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IV

Tratemos de averiguar, ahora, la fecha de iniciación de los trabajos de la iglesia de la Compañía.

Si nos atenemos a lo que nos dicen González Suárez en su Historia General de la República del Ecuador y el padre Chantre y Herrera S. J. en las Misiones de la Compañía de Jesús en el Marañón español, que los jesuitas de Quito edificaron, antes del actual templo, una iglesia humilde y modesta, la cual no puede ser otra que la iglesia de San Jerónimo, que principiada en 1589 sirvió hasta 1613, fecha en que fue devuelta al Seminario, de acuerdo con la permuta de terrenos hecha en 1597 entre el Seminario y el Colegio Máximo de la Compañía, lógicamente podemos por lo pronto asegurar que el templo de la Compañía no pudo ser levantado sino en el siglo XVII. ¿En qué año? Vamos a verlo.

Según el historiador González Suárez, los jesuitas pasaron a habitar «la casa que habían adquirido en el puesto donde ahora se levanta el templo y colegio de la Compañía». En nuestro sentir no es esa la verdad. El puesto en que ahora se levanta el templo, no lo adquirían todavía en esa fecha, sino en 1605 en que fue comprado por el rector del Colegio, Nicolás Durán Mastrilli, quien inmediatamente comenzó los trabajos con gran animación y fervor de manera que en 1613 la nueva iglesia pudo abrirse al culto, aunque no todavía terminada. Según las Cartas Anuas tan rápida construcción se debió a las limosnas de los bienhechores que dieron plata para la fábrica. Los indios trabajadores no cobraban sino muy poco. Al templo nuevo se le dio por patrono a San Ignacio de Loyola. La antigua iglesia de San Jerónimo que sirvió a los jesuitas hasta 1613 pasó a ser propiedad del Seminario de San Luis conforme a la permuta celebrada en 1597. Las congregaciones siguieron funcionando en la iglesia de San Jerónimo y contribuyeron eficazmente a que se edificase la nueva iglesia de San Ignacio a la que se trasladaron en 1613.

Era la iglesia primera que edificaban los jesuitas en sus propios solares. El padre Mastrilli que estaba entonces de rector, compró esos solares con el fin de edificar sobre ellos la iglesia. He aquí el documento:

Franco. Suárez de Figueroa con otros vende al Colegio de Sn. Jerónimo unas casas inmediatas a él, q. las necesitaba pa. ensancharse y edificar Iglesia, en 5.700 po. 700 a censo en favor de los hereds. de Balthazar de Alarcón, otros 700 a censo en favor de los hijos de Dn. Alonso del Castillo y Dña. María de Atiencia, y los 4.300 restantes de contado. Fha. en Quito a 25 de Eno. de 1605 ante   —40→   Alonso Dorado de Vergara Escriv. Rl., y Diego Rodríguez Docampo Escriv. púb. autorizó los autos insertos22.



De modo que ahora, sí, sabemos a ciencia cierta la fecha en que los jesuitas, dueños de casi toda la manzana en que estaban situadas las casas que les pertenecía, comenzaron la construcción del templo.

Inmediatamente el padre Mastrilli puso manos a la obra, tanto que en 1606 pasó el padre Lyra, como visitador por Quito y entre las disposiciones que dio al Viceprovincial «encargó que se prosiguiese con actividad la construcción de la nueva iglesia de la Compañía recién comenzada»23.

Pero los ahogos financieros del padre rector Juan Sánchez Morgaez eran tales que se vieron obligados a pedir los auxilios que, por otra parte, se concedían en igualdad de condiciones de pobreza a cualquier comunidad que lo solicitase. El 2 de setiembre de 1616 se tomaban declaraciones a los seis testigos que presentaron los jesuitas, siendo el primero el padre comendador de la Merced. Este Padre dice:

En Quito tienen por edificar el colegio y las viviendas de que mucha necesitan; y asimismo lo más de la iglesia por hacer, como son las capillas colaterales y la capilla mayor, sacristía y claustro: no tienen más que sólo el cuerpo de la iglesia edificado, y para eso fuera de lo dicho se han empeñado en muchos pesos de los cuales hoy dicen ser deudores [...]. Algunas haciendas no producen sino lo que ella se gasta [...]. Por estas y otras razones los tienen por pobres y necesitados.



Los jesuitas eran pobres. Apenas tenían unos pocos años llegados y recién estaban queriendo edificar la casa de Dios tal como querían. Verdad que la caridad pública no les faltaba; pero ésa no era tanta que les pudiera bastar para su propio sustento y ahorrar lo que necesitaban para edificar su propia casa. Pero, en fin, un día un rico vecino de la ciudad, don Juan de Clavería, compadecido de la pobreza de los religiosos, les donó treinta mil pesos y les dejó por testamento los pocos bienes que le habían quedado. El padre Mucio Vitalleschi aceptó la primera por carta del 7 de marzo de 1624. El testamento fue otorgado el 20 de mayo de 163124.

En 1623 trajo de Roma el padre Durán Mastrilli los planos del «Gesú» con ánimo de servirse de ellos para la construcción del nuevo templo de Lima e imponerlo en Quito, pues el que lo habían edificado era de 1569 y podía considerarse como provisional; pues, según el padre Agnelio Oliva era una pequeña capilla de madera en la que se puso una gran reja que salía a un gran patio «de forma que estando solas las mujeres en ella y los hombres en el claustro,   —[Lámina VIII]→     —41→   gozaban todos del púlpito que estaba arrimado a la reja». Seis años después, se concluía la fábrica y el 1.º de enero de 1574 se inauguraba. «Ha salido, decía el P. Portillo en la Carta Anua de 1575 tan capaz y tan agraciada que dicen todos no haber otra como ella en el Perú».

Entrada a la sacristía

Entrada a la sacristía

[Lámina VIII]

Pues a esta iglesia vino a sustituir la nueva, la del «Gesú», cuyos planos los trazó el padre Durán Mastrilli. Hay que saber que el tipo del «Gesú», cuya formación se acusa a iniciativa de los jesuitas, fue difundido por éstos como el mejor prototipo de arquitectura cristiana, e impuesto luego a todas las iglesias que quisieren los jesuitas levantar en cualquier punto del globo. No hay, pues, qué admirar si el padre Mastrilli hubiere procurado que los templos jesuíticos de Quito y Lima se hubiesen vaciado en aquel molde. Pero el Padre tuvo que introducir modificaciones sustanciales a los planos, teniendo en cuenta lo movedizo del suelo de Lima. Así, a la iglesia, si se le dio casi la misma extensión y anchura del «Gesú», las capillas laterales redujeron la amplitud de la nave central y se dio al crucero menos vuelo por temor a los temblores. El crucero se empequeñeció más todavía por la colocación en tiempos modernos de los altares de la Virgen de la O y de San José que hacen ángulo con los de San Ignacio y las Reliquias. Además en la iglesia nueva se siguió el ordinario trazo de la cruz latina a la capilla mayor, en vez de la semicircular aun cuando los muros exteriores permiten suponer que esta modificación no se consideró definitiva.

Pero en Quito no los tomaron en cuenta dichos planos, ni el padre Mastrilli hizo mucho hincapié en que se los adoptara, puesto que los planos a los cuales se ajustaba la fábrica estaban muy adelantados, como que en 1634 se terminaba el crucero como lo dice el padre Jouanen en su Historia de la Compañía de Jesús en la antigua Provincia de Quito y, además y sobre todo, el templo que se estaba construyendo era el que había inaugurado el propio padre Mastrilli, el año de 1605, cuando como rector del Colegio, se propuso construir uno. Este templo se lo concluyó bajo la dirección del hermano Miguel Gil del Madrigal por los años anteriores al 1650, en que nos lo describe Diego Rodríguez Docampo y acerca de cuya fábrica se sabe que en el año 1613 «estaban terminadas la nave central y las dos naves laterales y esta obra fue tasada entonces en el valor de treinta mil pesos» y que «en 1616 se trabajaba en el crucero que se lo terminó en 1634».

Docampo describe esta iglesia con mucha minuciosidad y detalle, como cosa acabada. Hay que tener en cuenta que Docampo además de ser secretario del venerable deán y Cabildo de la Catedral de Quito, lo fue también de la Universidad de San Gregorio Magno, desde su fundación y lo seguía siendo en 1650, cuando escribió su Descripción y relación del estado eclesiástico del Obispado de San Francisco de Quito por encargo del obispo de Quito, don Agustín de Ugarte y Saravia. Y por ser éste un documento esencial para nuestro estudio, transcribámoslo en sus partes pertinentes.

La Compañía de Jesús, dice Docampo, se fundó en esta ciudad   —42→   el año de 1586 por el Padre Piñas, religioso de santa vida, y habiéndose sitiado la casa en diferentes tres sitios, se mudó al que al presente tiene, menos una cuadra de la Plaza Mayor. Ha ido creciendo así en la Iglesia de cal y canto de tres naves, con artesonados de madera dorados, retablo grande, costoso, capillas por el espacio de las naves con retablos dorados, como la Sacristía, en lo material, de las buenas que hay en este reino y la cima de bóveda, ornamentos muy ricos, plata en cálices, relicarios y demás servicios del culto divino, precioso y costoso.

Tiene tres claustros, el primero alto y bajo de arquería donde hay en él las aulas de Teología, antes retórica y gramática, con Catedráticos asignados, doctos, que nunca han faltado desde pocos años de su fundación hasta el tiempo presente; y en los altos, de celdas, y en medio del patio una fuente de agua admirable, sacada de casi dos leguas. Otro segundo cláustro alto y bajo, donde está el refectorio y demás oficinas de la casa, y arriba otras más celdas. El tercer claustro es del Noviciado y enfermería, que se va acabando de formar a semejanza de los demás, y en medio del segundo claustro otra fuente de la misma agua con pilas, curiosamente labradas.

En la entrada de la portería está un espacio grande de bóveda, y a mano izquierda, como se entra, está la Sacristía, donde hay una antesala, y mirando rectamente, está el teatro de la Universidad de San Gregorio, fundada en esta Compañía con autoridad apostólica y Real, a donde se ha de pasar a dar los grados de Bachiller, Licenciados, Maestros en Artes y dos de Doctores en Sagrada teología, cuyos grados se han dado y dan por Señores Obispos de este Obispado, y en Sede vacante, por la dignidad que el Cabildo nombraba, lo cual se observa y continúa por el Ilmo. presente Obispo, Dr. don Agustín de Ugarte Saravia, como cancelario mayor de esta Universidad [...].

Tienen reliquias magnas de diferentes Santos y Santas, con Bulas Apostólicas, así en relicarios de plata dorada, como en cofrecitos de carey guarnecidos, muy curiosos, en altar particular del Bienaventurado San José, en retablo rico, dotado por Juan de Vera de Mendoza y Da. Clara de Bonilla, su mujer, para entierro suyo, donde están sepultados, y para los demás sus sucesores25.



La Capilla mayor de esta iglesia tiene retablo rico, con imágenes de bulto y pincel, al óleo, de diferentes misterios, y el Sagrario primoroso, con un viril de plata dorada esmaltado con piedras   —43→   y perlas netas; y para el servicio del altar, frontal de plata maciza, dorado, y otros muchos frontales de telas, terciopelos, damascos con casullas que corresponden a ello, todo rico y curioso, como lo es la limpieza, servicio y adorno de todo el culto divino; y arriba están cuatro tribunas doradas para los músicos y oración de los días festivos.

La Capilla de Ntra. Señora de Loreto está muy adornada, con retablos dorados, cuadros, frontales, lámparas de plata, y la Santa imagen es de bulto, muy milagrosa en partos y enfermedades que se han visto y experimentado por todos los necesitados de esta república, con lo cual su devoción ha sido y es grande y sus festividades muy solemnes, con procesión de Ntra. Señora dentro de una casa pequeña, curiosa y adornada de cera, y misterios del Santo Rosario, que celebran los niños de las escuelas, con concurso de la ciudad.

Los altares y capilla de San Ignacio y San Francisco Javier, que son los colaterales de la capilla mayor, están con retablos y grandes dorados e imaginería curiosa y otras capillas de diferentes Cofradías de indios, con que han sido atraídos a la devoción y al mayor conocimiento de Dios Nuestro Señor.

La capilla del Santo Cristo, hechura de Ecce-homo, muy devoto, en su retablo dorado, ha sido y es milagrosa imagen para el socorro y amparo de enfermedades, conversiones, partos de mujeres, y esto se ha experimentado diversas veces de este Santo retrato, tan venerado como frecuentado de todos, reconociendo el favor y consuelo que han recibido de la piedad de tan gran Señor.

Tienen coro alto con órgano para las fiestas célebres de sus santos y las demás votivas anejas a esta religión, la cual ha acudido con toda veneración a su obligación con ejemplares acciones de sus vidas, predicación y buen ejemplo26.



Según esto, podemos afirmar que en 1650 se hallaba la iglesia completamente concluida, con sus retablos y capillas, y cubiertas sus naves con artesonado de madera.

Quien leyere la Relación de Docampo después de conocer el convento y la iglesia descritos por él o, aún sin conocerlos de visu, la compare con las ilustraciones gráficas que acompañamos a esta exposición, se dará perfecta cuenta de que si en parte corresponde al estado actual del edificio, en las más importantes difiere notablemente. Circunscribiéndonos a la iglesia, de la cual únicamente nos ocupamos en este libro, veremos que el deán Rodríguez Docampo la vio concluida con altar y retablos dorados, pero techada con artesonado de madera, en 1650. El dato de las «cuatro tribunas doradas para los músicos y oración de los días festivos» puede corresponder en parte, a pesar de su laconismo, a lo que actualmente existe.

Es claro que los dos actuales retablos del crucero no pueden ser los descritos en 1650 por Docampo, sencillamente porque   —44→   sus originales, de los cuales se copió, y que son precisamente los que se ostentan en las capillas del crucero de San Ignacio, fueron dibujados por el padre Andrea Pozzi (1642-1709) mucho después, a fines del siglo XVII y esculpidos por Pietro Le Gros (La gloria de San Luis Gonzaga) y por Filippo Valle (La Anunciación) en el siglo XVIII. Ya lo anotó Giulio Aristides Sartorio, que visitó Quito, como comisario de arte en el crucero de la nave «Italia» por la América del Sur, en su informe a Mussolini: «Entre tanto, dice, junto a las columnas panzudas aparecían en Quito las columnas báquicas de la iglesia romana: argumento constructivo de indudable elegancia, que del Ecuador se esparció por Méjico, el Perú y Chile. La introducción tiene una fecha precisa; pues las columnas retorcidas aparecieron en Quito, en la iglesia levantada por la Compañía de Jesús, en los principios del siglo XVIII, siendo sus tres altares del crucero una franca imitación de los altares de la de San Ignacio en Roma, dibujados por Andrea Pozzi. Cuando el Padre Deubler inició (1722) la fachada de la iglesia de Quito, concluida en 1765 por el jesuíta mantuano Gandolfi, en las seis dibujó una copia fiel de aquellas ocho báquicas de la antigua Basílica Vaticana que hoy adornan las tribunas de los cantores de la nueva». No nos admiremos que las columnas báquicas derivadas del baldaquino del Bernini (1633), considerado como el prototipo del Barroco, aparecieren en Quito en su tipo perfecto como no aparecieron en España, pues ello no es sino una consecuencia de su origen italiano. Es seguro que cuando en 1722 comenzó el padre Deubler a labrar las columnas de la fachada, según reza la epigrafía conmemorativa que se encuentra junto a ella, ya vino ésta diseñada con aquella nota característica de las columnas báquicas integrando la idea informativa del edificio, ya que esas columnas tuvieron gran éxito entre los artistas de la época barroca, concluyendo el padre Pozzo, por adoptarlas y convertirlas en sello de la arquitectura jesuítica. «Las columnas báquicas de la América Latina, dice Sartorio, aparecieron en Quito, en la iglesia de los jesuítas, a principios del siglo XVIII, y su aparición precisamente determinada, es una fecha memorable para todos aquellos altares, púlpitos y fachadas de las iglesias y casa mobiliarias que ostentan columnas báquicas». Y que no podrá ser otro que el padre Pozzo el introductor en América de las columnas báquicas lo prueba el hecho de que la iglesia jesuítica del Cuzco, calcada en el patrón del «Gesú» de Roma, no las tiene, ni aún siquiera las columnas simplemente retorcidas, porque fue concluida en 1668, esto es, antes de que el padre Pozzo comenzara a usarlas, menos aun a difundirlas.

La aparición de la columna salomónica y su desarrollo en el arte quiteño no es, pues, un problema, ni mucho menos. Traída por italianos a principios del siglo XVIII, se extendió por todas las iglesias de Quito, principalmente en los retablos de sus altares y pasó a otras naciones americanas. Pero aclaramos: la columna salomónica propiamente dicha, o más bien la báquica de la capilla de «La Pietá», que se la cree proveniente del templo de Salomón, copiada por el Bernini para el gran baldaquino de bronce que levantó   —45→   sobre la Confesión en la basílica vaticana y reproducida casi fielmente en las de la fachada de la Compañía de Quito, no fue sino apenas imitada, sin duda porque ya por entonces Churriguera había logrado imponer en España su columna salomónica de cuatro y cinco espirales, con pámpanos y vides, que agradó mucho más al subido barroquismo de nuestros escultores.

Ni fueron las columnas jesuíticas de la Compañía las primeras torsas que en Quito se conocieron, como que en la iglesia de San Francisco, tenemos diversas especies de columnas torsas, siendo las más raras y curiosas las del púlpito, semejantes a las cosmatescas del período medioeval italiano de la arquitectura gótica. No olvidemos que el púlpito de San Francisco es de fines del XVI.

Habla Docampo de los altares y retablos de las capillas laterales de San José, Nuestra Señora de Loreto y del Ecce Homo, que aún existen con los mismos nombres y en sus mismos sitios, como también los ya dichos de San Ignacio y San Francisco Javier; sólo que en ellos vemos campear ciertas formas que, no apareciendo en el arte europeo sino a fines del siglo XVII ni llegando a su auge sino en el XVIII, mal pueden antes haberse presentado en Quito, que hasta entonces aparece copiando o imitando las formas arquitectónicas y decorativas del arte europeo. Se sabe positivamente que dichos retablos fueron hechos de 1735 a 1752 en que «todos los altares con la nave central estaban ya decorados». Según el testimonio del padre Recio. En cambio nada encontramos en la tribuna de la Capilla Mayor y en las del crucero para que no las identifiquemos como las por este cronista señaladas, ya que sus formas decorativas corresponden perfectamente a las dominantes en el siglo XVII. Aun las de uno de los revestimientos de los arcos formeros en las capillas laterales del crucero son del 1660, lo que podría inclinar a suponer que ese revestimiento y el del presbiterio que se le parece, pudieron llevarse a cabo a mediados del siglo XVII.