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- II -

Reminiscencia


-Uno, dos, tres. Uno dos tres. Testing, testing...

Allí estaban los representantes de la comunidad hispana, de las asociaciones de estudiantes y de profesores. Todos teníamos un interés común y personal. Esa experiencia era la réplica de diez, cien más. Había que abrir las puertas al aprendizaje, a la enseñanza de nuestra juventud.

-Damas y caballeros, Ladies and Gentlemen, Representantes de la radio y de la televisión...

Tres focos brillantes, como pupilas estelares en una noche tormentosa, se clavaron sobre los labios que, repletos de sangre, pronunciaban anatemas contra el sacrosanto orden del templo de la sabiduría y de sus consagrados sacerdotes. Nombres alemanes éstos, de origen teutónico, a ocho mil millas de distancia de su cuna, se habían sobrepuesto, se habían posesionado de la sabiduría. Habían implantado su mentalidad, su concepción de la vida, sus costumbres sobre las nuestras, por juzgarlas primitivas.

-How can we give them jobs if they don't have P. D.'s in Zoology... -decía uno de los meros chingones, que poseía un simple M. A. concedido por la Alabama University-. We can't water down our standards just to accommodate a few of them. Quality is the name of the game.

(«Lázaro, doctor Lázaro Villa, tú, usted, ustedes conocen cómo hablar su lengua, pero nosotros sabemos las estructuras íntimas, las leyes profundas que gobiernan la distinguida lengua cervantina. La importante cosa no es hablar la lengua, pero hablar sobre la lengua»).

-Consequently, we will go to the Federal Government, to the Courts, and to the Foundations...

Cortar los canales que dejan fluir la savia monetaria, las venas y arterias conductoras del fluido portador de vida, cercenar los conductos del dinero y de la gracia santificante que mantiene a este templo de la sabiduría. Cortando estos conductos, el cuerpo se paraliza, se cristaliza, se fosiliza («Si yo no lo puedo obtener, tampoco tú. Justa justicia»).

(«That doctor Villa, is he related to Pancho Villa?»...).

-Anyway, we have many good gardeners. I don't know how and why are they complaining so much.

-Somos hijos de la tierra. Nuestra tradición ha sido la de la tierra. Las plantas, los árboles, las siembras, las cosechas, la luna y el sol regeneradores, productores de vida y de muerte. Ciclos de vida, ciclos culturales, ciclos históricos, ciclos fatalistas. Somos hijos de la tierra, somos jardineros. Ése es el destino. Hasta ellos lo saben, lo intuyen.

(«That doctor Villa talks too much»).

-If they want our jobs...

Junto a la fuente y a los surtidores de agua se veían dedos, manos, pies, piernas, dorsos y torsos albinos implorando al dios sol unos cuantos rayos mansos y reconfortantes. A la hermana agua le agradecían el riego refrigerante que apagara las ardorosas punzadas solares. Muchachos, muchachas, todos estudiantes importados del Este, del Norte, se daban vuelta, giraban en el césped de Aztlán, como lo hicieran dos amantes ayunos de orgasmos cósmicos.

-Levántense, cabrones, y dejen trabajar. No me jodan el zacate.

NEWS BREAK... A group of Chicanos at the University threatened our State Institution with... This is an unspeakable and an un-American act.

-Somos corazones transplantados. Después de dar vida, sangre, y enseñar qué es amor, el cuerpo, el sistema nos rechaza. Este sistema prefiere un robot burocrático, un corazón mecánico, que no sienta compasión.

-El condescender es una debilidad, indigna y retrógrada. La civilización, el progreso significan una superación, un control sobre las flaquezas humanas y animales.

-If these strange elements don't want to adjust to the system, the system should, shall drop them. Like a cancerous tumor they should, shall...

(«That doctor Villa is playing with fire»).

-El departamento de español tiene por objeto y función enseñar el idioma de Cervantes, no el del pueblo, a nuestros estudiantes, para que nuestros estudiantes puedan enseñar, a su vez, la lengua cervantina, no la del pueblo, a los niños de esta sociedad.

Éste era el credo grabado en las mentes, en los boletines, en los pizarrones, y hasta en las paredes de los excusados. Saturación, hasta en la defecación.

(«Pero doctor Jones, si ansina lo oyí de mi agüelita»).

-La lengua española es una destilación, un eslabón ulterior al que llegó la lengua ciceroniana. Por consiguiente, un aristocratismo elitista, una meta plus ultra que nos señala el progreso, y no una retroacción, una retrogradación hacia niveles pueblerinos y vulgares.

(«¡Chinga pues a tu madre, menso baboso!»).

(«Doctor Villa is going to get burnt»).

-We understand you don't have enough students in your graduate level classes. As a matter of fact, the enrollment went down.

Se iban quedando dormidos, después de haber bostezado tres veces. Las sutilezas estelares, las nubes vaporosas y el preciosismo barroco, a fuer de viejo, muerto y anacrónico, despertaban un sopor contagioso en las mentes cansadas de los asistentes. Una atmósfera de aire caliente, como cargada de olores intestinales, respondía en grupo y en masa al olor fétido que salía de la encía parcialmente desdentada del ilustre aborto ciceroniano.

-So, we are considering to discontinue the Spanish Ph. D. Program.

Cinco narices, que servían de columnas a otros tantos espejuelos de culo de botella, apuntaban hacia la cátedra de donde procedían los olores aromáticos de un vejestorio literario sacado de pergaminos ovejunos trashumados, que se encontraron en las salas traseras que servían de mingitorio a bibliotecarios que adolecían de males de vejiga.

-Imposible. Imposible de toda imposibilidad. Ustedes son incapaces de aprender y de dominar la lengua de Cervantes. Son como árboles torcidos. De niños les enseñaron mal. De niños aprendieron mal. Por consiguiente, tienen que olvidar lo que les enseñaron sus madres y aprender lo que les enseñamos nosotros. Y, como ven, esto no es nada fácil.

(-Usted lo ha dicho. Yo lo mamé de mi madre y usted lo chupó de una madrastra. Lo que quiere decir que mi español es legítimo y el suyo ilegítimo. Que viene a ser lo mismo, como diría también Cervantes, que yo soy legítimo y usted es un puto, «hideputa»).

(«Meet me at Johnny's Place tonight, Lázaro...»).

Querido divino Loco:

El otro día te vi turbiamente. No sabía discernir si eras un ángel o un diablo. Quizás un ángel diabólico, quizás un diablo angelical. Cuando te enojaste y acuchillaste a los odres académicos, repletos de seca materia gris. ¡Qué gesto de loco cuerdo! ¡Una idea encarnada o un cuerpo idealizado luchando y desangrando en desigual batalla a un batallón de gigantes malandrines seudoliteratos, literatontos, feos y mocosos! Parecías un Murrieta resucitado, acuchillando a los de la Real y Compañía. ¡Qué lástima que no hubieras estado en el Aztlán moderno! ¿O es que ya estabas aquí, lo hiciste aquí, te enfiebraste aquí, y nosotros estábamos ciegos?

Tu amigo el Loco,

L.

Por esos días el departamento andaba muy nervioso. Se meneaba como si tuviera un chile jalapeño en las entretelas anales. Tenía ganas de eructar, de expresarse, de expresarlo, pero los vapores gastronómicos habían embotado los millares de diminutos nervios que subían hasta la región del cerebelo.

(«¡Setenta estudiantes en la clase de 'Orígenes de la Raza'!»). Cosa inusitada. Si el Libro de Buen Amor siendo, además de pornográfico, clásico, cómo no es capaz de reclutar más de cinco estudiantes. Increíble.

(«Cincuenta estudiantes en la dase de 'El español chicano'»). El curso de «Filología española», después de una centuria de investigaciones y bibliografías abundantes de hombres preclaros, había que clausurarlo. En una sala de cuarenta, solamente estaban ocupadas tres sillas.

(«-Doctor Lázaro Villa, dígale a sus estudiantes que tomen otros cursos graduados de más prestigio nacional»).

-The Department should be a reflection of the American Society. Should be ruled by the Law of Supply and Demand... Close the courses and the Graduate Program.

-No se puede hacer eso. De ninguna manera. Nos quedaríamos en la calle. Tendríamos que vender zapatos en Sears o sacar gasolina de las gasolineras de Texaco. Una solución más inteligente e intelectual consiste en un cambio. Eso es. Un cambio saludable e inteligente. Quizás intelectual. Después de todo, el español de los chicanos puede ser tan importante y científico como el galaico-portugués o el mismo castellano. Además, así empezó el lenguaje cervantino: como una corrupción del latín.

(«-Hay que ser inteligentes, intelectuales y... ¡prácticos!»).

Eso. Prácticos. Pero que no se mencione lo del cheque. Ni menos el asociar la materia intelectual con la materia pigmentaria. Eso no sería intelectual ni digno de las aulas humanísticas, lingüísticas y literarias. Ese asunto pertenece a la Antropología científica y cultural. Quizás a la Fisiología y a la Epidermiología. Nosotros nos ocuparemos de la lengua y de su literatura. Pero lo del cheque ni mencionarlo (¿«Mentarlo»? ¿«Mentada feria»?).

-Quiúbole, carnales (¿batos?). (¿Batos con «b» o vatos con «v»?).

El code-switching es tan interesante e intelectual, por no decir científico, como las desinencias y evoluciones del asturiano o del catalán-provenzal. Es un arte, un genio. ¡Parece increíble que nosotros no lo hubiéramos descubierto antes! Quizás esa dirección, ese camino sea el futuro de la lengua, de la lingüística, de la literatura hispánica. Quizás (De todos modos es el camino del cheque).

(«-You are a toda madre, ése»).

Muy simple. Se pone, se usa una parte en inglés y otra en español, y ya. Muy fácil.

Un rumor se escurrió por los pasillos y las rendijas de las puertas de las oficinas. Pescó incautas las células pituitarias, y las ondas sonoras vibraron en los tambores auriculares filtrándose sutilmente hasta llegar a los registros de la masa grisácea y sesuda. Como animales caninos, por delante de cuyas fosas nasales hubiera pasado el perfume de un hueso rostizado, olfatearon la estela, las ondas mitoteras. El doctor Daniel Gallegher, conocido crítico y filólogo, había visitado las aulas de la corte citadina. Una media hora después, había salido por la puerta giratoria, revestido de una nueva personalidad. Salía recién parido, como si recibiera las aguas purificadoras de la pila bautismal. Dejó detrás el pecado original y se revistió de un nuevo onomástico. Como lo hiciera una novia al contraer nupcias solemnes con un potente y rico joven. Demandó y exigió que todos le llamaran doctor Daniel Gallegos. Después de todo, siendo filólogo, las consecuencias traumáticas que este pequeño detalle pudieran causar en el balance psicológico de su enriquecida alma purificada podría justificarse con creces si se tiene en cuenta la inversión económica de la profanación onomástica.

-He castrated his own self.

-But his job is secured.

-Besides, the Spanish surname is becoming.

-As long as that cheque keeps coming in.

-The end justifies the means.

-And, where is the self-pride?

-Anyway, he is a motherfucker.

-Un aprovechado, un convenienciero, un chaquetero y un lambiscón.

Aun aquellos que no podían cambiar el nombre, ni a cachitos, por no poder hacer fáciles reajustes, como el doctor Horowitz, traían a cuento otras historias y cuentos errantes, como lo de la Diáspora, lo de la Inquisición, lo de los Autos de Fe. Pero en el fondo eran aquello, eso es, aquello. Que si el Lazarillo de Tormes, que si la Madre Celestina, y otras obras y cuentos. Que su raíz era muy honda, muy larga, muy aguileña y jugosa en eso de la cultura y de la lengua («el sefardí también era una especie de caló»), en lo de la opresión («el nazismo, pues»), en lo de la migración («el Éxodo»), y en otras bellezas. En pocas palabras, una historia matusalénica. Se encaramaron por vías y veredas sutiles unas veces, y otras no tan sutiles, como haciendo zancadillas. Olfateaban los escondrijos, las rendijas y hasta las verijas, como comadrejas. También ellos se habían anclado en Aztlán, en tiempos de Oñate. Nativistas, si se quiere, pues en ocasiones se remangaban el brazo y había quien, a escondidas, mostraba la nalga izquierda, quizás después de haberse pintado de antemano la mancha indiana («Y, si no, quién descubrió las vetas de oro, pues»). Y lo de la Atlántida. Esa era la verdadera mina. Había que reescribir la Historia.

Lo dicho. Llegaron los últimos a la vendimia, a la cena. Alzaron el cuello, estiraron el hocico, hincharon la nariz, clavaron el colmillo y, paradójicamente, se aplicaron aquello de que «los últimos seremos los primeros». Cogieron la batuta, estiraron los brazos y, dando unos golpecitos sobre el podium, dijeron: «Let's play Salón México» («Hello Dolly» - «La banda está borracha»).

Ex-estimado y ex-colega:

No escondas la mano después de haber lanzado la piedra. La envidia te come, te carcome y te roe las entrañas. Eres hijo del Destino (Manifiesto): «Apártate o te aplasto». Sembraste cizaña y «a río revuelto, ganancia de pescadores». Agradeces (tradúcelo por 'te aprovechas' de) el fruto literario de los nuestros, porque te proporcionan el pan, pero detestas a los míos y a mi sombra. Eres un asqueroso sadista. Algún día, cuando no tengas víctimas, te harás masoquista. Chao, chingao.

L.

Y ya no se diga lo de los Smithsonianos. Ésos comenzaban a merodear. Venían imbuidos de entusiasmos altísimos, después de sus correrías y peregrinaciones espiritualistas y de sus voluntarísimas migraciones centrípetas. Iban motivados por resortes genealógicos, no de sangre ni de raza, eso ni pensarlo. Sola y simplemente querían reafirmar sus raíces espirituales para poder después aplicar el hombro y aventar al Azteca, al Maya, al Inca, al agua, al mar, a la madre, al «home where you come from». «¿Qué se creen éstos? ¿Que son, que fueron los primeros? Si ya Cristo estuvo aquí antes, nuestro Jefe, nuestro Dios Blanco, claro está. Lo de Quetzalcoatl, pues. Váyanse muy a la ching...», decían. Eso decían. Decían todo esto, pero lo decían con un deje, con un tonillo y con un énfasis medio sureño, al estilo argentino. Claro que se les notaba el rabillo de afectación, pero esto solamente después de pegar el oído muy cerca del colmillo, del paladar y de la lengua, con el gran peligro de oler hamburgers with onions. Hasta hablaban del Lunfardo y, a veces, hasta les salía alguna grosería lingüística en Lunfardo («-El caló del chicano no es nada nuevo, eso llo lla lo ollí en una revelación. Lla mis mallores lo habían ollido y hasta Nuestro Gran Profeta lo olló»). Los Dorados del Profeta se acomodaban. No entraban olfateando por las rendijas y verijas, como los otros, los aguileños, sino por las puertas traseras, y hasta por las delanteras. Con el pecho levantado, con ojos del color del Titicaca, revestidos de pelusa rubicunda y dorada, le dijeron a Moctezuma: «Nuestra genealogía es matusalénica. Tú eres un intruso. Ya lo ha dicho el Gran Profeta: Chao, chingao».

«Nosotros somos la reencarnación de aquellos nombres-hombres que aparecen en las Tablas Doradas. Tenemos dos mil años. Mil quinientos años más que tú, Moctezuma, Caupolicán. Aunque no tenemos la mancha en la nalga, somos más legítimos que tú, Azteca, Inca. Somos dorados, azules, como el Titicaca. Y en cuanto a la lengua, la sé tan bien como tú, Cortés, sor Juana, Juárez. Mejor que tú, Murrieta, Tijerina, Chávez. Yo soy el que soy, y hago lo que hago, y te mando al carajo».

-Pedo, pedo, pedo. Puro pedo. Puro pelado pedo. Puro pelado pedo blanco. Puro... chinga a tu madre.

Dear Chairperson:

Es admirable la gallina, con todo y ser gallina, cuando el gavilán se cierne sobre sus polluelos. Pero cuando la gallina se alía a su enemigo el gavilán para picotear a sus polluelos, ¿qué clase de gallina es? Hay algunos que son más (¿o menos?) gallinas que las mismas gallinas.

Tu abandonado polluelo,

L.

Comenzó el año académico con una cena de gala, a la que seguiría una serie ininterrumpida de banquetes. Que si el sour kraut, que si les crêpes, que si el sukiyaki, que si el chow mein, que si la lasagna. Hasta hubo quien llevara enchiladas mexicanas apócrifas. Sortijas prendidas de tamboriles dedos resonaban huecamente sobre la mesa, deslizándose por el mantel vajillas preñadas de profilácticos manjares. Como largas uñas pintorreadas, quedaban detrás colas perfumadas del oriente y del occidente. Ojos varoniles claveteaban la femenina procesión, con un ojo en la hembra y con otro en el manjar. Bizcos, tuertos, miopes, cataratos. Una serenata estridente salía de los bolsillos, por el choque de monedas y de llaves, de pitos y de maracas encanicadas. Los perfumes y los polen machihembrudos se mezclaban en un humedecido e incoloro jardín de rosas y jazmines. El vaho desprendido de las cuerdas bucales esparcía piropos que caían sobre las pecheras resbaladizas de chicheras en brama. Palmoteaban las manos encarceladas, palmoteaban las chiches enjauladas. Chiches, manos, feria, platos.

Dientes batientes, dedos tiesos, palmas planas, ojos rojos, piernas tiernas. Se cruzaban, se enlazaban, se fundían, se derretían. Mesa multicolora de mantel y de comida. Gran huevo de avestruz de pinguitos decorados. Cristal mágico anunciador de gustos gastronómicos y de previstas prebendas. Cinco, diez, veinte... innumerables garfios prendidos de las palmas de las manos, del cristal y del huevo. A media luz se movían las manos, los dedos, las uñas de rapiña, las narices judaicas. Por encima, por debajo, se comía, se negociaba. Please, danke shön, c'est rien, molto piacere, gracias. La bolsa, la bolsa, la bolsa. Acciones, inversiones, compras y ventas. Por encima y por debajo del mantel y de la mesa. Los platos pasaban, las botellas destilaban, los vasos se estrellaban, los dedos gordos se rozaban. La mesa sobre las piernas, el mantel sobre la mesa, el vino sobre el mantel, sobre el mantel, sobre el mantel. Como sábana manchada de rojo, de vino y de sangre. El vino de la uva, la sangre del huevo, del óvulo, del ovario. Jugos, juegos, jugosos jugos de juegos. Bolsa, mantel, sábana, mesa, cama.

En el otoño apareció en la revista Hispaparlante un artículo titulado «Función y análisis diacrónico y sincrónico del punto de la i de acuerdo a las más recientes teorías post-freudianas». Instantáneamente se divulgó la voz y la fama por todas partes. Aplausos de uñas, dientes y pestañas.

-Doctor Esther Rosenbaum will bring our Department to national attention.

-She sure will.

-She deserves an increase.

-Tenure.

-Promotion.

-Teacher's Award.

-Researcher's Award.

-¡Pobres chiches!

-¡Qué fregaderas se llevaron!

-¡Qué chingaderas se llevarán!

A las pocas semanas, también por el otoño, apareció en la revista Hispaplática otro artículo sobre el mismo tema, pero con diferente perspectiva. Llevaba por título «Fama, ascenso y remuneración concedida por la obscena decapitación de la única i del alfabeto chicano».

-Doctor Lázaro Villa is a disgrace to our Department.

-Now that we were in the way up.

-Now we are in the way down.

-Shame!

-Shame!

-Shame!

-Ascenso.

-¡Promoción!

-¡Lana!

-Let's summon a committee meeting.

-¡Chinguen a su mitotera madre todos los mitoteros meetings!

El edificio tenía forma de cruz. El palo largo y el travesaño. Como cuando eran niños, iban saltando, de brinquito en brinquito, para no pisar en las junturas del linóleo («El que pisa cruz pisa a Jesús, el que pisa raya pisa Medalla»). Llevaban las piernas cejijuntas y los calzones en forma de horquilla cerrada, apretando el fondillo para no dejar regados los humores vespertinos. Como una y-griega se iba bifurcando la procesión bisexual. Exclamaciones, alaridos, vociferaciones y pujidos retumbaban por los pasillos y corredores del crucero albergador de letras, lecturas y literaturas. Fogonazos, temblores y estridencias. Música de mariachi parturiento. Bajos y contrabajos, guitarras y guitarrones, trompetas y requintos, en desacorde pedorro. Carcajadas de nalgas rosadas. Sinfonía de cuerdas anales. Griterío de frijoles desalmados.

-If brown is beautiful, I've just shit a masterpiece.

-El que muy macho se crea, aquí o se caga o se mea.

-Flush it all the way, brother. It's a long way to the cafetería. La revancha de Moctezuma.

Graffiti, diseños y murales cuachudos expresaban impresionísticamente los desentonados acordes barrocos de las letras y de las artes, de la bolsa y de la cama.

-Doctor Villa, ¿por qué no hay TAs chicanos?

En la clase de entrenamiento, del practicum, aparecía la doctora los lunes por la mañana. Caminando hacia la mesa, dejaba prendida hasta la puerta una estela de perfume trashumado, espeso y pegajoso, como cajeta de chiva. Parecía reminiscencia de amoríos finsemaneros. Restos machihembreros, de fetos malogrados, depositados en pegajosos ombligos.

(«-Así se enseña la idioma»).

Al chasquido producido por el dedo cordial contra la palma de la mano, después de haberse desprendido del pulgar, como lo hiciera una bailaora flamenca, apuntaba los dedos de la mano derecha como garfios de bruja dirigidos a los ojos entrecerrados de los asistentes parranderos («Buenos días, clase, buenos días estudiantes. Repitan»). Los movimientos se hacían más rápidos, los chasquidos más frecuentes, y el ritmo más intenso. La atmósfera se volvía más pesada e hipnotizadora. La doctorcita chasquida giraba, se le soltaba la melena, abría los brazos, levantaba la pechuga y le tintineaban las tetas.

(«-Así se enseña la idioma»).

(«-No, así se enseñan las tetas»).

-¡Bah!, porque así no les enseñaron la idioma sus madres.

-El idioma, doctora, el idioma. Y no mencione a la madre, ¿eh?

Entre los veinte, se hallaban tres del otro lado del trópico, descendientes de Caupolicán. Tenían que asistir los lunes por la mañana. Un chiscar de dedos, de castañuelas y de tetas. Todos los lunes, todos los dedos, todas las tetas.

(«-Así se enseña la idioma, la lengua»).

(-Así se aprende a mamar).

(-Y mamando se aprende la lengua).

(-No, mamando se prende la lengua).

(-No, es la lengua la que se prende de la teta).

(-No, es el cuerpo el que se aprehende).

(-No, que es la lengua la que se aprende con la aprehensión del cuerpo).

(-No, que es la lengua la que se aprende con la lengua prendida de la teta).

(-¡Joder!).

(-Eso es lo que yo le quisiera hacer).

La doctorcilla gringa había perdido el control. Como si se le hubiera estallado un resorte al robot lingüístico, gesticuló absurdamente. No estaba programada para el reflexivo ni para las sutiles distinciones semánticas del espontáneo multílogo. La robot estaba acostumbrada, entrenada, programada al gesto, a la gestación, a la gesticulación, a la tetaría, a la tetalería, a la teatralería putativa y computadoresca. Era imposible.

(-Ustedes nunca podrán ser buenos maestros y profesores de la idioma española en esta sociedad avanzada).

(-Hasta las computadoras son unas putas).

(-Es que las computadoras se sienten superiores y racistas).

(-Otra vez con la jodienda).

(-Ya no jodan a la jodida judía).

Al año siguiente, ni chicanos ni sureños.

-Doctor Lázaro Villa, ¿por qué no nos quieren de TAs?

-Porque tampoco nos quieren de Profesores.

El fuego, cuanto más lejos más hermoso. El tigre cuanto más fiero y enjaulado más bello. Aquel día de marzo primaveral se celebró un festival literario. En la mesa redonda se trató de las literaturas tercermundistas y chicanistas. El teatro secundó el tema, lo desarrolló y lo humanizó. Es imposible comprender cómo una cosa tan bella fuera tan grotesca. El arte es atemporal, debiera de ser atemporal (Pero...). Érase un hombre a una nariz pegado..., Los siete infantes de Lara eran, ante los ojos fisgones del público crítico, bellos. Arte bello, por ser lejano, por no herir conciencias, por estar enjaulado. Yo soy Joaquín, Vietnam Campesino, era, por ser cercanos, algo grotesco, repugnante, indecoroso.

-Horrible.

-Unspeakable.

-After receiving them in our bosom.

-They behave like illegitimates.

Como gusanos carnívoros royendo un cuerpo sano, robusto, que, por sano y por robusto, comenzaba a despedir olores putrefactos de cadáveres empachados. Gusanos creados por la misma robustez saludable y cadavérica. Gusanos..., como una solitaria que crece y crece y carcome y roe a un avaro niño dorado que sale del útero echando gritos a mansalva. Un niño que se come la uva que le pertenece al gusano que lo deja famélico que reclama lo suyo en la barriga, en la entraña, en la tripa. El jugo, el zumo, el vino convertido en sangre dorada, que circula por las venas doradas hasta el corazón dorado. La solitaria sigue, lo persigue migratoriamente por la entraña, por la tripa, por la vena, en el corazón. El niño dorado bebe, derrama, fumiga pesticida antigusánica. El gusano, la solitaria, la lombriz comunitaria se cubre, se tapa, se cobija con la sombrilla cartilaginosa de la vena, de la tripa, del menudo. Chupa, bebe, devora lentamente la robustez creada por la uva, por la uva, por la uva. Come, carcome, roe, corroe lentamente, lentamente vive de la vida del que chupa la vida. Ciclo vital, de vida mortal, de muerte vital. Como el tigre, como el fuego que sube, se alimenta, se nutre mortalmente de la materia, de la madera, de la madre viva que chupó el jugo, la savia de la tierra prohibida, de la tierra robada, de la tierra de falsa promisión, de un Edén prohibido, de un Edén aztlánico. Tigre, fuego, lombriz, sanguijuela, madera, uva, sangre, gusano, solitaria, niño dorado.

(-Grosse, grotesque).

(-This is not our art. It can't be).

(Dante, La Danza de la Muerte... «These people knew how to write, how to present reality, how to express their beliefs»).

(-This is a shame. They put us to shame. Our home is not...).

(-Porque aquello será lejano. Esto fue cercano).

(-El arte es atemporal. El arte no es subjetivo).

(-El arte es vida. El arte no es muerte).

«It must die, we have to let it die, force it to die». «Todo lo que no nos pertenece, tenemos que dejarlo morir», se decían. Ésta es la ley. La ley de nuestro pasado, de nuestra tradición, la ley de la vida. «¿Qué pudiéramos hacer con un dinosaurio vivo?», se preguntaban. Comería por todos juntos, se los comería a todos, nos comería a todos. No sería posible un zoológico. Fue necesario que muriera, que se convirtiera en fósil, para desenterrarlo, para estudiarlo mansamente, de acuerdo a nuestros métodos, a nuestra tecnología, a nuestra manera de ver las cosas. El descubrimiento de una cosa desaparecida es un gran evento. Hasta se diría que tiene su encanto. «Lo lejano es hermoso, como el tigre», se decían. Los griegos tuvieron que morir, desaparecer, para que los romanos pudieran justificar su existencia. Tuvieron que someterlos, apropiarlos, filtrarlos, para poder desarrollar su cultura. Nosotros tuvimos, tenemos que supeditar todo, a todos, para levantarnos sobre pedestales. Tenemos que apropiarnos lo que encontramos. «Transformarlo, filtrarlo, consumirlo», se decían.

Los mamíferos, las mamíferas pacen para hinchar las glándulas mamales, las ubres, para que el corderito, el becerrito le dé a la cola placenteramente, le topetee con el hocico el odre del jugo lácteo. El ente superior, el dueño que pastorea, le extrae con mangueras desinfectadas, enchufadas en los pezones, el líquido becerril que se escurre, recorre tecnológicos intestinos, tripas plásticas, pasteurizando desconfiadamente lo que mansamente, amorosamente maman de su madre el becerrito, el corderito, el chicanito.

Your Spanish is corrupted. 'Mocho, Pocho'»).

«You're not to speak Spanish in school grounds. Your parents should not speak Spanish to you. Not their brand, anyway. In order to retrace it, in order to straighten it, in order to study it, it must die», decían las generaciones de pedagogos ilustrados. Y los del presente, ilustrados también, esclavizaban, como redentores, a una docena de futuros frustrados sabihondos. Les decía el claro y preclaro catedrático: «Tú, investiga la naturaleza y derivación diacrónica de la x y de la j. Tú, la de la y la de la ll. Tú, el pretérito de traer. Tú, el subjuntivo de ser. Tú, y tú, y tú, y tú...». Treinta páginas por cinco estudiantes, ciento cincuenta páginas de estudios de fenómenos fosilizados y defecados de la difunta fabla chicana. Un libro científico, documentado, fidedigno y publicado por la McMillan & Co. se distribuía por bibliotecas y aulas produciendo un rédito dividido entre casas publicitarias y autores cejijuntos como bandada de carnívoros zopilotes grisáceos sabihondos sobre proteínas vivificadoras. Como médicos cirujanos que colectan sobre autopsias. Abogados de prometedoras causas perdidas. Sacerdotes de responsos y misas enlutadas. «El lenguaje chicano vale como objeto de excavación antropológica, no como vehículo viviente». Era un virus que, después de muerto, había que resucitarlo con máscara y guantes profilácticos.

-Doctor Lázaro Villa, ¡qué humillación!

-Carnales míos, algún día sus hijos afilarán sus picos de zopilotes hambrientos. ¡Ésta es mi profecía!

-El Dr. Lázaro Villa se quemó. He got fired!.

«Taxas, taxas, taxas». Los japoneses no pagan taxas. Los chinos no pagan taxas. Los rusos no pagan taxas. Los franceses no pagan taxas. Los portugueses no pagan taxas. Los italianos no pagan taxas. Los zionistas no pagan taxas. Los árabes no pagan taxas. Aunque algunos tienen muchos bancos y pozos petroleros. Por eso y sólo por eso, ¡qué joder! Pero nosotros que pagamos taxas, nosotros y los indios que pagamos taxas, nada, nada, nada. Tierra, tierra, tierra, estamos en nuestra tierra y nada. Los otros están lejos, muy lejos, lejísimos, y ellos sí. Pero nosotros que estamos en nuestra casa, en nuestra tierra, en nuestras taxas, nada, nada, nada. Casa, tierra, taxas, nadanadanada. Nada. Nadamos en mierda.

-¡Es que no nos quieren, doctor Villa!

-¡Que chinguen a su marrana madre!

-¡Amén!

-¡Adiós, doctor Villa!

Dear President:

Es digno de admirar el valor y la rectitud, como motores que hicieron categórica su determinación. El salvaguardo de «law & order», las razones máximas, la autoridad suprema y el origen de toda moralidad. «La loi c'est moi». «Principium et finis media iustificant». «Cualquier manifestación reaccionaria, por muy sana y justa que sea, que vaya contra el supremo principio y fin, por muy injustos que sean, no puede tolerarse». Así que, retácate el principio por el fin, o lo que es lo mismo, la trompa por el ano.

L.

El excusado del parque San Lázaro ya no servía para nada. Entiéndase, no servía para hacer del excusado. Solamente lo hacían aquellos chamacos que jugaban al béisbol que, olvidados de las necesidades impuestas por la naturaleza y, no pudiendo aguantar más, orinaban fuera del cazo. También lo usaba algún viejo, como don Filomeno, que, con su six-pack matutino, sobrecargaba sus envejecidos riñones. Y no faltaba algún malcriado que, después de pasados los burritos de chile verde, dibujaba con un dedo en la pared un «con safos» o un schwastika, que para el caso es lo mismo. El excusado de las mujeres estaba en mejores condiciones, quizás por ser ellas más cuidadosas, quizás por no ser tan frecuentado, quizás por no confiar en la plebe. Y no podía culpárselas a ellas, porque se exponían a que los chamacones y los viejos raboverdes les vieran las nalgas por los muchos agujeros que ellos mismos habían hecho en la pared, que parecía un colador.

Una vez aparecieron las nalgas de una mujer pintadas en una de las paredes, con la inscripción: «Estos cuadriles son los de Rosa Ana». Como había dos muchachonas del mismo nombre, ninguna se dio por enterada. Pero Horacio San Simón, a quien le gustaba el argüende, descubrió y afirmó que las tales nalgas eran las de Rosa Ana Valdez, porque las de Rosa Ana Gómez eran muy flacas y no correspondían al dibujo. La pintura, como era de esperarse, carecía de firma. Pero fue el mismo Horacio San Simón quien sopló que «el único artista en el barrio era Jacinto Cuadrado», especialista en nalgatorios. Los hermanos de Rosa Ana Valdez se encargaron de recobrar el honor perdido de su hermana Rosa Ana. Por algún tiempo el pintor caminaba con dificultad y, cuando se sentaba, lo hacía muy despacio y cuidadosamente. Aunque él decía que sufría de almorranas, los del barrio sabían que la razón era otra.

Los fines de semana el parque San Lázaro cobraba vida. Mientras los borrachines se curaban de las crudas, los chamacones jugaban al béisbol. Los White Caps retaban a los Brown Caps. El catcher de los White Caps lanzó la pelota con tanta fuerza que el short-stop de los Brown Caps ni la alcanzó a ver. Fue la pelota a pegarle entre las piernas dormidas de el Mayate. El viejo visionario se incorporó como si le hubiera picado un alacrán. «Jijo 'e tu empelotada madre», se limitó a decirle al outfielder que se encontraba más cerca.

-Viejo chismoso, ¿por qué se queja? -le preguntó el pelotero.

-Eso, ¿por qué se queja? -secundó otro viejo desde un banco.

-Porque me estrellaron los huevos, por eso me quejo.

-Pues, ¿quién le manda tener las piernas abiertas?

-Me gusta más así, estar con ellas al sol.

-Es que tiene mal de gota y tiene que asolearlo.

-Porque siempre está encaramado en las call-girls.

-En tu madre, cabrón.

-No la tengo. Yo no nací de madre.

-En tu abuela, entonces.

-Ya Dios la tiene en su gloria.

-En tu vieja, pues.

-Mi vieja me es fiel.

-En tu hija.

-Mi hija es virgen.

-Hasta el año pasado.

-Si ya lo tienes pachiche, viejo pringoso.

-Ven y tiéntamelo.

-Me dan asco los blanquillos estrellados.

-Lo que pasa es que eres un puto joto.

-Mister Smith, when are you going to teach us about our history?

-What do you mean? What have I been doing up to now?

-Teaching your history.

-Oh!... Look, your history is our history. That's all.

-And what happened before 1848?

-That? That is pre-history.

Mis bisabuelos, mis abuelos son prehistoria. Si yo conocí a mi bisabuelo y a mi agüelito. Me agarraba en sus piernas y me hacía cosquillas. Una vez hasta me dio cerveza cuando estaba mirando un juego de béisbol. Me contaba cuentos. Me hablaba de la Llorona, de Pancho Villa y de otras muchas cosas. Que no había ido a la escuela, pero que sabía mucho. Le había ganado a los gringos. Muy chingón que era. Que a lo mejor y éramos parientes. «¿Qué es prehistoria?», le preguntaba a su abuelito. Él no había ido a la escuela, pero creía que era «aquello anterior a la historia, aquello de que uno no se acuerda y no sabe. Eso es pre-historia, hijo». Yo recuerdo a mi agüelito y sé muchas cosas que me contó él. Sé que tenía ranchos que su agüelito le había dejado, y que ahora no tenemos. Sé que se pelió con aquel cowboy y que lo metieron en la pinta, porque no quería dejar sus tierras. Porque le dio en la madre a aquel que diz que era licenciado. Por esas y otras cosas fue mi agüelito a la prisión. Y eso es «prehistoria». Si esas cosas me las contaba él, a las noches, en el porche, cuando hacía calor en casa, en los veranos. Si yo todavía me acuerdo. Cuando matábamos los zancudos que venían de la acequia a picarnos. Cuando oíamos a la Llorona que pasaba por juntito al otro lado de la acequia, vestida de negro en las noches oscuras. En las noches de luna iba de blanco y se la veía, a veces, inclinada sobre la agua buscando dizque a sus hijitos en el fondo de la agua, pero que sólo veía sus huesudas manos y su cara de muerto. También me acuerdo de cuando mi agüelito me llevaba dormido a la cama, y me daba un beso por la noche. «¡Prehistoria!». Pero no me acuerdo bien de lo que pasó antes de 1848. Mi agüelito sabía más, pero ya no podía distinguir muy bien. Con las verdades le contaban muchas mentiras. Estaba muy confuso el pobrecito. Además, ya era viejito. Me decía que ya se le iba la memoria, por viejo, pero yo sabía que porque le metían muchas cosas en la cabeza. Lo sabía yo, porque en veces él las decía sin darse cuenta. Como si estuviera todo confuso. Por eso quería yo saber qué había pasado antes de 1848. Porque las cosas no desaparecen así nomás, porque sí. Por eso le preguntaba yo a mister Smith. Que me contara lo que decían los libros de los años anteriores a 1848. No nomás lo que decían los libros en inglés, sino también lo que decían los libros en español. Eso sí, bien pudiera ser que mister Smith no supiera español, no supiera leer la lengua de mi agüelito. Bien pudiera ser.

Querido Demóstenes:

¡Qué linda es la palabra cuando se escoge, se pule y se le da brillo! Se hace diáfana y transparente a la luz, se hace virginal. Un párrafo es un coro de vírgenes. Pero cuando esa palabra, esas palabras, esas oratorias salen de una boca y de una mente podrida, las vírgenes jieden a verijas de puta.

L.

Pasó el viejo Aleluya con su Biblia debajo del brazo. Iba atisbando a cada leproso y desprendiendo de sus ojos rayos apocalípticos. Unos estaban acostados sobre el zacate, otros sentados en bancos y uno estaba encaramado en un árbol, por miedo a los perros. El apocalíptico se quedó de pie en lo que parecía ser el centro geométrico. Abrió el libro sagrado y, haciendo que leía, descargó un sermón a los presentes:

-Ustedes están todos condenados. El fin del mundo se aproxima y no tendrán tiempo de recibir al Señor en sus corazones. Dios Jeová me envió a mí, el hermano profeta Samuel Santamaría, para que se lo dijera. Este parque es peor que Sodoma y Gomorra. Ustedes son unos borrachines, sodomitas, adúlteros, drogadictos y apóstatas. Me malicio también que hay, entre ustedes, algún maricón o joto. La palabra de Dios está clara. La tengo en mis manos. Ustedes sufrirán los tormentos más tormentosos que se encuentran en los infiernos. Vinagre para su grosero paladar, chiches deslechadas para sus asquerosas manos y bocas, diarreas ajalapeñadas para sus culos y panochas agonorreadas para sus...

-Para tus huevos, cabrón -concluyó uno de los espectadores.

-¿Qué te traes, viejo culandero? -añadió otro de los presentes.

-Si ya te conocemos, perro faldero.

-¿Quesque estuvites en el Watergate tú también, Preacher?

-No, debe de venir del FBI o del CIA.

-De donde viene es de la casa de la Güera. Lo vide yo la semana pasada, con una mano en la Biblia y con la otra metiéndole el pito.

-No, si lo que debiera hacer es ir a predicarle a la alcaldesa para que arregle el parque.

-Y si no te hace caso, Profeta, cógetela.

-Está muy correosa la puta vieja.

-Y tú ¿cómo lo sabes, Casimirón?

-No hay más que mirarle a la cara.

-¿La vites?

-En la televisión, con un tic muy feo.

-Es que ustedes están empedernidos. No hay remedio. Como les dije, son unos malhechores y Jeová les enviará a los tormentos más tormentosos de un infierno preparado para crudos y putos, como ustedes.

-Lávate el hocico, viejo apestoso -le dijo Casimirón.

-Vete de aquí, o te dejo caer un cerote -amenazó el Chango desde el árbol.

-Quema ese libro y agarra un martillo -le arengó el Comunista.

-Y si no tienes huevos para tanto, mejor vete a joder a la alcaldesa.

-Pero si ya te dije, Casimirón, que esa vieja puta está muy correosa y pachiche -le recordó el Chango desde el árbol.

-Y tú, Casimirón, eres el peor de todos. Cuando llegues al infierno te sacarán el ojo tuerto ese de cristal que tienes y te lo rellenarán de excremento humano jotudo para que ya no puedas ver más a las viejas encueradas.

-Pero si yo miro con el otro y no con el de cristal, menso.

-No me llames menso, Casimirón.

-Pos entonces, baboso.

-Tampoco eso, Casimirón.

-Luego, mocoso.

-Eres un cabrón, Casimirón.

-Y tú un puto.

-Y tú un maricón.

-Chinga a tu madre, Preacher.

-Ya chingué a la tuya, y no me quedan juerzas.

-Jijo 'e tu ching...

El del árbol cumplió lo prometido, y el hermano Samuel Santamaría se alejó de la bola de gente con la mano sobre la cabeza, como tapando una cagada de pájaro.

-Mister Smith, what happened to our people after 1848?

-I don't think you would like to know.

-Why?

-Well, you see. It all started this way. Mexico did not want to share...

Y después que sólo servíamos para cotton pickers, para la uva, para el cobre, para los traques, para la basura, para... basura, basura, basura. Las uvas del padre Serra, del padre Kino, del padre... Que las habían traído de México, que procedían de las Españas, y de más allá... Eso me decía mi agüelito, que no sabía leer, pero que se lo habían dicho alguien que lo había leído en un libro de español. («Mister Smith...». «Well...»). Pero es que los canales los habían ingeniado el padre Serra, el padre Kino, el padre..., aunque diz que los primos ya los tenían aquí también. Por eso se veían tan chulas las uvas, las tierras. Las tierras... («basura, basura, basura»). Se perdieron («Mister Smith...». «Well...»). «They were lost... and acquired». Mi agüelito estaba muy confundido. Es que mister Smith no sabía leer libros en español («basurabasurabasura»). Antes, las tierras nos pertenecían. Ahora pertenecemos a las tierras. Ahora la tierra, la madre, nos la quitaron, ya no es nuestra, estamos deshonrados, desmadrados. Nos cortaron el ombligo que nos tenía prendidos vivos de la tierra, a la tierra («basurabasurabasura»). La tierra es basura. Es lo mismo, decía mi agüelito. Ahora, desde 1848, se convirtió todo en basura, en basuras, en callejones, en alleys, en donde andan las trocas de la ciudad, llenas de basura, como colmenas de miel en donde se juntan las moscas. Eso es, moscas. Los basureros, los recolectores, los chicanos, pues, se acercan, rodean a esta troca-robot, como moscas apetitosas. Meten los hocicos como ratas en esos cubos de basura, sobras de cena putrefacta, de huesos roídos, de botes de coors, de naptkins con lipsticks y babas de besos sifilíticos, de pañales y zapetas meadas, de...

Un viejo, privado de Welfare, recoge sobras bajo la tenue luz del alba matutina, mientras las sienes de festejantes licorinos forcejean por reventar las paredes del cráneo. Inclinado sobre el bote de la basura trata de alcanzar medio T-bone al mismo tiempo que la ex-señorita encorvada fuerza una basca sobre la taza en donde suelen reposar sonrosados y proteicos nalgatorios. En el centro del callejón dos perros culijuntos representan la escena que todavía la noche anterior habían representado los hijos de Baco y de Dionisio, del Banco y de la Bolsa. Y don Pánfilo, al que le negaron el Welfare, sigue con su hocico olfateando los desperdicios y los excrementos humanos y perrunos.

-Tío, y ¿por qué...?

-¿Por qué, qué?

-¿Por qué...? Nada.

Su tío lo había llevado, con mucho orgullo de «ingeniero sanitario», un sábado de Chrismas por los jardines callejeros y matutinos, llenos de relucientes papeles de regalos y ramas de arbolitos navideños.

Los clientes del parque San Lázaro estaban ese día un poco molestos porque el Mayate no le quería bajar el volumen a su transistor. Era la hora del programa «El Pueblo Opina», a cargo del locutor Juan «el Deslenguado» Tirado.

«Buenas tardes, buenas tardes, estimados radioescuchas. Aquí les habla su amigo, su amigo de siempre, Juan Tirado. Llamen a la KKDG y expresen sus ideas libremente, pues estamos en un país libre. Expongan sus males, sus angustias, sus quejas y todo lo que ustedes quieran compartir con el resto de la Raza, de la gente, de la plebe, pues».

(-Cállate la boca, «Deslenguado»).

(-Bájale la voz a ese pelao, Mayate).

(-No, que la suba, que yo quiero oír el mitote que se trae la Raza).

(-Que la suba, pues).

-Mister Smith, was George Washington a bandit?

-Lázaro, you have a twisted mind.

-It is because my father likes Pancho Villa.

Pancho Villa «was a bandit...». A mi agüelito se le ponía el bigote chino cuando oía esto. Sólo lo oí así, «bandit», porque en español nunca había ido decir que Villa fuera un «bandido». No, eso nunca. Lo que sí era chistoso era ver los ojos de mister Smith cuando le dije yo que mi papá (y mi agüelito) decían que George Washington era un «bandido», así en español, porque en inglés «bandit» nunca lo habían dicho de George Washington, a no ser que lo dijeran los del otro lado del mar, los de Inglaterra. Después de todo, se levantó contra ellos. Y, claro está, todos los que se levantan, se alzan, se rebelan contra la autoridad, la injusticia, son «bandits», «bandidos», eso en todas las lenguas, pero no en todas, desde todas, bajo todas las maneras de ver. Eso no. Porque, no cabe duda, como decía mi agüelito, y mi papá, que «Jorge Guasintón fue un bandido para el inglés». Eso decía mi agüelito, que no sabía leer (y mi 'pá) y debían de tener razón. Por eso mister Smith había abierto tamaños ojos, como si hubiera visto una visión, una luz, como si hubiera salido de la oscuridad. Como si hubiera recibido una sorpresa, pues. Es que mister Smith no había leído libros en español. No sabía español. No podía leer el libro que guardaba mi agüelito en su mesita de su pieza. Pero yo andaba un poco preocupado por aquello de que «you have a twisted mind, Lázaro», que me dijo mister Smith. Se lo dije a mi agüelito y me aconsejó que no parara mientes en ello, que no le hiciera caso, aunque mi agüelito no sabía ni entendía muy bien el inglés. Yo no sabía qué hacer. Me encontraba así, como si estuviera entre dos paredes, muy pesadas y gruesas, como si fueran a caer sobre mi cabeza y me reventaran los sesos. Me dolía la sien de tanto pensar a veces. Quizás por eso también me decía mi agüelito que no hiciera caso.

«A ver, a ver, no se hagan. Llamen a la KKDG y expresen sus libres ideas libremente. No dejen que corra el tiempo. A ver...».

-Hello, hello. Diga. Señorita Paloma Garza.

-Buenas tardes, don Juan.

-Buenas, pero... ¡ay caray!, pero eso de don Juan como... como que no me cae muy bien.

(-Cabrón, te dieron en la pata coja).

(-Ja, ja, pos sí).

-Y ¿por qué no, don Juan?

-Porque yo no soy..., cómo le diré..., porque yo no soy así... tan faldero que digamos.

(-Ándale, como si no supiéramos que le dites unas sobaditas a la Güera).

(-Tiene razón, él es medio maricón).

-Perdone, don Juan. Yo no sabía eso.

-Perdonada. Bueno, dígame: ¿usted es... señora o señorita?

-¡Cómo que señora o señorita!

-Quiero decir que si está casada o si es soltera.

-Ah, bueno, así sí se entiende uno mejor. Pos le diré que estuve casada, pero ahora ya soy señorita otra vez.

-¡Ah, chihuahua! Oiga, señor...ita Paloma, ahora sí que se está poniendo pelona la cosa, ¿no cree?

-Perdone, don Juan, y no insulte. Yo ni soy pelona ni pelada, como algunas de mis amigas.

-Mire, señorita, aunque yo mantengo y sostengo que en mi chow se expresen las «ideas» libremente, no dije que se hable de las «personas» libremente.

-Y qué, ¿no es la misma cosa?

-No, señorita Paloma, no. Dejémoslo mejor así, y ya.

(-No le cortes, bruto).

(-Ahora que se estaba poniendo suave la cosa).

(-Ustedes son más mitoteros que ella).

-A ver, señorita Paloma, ¿qué opinión quiere compartir usted?

-Yo, don faldero, digo, y dispense, don Juan, quiero hacerle una pregunta a usted, una pregunta sobre un tema social.

-Yo no soy «faldero», pero usted dirá.

-Usted sabe muy bien, don Juan, que en este barrio, en esta ciudad, hay muchas putas. ¿Que no?

-Pues... no sé decirle muy... bien.

-No se haga, no se haga, don Juan. Usté lo sabe muy bien.

-¡Ay, caray!, pues sí, pero... creo que hay que seleccionar las...

-No, si ya están seleccionadas. Unas son putas y otras no.

-Pues sí, pero digo que hay que seleccionar las palabras.

-¿Cómo, pues?

-Pues..., en lugar de llamarlas por su nombre verdadero, como usted las llama, ¿no cree usted que sería mejor llamarlas «niñas en llamada», «mujeres de la calle», «casas de infamia», etc.?

(-¿Qué se trae ese baboso?)

(-Pos que le gusta usar palabras rasuradas).

(-Sus sobacos).

(-Maricón, pues).

(-Cállense el hocico y dejen oír).

-No.

-¿Por qué no, señorita?

-Porque la gente, nosotros, pues, las llamamos putas o pirujas, y ya.

-Amén.

(-¿Y eso?).

(-Pos sabe).

(-Estará rezando).

(-¿Ese faldero?).

(-Que no es faldero, mano, que es un maricón).

(-Amén).

(-¡Joder!).

-Mister Smith, is it true that the Pilgrims took the turkey away from the Indians?

-No. They sat down and shared the turkey with the them.

-Oh! I've got it all wrong.

-You sure did. But not from me.

-I sure didn't.

Ya desde el primer año de la Primaria tuve que pintar el «turkey» con el «gobble, gobble, gobble», y todo. Tuvimos que pintar a los gringuitos con su sombrero de plumas y a los inditos con su sombrero de Peregrinos o Quakers. Se veían muy chistosos, sobre todo cuando jugaban juntos y todos tenían que hablar inglés. Es que por allí, por Boston, siempre se habló inglés, los gringos y los inditos, todos. Además, aquellos inditos de aquellos tiempos eran muy inteligentes y eran bilingües. Eran muy abusaos. Se aventaban, pues. Aunque también fueron aventados... de sus tierras, claro está.

Lo chistoso era cuando tuvimos que dibujar en los «coloring books» la cena o comida de Thanksgiving. Se sentaron toditos los niños, como si fueran amigables y felices. Todo iba bien, hasta que tuvimos que pintar los colores del color del «turkey». Casi todos los estudiantes le preguntaron a la maestra que qué colores debían usar. Ella nos decía pues «red, white and blue», qué otros. Después nos sentamos a comer en la cafetería, que estaba en los «woods». Se había acabado la «white meat», ya no quedaba más que de la «dark meat». Que los gringuitos ya no querían de la «dark meat», que lo de más acá y que lo de más allá. Bueno, hubo un rejuego. La maestra no sabía cómo aplacarlos, ni qué aconsejarles. Los inditos se echaron sobre los platos de los gringuitos para quitarles la «white meat» y los gringuitos, que no estaban acostumbrados a ver ni a gustar de la «dark meat», se agüitaron de a madre. Todo fue un relajo. Se tiraron del moco. Desde entonces diz que ya no se llevaron bien los indios y los peregrinos. Hasta hoy día. Así quedó la cosa. Hasta los hombres y las mujeres se pelearon por las «meats».

Cuenta la historia o la leyenda que un peregrino, que había llegado tarde a la cena, porque andaba buscando leña para el fuego, cuando llegó encontró solamente un zanco de «dark meat». A pesar de que era un zanco, gordito, jugoso y sexy y todo, no se atrevió, no le entró, diz que porque no estaba acostumbrado a esas cosas. Prefería mejor quedarse en ayunas, como en cuaresma, una cuaresma matrimonial, que prefería eso a probar la «dark meat». Casi prefería masturbarse. Es que no todos habían traído peregrinas. Pero así era la cosa. Quizás también se abstuviera por fuerza de voluntad. Después de todo se habían escapado de la vieja Inglaterra y venido a la nueva, por asuntos religiosos, morales y todo ese relajo. Eso le ayudaba a abstenerse de la «dark meat», y hasta a detestarla. Así era la cosa.

La cosa es que ese día en la escuela fue un día de relajo para todos, y de confusión para mí. El problema de mister Smith, de que si los Peregrinos «took away» o «shared» el guajolote con los indios no se me quedó tan gravado en la mente. Fue la pelea por la «white meat» y la desgana por la «dark meat» lo que se me grabó más.

«Buenas tardes, buenas tardes. Aquí Juan Tirado otra vez con ustedes en su programa favorito 'El Pueblo Opina', en la KKDG, la única estación de radio en español, de la gente para la gente. Llamen y expongan sus ideas».

-Bueno, sí, diga.

-Soy el señor Castillo, aunque la gente, mis amigos, me llaman «el Arrimao».

-Bien, señor Castillo, y...

-No, puede llamarme «el Arrimao», con confianza, no le hace. Yo no me ofendo, porque para mí vale tanto o más el bautizo que le da a uno el pueblo como el nombre que le ponen a uno cuando el padrecito le avienta al chamaco con el agua en la cabeza.

-Está bien, señor Arrimado, y ¿cuál es su opinión?

-Yo no tengo opinión. Yo sólo veo lo que veo.

-Y ¿qué es lo que ve usted?

-Muchas cosas.

-Díganos alguna.

-¿Por qué hay tanto hombre huevón que está prendido del Salvation Army, como un torito de las chiches de la vaca, y que van a dormir al Light House y se la pasan el día tirados al sol en el parque?

(-¡Ah, cabrón! Este bato ruco nos la está tirando a nosotros).

(-¡Quién, quién, que lo desmadro!).

(-¡Destápate la oreja, menso, y escucha!).

-Pues no sabría decirle con seguridad, señor Arrimado. Quizás porque no encuentran trabajo, o porque no pueden ya trabajar. Quizás estén jubilados.

(-¡Ese, bato!).

(-Simón, yo le entré a todo. Yo no soy huevón).

(-Chale, yo ya tengo el lomo doblado).

(-Nel. Yo no trabajo pa' patrones sanguijuelas. Que le chupen la sangre a su agüela, pero la mía no).

-No se haga, señor Tirao, no se haga. Usté sabe muy bien que en este país hay oportunidá para todos aquellos que quieran trabajar.

-Y usted, ¿pudiera decirme por qué el pueblo le llama a usted «el Arrimao»?

-Y, ¿por qué le llaman a usted Tirado?

(-¡Ay, fregados! Se van a tirar del moco).

(-Por eso me gusta a mí este chow).

(-¡Cállate, Casimirón!).

(-¡Shut up, Chango!).

-A mí, porque así parieron a mi padre y a mi abuelo.

-¿Pecado original?

-No, pecado sexual.

-Y, a usted, ¿por qué le pusieron el Arrimado?

-Porque diz que me arrimé a mi esposa.

-¿Al cuerpo o al dinero de su esposa?

-It's none of your damn business. Bye.

-Pecado social, queridos radioescuchas, pecado social.

(-Pecado capital, camaradas, pecado capital).

(-¿Qué te traes tú, Comunista?).

(-Pues que es pecado del capital, del Capitalismo. Del patrón, pues).

-Mister Smith, why is it that the Indians are in reservations?

-Because they don't know how to drink. They become wild and they have the urge to auto-annihilate, to kill themselves.

El jaguar estaba extendido a lo largo de la jaula. Parecía una de esas pieles que adornan los living-rooms de los famosos cowboys o safaris. Con una oreja trataba mansamente de espantar una mosca que se le había posado para chuparle una lagaña. Serenamente se dio la vuelta y continuó el sueño. Soñó en su pasado, como lo había hecho toda su vida, y como lo había hecho su padre. Soñaba despierto, aunque entornaba los ojos. Tenía sueños irreales. Soñaba que estaba soñando. Estaba confuso, le dolía la cabeza y se la rascaba con la pezuña. La mosca se escapaba, pero volvía impertinentemente, como una pesadilla. Le zumbaba el recuerdo de lo que sus antepasados le habían dicho que hacía cuando tenían energía. Se imaginaba corriendo, bravo y joven por el llano, el desierto y las montañas, como terrible rey de la naturaleza. Retorcía el cuello, levantaba la garra y enseñaba el colmillo. Los otros de su reino le temían y entonces se inflaba el pecho de orgullo, como un Cochise.

Un safari, con pantalón de mezclilla, sombrero de paja y botas con espuela, le apuntó el caño de su winchester. Le disparó un somnífero que se le clavó en el anca, como una inyección a un muchacho hiperactivo, y se quedó dormido. Vio vidriosamente que sus pestañas caídas dibujaban barras de hierro verticales y cruzadas en forma de tela metálica. La tina del agua le devolvía la imagen. No sabía distinguir si gallo o gallina. Se inclinó a que más bien sería gallo. Pero la diminuta cresta estaba caída. Levantó el ala y notó que en el costado tenía una cicatriz que había abierto un bisturí veterinaico. Ahondó en el pensamiento y recordó olores clorofórmicos. Estiró el ala, la abanicó ante una pollita, pero la gallina no sintió emoción. Sacudió la cabeza de coraje, y despertó. La mosca le seguía chupando la lagaña. Se levantó tímidamente y se acercó al barril de la cerveza. Otros jaguares mansos se tendían por el suelo, como midiendo la largura y la anchura de sus futuros nichos. Después de dar un sorbo, estiró el cuello y, sacando aire del fondo de los intoxicados pulmones, gritó: «¡Viva Gerónimo, jijos de su emplumada madre!». Giró dos veces sin estirar ala, y cayó al suelo. La tela metálica seguía de pie.

-Papá, ¿es cierto que los indios no saben beber y se vuelven furiosos y locos?

-Beben para olvidar, mijo. Para matar las penas, para poder llevar las humillaciones, para matar la vida.

-Y ¿de dónde sacan el licor?

-La sociedad se lo vende para que se maten solos, hijo.

Antonio Arteaga, que por tener un ojo de cristal la plebe le había puesto el Casimirón, medía más de seis pies. Aunque ya le raspaba a los sesenta y cinco, todavía se «sentía joven». «Tuve que retirarme temprano y chamacón», decía a sus compañeros del parque. Había sido muy trabajador, pero desde lo del «accidente» del ojo se jubiló, pero de verdad. Cuando venía al caso lo del ojo, se refería a ello como «lo del accidente». A ninguno de ellos se lo había confiado, pero la verdad es que le daba un poco de pena, si no de vergüenza. El caso fue simple. Cuando en lo del ferrocarril, siempre gastaba bromas con Danny Woods, conocido entre la plebe como «el Bolillo». Que si «te voy a chingar a tu vieja», que si «lo tienes más pequeño que una viena sausage», que si «se te dobla como una lombriz», que si «las pirujas te sacaron la leche», que si lo de más acá que si lo de más allá. Por mucho tiempo le aguantó el Bolillo las insolencias a Antonio Arteaga. Pero un día se agüitó, pequeño como era. Aunque tuvo que mirar hacia arriba y hacer buena puntería, con el rabo de la pala que traía en las manos le metió tal chuzo en el ojo izquierdo que Antonio Arteaga no tuvo ni tiempo para mentarle la madre. De momento, sólo sangró. A los pocos minutos, lo tenía grande y rojo como un tomate de Sinaloa. Lo llevaron al hospital, y de allí en adelante ya no se supo más de él. Meses después, apareció en el parque con un ojo de cristal. Lo de «Casimirón» ya nadie se lo iba a poder borrar.

-Mister Smith, why is it that Chicanos live across the tracks, behind barbwires and highways?

-Because they don't want to integrate?

-What do you mean by integrate?

-It's like being together.

-Among ourselves or among yourselves?

-Well... to each its own. We have to respect rights, you know.

-Yes, I know, you know, we know.

La escuela quedaba en la línea divisoria del barrio. Hacía algún tiempo que le había echado el ojo a la Betty. Ella le sonreía. De chiste le decía que debía cambiar la marca. Que si el «Tide» dejaba la ropa más blanca, esa marca debía usar él. Trató repetidas veces. Se decía: «el Tide fue hecho para la ropa, por eso no surte efecto. Es todo». A ella le confiaba que quería andar mugroso, como los meros machos. Un día se decidió. Imitó a la Betty, y no fue a la escuela. Después de bajarse el calzón, Betty le dijo:

-What is that?

-What is that, what?

-That dark spot on your ass.

-Oh! That? That is... Well, that is that».

Se levantó el calzón y se largó. Al cabo de una semana, le secreteaba a un amigo suyo que no había como las rucas de su propia raza. Ellas aceptan a uno como es, con la mancha y todo.

En otra ocasión, la maestra de inglés, que le había avergonzado más de una vez porque le decía «Lázaro, here we don't chaine choose, we shine shoes», le mandó que se sentara en la silla de atrás, junto a la esquina. Al día siguiente no fue a clase. No porque no quería ver a la maestra, sino porque quería visitar a Nellie, que, como gata primaveral, adolecía de brama por esos días. La muchacha era muy popular y querida de muchos. No se le hizo difícil a Lázaro. No se escondieron debajo de las cobijas. Se sentía superior, aunque sólo fuera porque se había anclado encima. Lo notó en los brazos, sobre todo cuando se entrelazaban. Los antebrazos de ella con sus antebrazos. El contraste. Eso era, el contraste. Cuando llegó a casa, se olvidó de todo lo demás. De los movimientos, de la emoción, de la palpitación, del éxtasis, de todo. Sólo se le grabó el contraste. Le quedó grabado por mucho tiempo. El contraste, y el haberse sentido encimado. Eso fue todo.

El Preacher o Profeta había asistido de niño a una escuela católica. Ya de grande sólo iba a Misa de Gallo y a uno que otro velorio, cuando se lo dictaba la obligación. El resto del tiempo lo dedicaba a lo suyo, que era bastante. «El tiempo es mío», decía a sus amigotes de parranda. Una dolencia de vejiga lo puso meditabundo. Se volvió un poco tristón al pasarle por la mente de que a lo mejor esta dolencia dependía de la cerveza. Todo comenzó por ahí y, para qué negarlo, en un sábado, cuando abrió la puerta a dos señoritas Testigos de Jeová. Cuando le dieron la nueva, abrió los ojos, no sabía si de miedo coyón o de deseos lascivos, pero los abrió. Alguien le malició de que había quedado embrujado por la rubia belleza de las dos chamaconas. Como fuera, pero aquello de que «solamente ciento cuarenta y cuatro mil se salvarían» como que le quedó muy clavado en la mente. Él no quería condenarse. Eso ya se lo habían enseñado las monjitas, de chamaco. Pero ellas nunca habían limitado el número, así tan precisamente como estas dos chamaconas. Hizo la señal de la cruz, y sanseacabó. Desde entonces no dejaba de llevar siempre la Biblia bajo el brazo. Él mismo se adelantó a la plebe. Aunque ésta le lamaba Prícher y Aleluya, él en cambio se bautizó con el bíblico título de «el Profeta». Se vestía de negro, con mantón largo. Casi nunca se cortaba las uñas, que las más de las veces dibujaban un arco iris de mugre, y dejó de rasurarse. Le crecieron unas barbas muy ralas y canosas, como las de un chivo vietnamita.

«Aquí, aquí de nuevo con ustedes, estimada Raza, su locutor favorito, Juan Tirado, en su programa de 'El Pueblo Opina', de la KKDG, de la gente para la gente... Ya llaman, ya llaman. ¡Ay, caray!».

-Sí, señora... ¿Cómo dice que se llama?

-Me llamo doña Blanca Castellanos, aunque me conocen más por la Güera.

-¡Ah! ¿La Güera de quién hablaron el otro día?

-No, no. Tengo entendido que esa otra es una piruja. Yo no soy piruja, no señor. Yo soy gente decente.

-Perdone, pues, doña Güera.

-Perdonado.

-¿Cuál es su opinión?

-Mi opinión y convicción es que debieran cerrar definitivamente las fronteras con México.

-¿Cómo y por qué?

-Poniendo una muralla como diz que tienen los chinos de la China, para que los hambrientos mojados no vengan a robarnos el pan de la mesa.

(-¡Ah, chingada!).

(-Puta no será, pero lo cabrona no se lo saca nadie).

(-¿Tendrá sangre azul?).

(-Mierda en el culo).

-Doña Blanca...

-Puede llamarme Güera, con confianza.

-¿Le gusta que le llame doña Güera?

-Sí, don Juan.

-Como iba diciendo, doña Güerita, ¿en dónde nació usted?

-Aquí me parió mi madre.

-Y... ¿se puede saber en dónde parieron a su madre?

-En Chihuahua, Chihuahua.

(-¡Ay, chihuahua! Y con lo que me gustan a mí las chihuahuenses).

(-Chihuahuense o no, es una cabrona).

(-Y se me hace que también puta).

(-Víctima del endoctrinamiento y de la opresión capitalista).

(-A ti ni Dios te entiende, Comunista).

(-Ni falta que hace).

-Y... ¿cómo pasaron sus padres el río, si se puede saber?

-Eso ya no lo sé, pa' que vea usté. Nunca se lo pregunté a ellos.

-Pues hágame un favorcito, doña Güera.

-Usté dirá, don Juan.

-Pregúnteselo.

(-La jodió el Deslenguado).

(-Eso lo hará mañana).

(-Dicen que le gustan las güeras).

(-Aunque sean oxigenadas).

-Miss Goldman, do you think someday I can teach English?

-May be. But I wouldn't encourage you in that direction.

-Then, why are you teaching Spanish?...

Se le había metido por la puerta de atrás. Sin darse cuenta se le metió. Le dijo que aquella era su casa. Simplemente se lo dijo. Al principio hasta comían juntos, mientras aprendía el negocio. Después le fue dando un codazo acá («sorry»), un codazo allá («sorry»), una zancadilla aquí («pardon me»), otra zancadilla allá («pardon me»). Por fin le dijo: «get out». Y se quedó con la vaquería, con la minería, con las cosechas, hasta con Taco Bell. Así fue. Y el mentado Frito Badido se fue a la Luna, lo echaron a la Luna, a dormir la siesta, dizque a robar sus propios fritos. Fritos mecanizados, fritos profilácticos, fritos pasteurizados, fritos incontaminados, fritos agabachados, fritos ilegítimos. Comida adulterada, pues. No era ni sabía como la que hacía su madre, ni su abuelita. Por eso miss Goldman no comprendía por qué le había dicho: «Así no habla mi nana». Es que miss Goldman lo había aprendido, no de los labios de una abuelita, ni de los quejidos de la Llorona, sino que lo había sacado de las páginas limpísimas, pasteurizadas de un McMillan and Co.

Juan Samaniego había terminado la High School. Pero sus ideas no le vinieron de ahí. Por lo menos, eso decía él. Tampoco le venían de los libros, porque nunca había aprendido a leer bien. Le venían, sobre todo, de lo que había oído líricamente. Algunos corridos lo insinuaban. Eso lo supo, porque uno de sus hijos se lo indicó. Resulta que el hijo mayor se hizo brown beret, el que colgó de la pared de su pieza un cuadro de Che Guevara. El hijo dejó crecer el bigote y se compró una gorra. Su padre notó la semejanza. Quiso imitarlo, pero desistió. Sin embargo, las ideas le fascinaron. Trató de predicarles a los trabajadores de las minas, pero lo tomaron por loco. En lugar de desilusionarse, sus ideas se fortalecieron, aunque un poco tarde, pues ya se le acercaba la jubilación. «El sistema capitalista no hace más que chuparle la sangre al pobre y al obrero». Fue todo lo que dijo, y se retiró taciturno. Muchos se burlaron de él y le pusieron el Comunista. A él no le desagradó lo del apodo. Para reforzar su «ideología», como la llamaba él, le dio por dejarse la barba y la greña a la manera de Marx. Como los «jubilados» del parque nunca habían oído hablar de ese barbudo, tuvo que explicarles más de una vez lo que él había aprendido líricamente del padre del comunismo. Había estado una vez en la cárcel. Lo había enjaulado un juez chicano a quién él llamaba «Your Honor Pinche Vendido». Decía él que la mayoría de los chicanos en la Pinta los había echado allí el mentado «Your Honor». Eran muchas las razones, pero él se consideraba «preso político». La verdad es que cuando él aterrizó en «la jaula» todavía no había oído hablar de Karl Marx. No se sabía exactamente por qué había pasado tres años en la pinta, pero corría el runrún de que se había enredado con una chamaca ya varias veces desflorada. Pero él insistía en que había sido «por razones políticas».

Although progress is welcomed and beneficial for everybody, there are people that do not want to adjust to it. Drugs, liquor, rape, and alike run uncontrolled. So, plans are underway to build another city jail. However, one city councilman has opened his mouth. He harbored the thought of locating it in the Sunrise Hills District. Incredible. A jail in a clean, respectable and well-to-do residential area.


The Republic Free Press                


Por primera vez, algún concejal citadino tuvo el valor de «darle vuelta a la tortilla». Se trata de construir otra cárcel en la ciudad, en la parte Sur, en donde se encuentran la mayor parte de nuestros barrios. El dicho concejal simple y claramente sugirió la posibilidad de construirla en Sunrise Hills, pues ya tenemos una en Sunset District. Los demás concejales se quedaron con el aliento congelado en el gaznate. Después de un rato, parece que se oyó un clamor casi unánime que decía: «Impossible». Mucho después, el alcalde determinó: «The motion has been tabled».


El Clarín del desierto                


-Hello, hello. Diga usted.

-Yo me llamo Manuel Castro, pero la plebe me llama el Político.

-Y se puede saber ¿por qué le llaman el Político?

-Pos porque me meto en la política.

-Hombre, pues sí, eso se le ocurre a cualquiera, ¿que no?

-Pos sí, creo yo.

-Y, ¿se puede saber cuál es su opinión?

-Que nuestros males vienen de que la Raza no tiene bastantes políticos.

-Y si los tuviéramos, ¿cree usted que nuestros males desaparecerían?

-Pos yo creo que sí, ¿que no?

-Hombre, pues yo no sé. Usted es el que está emitiendo su opinión.

-¿Que estoy qué?

-«Emitiendo», dando su opinión.

-¡Ah! Pos sí, ¿que no?

-Pues yo creo que sí.

(-Oye, Mayate, ¿por qué no apagas eso?).

(-Apago qué).

(-Pos el transistor ése).

(-Y, ¿por qué?).

(-Para no tener que oír esas babosadas).

(-¿Crees tú?).

(-¿Eres pendejo o qué?).

-Mister Maldonado, I want to be a doctor, how can I go about it?

-Lázaro. That is not for you.

-Why?

Debajo del curita había una gasa. Con mucho cuidado la despegó. Una capa de gasa iba adherida al curita. Con la punta de los dedos tiró de la otra capa. Gasa y más gasa, como estratos geológicos superpuestos por años, por generaciones, como niveles de conciencia interpuestos entre el afloramiento de lo desconocido y la raíz de la misma. Un sedimento se había estancado sobre el fondo del agua y sólo se veía turbio. Como gafas de sol, como espejos que rechazan, que devuelven la imagen superficial sin dejar ver el fondo del alma transparente y nítida. Capas superpuestas de basura, de fertilizante, como en los botes de los callejones, como en los jardines de la escuela, de la ciudad.

-You wouldn't be able to...

-Mister Maldonado, I want to be a doctor. I want to take care of my agüelita, my people, pues.

-Fine, fine, but you can't make it.

-Why, mister Maldonado?

Si mi abuelita curaba a los enfermos, ¿por qué no puedo ser doctor yo? ¿O es que no saben que nosotros sabíamos hacer cosas así? Hay que olvidarlo ahora («You have to forget it»). Esas cosas son brujerías, son cosas del diablo («¡Comadre! ¡Me lo dijo el padrecito, comadre!»). Los doctorcitos dicen que no es científico. A doña Casimira la quisieron llevar a corte. Los doctores dijeron que eso no era científico. Y el juez les creyó a ellos («That isn't the American Way. That is witchcraft. There are severe penalties against that practice»). Mister Maldonado se lo creyó también. Es que ya se lo habían repetido muchas veces, por muchos años, desde que era chamaco en la escuela primaria. Ya habían pasado muchos años, porque ahora ya era consejero. Eso era lo que decía. Aconsejaba, nos aconsejaba a los estudiantes chicanos. Así era mister Maldonado. No sabía hacer otra cosa. Es que sólo sabía decir eso, repetirlo. Repetir lo que le habían dicho. Que lo repitiera. Como un perico. Nunca lo dejaron pensar, ni tuvo tiempo para eso. Sólo repetía («You can't not make it, you can't make it»), repetía lo mismo que había oído desde que era chamaquito en la primaria. Eso nos decía, nos aconsejaba, nos repetía a nosotros también.

-Mister Maldonado, I want to be a doctor. I want to save the lifes of my chamaquitos.

-The Americanos will take care of them.

-But I mean, I mean, the unborn chicanitos.

-You will never make it. Eres un menso, un pendejo, can't you see?

Le dijeron que sí. A todas les decían que sí, que habían contraído una enfermedad. Una enfermedad diz que asiática. Que no saben cómo ni cuándo. Quizás fuera hereditaria. Si así fue, entonces viene de muy lejos la cosa. De generación en generación, y de lugares muy lejanos. La China, el Este, de donde vienen los amarillos, los prietos. Así les dijeron. Que iban a tener unos chamacos algo diferentes. Los ojos un poco ladeados, la greña muy lisa, la barba de Ho-Chi-Min. Quizás la lengua muy grande, echando saliva, colgada de afuera. Eso les decían los doctores, los que habían ido a la escuela, al colegio, a la universidad. Y ellas se volvieron miedosas con lo que les decían. Tenían miedo parir chivos, güerquitos chinos. Los querían sanos, normales, güeritos mejor. Eso les decían ellos que era mejor. Que se esperaran para la próxima vez. Que esta vez no, que mejor no.

Así se lo había contado su madre, cuando él era niño, cuando todavía no había salido al mundo. Que por un pelito se quedó sin ver este mundo. Su abuela, que no había ido a la universidad, se lo había dicho a su madre. Que no, que no siguiera malos consejos. Y él se lo agradeció mucho a su abuelita. El consejo, pues. Los otros no tuvieron la misma suerte, porque sus madres siguieron el consejo de los doctores. Los sacaron tempranito de la huevera. Los pobres ni pudieron chillar, no tenían fuerzas, pues. Él se quedó sin carnalitos. Por eso no tenía muchos carnalitos con quien jugar. Cuando corría por las calles de su barrio, jugaba con los animalitos. No había chicanitos, ni chinitos, ni nada. No había güerquitos, pues. Por no seguir el consejo de mi agüelita, ellas se dejaron. Se dejaron engañar, y en los barrios no se oían risas. Solamente lamentos en las noches («¡Ayyy!»). Yo tenía miedo. Mejor fuera no haber nacido. Como los otros, pues.

Don Braulio Quezada, a quien llamaban el Ciego o el Focos, aparecía algunas veces por el parque. Su ceguera le impedía movilizarse con la misma facilidad con que lo hacían los otros. Sin embargo, estaba más enterado que ellos del mitote del barrio. Aunque sabía casi todos los chismes, no alcanzaba a disfrutar de algunas sutilezas sibaríticas de que eran capaces sus compañeros. Por ejemplo, nunca pudo imaginarse por qué le llamaban «mayate» al Mayate. Le decían que porque era más prieto que los otros. Pero esta explicación lo dejaba tan a oscuras como estaba antes. Tampoco podía comprender totalmente lo del Casimirón, a pesar de ser «medio pariente suyo», como pícaramente le insinuaba el Chango. Es que nunca le había visto el ojo de cristal. Y, para decir verdad, ni el sano. Caminaba con su caña o bastón blanco. Hubiera preferido un perro, pero eso no estaba al alcance de su bolsillo. El Comunista le indicó una vez que, en un país capitalista, un ciego pobre nunca podría tener perro. Se interesó por algún tiempo en el comunismo, pero solamente por lo del perro. Además de la caña, Focos llevaba pantalón guango que nunca había visto plancha. El abrigo color gris oscuro se lo concedió el Salvation Army. Y el sombrero, al estilo de Humphrey Bogart, se lo había regalado Casimirón, por ser su «medio pariente». Los ojos miraban a todos y a ningún lado. Parecía como si las pupilas se hubieran avergonzado del mundo. Le dieron la espalda y aparecieron dos blanquillos de zopilote.

«Buenas tardes, radioescuchas, buenas tardes tengan todos. Aquí Juan Tirado otra vez con ustedes en la KKDG, ofreciéndoles su programa diario, 'El Pueblo Opina'. No se hagan, llamen y expongan su opinión libremente».

-Diga. Sí. Diga. Pero no hable tan alto, hombre, que me va a romper los tímpanos. Eso, así, sin emocionarse. ¿Y cómo dice que se llama? ¿Así le llaman? Repítalo, por favor.

-El Comunista, ¿o es que no oye?

(-¡Fregao! ¿Y qué está haciendo ese loco en la KKDG?).

(-Pos hablando, menso. ¿O es que no oyes?).

(-Sí, pero...).

(-Y ¿de dónde habla?).

(-Del teléfono de la gasolinera del judío).

(-Pero si no tiene un centavo el pelao).

(-Quién, ¿el judío?).

(-No te hagas menso, bruto).

(-Pero si no puede ver al judío, ¿cómo puede estar llamando desde su gasolinera?).

(-¿Es que no tenía un quarter ayer?).

(-Sí, ayer mercó una peseta).

(-¿Así, simplemente?).

(-Así nomás).

-¿Es que usted no tiene nombre de pila?

-Sí, lo tengo, pero no lo quiero, ni lo necesito.

-¿Por qué, si se puede saber?

-Porque no va con mi ideología.

-Con sus ideas, dirá usted.

-Con mi ideología, que no con mis ideas.

-Y ¿se puede saber quién le puso el Comunista?

-Yo mismo me lo puse.

-¿No cree usted que es un poco extraño eso?

-No.

-De todos modos, supongo que tendrá usted derecho a llamarse como usted quiera.

-Pos sí, lo tengo.

-Bien, y ¿cuál es su opinión?

-Tengo una opinión general y muchas no tan generales.

-Pues, comience por la general.

-La general es que todos los que hasta ahora han llamado a su programa son una bola de pendejos, estúpidos, babosos e indoctrinados.

-Oiga, señor Comunista, oiga, tenga cuidado con sus palabritas, porque el público está escuchando y no se puede ofender así a los radioescuchas, y menos a las damas.

-No, pero si también va para ellas. También ellas son unas babos...

-Párele.

-A mí no me parirá nadien.

-¡Válgame Dios!

-¡Que se cree usted que Él le va a valer!

-Mire, señor Comunista, ¿por qué no pasamos mejor a sus opiniones particulares y dejamos lo de la opinión general para otra ocasión? ¿No cree usted?

-No, yo no lo creo, pero usté es el boss.

(-No te dejes, Comunista, dales en la madre).

(-Eso, Comunista, dales en la madre).

(-No repitas, perico, no repitas).

(-Yo no soy perico, Casimirón).

(-No interrumpas, pues).

-¿Cuáles son sus opiniones particulares?

-Quiero responder a todos los que ya le han llamado.

-Pues tendrá para rato. Pero comience usted.

-A la señorita desflorada ésa que se llama Paloma, y que no se puede explicar por qué hay pirujas, le diré que no es solamente porque las putas se abren de piernas, ni porque los hombres quieren probar que tienen los tanates tamaños así...

-Por favor, señor Comunista, use un lenguaje más apropiado.

-Creo que mi lengua es la lengua de la gente y para ella estamos hablando, ¿que no?

-Pues sí.

-Pos entonces no interrumpa. Como iba diciendo, señor Tirado, la razón y causa de la putería está en la explotación económica del capitalismo gringo.

-¿Cómo?

-Como oye. Si el gobierno diera trabajo a esa gente, la mujer no se abriera de piernas ni el hombre anduviera ocioso. Y si el hombre pudiera controlar el sudor de su trabajo, se sintiera más digno, más hombre. Y esto no es todo.

-¿Hay algo más?

-Sí, que la prostitución la controlan los capitalistas y se meten el dinero sifilítico y agonorreado en los bolsillos y lo invierten en otros vicios.

(-Fregado Comunista, cuántas cosas sabe).

(-Cállate la boca, Chango, que todavía no terminó).

-¿Alguna otra opinión particular?

-Sí. Que el que se llama Político ni sabe de política, ni sabe nada de nada. Puro pedo.

-Y ¿cómo es eso?

-Pues que, aunque la Raza elija a sus propios políticos, no nos valdrá de nada. Porque serían una minoría. Y en una democracia, en donde se deben contar los votos, los votos de la minoría son como si los quemaran. No valen mierda. Además, de que corre el peligro de que los políticos se vendan, y eso es lo que hace el sistema capitalista: compra votos y personas.

(-A este Comunista no le entiende ni su propia madre).

(-¡Cállate Casimirón!).

(-Lo que yo siento es que se me están gastando las pilas del transistor).

(-Te compramos otras, Mayate).

(-Gracias. No sabía que tenía brothers tan abusaos).

-¿Ya expuso todas sus opiniones, señor Comunista?

-Todavía me quedan muchas más.

-Pues ándele y sea breve.

-A la güera chihuahuense le diré dos o tres cosas. Que está indoctrinada y tapada. Que el capitalismo gringo trajo de esclava a su mentada madre de mojada. Y que a ella misma le esclavizaron la mente, que es peor todavía. Que el capitalismo nos está dividiendo a los hermanos y quiere que nos odiemos y que nos matemos solos...

-Mister Maldonado, why are there so many gringo teachers and administrators in our chicano school?

-Because that is the way it is.

-Why aren't you Principal?

-Because, that is the way it is.

-Why aren't you teaching in Sunrise Hills High School?

-Because..., that is the way it is.

-Why are you so vendido?

-Because... Te voy a dar en la madre.

Se acordó de aquella chicana del banco. Era muy bonita la chamaca. Se acordó de cuando siempre decía, «Our bank has the best services in town». Aunque se acordaba siempre de eso, nunca comprendió por qué era tan rica esa chamaca chicana. Eso pensaba él cuando iba al banco con su mamá a cambiar el cheque. Allí estaba la miss Sánchez. Cuando abría el cajón había dinero de a montones. Sonreía la miss Sánchez cuando cerraba el cajón y miraba a mi mamá. Le decía que yo era muy «cute». Me daba vergüenza, pero luego pensaba en lo del cajón y en lo rica que era. Chamaquito como era yo, hasta me daban ganas de casarme. En la sonrisa se parecía mucho a mister Maldonado, excepto que éste no tenía tanto dinero, ni era tan guapo. Más tarde, mister Maldonado me había revelado que el dinero no era de ella, de miss Sánchez. Que ella solamente estaba allí de cajera, para sonreír. Que los del dinero estaban detrás, lejos, que nunca aparecían por allí. Que a veces ella podía ir a hablar con ellos, y que ellos querían que ella llevara la falda corta, y que se agachara para verle las piernas y las chiches. También mister Maldonado me dijo que a ella le gustaba hacer de todo, porque ellos tenían los ojos muy azules. No sé por qué me decía eso mister Maldonado. Pero que el dinero del cajón, que no, que definitivamente no era de ella. Entonces me di cuenta de que miss Sánchez se parecía mucho a mister Maldonado, y me acordé de lo que decía él siempre: «That is the way it is». Es que nos enseñaba muchas cosas nuestro consejero, mister Maldonado.

El Chango era un hombre raro. Liviano, de unas cien libras. Chupado, como uno de esos canutos o brazos de mata que se ven disecados en cualquier arrollo del desierto. Prieto y cacaruso, como el esqueleto de un cacto. Decía que le gustaban las alturas y que creía que su «madre lo había parido en un árbol, como las águilas». Pero la verdad es que le tenía miedo a los perros. Abierto de piernas, se sentaba en dos ramas a la vez, y usaba el tronco para reclinar la incipiente joroba. Cuando hablaba, nunca miraba para abajo, y, por entre los dientes caídos, producía un silbido de pájaro encanicado. Con la mano derecha se rascaba la cabeza, y el sobaco con la izquierda. Siempre que se tiraba un pedo, que eran frecuentes y ruidosos, alzaba la nalga derecha. Para ello tenía que apoyarse fuertemente con las dos manos en las ramas. Cuando lo veían menearse de esa manera, los de abajo, de antemano, se prevenían de sus descargas etéreas con un «amárrense las narices, que ahí vienen frijoles». Al principio, hasta lo amenazaron con tapárselo con un elote y todo, pero ya después como que se acostumbraron al cañoneo.

-Mister Maldonado, are you Chicano?

-No, I'm Mex..., I'm American.

-Mexican-American, you mean.

-No, plain American. I was born here.

-But your name is Chicano.

-My name comes from Latin.

-And your blood?

-Well, you see, I'm part... Well...

El accidente había ocurrido en su barrio, en la calle Alamitos, casi enfrente de su casa. Se acordaba que todavía no había hecho la Primera Comunión. La carcancha de don Baldo lo había atropellado. Nomás se veía la sangre en la calle, junto a la banqueta, cerca de mi casa. Era un charco, pero ya estaba casi seco. Aunque en el centro estaba muy colorada y parecía que era una cosa pegajosa, alrededor tenía otro color, algo oscuro, casi negro. Creo que ya estaba seco, porque no se veía pegajoso. Aquella noche no pude dormir bien, porque nomás veía manchas coloradas y negras en mis ojos. Me dio mucho miedo. Creí que se le había quedado el alma en el charco. Por eso le corrí, con las manos en los ojos. Y por eso tropecé y me caí. Me levanté para ver si yo también había dejado otro charco de sangre. Me pareció haberlo visto. Me agaché, y me di cuenta que la había visto, aunque no en el suelo. Después se me ocurrió que la llevaba todavía en los ojos, por eso me pareció que la había visto tirada en el suelo. Cuando salió del hospital, no hacía más que llorar. No se sabía si de dolor, de contento o si era porque se había vuelto loco. Pero le salían lágrimas, se reía también. Algunos decían quesque porque la sangre que le metieron no le había caído bien. Otros decían quesque porque ya no se sentía mexicano. Otros decían que, porque le habían metido sangre azul, se creía que se iba a poner güero. Algunos dijeron también que lloraba de contento, porque ahora era gringo y ya no le llamarían nunca más greaser. Pero lo que sí era cierto es que se reía mucho cuando lloraba. A la gente le daba mucha lástima. A mí se me grabó mucho en la mente y en los ojos.

... Statistics show that the number of cars grows faster than the construction of city streets and county roads. The City and State leaders are working out plans to build another freeway to provide access to jobs and interstate traffic. They will present these plans in the next general elections. Political propaganda on Proposition 221 is underway. It is almost sure it will pass.


The Republic Free Press                


... Hace veinte años se construyó la única autopista que tiene la ciudad. Dividió a nuestros barrios por la mitad, de Este a Oeste. Ahora quieren construir otra, de Noroeste a Sureste, dividiendo aún más nuestros barrios. La red de ferrocarril ya se está construyendo y la expansión del aeropuerto será una realidad en breve. ¿Qué será de nuestros barrios? ¿En dónde nos meterán?


El Clarín del desierto                


Algunos traspiés había tenido Lázaro en su juventud. Sentía algunas veces un horno que le devoraba allá adentro. Le salía de la raíz, de la entraña misma de la vida. Como si se le hubiera acumulado por mucho tiempo, por muchos meses, por muchos años, por muchas generaciones. Como un corazón palpitante. No sabía si de vida, si de odio o si de responsabilidad. Como un peso que la herencia o las generaciones le hubieran legado. Quería sacudir el yugo. Y aquella noche lo sacudió. La noche que se encontraba a solas con Susan Parker. Él no se lo podía explicar, pero siempre que ella lo veía en la clase de matemáticas y en los pasillos de la escuela no se fijaba en él. Tuvo que aguantarse mucho tiempo. Pero llegó aquella noche. La noche del Prom, Tommy Stitcher no la quiso llevar. Ella no se lo podía explicar. Habían sido amigos desde la Primaria. Novios en su último año de la Secundaria. Ella ya le había mostrado que lo quería. Se lo probó muchas veces, aunque algún otro ladronzuelo le había robado el secreto de la adolescencia femenil con anterioridad. «Le hizo de chivo los tamales», pues. Sin embargo, a Tommy no le traía preocupado ese detalle. Pero ella no se lo podía explicar. Muy simple.

A última hora recurrió a Lázaro. De él no dudaba. Sabía que él se fijaba en ella, aunque nunca le dio esperanzas. Lázaro aceptó a la primera. Ni se dio cuenta de la ceremonia. Y ella se dejó conducir. Andaban los dos como sonámbulos. Fue aquella noche de plena primavera, cuando la vida y la graduación exhalan un aliento de coito. Los acordes musicales de la banda roquenrolera eran absorbidos por el follaje del parque. El tambor marcaba distintamente el ritmo. El ritmo matemático y preciso, como cuando el gallo gala a la gallina, o cuando el amante llama con badajo a la puerta de la amada. Seis golpes tamboriles como seis generaciones rítmicas y pesadas descargó Lázaro sobre Susan. Como una llaga llena de pus, o como un costal repleto de maíz se derramó por el parque oloroso a primavera y a vida. Seis llamadas, seis golpes, seis generaciones se desbocaron como arroyo tortuoso en un remanso adormecido. Fue el mensaje de seis generaciones, encorvadas por el peso del yugo que las tenía atadas. Ella recibió el mensaje, aunque no se lo malició.

Allí estaban ellos, sin decirse una palabra. Meditabundos. Como lagartos al sol. Uno acostado en el zacate. Otro acostado a lo largo de un banco. El tercero encaramado en las dos ramas bajas de un árbol. El Comunista, sentado con los dedos engarfiados en las greñas. El Ciego con las nalgas en una roca, las dos manos apoyadas en la caña y las canicas mirando al infinito. El Profeta, con su Biblia bajo el brazo, parecía una alimaña enjaulada. Mudos. Un mutismo exacerbado y elocuente. Ya habían repetido sus historias hasta el aburrimiento. Se sabían las vidas de memoria. Un disco rayado. Cada vez que lo tocaban era un escape. La angustia y la frustración quedaron grabadas en cada surco del disco. Como la aguja, penetraba y picaba para extraer la acritud en masa. Se escapaba la amargura y se quedaba envuelta en la cáscara, en el globo del parque. Se extendía por el zacate y se colgaba de las hojas de los árboles. Bastaba una llovizna, un rocío o una brisa para que se activara y se apoderara de la mente, de las mentes de todos. Picaba como la aguja de un tocadiscos, como el aguijón de una abeja, de una avispa.

Por entre la melena, las uñas del Comunista se le clavaban en el cerebro. Como el burdo cincel que usaba en el cobre. Con cada martillazo descargaba su alma. Tenía que estar boca arriba, perforando la vena, a dos mil pies bajo tierra. Seguir la vena boca arriba. Al poner la dinamita, se creía un dios. Un destrozo volcánico. Creación a la inversa («¡Te desmadré, cabrona!»). Seguía la vena («¿Hasta cuándo?»). Día tras día. Año tras año. Las horas se hacían eternas («¿Cuándo llegará el día? ¿Cuándo llegaré al lugar?»). Seguía la vena. Se retorcía la vena («La vena que llega al corazón, que llega a la entraña de la vida»). Por cálculos caseros lo sabía. Los de arriba no lo sabían, ni con cálculos tecnológicos («¡Algún día llegaré. Por debajo ha de ser. Porque estoy debajo, con la cara para arriba»). Mirando para arriba. ¿Para dónde va la vena? («La sangre del cobre. La sangre del pobre»). Los años eternos pasaban («Algún día llegaré»). Aquellas grandes oficinas, alfombradas, acondicionadas. Allí estaban los libros de cuentas, las computadoras. «Tantos miles de toneladas. Tantos millones de dólares» («Cobre, pobre»). Los separaba la corteza de la tierra y la alfombra del piso. Solamente esas dos capas. Él miraba para arriba, para el cobre, y ellos miraban para abajo, para los números. Se acercaban las miradas («Nos veremos cara a cara»). Le acariciaría la alfombra, acariciaría a la alfombra. La alfombra policromada. Como un arco volcánico después de la dinamita.

-¡Comunista!

Se incorporó al llamado del Chango. Quería advertirle, y se lo advirtió. Efectivamente, tenía la espalda mojada. Se creyó que era su propio sudor, de los martillazos que daba hacia arriba, boca arriba. Pero era el rocío que había caído la noche anterior sobre el zacate alfombrado.

El Chango lo sabía bien. Lo supo, después de veinte años de trabajo. Su padre le había dicho que hiciera lo que él había hecho. Después de todo ya «era tradición de familia». No le pareció mal. A los diez y ocho años recibir el salario mínimo era mucho dinero. Podía tener su carcancha y llevar a una chamaca al cine y al baile. Hasta le sobraba dinero para la birria. La pasaba padre con sus amigos («Ya tengo un full-time job, 'mano»). No podía ser. Mejor el unemployment. Además, si decía algo, si se quejaba, se exponía a ser reemplazado por «cualquier estudiante mocoso». Se lo habían dicho últimamente. En aquel tiempo. Que si quería el pago más elevado, que no se preocupara, que había estudiantes que querían hacerlo («para las chamaconas, para la birria, pues»). Pero ahora él tenía esposa y familia, y no alcanzaba para tantos. No era sólo la rabia. Hasta celos le daban («¡Cómo aquellos chamacones podían gozar de aquellas chamaconas medio encueradas, aplastados sobre el zacate!»). Miraba para el zacate y allí estaban las chiches escondidas bajo dos garritas. Miraba para los ventanales, y allí estaban los meros meros, con saco, corbata y todo el rejuego.

(-How much I envy you, mister López).

(-Beautiful day outdoors, mister López).

(-This grass is so soft, mister López).

(-Can I sit on the grass while I do my Chemistry, mister López?).

(-I would love to sleep tonight on the grass, mister López).

(-The birds are so happy today, mister López).

-¡Chinguen a los birds y al grass y a sus madres, lazy cabrones!

Pasaban en procesión corbatas, sacos, bikinis, nalgas y chiches adorando a los libros, al dinero, al grass y a los birds. «Mis hijos se quedarán sin pan, pero no sin padre», dijo, y se fue del College.

Samuel Santamaría, el Preacher o el Profeta, había sido «Sanitary Technician». Tanto así que, en fiestas y cuando se encontraba con alguien desconocido, se presentaba él mismo como «Samuel Santamaría, Sanitary Technician», como si la profesión fuera parte de su ser. Le caía muy bien al oído, y hasta se le llenaba la boca al pronunciar el nuevo apellido o apelativo. A veces se le trababa la lengua con el doble sobrenombre inglés. Ésa era la mera verdad. Lo único que le preocupaba era la pronunciación. Más tarde en su carrera, otras preocupaciones se le echaron encima. Por ejemplo, aquella observación maliciosa y cruel de una amiga suya que sabía bastante sobre su profesión. Le dijo corta y brevemente que no se hiciera el pendejo, que no era «technician» ni nada que se le pareciera. Que era simplemente «basurero y agarracerotes». Eso no le cayó nada bien. Se le escurrió por las verijas del alma. Tampoco le cayó bien la observación que le hizo otro amigo suyo cuando, una vez, se dejó llevar de la inspiración Samuel y le intimaba que su profesión era algo así como una manufactura. «Imagínate, amigo», le decía, «una fábrica de vino. Después de recoger la uva, llevarla a la bodega, exprimir los racimos, meter el zumo en los barriles, fermentarlo, embotellarlo, distribuirlo, comprarlo y... beberlo, como nosotros. Éste es el fin del proceso. Esto es como lo que yo hago. Ésta es mi profesión. Como el gustar de ese último paso en el largo proceso del vino». Lo sacó del éxtasis su amigo cuando le dijo: «No te hagas pendejo. El proceso no termina ahí. El vino nos lo bebemos, pasa por los riñones, de rosé se pone amarillo, se echa por el pito y se va por el excusado, o se dispara contra un árbol. Es puro meado, mano, puro meado, pura cuacha, pura mierda. Después tú la recoges con tu troca. That's all, 'mano, that's all». Desde entonces se volvió taciturno y, cuando le preguntaban por su profesión, decía abstractamente: «trabajo por la ciudad». Y nadie lo sacaba de ahí. «Por la ciudad, he dicho». En lugar de cacarear, pensaba. Pensaba cómo cambiar de profesión y de sobrenombre. Pensó mucho y muy largo, hasta que un día, cuando pasaba con su troca llena de basura por junto a un parque cerca de Sunrise Hills, se percató de que había un grupo de personas, en su mayor parte señoras, ya un tanto pasadas, escuchando respetuosamente a un hablantín. Lo miró de reojo, y dijo: «Yo también quiero ser gallo de corral». Cuando ya antes le habían caído a la puerta las dos chamaconas Yahova Witnesses, estuvo tentado allí mismo de convertirse al ministerio espiritual, profesionalmente. Pero este segundo remalazo lo tumbó. Dicho y hecho. Le intimó al boss que «I had it. Bye». Ni esperó a dar más razones. Era viernes. Recogió su cheque y, al día siguiente, que era Sabbath, se metió por la puerta de un templo Aleluya. Al mes ya era brother Samuel. Destino, Barrio Las Pencas. Profesión, Prícher. Después de algún tiempo de clases escripturísticas y de vender Biblias de puerta en puerta, le dieron clientela y responsabilidad seria: un templo en el barrio, por cuyas ventanas soplaba un viento embrujado, y por cuyas puertas entraban ratas nocturnas a hacerse el amor y hacer del excusado. Pero, en fin, lo tendría a propiedad y perpetuidad y, como dijo el otro, «a caballo regalado no le mires el diente». Se quedó con el caballo sin dientes, sin ventanas y con las puertas agujereadas. Allí practicaba los Sabbaths. Adquirió facilidad de palabra y, poco a poco, comenzó a citar profusamente textos ininteligibles del Apocalipsis y a esponjarse como los gallos cuando están en presencia de las gallinas, cluecas o no cluecas. Éstas quedaban con el pico abierto para recibir el maná y con la cresta inclinada recibiendo los picotazos del gallo esponjado.

-¡Profeta! ¡Siéntate o márchate! No andes gastando chancla pa'lante y pa'trás, que me están entrando ganas de hacer basca -le dijo el Mayate que estaba sentado en un banco cercano.

El Mayate era uno de los campesinos de casa acuestas. Era de origen texano y seguía las cosechas por el Midwest y por el Northwest, hasta volver a Texas en su pickup. Durante uno de esos viajes, y por una de esas tantas carreteras de Indiana, su esposa parió a su tercer hijo en el pickup. Nació, pero se murió muy pronto. Como no había Padre, ni clínica, ni mortuoria, ni dinero, ni nada, tuvieron que enterrar al chamaquito frío a un lado del camino. De inmediato le sobrecogió el miedo de que la ley lo supiera y lo llevaran a la prisión por un acto así, tan cruel e inhumano. Pero más tarde se le clavó el dolor más adentro. Un dolor insistente. Trató muchas veces de desprenderse de la pesadilla, pero nunca lo lograba. «Si no tuviera que andar de colero, siguiendo el betabel, la cereza y el pepino... Si fuera ranchero... Si no fuéramos tan pobres... mi chamaquito ni se hubiera petateado, ni hubiera sido enterrado allí en el diche, mismamente como un perro». Durante el resto del viaje hacia Michigan quiso gritar, pero se le atoraba todo en el gaznate. Trató muchas veces, pero no pudo. Su esposa ni trató. Iba a su derecha, en la cabina del pickup. Pálida y con los ojos idos. No decía nada. Ni tenía ganas de gritar. Estaba como azonzada. Él, en cambio, quería chillar: «Maldita la sociedad puerca y cochina, malditos los ricos, malditos los rancheros, maldita la pobreza, maldita la vida, maldita la muerte, maldita la suerte perra, maldita la m...». Ya de vuelta, y años después, le dijo a su esposa: «Perdóname, vieja, pero ya no aguanto más. Yo me descuento...».

-¡Mayate! Háblame del color de las cerezas, del betabel y de la sandía. Deben de ser muy bonitos, ¿que no? ¿Serán del mismo color del sabor? Si son iguales, ¡qué bonitos deben de ser los colores!

A bunch of Mexican-Americans was gathered at the site of a burning house in the Sunset District. Instead of putting the fire out, they were fascinated by the beautiful red flames, and let a baby die.


The Republic Free Press                


Los vecinos de la familia Caballero se quedaron aturdidos esperando un largo rato a que llegaran las apagadoras. Dos hombres salían con un niño muerto en los brazos. Uno de ellos con los pulmones intoxicados y otro envuelto en llamas.


El Clarín del desierto                


«Profeta, léeme ese libro que dices que tienes ahí. Léeme otra vez lo de la creación. Aquello que dice que Dios hizo la luz y que la luz fue hecha. Léemelo, Profeta. Anda, sé bueno». Después se quedaba triste. Aunque lo había pensado muchas veces, todavía no sabía él por qué estaba ciego. Ni sabía qué era estar ciego. Trataba de explicárselo, pero no podía distinguirlo bien en su mente. Por más que trataba, no podía. No podía, porque no sabía qué era el no estar ciego, el poder ver. Para él era lo mismo lo blanco, que lo prieto, que lo negro. Las palabras no eran las mismas, tenían sonidos diferentes, pero las ideas, lo que significaban, eran lo mismo. Quería saber la diferencia entre la noche y el día, entre las tinieblas y la luz. El Profeta le había leído y le había dicho que las «tinieblas» eran lo que veían sus ojos, y que la «luz» era lo opuesto. «Lo opuesto», le decía («pero 'lo opuesto' es 'lo mismo'. Lo único que he visto es lo que veo siempre, lo mismo»). «Y, ¿qué es lo opuesto, Profeta, qué es lo opuesto? Dímelo y no seas malo. Ándale, Profeta, ándale y dímelo». Rascándose la cabeza por largo rato, trató de explicárselo. «Pues lo opuesto es lo contrario de las tinieblas, de lo que tú ves, eso es lo opuesto, la luz, ¿comprendes?». Y el viejo bajó la cabeza y se quedó pensativo. «Sí, ya voy comprendiendo un poquito... Y, ¿por qué si Dios hizo las tinieblas y la luz, a mí me dejó con las tinieblas solamente, y a ti te dio lo opuesto? Ándale, Profeta, dímelo y no seas malo, dímelo, Profeta».

-Es que el Profeta es un menso. No le hagas caso a ese baboso, Focos. Yo te lo puedo decir.

-Casimirón, yo no soy menso ni baboso.

-Cállate la boca, Profeta. Tú sabes que eres menso y mentiroso.

-Casimirón te lo puede decir, que por un ojo puede ver, como nosotros, y por el del cristal no, que lo tiene ciego, como tú.

-Ándale, Casimirón, y dile de qué color tienen las chiches esas chamaconas de la skid road.

-Callate, Casimirón, y no escandalices a los ojos inocentes que nunca han visto pecado.

-Shut up, Preacher. Como tú te diste ese gustito muchas veces, ahora quieres que Focos no lo tenga.

-No se lo digas, Casimirón, que si se lo dices te vas a los tormentos más tormentosos del fuego del infierno.

-Y, ¿cómo es el infierno, Profeta?

-Es rojo, como el fuego.

-Como los comunistas.

-Y, ¿de qué color es el fuego, Profeta?

-Lo opuesto a..., lo mismo que una luz colorada.

-Y, ¿de qué color es la luz colorada, Profeta?

-Cállate el hocico, Profeta, y deja que Casimirón le diga de qué color son las chiches de esas chamaconas.

-Anda, Casimirón, dime de qué color son las chiches de las chamaconas y no le hagas caso al Profeta.

-También tú te irás al infierno, Focos. Te irás con Casimirón y con toda esta bola de pelados, drogadictos, maricones y borrachines.

-Ándale, Casimirón, y dímelo.

-Pos te lo voy a decir, Focos. Tú sabes de qué color es la noche, ¿que no?

-Sí, Casimirón.

-Pos el color de las chiches es como el color de la noche, porque cuando yo voy allí, a cachar, la luz está apagada y no se ve nada. Como la misma noche, Focos, como la noche misma.

-¡Joder, ya mero la regastes, Casimirón! Yo te lo digo, Focos, yo te lo digo.

-Cállate la boca, Comunista, aunque tú ya estás en el infierno rojo, como los comunistas. Tápate el hocico.

-Vete tú al infierno a chingar a tu madre, baboso Profeta. Eres un loco, un tapado, un indoctrinado. Ya lo decía Marx, que tú y todos los tuyos son una bola de tapados y de ciegos.

-A ver, que alguien me diga de qué color son las chiches de...

-Que te rompo la cabeza con...

-... las chamaconas...

-... la Biblia...

-... de la...

-... sagrada.

-... skid road.

-Por favor, no se peleen y dígamnelo.

-Muy simple. Unas son de un color y otras de otro. Las negras las tienen del color...

-Ándale, no te detengas, Mayate.

-Jijo 'e tu perra...

-Dale en la madre con el transistor.

-... madre. Me chingastes el...

-Me jodiste la...

-... el ojo de cristal.

-... la Biblia.

-Cálmense y díganme de qué color son las chiches de las chamac...

Todos se habían enzarzado. El Profeta le había dado con la Biblia en la cabeza al Comunista. Este le dio dos patadas, una en la Biblia y otra a su dueño, con la mala suerte de que la Biblia cayó con fuerza sobre el transistor del Mayate, dando al traste con él. El Chango había saltado del árbol para recoger los pedazos del transistor y, con el codo, hizo saltar el ojo de cristal de Casimirón quien, al tratar de recoger su ojo perdido, tropezó con el Ciego que fue a dar en el suelo, y, al querer darle un puñetazo a Casimirón, le fue a dar al Mayate. Una reacción en cadena. Un desmadre. El Profeta recogió las hojas de su Biblia regadas por todas partes. Casimirón pudo encontrar su ojo sucio que, después de metérselo en la boca para lavarlo con saliva, se lo encajó en la oquedad del cráneo. El ciego, después de andar palpando a tientas como un topo, recogió su caña. El Mayate duró más tiempo para encontrar todas las partes de su transistor, esparcidas y pisoteadas por los asaltantes. Calmada ya un tanto la situación, se oyó una voz que resonaba a eco: «Todavía no sé de qué color son las chiches de esas chamac...».

-Cállate ya, viejo raboverde...

-'Amá, agüelita, mañana voy a la escuela, mañana voy a la escuela.

-Sí, mijo. Mañana vas a la escuela. Vas a aprender muchas cosas.

-...

-Johnny Scott.

-Here.

-Nancy Taylor.

-Here.

-Betty Walker.

-Here.

-James Johnson.

-Here.

-Lazarow Vil-la.

-...

-La-za-row Villa!

-Aquí estoy, maestra.

-Darn it!

Ya su abuelita le había contado varias veces lo que le había pasado a uno del otro lado. Antonio Medrano había desempeñado diversos trabajos, en algunos barrios. La Migra lo andaba siguiendo. Cuando supieron cómo se llamaba, resultó que no era Antonio Medrano, sino que se llamaba Dino Medina. Más tarde resultó ser Art Menchaca. Decía ella que el mentado mojadito traía locos a los de la Migra. Pero lo cierto es que se corrió por el barrio después que Antonio-Dino-Art andaba mal de la cabeza. Que todo comenzó como que estaba distraído. Que, cuando le llamaban, no respondía luego luego, sino que lo hacía varios segundos después. Que tenía que acostumbrarse. Que cuando ya estaba un poco mejor, cuando ya no se distraía tanto, que entonces se le iba la mente de nuevo. Que oía hablar, que lo llamaban, y que no respondía luego luego. Poco a poco parecía mejorarse, y después caía otra vez en la distracción. Más tarde dijeron que, para no ponerse loco de a tiro, que se fue para su casa, para con los suyos.

«Aquí otra vez con ustedes Juan Tirado, en la KKDG, en su programa de siempre 'El Pueblo Opina'. Llamen y no dejen pasar su oportunidad. Pero, por favor, tengan cuidado con las palabras, que a veces son como lengua de sierpe y dientes de víbora ponzoñosa. Llamen, llamen y exprésense libremente».

-Bueno, sí. ¿Doña Zoila Flor del Campo?

-Para servirle.

-¡Ay, qué nombre tan chulo! Hasta se me hace un poco poético, ¿no se le hace?

(-¡Cabrón, ya te la quieres coger!).

-Sí, señor, pero el suyo tampoco se queda atrás.

-No, señora, el mío es muy ordinariote. Imagínese a un Tirado. Suena a... basura.

(-Tú lo has dicho, baboso).

-Eso sí. Pero... imagínese lo de don Juan, ¿eh?

-Bueno, dejémonos ya de alabarnos.

-¿De qué?

-De «alabarnos», de... maderearnos, pues.

-¡Oh!, así sí.

-Y, ¿cuál es su opinión, doña Zoila Flor?

-Lo que quiero decirle a usted y a todos los que nos escuchan es una espinita que traigo aquí clavada muy adentro.

-Pues sí, es natural, siendo usted Flor, ¿que no?

-Pero ésta es otra clase de espina, don Juan.

-Usted dirá.

-¿Qué le parece a usted lo de los matrimonios entre razas?

-Pues... usted es la que llama. ¿Por qué no expresa usted su opinión primero?

(-¡Mayate, súbele al volumen!).

(-Ya no puedo más. Me lo medio chingaron ustedes ayer).

(-¡Chihuahua!).

-Pues yo creo que no está bien eso.

-Y, ¿por qué?

-Porque yo he visto a una chicana con un negro bien negro y... pues la verdad que no se mira bien, ¿no cree usted?

-Y usted, ¿no se considera mestiza?

(-¡Ah!, chihuahua, ya me la jodió).

-Pues la verdad que no sé, usted dirá. Mi padre creo que era medio francés y mi madre medio criolla, de Guadalajara.

-¡Pues sí que tiene usted sangres azules!

(-Blanquita, la cabrona).

(-Te aseguro, Mayate, que está más prieta que tú).

(-A lo mejor y hasta es mi madre).

-Yo no sé si es o no es azul, pero así es la cosa.

-Permítame hacerle una pregunta.

-Usted dirá, don Juan.

-¿De dónde es su esposo? ¿De México o de aquí?

-Él dice que es chicano, de las minas.

-¿Usted tiene hijas?

-Sí, dos ya grandecitas.

-Y si una de ellas se quisiera casar con un... indio zapoteco o huichole, pongamos por caso, ¿qué haría usted?

-La desheredaba.

-Y, ¿entonces para quiénes van a ser ellas?

-Pos... para los que quieran ellas, para los... güeros.

-Y si ellos las encuentran prietas, ¿qué les diría usted?

-Pos, nunca había pensado en ello.

-Y, dígame, el padre del padre de su hija, ¿de dónde viene?

-Pos... ¿no se le hace a usted que está un poco complicado eso?

-Se le hace complicado, ¿que no?

(-Me la chingó el Tirado ése).

(-¡Ah!, cabrona).

(-Que se me hace que es oxigenada esa perra racista).

(-¡Es el sistema capitalista, camaradas! No hay que darle vueltas).

(-¡Ya habló el marxista!).

-'Amá, quiero un sandwich para el lonche.

-¿Ya no te gustan los taquitos, mijo?

-Sí, pero los chamacos me los agarran y después se ríen de mí.

En la clase de historia, años después, se acordó de cómo, cuando eran niños, andaban jugando durante el descanso entre clases. Tenía una canica parecida a una uva, medio verde, medio rosa. La sacó del bolsillo y se puso a jugar con ella. Otro muchacho que se la vio, le echó el ojo. Le gustó, y él, con recelo, se la dejó. Al rato se la pidió, pero el muchacho no se la quiso devolver. Se enojaron y se pusieron a pelear. Otro amigo del nuevo dueño vino en su ayuda. «Don't you hit my friend, you thief». Contra dos no podía hacer nada. Se acercó a la maestra y simplemente le dijo: «Aquellos dos me quitaron la canica». Nomás dijo eso. «What?». «They took my marble away from me». «Are you sure?» «Sí». Se sentó en la esquina de atrás del cuarto de clase, y se mordió las uñas. No pudo hacer nada. Contra dos compañeros y la maestra no podía hacer nada. Eso era todo.

Se acordó también de cuando su abuelo le contaba de cuando vinieron a sacársela. Él les decía que la tierra era como su madre. Pero no le hicieron caso. Al principio quiso pelearles, defenderla. Pero después ya ni le hizo la lucha. ¡Para qué! Se la llevaron y se la prostituyeron. Andaba de manos en manos, como una huérfana. La maltrataban, no le mostraban cariño. Parecían unos padrastros que sólo la querían para sacarle dinero. Se aprovecharon de ella y de sus entrañas y frutos. Sólo la querían para que pariera, para que produjera. Como una gallina encorralada en un gallinero a pone y pone huevos por miedo a que le maltraten y le corten el cuello. Así estaba ella en las manos de aquellos que habían venido del Este. Traían unos palos, unas cañas en las manos que echaban humo. Le ponían el caño delante del pico para que pusieran huevos. Sin cariño la trataban. Como a una piruja. Y se quedaron con ella. «Para siempre», me decía mi agüelito. Mi agüelito ya había perdido las esperanzas. Por eso decía «para siempre». Pero yo no quiero creer eso. Esas cosas volverán a su dueño: las canicas, las uvas, las gallinas, todo. Incluso las tierras. Y si no, para qué estamos nosotros aquí.

«Class dismissed». Los miró con el rabito del ojo, y notó que se estaban riendo. Por eso le había dicho a su mamá que ya no quería taquitos para el lonche. Que ahora no, que hasta que fuera más grande, que hasta que les pudiera reclamar.

-Y, ¿qué haces tú con tu tiempo, Miguel?

-Pues, en su mayor parte, leo y escribo, don Braulio.

-Y, ¿qué lees y qué escribes?

-Pues leo periódicos y escribo lo que ocurre y lo que se me ocurre.

-Entonces yo también puedo ser periodista, porque oigo lo que ocurre y pienso lo que se me ocurre.

-En parte puede ser cierto.

-¿Por qué en parte?

-Porque lo que se le ocurre a usted serán cosas de ciegos, que le interesarán a los ciegos, pero no a los otros.

-Quizás.

-Miss Fairchild, what does it mean tú eres como los pajaritos que tienen dos alas y como los pescaditos que tienen aletas?

-Los pajaritos volar, los pescaditos nadar, no volar. ¿Quién decírtelo?

-My nana.

-Your what?

-A la nanita nana, nanita ea, mijito tiene sueño, bendito sea.

Me quedé dormido. Soñé algo raro, pero muy bonito. Soñé que era pájaro, que volaba de rama en rama, de árbol en árbol, de montaña en montaña (¿Cuán grande era? No me acuerdo). Que a veces flotaba y que a veces quedaba colgado del espacio. Después me convertí en pescado, un pececito de muchos colores, quizás un pescadito de acuario (¿Cuán grande era? No me acuerdo). Pero andaba de roca en roca, de caverna en caverna, de coral en coral. Navegaba en medio de una substancia líquida y amorfa. No pude entenderlo, pero me di cuenta de que faltaba algo. Ser un pájaro o ser un pescado, flotar por el cielo etéreo y el vacío, o deslizarse en las profundidades de una sustancia líquida. Entonces noté que me convertía en un pescado volador (¿o era un pájaro nadador?), dos en uno (¿o uno en dos?). Sentí que podía gozar de las alturas de un vacío cielo y de las profundidades de un fluido mar. Pude ver las aguas que flotaban en el aire y el cielo que se sumergía en el mar. Giré... y nadé por el aire y volé por las aguas. Entonces (¿o fue ahora?) me di cuenta de que era mejor ser pescado volador que simplemente pescado, y que era preferible ser un pájaro nadador que simplemente pájaro.

-Miss Fairchild, eso me lo dijo mi nana. Mi agüelita, pues.

-¿Qué ello significa?

-Algo así como ser chicano, I guess.

-Lazarow, why do you speak Spanish?

-Mi 'amá, mi 'apá...

-I've told you not to speak it anymore. You'll never be able to learn English. Besides, we are in America.

-Mi 'apá says I'm mexicano, chicano.

Se acordaba que a su papá le gustaba mucho ir a la caza de la paloma. Cuando llegaba la temporada, dejaba dos o tres días de ir al trabajo. Aunque todavía era pequeño, se llevaba a su hijo. Pasó una bandada, y su padre se enojó, porque él las dejó pasar sin dispararles. Se había quedado con la boca abierta, mientras los ojos seguían el fulminado vuelo. Como municiones salidas del caño de una escopeta. Después de dos o tres veces más, a insistencia de su padre, dejó de contemplar el vuelo de las aves que pasaban y producían un rápido silbido con el «Ayyy» de un alma en pena. Se echó la culata al hombro y la apretó contra la mejilla. Colocó el ojo de manera que quedara en perfecta simetría con la mirilla de la punta del caño. Apretó el gatillo, y vio algo como un avión con un ala rota o el timón torcido, que daba vueltas y más vueltas buscando en donde aterrizar. Como si le hubiera dado un mareo, giraba y giraba. Como un perro, como un carro, como una mariposa a quien le falta la dirección. Como a un niño, a un polluelo, a quienes les falta la madre. Con la paloma en su mano izquierda, con el ala caída, se acordó de Tommy Sánchez.

-Ok, children. Today is a great day. Why Johnny?

-Because it's George Washington's Birthday.

-Right, Johnny. And, who is George Washington, Nancy?

-George Washington is our Father.

-Yes, Lázaro?

-But my father no es güero, he's prieto.

-What?

-¿Qué se trae esa pinche güera? ¡Quesque Washington es tu padre! ¡Que se vaya mucho a la ching...!

Me enseñó la pintura de Washington, una foto de Pancho Villa y me dio un espejo. «Mírate en el espejo, baboso, y después dime quién es tu padre». Aprendí más de mi padre en un minuto que en un año con miss Fairchild.

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