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Los españoles, escribió José Gaos en alguna parte, «sabíamos de la América Española, pero qué diferente vivir su vastedad y diversidad en el presente, su profundidad y complejidad por el pasado y aún su juventud, su fermentar de formación, y por las tres cosas, su plétora de posibilidades de futuro». En efecto, la influencia de los muchos intelectuales de las más diversas disciplinas que a América llegaron exilados transformó radicalmente un aspecto fundamental de las relaciones hispanoamericanas: el del intercambio de ideas, limitado hasta que tal hecho se produjo, al libro y a la presencia de alguna destacada personalidad que pasaba fugazmente por los países americanos de habla española en una jira de conferencias de las que poco o nada quedaba con carácter de relativa permanencia. El perfil de España en América fue, durante muchos años -el verdadero perfil, claro está, no la lamentable deformación actual-, el trazado por el inmigrante con esfuerzo y dedicación sin desmayo al trabajo. Pero, con todo y virtudes tan valiosas, el trazo quedaba incompleto, borroso. La ausencia de proyección de los valores intelectuales españoles dejó el campo totalmente libre a la expansión de los de otros países, con menoscabo de aquellos. Es evidente que faltaba y hubiera faltado, posiblemente de modo indefinido, algo que se produjo al llegar a América los intelectuales españoles emigrados: la intercomunicación activa, constante, mutuamente vivificadora del pensamiento de la España y de la América de hoy. Al espíritu, a la sensibilidad del intelectual hispanoamericano,   —334→   no le dicen nada, no le dijeron nunca nada, la hinchada e inane retórica oficial que se desbordaba y sigue desbordándose el día de la Raza, en oratoria flatulenta en torno a los -en muchos casos lamentables- monumentos a Cristóbal Colón.

Las cosas se modificaron fundamentalmente al llegar los intelectuales exilados. A través de la relación cordial entre profesores y discípulos y la amigable entre profesores españoles y americanos, se procuró lograr la mutua comprensión y, con ella, la síntesis de lo más rico y valioso de los dos pensamientos, el hispanoamericano y el español, llamada indudablemente a ejercer una acción fecunda.

Hasta los hombres de pensamiento de Hispanoamérica llegaron las vanas declamaciones alusivas a la fantástica resurrección del imperialismo intelectual y político de España en América, de los triunfadores de un alzamiento hecho, entre otras inspiraciones, bajo la del grito ¡muera la inteligencia! Nadie tomó en cuenta, naturalmente, tales dislates. Posteriormente, apagados los ardores iniciales, vino la suavización, en forma de una política de acercamiento de la que son expresión la creación del Instituto de Cultura Hispánica y una más o menos generosa concesión de becas. Todo ello bajo el pabellón de la hispanidad.

A propósito de esto de la hispanidad, en Cuadernos del Congreso por la libertad de la cultura, la importante revista de la que ya me ocupé en otro capítulo, se planteó con toda claridad por las figuras más distinguidas de la intelectualidad iberoamericana la cuestión de lo que Hispanoamérica representa dentro de las corrientes del pensamiento moderno, se destacaron sus características propias y se analizó y se reconoció la influencia de lo hispano, pero, sobre todo, se rechazó de manera unánime, decidida, cualquier intento de hegemonía, más o menos disfrazado bajo el pabellón de hispanidad. En esta actitud coinciden unánimemente los hombres más destacados de la intelectualidad hispanoamericana, afortunadamente -no podía ser menos-, en franca oposición al régimen que tiene sojuzgado al pueblo español y cordialmente solidarios de lo que representan espiritualmente la España exilada y la España sometida, solidaridad que   —335→   no excluyó el diálogo contradictorio, esclarecedor, y la fijación de posiciones en la vidriosa cuestión de las relaciones culturales entre España y los países de Hispanoamérica.

Luis Alberto Sánchez, el gran historiador de la literatura hispanoamericana y antiguo rector de la Universidad de San Marcos de Lima, escribió acerca de la hispanidad, que él califica de mito, lo siguiente: «España no es la hispanidad, desde luego. Confundir ambos conceptos, o, mejor dicho, aquella realidad con este supuesto, sólo sirve para despertar rencillas y suspicacias, cada vez menos necesarias. La mejor prueba de que se trata de una hipótesis es que carece de aplicación y vigencia. En ya considerables años de campaña, la hispanidad sigue identificándose con una tendencia definida, nada popular en América. De este primer rasgo puede destacarse, sin riesgo de yerro, la no popularidad del concepto. Si hispanidad y España fuesen lo mismo, llamaría la atención la impopularidad de aquella y acarrearía como acarrea a menudo, la de ésta. Sin embargo, la distinción no solamente se mantiene, sino que se ahonda. En México, por ejemplo, los españoles, como hombres, son bienquistos, encuentran simpatía, acogida cóncava; la hispanidad y el españolismo hallan serio rechazo. En Perú, el pueblo que ama mucho de los usos, ya tradiciones nuestras, de España, detesta el hispanismo porque se combina peligrosamente con la oligarquía y, cosa increíble, con la plutocracia. Antes de que se perfeccionaran (si alguna vez perfectos) los arreglos político-estratégico-económicos entre España y los Estados Unidos, en el juego de fuerzas políticas del Perú, existía visible connivencia entre los elementos representativos del tradicionalismo virreinalicio (que se llama hispanismo) y los del gran capital norteamericano. La coincidencia (si tal) merece algo más que una simple mención. En Chile, en cambio, la ‘hispanidad’ casi no cuenta y, en cambio existe, como en la Argentina, profunda adhesión a lo español. Mientras en Colombia y Perú ser godo es ser autocrático, en Argentina a los españoles se les llama gallegos, con cierto sentido peyorativo que se confunde con la ternura social. Si existen tales diferencias, será útil examinar o reexaminar los vocablos   —336→   en juego, a fin de desentrañar su sentido, su dinamismo potencial y actual».

Después de establecer la diferencia entre la posición de Portugal e Inglaterra frente a sus ex colonias, y la de España frente a las suyas y de referirse a que el punto IV del Programa de la Falange proclama la urgencia de reconstruir el extinto imperio hispánico, añade Luis Alberto Sánchez: «Para los oligarcas de nuestra América es fácil inventar una tradición de ultramontanismo redescubriendo la hispanidad; bastará para ello una dosis moderada de esa demagogia contagiosa que dio vida a los sueños de grandeza de Mussolini, Hitler y Perón». Más adelante dice Luis Alberto Sánchez: «La reacción antiespañola descansa en gran parte sobre el rechazo cuasi unánime del hispanismo, como vía hacia la hispanidad». Tras de subrayar que el continente hispanoamericano es un continente mestizo, escribe L. A. Sánchez: «A un mundo así, cada día con perfiles más propios, es absurdo volverlo al pasado protohistórico de la cultura india (cultura india, cultura, sí, empleo la palabra en su doble dimensión sociológica); pero es igualmente necio e imposible quererlo hacer retroceder a la colonia hispanizante». Y más adelante: «En 1898 ocurre el desastre colonial de España. Y es en ese momento, cuando la vieja metrópoli pierde su esplendor, cuando América vuelve los ojos con amor a España y, cancelada la era de peligros invasores, la reconoce hermana mayor, parte de su acerbo. España no ha perdido su importancia entre nosotros ni para nosotros; carece de toda opción a sustituirla el hispanismo oficial u oficioso. América no será parte de ninguna hispanidad porque cada día se universaliza más. No reclama el adjetivo de española, porque cada día es más criolla. Somos un ser con perfiles progresivamente propios. Nuestro Cid, ganador de batallas desde la huesa, no viste cota de malla, sino policromo traje criollo. Y hasta empezamos a discutir ya si el 12 de octubre de 1492 fue Colón quien nos descubrió a nosotros fuimos quienes descubrimos a Colón, y en Colón a su mundo. Todo lo cual, por heterodoxo, requiere de un reexamen a fondo, un repensar   —337→   atento, un remorder la vieja traílla hasta quedar libre de ella, remordida, pero sin remordimiento».

Eduardo Santos, ex presidente de Colombia, periodista muy distinguido y una de las figuras más destacadas del liberalismo hispanoamericano, en la presentación de los trabajos contenidos en el número extraordinario de Cuadernos dedicado a la cultura Latinoamericana, escribe: «El pensamiento latinoamericano existe y pugna por manifestarse y traducirse en grandes realizaciones capaces de imponerse a la atención universal, pero no hay que olvidar que la censura previa puede extrangularlo. En los terrenos de la cultura no se registra esterilizador más poderoso que el de las dictaduras contemporáneas, con su odio a la libertad y su uso desenfrenado de las propagandas esclavizantes. Dígalo si no el desierto que en todos los campos de la producción cultural crearon Hitler y Mussolini; la aridez espiritual de la Rusia stalinista y de la España franquista».

Roberto F. Giusti, distinguido profesor y escritor argentino, dejó oír una voz serena, pero no por ello menos afirmativo de los valores culturales de estos jóvenes países: «que se siente -Hispanoamérica- dueña de un ser propio, distinto del europeo y el norteamericano, lo comprueban el afanoso escarbar en la psicología social y la esperanzada búsqueda de nuestra expresión en que han trabajado y trabajan tantos filósofos pragmáticos; sociólogos y ensayistas, incluso europeos y norteamericanos: recordaré a Keyserling y Waldo Frank. América Latina ya ha traspuesto el período de la infancia asimiladora; no contenta con la lección de España, cuando no pretendió rechazarla de plano en ciertos períodos polémicos, la integró con la de la cultura francesa y otras europeas, así como -no podría desconocerse- con importantes aportes norteamericanos. Asimilados los de allende el océano, ha ido haciéndose viva en el alma americana en el siglo actual la conciencia de su autonomía cultural: La primera guerra mundial aceleró este proceso. Muchas batallas han sido dadas en las últimas décadas contra las pretensiones de enfeudarnos a tal o cual supremacía espiritual europea, anacronismo político cultural en el cual la España de Franco no podía abstenerse   —338→   de demostrar su mentalidad antihistórica. Como también es antihistórica la actitud de los pensadores y escritores que pretendieran nada menos que una originalidad total y absoluta para las culturas americanas y su expresión artística, entrocándolas con las culturas aborígenes y sus derivaciones mestizas y expresiones vernaculares. Pero estos fantaseos sociológicos y estéticos, generalmente derivados del nacionalismo político, del falso nacionalismo, aliado siempre con el espíritu de reacción, son asunto para más largos desarrollos que no caben aquí».

No sigo transcribiendo opiniones porque las de todos los hombres relevantes del pensamiento hispanoamericano son coincidentes, en términos generales, con las expuestas.

Salvador de Madariaga salió en diversas ocasiones en apoyo de la causa española. A los que exaltan la obra de los anglosajones en la colonización americana y admiran su sistema de vida, les pregunta: «Ah, ¿y querían ustedes, señores historiadores, señores estadistas, y querían ustedes que el mundo hispano fuera como la imagen, del mundo ánglico, una comunidad de poder? Pues no puede ser. Los ánglicos ganarán siempre en las palestras internacionales, la de las asambleas y la de las bolsas; pero este mundo hispano es y seguirá siendo, para su bien y para su mal, un mundo de hombres desorbitados, de don Juanes y de don Quijotes, un mundo de don Yos, tenso hacia lo alto y no hacia adelante. Ha perdido a Atlantis; pero le queda el cielo...».

En la misma revista a que me vengo refiriendo, publicó Madariaga varios ensayos en los que analiza el problema del mesticismo, el del sentimiento antiespañol en Hispanoamérica, el indigenista y otros. En comentario a la tesis mantenida por el distinguido escritor Orrego, de una América universal, ni hispana, ni india, que Madariaga comparte, éste escribe: «Vayamos, pues, a la universalidad. Pero convendrá limpiar de malezas el camino; reconocer que hispanidad e indigenismo sirven a veces de exutorios a sendas opuestas tensiones de un mismo mesticismo y purificar ambas, la una de su ilusión hispanófila y la otra de su resentimiento hispanófobo, para mirar las cosas con perspectiva   —339→   histórica y con filosofía humana. No faltarían para esa labor apoyos objetivos».

Antes de seguir adelante en la transcripción de lo que algunos intelectuales españoles en el exilio escribieron acerca de Hispanoamérica, me parece conveniente intercalar lo expresado por Guillermo de Torre acerca de la posición del intelectual español en estas tierras, en un breve y enjundioso artículo aparecido en el mismo número extraordinario de Cuadernos a que aludí antes: «La historia completa de este proceso -escribe- resultaría muy arriesgada, dada la multiplicidad de intereses y susceptibilidades que en él se mezclan, aun cuando quien la entendiera acertara a situarse -tal sería nuestro ideal- en un plano equidistante y armónico, es decir, tan español como americano». De este artículo de Guillermo de Torre, lo que más me interesa -destacar, ahora que me ocupo de las relaciones culturales entre España y los países americanos, es su parte final. Escribe De Torre: «No se olvide nunca la realidad y persistencia de este hecho que conviene enunciar con la más inequívoca claridad: contra lo que suponen candorosamente algunos, y a diferencia de lo acontecido con culturas de otras lenguas, lo hispánico como tal no goza de ningún privilegio en buen número de países americanos, sea en los más exigentes o en los de más desarrollado espíritu nacional, por no decir nacionalista. El intelectual español, salvo en pocas latitudes, debe sostenerse a la intemperie, no respaldado en un prestigio histórico o actual, siempre en discusión, sino a pesar de su condición de español, por sus propias fuerzas y personalísimos méritos, en un plan o de abierta concurrencia con otros influjos y culturas. Tal es la cruda realidad, indudablemente desalentadora para quienes imaginen prioridades o ventajas, pero tonificante para los que no se arredran ante las lizas en campo abierto».

Antes de estas palabras finales, De Torre esboza a grandes rasgos las distintas fases de la que ha sido la reacción de Hispanoamérica frente a lo español en literatura: la de alejamiento en los días que siguieron a la independencia, para dejar paso, casi exclusivamente, a la influencia de las letras francesas; la   —340→   autónoma o denominada también del americanismo literario en la que figuran hombres que se caracterizaron por su posición antihispánica, entre ellos Sarmiento, reacción que, «antes que un propósito ideológico tuvo un carácter emocional y casi limitado, en los más, al terreno idiomático». Más adelante dice De Torre: «¿Americanismo, hispanismo, europeísmo? Estos diversos factores andan siempre muy imbricados en las letras y en el espíritu del continente. Es difícil aislarlos, pero no señalar la dirección de una meta común: abrir el paso hacia la manifestación de una personalidad propia, ya que no de una cultura americana, según la certera distinción hecha por Luis Alberto Sánchez». Después, De Torre, hace referencia a lo que él considera el primer movimiento verdaderamente original del espíritu literario americano: el modernismo, con la alta figura de su iniciador Rubén, movimiento que: «reabre la puerta de lo español para América y recíprocamente». Hace especial alusión a Montalvo y Rodó como defensores de la continuidad espiritual hispánica y dice que el Ariel: «alerta contra el pragmatismo yanqui, viene a ser, en último extremo, una reivindicación del mejor espíritu español». El artículo termina así: «En el espíritu americano batallan conflictualmente elementos muy diversos, desde los heredados de la época colonial hasta los forjados a partir de la independencia, junto con las aportaciones extranjeras posteriores de acarreo ininterrumpido. Nacionalismo y europeísmo, hispanismo y afrancesamiento, sin olvidar tampoco algún reflejo norteamericanista, tejen sin tregua una trama compleja, se trenzan en fértil polémica, buscando una futura unidad. Unidad que indudablemente habrá de lograrse a base de integraciones, no de exclusiones. De sumas; no de restas, según la característica felizmente dominante -ayer y hoy- en el complejo americano: la porosidad intelectual. En función de tal característica, el elemento hispánico permanecerá, ciertamente, pero debilitado o afianzado según sople el viento de los destinos históricos y de los imponderables intrahistóricos».

El conocimiento directo de la realidad hispanoamericana, que Américo Castro había entrevisto en viajes anteriores a su exilio,   —341→   le inspiró un libro titulado Ibero América, su presente y su pasado (The Dryden Press, 1941, New York). Es un libro dirigido a los jóvenes universitarios norteamericanos que se sientan interesados por las cosas españolas; en este caso las huellas que España dejó en estos países iberoamericanos. En él resuena claramente la nota exaltadora de lo español y se esbozan -el libro es anterior a la importante obra de Castro España en su historia- algunos de los pensamientos acerca de ciertas características del espíritu hispano, ampliamente desarrollados después en dicho libro. En el prólogo que a continuación se transcribe íntegramente, escribe Castro: «Para entender el hecho de la fragmentación de la América Hispana hay que conocer su historia, lo mismo que para comprender la vida de una persona mayor es necesario saber qué cosas hizo siendo joven y siendo niño. Los Estados Unidos deben su unidad a las circunstancias en que vivieron los primitivos colonos ingleses y holandeses en este país. Lo primera que hicieron fue mantenerse separados de los indios, y unidos frente a ellos. Por otra parte, la religión de los colonizadores concedía mucha importancia a las instituciones sociales que exigían de sus miembros lo que hoy seguimos llamando cooperación. La ocupación principal de los más antiguos americanos del norte, en el siglo XVII, fue el comercio, el trabajo agrícola y la técnica; al mismo tiempo desarrollaban las libertades individuales y el régimen representativo; se habituaron a coordinar los derechos y deberes recíprocos de los ciudadanos, y establecieron las bases de lo que hoy es la democracia norteamericana. Desde sus orígenes, el americano del Norte -inglés u holandés- se interesó por la realidad de lo que podía construir con sus manos y con sus ideas, mucho más que por lo que podía alcanzar con su aspiración y con su fantasía. El resultado de lo anterior se ve en el hecho de que al declararse independientes de Inglaterra en 1776, los Estados Unidos se encontraban aún no muy distantes de la costa atlántica, y todavía no eran dueños de la Florida. En cambio, los dominios de la corona de España comenzaban al oeste del Misisipí, y llegaban hasta el extremo sur de América, con exclusión del Brasil».

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«Insistamos en que los ingleses y los holandeses, antepasados de los actuales norteamericanos, se interesaron por las cosas inmediatas, prácticas, seguras, mucho más que por las conclusiones de la fantasía y el ensueño. El primitivo norteamericano quería valer por lo que era; el primitivo iberoamericano quería valer por lo que representaba ser. Los primeros vivían en casas modestas y confortables, por muy ricos que fueran; los segundos construyeron mansiones y templos que eran espléndidos monumentos artísticos que aún hoy se admiran. La religión de los primeros -el protestantismo- era una religión que vivía más en el fondo de la conciencia de cada cual, que en un culto exterior y lujoso; que miraba más a la santidad del trabajo individual y social que a la petición continua de ayuda a Dios. El protestante norteamericano confiaba más en su esfuerzo diario; el católico iberoamericano esperaba más de la ayuda divina, solicitada mediante rezos y actos de un culto deslumbrante. El protestante norteamericano (de origen calvinista) confió en que Dios lo salvaría; y se sintió justificado y santificado al trabajar con sus manos y leer la Biblia. El católico iberoamericano quiso sentir en esta vida algo de la maravilla de la otra; por eso se interesó por los grandes y artísticos edificios, y por todo lo que significaba exaltación y magnificencia. El protestante trajo a Dios a su mundo; el católico quiso elevar su mundo hasta Dios. Tales características religiosas explican muchas de las diferencias que hoy notamos entre los Estados Unidos e Iberoamérica.

Pero, además de la oposición religiosa entre el norte y el sur de América, hubo también motivos políticos y sociales que contribuyeron a afirmar sus divergencias. Los primeros colonos de Maryland y de la Nueva Inglaterra, formaban parte de grandes compañías comerciales, establecidas en Londres; los colonos cultivaron el tabaco, negociaron con pieles, etc. Así, pues, la base de su vida fue el trabajo diario y metodizado, el cual necesitaba, para ser productivo, un sistema de relaciones mutuas perfectamente establecidas. De este modo se desarrolló el sistema cooperativo, y de hábito de convivir todos sobre un mismo nivel social. En suma, desde sus orígenes, casi puede decirse que las   —343→   colonias norteamericanas comenzaron a vivir por sí mismas, dentro de la armonía creada por las necesidades de su existencia. Además de eso, el hecho de que los colonizadores de la Nueva Inglaterra fueron no conformistas en materia de religión, creó ya un sentimiento de independencia y de superioridad entre aquellos colonos. El rey de Inglaterra nunca tuvo para ellos una significación extraordinaria; y, siendo una colonia, su sistema de gobierno semejaba más bien al de una República democrática. En fin, los colonos blancos no se mezclaron con los indios. Ya en 1619 llegó a Virginia un barco lleno de muchachas inglesas para contraer matrimonio con los primeros pobladores.

Las consecuencias de todo lo anterior se ven en estos hechos: la raza norteamericana es blanca; el régimen político y social es democrático; el trabajo manual dignifica y la cooperación es una virtud de primera clase; la tendencia a vivir unidos es más fuerte que cualquier deseo de disgregarse. Al mismo tiempo, sin embargo, nótese que en 1776 no había en los Estados Unidos ciudades, monumentos y obras literarias comparables a las de Sudamérica. Y las mayores empresas realizadas por los colonos y los pioneers resultan modestas comparadas con las de los españoles.

La historia humana descansa sobre un sistema de compensaciones. Si nos trasladamos ahora a los países iberoamericanos, el espectáculo cambia súbitamente. Lo primero que sorprende es hallar relatos históricos en gran número, que refieren historias prodigiosas en un estilo tenso y apasionado. Bastantes entre esas crónicas fueron traducidas a otras lenguas, e influyeron en las ideas de los europeos acerca de la moral y de la política. Uno de los primeros cronistas del Perú, Francisco de Jerez, dice en 1534, que es asombroso cómo tan pocos españoles han podido dominar tan inmensas extensiones de tierras, alimentándose con la comida ‘de aquellos que no tenían noticia de pan ni vino’. Los españoles fueron a las Indias (así llamaban a esté continente), sin ser pagados ni forzados; de su propia voluntad y a su costa; y así han conquistado en nuestros tiempos más tierra   —344→   que la que antes se sabía que todos los príncipes fieles e infieles poseían.

Desde el punto de vista político, los móviles de la conquista, los principios que sostuvieron unidos a aquellos hombres ambiciosos de oro y poderío, fueron la gloria de Dios y el honor del rey. Para convertir a los indios al catolicismo, y para ensanchar el imperio español, fueron a América los frailes, los caballeros y la masa del pueblo. La agricultura les interesó poco y hasta el siglo XVIII puede decirse que no fue intensa la exportación de los productos de la tierra. La América española producía sobre todo oro y plata, cuya mayor parte fue empleada en América en la construcción de templos, palacios, casas señoriales, colegios, bibliotecas, obras públicas, obras de arte, joyas, fiestas y, en general, en riqueza y suntuosidad. La sociedad hispanoamericana no se parecía en nada a la de los puritanos de la Nueva Inglaterra. La vida española estaba rodeada de imágenes poéticas y de mitos grandiosos: religión, realeza, esplendor nobiliario, heroísmo, expresión literaria en todas sus formas. Abandonado a la prosa del trabajo diario, el español se hundía. Necesitaba sentirse levantado en alto por la acción combinada del ideal y de la fantasía. Por ese motivo, cuando la monarquía y la nobleza española se vacían de fuerza y de prestigio a comienzos del siglo XIX, cuando la religión española se debilita y dejan además de acontecer los heroísmos casi fabulosos de los siglos anteriores, entonces los pueblos de Hispanoamérica se desplomaron; cada uno comenzó a vivir separadamente, porque no habían estado haciendo ningún trabajo en común que hubiera creado lazos sólidos y permanentes. Habían estado juntos mientras vivieron de unas ilusiones y de unos respetos comunes, situados por encima de sus cabezas: religión y monarquía.

Pero a pesar de las separaciones políticas y económicas entre las repúblicas hispanoamericanas, no es menos cierto que todas ellas poseen una profunda unidad -de lenguaje, de religión, de costumbres, de carácter, de virtudes, de defectos- unidad más permanente y más esencial que su desunión política.   —345→   Cuando se conoce a un hispanoamericano -sea argentino, peruano o mexicano- no se le puede confundir con ninguna otra clase de hombres; entre todas esas gentes no hay más diferencia de las que existen entre un americano de Nueva Orleans y otro de Boston, entre un farmer de Nebraska y un doctor de Harvard. Es decir, la semejanza que los une, es más importante que las diferencias que los separan. La innegable e imborrable unidad de Hispanoamérica descansa sobre tres siglos de civilización común hispana. La historia de sus países es incomprensible si no se relaciona con la de su período español y, por lo tanto, con la historia de España. En último término, lo que hoy son, o no son, los pueblos iberoamericanos, depende de lo que fueron, o no fueron, España y Portugal. Por ser como fue la civilización de la península Ibérica, pudieron persistir las razas indígenas en todo Iberoamérica. De ese modo, el elemento indio ha seguido influyendo ahí, en una u otra forma, en tanto que en los Estados Unidos puede en realidad prescindirse de la influencia de la población primitiva, por haber sido suprimida casi totalmente. La presencia de esos indios y de esos mestizos en la mayor parte de Iberoamérica, ha impreso un carácter singular a esta porción del nuevo mundo. La civilización europea, traída por España, se combinó con las tendencias raciales y culturales de los indígenas, los cuales hay que tener en cuenta si queremos entender cómo es hoy Iberoamérica».

Tras las opiniones de Madariaga y Américo Castro, del polifacético hombre de letras, y el filólogo de las un tanto arrebatadas exaltaciones españolistas, me parece interesante insertar la de un poeta, Luis Cernuda. Éste escribió el siguiente prólogo a su pequeño libro sobre México: Variaciones sobre tema mexicano: «Ni Larra, ni Galdós, quienes, aunque tan diferentes, tenían una conciencia igualmente clara, se preocuparon nunca por estas otras tierras de raigambre española. Ante su desgarramiento peninsular, Larra, contemporáneo, Galdós, casi contemporáneo, guardan silencio. ¿Por qué? A la visión nacional que uno y otro nos ofrecen, le falta así algo; algo que históricamente había sido parte de nuestra vida, y que se desintegra de   —346→   ella durante el siglo mismo en que ambos vivieron y escribieron. ¿Cómo entender ese silencio? ¿Cómo esa indiferencia? En el caso de Larra, dada su complacencia en hurgar las llagas suyas y de su país, que son las mismas, sería raro otro motivo, para desperdiciar ocasión tan buena. En el caso de Galdós, además, acaso hubiera malicia, pues que el comentario atañía a un pasado demasiado vivo aún, para no suscitarle dificultades con sus lectores de este otro lado. Unas primero, otras después, en brevísimo espacio, todas estas tierras se desprenden de España. Ningún escritor nuestro alude entonces a ello, no ya para deplorarlo, ni siquiera para contarlo. Si la accesión a ellas halló tan pocos ecos en nuestra literatura clásica, es lógico que su separación hallara menos en nuestra literatura moderna. Y como el español nunca dejó pasar sin protestas tormentosas eso que en la convivencia nacional va contra su ser íntimo, si entonces no dijo palabra, ni se echó a la calle, es que nada le iba en ello. España, pues, no había sido, ni era para la mayoría de nosotros, sino el territorio peninsular, y parece que los americanos, por su parte, se dieron cuenta de dicha actitud antes que nosotros. Acaso a los españoles no nos interesaron nunca esas otras tierras, que durante tres siglos fueron parte de nuestra nación (Cervantes, aunque él mismo quiso venir, y no pudo, piensa de quienes acá venían: ‘Las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores a quien llaman cierto los peritos en el arte, añagaza general de mujeres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos’). Pero ¿cómo conciliar nuestra evidente indiferencia nacional, si no desvío hacia estas tierras, con el esfuerzo realizado y la obra obtenida por los españoles en ellas? Los ecos nuestros que aquí resuenan, intactos a pesar del tiempo y del extrañamiento, con tal familiaridad. ¿Acaso fue todo, como todo parece ser en la vida, obra de unos pocos, frente a la hostilidad de otros y la indiferencia de la mayoría? En tu niñez y en tu juventud, ¿qué supiste tú, si algo supiste, de estas tierras, de su historia, que es una con la tuya? Curiosidad, confiésalo, no tenías. Culpa tuya, sin duda;   —347→   pero nada en torno podía tampoco encaminarla. Lo que oías, cuando algo oías, frases políticas al uso, carentes por tanto de sinceridad y vacías de pensamiento, más eran para matar toda curiosidad. Nada revivía ante tu imaginación, ahí indiferente, el acontecer maravilloso, obra de un puñado de hombres cuyo igual no parece haberse visto antes o después, ni la escena misma de sus actos, aunque ésta aquí estaba y está, tan viva, tan hermosa. Esa curiosidad fue la vida con sus azares quien mucho más tarde la provocó en ti, al ponerte frente a la realidad americana. Y tras la curiosidad vino el interés; tras del interés la simpatía, tras de la simpatía el amor. Mas un pudor extraño le dificultaba su expresión a ese amor tardío. ¿Reconocimiento de su inutilidad? Pudor es, en todo caso, lo que en este punto, callándote ahora, te lleva a soslayar el tema».

A Salvador de Madariaga se deben cuatro importantes libros en relación con América, escritos en el exilio: Colón, Hernán Cortés, Cuadro histórico de las Indias o Auge y decadencia del Imperio Español en América y Bolívar. En los dos primeros y en el último trazó la vida y los hechos del descubridor, del conquistador y del libertador, y en el otro, la historia del nacimiento, apogeo y caída del Imperio Español en América. Estas obras de Madariaga ofrecen como característica común, sobre todo la penúltima, la de no ser catalogables en el género de literatura vindicatoria, en la mayoría de los casos tan sobrada de entusiasmo y de exaltación como carente de rigor objetivo y de serenidad crítica, literatura que tanto se ha prodigado en España. Madariaga ha investigado en los archivos oficiales de Lima, Quito, Bogotá, Caracas, La Habana, Londres y París, lo que le permitió el examen de documentos de primera mano. En los índices bibliográficos de estos libros de Madariaga, sobre todo en el del Cuadro histórico de las Indias, lo que predominan son obras de autores extranjeros, ingleses, y franceses, especialmente, lo que da a sus argumentos una gran fuerza, al intentar la valoración de lo que fue la obra de España en estas tierras. En una palabra, Madariaga no se enfrenta a la «leyenda negra» con patrióticas vociferaciones, sino firme y cautamente apoyado en el decir   —348→   de hombres no españoles de los tiempos de la colonia y de los actuales, que hicieron y hacen justicia a España. Además, Madariaga: no trata nunca de paliar o desfigurar, y mucho menos de escamotear, el lado adverso, sino que lo exhibe en toda su crudeza.

Según Madariaga, la posición rezagada en que España quedó en los momentos en que el desarrollo científico-técnico experimentó en los otros países europeos un fuerte impulso, hizo que quedara borrada de la lista de las grandes potencias e incapacitada paró mantener su dominio sobre su extenso imperio americano, imposibilidad que se fue haciendo más y más patente a medida que aumentaba el progreso mecánico y técnico. Subraya Madariaga cómo la vida fue, en general, más amable, rica, libre, con más sentido de la justicia y más respeto a la persona, en diversas partes de Hispanoamérica en tiempos de la dominación española, que cuando en ellas dominaron, por ejemplo, los ingleses, aduciendo testimonios de autoridades británicas de la época, en Jamaica, Trinidad, etc. Riqueza, bienestar, amable disfrute de la vida, ocio alegre, «no pueden ser el resultado de un régimen tan pesadamente cargado de pecados, como el que una historia superficial quiere hacernos creer que fue el español». La esencia de la vida que España creó en estos países, elude, según Madariaga, la definición, porque al enfrentarse con cuestiones españolas, toda visión que se detenga en lo formal, en lo institucional, no pasa de ser superficial. «La verdad sólo puede ser captada entreviendo los movimientos de los individuos por debajo de las instituciones. La vida en las Indias era informe, anárquica, pero, de hecho, vida con libertad, pues la libertad es el único solvente capaz de absorber y disolver tantas anárquicas individualidades manteniéndolas unidas en una comunidad, aunque fuera turbulenta».

Más adelante señala Madariaga que es posible que las delicias de esta vida indiana, su paz prolongada, dificultaran el progreso de las ciencias y las técnicas sin las que el Imperio estaba condenado a derrumbarse. «En todo caso la vida que floreció en las Indias debió su forma, color y aroma, al hecho de que   —349→   España mantuvo su imperio si no totalmente cerrado y aislado, por lo menos velado al mundo. La corriente de la historia iba alejando a los hombres de la hermandad cristiana, a través del Renacimiento y de la Reforma, hacia el libre pensamiento humanista y la era de la máquina que ahora nos engulle. El mundo hispánico estaba, y en gran medida todavía lo sigue estando, al margen de esta evolución del hombre occidental. Su aversión a la técnica tenía un aspecto positivo y otro negativo. Era, y todavía es, un resorte espiritual mediante el que el alma individual defiende su integridad y su autonomía contra el gigantesco amo mecanizado: la comunidad moderna. De aquí la actitud distante que ahora, quizás más que nunca, guarda el mundo hispánico frente a los acontecimientos del mundo: como espectador de un drama en el que no desempeña papel. Esto es actualmente, como lo fue para las Indias, un grave inconveniente. El mundo hispánico no acompañó al de los demás hombres en sus gloriosas y terribles experiencias a través del infierno de la edad de la máquina. En los días de las Indias, este infierno no era todavía tan negro como amenaza serlo ahora. La viva luz que proyectó sobre el occidente semejaba el alborear de una era gloriosa, la era de la victoria del hombre sobre las fuerzas obscuras del tiempo. Inconmovidas por esta evolución que esclaviza al hombre a su futuro, las Indias florecieron en un luminoso presente como los lirios del campo: sin cultivo.

¿Fracaso? ¿Éxito? Todo depende del sentido y de las reservas mentales con que la pregunta se formule. Contemplar en un atlas la insuperablemente soberbia posición estratégica de España, puerta del occidente y del oriente, dueña por naturaleza de África, de América por el destino y la historia, por espíritu de empresa y conquista de las islas del Pacífico. Ver ahora Gibraltar inglés, Panamá americano y a España sin el continente por ella descubierto, en el que permanecen todavía tres potencias europeas; su prole y ella misma, reducidas al rango de segundas o terceras potencias políticas y en lo económico a colonias de dos naciones anglosajonas, ¿ha habido en la historia fracaso más colosal? Pero mirando los acontecimientos con   —350→   arreglo a otros índices que el político y el económico; piénsese en todo un continente asimilado efectivamente a la civilización y la vida europea, sin sacrificar la población nativa en el proceso, y dejarla fuera de él; en cómo las formas de la vida europea fueron incorporadas a pueblos tan distante de Europa como los aztecas de México, los incas del Perú y aun los tagalos de Filipinas; considerar que, ya en el siglo XVI, las Indias habían contribuido a nuestro mundo atlántico con una escuela de pintura en Cuzco, una danza, la chacona, que Bach estimó digna de su música; téngase en cuenta la profundidad, el color, la riqueza de la tradición espiritual que España ha dejado desde Santo Domingo a Manila y de California a Tierra de Fuego; téngase presente que en los Estados Unidos los escasos restos de la civilización española, aquí una puerta, un arco allá, el claustro de una misión lejana, se registran y se subrayan en las guías de viaje, que Nueva Orleans se enorgullece de su aire español, y que las edificaciones españolas prestan su gracia a todo el continente y que la lengua permanece viva con todas las formas de pensamiento que ella alimenta y que la gente que la habla aprende con ella el valor del ocio y el sentido de la resistencia pasiva frente a ese insidioso enemigo, el Estado, especialmente el buen Estado, y bien, todo esto; ¿es tan malo?» Madariaga cierra el epílogo de su obra con estas palabras, referentes a los libertadores que afluían a Londres en busca de ayuda para su movimiento de independencia: «No cabe reprochárselo. Que en el gobierno de España hubo un elemento tiránico es obvio. Que fuera más insoportable que la tiranía de cualquier otro gobierno contemporáneo es sencillamente falso. Que bajo su vigencia, América vio la más fina generación de ingenios, hombres de letras y pensadores que hasta ahora ha producido, es innegable. Que si estos hombres y sus amigos hispano-europeos hubieran salido al mundo con menos española y quijotesca indiferencia frente a las realidades, con más lastre de la experiencia que Sancho recomendaba en vano a su amo, hubieran podido rejuvenecer todas las Españas, la europea y la americana, y hacer de ellas una comunidad viva de naciones hispanas, es, por lo menos,   —351→   una hipótesis permisible. En fin de cuentas, no pudieron actuar mejor que lo hicieron. Trabajaron con coraje y buena fe y en la forma dispersiva, explosiva que es la típica de España, como de la granada. Y el Imperio que nació como una granada que al reventar dispersó los granos de vida sobre un continente, murió también como granada sembrando el continente con los granos desamparados, fácil presa de las águilas del poder».

En el epílogo a su Bolívar escribió Madariaga -versión del inglés-: «Bolívar se presenta ante el tribunal de la historia y dice: vengo ante vosotros a someteros la primera de mis renuncias que presento con todo mi corazón. Vengo a dimitir mi título de Libertador. No os asombréis. Lo esperabais. A la distancia a que me contempláis todo asombro cesa. Pero aquellos que fueron mis compañeros en la tierra y cuyas vidas se entrelazaron con la mía, hubieran abierto ojos de asombro al oírme lo que ellos hubieran considerado una blasfemia contra mí mismo. Libertador fue siempre mi más preciado título de gloria. O Libertador o muerto, dijo una vez mi hermana. Hoy renuncio a mi título de Libertador porque deseo vivir. Quiero vivir como se desea hacerlo en la historia, a la luz de la verdad. Desde estas alturas, libre al fin del barro que aprisionó el espíritu en la tierra, me doy cuenta de que el título de Libertador que labré para mí con mi espada sobre el cuerpo de cinco naciones, pesa ahora sobre mi ser eterno y le impide erguirse con sus dimensiones verdaderas sobre el fondo real de las cosas. No, no soy, y nunca fui vuestro libertador. ¿Quién hubiera podido dar aquello de que carece? ¿Cómo podía yo daros la libertad que no poseí? Me preguntaréis, ¿no eras rico y noble? Noble y rico, ciertamente; pero no libre. Pues la libertad es un don de los cielos, otorgado a muy pocos, y yo no nací entre los elegidos. Mi cuna pendió de las áureas cadenas del privilegio; y yo nací para ser esclavo de la pasión de poder, menos libre que mis esclavos negros, más su esclavo que ellos míos.

Fui toda mi vida esclavo de mis pasiones. No me ocuparé de la más escandalosa y quizá la más venial de ellas. Otras me dominaron más tiránicamente. Fui cruel. No lo neguéis. A esta   —352→   distancia ¿qué objeto tiene vuestro amable disimulo? Fui cruel para los españoles, tan cruel que una vez grité: ‘Después de ser un Nerón para los españoles, ya me basta de sangre’. Fui cruel también para los indios como cuando exterminé a los hombres de Pasto, por atravesarse en mi camino. Fui ambicioso; y para saciar mi ambición no vacilé en hacer pedazos los compromisos que había jurado respetar, cuando la tinta en que se escribieron estaba aún fresca; ni me tembló la mano cuando vacié los hogares de su juventud con las levas forzosas y cuando llevé a la ciudad y al campo la desolación con mis guerras.

¿Cómo podía liberaros yo? Desgarré con la espada una tradición trisecular que entretejía vuestras díscolas libertades en un cañamazo social donde la historia había forjado un gran diseño hispano-indio. Pero la espada no teje ni borda, y cuando quise rehacer en tres años lo que España había hecho en tres siglos, la abigarrada maraña de hilachas humanas de aquel diseño roto, transfigurada en hidra demagógica, me devoró el corazón.

La esencia de la libertad radica precisamente en que sólo uno puede liberarse a sí mismo. Cierto es que cuando os dije que era vuestro Libertador, yo lo creía sinceramente. Había sonado la hora de la historia en la que tierra, sangre, espíritu, todo clamaba por vuestra separación de España. El día necesitaba su hombre. Ese hombre fui yo. ¿Quién me eligió para ese destino histórico? Mi ambición. Así, entre vosotros y yo se forjó una fuerte cadena de mutuo servicio: yo debería emanciparos de España y vosotros emanciparme a mí de mi pasión de mando que me dominaba. Así como la naturaleza se sirve de la sed de placer del hombre para asegurar la vida de la especie, así la historia se sirvió de mi ambición para deshacer el nudo del imperio español en América.

Vedme ahora en mi tamaño real, despojado por mi propia mano del título de Libertador que me otorgasteis: ni yo Libertador, ni Cortés Conquistador, ni Colón Descubridor; ninguno de los protagonistas de esta trilogía es lo que parece ser. Los tres hemos cruzado el escenario de la historia con el firme paso de los que crean su propia linaje, ambiciosos de fama y gloria.   —353→   Los tres fuimos meros instrumentos de algo que aun ahora somos incapaces de penetrar. Colón no supo que estaba descubriendo América; Cortés no vio que estaba creando la República Mexicana; yo no soñé que el alma en pena del tirano Aguirre que ardía en fuegos fatuos sobre las llanuras de Venezuela os tiranizaría al verterse en mar de petróleo estéril sobre vuestros valles antaño fértiles».

El pensamiento de Madariaga, como puede verse, es contradictorio -quizá no pueda ser de otra manera. Acepta, por un lado, como algo fatal e irremediable, la independencia de los países hispanoamericanos, y describe, por otro, un estado de cosas bajo la dominación española que parece no explicar el movimiento de independencia. No obstante, que el Cuadro histórico de las Indias y el Bolívar, puedan ser obras de tesis en parte discutible -más la segunda que la primera- son dos obras históricas fundadas en una rigurosa investigación de las fuentes más autorizadas en la materia, que figurarán de ahora en adelante -dejando lo discutible a un lado- entre las valiosas de la historiografía de la América Hispana.

Era natural que el retrato que de Bolívar trazó Madariaga, no sólo no iba a agradar a todos, sino que iba a disgustar hasta la indignación a muchos. Y así fue, en efecto. Marcelle Michelin se refiere al revuelo que levantó el libro de Madariaga, en un artículo -noticia- aparecido en el número de otoño 1953 de la revista norteamericana de literatura Books Abroad, tan repetidamente mencionada en este libro, en el que se inclina más del lado de los partidarios de Bolívar. Escribió Marcelle Michelin: «El letal escalpelo psiquiátrico de Madariaga convierte al inmortal estadista-soldado (al que otro español, Miguel de Unamuno, considera ‘como uno de los más grandes héroes de la humanidad’) en un loco, inhumano hasta el sadismo, traidor, dominado por un odio racial, vulgar imitador de Napoleón, que soñó con reinar sobre el Imperio Sudamericano». En el mismo artículo vienen transcritas diversas opiniones. La de Germán Arciniegas: «Lo que Madariaga ataca no es tanto a Bolívar como la causa a la que éste se dedicó: arrojar a los españoles de   —354→   América». La Sociedad Bolivariana de Buenos Aires calificó a Madariaga de «historiador quintacolumnista, microbio blasfemo, que bordea la demencia senil, perro que ladra a la luna». ¿Verdad que están un tanto divertidamente fuertes los señores de la Bolivariana? J. M. Ortega, trató a Madariaga de «traficante que explota las más viles pasiones humanas» y lo consideró culpable de «simonía intelectual». Al lado de estas reacciones explosivas, las hubo más serenas, aunque fuertes, como, por ejemplo, la de Vicente Lecuna, gran autoridad bolivariana, que acusa a Madariaga de ser «un juez malévolo y lleno de prejuicios, que se niega a tomar en cuenta nada en favor del acusado».

Entre Madariaga y Lecuna se cruzaron cartas de las que son estos párrafos: «Los ataques de que vengo siendo objeto son una reacción natural de todo paciente después de una operación... Mi Bolívar está tallado en una roca de verdad y es un ser de carne y hueso, no un tradicional ente de la imaginación. No importa lo que usted diga o haga, encontrará usted siempre en mí a un amigo. Salvador de Madariaga».

He aquí los extremos más importantes de la carta de Lecuna: «Su interpretación de Bolívar es un total fracaso por basarse en una manifiesta incomprensión de nuestro movimiento de emancipación, con el que usted no simpatiza, ni intenta comprender. La Confederación Panamericana fundada por Bolívar y su visión de unas Naciones Unidas, son objetivos comunes de nuestras dos Américas. Perdóneme por ser tan franco, pero es mi deber, aún con un amigo como usted al cual respeto».

En relación con un aspecto fundamental de Hispanoamérica, el del indigenismo, publicó Juan Ramón Jiménez un ensayo que él calificó de nota, en la sección extraordinaria dominical del diario Excélsior de México, correspondiente al domingo 22 de mayo de 1955. De dicho artículo entresaco los siguientes trozos: «Cuando los aventureros españoles se encontraron con lo que hoy es América y se adentraron por ella, fueron comprobando poco a poco y más cada vez, que estaban frente a una cultura importante y que esta cultura se manifestaba fundamentalmente en una arquitectura poderosa y duradera. No, no eran salvajes los   —355→   que luego serían Américo-Hispanos. Y como los españoles venían acostumbrados, por su propia civilización general (que ellos habían propagado por Europa con Alfonso el Sabio) a este tipo arquitectónico, comprendieron pronto que, para quedarse en la tierra descubierta, tenían que igualarse con los indígenas en esa expresión elemental que suponen el hogar, el templo y la fortaleza. No hay que olvidar que los españoles no venían a estas tierras posibles sólo a llevarse lo que necesitaban en las suyas respectivas, como hicieron los ingleses o los franceses, sino a quedarse, a mezclarse, a convivir para siempre (y por eso Cortés quemó las naves, y por eso también levantaron en cada país dominado fábricas tan poderosas, superpuestas o aisladas, como las de los mayas, los incas o los aztecas). Los españoles cambiaron la línea religiosa de la civilización indígena entre la que se afianzaron, pero continuaron la línea artística con una equivalencia expresiva, porque en la expresión los españoles sabían lo que les dejaron romanos y árabes. Pero, como el arquitecto español era secundado por el obrero indio colaboraba naturalmente con el español; la imagen de una virgen cobraba facciones de mujer india, una flor de un retablo era una flor nativa y un ángel sonreía como el niño de ellos. No se interrumpe la tradición indígena por los españoles; no hay lagunas en la sucesión indoespañolamericana como han querido suponer apasionadamente algunos irresponsables que quisieran quitarse de encima algo que no se puede quitar, la historia, y superponerse una leyenda sin solución futura. La continuidad indígena es evidente, como lo fue, en el renacimiento español, la continuidad española de lo anterior, que pudiera llamarse indígena en relación con el renacimiento.

Lo indígena restó mucho tiempo en este continente, después de la independencia general, como ruina o como documento y como incentivo para el viajero, más o menos turista; pero no se había tenido ni se tenía la conciencia de lo que suponían esos documentos y esas ruinas para el americoespañol ni para el español. Fue necesario que historiadores, arqueólogos, filólogos europeos, señalaran la realidad popular verdadera de lo indígena   —356→   y de lo indigenista español, para que sobreviniera un estado de conciencia américohispana.

El indio mezclado con español, como el español mezclado con romano o árabe, no podían ser meros espectadores de una vida que era y es y seguirá siendo la suya, la de un ente complejo; y la incorporación sobrevino naturalmente. Pero, como ocurre con frecuencia, vino también la política, esa metementodo, a estropear el asunto, que se convirtió en negocio, y el indigenismo sirvió para afear a España monstruosamente, no ya lo real que todos sabíamos y deplorábamos en América y España, sino lo esencial en conjunto; con esta política fea vino, además, el aprovechamiento de partidos extremos contemporáneo, de propaganda utilitaria más que de convencimiento; vino y continúa todo lo que es extraño al indigenismo tradicional de cada pueblo, es decir, a la sustancia esencial del indigenismo propio y contribuyó particularmente a revolverlo y desviarlo de su camino real. Porque, aparte de esta equivocación y paralela a ella, surgió otra peor, que no era equivocación más o menos nacionalista sino falsía: el político demagógico y usurero quería conservar ciertos rincones al indígena actual, en continuidad oscura, mala para él, y así podía, el falsario, aparecer como apóstol salvador del indio, lo mismo que ocurrió en los Estados Unidos de más arriba, donde todo el mundo puede contemplar hoy al indio colocado simbólicamente en lo más alto del Capitolio de Washington y encerrado en realidad en corrales o corralillos ‘ejemplares’ de algunos de los estados.

Américohispania lleva dentro, de un modo o de otro, el fundamento indio, y el negro también, como España lleva los otros legados que he señalado; y lleva además, en gran proporción, el inglés, el francés, el holandés, el italiano, el polaco, el chino, etc. Lleva a Europa, Asia, África, Oceanía y en una proporción también infinitamente mayor que cualquier otro país del mundo. Todas las razas se han mezclado y se siguen mezclando por fortuna, en esta tierra larga que sigue siendo de promisión». Juan   —357→   Ramón termina su interesante artículo con estas palabras referentes a la participación de lo indígena en la expresión literaria: «En la exaltación de lo indígena no interrumpido por lo español, está la salvación de la expresión poética Américohispana, mezclando lo necesario de las diferentes asimilaciones actuales. Mezclado estaría hoy cualquier indígena americano aunque no hubieran venido los europeos en los siglos en que vinieron y, como dije antes, se habrían nivelado ellos mismos. Y es indudable que su expresión no sería la misma que en el siglo XV, que no serían hoy mayas, incas o aztecas como entonces. Para terminar esta nota, quiero señalar que el ‘indigenismo’ debe ser hoy ‘clasicismo’ porque clásico es tradición y actualidad. El clasicismo, lo he dicho muchas veces, es fundamentalmente adjetivo, es un venir a ser; se convierte en sustantivo con la sanción del tiempo, si fue esencialmente perdurable».

José María Gallegos Rocafull publicó en la colección editada con motivo del IV Centenario de la Universidad de México, en 1951, un libro: El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII. La introducción se inicia con estas palabras: «Hacer la historia del pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII es seguir paso a paso las dramáticas peripecias del encuentro entre dos mundos a los que el azar del descubrimiento obliga a entregarse de lleno a su destino histórico, que es el de influirse mutuamente y realizar entre los dos un tipo de cultura, fruto ya y realidad lograda en el Viejo Mundo, simiente y esperanza en las nuevas tierras». Más adelante, escribe Gallegos: «El pensamiento mexicano de la época quedó centrado, por imperio de la misma cultura que había abrazado, en estos tres temas fundamentales: l.º Problemas religiosos suscitados por la evangelización del país; 2.º la teología, concebida a la manera de Vitoria, Soto y Suárez, como raíz de la concepción del mundo y fin y luz de las otras ciencias; y 3.º la filosofía escolástica, en sus diversas tendencias, especialmente la tomista, más tarde la ascotista y la suareciana». Todo el libro está inspirado por el rigor intelectual y la penetración crítica que caracterizan la obra de Gallegos Rocafull.

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Luis Nicolau D’Olwer, uno de los más autorizados cultivadores de los estudios clásicos greco-latinos, e investigador de la cultura renacentista, con que cuenta España, y a cuya erudición se asocia un profundo sentido de historiador, publicó en México varias obras importantes. Entre ellas figura un estudio biográfico y crítico de la obra y la interesantísima personalidad de fray Bernardino de Sahagún, el franciscano catequizador, que tan arduamente trabajó durante su larga vida para recoger todo lo relacionado con las culturas autóctonas mexicanas, en trance de violenta desaparición impuesta por la conquista: lengua, tradiciones, creencias, costumbres; espíritu excepcional en el que el ardor proselitista coexistió con una actitud inteligente ante el medio humano, social y cultural en el que se vio sumido a la zaga de los conquistadores, y en el que trató de suavizar con dulzura, comprensión y nobleza de alma, las durezas de la espada y rectificar los errores del exaltado proselitismo. La de Motolinía fue otra de las figuras estudiadas por Nicolau D’Olwer. Contestando a un periodista que lo entrevistó a mediados de 1957, Nicolau aludió a algunas de sus actividades intelectuales en los términos siguientes: «Por encargo de la OEA y de la UNESCO, preparo una antología de los cronistas de las civilizaciones precolombianas. Además, sigo adelante con mis estudios de historia y literatura catalana. Por encargo de la Comisión de Estudios Bizantinos de Bruselas, estoy preparando una visión crítica de los capítulos de Muntaner, referentes a la expedición de los catalanes a Oriente. Además, el Colegio de México me ha encargado un estudio sobre Abelardo y el Renacimiento del siglo XII, estudio que empecé hace varios años en España. El Instituto Catalán de Cultura me publica Caliu o Rescoldo; colección de recuerdos de maestros y amigos».

José Miranda publicó en las Ediciones del IV Centenario de la Universidad de México un libro: Las ideas y las instituciones políticas mexicanas: 1521-1820. En él se estudia con gran acopio de datos la evolución del pensamiento político español, desde el siglo XVI, y su repercusión en la Nueva España. Céntrase el estudio, preferentemente, sobre tres fases de dicha evolución:   —359→   la correspondiente a los siglos XVI y XVII, la de la Ilustración (y su derivado, el despotismo ilustrado de los Borbones) y la suscitada por la revolución francesa. Una buena parte del libro está dedicada al movimiento político que culminó en la promulgación de la Constitución de Cádiz, y a sus repercusiones en América, especialmente en México. La obra de Miranda, escrita sobriamente, con amenidad, pese a los muchos datos extraídos de archivos y colecciones de documentos históricos, enseña muchas cosas acerca de lo que fue la evolución política española e hispanoamericana durante los últimos siglos. Especialmente interesante es, a mi juicio, la parte del libro que se trata de la influencia del pensamiento político de la revolución francesa, y la de la revolución liberal española de comienzos del siglo, en el impulso de los movimientos de independencia de los países hispanoamericanos. De Miranda son, asimismo, varias otras obras en relación con problemas jurídico-sociales de la América colonial. Entre ellas figura El tributo indígena en la Nueva España. En esta obra, y apoyado en pruebas documentales, Miranda precisa la verdadera significación de las Leyes nuevas, reguladoras del funcionamiento de las encomiendas. Señala las obligaciones que dicha legislación imponía a los encomenderos y recuerda que encomienda y tributo tuvieron sus antecedentes en instituciones análogas precolombianas. Miranda se refiere a este propósito a la orden de Moctezuma para que pagaran sus súbditos a los españoles el tributo que anteriormente le pagaban a él. Otra de las obras debidas a José Miranda es: Vitoria y los intereses de la conquista de América en la que deplora la ausencia de estudios críticos imparciales acerca de Vitoria y de la relación entre sus ideas y los intereses que suscitó la conquista de América: interés de la corona en implantar el absolutismo al otro lado del Océano; interés de la Iglesia en asegurar y perpetuar un control absoluto sobre la vida espiritual de toda la humanidad; interés de los conquistadores y encomenderos en mantener su posición aristocrática en relación con los demás españoles y su señorío feudal sobre los indios.

La actividad de Agustín Millares Carlo se diversificó en los   —360→   campos de la traducción de los clásicos latinos, tarea en la que es maestro, la inteligente elaboración de antologías y obras didácticas, y en el de la bibliografía, sobre todo en relación con cuestiones mexicanas, dentro del que realizó una obra que cabe calificar de monumental y que constituye un instrumento de trabajo valiosísimo para todos los interesados en la investigación de diversos aspectos del pensamiento y de la historia mexicanos. Entre las obras de carácter bibliográfico de Millares Carlo figura Ensayo de una bibliografía de bibliografías mexicanas -Biblioteca de la II Feria del Libro y Exposición Nacional del Periodismo, 1943- obra de extensa investigación, casi exhaustiva en la materia. Esta obra la produjo en colaboración con José Ignacio Mantecón. Millares Carlo es autor de una Historia de la literatura española hasta el siglo XV (Ed. Porrúa, México) y una antología de autores latinos (Ed. Fondo de Cultura Económica).

En Don Vasco de Quiroga, Obispo de Utopía, estudio biográfico, Benjamín Jarnés, ofrece una visión certera de esa apostólica figura y de su obra; una obra que es flor inmarcesible de cristiano amor al hombre, testimonio de altísima sabiduría y reflejo de un carácter en la que la perseverancia, la energía y la bondad se ligaron en una síntesis que dio frutos cuyo recuerdo, unido al de su hacedor, permanece amorosamente vivo en la memoria de una raza.

Hubiera sido explicable que Jarnés, escritor muy fino y brillante, con acusada sensibilidad poética, tendiera a idealizar la extraordinaria personalidad de don Vasco. Pero no fue así. Su figura va surgiendo del libro perfilada por sus obras; los avatares de su larga y trabajada existencia son descritos con el mayor rigor asequible y con fundamento en las fuentes más autorizadas. El poder de evocación del hombre y de recreación del medio en que se movió, mostrados por Jarnés en esta biografía, hacen de ella una obra de gran calidad.

Juan Comas, el distinguido antropólogo que ocupó el cargo de Secretario del Instituto Indigenista Interamericano, dedicó a los problemas indigenistas una asidua e inteligente atención. Puede decirse que fueron pocos los aspectos de la vida indígena   —361→   americana, especialmente la de México, no estudiados por Comas. La alimentación del indio, su desarrollo biológico, la asistencia pública a la población indígena, la enseñanza y la asistencia médica, son algunos de los temas a los que Comas consagró documentadas monografías. Censuró la discriminación racial que en América es ejercida por algunos que pretenden establecer superioridades e inferioridades de unos grupos indígenas respecto a otros, y afirma creer cumplir un deber ineludible «saliendo en defensa de los verdaderos principios básicos de la antropología frente a reiteradas tendencias que siguen queriendo utilizar nuestra ciencia para fines político-sociales más que sospechosos». Todos cuantos en América se dedican a cuestiones antropológicas y más concretamente en relación con los indígenas americanos, coinciden en atribuir a Juan Comas una gran autoridad en la materia y en elogiar calurosamente sus trabajos encaminados a procurar una vida mejor para el indio americano y su plena incorporación a la civilización. Juan Comas es autor de una Antropología que ha merecido los más calurosos elogios de la crítica.

Constancio Bernaldo de Quirós es el autor de La picota en América (La Habana, 1948). Se relata en este libro la historia de la picota, instrumento del feudalismo con fines de control social. La picota era signo de vasallaje que exalta la figura del soberano como la única fuente de ley y de justicia. Cuando la participación popular en la administración de la justicia fue mayor, la picota fue substituida por sistemas con mayor fundamento legal. El instrumento físico fue, como siempre, la expresión de la filosofía penal y social dominante.

Don Rafael Altamira, en quien los estudios en relación con muchos aspectos de Hispanoamérica, tuvieron siempre un asiduo y muy autorizado cultivador, publicó de 1943 a 1951, los siguientes libros y folletos: Autonomía y descentralización legislativa en el régimen colonial español; Legislación metropolitana y propiamente indiana (Coimbra, 1945); Manual de investigación de la Historia del Derecho indiano (México, 1948); La costumbre jurídica en la colonización española (Separata   —362→   de la Revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia de México: 272 págs.); Contribución a la Historia municipal de América (México, 1951); Diccionario castellano de palabras jurídicas y técnicas tomadas de la legislación indiana (México; 1951); La norma indiana.

Pedro Grases escribió La conspiración de Gual y España y el ideario de la independencia (Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1949), obra comentada por Hensley C. Woodbrid (B. A.) del siguiente modo: «El historiador interesado en el movimiento de independencia en América Hispana, el que estudie el desarrollo de las ideologías y su difusión, o el bibliógrafo interesado por el desarrollo de la imprenta en Venezuela, recibirán con agrado este documentado libro destinado a mostrar ‘cómo los principios políticos, sociales, filosóficos y las ideas utilizadas más tarde por los directores de la lucha por la liberación del continente, fueron puestos en práctica en Venezuela a fines del siglo XVIII. El libro lleva como apéndice una colección de valiosos documentos, algunos no accesibles todavía, y una copiosa bibliografía». De Grases es también: Materiales para la Historia del periodismo en Venezuela durante el siglo XIX (Caracas, Escuela de Periodismo, 1951): Compilación de 36 estudios, valiosa contribución para una historia del periodismo en Venezuela. «La prensa, señala Grases, es el registro de la historia de un país, el vivo reflejo de los grandes y los pequeños acontecimientos. Las páginas de los periódicos están nutridas de trivialidades y de ideas de la mayor importancia». Con esta idea presente, el autor ha coleccionado material publicado en periódicos y revistas poco conocidos de Venezuela, material en que se trata de la historia del periodismo en general en este país y de la historia de determinados periódicos. El libro contiene una selecta bibliografía del periodismo venezolano.

J. M. Miquel y Vergés es el autor de La independencia mexicana y la prensa insurgente (El Colegio de México, 1941). De este libro dijo Boyd Carter (B. A.): «Parecería como si los acontecimientos españoles repercutieran en la historia del mundo desproporcionadamente a la importancia política de España como   —363→   potencia mundial. En efecto, la Guerra Civil española fue el preludio a la Guerra Mundial última. Del mismo modo, la abdicación de Fernando VII ofreció a los criollos e indios de América la oportunidad de levantarse contra los gachupines. El autor investigó las publicaciones de los insurgentes en los periódicos desde 1810 a 1821. Cita las peticiones de libertad hechas desde el Despertador mexicano; Ilustrador nacional y El semanario patriótico americano. La mayor parte del libro está dedicada a hacer historia de los diversos diarios, con reproducción de los originales. El libro es una importante contribución al estudio del movimiento de independencia de México fundado en documentos de primera mano». Miquel publicó en catalán, Els primers romántics dels paisos de llengua catalana (Costa-Amic, editor, 1943).

Luis A. Santullano publicó Mirada al Caribe, Fricción de culturas en Puerto Rico (El Colegio de México, Jornadas, 1945), trabajo comentado así por Muna Lee (B. A.): «Este folleto contiene observaciones hechas con gran discernimiento, erudición y espíritu amistoso, efectuadas durante los años en que Santullano ejerció funciones profesorales en la isla. Hace comentarios acerca de las diversas contribuciones e influencias que han actuado en la formación de este pueblo isleño: la aborigen de los borinqueños y las de España, África y la norteamericana, de sus fricciones y, particularmente, de la actual ‘fricción natural’ entre las culturas española y angloamericana en una isla tan pequeña que ‘Colón descubrió por casualidad’ y ahora tan populosa que figura entre las regiones más densamente pobladas del planeta. Esta fricción, cree Santullano, es causa de progreso material y de una mayor tolerancia, especialmente en la esfera de lo religioso (‘quizá el mayor y más valioso beneficio que Puerto Rico tiene que agradecer a los americanos’) pero a costa del desdibujamiento de algunos de los más salientes rasgos del carácter portorriqueño. Como español, Santullano observa con especial interés el hibridismo de ciertos vocablos anglo-españoles como joldear: ‘hold up’ y pichimol: ‘picture molding’ y las curiosas repercusiones de la edad del jazz sobre algunas costumbres sociales   —364→   hispanas. Los comentarios sobre la etiqueta habitual entre muchachos son divertidos e ilustradores. ‘Entre la gente mayor, el Club de Leones y el Rotario, no han desplazado al casino, pero el bar ha vencido al café, cosa lamentable porque el café, en el que el español ha gastado tantas horas, es una institución puramente democrática, un club abierto a todo’».

Como homenaje póstumo a Enrique Díez Canedo, que tan inteligente y cariñosa atención puso siempre en todas las manifestaciones literarias hispanoamericanas, se editó por el Colegio de México, Letras de América. Una nota preliminar del autor puntualiza que los estudios agrupados en el libro que lleva ese título representan el fruto de muchos años de dedicación a las letras hispanoamericanas, y que fueron escritos en diferentes épocas. En el libro figuran desde el discurso de ingreso de Díez Canedo en la Academia de la Lengua, hasta un trabajo acerca de las ediciones de Rubén Darío, pasando por un interesante estudio sobre la literatura filipina en el que se señala que la tradición literaria española influye todavía fuertemente en Filipinas, pese a la más reciente influencia norteamericana. En el libro figuran estudios sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Amado Nervo, José Santos Chocano, Blanco Fombona, Heredia, Martí y Gabriela Mistral.

Augusto Barcia publicó un amplio y documentado estudio de San Martín, el héroe de la independencia argentina. Jesús Prados se ocupó de los problemas económicos de América en varias obras: Cooperación financiera interamericana, Argentina and the Marshall Plan, La inflación en América, Proceso y triunfo del capitalismo norteamericano. Niceto Alcalá Zamora y Torres publicó en Buenos Aires, Nuevas reflexiones sobre las leyes de Indias; Juan Corominas Vigneaux escribió Estudios de lexicología americana y Accidentalismos americanos. Juan Manuel Mellado publicó Leyes penales comentadas de la República Argentina en colaboración con Jiménez de Asúa y José Peco. Ángel Osorio y Gallardo se ocupó en dos obras, de entre las numerosas que publicó en el exilio, de temas jurídicos en relación con los países hispanoamericanos: La reforma del Código Civil argentino   —365→   y Cuestiones judiciales de Argentina. Preparó don Ángel, asimismo, el anteproyecto del código civil boliviano y escribió un libro sobre Rivadavia.

Las anteriores referencias, pese a que no pretenden ser completas, ponen de manifiesto que ningún aspecto de la vida hispanoamericana dejó de suscitar un marcado interés entre los escritores exilados. Pudiera decirse, con frase de Waldo Frank, tan hispanófilo y tan hispanoamericano al mismo tiempo -asociación, por otra parte, natural- que los españoles exilados redescubrieron muchos aspectos de la América de origen español, estudiaron su historia, trataron de desentrañar el sentido de su evolución cultural y se acercaron con interés, tratando de conocerlos mejor, a sus héroes políticos y a sus hombres de pensamiento.

En diversos capítulos de este libro se hace referencia a la obra de intelectuales españoles radicados en América desde antes de la guerra civil española, pero solidarios de lo que la emigración representa en el orden de la libertad de la cultura, de los puros sentimientos de españolidad y del decoro ciudadano. Entre ellos destaca Federico de Onís. Federico de Onís es un conocedor profundo del pensamiento y de la literatura españoles, y ha contribuido a difundirlos entre innumerables promociones de estudiosos en toda América, especialmente en los Estados Unidos, desde los altos puestos docentes que ha desempeñado y desempeña todavía ahora en que vive semi-retirado de sus tareas de extraordinario maestro. Federico de Onís es, entre las grandes figuras del pensamiento español, una de las pocas excepciones en el no hacerse de España problema angustiosamente insoluble y confuso.

En Onís, cosa no demasiado frecuente, el hombre, por sus altas cualidades, cuenta tanto como la obra, con contar tanto ésta.

J. Ramón Jiménez y Andrés Iduarte bosquejaron su figura muy certeramente. El primero dice de Onís en Españoles de tres mundos (Editorial Losada, Buenos Aires, 1942): «Su verdadera flor de fruto es siempre cambiante. Pero contra filología   —366→   y otras historias, amparos generales de tanta tercería empachada y pedante, adonde de más alta región lo trasplantaron, y de donde sale por ventanas correspondidas a océanos de ida y vuelta, conserva sanas y tiernas sus raíces de palo dulce en el puñado de tierra primera, dentro de sus espuertas zapatos campestres. Y su savia, en el recorrido de sus miembros toscos, da hoja y lumbre a sus rodillas, sus codos, sus hombros, sus sienes alertas. También guarda vivas, elásticas, frescas, en la misma maleta, sus alas de azul y oro, y vuela siempre con ellas por la libre alameda castellana, hermana del río peregrino del mar. Del mar que cambia, que vuelve para él sus olas». Estas palabras se las inspiró a Juan Ramón Jiménez su encuentro con Onís en alguna de las apariciones que éste hacía en la residencial colina madrileña de los chopos, de vuelta de una de sus estancias en América.

Andrés Iduarte, el distinguido profesor y hombre de letras mexicano, que fue discípulo de don Federico de Onís en la Universidad de Columbia, nos ofrece este retrato de su maestro, inspirado por la impresión que le produjo su primer encuentro con él en Norteamérica: «Allí tuve, por primera vez ante mí, la vigorosa estampa ‘de torpe aliño indumentario’ que nos había pintado Juan Ramón, y de la que nos había hablado en Rocafort de Valencia su gran amigo Antonio Machado. El pelo gris, ligeramente escaso tras un nutrido paraván rebeldemente alzado hacia el cielo; las cejas hirsutas y ricas, de hombre de mal genio, como las de don Domingo Faustino Sarmiento; los ojos tan melancólicos y tiernos que, junto con el cuadrado mostacho recortado, recordaban vagamente a Charles Chaplin en los momentos de su bondad para todos los hombres y para todas las cosas, como apuntó el poeta de Huelva, la boca y el mentón firmes; la nariz sensual, y todo en una piel de mucho sol, fina, pero requemada por sus trabajos campesinos en los aires secos de León y Castilla, y en las nieves y los calores de su finca neoyorquina de Newburgh. El torso cuadrado, ancho y, a la vez, seco y enjuto, sin grasas, eliminadas por una actividad física y mental constantes -Onís llegaba a las 9 a. m. al Instituto Hispánico   —367→   y volvía a su casa más allá de la media noche-, y brazos y piernas y manos tan vigorosos que parecen cortos y le dan una apariencia de hombre más pequeño, siendo, más bien, alto. En los modales, fuertes por los elásticos músculos, mesurados por la herencia hidalga que viene desde mucho antes de su bisabuelo, don Luis de Onís, el Embajador de España en los Estados Unidos. La palabra clara y emotiva, la voz de trueno en momentos de enojo y mando, dulce y hasta quebrada cuando se le agolpa en el pecho la ternura íntima, o cuando lee, magistralmente, como pocos los leen, a sus poetas españoles e hispanoamericanos. La marcha cuando iba acompañado por sus perros ‘Mr. Jackson’ y ‘Rumi’, famosos en el campo de Columbia, rápida y acompasada, o agitada y cambiante, llena de inesperadas pausas, en las charlas ambulatorias que casi de madrugada sostenía en Broadway, bajo la nieve y cierzo, lluvia o ventisca, con sus amigos y colaboradores. En público, en el aula, el mismo de la charla privada, con la mirada aparentemente errabunda, tocando, a cada instante, el punto central, fundamental, capital. Sus charlas, en el buen idioma que no es academia pedantesca ni parloteo vulgar, en idioma rico y dominado, culto y sencillo, ejercían permanente seducción sobre el estudiante y dejaban en su cabeza, sin que éste lo percibiera, cuatro verdades, para siempre enseñadas, definitivamente aprendidas; pero su juicio crítico certero, de maestro de maestros, se siente sobre todo en los seminarios. En éstos, no he conocido a nadie que pueda tener comparación con Onís».

El artículo de Iduarte termina así: «Hoy, director de los estudios hispánicos de la Universidad de Puerto Rico y viajero por el Brasil, Federico de Onís, lleva a otras gentes su amor profundo y silencioso por su España española y americana, y su devoción por la tierra y el pueblo de México».

Federico de Onís escribió, por encargo de la UNESCO, una antología de la poesía iberoamericana, editada por esa institución. En esta importante obra, el autor no se limita al papel de seleccionador sino que desempeña también, con su reconocida autoridad, el de historiador y crítico literario. Comienza pasando   —368→   revista a la que él denomina literatura española de Indias, épica, narradora de los hechos de la conquista, satírica, como expresión en forma popular y anónima de los conflictos entre personas y clases de la naciente sociedad indiana. Subraya la personalidad americana de Bernardo de Balbuena. A continuación se ocupa de la poesía colonial: «reflejo e imitación de la que se producía en España desde Garcilaso por los poetas italianizantes y clásicos». Como características de esta poesía americano-colonial, señala: «abundancia, extensión y generalización democrática». Se refiere a Francisco de Tarrazas «primer poeta de nombre conocido que nació en América, autor de un poema épico inconcluso sobre la conquista de México». Exalta la figura de Sor Juana Inés de la Cruz: «Cumbre de la poesía de esta época (la colonial) y que es al mismo tiempo cumbre de la poesía de lengua castellana en la segunda mitad del siglo XVII». Señala Onís que: «el momento de la mayor decadencia de las letras en España, es el de mayor auge de las letras en la América colonial, donde las figuras de Sor Juana y Sigüenza y Góngora en México, Lunarejo y Peralta Barnuevo en el Perú, significan una prolongación del Siglo de Oro español». Se refiere después a José Joaquín Olmedo, Andrés Bello y José María Heredia a los que caracteriza certeramente. Trata a continuación de los representantes de la poesía culta y de la popular. Del modernismo dice Onís, oponiéndose a los que lo califican de extranjerismo, que: «era un carácter de la literatura universal de fin del siglo que, al llegar a América por el camino de Francia y por otros, vino a dar validez normal a la tendencia natural americana de siempre hacia las síntesis de culturas, que encontrarán amplio cauce en el cosmopolitismo modernista». Y más adelante: «La diferencia y la originalidad de los poetas modernistas hispanoamericanos consiste en que cuando en Europa el simbolismo, o como queramos llamarlo, reaccionaba contra la literatura anterior, ellos son, al mismo tiempo que simbolistas parnasianos, románticos y clásicos. El resultado es que cada uno de ellos es distinto de los demás, y que escribiendo todos bajo influencias europeas confesadas y buscadas, son -como ha dicho Alfonso Reyes- muy   —369→   diferentes de sus padres, constituyendo un fenómeno de independencia involuntaria, que es lo más interesante que ofrece el modernismo americano; y también es un hecho que, a la vuelta de su viaje por mundos ajenos, extraños y remotos, el modernismo acabó en el descubrimiento de una nueva visión y sentido de las realidades del espíritu de América». Entre los creadores de esa época, señala Onís a José Martí: «uno de los estilos más personales de la lengua castellana»; a los llamados precursores del movimiento: Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera: «los tres son distintos y los tres son mexicanos; elegante y melancólico (Gutiérrez Nájera), sereno y turbulento (Othón), seco e inhumano (Díaz Mirón), los tres ejercieron influencia considerable en la poesía posterior». Cita también al cubano Julián del Casal: «triste, pesimista, soñador de mundos extraños», y al colombiano José Asunción Silva: «desesperado y escéptico, creador de formas nuevas para expresar con melancolía el pasar de las cosas y con amargura el vacío de la vida humana». Se ocupa a continuación Onís, de Rubén Darío, Amado Nervo, Luis G. Urbina, Enrique González Martínez, Guillermo Valencia, Ricardo Jaimes Freyre, Leopoldo Lugones, José Santos Chocano y Julio Herrera y Reissig, destacando en breve sentencia el peculiar carácter de su poesía. Finalmente, se refiere Onís a la reacción contra el modernismo y a la poesía actual, y llega a las siguientes conclusiones: «el americano de todos los tiempos, llámese Sor Juana, Rubén Darío o Neruda, no puede renunciar a ningún pasado, sino que necesita integrarlo en el presente. Tampoco puede desligarse de la realidad como la poesía pura, sino que necesita arraigar en la tierra y en la gente, y por eso la mejor poesía de hoy es de un modo o de otro, la que llaman nativista, la poesía mexicana de López Velarde, la chola de Vallejo, la india de Carrera Andrade, la negra de Nicolás Guillén, la chilena de Neruda. Todo ello mezclado con unas u otras ideas políticas y sociales, porque tampoco puede fácilmente renunciar la poesía hispanoamericana a las ideas. Si se ha hablado con razón o sin ella, de la deshumanización   —370→   como carácter del arte contemporáneo, tal idea no podría ciertamente aplicarse a la poesía hispanoamericana».

Ramón Iglesia, muerto en el exilio cuando de su clara inteligencia y de su juventud cabía esperar todavía muchos frutos, se dedicó a los estudios históricos, primero en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, y ya en la emigración, en el Colegio de España en México -actualmente denominado de México- y, posteriormente, en una Universidad de los Estados Unidos. De su obra publicada en México, conozco El hombre Colón y otros ensayos, interesantísima colección precedida de un breve prólogo en el que se ocupa del problema de la historiografía y pone de relieve el fracaso del método excesivamente filológico, erudito, para escribir historia. En otro ensayo del libro que comento, Iglesia hace un estudio comparativo de Bernal Díaz del Castillo y Gomara, desde el punto de vista de sus cualidades como historiadores, puestas de manifiesto al relatar la conquista de México. Declara que las experiencias vividas -en su caso las de la Guerra Civil española-, que tanto influyen en las conclusiones a que puede llegar un historiador ante los hechos de la historia, le hicieron a él modificar la valoración de Bernal en relación con Gomara, reivindicando en su estimación a éste, sin dejar de valorar, naturalmente, los méritos del capitán cronista. Iglesia caracteriza así a Bernal: «inmensamente ambicioso, profundamente insatisfecho, el representante genuino de aquella generación turbulenta de conquistadores que, cuando dejan de guerrear con los indios, dedican el resto de sus vidas a forcejear con la corona para conseguir mercedes que les permitan vivir sin trabajar». En relación con el sentido de la obra histórica de Bernal, dice Iglesia: «En la gigantesca polémica que originó el descubrimiento y conquista de las Indias, la obra histórica de Bernal ocupa el polo opuesto a la del padre Las Casas. Defensa de los derechos del indio en éste, defensa de los derechos del conquistador en aquel». En el ensayo se demuestra, con textos de Bernal, la hostilidad, el resentimiento constante que éste abrigó contra Gomara, a quien siempre juzgó como un cronista no veraz, que escribió de oídas y exalta exclusivamente a Cortés, con   —371→   mengua de sus capitanes. Impulsado por estos sentimientos, Bernal llega a desfigurar los escritos de Gomara y a atribuirle afirmaciones que éste nunca hizo.

No quiero dejar sin comentario otro de los ensayos del libro de Ramón Iglesia, titulado: La mexicanidad de don Carlos de Sigüenza y Góngora, en el que se trata del despertar del espíritu nacional mexicano que, contra lo que generalmente, se cree, tuvo lugar no mucho tiempo después de la conquista. En el ensayo se alude, en primer término, a Juan de Cárdenas, andaluz, que según nos dice Iglesia, escribió unos setenta años después de la caída de la capital azteca un libro titulado Problemas y secretos maravillosos de las Indias. De este andaluz, plenamente identificado con México en todos los aspectos, y que estimaba la tierra, las costumbres y los hombres de México superiores a los de cualquier otro país, son los siguientes párrafos que figuran en la obra arriba citada y que Ramón Iglesia transcribe en su ensayo: «Para dar muestra y testimonio cierto de que todos los nacidos en Indias sean a una mano de agudo, trascendido y delicado ingenio, quiero que comparemos a uno de los de aquí con otros recién venidos de España, y sea ésta la manera: que el nacido en las Indias no sea criado en alguna de estas grandes y famosas ciudades de las Indias, sino en una pobre y bárbara aldea de indios, sólo en compañía de cuatro labradores y sea asimismo el gachupín o recién venido de España criado en una aldea, y píntense éstos que tengan plática y conversación el uno con el otro. Oiremos al español nacido en las Indias hablar tan pulido, cortesano y curioso y con tantos preámbulos de delicadeza y estilo retórico, no enseñado ni -artificial, sino natural, que parece ha sido criado toda su vida en Corte y en compañía de gente muy hablada y discreta. Al contrario, verían al chapetín, como no se haya criado entre gente ciudadana, que no hay palo con corteza que más bruto sea». Cárdenas cita, a continuación, como ejemplo de expresión ceremoniosa y amable la siguiente que un mexicano le dirigió al ofrecerle su casa: «Sírvase vuestra merced, de aquella casa, pues sabe que es la recámara de su regalo de vuestra merced». A mi juicio, además de mucha gracia,   —372→   hay en estas observaciones un evidente fondo de verdad; en efecto, es un hecho que impresiona el del uso de expresiones desusadas, por lo finas y delicadas, por muy humildes campesinos mexicanos, indios o no. Iglesia señala, cómo en un criollo, don Carlos de Sigüenza y Góngora, hijo de un preceptor del príncipe Baltasar Carlos y sobrino de don Luis de Góngora el poeta: «no encontramos tan sólo, como habíamos visto en Cárdenas, la contraposición entre lo europeo y lo americano en conjunto, sino también una idea precisa de la mexicanidad». Pero, lamentablemente, Sigüenza, entusiasta defensor de los sufridos indios, sufre una súbita transformación, ocasionada por una revuelta popular que tuvo lugar el 8 de julio de 1692, y que fue motivada por la miseria de las clases populares de la capital. La penuria queda reflejada en esta nota del diario del presbítero Robles, mexicano: «Domingo 9 de marzo de 1692: se leyó edicto para que no hagan los indios las hostias, sino los sacristanes, y que acudan al hospital de Jesús Nazareno por ellas, lo cual se mandó por el recelo que no mixturaran la harina de trigo con otra por la carestía». Se avisa a don Carlos del tumulto del 8 de junio: «don Carlos sale de su casa y cuando vuelve a ella es un hombre distinto, opuesto a todo lo que sabemos era antes». «Los indios -escribe don Carlos- gente la más ingrata, desconocida, quejumbrosa e inquieta que Dios crió, la más favorecida con privilegios y a cuyo abrigo se arroja a iniquidades y sinsabores. No quiero proseguir cuanto aquí me dicta el sentimiento, acordándome de lo que vi y oí la noche del día 8 de junio». A esto pone Iglesia el siguiente comentario: «Está demasiado presente en el espíritu de quienes hemos hecho la guerra en España la actitud de muchos de nuestros intelectuales, que se habían pasado la vida entonando alabanzas al pueblo español, para que valga la pena insistir en estos cambios de actitud». Iglesia contrapone la manera de reaccionar de Sigüenza a la del presbítero don Antonio Robles, quien después del levantamiento escribió comentándolo: «Las causas de este estrago se discurren ser nuestras culpas, que quiso Dios castigar tomando por instrumento el más débil y flaco, como es el de unos miserables indios, desnudos;   —373→   desprevenidos y desarmados». El presbítero Robles consigna que la noche del 8 al 9 de junio, «fueron los indios quienes hicieron merced de la vida a los españoles, pues no se vio ni se supo que se tratase de prevenir defensa o estorbo temporal y los únicos que se atrevieron a salir durante el tumulto fueron los religiosos que sacaron el Santísimo por las calles de Escalerilla y el Reloj, acompañándolo numeroso vulgo, sin ver una cara blanca en asistencia y defensa del Santo Sacramento ni una luz de devoción en las ventanas como se acostumbra, y menos a las puertas para encender las hachas, que iban apagadas por el mucho viento que corría». Cuando por fin, salen los caballeros a la plaza para ver qué ha ocurrido, vieron «que a las ocho de la noche todo estaba sosegado y la plaza sin gente y muchos cuerpos muertos». «En realidad -dice Iglesia- no podía estar más justificado el pasquín que algún chusco dejó entre los escombros del incendiado palacio de los virreyes: ‘Este corral se alquila para gallos de la tierra y gallinas de Castilla’».



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De todos los países de Hispanoamérica a los que llegaron exilados republicanos españoles ninguno, que yo sepa, incitó, como México a los hombres de letras a comunicar las impresiones que les produjo y las resonancias que despertó en su espíritu. Ello parece ser la demostración de la efectiva gran españolidad de esta tierra certeramente bautizada con el nombre de Nueva España por sus descubridores y conquistadores. Ni Buenos Aires, ni los dilatados horizontes pamperos, parecen haber suscitado en el ánimo de los muchos escritores españoles exilados en Argentina, reacción especial ante impresiones que, por la afinidad con las dormidas en el recuerdo amoroso y melancólico de la patria lejana, les movieran a analizarlas y compararlas y a escribir sobre el resultado de este análisis.

Con México las cosas sucedieron de otra manera. México impulsó a varios exilados a escribir sobre él, a dar cuenta de las impresiones y sentimientos que les inspiró. José Moreno Villa, Juan Rejano, Luis Cernuda, Francisco Giner de los Ríos y Eduardo Ontañón escribieron libros muy interesantes acerca de México.

Moreno Villa, su Cornucopia de México; Juan Rejano: La esfinge mestiza; Luis Cernuda: Variaciones sobre tema mexicano; Giner: Laureles de Oaxaca y Ontañón: Manual de México.

Cornucopia de México está llena de agudos atisbos, de certeras observaciones acerca del español que habla el mexicano, de los modismos más usuales, las comidas típicas del país; en   —376→   él se tratan también temas más altos, como el sentido de la muerte en los mexicanos, y muchos más. En este pequeño libro, Moreno Villa nos ofrece una amplia visión de México. A continuación se transcriben algunos de sus capítulos:

Frases sueltas del diálogo mexicano2:

-¡Oígame, Petrita!

-Mande.

-Háblele a la señora Lupe por teléfono.

-Con permiso.

-Pase.

-Bueno... Quihúbole... ¿Qué tal?... ¿Cómo ha estado?... Todavía no viene... Estoy medio malo... Qué flojera... Tantita leche... Sí, a Salvador le cayó chamba... Figúrese nomás... Pues sí, figúrese que a la tía Chela la corrieron de su casa y tuvo que salir con todo y perico... Sí, con todas sus chivas... La pobre... tan mona... Ella dice que la quisieron ningunear... Bueno... nos vamos... Hasta lueguito... ¡Cómo no!... ¡Pues sí!

-Imagínese nomás, comadrita. Como yo estoy muy empolvada en francés...

-Pero, ¿cómo así, comadrita? ¡No me diga! Con toditito lo que pasó en Francia.

-Pues sí; comadrita, a l’hora de l’hora naditita le sirve a uno. El asunto entró en receso. Y mi cuñado se hizo guaje. Que vino la de malas, comadrita.

-No me diga... Pero su cuñado está como para ‘La Castañeda’3.

-Eso mero digo yo. Y su mujercita, la muy babosa, todavía le regala chácharas... Sus guarachitos, sus casimires...

-Ay, Virgen Purísima... Y, dígame, comadrita, ¿el compadrito no viene siempre?

-Hasta el mes de diciembre viene.

-¡Qué relajo, comadrita!



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-Pues sí. Ya estaría de Dios.

-¿Se ha fijado usted, comadrita, en qué fachas se va presentando la señora Lucha?

-Cállese, comadrita... Con todo y ser de muy buenas familias... Pero la pobre se da unas trajinadas, que azota.

(Aparte) -Óyeme, hijita, no te caigas, que esta escalera es muy parada.



Cortesía, galantería y religiosidad:

He aquí tres notas muy fuertes en el carácter mexicano. Las hallaremos a cada paso. En la tienda que honra con este aviso: «Evíteme la molestia de decirle que no»; en el pie de un grabado que dice: «Cortesía de la casa tal», para significar que fue prestado graciosamente; en una panadería limpia, pintada de blanco, que ostenta por toda decoración un cromo de la Virgen de Guadalupe.

Pero yo quiero ver resumidas esas tres característica; mexicanas en tres espectáculos folklóricos: Las mañanitas, Los gallos y Las posadas.

«Las mañanitas» son unas canciones de salutación que se entonan con motividad onomástica. Las he oído en la capital y en los pueblos. En la capital fueron cantadas por los criados de la casa o por amigos y subordinados que irrumpen en ella. Sé de unas mañanitas en que tomaron parte cien personas. En Pátzcuaro vi una compuesta por músicos asalariados que, por cierto, traían arpa y violón.

Tanto las «mañanitas» como los «gallos» tienen de malo que madrugan mucho y despiertan a los vecinos del festejado, es decir, a los inocentes. Con esto y todo, no dejan de ser espectáculos de cortesía o de alto sentido sociable. Hoy nos podrán resultar ingenuos y como trascendiendo a cosa rancia. Son, en efecto, ranciedades, pero de una ternura y de un poder evocativo indudables. Son residuos de una España fenecida, de una civilización   —378→   agotada. Son como los castillos, como las pelucas blancas, los guarda-infantes y las iglesias románticas.

En México quedan rezagadas muchas cosas de la vida española antigua, anacrónicas en cierto modo. Así el «rebozo». Así las «mancuernas». El «rebozo» es hoy aquí la prenda popular por excelencia. Esta especie de mantoncillo, tapaba la cabeza y casi todo el rostro de las españolas antiguas. Las «mancuernas» son los gemelos de la camisa, y si hoy en España no los llamamos así, me sabe el calificativo a castellano rancio. Aquí se sigue diciendo «fierro» y «fierrito». Aquí se dice: «Ya mero, meras manzanas, yo mero, a la mera hora». Los ejemplos son infinitos.

Pero, ¿qué son los «gallos» y las «posadas»? Otras tantas formas viejas hispánicas que por responder a galantería y religiosidad han quedado prendidas en este pueblo más galante y religioso que el español. Los «gallos» son rondas de galanes que con sus instrumentos y voces rinden homenaje desde la calle a las mozas durante la noche.

Es, en realidad, muy desconcertante oír en la alta noche coplas guitarreras entre paso y paso de automóviles noctámbulos. Y el desconcierto viene de que la ronda es cosa muy vieja y la vitalidad del automóvil muy moderna. Entre la semi-conciencia del sueño interrumpido se pregunta uno si está en un rincón aldeano o si está en una gran ciudad. Y el hecho es que estamos en una gran ciudad de cerca de cinco millones de habitantes, que conserva formas de galantería medieval.

Formas galantes y formas religiosas. Porque las «posadas» son también formas que la religión católica dejó impresas en la vida mexicana. Y tienen de México, a mi juicio, algo muy visible, muy contrastable: la convivencia de amos, criados, jefes y subalternos. Usanza, que bien pudo haber nacido en las grandes «haciendas» o «ranchos» antiguos.

Estas «posadas», se componen de procesión, piñata y colación. La procesión lleva en andas a «los Peregrinos» (San José y María). Recorre las casas del pueblo cantando letanías y coplas alusivas al hospedaje que se pide. Cada persona lleva su velita.   —379→   Las casas no dan albergue. Es la iglesia la que al fin del recorrido acoge a los peregrinos cantantes.

Si la fiesta no se hace en un pueblo, sino en la capital, la procesión no sale de la casa; recorre el patio y vuelve al interior.

Complementos de esta ceremonia son las «piñatas», entre cohetes y luces de colores y la «colación», en que a veces hay regalos con dulces dentro para los concurrentes.



Antojitos y comidas de cuidado:

En la base de toda comida mexicana están los chiles y las tortillas de maíz. Quien llega a compenetrarse bien de esto tendrá la clave culinaria. Otra cosa es que llegue a gustarle.

La tortilla mexicana no tiene nada que ver con las tortillas francesa o española. Es un disco de masa de maíz que se lamina, se utiliza a palmetazos maestros. (Desde que Moreno Villa escribió esto, van menudeando cada día más las tortillerías ¡horror!... automáticas, y ya no se oye con tanta frecuencia el vivo, rítmico palmoteo). Las tortillas no llevan huevos. Se cuecen y se ponen calientitas en la mesa, entre servilletas.

Son de muy distinto diámetro, espesores y hasta formas. Las más pequeñas tienen ocho centímetros y la mayor unos treinta. Cada tipo de tortilla tiene su nombre. He recogido algunos: redonda, chalupas, sope, peneque, gorda, pachola y moreliana. Con la redonda se hacen los totopos y los chilaquiles. El totopo es la tortilla cortada en pedazos y frita en manteca; sirve de adorno para los frijoles refritos. Los chilaquiles son cuarterones de tortilla, remojados en salsa de chile y espolvoreados con queso añejo y adornados con ruedas de cebolla y rabanitos. La gorda es una tortilla muy gruesa. El sope es una pequeña tortilla redonda con bordes altos. El peneque una tortilla doble rellena con cualquier guiso del país. Las chalupas son pequeñas tortillas oblongas, fritas y aderezadas con fibras de carne, chile, queso, etc. Finalmente, las morelianas son tortillas grandotas, doradas, dulces y quebradizas.

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La tortilla es manjar e instrumento. Se puede usar como vehículo horizontal o plano, como vehículo cilíndrico o enrollado y como vehículo plegado sabiendo usarlas, resulta un auxiliar cómodo y limpio.

El indio pobre apenas come otra cosa que tortillas restregadas en chile y la tortilla es la base de la comida mexicana. La base y el antojo, porque la tortilla escueta, monda y lironda, hace las veces de pan, pero aderezada, constituye el antojo. El peneque y la chalupa, por ejemplo, son antojos.

El extremo opuesto a esa comida elemental sería el mole, comida de cuidado. Digno compañero suyo, aunque menos agresivo, es el mole verde.

Pero el maíz no termina en esto de las tortillas. Falta que hablemos del elote y el tamal, dos alimentos típicamente mexicanos. El elote es la mazorca del maíz tierno, simplemente cocida o asada. El tamal es un rollo de masa de maíz relleno de mole o pollo o carne de puerco y envuelto en hojas de la misma planta. Se venden en la calle como las castañas calientitas.

Es insospechable lo que este pueblo mexicano saca del maíz con refinamiento para comer y beber. Pregunto de qué se compone este manjar o este líquido pastoso y me responden, de maíz.

De maíz es la corunda, tamal grande en forma de pilón. De maíz es el pozole, guiso a base de este grano cocido con jitomate, puerco y lechuga. De maíz son los semi-líquidos atoles, el atole blanco (sin azúcar), y el champurrado (atole de maíz con chocolate). Entre los abundantes líquidos están, el juacolote, bebida de maíz rojo fermentado, que se acompaña con tamales y el tejuino, refresco de maíz, con algo de cebada y nieve de limón.

Suprimo en este capítulo los tacos, por haber hablado de ellos en otro lugar. Paso ligeramente sobre los gusanos de maguey para que no se asusten los escrupulosos. Diré sin embargo, que una vez vencida la repugnancia que inspira el nombre, resultan parecidos a las rodajas finas de papas fritas que sirven con el aperitivo. Con éste se toman en México pepitas de calabaza tostadas.

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En cambio, no es posible callar sobre el arroz y el frijol. Éstos son, después del maíz y del chile, los elementos nutritivos que no faltan ningún día en ninguna casa mexicana. El frijol se prepara de diversos modos, pero el más típico acaso sea el llamado frijoles refritos, masa muy fina que se obtiene cociéndolos, moliéndolos y friéndolos.

El arroz, por lo general, se sirve en seco; es rojizo por la cochura con jitomate, lleva rodajas de zanahoria, guisantes y tiras de plátano frito y guacamole.

El guacamole es una de las cosas más sabrosas de la cocina mexicana; se compone de aguacate machacado, cebolla picada, tomate y cilantro.

Y como no pretendo escribir un libro sobre la cocina mexicana, sino apuntar los elementos más importantes de ella, terminaré con estas líneas:


El mexicano ciento por ciento,
vive de maíz, arroz, frijol y pimiento.



Diálogo conmigo mismo acerca de México:

-Supongo que has dicho todo lo que te proponías. ¿No te guardas algo?

-¿Cómo voy a decir que no?

-Algo y aun algo, como decía el castizo.

-Tal vez.

-Pero cuando contemplabas tu España, ¿no te guardabas algo?

-En efecto, pero cuando los extranjeros no se guardaban nada, me enfurecía.

-Como verás, en mi libro no hay censuras. Y, en todo lo que escribí de España, casi no hay más que crítica.

-¿Pero no ves que un libro sin crítica puede ser demasiado blando? Si evitas el hueso puedes parecer un cobarde.

-No se trata de valentía, ni de cobardía, sino de prudencia y, sobre todo, de que mi propósito o punto de partida fue el   —382→   hacer un libro de viaje nada hispánico, es decir, sin acritudes, ni violencias. Prefiero acercarme al tono del viajero inglés que observa y apunta limpiamente, sin mirar lo que hay detrás de las bambalinas.

-¡Hum! Mal sistema. Sin enterarte de eso no te enterarás de lo que ves.

-De muchas cosas sí. Advierte que lo que se ve revela mucho de lo que pasó y de lo que pasa.

-¿No has leído historia de México?

-Para escribir este libro, no. Además, la historia de México está en pie. Aquí no ha muerto nadie, a pesar de los asesinatos y fusilamientos. Están vivos Cuauhtémoc, Cortés, Maximiliano, don Porfirio y todos los conquistadores. Esto es lo original de México. Todo el pasado suyo es actualidad palpitante. No ha muerto el pasado. No ha pasado lo pasado, se ha parado.

-¿Y de política, has leído?

-La política menuda no me interesa y la que llaman alta política me apesta por lo manoseada y falsa. Aquí, como en otros sitios, creo que los hombres dejan lo que es realmente práctico por unas entelequias o ideologías catastróficas.

-Pero dime al menos si crees en un futuro de bienestar para México. Y si no quieres llegar a tanto, dime si has encontrado un pueblo contento o descontento, rico o pobre, ilustrado o analfabeto, moral o inmoral, guerrero o antibelicoso.

-Mira; salvo de la primera cuestión, de todas las demás encontrarás informe en este librito de mirón. Informes leves, pero reveladores de mis sentimientos. Ahora bien, si lo que tú quieres es que sea más rotundo, voy a darte gusto, ya que en este último capítulo -más bien pegote despegable- he cambiado de tono. México es un país de posibilidades, tiene riquezas, pero es tan rico en pobreza que casi anula su riqueza. Aquí los contrastes se anulan mutuamente. Hay gente ilustrada, hay riqueza intelectual, pero la riqueza de ignorantes o analfabetos es mayor y aquella queda anulada, como quedan anulados el oro, el petróleo y demás riquezas físicas.

-¿Dices lo mismo de la moral?

  —383→  

-¿Te acuerdas de lo que dice Bernal Díaz? Pues yo creo que los vicios señalados por aquel gran cronista perduran y son los más salientes. La moralidad está en baja en muchas naciones y yo creo que mientras no suba y se afirme no habrá sociedad, ni humanidad. Seguiremos viviendo entre violencias; latrocinios, calumnias, mentiras sostenidas con las armas y relajaciones en todos los órdenes. Soy de los que creen que la preocupación moral debe anteponerse a la económica. Una y otra hablan de elevar al hombre, pero con la primera se eleva la bestia y con la segunda puede quedar en bestia.

-¿Qué es lo que más te disgusta de México?

-El enrarecimiento. Las cosas que se hacen se ahogan.

-Serán cardíacas, que no resisten la altura.

-Échalo a chiste, si gustas.

-¿No será que estás resentido?

-No sé lo que es eso.

-¿Y qué es lo que más te gusta?

-Aquí, como en donde esté, ir conociendo o interpretando lo que veo, sea con la pluma, con el lápiz o con el pincel.

-Eso es eludir la cuestión.

-Pues bien, lo que más me gusta de México, es el putiado de personas inteligentes y cordiales que he conocido.



México, no sólo capital, sino el país entero, inspiró a Juan Rejano, que lo recorrió a lo largo y a lo ancho de su dilatada extensión, un libro: La esfinge mestiza. En él, Rejano nos ofrece una visión viva y animada de México, de sus ciudades y de sus campos, de sus hombres y de sus costumbres, a la vez tan cercanas y tan distantes de lo español. Rejano une a las cualidades de buen observador y escritor, la de poeta, y nadie mejor que un poeta para apresar el quid entrañable de las cosas que, por lo general, se muestra esquivo hacia los que no lo son. Del libro de Rejano se transcriben a continuación algunos trozos referentes a aspectos interesantes de México.

  —384→  

Meditaciones cordobesas:

No recuerdo si la primera vez que visité Córdoba llevaba el prejuicio de la otra Córdoba, la española. Es lógico que lo llevara, siendo yo hijo de ella, de su provincia, y acompañándome, como siempre me acompaña, su imagen. Lo que sí puedo asegurar es que, en cuanto entré en la ciudad veracruzana perdí la noción de toda referencia. Esta Córdoba de acá, poco, muy poco, se parece a la de allá. Acaso nada. Y esto me hace pensar ahora en la ausencia de analogía que yo he observado entre las ciudades mexicanas y las ciudades españolas que llevan el mismo nombre. Morelia, por ejemplo, que antes se llamó Valladolid, nada tiene del Valladolid hispano; si a alguna población, recuerda es a Salamanca o Alcalá de Henares. No es que yo establezca comparaciones: digo simplemente que no se parecen. Tampoco el Valladolid yucateco guarda puntos de contacto con el otro. Ni la capital de Yucatán, Mérida, con la Mérida extremeña. Ni la Guadalajara tapatía con la Guadalajara de la Alcarria. Sobre todo, por lo que atañe a esta última, cualquiera diría que se ha perseguido un efecto contrario. Si los jaliscienses pudieran ver la Guadalajara del Conde de Romanones, es posible que no les gustase mucho la afinidad nominativa. Guadalajara quiere decir, en árabe, río de las inmundicias. Creo que a la de Jalisco, no le cuadra bien el nombrecito.

¿Qué fue, entonces, lo que llevó en México a prolongar la denominación de algunas ciudades de España? ¿Ocurre lo mismo en otros países de América, donde también se han repetido los nombres? Posiblemente se debe el fenómeno a la nostalgia o a la soberbia de algunos encomenderos o colonizadores y hasta puede ser que virreyes. De cualquier manera, a estas alturas nuestras, si salió de lo primero, hay que convenir en que no siempre la nostalgia -engendradora de poesía- crea imágenes seguras; si de lo segundo, ¿qué se hizo de aquella voluntad de dominio? No por reevangelizar herejes se detiene el curso de la historia.

Córdoba, es cierto, tiene, como la de España, casas de fachadas   —385→   pintadas en colores suaves como para adormecer la furia solar; por sus calles se oye hablar con un acento que, a veces, recuerda la lengua andaluza; y hay en toda ella un silencio gozoso, sereno, de ciudad que se ha sentado a reponer después de muchos siglos. Sin embargo, sometiendo la observación a la reflexión, puede que esto sea efecto de un deseo más que de una realidad. En lo fundamental, las dos ciudades distan mucho de la semejanza. La andaluza está situada en medio de la campiña, una campiña ardorosa, amarilla, moteada de olivos grises; a lo lejos Sierra Morena le envía una promesa de sombra y parece que con su mole la aplasta más sobre la espalda de la llanura; dentro de sus muros cualquier piedra nos revela la huella distinta de varias civilizaciones; todavía hay construcciones romanas; la judería se conserva casi como en los siglos medios; la mezquita se yergue, atrapada por las tenazas del catolicismo, y bajo ella se descubrió hace pocos años una capilla visigótica. En la antigua ciudad de los califas, finalmente, se advierte ese oculto poder que ha logrado dominar, domesticar, a la naturaleza, y, aunque su campo «relincha y brama», como dijera el gran poeta, allí está, tendido a sus pies, sometido, produciendo incansablemente pan y alegría a los cordobeses.

La Córdoba veracruzana, por el contrario, se recuesta sobre unas lomas, se ondula a cada momento como un cuerpo en la indolencia; el paisaje que la circunda está muy lejos de la severidad, por más que tenga notas profundas: es sensual, profuso, cálido, desbordante; en la traza de la ciudad se nota una sola mano -una mano no muy lejana- o cuando más, dos: la colonial y la de nuestros días; no se distingue la presencia de ese sello diferenciado que dejan las invasiones de pueblos extraños, y de lo aborigen, si lo hubo por aquí, no queda nada, como ocurre en la mayor parte de las poblaciones de México. La veracruzana Córdoba, por último, es todavía una ciudad enlazada -casi se podría decir estrangulada por la naturaleza. Los verdes tentáculos de la vegetación se entran por sus puertas, se asoman por los patios y corrales, crecen a nuestro lado, y sentimos su compañía hasta en el sueño.



  —386→  

Campeche:

Reencuentro con una palabra.

Apenas llevo en Campeche unos días, y ya se me ha entrado en el alma la cordialidad de sus gentes. Una cordialidad que existía, no sólo en esta tierra, sino en la tierra espiritual que pisan los hombres en todas las latitudes. Quiero decir, que vivía incorporada, por el idioma español, a lo entrañable del conocimiento universal. Es fácil, en este momento, pensar: lo campechano viene de Campeche. Lo difícil era pensarlo, comprenderlo, cuando esa palabra -campechano- salía de nuestros labios, o de otros labios cualquiera, en la meseta madrileña o en los valles de América. Cada día se redescubre, un tópico, se pasma uno ante algo que nos es cotidiano y en cuyo fondo latía nada menos que una arteria original.

La ciudad de Campeche tiene un aire entre andaluz y castellano. A no ser por la cuadrícula de sus calles -el mar tira de ellas como por un invisible cabo- se diría un pueblo de Ciudad Real o de Toledo. Para serlo, cabalmente, de Málaga o de Cádiz, le faltan las azoteas, esos miradores en vuelo o plazas menores para las macetas que han huido de los patios y para las mujeres que sueñan con el trópico, donde los andaluces contemplan sus ciudades, como muecines o capitanes de una nave luminosa o en el mar de los crepúsculos y las brisas embriagadas. Y, sin embargo, los tonos suaves -azules pálidos, rosas- en que están pintadas las fachadas de las casas nos dan la ilusión, a veces, de hallarnos en Córdoba, en la Córdoba senequista, donde la cabellera fulgurante del sol se estrella contra la sabiduría de los maestros pintores, esos graves artesanos cuyo empírico empleo del color despertaba la envidia pictórica del andaluz Pablo Picasso.

La ciudad de Campeche tiene un aire entre andaluz y castellano. Pero, de lo andaluz quedó, aquí, algo más que el eco del color y del trazado de la arquitectura: quedó el eco de esa alma clara, de ese ángel que gravita sobre las torres humanas de Andalucía. Otros pueblos de América han recibido también su   —387→   herencia. La de Campeche fue la alegría de corazón y la generosidad de espíritu. En esta herencia, claro está, puso un día, su mano lo indígena. Y, de esa unión, justamente, nació lo campechano. Más de una vez he hablado de la presencia permanente de lo andaluz en América. En este continente, el andaluz, a diferencia del asturiano o el gallego, por ejemplo, apenas se le ve. Pero se le siente. Su huella está impresa, profundamente, en la vida americana. Va desde la fonética al arte culinario. Desde la gracia con que las mujeres llevan una flor en el pelo, hasta el aire pinturero con que los mocitos visten la blusa o guayabera. Ahora me causa gozo comprobarlo en Campeche. Mayor gozo aún, cuando en esa huella se advierte, inconfundible, una veta indígena. Porque lo campechano, esa simpática y cordialísima forma de expresión humana, que ha salido de aquí para hacerse concepto bondadoso, timbre de franqueza, en el trato de las gentes, surgió, sin duda alguna, de la fusión de la cortesía proverbial del indio y de la tradición española, andaluza. El choque de dos culturas opuestas pero con sabiduría de vejez, había de producir dolorosas conmociones, pero también estelas de vivísima luz. Una de ellas, que no ha apagado el tiempo, está en Campeche. El indio mexicano, de norte a sur, es, por instinto, por no se sabe qué lejanas ascendencias, cumplido y cortés. Él fue quien imbuyó en la rudeza española ese equilibrio que no excluye la generosidad sin ruido.

No de otra manera se explica la vibración de esa mano que se te tiende, por primera vez, en la calle o en el paseo, con fuerza de vieja amistad, de amistad de toda la vida. O el calor familiar de ese hogar que acabas de conocer, y donde todo lo encuentras dispuesto y propicio, lleno de una hospitalidad que te conmueve. En Campeche hasta la naturaleza parece abrir los brazos al viajero que llega. En esta orilla apacible, los edificios que se levantan, asoman una pátina secular, una herrumbre de antiguos conocidos, que al principio se entra en el ánimo con cierta adustez; pero delante está la bahía, ancha, ilimitada, transparente, como un regazo celeste, capaz de volver a guardar la tranquilidad a lo largo de todas las horas. Yo no he alcanzado   —388→   a descubrirlo, pero creo que en lo alto de la catedral, en sus finas agujas, debe ondear un gallardete con las letras de la campechanía llenando de amistosas advertencias el aire y el mar, los caminos que conducen a Campeche. Tal vez el mismo gallardete, las mismas letras que un día vieron con desagrado, desde sus naves, los piratas, como símbolo de un pueblo que gusta usar, por escudo, la franqueza y la lealtad.



La psicología en el lenguaje:

Para el español medio que llega a México no deja de tener ciertas sorpresas el idioma. ¿El idioma? Pero, ¿es que no se habla aquí la misma lengua que en España?, dirá alguno. Sí, indudablemente. Pero de distinta manera y con algunas diferencias. El español sabe, de antemano, que en México se habla su lengua. Ignora, en cambio, dos cosas: el proceso de evolución que aquí ha sufrido, y lo que el mexicano ha aportado a ella.

El problema se puede dividir en dos grandes fenómenos: el de la entonación y el del empleo. En cuanto al primero, es evidente que los mexicanos han introducido en el idioma español -idioma rotundo, encrespado, áspero- una suavidad, un dejo insinuante, una especie de tono medio o media tinta, que no tiene en la Península. Algunas palabras que el español pronuncia allá, le parecen ot ras al oírlas en México, sólo por la entonación. Se le figura que han pasado por un ejercicio de ablandamiento; que han madurado como los frutos y destilan un jugo meloso; en definitiva, que tienen otro significado. Por ejemplo, el cómo no mexicano, que es siempre una expresión de cortesía e implica cierta indolencia -para afirmar pone por delante la negación-, en boca de un español es una exclamación de desdén, de orgullo o de suficiencia, y desde luego, sale al exterior como una explosión seca. El mexicano ha prescindido de muchas de las asperezas del viejo castellano; ha limado aristas; ha pulido engarces demasiado molestos. En resumen: ha amoldado el lenguaje a su psicología.

En este irse acomodando el mexicano al idioma español, puede   —389→   ser que radique más de un problema que, a diario, vemos saltar en la vida del país. En México se ha hecho del español un lenguaje en que lo amable domina sobre la rigidez; se le ha quitado énfasis y se le ha añadido humildad. A la larga, es posible que esto le reste quilates, es decir, lo despoje de ciertas virtudes que le son propias. Pero cada pueblo tiene sus necesidades, y lo que yo hago aquí es anotar una observación real, no aducir reparos académicos. Esto se queda para los gramáticos, que suelen considerar el idioma como una cosa libresca y no como un instrumento vivo, de comunión -y transformación- humana.



Las nubes de México:

¿Por qué nos atraen con tanta fuerza las nubes de México? ¿De qué cualidad disponen para que su influencia cale tan hondo en nuestro espíritu? Las nubes de México, encrespadas o en bonanza, tempestuosas o serenas, tienen una extraña, una inquietante, una prodigiosa configuración, que estremece la imaginación más sorda. No creo que haya otro cielo donde las nubes lleguen a realizar combinaciones tan fantásticas con el vapor de sus cuerpos. Al menos, yo no lo conozco. En Castilla, sobre la paramera de la meseta, recuerdo haber visto, alguna vez, algo semejante. Allá, en Castilla, donde el poeta, encarándose con estos inaprehensibles seres, les decía: «¿Qué quieren esas nubes, que con furor se agrupan?» También aquí pudiéramos dirigirles palabras parecidas a éstas. Pero se quedan en la boca. No se atreven a salir. La admiración o el embeleso no nos deja vida más que en la mirada. Somos todo ojos frente a las nubes de México. Yo he ido a verlas a la pirámide del Sol, en Teotihuacán, y desde esa altura he presenciado sus evoluciones hasta el momento en que, reunidas, han desatado el trueno entre furiosas cataratas de agua. Las he tropezado en las cumbres que rodean el Valle de Orizaba, en las playas radiantes de la Isla del Carmen, habitadas de pelícanos y de hermosas caracolas; en el paso de los Volcanes, en las verdes y centelleantes orillas del Golfo, en las colinas y pinedas de Michoacán. En   —390→   Campeche, hundido en la selva o asomado al espejo de la bahía, las he visto encender -cuando perseguía la quimera del «rayo verde»- los crepúsculos más bellos que puede imaginar el hombre. Las he seguido apasionadamente sobre la áspera tierra de Yucatán -la piedra y la espada del henequén-, lo mismo que el oriente, por los bosques lejanos de Valladolid, que en el norte, junto al mar que se curva y cabrillea en Progreso, o en medio de los templos legendarios de Chichén Itzá. Y aquí, y allá, dondequiera que asombraron mi paso, me subyugaron, me llenaron de un indecible estupor.

Yo no encuentro, para definir las nubes de México, más que una palabra: barroco. Son estas nubes unas nubes barrocas. Ya sé que la definición no va a agradar mucho, porque la palabreja anda muy zarandeada. Pero no importa. En este caso, es justo utilizarla: ese es mi parecer. Y este barroquismo que yo les cuelgo a las nubes, creo que concuerda, si no es una ilusión mía, con el barroquismo del espíritu mexicano, de la vida mexicana. La decoración se acopla perfectamente a la escena. Quizá sea una mera coincidencia. O quizá no lo sea. Puede que lo que pasa aquí abajo haya recibido algún influjo, por leve, por indefinible que parezca, de lo que pasa allá arriba. De cualquier manera, nadie negará que, cuando se produce una tal semejanza, es natural que uno se quede un poco perplejo, preocupado. Casi estoy por escribir: meditabundo.



Entre las páginas más hermosas, a mi juicio, del libro de Rejano, figuran las dedicadas a dar cuenta de su impresión ante el melancólico y sobrecogedor espectáculo de los imponentes restos de las civilizaciones desaparecidas. «Es frecuente, en esta región de Campeche, lo mismo que en la de Yucatán, el encuentro de ciudades derruidas. Aparecen ante el viajero como hitos gigantescos que tuvieran la misión de señalarle lo efímero de las construcciones humanas. ¿Qué serían en otros tiempos? ¿Qué anhelos levantarían en sus horizontes? ¿Y hasta dónde alcanzó la aguja de su espíritu? Este sol, la lanza de este sol que persigue, insistentemente mi nuca, las vio un día erguirse, airosas, y sigue contemplándolas en su decrepitud, con la sola vibración   —391→   animada de las iguanas. Yo he tomado un puñado de esta tierra secular y me he puesto a mirarla, más bien, a escucharla, como si esperase que de ella hubiera de escapar un gemido, y he visto de pronto ante mí un ídolo decapitado. Sus piernas admirablemente esculpidas, tienen una inusitada expresión de fuerza, una belleza salvaje que se agarra ásperamente a mi sensibilidad. Quizá, en medio de la lujuriante maleza de los arbustos espesos y los matojos deslumbrantes de verdor, he percibido el eco vivo de la voluntad pagana que lo animó».

El título del espléndido libro de Rejano resume la sensación que le inspiró el país; una sensación de misterio. El cielo, el paisaje, los hombres, las ruinas ingentes, le hablan un lenguaje mitad inteligible, para él, español y poeta, mitad incomprensible. Aleteando por encima de todo, el misterio, lo enigmático. Rejano se plantó ante la esfinge mestiza y no logró contestación que le revelara el enigma y termina así su libro: «¿Qué es México? Dos sangres vinieron a confluir aquí: una de ellas cedió al impulso de la otra, y entonces se dijo como en una sagrada profecía: nacerá un pueblo nuevo. ¿Nació ese pueblo en realidad? ¿Han llegado esas dos sangres a fundirse, a ser una sola? He aquí lo que yo puedo decir: entre esas dos sangres está México. Entre esas dos sangres se levanta la esfinge, en cuya frente es difícil adivinar los destellos. Otros vendrán, acaso, que sepan arrancarle su secreto. Yo miro, soñando, el paso de las nubes frente a mi ventana y dejo que mis preguntas cabalguen sobre ellas, con una candorosa esperanza...»

Del libro de Luis Cernuda, Variaciones sobre tema mexicano, son los siguientes trozos:

Lo nuestro:

«Apenas pasada la frontera; en el primer pueblo desastrado y polvoriento, donde viste aquellos niños pidiendo limosna, aquellas mozas con trajes y velos negros, comenzaron a despertar en   —392→   ti penosos los recuerdos. Recuerdos de tu tierra, también pobre y también grave. Y te sentiste tentado de volver a cruzar, sin más, al otro lado de la frontera.

El primer contacto con aquel ambiente, que es tu ambiente, fue difícil después de tantos años. Sólo veías ya su desolación y su miseria, contra las cuales querías protegerte negando cuantas posibilidades, a pesar de todo, pudieran surgir tras ellas. Mas sobrepasando el primer movimiento de rencor atávico, comenzaste a entrever, a recobrar algo bien distinto.

Aquella tierra estaba viva. Y entonces comprendiste todo el valor de esa palabra y su entero significado, porque casi te habías olvidado de que estabas vivo. Acaso el precio de estar vivo sea esa pobreza y duelo que veías en torno; acaso la vida exija, para estar viva, ese abono ruin de miseria y tristeza, entre las cuales ella, como una flor, crece acrisolada. ¿Sofismas? Nada quedaba allá de la trivialidad y el vacío de la vida en las tierras de donde venías.

¿Riqueza a costa del espíritu? ¿Espíritu a costa de la miseria? Ambos, espíritu y riqueza, parece imposible reunirlos. Mas no eres tú, ni acaso nadie, quien ahí pueda decidir. Piensa sólo, si lo que te importa es el espíritu, adónde debes inclinar tu simpatía. Aunque sin tu decisión racional, ya aquella, sin vacilar un momento, se te va instintivamente a un lado. Oh, gente mía, mía con toda su pobreza y su desolación, tan viva, tan entrañablemente viva.



Poniente inusitado:

El poblado minúsculo está allá, detrás de las palmeras que bordean la playa. Bajo el sombrado, sentado en la hamaca, aunque no es cómoda, sorbiendo el agua de un coco, aunque no es fresca, riéndote de ti, miras cómo acaba el día.

Riéndote de tu falta de costumbre, aquí donde todo te es nuevo: este mar de un turquesa apenas desvaído en blanco agrisado; estas criaturas de cuerpos negros y cabellos rubios; este clima estival perenne.

  —393→  

¿Nuevo? El trópico ha sido para ti, desde siempre, ambiente deseado y presentido. Por eso te parece justo hallarle una mesura con la cual tu razón no contaba, pero sí tu instinto. Por que mesura hallas en todo, hasta en lo que más excesivo pudiera parecerte: el poniente.

Que en el cielo abre un primer término de quietos celajes irisados, y tras de éste un segundo, y tras éste otro, el fondo último que dejan entrever teñido de un carmín estridente. Se diría la cola abierta de un pavo real, con su esplendor pomposo, donde colores fríos equilibran otros enardecidos.

Pero el pavo real ha cerrado su cola, y del resplandor fiero nada queda. El crepúsculo fue tan breve como un suspiro. Sólo el mar parece haber recogido en su seno un poco de luz, y devolverla ahora en fulgor celeste plomizo, como el del plúmbago, uniforme si no lo extremecieran las olas con terrible violencia.



Un jardín:

Al cruzar el cancel, aún antes de cruzarlo, desde la entrada al patio, ya sientes ese brinco, ese trémolo de la sangre, que te advierte de una simpatía que nace. Otra vez un rincón. ¿En cuántos lugares, por extraños que algunos fueran para ti, no has hallado ese rincón donde te sentías vivo en lo que es tuyo? ¿Tuyo? Bueno. Di: en lo que es de tu casta y no tanto por paisanaje, aunque lo que de tierras nativas hay en ti entra por mucho en la afinidad instintiva, como por temperamento. Y este rincón es de los más hermosos que has visto.

No, no -te dices, contra tu misma posible objeción-: en la predilección pronta no tiene parte el que éste es el rincón que ahora miras, y los otros a que puedes compararlo sólo son recuerdos. Aunque al primer golpe de vista, abarcando los terrados, las escalinatas, las glorietas del jardín, algo te trae a la memoria aquel otro cuya imagen llevas siempre en el fondo de tu alma. Pero es loco comparar: lo que existe plenamente, lo que está, es por eso único, y nada puede desalojarlo ni reemplazarlo.

Flores no hay, o apenas, excepto esa buganvillea pomposa,   —394→   cascada de espuma morada que cae a lo largo de una tapia. Los árboles, aunque robustos, parecen fatigados, envejecidos. En las sendas, el piso es desigual. Muchos peldaños están rotos. Las fuentes secas. Por los paredones bostezan marcos vacíos, sin vidrieras ni postigos, abiertos a salas destechadas, en cuyo pavimento crece la hierba. ¡Qué desolación! Y, al mismo tiempo, qué encanto secreto viene de todo esto.

Porque la desolación no supone aquí abandono. Al contrario, todo indica manos cuidadosas que atienden, que reparan en lo posible, con medios escasos, los ultrajes del tiempo. De ahí el encanto peculiar de este jardín, como el de un cuerpo hermoso, en el cual se adivina que la voluntad quiere, si no luchar con el tiempo, aplacarlo, demolerlo. Si en alguna ocasión la idea de madurez excesiva te ha parecido menos triste, es aquí: en este lugar lo pasado, aunque en todo se deja sentir, sin quitarle gracia le da hondura, lo penetra de sosiego.

Pasado y presente se reconcilian, se confunden, insidiosamente, para recrear un tiempo ya vivido, y no por ti, en el cual, al pasar bajo estas ramas, entras, respiras, te mueves, un poco inhábilmente, como quien va distraído, dejando que tu pie caiga sobre las mismas huellas de alguien que te precediera por el mismo camino. Sentado al borde de la alberca, bajo los arcos, piensas como tuya una historia que no fue tuya.

Este aire que mueve las ramas es el mismo que otra vez, a esta hora, las moviera un día. Esta nostalgia no es tuya, sino de alguno que la sintió antaño en este sitio. Esta espera no eres tú quien la haces, sino otro que aquí esperó una tarde a la criatura deseada. Abandonado así a la influencia letal del paraje, de pronto te sobrecoge el miedo, la atracción de vivir, desear, expiar los actos de un ser ya muerto, de quedar perdido para siempre, como fantasma, en una intersección del tiempo.



Francisco Giner de los Ríos -otro poeta- ofrece en Los laureles de Oaxaca, una descripción muy certera, con delicada resonancia poética, de Oaxaca y la comarca circunvecina. Hombres, costumbres, fisonomía urbana -en Oaxaca bellamente monumental-, son descritos por Giner con entusiasmo y con penetración   —395→   de hombre sensible a la belleza; a una belleza que en Oaxaca le remueve en muchas ocasiones los posos de sus juveniles recuerdos españoles. Prosa y verso alternan en el libro de Giner, y una y otro con indudable calidad.

¡Esta piedra verde! Es una mezcla tan lograda de ternura y firmeza que maravilla como un compendio de lo delicado, siempre fuerte si bien lo vemos. Al mismo tiempo nos parece que la piedra sostiene a Oaxaca y que Oaxaca se escapa por ella -su densa respiración haciéndose inefable- al cielo. ¡Qué tierna ahora en esa linda casa! ¡Qué fuerte en ese largo muro, moviéndose graciosa en las rejas, hierro fino bien labrado, lleno de aire! Los comercios la han llenado de colorines, pintando encima sus grandes letreros con texto y dibujos. Y está bien sin embargo. La ciudad, con ese misterioso ser avasallador que nos ha ganado desde el primer momento, le da su tono a todo.

Estos dominicos nos han llenado de España el pecho, con la riqueza de Santo Domingo en los ojos, vibrando todavía en el aire de la mañana nueva que nos da la salida de la iglesia. ¡Qué hondo lo español de estas piedras tan mexicanas, tan de la pura tierra de Oaxaca! ¡Qué llena fe, en continuo desfogue de energía las palabras y las manos! Fundar es verbo justo para todo esto, pero casi resulta frío, como académico, junto al calor cordial. Dejar, no sirve para lo permanente vivo. Es hacer soñando, con la fe en vilo, el sueño entero, parirlo; nacerlo, darlo. Y empujarlo luego a realidad lograda, en esfuerzo maravilloso, el corazón bajando y subiendo hasta las manos. ¡Qué sueño perdurable! ¡Y cómo remueves en el hondón de lo nuestro, fe minera, buscadora y halladora siempre de la intimidad!

Por las calles de Oaxaca, por su pura tierra, asomándonos a los patios floridos, encontrando de pronto unos ojos en su ventana, vamos hacia San Francisco. Primoroso rincón. También la iglesia está cerrada y tenemos que estarnos con la tarde sólo, bajo este laurel extraordinario -¡qué colmo de laureles entre tu cielo, Oaxaca!-, mirando la linda fachada empotrada en su arco, frente a la graciosa torre con sus bronces callados, sólo turbación en el aire los pájaros, fondo la piedra verde.

  —396→  
Pájaro en la piedra verde,
sobre su verde saltando,
volando desde su verde
a aquel otro verde alto.
Piedra verde y laurel verde,
ya casi verde es el pájaro.
¡Qué verde toda la tarde
en lo verde de su salto!
¡Y qué verde el corazón,
de verde anhelo colmado:
tan pronto en la verde piedra
como en el verde del árbol!
Como otro pájaro verde
es su verde sobresalto.
Y ya no sé sobre el verde
qué verdes están temblando:
si mi verde corazón,
la piedra, el laurel o el pájaro.



Manual de México, de Eduardo de Ontañón, es un libro en el que las observaciones, justas, inteligentes, van envueltas siempre en una atmósfera de humor.

Jovialidad del letrero:

El humor popular de México trasciende a la calle y quizá sirve de lección, como el muestrario que les ponen a los niños en los cuadernos de escritura, por medio del letrero. En cualquier otro país puede ser éste un medio comercial más o menos sugestivo para atraerse la clientela; aquí es el resultado más libre, fiel y enjolgorizado de la fantasía popular. Leyéndole por esas calles de los pueblos, por esos rincones de las pequeñas ciudades o esas barracas de madera que se encuentran inesperadamente en una curva de la carretera, vendiendo una mercancía inverosímil: aguas de colores y caramelos relucientes; viéndole   —397→   hasta entre la inquietud de las ciudades mayores y aún ante el ajetreo de la capital, se piensa decididamente que el mexicano no trata de atraer ni hacerse rico, sino que le interesa más sonreír a la vida, reírse de ella misma, si no gozarla con los sentidos voluptuosos que se les aplican equivocadamente a los epicúreos.

Llegaría a creerse que el dueño de un comercio popular lo abre y mantiene porque se le ha ocurrido un título ingenioso, y lo demás -la venta, ganancia y acreditamiento- son detalles accesorios. De otra manera sería imposible dar con letreros tan personales, tan absurdamente redichos y caprichosos como en México nos asombran. Seguramente no hay otro país del mundo que use de ellos con ese -que se ve- gozo íntimo del autor, que es siempre el comerciante responsable.

Los hay de todos los estilos, lo mismo que son los gustos personales. Se hallan de tipo grandilocuente, de aire poético, de tono desenfadado que es el que entra ya de lleno en la picaresca popular señalada en el capítulo anterior; de estilo zumbón, de resabio filosófico, de apasionado lirismo y hasta de sabor tan absurdo que a veces llegan a parecer imágenes surrealistas en embrión o sin haber pasado por la mano del poeta. Como quiera que sea, suelen tener siempre reconcentrados en su brevedad denominadora el sentido poético y humorístico de las gentes sencillas.

Ahora que el romance popular apenas si es más que un dulce recuerdo, y que aún el corrido mexicano va convirtiéndose por culpa de los malos poetas en el cuplé conceptuoso y falso, es hasta glorioso de proclamar a los cuatro vientos que en México queda aún por las calles el letrero como muestra de la portentosa imaginación popular, tantas veces superior al intento literario.

Las pulquerías han sido siempre, como lugares más consagrados a la broma y la francachela, los sitios clásicos en esta deliciosa manía denominativa. De las antiguas se cuentan letreros tan imponentes como Los recuerdos del porvenir, La providencia reformada, El parlamento inglés, Los antiguos apaches o   —398→   La reforma de la virgen, títulos que debieron proceder de arreglos y traspasos.

No son inferiores los que muestran hoy algunas de ellas, procedentes de la directa inspiración del dueño y sin que, por lo tanto, se les pueda achacar colaboraciones de la casualidad. Existen de todos los gustos: amorosos como Ella lo amaba, Mírame bien, Las bodas de Lola, Aves sin rumbo, Canta y no llores, Otelo, Las sonrisas, Don Juan Tenorio... Algunos con cierto sentido -siquiera sea lejano- de letrero comercial, pero los más absolutamente apartados del estilo, lo que les da toda su gloria y originalidad.

Abundan los desenfadados, también en las pulquerías aún: Me estoy riendo, Pues tú dirás, Aquí te quiero ver, Volverás, Échate la gota, Peor es nada, Todos contentos, Así es la vida, que tiene ya visos filosóficos; Ya la encontré, Voy tantito...

Los grandilocuentes, con nombres de piezas románticas algunos de ellos: Las glorias de Víctor Hugo, La diosa del mar, El gran tigre, La fuente embriagadora, en el que hay algún resabido humorístico; La cascada de rosas, El sueño de oro... Últimamente también sarcásticos, como el de la pulquería que aún existe frente al panteón de Dolores, cementerio general de México, la que se titula: El último trago. Y jovialmente pretenciosos, como esa otra a la que han titulado Pul-Mex, con estilo de marca industrial moderna, lo mismo que Taki-Mex, denominación de una lonchería.

Podría pensarse por tal abundancia de número y estilos que esta clase de letreros populares se usan solamente en las pulquerías o establecimientos de esta desenfadada especie. Pero es muy importante de advertir cuanto antes, si no quedó hecho ya, que en esta antología popular del letrero mexicano intervienen toda clase de comercios, por lo que se ve su gran prosapia dentro del alma nacional, que es lo destacable. No hace falta para que el letrero romancesco se produzca sino que haya por detrás un espíritu popular. Surge, entonces, con toda su fuerza e intención.

Así una miscelánea muy modesta de Jalapa se llama La esperanza de Dios y una buena zapatería de Querétaro El pie de   —399→   Venus. Lo mismo que un periódico oficial de este Estado se titula La sombra de Arteaga o la farmacia de uno de los barrios más aristocráticos de México: Farmacia de Dios. Luego hay cientos de letreros igualmente contrastados por todo el país: El secreto de las aves, una miscelánea de Manzanillo; La esclava del arte, un pequeño taller mexicano de compostura de zapatos; El encanto de un vals, una tienda de San Ángel; El rizo de oro, una peluquería de Querétaro; Dios nunca muere, una salchichonería del mercado de San Cosme, en México; El incendio de dos bocas, una tortillería mexicana; El extracto del cambio, una vinatería de Xicaltepec, Veracruz; Al féretro elegante, una funeraria de Amecameca; La amapola del camino, un barracón en Mil Cumbres... Cuando no son esos letreritos de primorosa letra casera que aparecen en los balcones o asoman por los zaguanes diciendo: Se borda de ilusión, lo que tiene todo un capítulo de sugerencias o Se hacen niños-Dios, que recuerda la poética ingenuidad de los nacimientos infantiles.

Tantos son, que se necesitaría todo un volumen para dedicarle a su exacta y minuciosa antología y su debido y sabroso comentario. Queden así, sin embargo, en la brevedad de un repaso de notas, como una de las más alborozadas muestras de que lo popular mexicano, lo esencialmente popular y risueño, sigue viviendo en plena euforia, dentro de un mundo revuelto y empinado, lo que es nada menos que una señal evidente de tener -todavía- el alma limpia y los ojos en la naturaleza, dos actitudes cada vez más difíciles por más que parezcan tan sencillas de poseer».





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ArribaAbajoLos institucionistas

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Se ha dicho insistentemente por muchos, que el problema fundamental de España es de educación; que el remedio a nuestros males debe esperarse, más que de uno de tantos arbitrios para los que el español fue siempre terreno fértil, de la paciente y lenta tarea de ir modificando, tallando, puliendo el ser del español, comenzando por el de los hombres de los que, por su posición rectora, haya de irradiarse la influencia bienhechora que llegue a transformar la faz de España. Éste fue el alto pensamiento que animó a don Francisco Giner de los Ríos y su escuela y que inspiró uno de los movimientos más trascendentales de la historia del pensamiento español, encarnado en la Institución Libre de Enseñanza; movimiento momentáneamente truncado, pero que se reanudará indefectiblemente, porque debe reanudarse, con las nuevas orientaciones que la experiencia aconseja, en el momento en que alboree, tras la negra y triste noche del espíritu en la que España vive sumida.

José Castillejo, Fernando de los Ríos, Luis A. Santullano; Luis de Zulueta, Alberto Jiménez, Martín Navarro, José Moreno Villa, Américo Castro, y Joaquín Xirau, fueron, entre otros; hombres vinculados a la Institución y a sus filiales, la Junta de Ampliación de Estudios y la Residencia de Estudiantes, tres de las encarnaciones del pensamiento y del anhelo de don Francisco y de su otro egregio compañero, don Manuel Bartolomé Cossío. Las tres Instituciones se atrajeron -verdadero honor para ellas- el odio ciego y la hostilidad más apasionada y zafia de las fuerzas   —402→   de la reacción que no vacilaron al tomar la tremenda y criminal decisión de hundir a España en los horrores de una espantosa guerra civil. En la relativa tranquilidad del exilio, con serenidad y sin resentimiento, estos institucionistas nos ofrecieron estudios y ensayos en torno a Giner y Cossío y a las instituciones por ellos fundadas. Leerlos es adquirir idea clara de lo que el ideal gineriano, hasta ahora apenas concretado en obra con repercusión social amplia, encierra de potencial riqueza para el futuro de España.

Don Martín Navarro, profesor de Psicología y Derecho de la Institución, nos dio una Vida y obra de don Francisco Giner de los Ríos (Ed. Orión, México, 1945). En tono menor, amable, sencillo, don Martín va destacando los rasgos peculiares de la personalidad de don Francisco: su profundo espíritu religioso, su concepto de la religión como «porción permanente de la vida individual y social, un fin eterno de la razón»; de la pedagogía: una pedagogía en la que el acento recae sobre lo educacional y lo lúdico más que sobre lo instructivo; una educación de sabor algo espartano; su constante y dolorida preocupación por España y su anhelo de educarla para -como Giner decía- «extender su horizonte sobre los estrechos límites actuales; entonces esta miserable, pero querida España, cuyo nombre estremece hoy de dolor y tristeza, será, no la España de Otumba y de Pavía, ¡Dios me libre de ello!, pero sí nación culta, animosa, enérgica, honrada... y hasta libre». Navarro señala en algún lugar de su libro: «que la Institución se propuso la tarea de educar e ilustrar a España, dentro de lo más genuino de su personalidad y por las luces civilizadoras universales. Quiso servir de puente por donde entrara en nuestra patria cuanto de noble y culto se produjera más allá de sus fronteras». Y concluye melancólicamente: «Pero también ella ha sido vencida». A don Martín no le cupo la suerte de poder presenciar el día de su triunfo, pues rindió su noble espíritu en tierra mexicana. El libro de don Martín Navarro sobre Giner, es, además, una excelente antología de lo fundamental del pensamiento gineriano.

Joaquín Xirau escribió un hermoso libro sobre la también   —403→   extraordinaria figura de don Manuel Bartolomé Cossío: Cossío y la educación en España. Como la persona de Cossío es inseparable de la de Giner, Xirau nos ofrece de éste muchos rasgos que ayudan a trazar muy fielmente su perfil. El libro se inicia con un recuerdo de los precursores: Fernando de Castro, los Riaños, y con noticia de la ascendencia montañesa de Cossío. De él nos dice Xirau que era: «puritano por necesidad interna, por vocación gozosa y libre, sin el menor asomo de rigidez, por un imperativo de expansión vital». De su filosofía que: «fue una filosofía de la vida, íntimamente fundida con las preocupaciones, los problemas, las dificultades y las luchas de su tiempo y de su país». De su actitud: «resueltamente anti-intelectualista, pero sin nada de vitalismo irracionalista». Xirau diferencia el vitalismo histórico de Cossío, de la concepción de Dilthey: «Derivadas ambas del romanticismo alemán y especialmente de sus epígonos, desemboca en Dilthey en un historicismo radical y, por consiguiente, en el relativismo. El sentimiento de la razón armónica permite a Cossío levantar un pensamiento rigurosamente fundado en la pulsación de la vida humana y de la cultura hacia una concepción integradora para la cual las experiencias de la humanidad en la historia son orientaciones de un designio universal y trascendente». De las concepciones pedagógicas de Cossío se expresa así Xirau: «Educación como afirmación de la vida; ser en lugar de aprender, conjugación de poesía y realidad que según Cossío son las fuentes más puras de toda inspiración educadora». Rica de ideas, la obra de Xirau es confortadora; nos brinda una filosofía que deja traslucir una gran fe humanista. Xirau comparte con entusiasmo el concepto de Cossío de «reducir a la armonía de una concepción unitaria las contraposiciones iniciales entre ciencia y arte, espíritu y naturaleza, naturaleza y cultura, consideradas como aspectos y formas últimas de la vida humana y de su destino».

Otra visión de Cossío nos la ofreció Luis A. Santullano en El pensamiento vivo de Cossío (Ed. Losada, Buenos Aires, 1946). De la personalidad de Cossío destaca Santullano su disposición siempre amable y comprensiva, la donación generosa que hacía   —404→   de su tiempo, su constante interés por los demás, su actitud socrática, dadivosa de lo mejor de su pensamiento en la conversación amigable. De sus doctrinas pedagógicas, subraya su rechazo del mero intelectualismo, el memorismo y el verbalismo, para centrar su máximo interés en «la formación del carácter, la depuración del sentimiento, la compenetración mejor con la realidad y la vida, dignas de adoctrinarnos». Porque como Cossío decía -señala Santullano-: «Hay en la tierra y en el cielo más pedagogía de la que, por virtud de la actual organización docente, y merced a su tradicional influjo, estamos habituados a considerar». Santullano se ocupa en otro lugar de su libro del pensamiento de Cossío acerca de la trascendencia del arte en la vida individual y social, y dice que aquel buscaba la belleza y la verdad donde estuviesen: «Cossío, mejor que nadie en España -y quizá fuera de ella- supo apreciar armónicamente el valor de las artes populares que, a semejanza del lenguaje anónimo, creación de idéntico proceso, encarnan justamente los últimos y más hondos elementos, aquellos datos primitivos del alma de la multitud que por esto se llaman naturales».

Santullano transcribe la certera, brillante, insuperable visión de Cossío, de Juan Ramón Jiménez: «Bueno, hombre; bueno... mano en el hombro, risa de matices, hirviente efusión, jestos, tiques; la rosa de las voces de cien tonos. Se quita los lentes que le dejan una huella en la arrebolada, asimétrica blandura esterna y, un momento, en una acomodación difícil, lucha de rayos espirituales y solares, parece que no ve. De pronto, como cuando el sol súbito sale de entre cúmulos revueltos de aurora, su flor nueva asoma entre las enredaderas del ramaje, su irisada estrella del mar entre las algas de la ola. Flor, estrella del mar, espiritual rayo vencedor, plata y azul. Sí, aquí está ya con sus ojos, las manos de molino en el cielo, fresca la mirada. (Recuerdo una marina crepuscular del norte, igual a Cossío: marina nubosa, noblemente colorida, con un barco encallado en la costa, agua y cielo trocados, en cuya revolución vijilaba tranquilo un lucero). Se yergue, como un lirio doblado, con una agua nueva (tiene mucho Cossío de tierra vegetal y de rico mineral.   —405→   Pocos hombres me han parecido tan paisaje). ¡Aquí está ya; dueño de la idea radiante, el ánjel anunciador, de la gran ala, cogido por un pie! Hablando él, un jardín se mueve al viento, la tierra olea bajo nosotros, como un mar sólido, y somos todos marineros del entusiasmo. ¿Lo desmaya la emoción? ¿Se ahoga? ¡No, no, que está vivo! ¡Vivo y coleando, dinámico delfín. Y como ese fuego apretado y total, que se derrama hogar abajo, tesoro fácil, al remover una ceniza rescoldada, se vuelve de dentro a fuera, templado el bronce de la dramática, jenerosa voz, borracho de su espíritu efervescente, erizado de profundas chispas, infinito, trastornado de ojos, vibrante, de una pieza, como la espada desnuda del guardián caído, en la Resurrección de Cristo del Greco».

José Castillejo, principal organizador de la Junta para ampliación de Estudios, en su libro Wars of Ideas in Spain (Ed. John Murray, Londres, 1937) escribe de la Institución: «Disociada de los principios e intereses de toda comunión religiosa, escuela filosófica o partido político, afirma la libertad e inviolabilidad de la ciencia y el derecho de todo maestro a la búsqueda y transmisión del conocimiento, sin interferencias de cualquier autoridad». De don Francisco Giner, dice: «En metafísica: unitarismo de Schelling; en problemas sociales y políticos, Krause era la influencia dominante; en religión y moral: católico en su juventud, después cristiano sin misterio ni iglesia. El concepto de la ley gineriana voluntad social, mejor emanada de los hechos que de declaraciones escritas». «Giner sentía -nos dice Castillejo- como un socialista y actuaba con el optimismo y la fe de un liberal. Democracia, limitada a votar en las elecciones, era para él dudosa e imperfecta; la opresión de las minorías una iniquidad. Gran admirador del instinto y arte populares, creía en una conciencia o alma social, en el sentido de Savigny, pero nunca fue adulador de las masas y odiaba la vulgaridad. Su escuela incorporó las doctrinas de Platón, Vives, Locke, Rousseau, Pestalozzi, Froebel y Herbart y recibió fuerte influencia inglesa».

Fernando de los Ríos, hasta que la larga enfermedad que le quitó la vida se lo impidió, trabajó incansablemente. Desempeñó   —406→   una cátedra en la New School for Social Research, de Nueva York. Realizó visitas frecuentes a casi todos los países de hispanoamérica durante las que sustentó cursillos y series de conferencias en Universidades y otros centros culturales. Alvin Johnson, director de la New School escribió en el New York Times, con motivo del fallecimiento de don Fernando: «Desempeñó todos sus cargos como un gran estadista. Pero don Fernando era mucho más que un hombre de Estado. Era uno de los pocos grandes hombres de nuestro tiempo. Podría atribuirse mi juicio al afecto que le profesé, a lo que le quería. Pero le quería, no porque fuera el caballero más fino y cortés que he conocido, sino porque ni el más lerdo podía acercarse a él sin darse cuenta de su grandeza». Estos datos figuran en el prólogo escrito por Ángel del Río al libro de don Fernando: Religión y Estado en la España del siglo XVI. «Son, sin duda, escribe Del Río, estos años de destierro los que nos dan la medida justa de la calidad humana de don Fernando: de su temple moral; de su espíritu que él, hombre ante todo de estudio, hecho para el goce de los valores de la cultura y de la vida, no rehuyó atento siempre al deber». Ángel del Río, después de señalar la fe humanista y el espiritualismo como rasgos de la personalidad de Fernando de los Ríos, añade: «La nota humanística explica otro rasgo capital: el afán de síntesis, de armonía, de unidad, que da al pensamiento y a la personalidad toda de De los Ríos, su tónica religiosa, al margen de iglesias confesionales. Lo ético ha de integrarse en lo estético, la verdad con la belleza, con la justicia, con todos los valores de la vida».

Poco antes de la muerte de De los Ríos se publicó El pensamiento vivo de Francisco Giner, síntesis del pensamiento del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, para la que don Fernando escribió una extensa introducción en la que estudia la obra y la personalidad de su maestro. En Religión y Estado de la España del siglo XVI, además del ensayo inicial, con este mismo título, se agrupan estos otros: Dos concepciones del Estado, Proceso de la Monarquía española, El pensamiento jurídico en el   —407→   siglo XVI, Vitoria y el Derecho Internacional, España y la colonización americana y La acción de España en América.

¿A dónde va el Estado? es el título de un volumen póstumo de De los Ríos. «Fue este libro -dice Ángel del Río-, de una preparación de muchos años. En él se recogen parte de los estudios y cursos efectuados por don Fernando, pero en el proceso de revisión tenían que infiltrarse necesariamente, dentro de su tono objetivo, muchas de las inquietudes posteriores y así, entre otras cuestiones, se trata de ‘las fuerzas del mal y el problema de la injusticia’, de ‘la deificación del Estado’, de ‘la concentración del poder en un individuo’, del proceso del Estado-Poder en la filosofía política alemana desde Fitche y Hegel hasta Treitschke, o de las relaciones entre el Poder, Estado y Sociedad».

Llego ahora a ocuparme de don Alberto Jiménez, director de la Residencia de Estudiantes de Madrid, de nuestro director, al que recordamos siempre con cariño y respeto los que tuvimos la suerte de tenerlo por tal. Alberto Jiménez, don Alberto, el hombre del que emanaba la acción educadora de la mera presencia. Una presencia hecha de exquisita discreción, de tacto admirable, de amable autoridad sin tiesura, de cordialidad contenida; pero no por ello menos perceptible, de delicadas maneras, naturalmente sencillas.

Jiménez escribió en el exilio, en Inglaterra, tres importantes ensayos que constituyen una verdadera historia de la Universidad Española (a otro suyo sobre Valera ya hice referencia anteriormente). Los tres fueron editados por el Colegio de México bajo los siguientes títulos: La ciudad del estudio, Selección y reforma y Ocaso y restauración. El segundo y el tercero se subtitulan, respectivamente: Ensayo sobre la universidad renacentista española y Ensayo sobre la universidad española moderna. De La ciudad del estudio, escribió la siguiente reseña Aubrey F. G. Bell (B. A.): «Este pequeño libro contiene más material importante, que muchos grandes tratados. Se presenta como una introducción a una obra más amplia. Se divide en cuatro partes. La primera describe con claridad y concentrado método, la interesantísima evolución de la cultura árabe y clásica en el siglo X,   —408→   en Córdoba, y su difusión desde España por el resto de Europa en el siglo XI por los peregrinos cluniacenses, ingleses, franceses e italianos. La segunda parte se ocupa del crecimiento del poder real, y los comienzos de las grandes universidades de Salerno, Bolonia, París y Oxford en el siglo XII, Salamanca en 1215, Coimbra en 1290; de la lucha entre el Papado y el Imperio y más tarde entre el Papado y los monarcas nacionales. Las partes tercera y cuarta tratan de Alfonso el Sabio, de su frustrado intento de convertirse en Sacro Romano Emperador, de su triunfo como patrocinador de la ciencia y personal intérprete de la misma, así como de la literatura, y de sus ingenuas pero fundamentalmente inteligentes leyes para las universidades españolas».

En Selección y reforma se refiere Jiménez Fraud al papel desempeñado por los Colegios en la organización de los estudios, y de sus relaciones con las universidades. Los colegios, nos dice Jiménez, «desempeñaron trascendental misión cuando fueron destinados a su función esencial: la formación de minorías ejemplares que, sirviendo de canon a la comunidad universitaria, impulsaron al mismo tiempo los estudios a que estas minorías consagraban sus esfuerzos». Más adelante escribe: «sólo si la idea de la universidad lleva implícita una creencia en los valores espirituales, creencia capaz de proporcionarle una visión clara de ellos, un sentido de su jerarquía y una robusta fe en su importancia constructiva, son necesarias esas instituciones colectivas universitarias que, a base de una vida residencial, han surgido en la vida española -en tiempos pasados y en tiempos actuales- en sus momentos de entusiasmo nacional, proceso ascendente de construcción y fe en el reino del espíritu». Después se ocupa Jiménez del impulso dado por los Reyes Católicos a la universidad: «Cabe afirmar que el reinado de Isabel y Fernando presidió el mayor empeño público acometido en España para elevarla a una alta cumbre de ilustración y de doctrina». A continuación viene un bosquejo de la historia de la Universidad de Alcalá, la Alcalá de Jiménez, el Cardenal que «crea un pueblo para ponerlo al servicio de la universidad». A este capítulo sigue otro. Bajo el título de «Paréntesis ecuménico», o sea el de la   —409→   monarquía universal de Carlos V, durante el cual «caminaban nuestras dos grandes universidades de Salamanca y Alcalá por rumbos no contrarios, pero sí distintos y complementarios, fertilizando con las aguas de la nueva y la vieja cultura los campos de la ilustración española». Hace alusión Jiménez a cómo en Salamanca nació el germen de «una futura solución al terrible problema de la guerra, con su escuela de Derecho Internacional, fundada por Francisco de Vitoria». Tras el movimiento expansivo con Carlos V viene, nos dice Jiménez, el de limitación, de contracción, con Felipe II, que rompe las ligaduras intelectuales de España con el exterior, temeroso de las ideas fomentadoras de la revolución religiosa. «Con la terminación del siglo XVI finaliza un período fuerte y ponderado de la vida española, animado de un espíritu de universalidad que mantuvo contacto con el mundo en tiempos del emperador, y que se retiró dentro de sí mismo en tiempos de Felipe. A horcajadas sobre los dos siglos, el profundo genio de Cervantes presenció y comentó el rápido proceso: el Quijote cierra el paréntesis ecuménico y abre hacia los venideros tiempos españoles una interrogación que aún no ha tenido respuesta. Habían de pasar más de tres siglos hasta que otro estadista genial, Francisco Giner, inspirado en vehemente amor patriótico, buscara en la educación el medio de incorporar la vida espiritual española a las exigencias históricas modernas. Tuvo Giner la originalidad de no concebir en conflicto las dos tradiciones españolas: la de la restauración católica y la del espíritu renacentista de libre investigación de la verdad. Y considerando las dos tradiciones como momentos históricos de una ansia común de renovación de la vida patria, Giner prendió en el alma española, gracias a sus esfuerzos y al filial y competente concurso de Cossío, quien, además de su pericia en los problemas educativos, llevó a la concepción filosófica de su maestro una exigencia estética que interpretaba la cultura y la historia españolas a la luz de la belleza artística».

En Ocaso y restauración al que no puedo más que referirme muy brevemente, traza Jiménez la historia del movimiento intelectual que precedido del krausista, culminó en la obra y el pensamiento   —410→   de don Francisco Giner y Manuel Bartolomé Cossío. Se refiere al espíritu y los propósitos de la Institución Libre de Enseñanza y de la Residencia de Estudiantes, dirigida por él durante cerca de un cuarto de siglo. Nos da una viva y emotiva visión de Giner, místico de los valores de la persona que pueden ser alumbrados y vivificados por la vía educacional; de Cossío y de su doctrina del cultivo del sentido artístico y de los sentimientos estéticos como medulares en educación, para la integral formación del carácter; de José Castillejo, en el que se aunaba la tenacidad en el trabajo y un inteligente espíritu de organización. De él mismo nos dice don Alberto cómo, todavía joven, estableció contacto con don Francisco y los demás hombres de la Institución, vivió el ambiente de ésta, para quedar definitivamente incorporado a la alta y trascendental empresa, rara asociación de idealismo y sentido de la realidad que marca -repito- época en la historia del pensamiento español. Estos tres extensos ensayos de Alberto Jiménez, ofrecen la valiosa cualidad de proyectar el desarrollo de nuestras instituciones universitarias sobre el fondo, no sólo cultural, de las distintas épocas, sino también sobre el de la historia político-social de España, conteniendo muy certeras observaciones acerca de ella. De su labor, nunca bastante elogiada, al frente de la Residencia, no dice nada, por modestia, don Alberto, pero no podemos menos de proclamarla como insuperable los que fuimos testigos de ella.

Eduardo Nicol adopta ante la Institución Libre de Enseñanza una actitud más crítica, si bien reconociendo su alto valor. Dice Eduardo Nicol en un ensayo titulado «Conciencia de España» incluido en su libro La vocación humana (El Colegio de México, 1953): «La obra de la Institución Libre de Enseñanza estuvo guiada por unos ideales muy precisos y por lo que pudiera llamarse, justamente, el método de la ejemplaridad moral. Esta obra tuvo alma y tuvo espíritu. Fue lo que se propuso ser. Hizo lo que se propuso. ¿Dónde están sus deficiencias? De una obra de esta dignidad sólo cabe decir que sus defectos fueron precisamente sus cualidades. El propósito de la Institución fue la formación de minorías. En aquella situación histórica,   —411→   no es extraño que los espíritus mejores sintieran, junto al anhelo de obrar, un cierto encogimiento. Era imposible entrar en contacto directo con la política e influir desde ella, desde el gobierno, en la vida nacional. El único plan que les pareció viable era más lento, pero más seguro: empezar desde abajo, formando cuidadosamente el espíritu de algunos pocos, quienes a su vez no dejarían de ejercer una influencia favorable sobre otros, por su obra, y por una acción personal de presencia. Este plan tiene antecedentes en la historia. Se trataba de crear una nueva paideia española. Creo que se ha llegado a hablar de esa misión institucional como de una obra socrática. No fue socrática sino platónica. Que Sócrates andaba por las calles hablando con todo el mundo, metiéndose en todo y con todos, peleando cuando había que pelear, muriendo cuando hubo que morir, y sin ofrecer jamás el menor rasgo de exquisitez en su persona, ni en sus gustos ni en sus pensamientos. Fue Platón el que, sintiendo afán de intervenir en la cosa pública, se abstuvo de hacerlo, como cuenta él mismo, para evitar un contagio degradante; y así redujo los alcances de la educación socrática, que era universal, popular y callejera, al círculo más recatado, íntimo y selecto de la Academia, donde sólo podían formarse minorías. El parangón entre la institución española y la Academia platónica, no puede ser de una fidelidad paralela, naturalmente. Pero es manifiesto que su intención original era análoga, como lo han sido algunos de los resultados obtenidos.

La reclusión, que para algunos es condición de una conciencia honda de las realidades, es para otros un puro refinamiento, que los aísla de las cosas vivas. Con la Institución vino a ocurrir esto: que siendo buena la intención y eficaces los métodos -sobre todo por la noble ejemplaridad de sus dos maestros- los resultados no dejaron de ofrecer aspectos negativos. Lo español vino a ser una especie de objeto de cultivo intelectual y estético más o menos amanerado; su estudio, un medio de refinamiento de la sensibilidad personal. De tanto como amaron a España, estos hombres se la dieron a sí mismo como espectáculo.   —412→   Muchas canciones populares viejas; un gran interés por los antiguos trajes de fiesta de los aldeanos, una gran admiración por el campesino castellano, un gran número de lugares ignorados que se descubrieron y de paisajes singulares. Pero, ¿puede una nación ser espectáculo para quien forma parte de ella y se propone renovarla? En la vida hay que ser actor: sufrir cuando sufre la nación, alegrarse cuando se alegra. Pues si el refinamiento de la sensibilidad se agudiza hasta el extremo, llega un momento en que ya nuestra epidermis se hizo tan delgada que no tolera sin irritación el más leve contacto. Hay que comulgar con la propia nación y para esto se necesita una alma fuerte y abierta, no un alma a la que hace endeble y distante la exquisitez.

En vez de contemplar el campo español como paisaje, había que mirarlo como problema agrario. En vez de trajes campesinos, había que pensar en las luchas sociales, en los sindicatos obreros, en el industrialismo, en el problema nacional. En la tragedia del movimiento obrero, cuyos jefes más honestos e inteligentes iban cayendo uno tras otro asesinados, no había que pensar. Esas masas no necesitaban una ética; sólo las minorías. Pedagogía recoleta y utópica. Pero la realidad española era más dura y más amplia que todo eso. Había que enseñar a los jóvenes a ser mesurados, comprensivos y sensatos, que no son estas virtudes españolas; pero no a unos cuantos nada más, ni a costa de la fortaleza del ánimo. En suma, que la Institución Libre de Enseñanza resultó paradójicamente una obra personal y no una obra institucional. Cualesquiera que fueran los beneficios que trajo, no inició una tradición, ni creó un tipo estable y aceptable, verdaderamente nacional, lo cual es el fruto manifiesto de las instituciones».

José López Morilla es autor de un ensayo muy importante, titulado: El krausismo español (Fondo de Cultura Económica, México, 1956), valiosa contribución a la historia de la cultura española, durante buena parte del siglo XIX. El autor traza previamente la figura de Julián Sanz del Río, introductor de la doctrina en España, y hace un bosquejo del racionalismo armónico,   —413→   esencia filosófica del krausismo. Examina la posición del krausismo ante la literatura, especialmente frente a la ñoña e insustancial que, como una reacción de la naciente burguesía contra el romanticismo, prevaleció en España entre los años de 1845 a 1874. «Los krausistas, escribe López Morilla, reaccionaron contra el lirismo exacerbado y en pro de la revigorización de la poesía dramática y de la vuelta a la poesía épica. Tal cosa no se produjo y el género en que encarnó la reacción contra el lirismo fue la novela, la ‘épica del siglo’ como la calificó Clarín, que para alcanzar un cierto rango debe tener lo que el propio Leopoldo Alas llamó ‘altruismo artístico’. López Morilla señala que el mundo de la novelística de fines de siglo es casi siempre un mundo de oposiciones ideológicas. ‘El mundo del Galdós en Doña Perfecta es la intolerancia religiosa, como el de Pereda, de Don Gonzalo González de la Gonzalera es la democracia, y el de Alarcón, de El escándalo, es el descreimiento. Aquí tropezamos con otro síntoma del inequívoco ambiente ideocrático que el krausismo suscita en su evolución española. La consideración del mundo exterior como armazón de ideas hostiles lleva sin remedio al individuo a afirmar de manera absoluta y excluyente la propia ideología, esto es, le lleva a incurrir en la misma aspereza que achaca al adversario. Recordemos una vez más el caso de León Roch, krausista de ficción, que al enfrentarse con la sañuda realidad pasa de la tolerancia al fanatismo, de ser dueño de sus ideas a ser esclavo de ellas. El despotismo de las ideas es, pues, lo que da carácter polémico a la novela española del período 1870-1880; como da carácter polémico a la filosofía, a la religión y a la política, en suma, a todas las actividades españolas de ese decenio. Por eso no parece muy adecuado el calificativo de ‘realista’ que de ordinario se aplica a esa manera de entender la ficción novelesca. Si bien se mira es todo lo contrario, por su intención al menos: es una novela ‘idealista’, alimentada por ese deseo de que las cosas sean distintas de lo que son, que es la aspiración utópica de todas las épocas azotadas por el frenesí ideocrático. Sólo después de 1880, calmada ya un tanto la ebullición intelectual   —414→   que produce el krausismo, puede hablarse con propiedad de una novela realista, esto es, anclada en una realidad no reducida previamente a esquema ideológico. Pero aún esta fase es efímera. La llamada generación del 98 volverá a hacer de la novela una forma de la lírica».

López Morilla dedica un capítulo al krausismo y la religión y otro al krausismo y la política. Finalmente trata de la oposición al krausismo con todos los incidentes bien conocidos a que dio lugar. Ofrece datos muy interesantes acerca de la Revista de España, la Revista europea y la Revista contemporánea, publicaciones nacidas en 1868, 1874 y 1875, respectivamente, que López Morilla afirma que pueden parangonarse sin desdoro con las mejores de su género en Europa. De la Revista de España dice: «Que incorpora las actitudes del liberalismo español doceañista y es tal vez la de criterio más amplio y ecuánime. La Revista europea, sin ser precisamente órgano krausista, manifiesta de refilón una preferencia por el racionalismo armónico y cuenta entre sus colaboradores a destacados discípulos de Sanz del Río. La Revista contemporánea durante los años en que la dirige José del Perojo, se inclina a favor del neokantismo con ribetes positivistas, cuyas enseñanzas divulga con notable vigor. Las tres, en resumen, son hostiles al tradicionalismo, al casticismo estrecho e intransigente, al ultramodernismo. Ningún estudio de la España intelectual del siglo XIX es posible sin el examen solícito de estas publicaciones y la tasación del influjo que lograron». López Morilla cierra su libro, con este epílogo: «La posteridad ha oscilado, en sus tentativas de aquilatar el krausismo español, entre dos criterios extremos. Uno lo reduce a doctrina filosófica que, alimentada por una metafísica laberíntica, atrajo a un puñado de individuos aficionados a lo abstruso o lo extravagante. Otro sostiene que es, en rigor, inexacto hablar del krausismo como si se tratara de una ‘escuela’ filosófica, pues la doctrina de Kraus asume una fisonomía personalísima en cada uno de sus adeptos españoles. Equidistante entre uno y otro criterio, figura el de quienes han visto en el krausismo una ética pura y simple, y en sus partidarios a otros tantos moralistas   —415→   empeñados en reformar al hombre y la sociedad. Los que así piensan alegan como prueba de su aserto que las disciplinas que versan sobre la conducta humana -el derecho, la sociología, la pedagogía- son cabalmente las que han sacado mayor y más duradero provecho de las aportaciones de los krausistas españoles. Nosotros, por nuestra parte, hemos evitado hasta aquí la tentación de emitir un dictamen general. En los capítulos que preceden nos hemos limitado a enfocar aquellos aspectos que estimamos necesarios para entender lo que el krausismo español quiso ser y fue efectivamente durante el período -aproximadamente 1854-1864- de su máxima privanza. No cabe negar que el significado que atribuimos a alguno de tales aspectos, es quizá discutible; pero tampoco cabe negar que todo lo que atañe a esa etapa de la historia espiritual del siglo pasado es materia de debate. Lo que en ningún modo es discutible es que el krausismo español fue bastante más que una metafísica o que una ética, o que un completo sistema filosófico. De haber sido sólo una de estas cosas, su influjo hubiera quedado restringido a un pequeño círculo intelectual y su significado sería puramente histórico: una fase efímera en la crónica del pensamiento español moderno. Pero nadie, ni aún el más vehemente detractor de la doctrina krausista, se atreverá a afirmar que la influencia de ésta cesa con la disgregación del grupo de discípulos de Sanz del Río en los primeros días de la Restauración, o con la ulterior defección de algunos de ellos. Y eso ¿por qué? Sencillamente porque el krausismo español fue, repitámoslo, más que una filosofía; porque en realidad fue lo que, por falta de mejor expresión, llamaremos un ‘estilo de vida’, una cierta manera de preocuparse por la vida y de ocuparse en ella, de pensarla y de vivirla, sirviéndose de la razón como de la brújula para explorar segura y sistemáticamente el ámbito entero de lo creado. Que entre Sanz del Río y Fernando de Castro, o entre Salmerón y Giner, se echan de ver orientaciones diferentes, está fuera de duda, pero también lo está el hecho de que estos hombres y sus compañeros de aventura intelectual comparten una misma confianza en la razón como norma   —416→   de vida y manifiestan idéntica predilección por ciertos temas del repertorio espiritual del siglo de las luces. Todos ellos creen en la perfectabilidad del hombre, en el progreso de la sociedad, en la belleza de la vida. Todos ellos trabajan con ardor en pro de un mundo mejor».



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ArribaAbajoEnseñanza

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Los emigrados fundaron en México diversos centros de enseñanza que, salvo uno, subsisten y puede afirmarse que han arraigado firmemente en el medio mexicano. Uno de los que primero comenzó a funcionar fue el Instituto Ruiz de Alarcón. De este centro dijo Isidoro Calleja, en publicación dedicada a la cuestión de la enseñanza en la emigración, que: «comenzó con una matrícula superior a mil alumnos y, a pesar de un espléndido cuadro de profesores, fracasó pronto por razones que la historia del exilio español juzgará en su día». El Instituto Luis Vives fue fundado en 1940 con el apoyo del S. E. R. E. Actualmente este colegio se desenvuelve atenido a sus propios medios, como los demás fundados por la emigración. De otra institución de enseñanza fundada por exilados en México, la Academia Hispano Mexicana, dice también Calleja: «A nuestro juicio, es la que mejor ha llegado al pueblo mexicano». Esta academia ha estado desde el comienzo bajo la muy acertada dirección de Ricardo Vinós. Acerca del colegio «Madrid», publicó la revista Trabajadores de la enseñanza, editada en México por la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza; la siguiente nota: «El Colegio ‘Madrid’ fue fundado en el año 1941 por la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles. Fue un acierto, entre otros muchos de dicha junta, la adquisición de dos magníficos edificios situados en la avenida Revolución a uno y otro lado de la misma, donde quedó instalada esta Institución y donde todavía sigue funcionando con creciente éxito y con resultados   —418→   superados cada año. Durante siete, el Colegio Madrid proporcionó enseñanza gratuita a setecientos alumnos de primaria, y jardín de niños, suministrándoles, además, comida, uniformes y transportes gratuitos, a fin de facilitar la educación a los hijos de los refugiados españoles en los momentos en que la mayoría, recién acogidos a la hospitalidad de México, sufrían las dificultades económicas y profesionales naturales en todo período de adaptación. Al establecerse el colegio sólo constaba de las enseñanzas primaria y de párvulos, pero, poco a poco, ha ido ampliando su actividad. En 1948 se creó la escuela secundaria y en 1953 se amplió el colegio con la creación de los estudios de preparatoria. La matrícula del colegio ha ido creciendo progresivamente desde su fundación, demostrando así el prestigio público de su enseñanza, prestigio bien ganado por el trabajo eficaz y bien orientado de su profesorado. Actualmente cuenta con 190 alumnos en el jardín de niños, 850 escolares en las escuelas primarias, 280 en la secundaria y 115 en la escuela preparatoria. El 25% del profesorado está constituido por maestros mexicanos y el 75% por profesores españoles graduados ya en España o en las instituciones educativas de México. La dirección de la escuela la ejerce desde la fundación del colegio, el profesor Jesús Revaque, maestro español que fue director del grupo escolar Menéndez Pelayo de Santander y que gozaba ya de un alto prestigio profesional en España. Los profesores fundadores fueron: Santiago Hernández, María Leal de Torner, Gallo, Baudillo, Riesco, Ángeles Gómez, Jesús Gil, Juan Asalto y Helena Martínez; es seguro, y lo lamento, que incurro en alguna omisión. Entre los profesores de preparatoria figuran Luis Castillo, Estrella Cortich, Vicente Carbonell, Marcelo Santaló, Manuel Tagüeña, Pilar Santiago, y Marcial Rodríguez. Además de los profesores para los diversos grados, cuenta el colegio con tres profesores de Educación Física, dos de Música, cuatro de Inglés y los encargados de los diversos servicios auxiliares y administrativos. La enseñanza del inglés es obligatoria en todos los grados. El colegio Madrid se esfuerza por dar a su actividad educativa el carácter activo y funcional que aconseja la Pedagogía   —419→   moderna. Con este fin posee talleres de encuadernación, electricidad, carpintería, corte y confección, economía doméstica, repujado y labores de adorno. Estimula en los alumnos el desarrollo de sus preferencias vocacionales y sus actividades propias, tanto de carácter manual como intelectual. Como resultado de esta orientación publica una revista dirigida, redactada y distribuida por los alumnos, con el título de Nosotros, que es una demostración de la tendencia autoeducativa que el colegio fomenta y de la capacidad literaria de los redactores. Están debidamente atendidos los servicios auxiliares y complementarios de la escuela. Entre otros funcionan en el Madrid servicios de orientación profesional. Cuenta con canchas y campos debidamente acondicionados para los juegos y deportes de los escolares. Asimismo merece destacarse el servicio de biblioteca que posee un total de 850 volúmenes seleccionados y que, además de poderlos utilizar los alumnos en la propia escuela, tienen carácter circulante, de manera que aquellos que lo deseen reciben en préstamo los libros por un tiempo determinado. El colegio fomenta entre sus alumnos el ahorro escolar, de tal manera que el Madrid alcanzó últimamente el primer lugar en este aspecto entre las escuelas de la zona. También funciona en el colegio una cooperativa que es administrada por los propios alumnos. Para el transporte de éstos, la escuela dispone de ocho autobuses que facilitan la asistencia de los escolares a las clases. Es ya tradicional el valor pedagógico de las fiestas de fin de curso que el Madrid regularmente celebra. Los programas consisten en actividades artísticas, realizadas por los propios alumnos de las diversas secciones de la escuela. Las más llamativas y de máximo valor son las manifestaciones folklóricas de México y España, que niños y niñas dirigidos por sus maestros, realizan con gracia y arte inimitables. Una de las notas más simpáticas de estas fiestas de fin de curso es que los fondos que en ellas se recaudan, son destinados a la ayuda de la infancia mexicana necesitada, siendo los propios alumnos del colegio los que acuden a los centros de asistencia llevando a los acogidos ropas, dulces, juguetes, etc. En este mismo sentido, el Madrid contribuye   —420→   siempre a las suscripciones con fines benéficos que organiza la secretaría, figurando siempre a la cabeza de estas suscripciones entre los de su clase en el Distrito Federal».

En relación con la enseñanza, es obligado destacar el nombre de Patricio Redondo que en el año 1940 empezó a organizar en San Andrés Tuxtla, Ver., la Escuela Experimental Freinet. Dicha escuela, según señala Ramón Costa Jou: «Cuenta con cientos de alumnos, con muchos maestros, algunos de los cuales él mismo ha formado, con su ejemplo y con su saber. La Escuela Experimental Freinet constituye, en la actualidad, una institución ejemplar en la República Mexicana. Muchos maestros de la República visitan la escuela de Redondo, no sólo con curiosidad, atraídos por la personalidad de su creador, sino con el afán de ver en la práctica la realidad de una auténtica escuela nueva dando sus frutos». Juan Pablo García fundó en Santo Domingo el Instituto Cristóbal Colón, centro de enseñanza que llegó a reunir, bajo su dirección, un brillante equipo de profesores exilados, que dieron al centro citado gran renombre.



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ArribaAbajoCiencias

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Medicina

Al enfrentarme con el panorama científico de la emigración me decido por describir en primer término el de la medicina. Me mueve a ello un sentimiento de respetuosa admiración hacia el elemento pasivo de esa ciencia: el paciente. Los refugiados puede decirse, sin demasiada exageración, que constituyeron un solo organismo al efecto de las enfermedades. Todos se enteraron de los padecimientos de todos, compartiéndolos compasiva y, casi, casi, físicamente. No bien llegados a la altiplanicie donde México está situado a la respetable altura de dos mil doscientos metros sobre el nivel del mar, surgió, como no podía ser menos, el problema de la altura. Todo se le achacó, y todo con mayor o menor justificación: el excesivo sueño y el insomnio, la falta de apetito y el hambre devoradora, la lucidez y el atontamiento, el ímpetu para el trabajo y la haraganería descarada, los primeros y los últimos lugares en el colegio.

Ya en el terreno propiamente patológico, la perturbación que rompió la marcha fue el mareo, la sensación de inestabilidad que la nada divertida experiencia de los meneos telúricos, en México relativamente frecuentes e intensos, vino a reforzar. ¿Tiembla? Esta pregunta, acompañada de una inquieta mirada a la lámpara pendiente del techo, surgía de repente en medio de una conversación. Tras el mareo, fue el cansancio la anomalía predominante. ¡Qué cansado!... ¡Pero qué cansado estoy!...   —422→   era y es expresión muy frecuente entre los exilados. Por lo regular, el que llega a percibir tal sensación se pone al volante de su automóvil -el cansancio abunda mucho entre los propietarios de coche-, o se acomoda en el pullman -nombre que aquí se da al coche-cama del ferrocarril. Cuando los medios no dan para más, se contenta con un autobús. Así ponen en lucha su cansancio, el que ya dicen sentir, con el nuevo, el producido por un desplazamiento de miles de kilómetros. Siempre ocurre que el cansancio nuevo vence al antiguo y el cansado descansa. Después hizo su aparición la amiba, acaparando la atención de sus portadores y de los expuestos a convertirse en tales. Desengáñese, lo que usted tiene son amibas, diagnosticaban tajantes los profanos en la tertulia del café, en la reunión de amigos o durante el encuentro casual en la calle, al escuchar las molestias más o menos vagas que declarara sentir alguno de los presentes. Los tratamientos recomendados, o por lo menos citados, variaban entre la liberal ingestión de guayaba, hasta la de las sustancias más absurdas, pasando por los numerosísimos específicos prescritos por los profesionales. Finalmente, se llegó a una pacífica conllevancia entre el proto-animalito y los que lo albergan... y así siguen las cosas. Éstas iban más o menos bien hasta que comenzó a perfilarse cada vez más enérgicamente la figura del gran enemigo, el artero, el que muchas veces ataca traidoramente, sin avisar: el infarto del miocardio. Todos los exilados comenzaron a preocuparse por los signos cabalísticos del electrocardiograma y por la cifra de la colesterolemia. Cada vez va siendo más verdad lo de que envejecer es volver a una segunda postrera infancia. Se sigue comenzando por el a b c, pero ahora muchos terminan por las p. q. r. s., encaramadas en los caprichosos picos del electro. Bromas de dudoso gusto a un lado, entro a reseñar algo de lo que en materia de medicina hicieron los emigrados.

Manuel Márquez, venerable figura, es una de las más representativas de la emigración. Puede ofrecerse como símbolo de nobleza de espíritu y de firmeza inconmovible en sus convicciones liberales y humanísticas. A estas virtudes se une en don   —423→   Manuel su calidad de científico al que se deben importantes contribuciones a la oftalmología, que le han valido un prestigio internacional. El paso de los años ha dejado intacta su extraordinaria energía de trabajador infatigable que le permite, cerca ya de los noventa, desempeñar cátedras en dos o tres centros de enseñanza médica de México y emprender u orientar trabajos de investigación de su especialidad. Don Manuel colaboró y colabora asiduamente en las revistas médicas, ha publicado numerosos trabajos monográficos, algunos de ellos reunidos en un volumen titulado Cuestiones oftalmológicas (El Colegio de México). Publicó, además, tres libros: Oftalmología clínica general, Oftalmología clínica especial y Astigmatismo y biastigmatismo y vidrios cilíndricos.

Otra relevante personalidad científica de la emigración es la de don Augusto Pi Sunyer, el eminente investigador discípulo del gran Turró y continuador de su obra de investigación biológica, al que se deben aportaciones importantes al campo de la biología: el principio de la tensión glicogénica, la susceptibilidad química de las terminaciones nerviosas, el concepto de la inmunidad como proceso nutricional, entre otras, además de muchos conceptos originales acerca del funcionamiento del sistema nervioso autónomo. Es cosa bien sabida y natural que el pensamiento biológico y el filosófico van siempre entremezclados. Pi Sunyer no podía ser una excepción a esta regla y, en efecto, en sus libros da muestra de un amplio saber filosófico. Además, don Augusto es un excelente escritor, claro, conciso y elegante.

Entre las obras publicadas por Pi Sunyer, destaca El sistema nervioso vegetativo, que le valió el premio Pourat de la Academia de Ciencias de París, obra que la crítica especializada ha calificado como aportación valiosísima al conocimiento de la compleja función del sistema nervioso autónomo. La divulgación de la ciencia, dentro siempre de un mínimo rigor, poniendo sus verdades fundamentales al alcance de la comprensión de los profanos, fue uno de los propósitos que animaron alguna de las obras del maestro y que logró ampliamente, valido de sus excepcionales dotes de expositor y de su poderosa capacidad de   —424→   simplificación y de síntesis. Tales méritos le han valido a Pi Sunyer el que se le otorgara el Premio Kalinga para 1955, otorgado anualmente por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), e instituido para honrar a los autores destacados de obras de divulgación científica. De Augusto Pi Sunyer es también Principio y término de la Biología, libro editado en Caracas, en 1941, en el que aparecen reunidas veintidós conferencias por él dictadas en la Universidad de dicha ciudad. El libro que es realmente una historia crítica de la ciencia biológica y abarca los avances de la misma hasta el año en que se publicó, es sobremanera interesante por el espíritu filosófico con que está concebido, por su erudición y por la agudeza de sus juicios; a todo lo largo de él late una inquietud que, aunque velada por una exposición serena, uno percibe que está llena de dramatismo. La inquietud es, nada menos, la que el hombre siente ante el enigma de la vida y la muerte. Determinismo materialista y trascendencia pugnan en el espíritu del maestro y ninguno resulta vencedor. El texto de esta obra, totalmente, revisado, fue publicado en inglés bajo el título de The Bridge of Life (The Macmillan Company, New York, 1951).

Gustavo Pittaluga publicó en La Habana y México varias obras importantes: La patología de la sangre y el sistema retículo endotelial (Ed. Cultural, S. A., La Habana, 1943). En este libro hace Pittaluga una exposición, puede decirse que exhaustiva, del estado de los conocimientos en la materia. Otra obra de Pittaluga es Diagnóstico y tratamiento de las hemodistrofias (Ed. Cultural, La Habana, 1945). Este volumen sobre enfermedades de la sangre es la culminación de estudios y experiencias iniciadas en 1915 que llevaron al autor al convencimiento de la insuficiente atención prestada al hecho de cómo las alteraciones funcionales de una zona cualquiera del organismo influye inevitablemente en otras, y de que tales alteraciones son debidas en buena parte a influencias congénitas y hereditarias. El libro es un completo manual de diagnóstico y tratamiento de los estados hemodistróficos, con imponente bibliografía,   —425→   índice muy completo y muchas y buenas ilustraciones. Así fue reseñada esta obra en la revista Books Abroad. En Sangre y sexo (Ed. Hermes, México, 1930) trata Pittaluga con maestría y gran apoyo erudito, los interesantes temas siguientes: la sangre y el linaje; la composición de la sangre en el varón y en la hembra; la sangre y los factores determinantes del sexo; las hormonas en la sangre del varón y de la hembra; sangre, vitaminas y sexo; transmisión hereditaria de caracteres fisiopatológicos ligados con la sangre y el sexo; sangre, temperamento y carácter en el varón y en la hembra.

Pío del Río Hortega continuó en Argentina sus trabajos de investigación, especialmente en relación con la estructura tisular del sistema nervioso. Actuó como profesor universitario y dirigió los Archivos de histología normal y patológica. Entre sus publicaciones aparecidas en América, figuran las siguientes: «La neuroglia normal», «El método del carbonato argéntico», «Ensayo de clasificación de las alteraciones del tejido nervioso». Contribución al conocimiento citológico de los tumores del nervio y quiasmas ópticos. Sobre alteraciones seniles similares de las células ependimiarias y neuróglicas, y algunas más sobre técnicas histológicas.

Isaac Costero. Aparte del trabajo de enseñanza desde su cátedra de Anatomía Patológica, de la Universidad Nacional de México y del Instituto Politécnico Nacional, Costero ha llevado a cabo en el exilio una muy interesante y copiosa obra de investigación. No puedo aquí sino limitarme a una sucinta enumeración de sus trabajos. Entre ellos figura una clasificación de los tumores hipofisarios, objeto de cuatro comunicaciones, dos de ellas exclusivamente suyas y las otras en colaboración. En relación con problemas cardiovasculares, son muchos los trabajos publicados por Costero: «Evolución anatómica de los infartos de miocardio». «Sobre los nódulos de Aschoff». «Significado de la linfocitosis intersticial en el reumatismo y en otros procesos inflamatorios». «Alteraciones histológicas del hígado en la insuficiencia cardíaca». «Encefalopatía del reumático». Este último en   —426→   colaboración con De Gortari, Pellón y Barroso Moquel. En algunos de estos trabajos figuran concepciones originales, como, por ejemplo, en el dedicado a la encefalopatía del reumático, en el que se describen por primera vez lesiones cerebrales producidas por el reumatismo, de las que Costero y sus colaboradores señalan como elemento específico un nódulo formado por acúmulos de microglia en fragmentación. Acerca de la repercusión sobre el tejido conectivo, del reumatismo y otras enfermedades graves, las experiencias del maestro Costero en animales, y el cultivo de tejidos, le han permitido la demostración de muchos hechos nuevos en este campo, entre ellos el de las lesiones específicas que el reumatismo determina en el tejido conectivo. Costero publicó un Tratado de Anatomía Patológica, en dos tomos, magistral obra de consulta unánimemente elogiada por la crítica especializada. La obra se editó en el año de 1946 y ha tenido una gran difusión en toda América. En 1950 se editó su Manual didáctico de Anatomía Patológica, obra más considerable de lo que hace pensar el modesto título de Manual. La actividad de Costero en sus múltiples aspectos de maestro, investigador y publicista científico, se cuenta entre las más fecundas de la emigración.

Rafael Méndez, ex profesor de Farmacología de la Facultad de Medicina de Sevilla, es actualmente en México Jefe del Departamento de Farmacología del Instituto Nacional de Cardiología, profesor de Farmacología en la Escuela de Graduados de la Universidad Nacional Autónoma, y Académico de la Academia de Medicina de México. Desempeñó anteriormente a los cargos citados el de instructor en Farmacología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, Boston, y profesor de Farmacología y Jefe del Departamento de Farmacología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Loyola, de Chicago. Es, además, miembro de varias sociedades extranjeras y desde 1953 forma parte del Comité Editorial de la Pharmacologiae Review. La obra de Rafael Méndez en el campo da la farmacología es muy interesante. En 1942 inicia, en unión de Krayer, los estudios farmacológicos sobre los alcaloides del veratrum, que   —427→   han dado por resultado el empleo clínico de estas drogas en la hipertensión arterial. Descubrió y experimentó farmacológica y clínicamente la tevetoidina, sustancia extraída de una planta mexicana, de acción similar a la digital, que se encuentra aún en estudio en el Instituto Nacional de Cardiología de México. Sus estudios acerca de la acción de la digital sobre las propiedades fisiológicas del corazón, le llevaron a conclusiones que figuran en obras tan autorizadas y difundidas como la Farmacología de Goodman y Hilman y en los modernos tratados de Farmacología de Drill y Krautz. Recientemente dio a conocer las diferencias farmacológicas y clínicas entre la quinidina y la procainamida. Actualmente estudia la farmacología de las geninas de los glicósidos cardíacos para después ensayar sus posibilidades en la clínica.

José Trueta Raspall, fue director de los Servicios de Cirugía del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo, y profesor de Cirugía en la Facultad de Medicina en Barcelona, así como fundador de la Sociedad Ortopédica Española. Exilado en 1939, pasó a Inglaterra donde trabajó en el Windfield Morris Ortopedic Hospital, de Oxford, donde aplicó su técnica sobre la cura oclusiva de las heridas con pleno éxito. Esta técnica se publicó con el nombre de Principles and Practice of War Surgery por la editorial Hamish Hamilton Medical Books, Londres, 1944 -dos ediciones- y por la Casa Moshby, de New York, en 1945. La obra se tradujo al castellano con el nombre de Fundamentos y práctica de la cirugía de guerra y de urgencia (Ed. Mensaje, 1944). Posteriormente fue nombrado profesor-director del mismo hospital, nombramiento al que se adjunta la cátedra de cirugía ortopédica de los Hospitales Unidos de Oxford. Debe subrayarse que desde Juan Luis Vives (1523) no se había otorgado un nombramiento similar a ningún otro científico español. Sus trabajos sobre la fisiopatología de la circulación cortical del riñón, publicados en Oxford, objeto de diversas comunicaciones en revistas inglesas, entre ellas The Lancet, fueron traducidos al castellano con el nombre de Estudio sobre la circulación renal (Ed. Publicaciones Médicas, José Jarrés, Barcelona 1949). En dichos   —428→   trabajos expone Trueta la teoría de la existencia de dos vías vasculares alternativas a través del riñón, teoría que, según Loeb, ha llevado el desasosiego al ánimo de los fisiólogos y obliga a reemprender desde el principio el estudio del funcionalismo renal. Dichas teorías han sido confirmadas por los trabajos de diversos investigadores anglosajones, entre los que figuran J. H. Cort, D. R. Barrón, el profesor de fisiología experimental del John Hopkins Hospital, W. W. Scott, B. Simkin y H. C. Bergman, del Institute for Medical Research de Los Ángeles. En la actualidad está trabajando el profesor Trueta en la circulación de las epífisis de los huesos largos, para poder explicar los procesos de enrarecimiento y reabsorción de la cabeza del fémur. Trueta ha sido honrado con el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Oxford.

Severo Ochoa. Entre las figuras más destacadas de la medicina en la emigración, figura la de este farmacólogo y bioquímico, actual Decano de los Bioquímicos de los Estados Unidos y Jefe del Departamento de Bioquímica de la Universidad Belleview Medical Center de New York, en la que anteriormente desempeñó la cátedra de farmacología. Sus contribuciones al campo de la bioquímica y de la farmacología son numerosas. El nombre de Severo Ochoa ha desbordado los límites de los medios estrictamente científicos en los que unánimemente se reconoce su condición de investigador riguroso y de profundas concepciones, para atraer sensacionalmente la atención general al dar un paso en el camino lleno de misterio y de fascinación de la creación artificial de materia viviente. Ochoa, en unión de un grupo de investigadores de la Universidad de New York que trabajaron bajo su dirección, se propuso la tarea de construir cadenas de moléculas semejantes a las de dos ácidos nucleicos de extraordinaria importancia: el ácido ribonucleico (A. R. N.) que, según se cree, controla el ritmo de fabricación de proteínas por las células, y el ácido desoxirribonucleico4 (A. D. N.) que, según se piensa, rige la transmisión de las características hereditarias de una generación de organismos vivos a otra. Utilizando enzimas de células vivas, Ochoa y su grupo consiguieron,   —429→   por primera vez en la historia de la biología, crear, fuera de una célula viva, polinucleótidos, equivalentes al A. R. N. y al A. D. N. El logro del doctor Ochoa es uno de los raros casos de «construcción» que se conozcan fuera de células vivas. El investigador declara que la meta final todavía está lejos. Se desconoce aún el orden de las cuatro moléculas recién creadas. Se vislumbra la posibilidad de crear el A. D. N. que controla la herencia y que se encuentra en los virus que atacan a las plantas. Si se llegase a sintetizar el A. D. N. animal, llegaría a comprenderse, y hasta a controlarse, la herencia. Dejando a un lado el aspecto trascendente de la cuestión, las perspectivas que estos experimentos pueden abrir son verdaderamente fantásticas en el orden de las aplicaciones prácticas.

Dionisio Nieto Gómez. Jefe de la Sección de Neuropatología y Neuropsiquiatría Experimental del Instituto de Estudios Médicos y Biológicos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. De su actividad como investigador son exponentes los siguientes trabajos por él publicados: «Sobre las alteraciones cerebrales en la psicosis alcohólica». «La herencia de la epilepsia». «Particularidades del condrioma en las células piramidales del asta del Ammon». «Sistematización de las lesiones nerviosas en la polirradiculoneuritis». «Anatomía patológica de la esquizofrenia». «Sobre la coloración del treponema pálido en el tejido nervioso». «Sobre la producción experimental de encefalomielitis diseminada». «Sobre la histopatología de la cisticercosis cerebral». «Sobre la histopatología de la epilepsia mioclónica y de las mioclonias simples». «Lesiones del tálamo consecutivas a la lobotomía prefrontal». «Estudios sobre los lipoides de las células nerviosas». «Los lípidos en la necrosis cerebral». «La paquimeningitis crónica». «Mielitis necrótica». «La herencia de las enfermedades nerviosas y mentales». «Toxoplasmosis cerebral». «Contribución al estudio de la enfermedad de Sthilder o encefalitis periaxialis difusa». «Granulaciones protoplásmicas de naturaleza probablemente secretora en las células del núcleo paraventricular del hipotálamo humano». «Las conexiones del fornix con los núcleos hipotalámicos». «Cortisona y   —430→   regeneración nerviosa periférica». «Lesiones diencefálicas consecutivas a la degeneración del asta de Ammon en la epilepsia». «Cysticercosis of the nervous system».

Juan Cuatrecasas publicó en el exilio varias obras: Biología y democracia (Ed. Losada, Buenos Aires, 1943), Psicología de los instintos, Reumatismo cardioarticular. Lecciones de Fisiopatología endocrina. La Endocrinología del porvenir en el mundo de la postguerra.

Emilio Mira y López es autor de una obra copiosa en la que figuran los siguientes títulos: Cuatro gigantes del alma (ensayo sobre los sentimientos de miedo, ira, amor y deber) presentados con estas palabras: «Nunca como ahora que se está gestando el cauce social del nuevo Hombre, se ha hecho necesaria la investigación científica, objetiva sistemática, de la naturaleza humana. Nunca como ahora, también, ha sido tan imperativo que los datos alcanzados por la ciencia, se pongan al servicio y beneficio del mayor número posible de personas, para contribuir al alivio de su pesares». En otra obra de Mira: Problemas psicológicos actuales (Ed. Ateneo, Buenos Aires, 1941) figuran los siguientes ensayos: «La nueva concepción experimental de la conducta moral». «Psicopedagogía de la sociabilidad». «Concepto general de las pasiones». «La conquista de la serenidad eficiente». «Psicología de la conducta revolucionaria». «Los problemas de la ciencia y del trabajo». «Psico-Higiene del estudio». «Exégesis de los problemas que afligen a la sociedad moderna». Además de las obras que acabo de citar, Mira López publicó: Manual Psicoterápico. Fundamentos de Psicoanálisis. Instantáneas psicológicas. Manual de Psiquiatría. Psychiatry of War. Manual de Psicología Jurídica. Psicología evolutiva del niño y del adolescente. El niño que no aprende. Cómo estudiar y cómo aprender. La riqueza de los temas y las proyecciones social y humana de los mismos, son rasgos característicos de la creación de Emilio Mira y López, un hombre de ciencia al que un espíritu avizor y una viva inquietud le llevan a saltar las bardas donde se encallejonan los que no saben ver más allá de sus limitadas disciplinas,   —431→   para salir a campo abierto y confrontar la ciencia con la vida.

Francisco Durán Reynals. Hace más de treinta años, fue este investigador catalán uno de los primeros en sugerir la relación causal entre virus y cáncer. A esa concepción tan prometedora en la lucha contra el terrible mal, fue llevado Durán-Reynals, por lo que sus colegas de investigación calificaron de «previsión inductiva y razonamiento que lindaba en la intuición». A estas cualidades que son esenciales en todo investigador y sin las cuales no hay investigación posible, sumó Durán-Reynals una labor sistemática, tenaz, de muchos años de experimentación en animales. En los inoculados con determinados virus comprobó la aparición, al cabo de cierto tiempo, a veces mucho, de leucemias o de procesos tumorales malignos. Sostuvo Durán-Reynals la teoría de que los virus pueden permanecer latentes en el organismo durante muchos años. «Alguna infección contraída en la niñez puede convertirse posiblemente en un cáncer en la vejez». Otro de los conceptos sostenido por Francisco Durán con firmeza fue el siguiente: «El virus es el elemento clave en la suma total de las condiciones que dan origen al crecimiento incontrolado de las células». Durán-Reynals fue desde 1938 miembro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, Conneticut, en cuyos laboratorios trabajó incansablemente. Por desgracia, el hombre que tanto luchó para descubrir posibles causas del cáncer, conforme a una teoría, que cada día está ganando más partidarios, murió víctima de dicho mal.

Federico Pascual del Roneal publicó Teoría y práctica del Psico-diagnóstico de Rorsbach y Manual de neuropsiquiatría infantil -El Colegio de México.

De Francisco Ribalta Bergos es el Manual de tratamiento de las intoxicaciones. A Justo Gárate Arreola se deben: Glucogenias endógenas y Etiología y clínica de la colecistitis. Manuel Rivas Cheriff es autor de: La fotografía de las membranas profundas del ojo. El tisiólogo Luis Sayé publicó: Doctrina práctica de la profilaxis de la tuberculosis. Nuevos estudios sobre la profilaxis de la tuberculosis. La tuberculosis traqueo-bronquial   —432→   en colaboración con los doctores D. S. Luna y A. Bence. Ángel Garma, que fundó un importante Centro de Psicoanálisis en Buenos Aires, publicó: El Psicoanálisis, presente y perspectivas y Sadismo y masoquismo en la conducta. R. Carrasco Formiguera es el autor de una Endocrinología sexual; realizó, además, investigaciones en relación con el metabolismo, especialmente el de los glúcidos, así como sobre las insulinas. Ramón Álvarez Buylla se dedicó a la investigación de la fisiología del sistema nervioso, publicando numerosos trabajos en la revista Ciencia: «Descripción de una cámara para el estudio de reflejos condicionados». «Estudio de la actividad quimiorreceptora del seno carotideo» y muchos otros.

Wenceslao López Albo publicó, en colaboración con Sixto Obrador: Diagnóstico neuropsiquiátrico. Germán Somolinos D’Ardois escribió una Breve historia de la medicina (Ed. Patria, México), y publicó diversos trabajos en revistas médicas, en relación con los tumores cardíacos, el factor R. H. y otras cuestiones. Sadi de Buen trabajó en su especialidad de oculista en el Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, publicando entre otros trabajos algunos sobre las inflamaciones oculares granulomatosas consecutivas e infecciones endógenas. Enrique Vázquez López, discípulo de Río Hortega realizó trabajos de investigación sobre cáncer en el laboratorio del Imperial Cancer Research, de Londres y publicó otros en relación con la hipófisis. José Bejarano publicó interesantes trabajos sobre la lepra, sifilología, y afecciones dérmicas. A José Torreblanco se deben otros sobre cuestiones ginecológicas.

Cristián Cortés es el autor de una muy interesante monografía acerca de la insuficiencia cardíaca, en la que se tocan todos los aspectos clínicos y terapéuticos de la cuestión. Ricardo, Fandiño escribió una interesante y documentada monografía sobre tuberculosis pulmonar, especialmente en relación con los procesos fímicos infantiles y participó activamente en diversos congresos médicos. Jacinto Segovia publicó un extenso tratado de patología quirúrgica en varios tomos, en la que al lado de las observaciones propias, figuran datos muy completos tanto acerca   —433→   de la patología como de la técnica quirúrgica. Carlos Parés escribió los capítulos dedicados en dicha patología quirúrgica a la cirugía de las vías urinarias. Justo Caballero es el autor de un tratado de enfermedades del intestino. Jorge Valles escribió varios libros acerca de alimentación infantil, alguno para uso de las madres, en el que la aridez técnica se suaviza con notas de un amable humorismo en el que Valles descuella, como lo ha demostrado en algunas otras de sus obras no médicas.

Rafael de Buen publicó El hombre y la biología.

Antonio Ros es el autor de las siguientes obras: El tracoma rebelde y milenario: su historia, su terapéutica, su profilaxis (Ed. Cultura, México, 1942); Los ciegos de la Biblia (Ed. Cultura, México, 1942); Las sulfamidas en la práctica oftalmológica (La Helvetia, México, 1944); La penicilina y sus aplicaciones en oftalmología (La Helvetia, México, 1945); Un español en Egipto (Ed. Cultura, México, 1946); Manual de neurología ocular (Galas de México, México, 1951); La hialuronidasa en oftalmología (Galas de México, México, 1954) y La cortisona en oftalmología (Galas de México, México, 1957).

Luis Fumagallo, redactor fundador de Monterrey Médico y de Archivos médicos mexicanos, publicó las siguientes obras: Laringoscopía, traqueo-broncoscopia y esofagoscopia. Ozena: su tratamiento quirúrgico. Un caso de agranulocitosis (1941). Un caso de extirpación total de laringe. Las heridas de cráneo en cirugía de guerra (1942). Indicaciones y técnica de la amigdalectomía (Archivos médicos mexicanos, 1944). Consideraciones sobre la biopsia en el cáncer laríngeo, a propósito de un caso operado de laringectomía total (1944). Laringectomía total (Archivos médicos mexicanos, 1945) y Semiología neurológica en otorrinolaringología (en prensa).

Pedro Domingo Sanjuan, discípulo de Turró, y bacteriólogo muy destacado al que se deben interesantes trabajos de investigación sobre tuberculosis, fiebre de malta, bacteriólogos y urología, reside en Cuba, dedicado a sus estudios.

Jorge Folch y Pi es director de Investigaciones Científicas del McLean Hospital de Waverly y profesor de química biológica   —434→   en la Escuela de Medicina de Harvard. De este investigador son especialmente valiosas sus aportaciones a la bioquímica del cerebro. Sus recientes estudios sobre metabolismo de los lípidos cerebrales representan una muy interesante contribución al conocimiento de un punto esencial de la bioquímica del tejido nervioso.

Rodríguez Delgado forma parte del núcleo de investigadores de la Universidad de Yale. Sus trabajos -publicados desde 1950 a la fecha- en las revistas científicas de la especialidad han contribuido al mejor conocimiento de la fisiología cerebral. Rodríguez Delgado ha ideado técnicas personales para la exploración de las estructuras nerviosas subcorticales.

Juan Negrín Michailof trabaja con singular éxito como neurocirujano en diferentes centros hospitalarios de Nueva York. Entre sus publicaciones destacan las que versan sobre el tratamiento electro quirúrgico de distintas enfermedades cerebrales.

Antonio Oriol Anguera, investigador en el campo de la física y bioquímica, con numerosas publicaciones, desempeña actualmente la cátedra de Fisiología General en el Instituto Politécnico Nacional de México.

Otra de las figuras muy destacadas de la investigación médica de la emigración es la de R. Lorente de Nó, actual director de uno de los laboratorios de investigación de la Rockefeller Foundation. Sus investigaciones histológicas le han valido un alto prestigio internacional.

El doctor Herrera, catedrático de anatomía patológica en Panamá, es autor de publicaciones muy interesantes en la materia.

Santiago Pi Sunyer se halla al frente de la cátedra de fisiología de la Universidad de Panamá.

Jaime Pi Sunyer ha trabajado bajo la dirección de personalidades tan relevantes como Cannon, en Harvard, y Fulton, en Yale.

José Puche Álvarez formado científicamente en la Escuela de Fisiología de Barcelona y asistente de varios importantes centros de fisiología en Inglaterra, Bélgica y Holanda, acrecentó en México el acervo, ya muy copioso antes, de sus publicaciones   —435→   con numerosos trabajos, entre los que figuran los siguientes: Valor de las pruebas funcionales en medicina. Aspectos fisiológicos de la doctrina de la neurona. La glucemia y el funcionamiento del sistema nervioso. La glucostasis y las sensaciones de hambre. Una teoría que no envejece. La teoría de la neurona.

Miguel Prados Such, residente en Canadá, ha desempeñado cargo de Lector en psiquiatría en diversos centros universitarios de dicho país. Ha sido psiquiatra de diversos centros hospitalarios canadienses. Es fundador del Club Psicoanalítico de Montreal, miembro de la American Pshychiatric Association, de la International Psychoanalytical Association, miembro fundador de la Canadian Psychoanalytie Society.

Actualmente es psiquiatra honorario del Allan Memorial Institute y psiquiatra consultante del Montreal Neurological Institute. Los trabajos de Prados Such son numerosísimos. La psiquiatría de hoy y de mañana. La ciencia moderna. La neurosis de nuestro tiempo. La deficiencia vitamínica aviaria. Estados de temor y ansiedad en psiquiatría de guerra. El artista y su personalidad. La edad crítica del hombre: climaterio viril. Estudios sobre edema cerebral. Estudio sobre la personalidad de los homosexuales. Estudios sobre la personalidad de mujeres menopáusicas. Pío del Río Hortega. Estados de depresión y ansiedad en el hombre de edad mediana. Sobre salud mental. Psicodinámica de las alteraciones de la personalidad en los ancianos. Sobre la esquizofrenia primaria. Psicodinámica de la menopausia. La técnica audiovisual. Progresos en psicoterapéutica. Prados tiene en preparación tres libros: Estudios sobre higiene mental. Antropología de las corridas de toros -espero que no nos trate demasiado mal a los aficionados; estos psiquiatras son temibles. Van Gogh y su hermano.

Francisco Grande Durán es miembro de numerosas sociedades científicas: Sociedad de Fisiología de Inglaterra, Sociedad Danesa de Biología. Sociedad Portuguesa de Biología, Academia Mexicana de Gerontología y de la Sociedad Mexicana de Geriatría y otras. Sus trabajos e investigaciones acerca del metabolismo son numerosos y muy interesantes. Se centran de modo   —436→   particular acerca del estudio de los mecanismos enzimáticos implicados en la oxidación biológica de las sustancias alimenticias y sobre la manera como la energía liberada por ellas se hace obtenible a las células y utilizada para los procesos de biosíntesis.

Alejandro Otero y Rafael Fraile. Juntos los dos nombres en estas páginas, porque los dos se caracterizaron por extraordinarias cualidades como médicos y como hombres.

Los dos fueron maestros eminentes en sus respectivas especialidades. Tuvieron los dos un vivísimo sentido de su deber y su responsabilidad profesionales. Sirvieron con admirable desinterés y calor humano a todos cuantos llamaron a su puerta en busca de asistencia.

Don Alejandro dejó sentir su influencia en el campo de la ginecología en México, aún sin haber desempeñado ninguna función magisterial oficial, simplemente a través de consultas entre compañeros, comentarios en el quirófano o en la consulta pública en torno a un caso clínico difícil, y de las sesiones operatorias.

Bajo una apariencia un poco huraña estaba siempre presto a brotar en él el caudal afectivo de su carácter, la frase alentadora y, de vez en cuando, algún exabrupto, suavizado en el acto mismo de proferirlo por la sonrisa y la mirada amables.

El ejercicio profesional de Rafael Fraile, de alto rango técnico, cabe se califique con una palabra a la que la reiteración y la atribución injustificada le restan en muchas ocasiones todo sentido: franciscano. Su prematura muerte dejó en la colectividad exilada un enorme vacío y un recuerdo que perdurará mientras viva un solo refugiado, como ejemplo de devoción al prójimo y de altísimo valor humano.

Los doctores Pelayo Vilar y Antonio Aparicio, radicados en Pachuca, capital del Estado de Hidalgo, en la República Mexicana, han llevado a cabo una tenaz labor científica. Durante más de diez años, sin interrupción, vienen publicando una importante revista de medicina: Acta médica hidalguense, de la que es director el doctor Vilar; y el doctor Aparicio, ha sido el alma de la   —437→   creación de la Casa del Médico Hidalgense, encomiástica obra de labor social en favor de la clase médica de aquella provincia mexicana.

Historia natural

Llegamos ahora a establecer contacto con estos seres inefables que se dedican celosamente a la búsqueda y descripción de bichos y plantas más o menos raros. Por lo que podrá verse a continuación, a alguno de ellos les atrajo la fauna cavernícola. Uno creía imposible que fuera de España se pudiera descubrir algo nuevo en este campo. A Enrique Rioja, distinguido naturalista y profesor universitario en España, sus actividades de investigador y publicista científico le habían llevado a establecer relación profesional y de amistad con don Isaac Ochoterena, sabio naturalista mexicano. Por mediación de él obtuvo Rioja inmediatamente de su llegada a México un puesto en el Instituto de Hidrobiología de la Universidad Nacional Autónoma. En él lleva ya Rioja trabajados dieciocho años. En este tiempo ha podido formar un grupo de discípulos que ya se están distinguiendo por sus trabajos propios en Biología. Las investigaciones y estudios de Rioja se han orientado preferentemente en torno a la fauna cavernícola. A él y a su grupo explorador se debe el descubrimiento del primer cangrejo ciego habitante de las cuevas, al que dieron denominación. Los anélidos y las esponjas han sido también materia de trabajo de Rioja y su escuela. Rioja publicó en México varios manuales sobre materias biológicas; colaboró en la redacción de las papeletas, no sólo de su especialidad, sino también de otras, para la edición del Diccionario enciclopédico U. T. E. H. A., primera publicación de este género en Hispanoamérica. Su colaboración en revistas nacionales y extranjeras, especialmente de Italia, Chile, Argentina y en la mexicana Ciencia, ha sido y es asidua. Finalmente, de su propia creación, o inspiradas por él, son numerosas monografías sobre temas de su especialidad como investigador, entre las que se cuentan: Estudio   —438→   crítico sobre las esponjas de Xochimilco; Contribución al conocimiento de los poliquetos de las costas mexicanas del Pacífico y los crustáceos cavernícolas de México. De Rioja es también El mar, acuario del mundo, editado por Séneca en 1941, obra dedicada al profano, de estilo brillante y asequible.

Cándido Bolívar Pieltain, el hijo del venerable Cándido Bolívar, desarrolló una intensa labor docente y de investigación. Entre sus trabajos tengo registrados los siguientes: Estudio de una Cirolana, cavernícola de la región de Valles. Nuevos géneros del conjunto Platyderus-calathus. Estudio del primer Trechinae ciego hallado en cavernas de México.

Faustino Miranda publicó su considerable obra Vegetación en Chiapas (Edit. Gobierno del Estado, Tuxtla Gutiérrez, 1952), fruto de una intensa labor botánica. La crítica especializada elogió grandemente este libro señalándose por alguien que «todas las deducciones de tipo fitogeográfico, por estar acompañadas de un gran número de datos de carácter florístico y ecológico, son de enorme valor para quien se interese en problemas de biogeografía, rama científica desgraciadamente algo olvidada en América».

Francisco de Buen publicó Las familias de peces de importancia económica, extensa obra editada en Chile por las Naciones Unidas. De Buen colaboró frecuentemente en la revista Ciencia.

Todos los especialistas, al referirse a la obra descubridora y de clasificación de la flora colombiana, realizada por José Cuatrecasas, la califican de verdaderamente extraordinaria. Son numerosísimas las variedades recogidas y clasificadas por él en aportación extremadamente valiosa al conocimiento de la flora de Hispanoamérica. Cuatrecasas ha reanudado con esto una ilustre tradición mantenida por otros eminentes botánicos españoles que le precedieron en la ardua e interesante tarea.

Bibiano Osorio Tafall realizó investigaciones sistemáticas sobre el plancton de las aguas dulces mexicanas. Otra de las investigaciones efectuadas por él, fue la referente a una enfermedad destructora de las esponjas comerciales de Quintana Roo.   —439→   El problema de los virus fue también objeto de su atención, dedicándole algunos trabajos de revisión y crítica.

Julio Verdegué, naturalista de la nueva hornada hecha en México se ocupó, entre otras cosas, de la ballena gris.

José Otero Espasandín es autor de numerosas obras entre las que figuran: Sociedades de insectos. Pobladores del mar. Animales viajeros. Prodigios de las aves. Los seres microscópicos. Gigantes marinos. Prodigios de las plantas. El mundo de los reptiles.

Genética

José Luis de la Loma es autor, entre otras obras de: Genética general y aplicada (U. T. E. H. A., México 1954), obra que ya va en su segunda edición; extensa, profusamente documentada, que se inicia con un estudio general de la herencia en sus diversos aspectos, continúa con la exposición de los métodos genéticos y termina con la de las aplicaciones prácticas: mejora de las plantas, de los animales, fecundación artificial, etc.

Historia industrial

Modesto Bargalló publicó un interesante y documentado libro: Siderurgia. La minería y la metalurgia en la América española durante la época colonial, en el que figuran capítulos sobre los conocimientos en la materia de los aborígenes americanos, técnicas de beneficio de los metales, ordenanzas reguladoras dictadas por los gobiernos, etc. De la profusa documentación del libro da idea el hecho de que en el índice bibliográfico figuran ochocientas nueve citas.

Matemáticas

Las matemáticas tuvieron entre los exilados distinguidos cultivadores a los que se deben numerosas obras.

Manuel Balanzat de los Santos, discípulo de Rey Pastor, publicó una Introducción a la matemática moderna.

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Pi Calleja es el autor de una Introducción al álgebra vectorial.

Luis A. Santaló es autor de La matemática y el lenguaje. La probabilidad y sus diversas aplicaciones. Geometría integral.

A Francisco Vera Fernández de Córdoba se deben: Puntos críticos de la matemática contemporánea. Breve historia de la matemática. Breve historia de la geometría. Psicogénesis del razonamiento matemático. Matemática para ingenieros. La matemática de los musulmanes españoles. La matemática en el Occidente latino medieval. Historia de la matemática moderna. Teoría de conjunto.

Honorato de Castro publicó numerosos trabajos de matemática en relación con la geología, entre otros: Variaciones temporales de la pesantez por influjo de la Luna y el Sol. Construcción de ábacos para la determinación de latitud para observación de alturas circunmeridianas. Monogramas de rectas concurrentes. Desde hace algunos años presta servicio de carácter científico a petróleos mexicanos.

Física

Manuel Risco realizó en París importantes investigaciones en el campo de la óptica. Uno de sus trabajos: Concepto interferencial de las imágenes ópticas, fue presentado a la Academia de Ciencias de París por el gran científico francés, Conde de D’Broglie.

Las contribuciones de Juan de Oyarzábal, de la Marina de Guerra Española, fueron numerosas y acogidas por prestigiosas publicaciones, tanto mexicanas como extranjeras. Entre ellas figuran: On the sign and energy spectrum of the primary cosmic radiation (Phisical review, 1947, en colaboración con M. S. Vallarta y M. Perusquía). On the Albedo of cosmic radiation (Phisical review, 1950, en colaboración con A. R. Juárez, F. Medina y C. Gómez). Vacuum polaritazion by mesons fields (Phisical review, 1950). Fourth order effects in vacuum polaritazion (Phisical review, 1951). Dispersion of mesons by mesons (Phisical review, 1951). Interacción de nucleones con mesones (Congreso   —441→   de Física, Querétaro, 1952). Cálculo del factor de utilización térmica en una fila cilíndrica finita (en colaboración con F. Prieto). Dispersión de electrones por mesones (Revista Mexicana de Física, 1954). Juan Oyarzábal pertenece al Instituto de Física de la Universidad Nacional de México y al Instituto Nacional de la Investigación Científica y es profesor de Introducción a la Física Atómica en la Facultad de Ciencias de la Universidad y de Física en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional.

Carlos Vélez, ex alumno de la Escuela Superior de Electricidad de París, realiza investigaciones de física nuclear y actuó como ayudante de cátedra en la Universidad de Michigan.

José Fernández Lerena publicó un Tratado de Física general, teórica, experimental y aplicada (2 vol. Ed. Capica, S. A.) Desempeña varias cátedras en la Universidad Autónoma de Puebla.

Sobre astronomía publicaron libros y monografías Pedro Carrasco y Marcelo Santaló.

Química

José Giral es el autor de: Fermentos, obra muy considerable precedida de un bosquejo histórico al que siguen capítulos sobre el mecanismo de acción, factores y leyes de la acción diastásica, reversibilidad, activación, preparación y purificación. Giral publicó también trabajos sobre la especificidad de los pigmentos respiratorios y sobre el triptófano y la niacina en los maíces mexicanos; este último en colaboración con José Laguna.

Modesto Bargalló es autor de numerosos trabajos, entre los que recuerdo: La valencia como expresión numérica; Los cationes binarios de nitrógeno y oxígeno; Revisión con fines didácticos de las definiciones de alotropía, isomería y polimorfismo.

Francisco Giral hizo estudios sobre la síntesis de medicamentos antipalúdicos, sobre el contenido en vitamina C de las drogas medicinales y muchos más que aparecieron en la revista Ciencia y otras publicaciones.