para imprimir imágenes de santos, ciertas oraciones y los naipes. Lorenzo Coster de Harlem, Juan Gutenberg y Juan Faust introdujeron los caracteres metálicos movibles hacia el año 1436, y en seguida aquel arte se difundió por Alemania, Italia y otros países, haciendo continuos progresos; introdujéronse imágenes y entalladuras, y se concedieron privilegios para las ediciones costosas. La gran clase de los amanuenses se lamentaba del pan perdido, pero creció la de los impresores, encuadernadores y vendedores de libros. Estos pudieron adquirirse a bajo precio, y fue una parte importante de los estudios el buscar manuscritos, escoger los mejores textos y expurgarlos de los errores cometidos por los copistas.
Pólvora      Los caballeros de la Edad Media se habían cuidado de proporcionarse armas robustísimas para resistir a los golpes de las ballestas y de las lanzas; y creyeron que habían muerto el valor y el heroísmo al verse heridos por las armas de fuego, con que el más vil y cobarde puede matar de lejos al campeón más valiente. También estas armas eran conocidas por los Chinos, que adoptaron cañones contra los Mogoles a fines de 1222; luego los Moros se sirvieron de ellos en las guerras de España. Aparecen entre los Cristianos a principios del siglo XIV; y se cree que un fraile llamado Schwartz, haciendo experimentos de alquimia, descubrió la pólvora, formada de carbón, azufre y nitro.
     Los primeros cañones eran de madera con aros de hierro; después se hicieron con una mezcla de cobre y estaño. Pesaban mucho y se manejaban con dificultad. Al principio servían para sustituir a las catapultas, manganas y otras máquinas de la balística antigua. Pareció cosa extraordinaria que Francisco Sforza (322), durante el sitio de Placencia, hubiese disparado sesenta tiros de bombarda en una noche. Fueron perfeccionándose poco a poco hasta llegar a los actuales, algunos de los cuales alcanzan a diez mil metros. Pero en las batallas de los tiempos que describimos, contribuyeron muy poco a las decisiones de las jornadas.
     La pólvora se empleaba con más éxito en las minas para hacer volar las fortificaciones del enemigo.
     No tardaron en introducirse cañones de mano, es decir fusiles, que se disparaban por medio de un pedernal; girando bajo de él una rueda de acero, montada por medio de una manecilla, hacía saltar la chispa que prendía fuego al cebo. Esto da a comprender cuán lento era su ejercicio; y como los soldados no sabían hacer fuego continuo, ni podían servirse del arcabuz como arma defensiva, se introdujo la bayoneta. Andando el tiempo se inventaron los cartuchos, la cartuchera, la baqueta, y últimamente el fulminante, que hizo posible el uso de los pistones.
     Entre los inventos de aquella época figuran el aguardiente, los combustibles fósiles, las velas de sebo, los anteojos, las esclusas para navegar contra la corriente de los canales. Los correos a caballo y las cartas fueron introducidos en Alemania por la familia italiana de los Taxis, con privilegio exclusivo y alta dignidad. La rapidez de las carreras y la comodidad de las comunicaciones fueron siempre en aumento, y las antiguas postas y correos han desaparecido ante los ferro-carriles y telégrafos.




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156.- Imperio de Oriente

     Constantinopla adquirió nueva vida al ser tomada por los Cruzados, y fue rodeada de reinos e imperios como el de Trebisonda, el del Epiro, el de Nicea, donde reinaban los Lascaris, que recuperaron el trono de Constantinopla, terminando con Balduino II el imperio de los Latinos. Sin embargo conservaron allí posesiones y privilegios Venecia, Génova y Pisa, y se trató de reconciliar a la Iglesia griega con la latina.
       Entonces comparecieron los primeros Turcos en Europa, con Azzedin Kaikan, sultán de Iconio, que obtuvo del emperador, la libertad de establecerse en la Dubrucia. Desde allí amenazaron a Constantinopla, por cuyo motivo Andrónico llamó en su defensa a los Almogávares, aventureros catalanes que se ponían a sueldo del que solicitaba su ayuda. Fueron estos a Constantinopla con una buena escuadra, al mando de Roger de Flor, que obtuvo el título de gran duque de la Rumania, derrotó a los Genoveses y a los Turcos, y causó tales inquietudes a los mismos aliados, que Andrónico lo hizo coser a puñaladas. Los suyos, conservados como «ejército de los Francos que reinaba en Tracia y Macedonia», continuaron las empresas y devastaron a la Grecia, repartiéndola entre sus jefes.
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Otomanos      El Imperio disminuía cada vez más, cuando sobrevinieron los Otomanos, de otra raza turca, que ocuparon hasta Brusa. Aladino dio a estos una constitución civil; Orcan organizó el ejército permanente de los genízaros, con los cuales se apoderó de Nicea, y entró por fin en Constantinopla, si bien se contentó con obtener allí fiestas aparatosas con motivo del casamiento de su hija con el emperador Paleólogo. Aprovechándose de las guerras civiles suscitadas por los pretendientes y contra los Genoveses, los Otomanos adquirían siempre mayor fuerza, sobre todo bajo Amurates (323), que extendió sus conquistas sobre la Rumania, la Tracia, la Bulgaria y la Servia, y estableció en Andrinópolis el centro de un gobierno y de una religión contrarios a los de Constantinopla, donde ya mandaba como dueño. El emperador Paleólogo pasó a Italia en demanda de auxilio; el Papa prometió ayudarle, pero murió antes, y Paleólogo llegó a tan miserable estado de fortuna, que en Venecia fue arrestado por deudas.
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Servia      Los Servios, tribu guerrera de origen eslavo, se habían mezclado con las razas griegas sojuzgadas, y parecía que iban a formar un gran imperio, cuando los Otomanos les derrotaron arrebatándoles la independencia. Pero Milosc Kobilovitz, levantándose en medio de los cadáveres, degolló a Amurates, y su nombre se perpetuó en las canciones de los Servios, como las glorias del emperador Esteban y de Marcos Craglievitz.
   
Bayaceto      Bayaceto, sucesor de Amurates, y apellidado el Rayo, emprendió conquistas sobre los Cristianos y los Musulmanes; obtuvo del califa de Egipto la patente de sultán; invadió la Hungría, a pesar de que el emperador Segismundo (324) había reunido 100 mil hombres para impedirlo, y Bayaceto escribió al emperador Manuel: «Con el favor de Dios, nuestra cimitarra ha subyugado casi todo el Asia y una gran parte de Europa; solo nos falta Constantinopla; sal de ella, y déjanosla bajo las condiciones que quieras, o tiembla por ti y por tu pueblo».
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     Pero al conquistador le salió otro más terrible.




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157.- Tamerlán

       El vasto imperio de los Mogoles, fundado por Gengis-kan, estaba en decadencia, cuando de la Samarcanda surgió Timur el Cojo, quien después de haber formado un ejército, fue el terror de los pueblos vecinos al principio, y de los lejanos después; sojuzgó a la Persia y al Kalpchak; pasó el Volga, y se echó sobre el imperio ruso; devastó los establecimientos mercantiles europeos del mar de Azov; embelleció a Samarcanda y desplegó en ella una bárbara pompa, titulándose Gran Kan; se propuso conquistar la India para defender en ella el islamismo; tomó a Delhi robando sus portentosas riquezas y degollando a millares de Indios. Vuelto al Asia Anterior, intima la sumisión a Bayaceto; oprime entre tanto a los Cristianos; doma al Egipto; manda de Damasco a Samarcanda los famosos tejedores y fabricantes de lanas damasquinas; y en la llanura de Ancira, donde perecieron 400000 combatientes, derrota a los Turcos y hace prisionero a Bayaceto. Entonces hubiera podido destruir el imperio Otomano, si su furor no se hubiese dirigido principalmente contra los Cristianos, con cuyas cabezas levantaba pirámides.
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1402
 
       Tamerlán se halló, pues, a la cabeza de un imperio que desde el Irtisch y el Volga se extendía hasta el Golfo Pérsico, y desde el Ganges hasta Damasco y el Archipiélago. Destrozó y se ciñó las diademas de 27 reyes; recibía un tributo del emperador de Constantinopla; su nombre era recitado en las oraciones en El Cairo. Pensaba conquistar el África, penetrar por Gibraltar en Europa, atravesarla, y volver por la Rusia a la Tartaria. El mar lo detuvo, y habiendo regresado a Samarcanda, recibió grandes homenajes y se preparó para conquistar la China. Mientras tanto daba reglamentos y códigos, fundaba escuelas, atraía a la Corte literatos e historiadores, y escribía él mismo sus propias empresas. Murió a la edad de sesenta y nueve años.
1404
     Pero murió sin haber fundado nada estable, y su estirpe, no reinó más que en la India con el nombre de Gran Mogol. Los demás países recobraron su independencia.
Cíngaros      La irrupción de Tamerlán en la India es notable porque obligó a salir de allí a los Cíngaros o Gitanos, probablemente de la ínfima clase del país de los Maratas, que siguieron las huellas de los Mogoles como espías o merodeadores. En Europa aparecieron en 1417, haciéndose pasar por originarios de Egipto, por penitentes, o por saltimbanquis, y hasta el presente han vivido sin residencia fija, ora perseguidos, ora tolerados, vilipendiados siempre, y tenidos por rateros, brujos y ladrones de niños.




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158.- Fin del imperio de Oriente

       La irrupción de los Tártaros dio algún desahogo al imperio griego, pero quedaba reducido a la ciudad de Constantinopla, donde no tardaron los Turcos en amenazarlo, sin que la Europa pudiese o quisiese socorrerlo, por cuanto los papas, y particularmente Eugenio IV, así lo manifestaron. Mahomet es contado entre los mejores reyes como turco; embelleció a Adrianópolis y a Brusa, y favoreció a los literatos. Amurates, su hijo, sitió a Constantinopla, pero fue rechazado, como fue derrotado en Hungría por Juan Huniade (325), voivoda de Transilvania; luego venció en Varna a un buen armamento de Venecianos, Genoveses, Pontificios y Flamencos, matando a 10 mil cristianos. Se le interpuso Scanderberg, príncipe de la Albania, el cual excitó al país a defender la religión antigua, derrotó a los Turcos e hizo morir de despecho a Amurates.
 
1413
Amurates
 
1440
1451
Mahomet II      Sucedió a éste su hijo Mahomet II, el más insigne entre los príncipes otomanos, tremendo en la batalla y sanguinario y lascivo en la paz. A la disciplina enteramente militar de los Turcos, nada podían oponer los corrompidos y débiles Bizantinos. Juan III Paleólogo, emperador, pasó a Italia en demanda de subsidios, aceptando en cambio los dogmas que separaban la Iglesia griega de la latina, aunque para repudiarlos en breve.
Toma de Constantinopla      El último de aquellos emperadores fue Constantino XII. Mahomet le declaró la guerra y sitió a Constantinopla con un formidable tren de artillería. El emperador, asistido por Romanos, Genoveses y Venecianos, se defendió con valor; sin embargo la ciudad fue tomada y saqueada, y muerto Constantino. Mahomet no acababa de admirar la magnificencia de aquella ciudad, que fue inundada de sangre, y en cuyos campanarios, convertidos desde aquel día en minaretes, resonaron cantos de alabanza a Alá y las oraciones diarias.
1453
       De esta manera se estableció entre los europeos un Estado bárbaro, y Mahomet juró no deponer la espada hasta haber hollado con su caballo los Dioses de cobre, oro, madera y pintura fabricados por los Cristianos. Sojuzgó a los príncipes de Atenas y Tebas, de Lesbos y Focea, y de Morea; Scanderberg, jefe de una liga de los príncipes latinos de la Albania, se opuso a Mahomet, hasta que murió en Lissa, después de haber procurado a los suyos un refugio en la Calabria, donde aún viven sus descendientes. De la sojuzgada Bosnia, Mahomet se arrojó sobre la Servia y la Hungría, como camino para Viena y Roma; Juan de Capistrano predicó la Cruzada; Pío II procuró empeñar en ella a toda la Cristiandad, poniéndose al frente él mismo, pero la fe había disminuido, y Mahomet procedía con matanzas, cuyo horror podemos creer exagerado por el espanto. Mahomet arrojó a los Genoveses de Caffa, mató en Transilvania a 30 mil guerreros con el rey Esteban Batori. Los Venecianos se defendieron con intrepidez en Negroponte, pero fue tomada la ciudad, y a Pablo Erizo se le aserró la cabeza que Mahomet había prometido salvar. La sitiada Rodas fue defendida por los Caballeros de San Juan, que se habían refugiado allí después de la toma de Jerusalén, hostigando sin tregua a los Musulmanes, y se defendieron de tal manera, que al cabo de ochenta y nueve días de sitio, los 100 mil Turcos que la atacaban tuvieron que retirarse. Estos, con una formidable escuadra, se apoderaron de Scutari y de Lepanto y llevaron la esclavitud al Tagliamento y al Isonzo, como la habían llevado a Otranto, y Mahomet murió exclamando: «Quería conquistar a Rodas y la Italia».
Scanderberg
1402
 
 
 
 
 
 
 
1581
 


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159.- España. Expulsión de los Moros

Fernando e Isabel      Con mejor fortuna combatían los Cristianos a los Musulmanes en España. Concentrados en pocas provincias, éstos las defendieron con vigor, recibiendo siempre nuevas fuerzas del África, mientras que los reinos cristianos adquirían fuerza uniéndose, ora por conquista, ora por matrimonio. Fernando el Católico, rey de Aragón, se casó con Isabel de Castilla, y quedaron unidos todos los reinos de la Península, exceptuando a Portugal, que formó siempre reino aparte.
 
1479
     Los Cristianos consideraban como obra patriótica y religiosa el dañar de cualquier modo a los Moros, que ofrecían una tenaz resistencia. Los pocos que aceptaban el bautismo permanecían siempre en el descrédito; muchos se hacían esclavos. Donde eran tolerados como los Hebreos, habían de llevar una señal distintiva y vivir en barrios separados; les estaba prohibido comer con Cristianos y ejercer las funciones de médico, droguista y banquero.
       A lo último sólo quedaba el reino de Granada, cuyos emires rechazaron con frecuencia a los ejércitos cristianos. Proclamada la guerra santa, Yusuf vio reunidas contra él las armas de Aragón, Castilla y Portugal, y en la batalla de Tarifa perecieron 200 mil Moros; sin embargo continuó la resistencia excitando el fanatismo religioso, y embelleció sus ciudades con palacios y mezquitas. ¡Ay, si entre aquellos infieles no se hubiesen agitado discordias y rivalidades! Los Cristianos intervinieron a favor de un partido con daño de otros bandos. En la expedición decisiva contra los Moros, Fernando trataba de aumentar su poderío; Isabel deseaba librar a su patria de extranjeros y de infieles. Fue ayudada por los consejos de Jiménez, grande hombre de Estado y de Iglesia. Decidida a salir victoriosa de aquella lucha, acompañaba a su esposo, ocupándose en proveer al orden y sostenimiento de las tropas. Tomada Málaga, quedó cerrado a los Árabes el Mediterráneo. Cristianos y Musulmanes lucharon heroicamente, durante seis meses, en la Vega, hasta que Granada cedió, y la bandera de Santiago tremoló en la torre de la maravillosa Alhambra. Toda la Andalucía celebra aún con una fiesta anual la huida del rey Boabdil, con la cual terminó el dominio de los Árabes al cabo de 780 años de su invasión en España.
1310
 
 
 
Toma de Granada
1492
1582      Los Moros vivieron sujetos a persecuciones; y como muchos se hacían cristianos y renegaban después del Cristianismo, se instituyó en contra suya la Santa Inquisición; espantoso tribunal, menos destinado a vigilar por la fe que a servir de garantía a la independencia de la Península contra las tramas que los vencidos urdían contra los vencedores. Los Moros realizaron algunas insurrecciones tremendas, principalmente en las Alpujarras, auxiliados por marroquíes y argelinos, y a duras penas bastó el valor de Don Juan de Austria para domarlos. Entonces se decretó la expulsión de los Moriscos, casi todos los cuales pasaron a Italia y África, y algunos al Languedoc. España se vio desposeída de más de 150 mil habitantes y de las industrias a que se dedicaban.
 
 
1609
 
     Los Cristianos se hallaron poseedores de toda España, no por conquista, sino por haberla recuperado palmo a palmo. La genealogía de sus reyes es la de los héroes libertadores. El sentimiento religioso, por el cual se había combatido, formó el fondo del carácter nacional, con el orgullo nobiliario y las ideas caballerescas. De allí nació su amor a las empresas, desplegado en Italia, y sobre todo en los descubrimientos de África y de América. Es de notar el celo con que se limitó a la autoridad monárquica, al paso que crecía la intolerancia religiosa. El título de Reyes Católicos, dado por Alejandro VI a Fernando e Isabel, pareció otorgarles cierta solidaridad de apostolado y vigilancia, y al mismo tiempo cierta universalidad parecida a la del imperio.
     En otro lugar hablaremos del descubrimiento de América. Los Reyes Católicos no tuvieron más hijos [sic] que Juana la Loca, que se casó con Felipe de Austria, de quien tuvo al que fue el emperador Carlos V y heredó aquel gran reino. Antes de que Carlos ocupase el trono, fue regente el cardenal Jiménez de Cisneros, gran reformador, intrépido y desinteresado, que refrenó a los conquistadores de América, fundó la Universidad de Alcalá, mandó imprimir la Biblia políglota, y figuraría entre los estadistas más insignes, si no hubiese robustecido la Inquisición y facilitado el extranjero dominio de los Austriacos.




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160.- Francia. Felipe el Hermoso

       A Felipe III, hijo de San Luis, sucedió Felipe el Hermoso, rey calculador, a quien nadie detuvo en la ejecución de sus proyectos, siendo el principal de ellos la destrucción del feudalismo y aumentar las prerrogativas reales dentro y fuera del reino. A tal fin multiplicó sus ordenanzas, excluyó a los eclesiásticos de todas las funciones jurídicas y cargó graves impuestos sobre sus rentas. Hablaba como amo a los señores, aconsejado por jurisconsultos, que deducían del derecho romano ideas despóticas con que abatir al feudalismo y al clericalismo. Famoso entre estos jurisconsultos fue Guillermo Nogaret, guardasellos, quien para proporcionar dinero a Felipe, puso a precio con frecuencia la cabeza de los Judíos, expulsándolos después del reino sin bienes; adquirió el derecho de acuñar moneda, y adulterándola, pudo imponer según su voluntad una contribución que repitió muchas veces; imponía contribuciones extraordinarias, impuestos a los Lombardos y arruinó a la Iglesia con peticiones que eran órdenes. Felipe acudió con tanta insistencia a los bienes del clero, que llegó a enemistarse con los pontífices.
1285
 
 
 
Bonifacio VIII      Era Papa entonces Bonifacio VIII, que hubiera querido renovar los ejemplos de Gregorio VII e Inocencio III, cuando tanto habían cambiado los tiempos. Intervino en las contiendas de los príncipes y de los pueblos; adquirió dominio sobre la Sicilia y sobre el imperio, y colocándose la corona en la cabeza, tomó la espada y exclamó: «Yo soy César, yo soy emperador, yo defenderé los derechos del imperio». Fundó el jubileo, en virtud del cual cada cien años tenían que ir a Roma los cristianos para el perdón general.
   
       Bonifacio amonestó a Felipe, el cual, ofendido por la bula contra él publicada, aumentó sus vejámenes y usurpaciones, hizo que Nogaret diese contestaciones insultantes, declarando con el parlamento que nunca permitiría en Francia otro superior más que Dios y el rey. Habiendo convocado en Roma un concilio, Bonifacio expidió la bula Unam Sanctam, donde se proclama que el poder espiritual es divino, y que el que le opone resistencia se rebela contra Dios; el poder temporal es inferior, como la luna al sol; el Papa puede amonestar a los reyes descarriados; toda criatura humana se halla sometida al pontífice y no puede salvarse el que crea lo contrario.
1300
 
1302
 
1304      Esta era la suprema expresión de la supremacía pontificia; Felipe le opuso una tremenda proclama, acusando al Papa de veintinueve delitos, y apeló de la excomunión ante un concilio presidido por el pontífice legítimo, negando el carácter de tal a Bonifacio, a quien llamaba Malifacio. Nogaret fue enviado a Roma, llevando consigo al encarnizado enemigo del Papa Sciarra Colonna. Bonifacio fue abofeteado y hecho prisionero; el pueblo lo puso en libertad, y murió al cabo de poco tiempo. Su sucesor Benedicto XI no tardó en morir envenenado.
       Con igual desprecio trataba Felipe a los pueblos. Flandes, rica por su industria, se había unido a la Francia, pero viéndose vilipendiada por él, se sublevó, privándole de los tesoros que de allí sacaba. Entonces Felipe concibió la idea de proporcionarse dinero aboliendo la orden de los Templarios, quienes, después de la pérdida de Jerusalén, se habían esparcido por Europa, según los idiomas; contábanse 30 mil hombres bajo un gran maestre que residía en París. Poseían grandes riquezas y privilegios, reuniendo la primera nobleza de Europa, y quizá la envidia les hacía acusar de enormes delitos, hasta de renegar de Dios y profesar dos religiones. Felipe fomentó las habladurías por medio de sus abogados; excitó los celos de las otras órdenes religiosas, y obtuvo la condescendencia del papa Clemente V, a quien había inducido a trasladar la Sede de Roma a Aviñón. Entonces intentó un escandaloso proceso a los Templarios; hizo condenar a muerte a Jacobo de Molay, su gran maestre, y a muchos otros. La Orden fue abolida en el XV Concilio ecuménico de Viena.
Templarios
 
 
 
1311      Felipe, inventor de culpas, halló y castigó muchas en su propia familia y reinó 39 años.


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161.- Casa de Valois. La guerra inglesa

1314      Luis X, su hijo, murió sin dejar hijos varones; para la sucesión al trono, los abogados hicieron valer la ley sálica, según la cual ninguna propiedad pasaba a las hembras. De este modo pudieron ocupar sucesivamente el trono Felipe V y Carlos IV, hermanos, en los cuales concluye la descendencia directa de los Capetos. Felipe, hijo de Carlos de Valois, tuvo por competidor a Eduardo III de Inglaterra, hijo de Isabel, hermana de los dos últimos reyes, alegando que la ley sálica excluía a las mujeres por débiles, pero no a los hijos nacidos de ellas; con lo cual dio principio el funesto drama de la guerra inglesa.
 
 
 
1328
       Los reyes de Inglaterra querían extender sus dominios sobre el continente, en vez de procurar consolidarse en la isla, mientras que los reyes de Francia, a quienes seguían prestando vasallaje, debían insistir en desposeerlos. De hecho les quitaron la Bretaña, el Poitou, el Anjou, la Turena, el Maine y hasta la Normandía (cap. 152), de modo que en el continente no les quedaba más que la Guyena. Eduardo III, citado a prestar homenaje por esta a Felipe VI de Valois, compareció armado de pies a cabeza, como denuncia de enemistad. Eduardo armó un ejército a la moderna, procurose artillería, compró partidarios en el continente, derrotó en L'Écluse (326) a la escuadra francesa y genovesa, pero al fin perdió la Bretaña y Flandes que se habían alzado a favor suyo. La Normandía propuso al rey Felipe que invadiese la Inglaterra, como había hecho Guillermo el Conquistador. Indignados los Ingleses reanimaron la guerra; en la batalla de Crécy, sus infantes derrotaron a la caballería francesa, usando por primera vez la artillería de campaña; y Calais permaneció durante 210 años en manos de los Ingleses.
 
1340
1366
 
Muerte negra      A estos males se añadió la muerte negra, peste descrita por Boccaccio; para aplacar la ira de Dios, numerosísimas bandas de disciplinantes iban de ciudad en ciudad con penitencias y letanías, y con el desorden de turbas incultas.
   
1350      Juan II, sucesor del rey Felipe, amenazado por los Ingleses y por Carlos el Malo, rey de Navarra, empleó toda suerte de recursos para procurarse dinero, con lo cual disgustó a muchas provincias. El Príncipe Negro, hijo de Eduardo III, lo venció y lo hizo prisionero en la batalla de Poitiers. El delfín Carlos gobernó bien durante el cautiverio de su padre; pero la plebe, instigada por Marcel, se sublevó asesinando a los señores (Jacquerie) (327), devastando los campos en tanto que Eduardo, con un grueso ejército, hacía estragos en el Norte y se acercaba a París. El rey Juan fue puesto en libertad con la condición de ceder la soberanía de la Guyena y pagar tres millones de escudos de oro (166 millones de pesetas); pero como la miseria del país y las bandas armadas hacían imposible la realización de aquella cantidad, volvió a constituirse prisionero y murió en Londres.
1356
Jacquerie
1368
Duguesclin      Carlos V tuvo la fortuna de contar con el brazo y la inteligencia del famoso bretón Duguesclin, capitán muy querido de sus soldados, que derrotó a menudo a los Ingleses; habiendo sido nombrado condestable, es decir, jefe de todo el ejército, se propuso arrojarlos del suelo francés, pero saboreó la ingratitud antes de morir. Carlos trató de reparar los males de la guerra; pero abatido el feudalismo, perturbaban el reino las pretensiones de los príncipes de sangre real, a quienes se daban varias porciones de la Francia. Triste fue, por esto mismo, la menor edad de Carlos VI, el cual fue supersticioso y extravagante, y no consiguió curarse, viviendo treinta años en medio de delirios y locuras. Habíanse disputado la regencia los duques de Orleans, de Berry y de Borgoña. Aprovecháronse de aquellas disidencias los Ingleses, que desembarcaron en el continente con Enrique V a la cabeza, y en Azincourt fueron muertos o hechos prisioneros muchísimos nobles franceses. Muchas provincias se aliaron con los invasores; Enrique V se tituló rey de Francia, y murió en París a la edad de 54 años. No tardó en seguirle Carlos VI.
       En París fue proclamado Enrique VI, y en Poitiers Carlos VII, el cual perdió casi todo el país, y sus dominios se reducían a Orleans. Pero apareció allí la famosa doncella Juana de Arco, la cual, diciéndose inspirada por los ángeles para salvar la pal ria, excitó el entusiasmo, libertó a Orleans y pudo hacer coronar a Carlos en Reims. Hecha prisionera, los Ingleses la procesaron como bruja y fue quemada en Ruán. Pero sobrevino el entusiasmo que había despertado, y fue tan eficaz, que a los Ingleses no les quedó más que Calais y el título de rey de Francia, que conservaron hasta la paz de Amiens en 1803 .
Juana de Arco
1429
1431




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162.- Luis XI

     El imbécil Carlos dejaba consolidada la monarquía que había recibido descompuesta; se alió con los Suizos, que daban los mejores soldados, y organizó un ejército permanente a la moderna, no ya compuesto de mercenarios, sino de verdaderos soldados, con una disciplina rigurosa; así la guerra era cuestión del rey, que nombraba a los capitanes. El espíritu nacional puede decirse que tuvo principio en la guerra contra los extranjeros, en la cual habían peleado nobles y plebeyos, siendo la plebe representada por la doncella de Orleans. Luis XI se valió de estos elementos para afianzar aún más el poder real. Tosco en el vestir y en sus modales, rodeado de ministros rastreros, sin escrúpulo por los delitos útiles, acumulaba sobre la corona los grandes feudos, que habían sido repartidos entre los príncipes de la sangre.
       En Flandes, país de comerciantes e industriales, sucedió a Felipe el Bueno, famoso por su esplendidez y carácter caballeresco, Carlos el Temerario, que coaligó contra Luis a los príncipes amenazados, principió la guerra, y se proponía constituir un reino que se extendiese desde el nacimiento a las bocas del Rin, desde los Alpes al mar del Norte y quizá hasta el Mediterráneo, reino que hubiera separado a la Francia de la Alemania, y cambiado la situación de Europa. Luis le opuso la astucia, compró a los Ingleses y a los Suizos, sublevó a los Flamencos, y mostrose por primera vez alegre cuando los Suizos hubieron dado muerte a su enemigo en la batalla de Murat. Luis adquirió gran parte de las posesiones del vencido, y además el Rosellón, la Cerdaña, el Anjou y la Provenza; duplicó las rentas del reino; se esforzaba en unificar los países, las medidas y las leyes, y difundió la instrucción. Los nobles, a quienes deprimió, exageraron quizá su perfidia y su miedo a la muerte. Aquel triste hombre y gran rey murió en 24 de agosto de 1482.
1447
     El reyezuelo de la Isla de Francia, aumentando poco a poco su poder, extendió su territorio, unificó la nación y el gobierno, arregló la hacienda, destruyó las jurisdicciones independientes de los señores y de las ciudades, quitó todo obstáculo entre él y el pueblo, al cual admitió en los Estados Generales; quitó a los feudatarios la jurisdicción, y les prohibió acuñar moneda; humilló al clero; estableció impuestos; creó aduanas. El parlamento de los Estados Generales quedó reducido a una corte de legistas, que servían a la corona; las tropas feudales o mercenarias se convirtieron en ejército permanente; cesaron los privilegios en virtud de los cuales se señalaban porciones del territorio a los hijos del rey, incumbió al monarca fijar impuestos; fue concentrada la justicia en las cortes reales, mientras que antes pertenecía a todo el que era poseedor de una parte del territorio; cesaron los procedimientos judiciales públicos; el clero fue sometido al rey, quien asumió el derecho de conceder los obispados y los beneficios, y se dejó de pagar el impuesto a Roma. De este modo quedó constituida la unidad monárquica, si bien las provincias conservaron usos y jurisdicciones distintas.




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163.- Islas Británicas

   
       Eduardo III reinó medio siglo, haciendo la guerra a Francia y a la Escocia por ambición. De sus victorias se congratuló Inglaterra; las manufacturas prosperaron merced a los Flamencos allí llamados, y se dejaron de pagar los tributos a la Santa Sede. Esta recibió rudos ataques de Wiclef (1334-87), llamado estrella matutina de la Reforma. Sus correligionarios se unieron después con los descontentos contra Ricardo II, que había establecido un impuesto, y proclamaban la igualdad entre nobles y plebeyos, entre pobres y ricos. Ricardo fue depuesto por el Parlamento y sustituido por Enrique IV de Bolingbroke, a quien sucedió Enrique V, vencedor de los Franceses en Azincourt, y cuyo reinado fue turbado por los Lolardos (328), nombre que se dio a los partidarios de Wiclef. Enrique VI perdió cuanto Inglaterra tenía en Francia, exceptuando a Calais.
Wiclef
1377
 
 
1415
 
       El país fue trastornado por guerras civiles que adquirieron triste fama con el nombre de Las dos Rosas; la blanca de los Mortimer (329), y la encarnada de los Lancaster. Prevaleció la blanca con Eduardo de York, proclamado rey, no por el Parlamento, sino por la población. La familia de éste murió en la cárcel por obra de Ricardo III, duque de Gloucester (330), quien a su vez perdió la corona, que se ciñó Enrique VII, último varón de la casa de Lancaster. Este príncipe reunió en sí las dos Rosas; pero no consiguió la paz, ni aun a costa de grandes suplicios; ávido de oro, recibiolo de súbditos y enemigos, y al morir dejó en el Tesoro 1800000 libras esterlinas. Fue llamado el Salomón inglés, por las sabias providencias que dictó; dando facultad a los nobles para alienar sus tierras, favoreció el decaimiento de la aristocracia, a la cual despojó del poder de las armas la Cámara Estrellada.
 
1461
 
1483
     En medio de todo, se consolidó la Constitución inglesa. La necesidad de dinero obligaba a convocar con frecuencia al Parlamento, cuyos individuos acompañaron al principio su voto con alguna obediente queja, y después entraron en discusiones antes de aprobar los impuestos. Más tarde el Parlamento asumió el derecho de declarar la guerra o hacer la paz, acordando o no los subsidios. Fue permitido a los miembros del Parlamento decir lo que quisieran, e iban restringiendo las prerrogativas del rey.
Irlanda      Enrique II había sometido a la Irlanda y la trataba como país conquistado, como si los Ingleses fuesen los únicos dueños del territorio; injusticia que ha durado hasta nuestros días, impidiendo la fusión de los vencidos con los vencedores. Los Irlandeses servían de apoyo a los enemigos de los Ingleses. Ni los Ingleses establecidos en el país, e inclinados a adoptar el traje de las tribus de Irlanda, podían casarse con indígenas, ni dar educación allí a sus hijos, ni llevar la barba y el sombrero al estilo irlandés. El Estatuto de Poyning determinó la condición de los lores, sostuvo a los Comunes contra la omnipotencia de los grandes y afianzó el poder real.
1495
 
 
Escocia      En Escocia, organizada feudalmente, se extendió el poder de los grandes, que vivían en castillos enclavados en los montes, y eran considerados como jefes de tribu (clan); en sus frecuentes guerras con Inglaterra se avezaron a las armas, que esgrimieron después en las disidencias entre tribu y tribu. Roberto, primero de los Estuardos, tuvo por sucesor a su hijo Roberto III, a quien sucedió Jacobo I, cuando fue dada la ley constitucional, en virtud de la cual a los barones seglares y eclesiásticos se unieron en el Parlamento diputados de los propietarios libres. Jacobo II y Jacobo III pusieron feroz empeño en humillar a los señores, con los cuales tuvieron que sostener duras luchas. Jacobo IV las continuó con generosidad, firmó la paz con Inglaterra después de una serie de guerras que habían durado 170 años, y la consolidó casándose con Margarita, hija de Enrique VII. A pesar de esto, inmediatamente después se coaligó con Francia e invadió la Inglaterra con 100 mil hombres. Pero murió en la batalla de Flodden con la flor de la nobleza escocesa.
1370
 
1427
1437
 
1503




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164.- Imperio occidental

   
       El imperio occidental, que había llegado al colmo de la grandeza bajo Carlomagno, fue decayendo cada día, y perdió su influencia durante el grande interregno (1254-73); desmembráronse los ducados mayores, repartiéndose entre condes, prelados y comunes, continuamente en guerra entre sí. La Bohemia conservaba su grandeza bajo Octócaro (331), que le había agregado el Austria, la Moravia, la Estiria (332), la Carintia, la Carniola, la Marca de los Vénetos y Pordenone. El mismo príncipe derrotó a los Prusianos idólatras y a los Húngaros. Habiendo renunciado dos veces el imperio, los demás príncipes lo ofrecieron a Rodolfo (333), conde de Habsburgo, que no inspiraba celos por su pequeñez. Este cedió al Papa todo lo que el Imperio pretendía en Italia sobre la herencia de la condesa Matilde; hostigó a Octócaro, lo venció y mató, y con los bienes de este formó un patrimonio para su hijo Alberto. De este modo empezó la grandeza de la casa de Austria, la cual llegó a hacer casi hereditaria la corona germánica.
 
Rodolfo de Habsburgo
1273
1291      Muerto Rodolfo, el cetro fue dado al valiente Adolfo de Nassau; pero lo venció Alberto de Austria, quien se hizo coronar y procuró engrandecer su Casa con perjuicio de los señores, hasta que fue asesinado por su sobrino Juan de Suabia.
1308
       Los príncipes eligieron entonces a Enrique VII de Luxemburgo, que aspiraba a la antigua grandeza del imperio, y quiso desplegarla en Italia, como veremos, hasta que murió en Buenconvento.
1313
       Federico el Hermoso de Austria se disputó entonces la corona con Luis de Baviera, y cayó prisionero después de ocho años de guerra. Luis sostuvo largas contiendas con el Papa Juan XXII, que no reconociendo a ninguno de los dos Césares, pretendía nombrar un vicario, como hizo efectivamente eligiendo a Roberto de Nápoles; siguieron protestas, excomuniones y batallas que trastornaban la Italia, donde se renovaron las luchas entre Güelfos y Gibelinos. Juan de Luxemburgo se ocupó con preferencia en reconciliar al emperador con el Papa; era hijo de Enrique VII y rey de Bohemia, y aspiraba a difíciles empresas y a ser el pacificador de Europa. Habiendo pasado a Italia, fue tomado como jefe por muchas ciudades; pero era objeto de nuevas disidencias, en tanto que veía amenazados sus dominios de Alemania por Austríacos y Húngaros; ya ciego, quedó muerto en la batalla de Crécy.
1322
 
 
 
 
     Entre tanto, el Bávaro no daba un momento de reposo a los enemigos que le había suscitado la excomunión; fue causa de grandes estragos en Alemania, y no tuvo paz hasta que murió en 1347.
     Carlos, hijo de Juan de Luxemburgo, alcanzó entonces el imperio; pero lo descuidaba por fijar la atención en su Bohemia y en la Moravia, donde reparó los daños causados por las hazañas de su padre; fundó en Praga una Universidad; abrió canales, y llevó la ciencia y el idioma a una perfección superior a los otros Eslavos. Pero como emperador, perdió muchos dominios; en Italia no procuró adquirir derechos sino para venderlos, y se dijo que había arruinado a su casa para obtener el imperio, y al imperio para engrandecer su casa.
Bula de oro      Sin embargo, fue llamado padre del Imperio, porque le dio una Constitución, recogiendo los derechos antiguos en la Bula de oro, donde se determinaba que el derecho de los siete electores fuese anejo indivisiblemente a una tierra trasmisible por primogenitura; que pudiesen reunirse en dieta electoral sin licencia del emperador; que gozasen de ciertas regalías, tales como las de acuñar moneda, explotar minas y salinas, y juzgar sin apelación, teniendo el carácter de reo de lesa majestad el que los ofendiese. El arzobispo de Colonia era archicanciller por el reino de Italia; el de Tréveris por la Lorena; el de Maguncia por Alemania. El conde Palatino del Rin era archisenescal, primera dignidad del Imperio, vicario del Imperio vacante; el elector de Bohemia era gran copero; el duque de Sajonia archimariscal; el marqués de Brandeburgo archichambelán. «No se hablaba del derecho de los papas a confirmar la elección de los emperadores.
 
1356
 
     La Bula de oro no restablecía los ducados nacionales de Suabia y Franconia; lejos de conducir a la unidad, preparó el desmembramiento de aquel gran cuerpo; quitó al emperador la prerrogativa de protector de la libertad común, e hizo venal la elección separando el interés general del de los príncipes, a quienes para ser reyes no les faltaba más que el título.
     El imperio parecía hereditario; no se consideraba ya necesaria la coronación en Roma; cada emperador procuraba enriquecer y encumbrar a su familia, y acumular adquisiciones sobre la corona, como sucedía en Francia; una multitud de príncipes se dividían las prerrogativas. Las dietas eran un congreso de ministros de los diferentes Estados, que nunca andaban de acuerdo. Electores, nobleza titular, ciudades imperiales, tales eran los elementos constitutivos de las tres cámaras de la dieta. En el interior, cada principado tenía estados provinciales, cuyo asentimiento era necesario para imponer contribuciones o hacer nuevas leyes.
     Se habían formado muchas ciudades libres sobre el Rin, en la Franconia y en la Suabia, después de la extinción de la casa de Suabia; allí se refugiaban los que querían sustraerse a la jurisdicción feudal, y aquellas ciudades florecían por su comercio y corporaciones de artes, sin que por esto se constituyese un tercer estado.
     No había una metrópoli general; cada emperador tenía su Corte en su propia ciudad o castillo; andaban siempre escasos de dinero, teniendo por principal recurso el impuesto con que los Hebreos compraban la tolerancia; más tarde se vieron en la necesidad de pedir subsidios.
     El emperador era todavía considerado como jefe temporal de la cristiandad; pero después de Luis de Baviera, ninguno pensó ya en deponer a un Papa, como se dispensaron de pedirle la corona.
     Los señores seguían administrando la justicia en sus dominios; pero el emperador nombraba abogados, o condes palatinos con alta jurisdicción; hubo también cortes de scabini, pero no un código general, si bien se hicieron colecciones de antiguos derechos, como los usos de los Sajones y de la Suabia (Sachsenspiegel, Schwabenspiegel), fuentes de los derechos feudales.
     Nada nos indica tanto el triste estado de la justicia de aquella época, como la extraña institución de los tribunales de Westfalia. Era una corte de jueces libres, destinados a proteger la paz pública con procedimientos y castigos secretos; se ignoraba quiénes eran el juez y el acusador, y cuál era la sentencia; castigábanse los delitos contra la religión, los diez mandamientos, la paz pública y el honor. El acusado era citado; si no comparecía, se le consideraba confeso y condenado; se clavaba a la puerta de su casa la sentencia con un puñal, y él no tardaba en morir. Lo grave de la situación se explica por lo extraño de semejante remedio, que ha durado hasta nuestro siglo.
1378      Para impedir las guerras privadas, se apeló a las confederaciones, a las cámaras imperiales y a otros artificios; pero las ligas entre señores, o entre Estados, o bien entre ciudades eran un nuevo obstáculo para la jurisdicción pública. El emperador Wenceslao, que sucedió a Carlos IV, trató de reducir esta jurisdicción a una ley general (Unión de Heidelberg), pero no fue duradera, y Wenceslao vivió siempre en lucha con los Alemanes, celosos de la preferencia dada a los Bohemios. Su hermano Segismundo, rey de Hungría, se sublevó contra él y lo metió en la cárcel; luego cuatro electores lo destituyeron, haciendo emperador a Roberto, elector palatino; por fin, entre varios pretendientes, fue elegido Segismundo, ya rey de Hungría y heredero de Bohemia.

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