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Consecuencias de la guerra española en la evolución del lenguaje

Ignacio Soldevila Durante





En todo lo tocante a las repercusiones de la guerra civil española en la evolución del lenguaje, nos convendrá distinguir de antemano, en la compleja situación conflictiva que precede a las hostilidades:

  1. Un conflicto entre dos conceptos divergentes de la identidad estatal de la Península Ibérica;
  2. Un conflicto entre concepciones divergentes de la sociedad y de las relaciones de clase dentro de la misma.

Cuando estos conflictos desemboquen en lucha armada, buscando la clásica solución a lo que se presenta como nudos gordianos, la consecuencia será que podamos distinguir, dentro de las acciones bélicas, tres tipos de guerra: guerra civil, guerra revolucionaria y guerra de secesión. Y desde el punto de vista de la evolución del lenguaje, las consecuencias diferirán según sea el tipo de conflicto, de guerra y, evidentemente, de resultado que se considere.




ArribaAbajoEtapa conflictiva


ArribaAbajoConflicto entre conceptos nacionalistas

Frente a la concepción centralista y unidad de España, se afirma considerablemente durante el primer tercio del siglo la concepción multinacional, especialmente en el País Vasco, Países Catalanes y, en forma más mitigada, en Galicia. La exacerbación de estas visiones divergentes produce:

  1. El auge de la cultura y la lengua de las nacionalidades en proceso de centrifugación (catalán y sus dialectos, vasco, gallego);
  2. Un movimiento defensivo y exaltador de los valores adquiridos en la cultura y la lengua de la nacionalidad centralizadora (castellano, sinónimo de español; revalorización de la idea de imperio como tarea común);
  3. Una tendencia creciente al rechazo de los valores culturales y lingüísticos defendidos por el movimiento opuesto.

Estos tres fenómenos en oposición se caracterizan comúnmente por un idéntico esfuerzo de interpretación de la Historia para impulsarla hacia adelante en el sentido favorable a sus objetivos. Quizá uno de los ejemplos más convincentes del fondo puramente táctico de estas interpretaciones históricas esté en el siguiente párrafo del discurso de Ramiro Ledesma en Valladolid, en abril de 1935:

«Pero nosotros sabemos que España es la primera nación moderna que se constituyó en la Historia y que sus cuatro siglos de unidad durante los cuales realizó los hechos más decisivos que presenta la historia del mundo son la más formidable e imperiosa ejecutoria de unidad que se pueda presentar como bandera contra los separatistas criminales. Pero si se nos dice que esas justificaciones históricas no son suficientemente válidas, que contra esos argumentos hay otros más firmes, entonces, camaradas, nosotros debemos en efecto abandonar ese campo de la historia y proclamar que en último y primer término, España será indivisible y única porque nosotros lo queremos, porque nos posee y domina la firme y tenacísima voluntad de mantenerla única e indivisible»1.






ArribaAbajoConflicto entre visiones opuestas de la sociedad

Para nuestro intento, las tesis en torno a la estructura social, y a las relaciones de clases en el interior de la misma, pueden reducirse a una oposición binaria, según su visión sea conflictiva o, por el contrario, no-conflictiva. A su vez, la visión conflictiva se manifiesta de dos maneras opuestas, según se parta en la relación conflictiva del punto de vista dominante o del punto de vista dominado. En el primer caso, la tensión busca el mantenimiento del statu quo, y por consiguiente su visión es estática, negadora, y su función el frenado. En el segundo caso, la tensión busca solución en un giro de 180°, y por consiguiente, su visión es dinámica, modificadora, y su función, motriz.

Diagrama

La visión no-conflictiva tiene, evidentemente, una orientación conciliatoria y aparece como consecuencia de la oposición conflictiva.

A nivel de lenguaje y de cultura, las tesis conflictivas defienden y vehiculan una lengua de clase, una cultura de clase, que manifiestan la misma actitud conflictiva que las clases protagonizadoras del antagonismo social. Pero, considerando que el lenguaje precede a los hechos, paradójicamente, no cabe asombrarse de que, en cada una de esas lenguas de clase los signos de dominación se encuentren independientemente de la realidad de las relaciones. En el periodo pre-revolucionario que va de ± 1929 a 1936, el lenguaje y la cultura burguesas y, a mayor abundamiento, lenguaje y cultura del viejo régimen; son sistemáticamente desvalorizados en los medios sociales de la para-revolución, inversamente, lengua y cultura obrera -para citarlas por su nombre- sufren una aceleración en el proceso desvalorízador a que la someten las capas sociales anti-revolucionarias. Desvalorizaciones ambas que, naturalmente, van acompañadas de una reevaluación o sobreevaluación de las propias.

Las tesis conciliadoras, por su parte, cuya misión es borrar las diferencias y establecer un consenso general, intentarán no alienarse ningún estamento o clase social. Por consiguiente, proceden a la apropiación de lenguas y culturas, proponiendo bien una imagen de fusión y crisol, bien la imagen de una sociedad jerárquica mitificada. En el primer caso, es evidente que, al nivel del lenguaje, es la proposición del sueño esperantista lo que aparece. En el segundo, el desprecio de las diferencias, que puede ir hasta la supresión por ukase, en beneficio del objetivo único.

De las dos, la primera corresponde a la visión del inmediato futuro como una sociedad paradisíaca, sin conflictos. La segunda, basada en la unidad de objetivo, transporta el conflicto al nivel supranacional, y su modelo social es la milicia, la Iglesia, y la combinación de ambas: la orden militar o sociedad de monjes guerreros.

Desde el punto de vista del lenguaje que vehicula las ideologías en oposición, cabría esperar que el factor de creatividad lexical se situara en aquel vector que hemos considerado como provocador de cambio. Le conviene -y no creemos que nadie lo discuta- el epíteto de revolucionario. Ahora bien, si consideramos que el factor revolución constituye el punto de partida, los demás factores tenderán a limitarse, a definirse con relación a él. Así, la visión /dominante-dominado/ se identificará como anti-revolución, puesto que su objetivo es el statu quo, la conservación. El problema de la visión no-conflictiva es que, teniendo que definirse con relación a la revolución, y no pudiendo identicarse con la anti-revolución, puesto que parte del hecho de que la sociedad paradisíaca o la jerárquica no pueden identificarse con la existente, se verá obligada adoptar el lenguaje de la revolución. Pero, por otra parte, y puesto que no puede confundirse con la revolución, su manera de definirse será a través del establecimiento de una polisemia ambiguante en el interior del discurso revolucionario. Independientemente, pues, del hecho de que, desde el punto de vista ideológico, la contra-revolución diverge progresivamente de la revolución, hasta el extremo de convertirse en un antagonista por excelencia, el lenguaje portador de la ideología contra-revolucionaria es deudor del que soporta y vehicula la ideología revolucionaria. Y, en última instancia, cabrá esperar que, de ser cierta nuestra hipótesis, la desaparición del lenguaje y la ideología revolucionarios, por eliminación, abandono o integración, tendrá como consecuencia la desaparición más o menos inmediata del lenguaje contrarrevolucionario y, naturalmente, de su ideología.

Por otra parte, hay que subrayar que, si bien los movimientos de remoción no rehúsan, más bien reivindican, el epíteto de revolucionarios, y si bien de buena gana el statu quo acepta la bandera anti-revolucionaria, el contra-revolucionario es reacio a la denominación, resultado sin duda de la molesta ambigüedad del término, ya que contra-revolucionario es, estrictamente hablando, tanto el que se opone a la revolución en nombre del statu quo como el que propone otra alternativa revolucionaria, Por consiguiente, el contra-revolucionario escoge llamarse revolucionario, introduciendo, para evitar la confusión, la especificación indispensable. En el conflicto que nos interesa hoy, es el sintagma Revolución Nacional el primeramente propuesto, de cuya antinomia interna no parecieron conscientes sus promotores2.

Una última consideración, en lo tocante a la neología lexical del período que nos ocupa. En la medida en que las revoluciones propuestas o en curso se inscriben en una coyuntura multinacional, como es el caso de las revoluciones proletarias dentro de las sociedades burguesas europeas, el movimiento neológico es deudor de las lenguas en que originalmente se manifestaron las ideologías -marxismo alemán, anarquismo italiano, bakuninismo ruso-. Y del mismo modo, las contra-revoluciones deben al fascismo italiano, al nazismo alemán, buena parte de su impulsión neológica. Baste un ejemplo, particularmente convincente, por llevar en él inscrito, a través de un inusitado calco sintáctico, su origen alemán. Del sintagma antinómico alemán acuñado sobre sozialismus -nazional-sozialismus- deriva evidentemente el nacional-sindicalismo jonsista que, queriendo evitar el calco demasiado evidente del sintagma, descuidó la transposición de los términos, y no se pasó de la estructura germánica /determinante-determinado/ a la estructura neolatina /determinado-determinante/.






ArribaAbajoEtapa bélica

En el momento en que los conflictos desembocan en enfrentamiento armado, será oportuno considerar las transformaciones de cada uno de los conflictos.


ArribaAbajoEl conflicto de nacionalidad

Como consecuencia del mismo, se producen dos formas de enfrentamiento: a) la guerra secesionista, que opondrá, globalmente, a catalanes y castellanos, a vascos y castellanos, entendiendo aquí castellano en el sentido amplio de no-vasco, no-catalán. Como sabemos, Galicia es rápidamente dominada por los nacionalistas, y no ha lugar el conflicto secesionista que, de cualquier modo, no parecía viable; y b) la guerra civil, que enfrenta a los federalistas y secesionistas vascos y catalanes con sus compatriotas defensores del unitarismo español.

Desde el punto de vista lingüístico y cultural, es interesante señalar que en la zona nacionalista la fricción entre los defensores castellanos del unitarismo y los catalanes y vascos refugiados y, consiguientemente, correligionarios suyos, se intensifica, en detrimento de las necesidades específicas de una situación bélica. Y ello, posiblemente, porque si no en importancia, al menos numéricamente los catalanes y vascos en zona nacional eran poco numerosos. Por el contrario, en la zona republicana, las diferencias, ya previamente aceptadas por la actitud democrática y federalista que inspiraba la política en la 2.ª República, no causan conflicto en el caso de la nacionalidad catalana, pero sí en el de la nacionalidad vasca, debido a la posición antitética que, en lo tocante al problema religioso, tenían vascos y asturianos, puestos en contacto y ayuda mutua en el aislamiento del frente norte. Citaré como único y buen ejemplo el breve relato «Un asturiano», incluido en la colección No son cuentos, de Max Aub.

En la zona nacionalista, y debido a la primordial importancia que adquiere en el conjunto ideológico del movimiento la idea de unidad absoluta, íntimamente relacionada con la proyección imperialista, las peculiaridades regionales son sistemáticamente sometidas a un proceso de degradación que se manifiesta a la vez en la prohibición de utilizar el catalán y el vasco como instrumento de comunicación en los lugares públicos, y en su rebajamiento, enteramente injustificable desde el punto de vista lingüístico, al nivel de dialecto, jerga o jerigonza. Por otro lado, se procede a la glorificación del castellano como «claro romance», «idioma», lengua del «cristiano», de la que el catalán, según afirmación del general Queipo de Llano, «es solamente una imitación falsa», o en afirmación del Inspector General de Prisiones, «ladrillos». El vasco, según L. A. de Vega, director del periódico donostiarra Domingo, es «jeringonza [...] que es a nuestro idioma lo que la rueda del carro de bueyes a la hélice del avión»3.




ArribaAbajoEl conflicto de visiones clasistas

Como consecuencia de las hostilidades abiertas, se producen, de una parte, la guerra revolucionaria y anti-revolucionaria, y de otra los intentos de creación de sociedades revolucionarias. Desde el punto de vista de las culturas y de las lenguas de clase, los objetivos claramente delimitados son la entronización o la depuración del lenguaje y cultura propios, y la supresión o destrucción de los ajenos. La modificación de los topónimos, de los nombres propios, de los nombres de calles y plazas, la prohibición de utilizar términos extranjeros o no castellanos en las razones sociales y comerciales, la destrucción de iglesias, libros y objetos del culto, o de bibliotecas de las casas del Pueblo, son sólo unos cuantos ejemplos de los muchos que se originan en ese desencadenamiento del conflicto de clases, aunque quizá el más aparente desde el punto de vista léxico sea el muy opuesto avatar del vocabulario obsceno y blasfematorio en ambas zonas4.




ArribaAbajoLas tesis conciliatorias y unificadoras

Dichas tesis, que, para el combate, se ven forzadas a adoptar una posición en un conflicto necesariamente binario, van a optar por bandos opuestos, según la clase a la que pertenecen la mayoría de sus miembros. Su lucha es, a ese tenor, doble: en su propio campo, combaten a los defensores del statu quo y realizan intentos parciales de construir la nueva sociedad que preconizaban en la época conflictiva, y por otro lado, combaten en el frente de batalla con los enemigos de siempre y entre sí. La bandera de Falange y la bandera anarquista, haz y envés de una misma ucronía se afrontan abiertamente por primera vez.

Pero a medida que el conflicto avanza, se producen diferentes fenómenos de fusión y de ruptura que modifican los puntos de partida. De un lado, el marxismo revolucionario de obediencia comunista-soviética acelera su importancia, al amparo del proteccionismo de la URSS, hasta convertirse en el partido dominador. De otro lado, la anti-revolución es sometida al ejército, desencadenador y dueño de la acción guerrera nacionalista. Pero, a causa de sus motivaciones originarias puramente reactivas, el Ejército y los distintos grupos políticos que en él encuentran apoyo, se ven obligados, para estimular el ímpetu bélico, a adoptar, además de las tesis nacionalistas que le son propias, la ideología del movimiento contra-revolucionario, la Falange. Pero de manera totalmente pragmática, emasculándolo de sus intenciones socialistas aunque conservando los programas que no pasarán a concretarse en un cuerpo legislativo salvo en los casos en que, como el sindicalismo verticalista, convenían o podían ser fácilmente modificados en sentido único. La peripecia de la Falange durante la guerra y sus esfuerzos por sobrevivir, primero al anegamiento y luego al decreto de unificación, tienen su correspondencia en la apropiación que de su lenguaje doctrinario y de su estilo joseantoniano efectúan los nacionales procedentes de todos los grupos de la derecha española. El variable rigor con que se utilizó la terminología falangista dependió, en los años de la guerra, y a nivel de los altos mandos del régimen, del asesor literario con que éstos contaban para redactar sus discursos y proclamas. Un estudio comparativo de las improvisaciones en las efemérides con los discursos previamente redactados es concluyente a este respecto. Y, por otra parte, puede verse que, de los tres grandes jefes militares, sólo Franco está bien asesorado en doctrina falangista, frente a la originalidad anárquica de los discursos y charlas de Queipo de Llano, y el léxico típicamente derechista de Mola. De cualquier modo, hay una faceta del léxico falangista adoptado y generalizada sin ninguna dificultad: aquella que, a su vez, el léxico falangista había ido a buscar en la variedad militar, y que tenía un valor simbólico en todas sus connotaciones jerárquicas, disciplinarias, viriles y -¿por qué no decirlo?- machistas5.

No todo era formalismo en la adopción de la terminología falangista. No cabe ninguna duda de que la revalorización de los términos imperio e imperialista realizada de manera sistemática por la JONS primero, y luego por Falange, no podía menos que suscitar el entusiasmo de la casta militar. Ahora bien, si en general el vaciamiento de la terminología falangista fue realizado por la casta militar, se puede decir que, por el contrario, ésta tomó de manera mucho más estricta la noción de Imperio de lo que lo hizo la misma Falange. Para ésta, en el mejor de los casos -la visión de José Antonio, por ejemplo- era un sueño de recuperación de una cierta hegemonía espiritual, de un liderazgo intelectual de la comunidad hispánica en el que no iba más allá de los deseos de un Ortega y Gasset. En el peor de ellos -y sin duda hay que incluir aquí tanto a Ledesma Ramos, perfecto conocedor de las doctrinas nazis, como a Ernesto Giménez Caballero, cuyo doctrinarismo es de raíz fascista-, el imperialismo tiene una clara intención sublimadora de los conflictos de clase6. Para los militares, sin embargo, la noción de imperio fue estricta: empresa de conquista y expansión colonizadora.






ArribaAbajoEtapa postbélica

Con el triunfo de las armas franquistas, el período de la posguerra implica una transformación radical de los conflictos de la preguerra.


ArribaAbajoProblema de las nacionalidades

Con la supresión de todo movimiento nacionalista que no sea el unitario español (que se refuerza con la eliminación de las cabezas dirigentes, muertas o en el exilio), el conflicto entre el centralismo y el regionalismo queda oficialmente suprimido. Quedaba así eliminada la evidente contradicción subsistente en la ideología y la terminología del franquismo entre la connotación positiva del nacionalismo, cuando se trata de la nación española, y la negativa cuando se trata de nacionalidad catalana, vasca o gallega7. En este contexto del franquismo, las lenguas vasca y catalana, víctimas del ostracismo, pasan a vegetar en el ámbito familiar y rural y se aumenta considerablemente el estado de diglosia cuyas consecuencias son aun hoy difícilmente evaluables. Habrá que esperar dos o tres decenios bajo un régimen político de liberalización para diagnosticar hasta qué punto, por ejemplo, el vasco ha sido erradicado como idioma posible de comunicación social. A esta reducción de las otras lenguas peninsulares corresponde, evidentemente, la expansión del castellano, a la que contribuye la política de escolarización y la depuración rigurosa de los cuadros del magisterio.




ArribaProblema clasista

La condición social real de la clase obrera cuyo status no corresponde, de hecho, a lo que se proclama programáticamente en textos oficiales como el Fuero del Trabajo, claramente inspirado en la Carta del fascismo italiano, tiene como consecuencia al nivel cultural y lingüístico un proceso de alienación creciente. Esta alienación se manifiesta en el mimetismo sumiso y creciente a la clase dominante. En particular, la variedad lingüística del madrileño popular, que durante la guerra había adquirido valor simbólico por los episodios de la defensa de Madrid, en la posguerra se constituye en antimodelo, denotando simbólicamente un estatuto de inferioridad, que ya había empezado a adquirir en la zona mediterránea a partir de la diáspora consiguiente al derrumbamiento del frente de Madrid.

Por el contrario, gracias a su papel dominante durante la guerra, y a su asimilación y mitifícación de la ideología de Falange, el Ejército recupera en España un status social privilegiado, y se constituye, por consiguiente, en un polarizador del mimetismo lingüístico. La variedad léxica militar deviene así simbólica y representativa del estado franquista, con la consiguiente actividad expansiva en el lenguaje figurado, las entonaciones, el estilo, etc. Baste citar el ingente trabajo lexicográfico realizado por Rafael García Serrano en su Diccionario para un macuto, para confirmar la importancia de la variedad militar en el lenguaje contemporáneo. La terminología falangista y su estilo peculiar subsisten a través del aparato oficial del Movimiento y de la organización de los adolescentes en la OJ, así como en los universitarios en el SEU obligatorio. Ciertos modos incompatibles con la disciplina militar, sin embargo, quedan reducidos a la utilización dentro del Movimiento, y declinan lentamente, hasta desaparecer. Citemos, como los más evidentes, el tuteo, negación de la jerarquía, el apelativo de amarada, de connotaciones marxistas inevitables, y el saludo brazo en alto.

A partir de 1945, en fin, toda la terminología basada en los objetivos internacionales del fascismo es abandonada, o sufre una modificación connotativa8.

Es, en definitiva, evidente que entre el lenguaje portador de una contraideología, y el uso que de él se hizo en la España franquista para narrar la Historia, había una primera contradicción porque la intención era estática y el lenguaje dinámico, como heredero del lenguaje revolucionario. La segunda contradicción más evidente aún, estuvo entre la proyección histórica que hacia el futuro marcaba el lenguaje, y la historia tal como se construía. Ninguna de esas contradicciones escapó en las generaciones educadas en la España postbélica, y ello quizás explica el derrumbamiento del régimen cuando su portavoz entra en el silencio de la muerte. Bajo esa capa ceremonial apolillada, sopla de nuevo el viento de un lenguaje que para su desgracia, conservaba vivas las denotaciones aun a través de las desfiguraciones a que había sido sometido.







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